jueves, 26 de julio de 2012

El camino de la belleza o la

via pulchritudinis” en la Mariología de hoy


Mons. Guillermo Melguizo

Junto con la vía de la verdad (verum) y la vía del bien (bonum), tan conocidas ya en la filosofía y en la teología como caminos para llegar a Dios, surgió también la vía de la belleza (pulchrum).

En su alocución a los participantes del VII Congreso Mariológico Internacional de 1975, el papa Pablo VI le dio un fuerte impulso al camino de la belleza o vía pulchritudinis mariana. Esta vía, aplicada a la Virgen María, Madre de Jesús, se acentuó particularmente en el oriente cristiano.

En efecto, María es la criatura toda bella “Tota pulcra”, “espejo sin mancha”; el ideal supremo de perfección que los artistas de todos los tiempos han tratado de reproducir en sus obras.  Es la Señora vestida de sol (Ap. 12, 1) en la cual los rayos purísimos de su belleza humana se encuentran con los soberanos de su belleza sobrenatural (cfr. Obsservatore Romano, mayo 17 de 1975).

Pablo VI proponía en aquel entonces este camino de la belleza, esta “vía pulchritudinis” como lugar teológico, como camino paralelo y complementario, no alternativo, de la clásica “vía veritatis”.

Una de las más bellas cartas pastorales del cardenal Martini, es aquella que él llamó “¿Qué belleza salvará al mundo?”. Se ubica en 1999, vísperas del año 2000 y quiere reflexionar sobre el significado del tiempo y de la historia, haciéndose eco a la preparación del tercer milenio iniciado por Juan Pablo II, a la luz del misterio trinitario. Esta carta pastoral del cardenal Martini es un enjundioso comentario a la escena evangélica de la transfiguración, en donde Jesús mostró su belleza y su gloria (Lc 9, 3 l).
¿De dónde saca el título para su carta pastoral? Nada menos que del libro El Idiota de Fiódor Dostoievski.  Es la pregunta que el ateo Hippolit le hace al príncipe Maskin: “¿Es verdad, príncipe, que dijisteis un día que al mundo lo salvará la belleza? Señores, gritó fuertemente dirigiéndose a todos: el príncipe afirma que el mundo será salvado por la belleza. ¿Qué belleza salvará al mundo?” (cfr. Martini, Carlo María, ¿Qué belleza salvará al mundo?, Verbo Divino, 2000).

Y comenta Martini: El príncipe no responde a la pregunta, igual que un día el Nazareno, ante Pilato, no había respondido más que con su presencia, a la pregunta, “¿Qué es la verdad?” (Jn 19,38). Parece como si el silencio de Maskin que con infinita compasión de amor se encuentra junto al joven que está muriendo de tisis a los 18 años, quisiera decir que la belleza que salvará al mundo es el amor que comparte el dolor.

La belleza de la que hablo, no es pues la belleza seductora, que aleja de la verdadera meta a la que tiende nuestro corazón inquieto: es más bien “la belleza tan antigua como nueva” que san Agustín confiesa como objeto de su amor purificado por la conversión, la belleza de Dios.  Es la belleza que caracteriza al Pastor que nos guía con firmeza y ternura por los caminos de Dios, aquel al que el Evangelio de Juan llama “El Pastor Hermoso” que da la vida por sus ovejas (Jn. 1 0, 1 l).  Es la belleza a la que hace referencia san Francisco de Asís en “Alabanzas al Dios Altísimo “cuando invoca al Eterno diciendo: “Tú eres la hermosura”.

Es la belleza de la que recientemente también ha escrito el Papa en la carta a los artistas: Al observar que cuanto había creado era bueno, Dios vio también que era bello…la belleza es en cierto sentido la expresión visible del bien, lo mismo que el bien es la condición metafísica de la belleza.”

No se trata pues, al hablar de la belleza, concluye Martini, de una propiedad sólo formal o exterior, sino de ese peso de ser,  al que aluden los términos como gloria, la palabra bíblica que mejor expresa “la belleza” de Dios en cuanto manifestada a nosotros, esplendor, fascinación, es la que suscita atracción gozosa, sorpresa grata, entrega ferviente, enamoramiento,  entusiasmo; es lo que el amor descubre en la persona amada, esa que intuye como digna del don de sí, por la cual estamos dispuestos a salir de nosotros mismos y a arriesgarnos libremente. Creo que la pregunta sobre esta belleza sigue estimulándonos hoy fuertemente “¿Qué belleza salvará al mundo?”

Es hermoso, afirma Martini, buscar en la historia los signos del amor Trinitario; es hermoso seguir a Jesús y a su Iglesia; es hermoso leer el mundo y nuestra vida a la luz de la cruz; es hermoso dar la vida por los hermanos; es hermoso apostar la propia existencia a la carta de aquel que no sólo es la verdad en persona, que no sólo es el bien más grande, sino que es también el único que nos revela la belleza divina de la que nuestro corazón tiene una profunda nostalgia y una intensa necesidad.

E1 capítulo central de la carta pastoral de Martini se llama precisamente: “La revelación de la belleza que salva”: La Transfiguración, la Trinidad, el Misterio Pascual. Para terminar invitándonos a experimentar la belleza que salva, por la conversión y la reconciliación; a anunciar la belleza que salva y a compartir la belleza que salva.

Esta misma tesis, en una forma más teológica, la recoge el teólogo Bruno Forte en “La esencia del cristianismo” (Salamanca 2002), quien en su capítulo IV habla de la belleza de Dios, utilizando el mismo título, con la misma anécdota de Dostoievski: “la belleza que salvará al mundo”.

Bruno Forte en efecto, en la misma obra que venimos comentando, dedica un capítulo a María, la mujer bella, y hace el empalme con la belleza de Dios: “Es ya el testimonio bíblico el que hace emerger, en todo cuanto afirma sobre ella, una ley de totalidad- por una parte resulta evidente que no es posible hablar de ella si no es en relación con su hijo y con la economía total de la revelación y de la salvación en Él realizada; por otra parte, los textos bíblicos muestran tal densidad de relación de la Madre con el Hijo que hacen que en ella reverbero la totalidad de todo cuanto en Él se cumplió.  Por eso puede afirmarse que la historia de María “es la historia compendiada del mundo, su teología reducida a una sola palabra”, y que ella, es “el dogma viviente, la verdad sobre la criatura realizada”. María es la mujer icono del misterio (Pág. 139).

Y más adelante: En el acontecer concreto de la mujer María, podrán, por tanto, reconocerse las distintas dimensiones de la existencia redimida, en cuanto participa de la vida trinitaria, y tendiente a la realización de su gloria.  El Todo se ofrece en el fragmento de aquella que, precisamente por esto, es llamada “la toda hermosa, la mujer bella, de una belleza sin mancha ni arruga” (Pág. 142).

En esta misma línea de Martini y de B. Forte he descubierto recientemente, dos interesantes estudios elaborados bajo este mismo prisma. Ambos aparecieron en la revista italiana La Civilta Cattólica”: En el año 2003 el jesuita Piersandro Vanzan, S.j., escribió “vía pulchritudinis nella Mariología recente” (Civilta Cattólica, vol 154, agosto 2003, Pág. 138-144); y en este año 2004, el también jesuita Giovanni Marchesi escribió: “María splendore della Chiesa” en la estética teológica de von Balthasar” (La Civilta Cattólica, vol. 155, febrero 2004, pág. (341-353).

a)  Piersandro Vanzan parte de la premisa: “Hay un primado de la belleza al cual se ordenan también el bien y la verdad.  0 sea que sobre la base aristotélico tomista, según la cual verum, bonum, pulchrum convertuntur, lo bello se presenta como aureola o esplendor del bien y de la verdad, o también a la manera de gloria complexiva de Dios Trino y Uno, teniendo en cuenta que los medievales hacían converger tales trascendentales en la sublimación del Unum”.

Los mariólogos modernos están ante un compromiso pionero si saben descubrir que ya la reflexión teológica está suficientemente madura para enlutarse por el camino de la belleza o sea por la “via pulchritudinis”.

Ya el Concilio Vaticano II puso las bases en la Lumen Gentium al ubicar la mariología (capitulo VIII) al interior de la Cristología y de la Eclesiología: María en el misterio de Cristo y de la Iglesia.

La  vía pulchritudinis” no se puede encerrar en un método teológico, en el cual se reduce lo bello a ser un simple instrumento de lo verdadero, sino que debe ser tomada en el ámbito de la fenomenología, como la vía que hace brillar y hace existencialmente experimentable la verdad teológica (Pág. 142).

Poco a poco se han ido clarificando los rasgos filosóficos, teológicos, espirituales acerca de la belleza y se va logrando un estatuto epistemológico de la mariología estética.

Para demostrar el camino de la Mariología hoy en esta línea, basta citar la temática del último Congreso de la Asociación Mariológica Interdisciplinaria Italiana (AMI), celebrada en el 2003:  la belleza de María en Efrén de Nisibi; la presencia de María en la Liturgia; la estética teológica en Urs von Balthasar; la interpretación Mariológica del Cantar de los Cantares, la mariología en Dante; la dimensión estética de la mariología, etc. Así se han ido colocando los fundamentos serios de la “vía pulchritudinis”.

Nuestro autor concluye así:

Hay que descubrir cada día más la importancia de la “vía pulchritudinis” para recuperar el valor teológico de la atracción, del encanto, de la gracia, que es la forma dinámica de la belleza.

-      Se imita tanto más, cuanto más se conoce el modelo.  ¿Quién es María? La tradición teológica ha respondido de muchas maneras: Su inmaculada concepción; su concepción milagrosa, la creación ab aeterno de su alma, su singularidad; su grandeza; sacramento del rostro materno de Dios, en una palabra,  su belleza.
-      María es sacramento no sólo del Padre, sino del Rostro Trinitario de Dios, en orden a la comunión de la familia divino humana.
b)    Giovanni Marchesi por su parte comenta el papel fundamental del célebre teólogo suizo Hans urs von Balthasar, autor de La estética teológica.  Toda ella pensada y construida sobre la irradiación de la “belleza de Dios o de su “gloria “, el esplendor inaccesible de su divinidad. Y podemos preguntar, ¿cuál es el puesto que María, sobre todo en su relación con la Iglesia, ocupa en su estética teológica?

 En qué sentido se puede propiamente hablar de María como Esplendor de la Iglesia, en relación a su Hijo Jesucristo, que por naturaleza es Gloria de Dios”, en cuanto es Señor de la Gloria (1 Cor 2,8), irradiación de la misma Gloria del Padre (Hb. 1,3). Jesucristo lleva en sí y transmite todo el peso de la Gloria divina o sea de la divinidad y la trascendencia divina, que se traduce “Doxa” en el Nuevo Testamento.

Lo primero que tendríamos que hacer es distinguir entre “Estética teológica” (Urs Von Balthasar), con sus fundamentos bíblicos y teológicos y “Teología estética”, reducida a la belleza en el sentido profano, en la cual ha insistido mucho alguna teología católica y a la cual se ha reducido muchas veces la predicación popular sobre María y la misma devoción mariana. 

Urs von Balthasar se apoya en una homilía del seudo Gregorio Taumaturgo sobre la Anunciación: La Virgen tenia un nombre que le venía muy bien: se llamaba “María” que significa “Esplendor”. Qué más bello, luminoso y esplendoroso que la virginidad.  Aún estando en la carne, la Santa Virgen María poseía una vida incorrupto e inmaculada y así acogía con fe las palabras del Arcángel”.

Pues la investigación Mariológica de von Balthasar va precisamente en la línea de la relación entre el esplendor propio y originario de Cristo, como Imagen de Dios (2 Cor 4,4) y el Esplendor” que caracteriza la figura de María.

Por eso la figura de María ocupa un puesto prioritario en su vasta obra teológica.  El lugar central y privilegiado de su reflexión Mariológica es prevalentemente el de la Cristología y de la Eclesiología.  Porque hay una interconexión muy estrecha entre el papel  misión de María y el misterio de Jesucristo y de la Iglesia su esposa.

Otro aspecto original de la Mariología de von Balthasar es el uso del lenguaje y de la simbología esponsal, ya sea para explorar la unicidad irrepetible de la Virgen María, ya sea para sacar a luz la insuprimible dimensión mariana de la Iglesia.

El comentarista de Urs von Balthasar resume entonces el pensamiento del teólogo en tres ideas:

-      María, la Virgen y Madre, es el prototipo del “Arte de Dios”.
-      El Sí de María y el origen de la Iglesia.
-      María, arquetipo de la Iglesia

Por eso se puede hablar de María como Esplendor de la Iglesia, y se entiende mejor la “via pulchritudinis” o el camino de la belleza para llegar a María y para comprender mejor el papel de María.

La figura de María, dice, von Balthasar no sustituye la figura de Cristo, sino que la revela en la imitación como arquetipo, con la especificidad y la fuerza de la impresión divina”.  Por otra parte, la figura de María no puede estar separada de los creyentes, en cuanto ella es propiamente el modelo de nuestra “conformidad con Cristo”. (Rom 8, 29; Ef. 3,10-2l).

Ahora entendemos mejor cuál es la belleza que salvará al mundo: La belleza del amor de Dios, la belleza del misterio de su encarnación, la belleza de la misericordia del Padre revelada por Jesucristo y la belleza de María, Madre virginal de Cristo y de la Iglesia.

Tomado de la Revista Regina Mundi

jueves, 19 de julio de 2012

Acto de Consagración a María del Cardenal Bérulle


Teniendo en cuenta estos misterios tan santos, sublimes y grandiosos de la vida de Jesús, me ofrezco y someto en todo a Él. Me entrego y consagro a mi Señor y Redentor y a su Santísima Madre, la Bendita Virgen María, como esclavo para siempre jamás. Para glorificar sin fin a esta Madre y a su Hijo, quiero permanecer invariablemente en estado de completa sumisión a Ella que es la Madre de mi Dios. En esta forma pienso honrar de la manera más humilde y perfecta tan alta y divina dignidad de María. A Ella me entrego como esclavo para ensalzar en esta forma la entrega que verificó el Verbo Eterno al hacerse su Hijo en el misterio de la Encarnación que aceptó en Ella y por medio de Ella.

A consecuencia renuncio a todos los derechos que pueda tener sobre mí mismo y mis acciones. Este derecho lo cedo a la Santísima Virgen María y me entrego totalmente en sus manos para reconocer así su grandeza y la perfecta sumisión que a Ella le demostró su único Hijo Jesucristo, Nuestro Señor. A Ella le entregó el poder que Dios me hubiese dado sobre mí mismo y el que trae su origen de esa humilde sumisión y dependencia que Cristo efectuó cuando como niño y en su fugaz vida sobre esta tierra se puso debajo de sus cuidados maternales. A Ella le entrego mi vida y mi ser con todas sus circunstancias, casualidades y accidentes. Me regalo a su sublime grandeza en cuanto pueda, para su honra y gloria, y para que Ella pueda realizar todas sus intenciones conmigo y ejercer verdaderos derechos sobre mi persona.

En este espíritu y con estas intenciones me dirijo a Ti, Santísima Virgen, y te regalo total, perfecta e irrevocablemente todo lo que por bondad de Dios poseo en el orden natural y sobrenatural; a Ti te regalo también todo lo que de este depende y viene, y todas mis acciones que jamás realizaré; porque quiero que todo lo mío sea tuyo. Quiero que mis potencias y la gracia que Dios me regale, sólo tengan por fin el de encauzarme a mí y todo lo que es mío, hacia tu honor y glorificación.

Así te elijo, Santísima Virgen María, y te considero de ahora en adelante como la única a que después de tu Hijo y en subordinación a Él, le dé todo lo que es mío, mi alma y mi vida.



Tomado de la Revista Regina Mundi

jueves, 12 de julio de 2012

Nuestra Señora del Carmen en la Catedral de Bogotá

Uno de los puntos céntricos y vitales de la verdadera vida católica consiste en que todos profesemos una filial y sincera devoción a la Madre de Dios.

¡Qué fríos nos parecen los protestantes quienes no tienen en Nuestra Señora el modelo y el apoyo que en Ella encontramos! La contemplamos y la amamos como la única criatura exenta desde el primer instante, de la culpa original; con la altísima dignidad de Madre de Dios, y de Reina de todo lo creado; la vemos como modelo de todas las virtudes, y todo ello no lo consideramos cual si la dignidad fuera únicamente gloria y honor de Ella; es además nuestra madre, nuestra medianera, nuestro auxilio, nuestra reina. Y tan esencial es vivir estas verdades para tener una vida católica, que podríamos decir: “No puede tener a Dios por Padre, quien no tiene a María por Madre”.

Siendo tantas las virtudes de la Santísima Virgen, y tantas las formas de su bondad en que como hijos podemos contemplarla, para amarla y tratar de imitarla, son muy diversas las advocaciones con que el pueblo cristiano la ha honrado, a veces siguiendo el ciclo litúrgico, o de acuerdo en cada persona con sus personales sentimientos o con inspiraciones de la gracia divina.

Una de estas advocaciones, popularísima entre nosotros es la de Nuestra Señora del Carmen. Sabido es que el 16 de julio es día en que el número de comuniones es numerosísimo; en el que los fieles corren a que se les imponga el escapulario, y día en que los niños de todas las clases sociales son llevados por sus piadosas madres para presentarlos a la Virgen del Carmen.

Si estudiamos el punto bajo su aspecto teológico, la devoción del Carmen la podíamos especificar por estos tres puntos, que son las virtudes que debe practicar en forma particular el verdadero devoto de esta santa advocación. 1º Un desprendimiento de los bienes terrenos traducido en una vida prácticamente austera, ya que los primeros cofrades del Carmen se distinguieron precisamente por esta forma de vida. 2° Un continuo pensar en estar preparados para la hora de la muerte, ya que la Virgen ha prometido visitar en forma particular a los cofrades en este trance. 3º Un hábito de no olvidar en las oraciones y sacrificios a las almas del purgatorio, ya que Nuestra Señora ha prometido descender a este lugar a librar de los sufrimientos a las almas de los cofrades; esto es llamado el “Privilegio sabatino”.

Esta devoción, que como lo hemos dicho es aquí tan universal tuvo su apóstol y celoso propagandista en un sacerdote no ha mucho desaparecido, y, que dedicó toda su vida a propagar la devoción a Nuestra Señora del Carmen.

Llamábase Francisco Javier Zaldúa, y era hijo del ilustre repúblico del mismo nombre y de doña Dolores Orbegozo; había nacido en esta ciudad en 1853; hizo sus estudios eclesiásticos en el Colegio Pío-Latino Americano, y recibió la unción sacerdotal en la Ciudad Eterna. Vuelto a su patria se distinguió por su elocuencia y su celo; fue profesor en el Seminario; Canónigo de la Catedral; Capellán de la Iglesia de San Juan de Dios. En 1888 fue comisionado por el Arzobispo para que representara a la Arquidiócesis en el Jubileo Episcopal de S. S. León XIII; posteriormente pasó varios años en Europa, y por último regresó a Bogotá, donde falleció en 1931.

Todas las múltiples actividades del doctor Zaldúa quedan eclipsadas ante la de propagador de la devoción a Nuestra Señora del Carmen. A extender esta devoción entre los fieles y hacerla sentir como él la sentía, encauzó Zaldúa sus múltiples energías, su fortuna, su elocuencia y toda su vida. Y lo que hemos visto que es el 16 de julio entre nosotros a él se debe en gran parte. Esta formación de una conciencia entre los fieles representa una larga serie de sermones predicados año tras año, en los que hablando de la abundancia del corazón, iba logrando electrizar a los oyentes, y convertirlos en otros tantos propagandistas de la devoción.

Para el doctor Zaldúa no había nada pequeño si se trataba de la Virgen del Carmen; si era necesario conseguirle un manto, éste debía ser el más hermoso; si una corona, trataba de que fuera de oro macizo; y si en las cosas exteriores tenía tanto empeño, ¿qué diremos que aspiraría cuando se trataba de llevar almas a Nuestra Señora?

¿Podrá concebirse ocupación más sacerdotal, más santificadora, y que encierra una como señal de predestinación, que la de propagar la devoción a la Santísima Virgen? ¿No ha sido ella la que nos ha dado el Verbo Encarnado, causa de nuestra salud, mediador entre Dios y los hombres? ¿Y no se ha repetido con grande verdad “A Jesús por María” para demostrar que el verdadero devoto de Nuestra Señora tiene que llegar a ser un perfecto cristiano?

¡Con cuánto cariño recompensaría la Santísima Virgen en la hora de la muerte a aquel que le había consagrado toda su vida, y que hasta en sus últimos años durante el mes de julio sacaba juveniles energías y trabajaba y se movía como si estuviera en la plenitud de sus fuerzas! Y ese Señor Jesús a quien Zaldúa había honrado al honrar y hacer venerar a su Santísima Madre, ese Señor que paga el ciento por uno, ¿no habrá recibido, así lo esperamos, con una magnífica recompensa al siervo bueno y fiel que no desperdició los talentos que le fueron encomendados?

Mons. José Restrepo Posada


Cuando la Santísima Virgen da a comprender a un alma cómo ha de estar unida a Ella por la oración continua, esta alma posee la prenda más segura de su futura santidad. Las demás señales, en efecto, pueden engañar. Si alguien obrara milagros y no hubiera recibido el don de recurrir continuamente a la Santísima Virgen, no garantizaría yo su perseverancia. Si hubiese quien practicara la virtud durante largos años, tampoco estaría yo seguro de que continuaría en tal camino, si no estuviese unido a María como el hijo a su madre. Puede introducirse en el corazón para perderlo, cierto secreto orgullo y puede llegar a cansarse de la vida de continua abnegación, llegando a abandonarlo todo.

Sorprendente verdad: del recurso fiel a nuestra Madre depende en definitiva Ia santificación y salvación.

P. José Schrijvers, redentorista.

Tomado de la revista Regina Mundi


jueves, 5 de julio de 2012

Mensaje teológico del cuadro renovado de Nuestra
Señora del Rosario de Chiquinquirá

Por el padre Leonardo Ramírez Uribe, S.J.
Presidente de la Sociedad Mariológica Colombiana



Lo teológico es básicamente un análisis del hecho religioso, con la intención determinada de buscar si Dios ha estado presente y ha actuado y continúa actuando en tal hecho.

El caso del cuadro de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, renovado milagrosamente y venerado durante cuatrocientos años, ¿ha creado un entorno apto para que el hombre encuentre al Dios de su fe, a su Creador, Salvador y Santificador y apto a la vez para que Dios encuentre al hombre, hijo suyo; no importa si se trata del que “estaba muerto y ha resucitado, estaba perdido y lo hemos encontrado” (47), justo en el momento en que decidió, movido por la gracia, levantarse e ir en busca del Padre a la casa de la Madre, o de los noventa y nueve que no necesitan penitencia? (48).

Aunque parezca que es el hombre quien toma la iniciativa, esta es de Dios y nada le impide valerse de un signo como el de Chiquinquirá, en donde la historia es humana llena de datos, de sentimientos humanos, de piedad popular, a donde nos acercamos con mirada de fe.

Sírvanos a manera de introducción al tema, estas líneas Cardenal Danielou:

 “La historia de Salvación es la historia de las grandes Maravillas de Dios. Esta perspectiva es muy importante desde el punto de vista de la catequesis, pues en ella se manifiesta, según la expresión de los Padres, una autentica pedagogía. Esta pedagogía consiste en la educación del hombre familiarizándolo con los modos de actuar de Dios” (49).

Tratemos, pues, de recorrer la historia de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, en sus diversos pasos, dentro de un contexto adecuado para una catequesis que nos sirva para desentrañar una teología y una economía salvífica, teniendo en cuenta que existen sólidas razones para creer que, ni antes ni después, se creó, en la historia del arte religioso del Nuevo Reino, una obra con las características de ésta, como deja muy claro la Biblia que, ni antes ni después, creó el Señor otra pareja como Adán y Eva (50).
  
(49) Historia de Salvación y Liturgia, pág 19.
(50) Estas razones son: 1. Como ya se advirtió (cfr. n. 6), si Alonso de Narváez, fue el primer pintor que hubo en el nuevo reino, ¿Quién pintó antes que el alguna imagen sagrada (refiriéndonos al arte cristiano)? 2. Cómo escribe Fray Jorge I. Caro: “No sabemos si Alonso de Narváez haya pintado otros cuadros, o si fue una excepción que hizo con su amigo y paisano el encomendero Antonio de Santana “(o.c., pág 20). 3. Fray Andrés Mesanza y algunos otros (cfr. Enciclopedia de Colombia. Orígenes del arte colonial neogranadino, por Gabriel Giraldo Jaramillo, Tomo IV, pág 6ss.), señalan como posiblemente anterior al cuadro de Nuestra Señora del Socorro en Guaca (Santander). Ninguno sin embargo da un dato preciso sobre su origen. Mesanza cita a Zamora quien afirma: “Fue su primer dueño un vecino llamado Juan Jaimes, que por la maravilla de haberse renovado, sin que llegaran manos de hombres estando desfigurada y casi borrada toda la pintura, la donó a la iglesia de este pueblo, para que estuviera en ella con la decencia, que no podía tener en su casa particular”. (Mesanza, Celebres imágenes y santuarios de Nuestra Señora en Colombia, pág 357). Seria interesante precisar aún más si existen datos de algún otro lienzo anterior pintado en el Nuevo Reino.

1. La Creación del cuadro

Por una iniciativa de piedad, Antonio de Santana manifiesta el deseo de la presencia de una imagen de la Virgen María en sus estancias de Sutamarchán. Como creyente, no le parecía bien que estuviera ausente de allí. Llega a un acuerdo con el artista y así se crea la imagen.

Este la efectúa utilizando los elementos que tiene a la mano: una burda tela de algodón tejida por nuestros indígenas, colores naturales, extraídos de las arcillas del lugar (51).

En síntesis, esta historia nos recuerda la creación misma del hombre:

“Entonces, el sexto día, el Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló sobre su nariz aliento de vida y el hombre se convirtió en ser vivo” (52).

2. Colocación del cuadro.

“Es absolutamente cierto que el rico encomendero de Suta, por su devoción personal, mandó pintar la imagen de nuestra Señora del Rosario y él mismo la llevó después para colocarla en la Capilla de los Aposentos de Suta” (53).

También este episodio es comparable a la narración del Génesis.

El Señor Dios plantó un vergel de Edén, hacia oriente, y colocó en él al hombre que había modelado…para que lo guardara y cultivara” (54).

Estos dos pasos nos hacen admirar a la vez las maravillas del Creador y la buena intención de los “creadores” del Cuadro. Es el primero, pero no el único aspecto de la Historia. “La historia de Salvación, es además, la historia del pecado “(55). “Por una parte, tenemos la historia tal como Dios se ha propuesto realizarla, con sus propios objetivos y por sus caminos. Por otra parte, la historia tal como los hombres quieren construirla” (56).





3. Deterioro del cuadro y su retiro del culto sagrado.

En vez de que, como era de esperarse, la imagen de Nuestra Señora fuese cada vez más venerada y honrada.

“Transcurren algunos años….la capilla comienza a goterearse sin que nadie le ponga mano y con ello, a deteriorarse el cuadro de la virgen…

“El presbítero Juan Alemán de Leguizamón, apenas llegado a Suta, quita del altar la imagen, por encontrarla tan deteriorada que le parece indecorosos celebrar la Santa Misa ante ella” (57).

Por desidia humana, la imagen de María, con tanto anhelo “creada” se va borrando, mientras los colores vuelven a la tierra de donde habían sido tomados.

Otro tanto había ocurrido en el Paraíso:

“Dios creó inmortal al hombre y lo forma a su imagen y semejanza; más por la envidia del diablo entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte (58).

“Y el señor Dios dijo al hombre: Con, el sudor de tu rostro comerás pan, hasta que tornes a la tierra, pues de ella fuiste tomado, ya que eres polvo y tornarás al polvo” (59).

4. Destierro

“Consta por las declaraciones del proceso que el lienzo de la Virgen del Rosario pasó de Suta a Chiquinquirá (60).

Y allí lo halló María Ramos.

“Ya no recibía culto alguno religioso, sino por el contrario, servía de posada y cama para perros y animales inmundos… (61).

El primer efecto del pecado fue:

“Y expulsóle el Señor Dios del vergel de Edén a trabajar la tierra, de que había sido tomado” (62).

5. Renovación

“María Ramos…halló…en el suelo un lienzo en que se notaban rastros de alguna pintura, que entonces no supo de que santo serían. Cuando se enteró de que aquella había sido una imagen de la Santísima Virgen del Rosario y las vicisitudes que había sufrido, se afligió grandemente… Y con la ayuda de una moza mestiza, llamada Ana, levantó el bastidor de madera, lo colocó encima del altar y para que no se cayese la imagen de la Santísima Señora Madre de Dios, lo hizo atar muy fuertemente con una cabuya recia, nueva, con cuatro nudos que le dieron…”

“Entraba allí frecuentemente y con muchas lágrimas a la Madre de Dios expresaba su pesar por no ver ni un rasgo siquiera de su imagen. Miraba y volvía a mirar el cuadro y como no viese lo que tanto anhelaba, decía con gran ternura: “¿Hasta cuándo, Rosa del Cielo, habéis de estar tan escondida? ¿Cuándo será el día en que os manifestéis y os dejéis ver al descubierto para que mis ojos se regalen de vuestra soberana hermosura, que llena de alegría mi alma?”

Y “llegó el día viernes 26 de diciembre de 1586 María Ramos hizo ante el desteñido cuadro su acostumbrada súplica de que se dejase ver.

Hacia las nueve de la mañana hizo una profunda reverencia y salió de la capilla, a tiempo que pasaba por la puerta la india Isabel con su hijito Miguel de la mano. El niño, de cuatro años de edad, mirando hacia dentro, exclamó: “miren, miren” Volvió a mirar la india y asombrada dio voces a María Ramos, que aún estaba casi en la puerta:

“Mire, mire, señora, que la Madre de Dios está en vuestro asiento y parece que se está quemando “¡Volvió a mirar María y vio el cuadro en la forma que se le decía. Fuese corriendo, llena de asombro, y derramando lágrimas se postró a los pies de la sagrada imagen, puso los ojos en ella, y vio que se había cumplido sus anhelos: la imagen de la Madre de Dios estaba patente, con una hermosura tan especial y unos colores tan vivos, y despidiendo grandísimos resplandores, que bañaba de luz a los santos que tenia al lado e iluminaba la humilde capilla.

La noticia…Corrió inmediatamente por todos los lugares circunvecinos, cuyos moradores vinieron presurosos a ver la imagen renovadas” (63).

Después de la caída del hombre y su expulsión del Paraíso Dios mismo “que maravillosamente forma la dignidad de la humana naturaleza  y más maravillosamente la reformó, nos ha hecho participes de la dignidad de su propio Hijo Jesucristo, quien se digno participar de nuestra humanidad” (64). Este acontecimiento renovador constituye toda la Historia Salvífica. Los discípulos después de que vieron como el Señor Jesús se elevó, perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María la Madre de Jesús.

“Al llegar el día de Pentecostés, estando todos reunidos en un mismo lugar, vieron aparecer unas como lenguas de fuego que se posaron sobre cada uno de ellos, quedando todos llenos del Espíritu Santo... y habiéndose corrido la voz, se congregó la muchedumbre que no salía de su asombro… siendo como la media mañana (65).



6. Resurrección

Como Pentecostés trae consigo el mensaje de resurrección, también nos parece leer esa misma esperanza en el Cuadro Renovado y más todavía a la luz de las catequesis de san Agustín:

“Ex te ipso crede futurum te esse cum fueris, quando cum ante te non fueris, nunc esse te vides… Numquid ergo difficile est Deo reddere istam quantitatem corporis tui sicut erat, qui eam facere potuit sicut non erat?” (66).

¿Por qué presentar así, en una escala de seis peldaños, esta reflexión teológica?

Teniendo en cuenta que santuarios, imágenes, peregrinaciones

“son hechos que se dan en casi todas las religiones, deberían ocupar en el catolicismo un puesto importante, destacando puntos de vista que han quedado muy en segundo plano, motivo por el que algunos tienden a localizarlos en el ámbito periférico de la piedad y en la misma dirección apunta la falta de una alusión a ellos en el nuevo catecismo” (67).

Y de ello resulta un vació espiritual que margina virtualmente  a millones de peregrinos que cada año los frecuentan, ¿qué puede hacer quien ha sido requerido para escribir el ¿mensaje teológico? ¿No está, acaso, abocado al riesgo de generalizar y decir algo que, por común puede aplicarse a cualquier imagen, santuario o peregrino y más tratándose de hechos tan frecuentes en América Latina, desde Luján hasta Guadalupe?

Sin la pretensión de que este sea el mensaje teológico del cuadro Renovado de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, sino apenas como unas pinceladas, quizá como aproximaciones lejanas que intentan delinear el aspecto sensible del misterio, destaqué lo que considero único e irrepetible en esta historia -la propia historia del cuadro- y así he ensayado proyectar un mensaje teológico, corto en su aspecto exterior, penetrante en su analogía con los textos de la Historia Salvífica.

Acepto la crítica de quien considere estos paralelismos como una mera apariencia que en nada señalan una intervención de Dios en Chiquinquirá y respondo:

Cuando Dios llega a obrar un milagro, lo hace exclusivamente por designios salvíficos, por crear un enlace directo suyo entre la Historia de Salvación y el acontecimiento milagroso y entonces para nada importan las coincidencias externas, sino el mensaje interior. Es lo que hay que discernir en un mensaje teológico de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. ¿Qué de salvífico hay aquí?

Estas reflexiones del Cardenal Jean Danielou son pertinentes:

“No se trata, evidentemente, de meras coincidencias verbales o imaginativas, ni pura alegoría. Los elementos exteriores… son puras imágenes que sirven sólo para llamar la atención. Lo esencial no esta ahí. Lo esencial es la analogía teológica profunda de las acciones divinas” (68).

Y las analogías teológicas ¿para qué? Nunca como en la era de la antropología teológica el hombre busca continuamente signos que le ayuden a ponerse en sintonía con El absoluto, mensajes que lo guíen por las situaciones de angustia y de tristeza por las que a menudo atraviesa, extraídos de nuestras realidades cotidianas, y ante las cuales “es deber permanente de la iglesia escrutar a fondo los signos  de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y la futura y sobre la mutua relación de ambas” (69).

Por eso el intento de fondo, en esta reflexión, ha sido insinuar, a manera de un mensaje teológico, los puntos vitales para una catequesis que siguiendo por la misma senda de la Sagrada Escritura, que es la verdadera Historia de la Salvación y partiendo de la Creación y de la caída en el Paraíso, el peregrino, en el Santuario de Chiquinquirá y ante el cuadro renovado de Nuestra Señora del Rosario, descubra como Dios se vale de Ella, en las circunstancias concretas de este hecho histórico que para Él es el signo de los tiempos, para hacerle comprender que el mensaje de sus obra salvífica nos llega “hasta los tiempos presentes” (70).


“Esto es importantísimo –anota Danielou- . La Historia Santa no es sólo la de los dos Testamentos. Dicha historia se continúa en nosotros. Vivimos en plena Historia Santa. Dios continúa realizando sus acciones, la conversión, la santificación de las almas. La teología protestante tiende a identificar la Historia Santa con la que la Escritura nos narra y a no ver en la Iglesia la continuación de la actuación de Dios, que se manifiesta infaliblemente por el magisterio e irresistiblemente por la acción sacramental. Los cristianos en general miran superficialmente la historia, ven solo la realidad exterior sin pensar en penetrar, con la mirada de la fe, en sus profundidades sobrenaturales” (71).

Tiene esta visión a nuestro juicio, el tinte de la autentica pedagogía cristiana que  “sea cual fuere el campo en que se ejerza, debe definirse principalmente por su relación con el hecho cristiano. Ahora bien, lo que diferencia formalmente el hecho cristiano del hecho religioso tomado de modo general es que se funda en acontecimientos… Su verdad es la de un hecho, no la de una exigencia. Su justificación proviene del testimonio, no de la demostración Debe ante todo, pertenecer al orden del acontecimiento” (72).

La catequesis tiene por objeto avivar y fortalecer la fe y “la fe cristiana tiene por objeto acontecimientos. Pero un determinado orden de acontecimientos, que son las obras divinas, es decir, las acciones de Dios en la historia. El objeto de la fe es la Historia Santa, es decir, la historia Santa. Y es creer que lo que Dios obra en el alma de los santos es de un orden infinitamente superior a las mayores obras de los hombres.

Estas acciones de Dios son realidades perfectamente definidas. Definidas no en cuanto que el espíritu del hombre se constituye en su medida, sino, por el contrario, en cuanto que habitúan al hombre a acomodarse a los modos de actuar de Dios”(73).

Así, pues, volviendo a nuestro Cuadro Renovado, del que hemos pretendido desentrañar el mensaje teológico, que no es un signo en si mismo, sino una historia que se ha ido convirtiendo en Signo, a través de los pasos graduales de una catequesis, la cual tiene  por “objeto esencial hacer comprender los pasos salvíficos de Dios con respecto al hombre, o sea, “lo que significa crear, juzgar, salvar, hacer alianza, estar presente, etc.” (74).

En fin, “la prueba de una catequesis es válida reside en su capacidad de ser aplicada a todos los campos de la Historia de la Salvación “(75).

Debe saber presentar, a partir de un hecho o de un objeto determinado y concreto, los acontecimientos de la Historia de Salvación, de tal manera que lleguen a asumirse descubriendo en ellos signos salvíficos de nuestra historia personal de salvación.

Es deber suyo, además, lograr que quien la recibe adquiera la necesaria perspicacia  espiritual para repetir y sacar provecho (76) de signos como este, aclimatándolos a su propio entendimiento, como se ha procurado aquí, partiendo de una mirada sobre la historia del cuadro; hacer penetrar en el misterio, buscando que la fe se convierta en agente de la esperanza cristiana, hasta el punto de que, quien se inmersa en esta experiencia llegue a comprender como “el amor debe ponerse más en obras que en palabras” (77).

Por eso el Cuadro Renovado es siempre actual y actuante, verdadera imagen de nuestra vida, no da espera. Su importancia radica en su propia arcilla y en su manta de algodón renovada y renovadora. Es para el hombre de hoy y el de siempre. Sin tener un sentido nacionalista, transmite un mensaje perdurable para cualquier hombre de cualquier edad que acercándose a Nuestra Señora, con su Niño Dios en los brazos, le pregunte “¿Qué debo hacer”, oiga en seguida la respuesta trascendente: déjate renovar por Dios.

Luego de largas reflexiones, de visitar el santuario y observar  el Cuadro, de repasar su historia, esto es lo que he hallado como mensaje teológico del cuadro renovado.

(51) Caro, o.c. pág 19
(52) Génesis 2,7
(53) Caro, o.c. pág 21.
(54) Génesis 2,8
(55) Danielou, o.c. pág 23
(56) Ibidem.
(57) Téllez, o.c., pág 12
(58) Sap. 2,23
(59) Génesis 3,19
(60) Caro, o.c.25
(61)  Caro, o.c.28.
(62) Génesis 3,23.
(63) Varios: Caro, o.c., pág.23; Ariza, o.c., pág 21
(64) Oración del Misal Romano de San Pío V al mezclar el agua con el vino al ofertorio.
(65) Hechos 2, Iss.
(66) ML 40, 342. De catechizandis rudibus, liber unus, 46.
(67) Ekkart Sauser, Sacramentum Mundi, T.5, peregrinaciones, pág.437.
(68) Danielou, o.c., pág. 22.
(69) Constitución Gaudium el Spes, n.4.
(70) De Cat. Rud. 45.
(71) Danielou, o.c. pág 30.
(72) Idem, pág. 38.
(73) Idem. pág. 39.
(74) Idem, pág. 42.
(75) Ibidem.
(76) San Ignacio de Loyola. Ejercicios espirituales, contemplación sobre la Encarnación, punto 1, 2.
(77) Idem, Contemplación para alcanzar amor. Nota.

Nota: Este estudio fue tomado del libro Nuestra Señora de América nro 18. Obra editada por el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), Bogotá 1986.