jueves, 31 de mayo de 2012

El mandamiento de la Virgen María

Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Miembro de Número de la Sociedad Mariológica Colombiana

Las Bodas de Caná fueron testigos de un acontecimiento singular en la vida del pueblo judío. Allí se adelantó el inicio del Plan de Salvación de la humanidad diseñado por el Padre Celestial desde la caída de Eva.

El cambio de ruta se debió a la intercesión de Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, ante su amado hijo Jesucristo. Ella, atenta a las necesidades de los anfitriones, se dio cuenta de una falla garrafal en el suministro del licor. “…La madre de Jesús le dijo: —No tienen vino. Jesús le contestó: —¿Qué tiene que ver eso conmigo y contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora…” (Juan 2. 3, 4).

La respuesta de la Santísima Virgen, ante la negativa del Dios-hombre, es un modelo de prudencia delicada y sabiduría purísima para conjugar su petición con la santa obediencia debida a la voluntad de su Hijo. Ella en un gesto maravilloso, digno de la Esclava del Señor, rompió las tradiciones judías, el protocolo de la fiesta, la jerarquía de los meseros y sin alterar en nada la respuesta absoluta de Jesús causó una revolución en las costumbres del rígido protocolo. “…Su madre dijo a los que servían: Hagan lo que Él les diga…” (Juan 2, 5).

El mandamiento de María: “…Hagan lo que Él les diga…” quedó escrito para siempre en la conciencia de cualquier discípulo de Jesús. No hay alternativa, se hace lo que Dios manda o el alma perece ante la lejanía de la voluntad del amor misericordioso. El mandato es tan simple como la sumisión de María y así lo entendieron aquellos privilegiados personajes que se convirtieron en los primeros marianos, semillas vivas de tantas agrupaciones marianistas.

La valentía de acatar a María se debe destacar porque los sirvientes no tenían que obedecer a una invitada. Ellos, por norma interna, debieron dirigirse a su maestresala o en caso de emergencia al dueño de casa.

Sin embargo, movidos por la humilde dulzura de María cumplieron sin inmutarse. Los camareros son pioneros en vivir esa gracia vital que trazó el camino para llegar al Salvador, a Jesús por María.

Y no lo dudaron. El misterio se hizo aún más profundo en su dimensión de fe porque los domésticos clandestinamente, es decir sin consultar a sus patrones, acudieron por orden de una mujer ante un desconocido que claramente expresó no tener nada que ver con la solución del problema.

Los criados, invitados por la Llena de Gracia, pudieron vivir la totalidad de las enseñanzas del Antiguo y el Nuevo Testamento resumidas en seis palabras: “Hagan lo que Él les diga”.

La complejidad de lo simple los inundó con una certeza sin límites en el corazón y acataron la docilidad del “mandamiento de María” para acudir ante su Unigénito.

Jesús los recibió con la ternura del Mesías y modificó su conducta ante la dulce súplica enviada por la Inmaculada, su Madre-Virgen.

 “…Había allí seis tinajas de piedra para agua, de acuerdo con los ritos de los judíos para la purificación. En cada una de ellas cabían dos o tres medidas. Jesús les dijo: —Llenad de agua las tinajas. Y las llenaron hasta el borde…Luego les dijo: —Sacad ahora y llevadlo al encargado del banquete. Se lo llevaron…” (Juan 2, 7-8).

Una extensa e interminable serie de milagros comenzó su trayectoria por la redención de los hombres.  “…Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en Él…” (Juan 2, 11). San Luis María de Montfort sintetizó este episodio del santo Evangelio con una frase que se convierte en una cátedra magistral de la mariología moderna: “María es el camino más seguro, corto y perfecto para llegar a Jesucristo”.

jueves, 24 de mayo de 2012

Llena de gracia

(Comentario a unas palabras de san Alberto Magno)

            El beato Alberto Magno en un sermón admirable de profundidad y de devoción nos dice que a María la llamamos llena de gracia por cuatro señaladas razones. Y explica el egregio maestro, de la propia suerte que para colmar un vaso de un licor precioso requiérese que esté limpio para que el licor no se menoscabe y deprecie; vacío para poder colmarlo; sano y sin ruptura para que no se escape el contenido; y, finalmente, quieto porque la movilidad y vaivén haría verterlo: así el alma de Nuestra Señora. Vas insigne devotionis, vaso insigne de devoción fue mundissimum, vacuisimum, solidissimum et quietissimum. Limpio y puro; vacío de todo terreno afecto; pacífico con la paz de las almas aposentadas en Dios; solidísimo y firmísimo en las virtudes y por el mismo caso susceptible y apto para ser colmado del licor precioso e incomparable de la gracia.

            Porque, viniendo a la primera condición ¿quién no ha de ver cuán perfecta haya sido la limpieza del alma de María, pues en favor suyo hizo Dios excepción milagrosa de la ley universal del pecado?

            Aquella primera caída a la sombra misma de los árboles del Edén vició en su raíz el linaje de los mortales; la noble integridad de naturaleza que como herencia inestimable debía transmitirse de la primera pareja humana a sus descendientes; aquel señorear la razón al sentido, el espíritu a la carne, la parte superior, intelectual y libre a la inferior y terrena; aquella ciencia y clara visión de las cosas, trocose por obra de un apetito desordenado de soberbia y para mala ventura dé cuantos tuvieren este suelo por patria, en rebelión total de las pasiones y concupiscencias, en ignorancia, en debilidad, en pecado; y ahí tenemos cómo la raza, igual que arroyo lúcido en su origen, cambiose de pronto, en río de turbulentas aguas y cenagosa corriente en cuyas ondas corren confundidos todos los hombres. Mas mirad cómo en llegando a María las aguas se detienen y avanza Ella incontaminada. No de otra suerte al cruzar el arca santa el Jordán, las aguas se partieron en dos por reverencia al depósito sagrado, a la ley que en ella iba encerrada, al gomor de maná incorruptible que reposaba en su seno. Imagen y figura de María, arca preciosa de la alianza nueva, en cuyas entrañas se encerró no la ley sino el dador de la ley, no el maná llovido del cielo, sino aquel que dijo de sí mismo: “Yo soy el pan de vida” y como tal nos entregó su carne de una carne virgen formada.

            Y si Nuestra Señora en el mismo comienzo de su carrera tan inmaculada se nos ofrece, la vida que para todos nosotros es un continuo delinquir, es camino donde la veste se desgarra, el pie se hiere y enloda, la frente se mustia y marca con la huella de la fatiga; para Ella fue sendero, sí sembrado de abrojos porque en cuanto a Madre del Redentor debió padecer sin medida, pero por donde cruzó sin mancharse antes acreciendo sus méritos, aquilatando su pureza, limpiando y hermoseando su alma como se limpia y hermosea el diamante al golpe sabio del artífice.

            En María no tuvo jamás parte el pecado: No en su concepción, pues fue sin mancha; no en su vida porque según enseñan los doctores no admitió nunca, no digamos culpa grave que sería una afrenta hablar así en su presencia, pero ni la más ligera imperfección y esto no porque Dios la privase de la libertad, sino precisamente porque era tan perfecta, estaba tan por encima de todas las miserias nuestras, que no llegaban hasta Ella. Se cernía esta paloma cándida tan alto solo sobre el pantano de la culpa que ni sus emanaciones empañaduras tocaban el ampo de sus alas.

            Fue también llena de gracia por cuanto fue, en el sentir del citado Alberto Magno vacuissima, significa vacía de todo terreno y desordenado afecto. Ajena por entero a las codicias del mundo. Fuit etiam vacuissima ab omni desiderio terrenorum.

            Mirad ¡cómo no hay cosa que más aleje a los hombres del cuidado de lo celestial como el desordenado afán de lo presente! Quién es el que atiende al consejo de san Pablo: Volo autem vos sine solicitudinem esse”.

            Yo deseo que viváis sin cuidados ni inquietudes. Atiende, hermano, cómo es el tiempo breve y así lo que importa es que los que tienen esposa vivan como si no la tuviesen, y los que lloran vivan como si no llorasen y los que huelgan como si no se holgasen, y los que hacen compras como si nada poseyesen y los que gozan de este mundo como si no gozasen de él”. Tal es la acertada máxima con que el Santo Apóstol desea que gobernemos la vida; mas la experiencia nos muestra a casi todos los hombres codiciosos de lo presente, descuidados de lo porvenir. Vémoslos entregados, cual más, cual menos, a los intereses del tiempo; quien acude al dinero, es otro a la honra, el de más allá sus placeres. Y si nos fuese dable penetrar en el secreto de los corazones, veríamos cómo todas las gentes se mueven a obrar como los muñecos de la farsa guiñolesca por los hilillos de sus apetitos y pasiones.

            “Muévenlos como dijo el dramaturgo, corderillas groseros que son los intereses, los engaños y todas las miserias de su condición; tiran unos de sus pies y los llevan a tristes andanzas; tiran otros de sus manos, que trabajan con pena, luchan con rabia, hurtan con astucia, matan con violencia”. En los aposentos interiores, que al cabo somos de carne y apetecemos lo tangible, hacen su habitación y morada los apetitos de la tierra materiales y transitorios: ocúpanlos el amor de este siglo, acicalado ya con vestidura de nombre y fama, de bienandanza y prosperidad, de gusto y regalo. Por donde, como veis, la gracia halla colmado el corazón y no puede ejercer en nosotros señorío. El hilo de luz que viene de arriba no alcanza a orientar nuestra actividad hacia la altura.

            No así ciertamente María. Su espíritu, ajeno al deseo de lo transitorio se abrió por entero al anhelo de lo espiritual y celestial. ¡Cómo podría parar la consideración en la vanidad quien como Ella miraba de rostro presente al Dios Hombre! ¡Cómo apetecer las riquezas, pues tenía entre sus manos, adormecido en el halda, al tibio calor maternal, al Señor de todas las cosas! ¡Qué honra podía codiciar mayor que la de llamarse y ser de hecho la madre verdadera de Dios, la Señora de todas las cosas, la dueña real de los cielos! ¡Qué placeres podían cautivarla con su dulzura, pues habían besado sus labios el rostro del que constituye el gozo esencial de los ángeles!
            Vacía, pues, a los deseos de las cosas de abajo, la gracia colmó hasta los bordes la copa de oro de su corazón virginal.

            Es lo tercero el ser solidísima e integérrima sin ruptura e íntegra en el cultivo de las virtudes. Y ahí tenéis otro flanco por donde el demonio nos hurta el fruto de la gracia: nos falta el cultivo de las virtudes. Acaso somos mansos y pacíficos y a este título nos domina la pereza; pensamos ser justos y nos volvemos sobrado rigurosos; aquel ama el desinterés y se convierte en manirroto; cual la economía y da de rostro en la avaricia. Cómo es de dificultoso hallar que quien cultiva de plano todas las virtudes se muestre perfecto. ¡Qué mucha labor es acudir a todos los bastiones y baluartes con el fin de que en cada uno de ellos esté el centinela sobre las armas! Tal es nuestra condición: somos impotentes para llevar de plano el ejercicio de las virtudes todas. Si queréis hallar un dechado buscadlo en María. Su fe la levanta sobre los confesores y apóstoles; su esperanza la constituye causa de nuestra esperanza; su caridad! ¡Ella es la Madre del Amor Hermoso! Humilde, llamose esclava, cuando Gabriel la saludaba bendita entre las de su sexo; su pureza aventaja al candor de los lirios y a la blancura de los neveros; su fortaleza la hace invicta en el dolor y suprema en el martirio. No busquéis fuera de María perfección mayor, sino es en Cristo que siendo como era Dios ponía en sus actos la alteza de la divinidad. Mas hace consideración, cuál sería la sobrehumana perfección de la Madre cuando fue digna de tal Hijo. Que así como antes que Dios crease a Adán, dice hermosamente el padre Granada, le aparejó la casa en que había de morar, que fue el paraíso; así antes que saliese a este mundo el segundo Adán, su Hijo humanado, le aparejó otro paraíso espiritual que fue el cuerpo y el alma de esta sacratísima Señora. Y como de aquel dice la Escritura que estaba plantado de diversas plantas y flores de grande belleza; así este segundo fue plantado de diversas virtudes y dones celestiales que podían causar deleite al mismo Dios.

            Juntad la perfección de todos los santos, pedid a todos los bienaventurados la piedra preciosa con que se adornan sus frentes, quiero decir, la virtud en que más prestantes se mostraron; haced pasar ante el trono de Nuestra Señora, desde el príncipe de los apóstoles hasta el mayor de los contemplativos, desde el mártir más atormentado hasta el doctor más diserto y elocuente, ¿no es cierto que todas esas virtudes palidecen, que todas esas piedras preciosas pierden su brillo si las comparamos con las riquezas y las virtudes de María?

            No es posible, cristianos, decir, pongo por caso, que Nuestra Señora, fue más austera que el de Alcántara, más apostólica que Javier, más caritativa que Antonio, como no es posible establecer comparación entre los balbuceos de un niño y la docta palabra de Tomás de Aquino, entre el aleteo de un insecto y el sonoro remar del águila señora de los vientos, porque son cosa de diversa especie; porque así como Nuestra Señora ocupa un lugar aparte de toda la creación, colocada fuera de las cumbres humanas, tocando con los linderos de lo divino; mujer, pero madre de Dios, criatura pero portadora del increado; así sus virtudes no pueden medirse ni justipreciarse con la medida de las virtudes de los hombres. Digamos simplemente que es Ella como la llaman los griegos la Panagia, la toda santa.

            Finalmente María fue plena gratiae llena de gracia, por cuanto fue quietissima. Esta quietud y paz del ánimo se ha de entender del sosiego total de toda pasión. Porque siendo como era Nuestra Señora criatura de carne, tenía como tenemos nosotros, esos movimientos del apetito sensitivo, de suyo indiferentes, que denominamos pasiones. Pero de tal su suerte estaban regidos y gobernados, que lejos de ser un estorbo para el logro de todo lo bueno eran un acicate más en este camino. De ¿dónde nace en nosotros el perder muchas veces la paz y andar en guerra, ya con Dios con quien rompemos cuando pecamos, ya con nuestro prójimo a quien agraviamos o cuyos intereses menoscabamos, ya con nosotros mismos cuando andamos en rebelión interior, sino de tener mal sujetos los apetitos del sentido? Gobierne la razón a la pasión, y la mente el movimiento del concupiscible e irascible, y habrá en vosotros paz y con ella florecimiento de bienes.

            Gran don este de la paz que mereció ser cantado por los ángeles como primero y señalado regalo traído por Jesús a los hombres de buena voluntad; gran don este de la paz que cuando Cristo se marchaba de la tierra fue por Él dejado a los Apóstoles en muestra de entrañable piedad. Mi paz os dejo, mi paz os doy. Más no como la suele dar el mundo que cuando siembra la muerte y hace cosecha de destrucción, dice mostrando el silencio que se cierne sobre las tumbas: He ahí la paz. No así la paz de Cristo que es tranquilidad en el orden, reposo de la buena conciencia, fruto sazonado de justicia. Fijaos cómo en tanto mueve la guerra su estruendo, los campos se mustian y apretujados por el pasar y repasar del tropel siniestro, ni siquiera brotan de su seno una desmedrada y triste florecilla; fijaos cómo en los ríos de impetuosas y turbadas aguas no hacen su morada los peces; mirad cómo en las cumbres donde los vientos soplan de continuo no arraiga el árbol de copada frente sino el mezquino yerbajo; porque la paz requiérese como condición preciosa para que la vida se esparza y muestre la lozanía de sus formas; pues de la propia manera en los corazones donde no ha descendido como aliento vivificador la paz de Dios no crecen las virtudes, ni la gracia simiente de eterna vida dará frutos.

            Y a quién había de dar Jesús su paz sobre todos sino a su Madre. Y por ventura aquel escoger sus entrañas por morada, no fue decirla: ¡Sea contigo la paz! ¡Y aquél vivir en Ella no fue cimentarla por siempre jamás en inalterable quietud y mansedumbre y sosiego! Si, como dice la Escritura, Jesús es el príncipe de la paz, María es el solio augusto donde se asienta; si las conquistas de Jesús son pacífico reinado de santidad y de justicia, María es el portaestandarte que anuncia la llegada y el triunfo del divino Conquistador de las almas.

            De todos los cuatro capítulos dichos se deduce que María en cuanto limpia de toda culpa, ajena a todo desordenado deseo, firme en la práctica de todas las virtudes y quieta en la paz y justicia, estuvo colmada de los dones y frutos del Espíritu Santo.

            Atienda el cristiano sobre sí y mire y compare su alma con la gracia de su Señora; véase a sí mismo manchado con mil cuentos de culpas, víctima voluntaria de la muchedumbre de sus pecados, lleno de torcidos deseos: terrenales, concupiscencias y vanísimos apetitos; mira cuan pobre es en virtudes y cuan turbado está por la guerra interior de sus pasiones mal regidas: vuelva entonces los ojos a María y en Ella encontrará la gracia y la plenitud de todo bien.

            Acójase en la lucha al calor de su manto de Reina; pídale que lo purifique y embellezca como suelen purificar y embellecer con su contacto las enjoyadas manos de una reina al cuitado pecho de un cautivo; dígale que quite de su corazón los deseos mundanales y turbadores de las cosas de aquí abajo, y ponga en cambio el anhelo de las cosas de arriba.

Danos, Señora, las virtudes; apiádate de estos campos yermos que somos nosotros; siembra virtudes porque con mayor esplendor aparejemos la senda triunfal de tu gloria. Danos la paz, ¡Oh! Madre, paz descendida del cielo, sosiego de apetitos, serenidad en el turbulento mar del mundo, prenda segura de justicia. Guíanos entre las sombras del destierro con la lumbre clara de tus ojos; muéstranos tu hermosura y con ella cautívanos hasta la eternidad.

Álvaro Sánchez, pbro.
Bogotá.

            “Dejar subir infinitamente alto, sabiéndose infinitamente bajo, he ahí lo que puede darnos a Jesucristo.

            La miseria concertándose con la grandeza, y la grandeza con la miseria.

            La grandeza del hombre es grande porque él sabe que es miserable.

            ¡Qué extraño es el cristianismo! Ordena al hombre que se reconozca como vil y hasta abominable, y le manda que desee ser semejante a Dios”.
Ernesto Psichari

Tomado de Regina Mundi, revista de estudios marianos.

jueves, 17 de mayo de 2012

¿Es el uso de los sacramentales una práctica olvidada en la Iglesia?
Diana Alzate
Miembro de Número de la Sociedad Mariológica Colombiana
Hace varios años, cuando era adolescente, llegó a mis manos un artículo interesante de un sacerdote católico[1] en el que planteaba la labor de evangelización y catequesis que ejercía con los jóvenes en la década de los noventa. En él, resaltaba la importancia de rescatar la identidad del bautizado de una manera didáctica en los distintos grupos juveniles con los sacramentales (escapulario). Durante varios años redescubrió su profunda riqueza, logró sacar adelante a diversos jóvenes en conflicto y de peligros inminentes.
Fue tal el interés que este tema despertó en mí, que desde ese tiempo he venido investigando sus orígenes, conociéndolos y aprendiendo su verdadera  importancia  en nuestra vida como cristianos, y particularmente, reconocer que tan valioso sería rescatar esta práctica de una manera adecuada, dar a conocerlos especialmente entre nuestros niños y jóvenes tan necesitados de esperanza como un signo de identidad cristiana (como nos lo enseña la Iglesia Católica). Éste es el propósito de este escrito.
Casi siempre en nuestras culturas latinas los objetos se impregnan de cierto poder y superstición a manera de magia como amuletos y  fetiches. En contraposición a ellos la Iglesia nos presenta los sacramentales como signos sagrados que representan los efectos espirituales obtenidos por las oraciones de la Iglesia (Canon 1166).[2] Es decir, recordemos que los sacramentales vienen de la palabra “sacramento”, recibimos los sacramentos por Jesús y quien nos da los sacramentales es la Iglesia. Ambos -los sacramentos y los sacramentales-  nos otorgan “gracia”. Los sacramentos nos dan la gracia a través del poder de Jesús, los sacramentales dan gracia a través de las oraciones de la Iglesia y la fe de quienes los reciben. Claramente encontramos en san Marcos el relato de la historia de la hija de Jairo y de una mujer hemorroisa  quienes fueron curadas por su fe (Mc 5,21-43). Los más conocidos sacramentales son: La señal de la cruz, el agua bendita, el escapulario, las medallas, el rosario, el Vía Crucis y la lectura de las Sagradas Escrituras.[3]
Por el momento, me restrinjo a hablar un poco acerca del escapulario y la Medalla Milagrosa. 
El uso adecuado del escapulario se remite a un símbolo visible de nuestra devoción a la Madre de Dios, ya que el escapulario es parte del vestido de María (como Ella lo ha revelado a san Simón Stock   el 16 de julio de 1251 en Aylesford- Inglaterra). “El privilegio de portar el escapulario se extendió a aquellos que se hicieron miembros de la Cofradía de Nuestra Señora del Monte Carmelo. Para ellos se abrevió la forma del escapulario,  hasta quedar como la  usada hoy en día por los miembros de la Cofradía. Desde entonces, se difundió esta devoción y el uso frecuente del santo escapulario del Carmen. El escapulario consiste en dos pedazos de tela rectangulares (“librea”, uniforme de servicio) atados por dos cordones. Se usa sobre los hombros de tal manera que uno de los trozos de la tela permanezca sobre el pecho y el otro sobre la espalda (protege por delante y por detrás) de quien lo usa. Los cordones que pasan por nuestros hombros uniendo las dos piezas de lana, han sido comparados frecuentemente con los brazos de Nuestra Señora puestos amorosamente alrededor de sus hijos. En él tenemos un recordatorio constante de la protección materna y nos invita con frecuencia elevar nuestro corazón a Dios. Su color café sombrío despojado de toda vanidad, es una señal de humildad y modestia; su tela burda de lana es un símbolo de penitencia cristiana. La importancia del escapulario radica en su significado espiritual pues como sacramental proporciona la gracia según las disposiciones de quienes lo visten. Su uso es una profesión de fe en las enseñanzas de la Iglesia católica y un acto de esperanza y confianza en el poder intercesor de Nuestra Santísima Madre”.[4]
“Un joven que lleva el escapulario demuestra su compromiso y fidelidad a María, a la usanza de los caballeros de la Edad Media. María es la santa mujer de quien san Bernardo decía que “arrebata los corazones”. A pesar que el Concilio Vaticano II alaba y recomienda el uso del escapulario de Nuestra Señora del Carmen, muchas personas dejaron de usarlo y propagarlo por algún tiempo. Parece ser que su uso fue suprimido por los reformadores radicales que después del Concilio pretendieron (y casi lograron) desaparecer muchas prácticas religiosas y costumbres litúrgicas de la piedad cristiana. Los padres deben exhortar a sus hijos a llevar el vestido de María y a orar para que nuestros sacerdotes y religiosas fomenten parte de esta santa práctica. Estoy convencido de que a través del escapulario de Nuestra Señora, nuestros jóvenes se abrazarán con fervor y entusiasmo”.[5]
Las medallas se otorgan a los militares. Evocan actos de heroísmo y valentía. Así, María dio a santa Catalina Laboure una medalla para recordarnos su Inmaculada Concepción y su poder de intercesión para obtener gracias a nosotros, sus hijos. “La medalla milagrosa es una poderosa señal, profunda y rica en doctrina, ardiente y milagrosa en su auténtica devoción. La medalla nos introduce en las maravillas de María y su Inmaculada Concepción.  Es  uno de los tres sacramentales (los otros dos son el rosario y el escapulario del Carmen) honrados con una festividad y oficio propio en el calendario litúrgico. En su liturgia encontramos algunas referencias a la Sagrada Escritura. Por ejemplo: “Serán para ti como una señal ligada a tu mano, un signo puesto en medio de tu frente”. (Dt.11, 18) o “Haré que haya enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya, ésta te pisará la cabeza mientras tú te abalanzarás sobre su talón” (Gn. 3,15). Vemos como en la medalla milagrosa, al frente se representa a Nuestra Señora aplastando con su pie la cabeza de la serpiente antigua. Finalmente, “Apareció en el cielo una señal grandiosa: una Mujer vestida de sol, con la luna bajo los pies y en su cabeza una corona de doce estrellas” (Ap. 12,1). Este pasaje queda representado en el dorso de la medalla, a través de las doce estrellas del reverso. La medalla es un profundo compendio de teología. Nos enseña la doctrina de la Inmaculada Concepción en su representación de la serpiente vencida por la Madre de Dios, y la inscripción “Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”. Al mismo tiempo, las manos de Nuestra Señora inclinadas hacia abajo con el peso de las gracias que derrama sobre la humanidad, se refieren a la doctrina de María, mediadora de todas las gracias, una doctrina aún no definida por la Iglesia pero teológicamente cierta (…) aún más importante resulta la intimidad con la Madre de Dios que resulta en aquellas personas que llevan la medalla con devoción. La medalla debe llevarse al cuello. La Virgen no pidió a santa Catalina la construcción de un santuario, como en otras apariciones. Y es que la medalla es su santuario personal para quien la lleva, por eso la Iglesia recoge ese sentimiento de unión personal con María al conceder una vez se impone la primera medalla bendecida”.[6]  Finalmente, hagamos eco de las palabras de santa Catalina quien aprendió de las visitas de la Santísima Virgen: ¡Cuán correcto era rezar a la Santísima Virgen, y cuán generosa Ella era para con los que le rezaban, qué gracias maravillosas, Ella daba a los que se las pedían, y con cuánta alegría Ella las dispensaba!         
Tomado de Regina Mundi, revista de estudios marianos.



[1] MC AFEE, R.P Franklyn M. “Para los jóvenes de hoy: El Escapulario de Nuestra Señora del Carmen”. Revista Alma Mariana, Apostolado Mundial de Nuestra Señora de Fátima, Vol. III  No 4, Mon. John B. Szymanski, Censor Diocesano de Metuchen, Nueva Jersey, julio-agosto de 1991. Págs. 37 y  38.
[2]  BAC, CDC. Pg. 566
[3] SHAMON, R.P. Albert J. “¿Qué es el Escapulario?, Nuestra Señora nos instruye acerca de los sacramentales y objetos benditos”, The Riehle Foundation, Págs. 25 a 28  


[4]  EL Catolicismo, “Fiesta de Nuestra Señora del Carmen”, Ed. 3523  Especial Catedral 11 al 24 de julio de 2010   Pág. 16.  Sitio Web: www.elcatolicismo.com.co
[5]   MC AFEE, R.P Franklyn M. Op. Cit.
[6]  DIRVIN, Joseph, C.M. “La Medalla de Nuestra Señora”  Revista Alma Mariana, Apostolado Mundial de Nuestra Señora de Fátima, Vol. III  No 6, Mon. John B. Szymanski, Censor Diocesano de Metuchen, Nueva Jersey,  nviembre – diciembre  de 1991. Págs. 27 a  29.

jueves, 10 de mayo de 2012

Homenaje a Nuestra Señora de Fátima

Oración pronunciada por su autor, con motivo de la bendición y entronización de la bella imagen en el templete levantado en la Plazuela de El Placer. (Municipio de Popayán, Valle del Cauca). Popayán 1953.

Excelentísimo señor Arzobispo de Popayán; señor doctor Laureano Mosquera, cura párroco de San Francisco; señora doña María Luisa Iragorri de Silva, Presidenta de la Junta Organizadora de este homenaje; señores y señoras:

Quisiera en estos momentos algo más noble que la voz humilde de quien siente su pequeñez infinita delante de la infinita grandeza de esta Madre Augusta, primavera del cielo y de la tierra; gloria suprema del Padre en la carne y en la sangre del Hijo; norte de cuantos peregrinan entre el dolor y la muerte; corredentora del humano sufrimiento; fuente inagotable para cuantos han hambre y sed de amor y de justicia, y escudo de la fe que libra y gana las cotidianas batallas del espíritu.

Porque tanta suma de bienes y virtudes no caben en el verbo del hombre, y el ditirambo con que solemos exaltar las humanas grandezas, es humo, nada más, delante de esta Madre Excelsa en cuyo seno palpitara un día la grandeza misma de Dios en el más hondo de los misterios.

Pero si vos, Santísima Virgen de Fátima, habéis llegado a este lugar modesto, es porque sólo exigís de nosotros lo que podemos daros: no la millonaria música de los arcángeles, ni la omnisciente palabra de los santos y de los profetas, sino la sencilla y cálida oblación de nuestros corazones y de nuestras almas; no el arpa celeste pulsada en vuestro honor ante el Trono del Altísimo por los alados serafines, sino el susurro de la oración ferviente y el cariñoso arrullo de las palomas; no el verbo eterno que perdura en el alba augural de las profecías, sino el recogido ruego que asciende hasta Vos en el sutil incienso de la plegaria.

Sí, porque siento la vacuidad insólita de la lengua humana para entonar un himno jubiloso a la altura de vuestro amor y de vuestra munificencia. Porque bien sé que el hombre sólo puede ascender hasta Vos, Soberana Reina de las madres, cuando postrado de rodillas ante el ara, repite fervoroso y humilde, la eterna salutación del Arcángel: "Dios te salve María, llena eres de gracia".

Aquí, al amparo de esta campiña inefable, donde la soledad de Dios colma el silencio de las estrellas; aquí al abrigo de la ciudad limitada y limitante, donde los horizontes se dilatan sin cesar y el canto mañanero de los pájaros es música de navidades y de albas; aquí, Señora y Madre nuestra, como a la historiada Sierra de Aire, vendrán con los pastorcillos de Aljustrel piadosas y sencillas gentes del agro; y vendrán con su fe infinita para ver lo invisible, infinita para adivinar el misterio, e infinita para sentir a Dios hasta en la gota de agua que calma la sed de una semilla. Y veneran hasta Vos, divina Emperatriz de los lirios y de las azucenas, con sus fieras agrestes: esas que nacen sin mano amiga que las cuide, al amparo, no más, de las escondida Providencia. Y vendrán hasta Vos mar y caracol de resonancias celestes, con su oración callada, no aprendida, que les brota del pecho con la misma emoción como crecen los árboles de su cortijo. Porque bien saben ellos, oh Virgen jubilosa y providente, que vuestro inmenso corazón se colma lo mismo con la voz mensajera del Arcángel, que con la dulce sonrisa de los niños y la palabra silenciosa de los humildes.
Y en las horas tranquilas, cuando la estrella de la tarde madrugue a amanecer en vuestros ojos, oiréis cantar a los pastores de esta feliz comarca:

"Virgen que no tiene altar,
 porque es Virgen andariega
 y cuando la noche llega
 se queda en un palomar.
 Virgen que sabe curar
 al ciego y al impedido.
 Alas de paloma pido,
 alas de paloma anhelo,
 para que mi fe, en un vuelo,
 a sus plantas haga nido"...

Aquí estáis, Reina y Señora nuestra, llamándonos con el dulce caramillo de vuestro amor. Aquí estáis, Mensajera de Paz, en un mundo que ha olvidado el sentido teológico y cristiano de la piedad; en un mundo abrasado por el odio, empavorecido por la violencia, y esclavo de la máquina en esta época apocalíptica en que el árido materialismo socava las más firmes columnas del espíritu, de la tolerancia y de la fe. Aquí estáis, Estrella y Faro, iluminándonos el camino hacia el amor y hacia la piedad con la antorcha magnífica del perdón y del milagro.

Santísima Virgen de Fátima: extended vuestra mano compasiva y milagrosa sobre Colombia, y haced que el olivo de la Paz florezca para todos vuestros hijos en los fértiles campos donde la fe del carbonero enciende en vuestro amante corazón su lámpara sencilla de luz indeficiente.

Y ahora, hosannas! y aleluyas! del cielo y de la tierra, asciendan hasta el trono seráfico desde el cual bendecís los orbes del Señor con vuestra mano pródiga y fecunda. Hosannas! y aleluyas! en que el verbo del hombre procure elevarse a la altura de vuestra perfección sin par, espejo de Dios y arquetipo de toda humana y divina belleza. Hosannas y aleluyas, oh Madre de la Lira, Olimpo de los poetas, fuente de poesía y hontanar luminoso de todo eterno pensamiento.

Oh Madre, cual ninguna inmaculada,
limpia, blanca y hermosa cual ninguna...
Revestida de luna,
de estrellas coronada.

A tus pies está el orbe, que te adora
cual paje que a los pies de su Señora
le cantara esperando una sonrisa;
sus manos son los soplos de la brisa;
su cítara, los rayos de la aurora.

En ti, la gracia del Señor. Rendida
su mirada, de luces se reviste.
Entre las hijas de Israel, tú fuiste,
como zarza entre espinas, escogida.
No es más hermosa el alba cuando asoma
por los montes floridos. Ni más pura
la tímida paloma
que anida en la espesura.

La carne de Dios llena
que redimió la tierra pecadora,
atravesó, Señora,
tu carne de azucena,
como el cristal el rayo de la aurora.

En ti el alma se ampara.
A ti endereza el alma su carrera.
Así la corza tímida y ligera
hacia la fuente clara.

Limpia, Madre, los cuerpos pecadores,
como limpian las aguas del riachuelo
los guijarros del suelo
cuando van, entre jaras y entre flores
cantando paz y reflejando el cielo.
                                                                                                José María Pemán

Hosannas y aleluyas, porque las preces y las lágrimas y la sangre conque la Patria atribulada imploró vuestro auxilio en horas oscuras y luctuosas, encontraron piedad y justicia y amor delante de tu corazón generoso y magnánimo. Hosannas y aleluyas porque no defraudasteis nuestra fe y fuisteis dadivosa y tierna con nuestro dolor y con nuestra esperanza.

Por eso, para terminar estas humildes palabras de gratitud y de homenaje, que deshojo como una rosa de ensueño a la sombra protectora de vuestro nombre, permitidme que recoja, por vuestra amada Colombia, la sublime deprecación de Paúl Claudel, con la que os saludara un día el gran poeta galo, interpretando los sentimientos de su pueblo por la resurrección de Francia:

"Porque eres la mujer, el Edén de la antigua ternura olvidada; porque en la hora en que todo crujía fue cuando interviniste; porque has salvado a mi Patria una vez más; porque estamos en este día de hoy; porque estás aquí para siempre; simplemente porque eres María, simplemente porque existes, Madre de Jesucristo, recibe nuestras gracias".

José Ignacio Bustamante
Popayán.
Tomado de Regina Mundi, revista de estudios marianos

jueves, 3 de mayo de 2012

Antología mariana de Ismael Perdomo

(De sus pastorales a la fiesta de la Inmaculada Concepción de 1935-1948).

1935: “La salvación de los devotos de la Madre de Dios ha venido a ser una de esas verdades prácticas plenamente demostradas por la persuasión misma de los fieles y por la predicación diaria y constante de los oradores sagrados. Sobre un punto de dogma o de perfección cristiana, Dios no permite el error universal del pueblo cristiano; pues bien: hace muchos siglos, desde la cátedra sagrada, tanto en las grandes ciudades como en las capillas rurales, de una manera constante se enseña al pueblo la doctrina de que un hijo de María, un verdadero devoto de Nuestra Señora, no se condenará”.

1936: “La Iglesia nos enseña a llamarla y saludarla con el grandioso título de Reina, y además con el tierno nombre de Madre de Misericordia: esta invocación nos explica los verdaderos motivos de la confianza que los católicos tenemos en la Santísima Virgen. No podemos tener confianza sino en quien puede y quiere socorrernos, puesto que donde falta el poder o el querer, es flaca la confianza”.

1937: “Debemos tener una confianza absoluta en María Santísima y esa confianza se funda en el poder y en la bondad de Nuestra Señora. El poder no le viene de sí misma; su poder es de intercesión, porque Dios no quiere negar cosa alguna que esté puesta en razón, a la que ama y aprecia más que a todas las criaturas”.

1939: “La Santísima Virgen tiene ante Dios un poder de intercesión superior al que tienen todos los ángeles y santos juntos, porque posee un tesoro de gracia superior al de todos los bienaventurados juntos; porque Dios la ama más que a todos, y le otorga lo que pide y ruega por nosotros, por ser su Madre y porque es, entre las puras criaturas, el ser más amado”.

1940: “Nunca Dios amó tanto a una simple criatura, nunca un hijo amó a su madre como Cristo a la suya. Y podemos decir que María fue, entre las criaturas, el primer objeto del amor de Cristo. Por eso cerró con broche de oro las obras de su amor llevándose al cielo en cuerpo y alma a su Madre, para que reine como soberana a la diestra de su Hijo”.

1941: “Deseando que todos seamos sólida y filialmente devotos de Nuestra Señora, hacemos, en nombre de todos y de cada uno de nuestros fieles, un ruego, una súplica pidiéndole que Ella nos alcance de su Hijo Santísimo la gracia de honrarla y venerarla, de amarla y de invocarla con tan filial confianza, como Él quiere que honremos, amemos, e invoquemos a la que es su Madre”.

1942: “Aún a los bienaventurados que gozan de Dios en el cielo se extiende la potestad de María. Tiene sobre ellos potestad regia porque la gloria esencial de que gozan, depende de la gracia que María les procuró. Y la gloria accidental de los bienaventurados, como la de los ángeles, crece y se aumenta por María; ora por la comunicación de la ciencia y de revelaciones, ora por el gozo que experimentan en su presencia, ora por las almas que se han salvado mediante la intercesión de María; ya por los triunfos que la Madre de Dios ha obtenido para la Iglesia, ya en fin, por la dignidad, la gloria y honor que han conseguido sirviendo a Nuestra Señora”.

1943: “María, en virtud de los méritos del Redentor, arrolló al infierno, quebrantó su poderío, derrotó sus imperios. Aquella primera victoria de María, obtenida ya desde el primer momento de su animación, dióle derecho de imperio universal de todas las criaturas, al que fue levantada por Dios al hacerla su Madre, y del cual tomó posesión al ser colocada en el trono de la gloria; María como Reina Universal, todo lo puede en el cielo y en la tierra; y como Reina de la Paz, puede y quiere restablecerla en el mundo”.

1944: “Después de Cristo, a nadie corresponde más alto grado de gloria que a María, su Madre Santísima, Reina del Cielo y Reina de los Ángeles; a nadie, tampoco, por consiguiente, un más amplio y cabal conocimiento, en la visión beatífica, de todo lo que se refiere a los designios de Dios sobre los hombres, de todo lo que mira a nuestra santificación y salvación. Por eso su poder de intercesión excede incomparablemente al de todos los bienaventurados, y el valimiento de su protección maternal aventaja al de todos los santos y ángeles del cielo.

1945: “La devoción en Colombia a María Inmaculada es tan antigua como su historia de país cristiano; traída a nuestra tierra por la Madre Patria, esa rica herencia nuestro pueblo la ha conservado, cual preciado tesoro, al igual de toda la América española; la Inmaculada Concepción es su Patrona”.

1946: “Al formar Dios a la Santísima Virgen, se preparaba a sí mismo una habitación en donde debía residir, y de un modo más real, más íntimo que en el templo de Jerusalén. ¿Qué mucho pues, que el Omnipotente hiciera verdadero derroche de sus tesoros inagotables para construir ese otro tabernáculo de la Divinidad que es el cuerpo de María?”.

1947: “¿Y cuál es la gloria de que disfruta la Virgen Santísima en el cielo? Podemos explicarla diciendo que así como la gracia de María sobrepuja a la de la muchedumbre innumerable de los elegidos, así la gloria de la Virgen es superior a toda gloria creada; porque la gloria corresponde a la gracia como el fruto a la semilla. Su visión beatífica supera a todas las demás, tanto en intensidad como en extensión. En intensidad, porque tiene por medida la perfección de la luz de la gloria, y ésta corresponde a la perfección de la gracia. Así, pues, cuanto más elevada está la Virgen en la gracia, tanto más penetra su mirada en los abismos luminosos del ser divino”.

1948: “Si es grande este título de Medianera de todas las gracias, si él nos lleva a comprender —en cuanto cabe— las maravillosas prerrogativas de la Reina del Cielo, es también, y por lo mismo, el más propio para despertar y acrecentar en los fieles una inquebrantable confianza en Nuestra Señora, particularmente en la eficacia y en la universalidad de su intercesión, porque justamente intercediendo y orando por nosotros es como María ejerce su oficio de Medianera”.


Si os hubiese sido dado existir antes que vuestra madre, no artísticamente sino en la realidad objetiva, ¿no la habríais hecho como la mujer más perfecta del mundo —una criatura tan hermosa que habría despertado la envidia de todas las demás mujeres— como una criatura tan gentil y cariñosa que todas las demás madres habrían deseado imitar sus virtudes?
Fulton J. Sheen

Consagración de las familias a la Santísima Virgen
Del Excmo. Sr. Juan Manuel González A.

¡Oh María Santísima! Nos congregamos al pie de tu imagen sagrada, para proclamarte Reina, Señora y dueña de este hogar (colegio, etc.), ya que eres por tus virtudes, la Reina de la Santidad; por tus privilegios y dones, la Reina de la grandeza; por tu bondad y ternura, la Reina de amor; por tus sacrificios y dolores, la Reina de los mártires; por tus poderes y gloria, la Reina de la majestad; por tu coronación imperial en el cielo, la Reina de la creación. Dígnate, Señora, aceptar el vasallaje filial y el íntimo rendimiento con que te consagramos este hogar, que ha de ser tuyo por la fe arraigada y generosa, tuyo por la vida cristiana que lo adorne, tuyo por el culto que todos te tributamos con el Santo Rosario —guardajoyas en que se enlazan tus grandezas—; tuyo por la celebración de tus fiestas que han de ser solemnidades de familia y tuyo porque al tierno abrigo de tu regazo, santificaremos nuestras alegrías, y en sus pliegues maternales ocultaremos nuestro dolor y enjugaremos nuestras lágrimas.

Dígnate recibir, María Inmaculada, como un ramillete de aromadas flores, alma, corazón, sentidos y potencias, afectos y pensamientos, inocencia y arrepentimiento, vida y muerte, tiempo y eternidad, íntegra la existencia, de padres e hijos, de superiores y súbditos, para que todos seamos alabanza de tu gloria, imitación de tus virtudes, y participación de tu cielo.

Te suplicamos, Señora, que de hoy en adelante, reines Tú en las costumbres de este hogar, hasta el punto de que escojas nuestras amistades, para que sean vínculos honestos y no cadenas de perdición. Que tu criterio sea la norma de nuestras modas, para que nada haya de equívoco ni reprochable en ellas, menos aún de mundano y paganizante. Que tu recuerdo presida nuestras diversiones para que sean noble esparcimiento; que Tú inspires nuestras labores y negocios para que todo tenga el sello de la cristiana honradez, equidad y justicia. Haya armonía, delicadeza, mutua comprensión y caridad en este hogar, para que seamos capaces de pensar, hablar y hacer bien a todos, por amor a Dios. Sea esta casa suave recuerdo de tu dulce Nazaret y un bello preludio de lo que es el cielo. Amén.

¡Gloria y loor a Ti, Madre de Dios y Reina nuestra!

¡A Ti alabanza sin fin, pues que nos diste a Cristo Jesús, y con Él la redención, la salvación y la gloria!

Tomado de la Revista Regina Mundi