jueves, 19 de julio de 2012

Acto de Consagración a María del Cardenal Bérulle


Teniendo en cuenta estos misterios tan santos, sublimes y grandiosos de la vida de Jesús, me ofrezco y someto en todo a Él. Me entrego y consagro a mi Señor y Redentor y a su Santísima Madre, la Bendita Virgen María, como esclavo para siempre jamás. Para glorificar sin fin a esta Madre y a su Hijo, quiero permanecer invariablemente en estado de completa sumisión a Ella que es la Madre de mi Dios. En esta forma pienso honrar de la manera más humilde y perfecta tan alta y divina dignidad de María. A Ella me entrego como esclavo para ensalzar en esta forma la entrega que verificó el Verbo Eterno al hacerse su Hijo en el misterio de la Encarnación que aceptó en Ella y por medio de Ella.

A consecuencia renuncio a todos los derechos que pueda tener sobre mí mismo y mis acciones. Este derecho lo cedo a la Santísima Virgen María y me entrego totalmente en sus manos para reconocer así su grandeza y la perfecta sumisión que a Ella le demostró su único Hijo Jesucristo, Nuestro Señor. A Ella le entregó el poder que Dios me hubiese dado sobre mí mismo y el que trae su origen de esa humilde sumisión y dependencia que Cristo efectuó cuando como niño y en su fugaz vida sobre esta tierra se puso debajo de sus cuidados maternales. A Ella le entrego mi vida y mi ser con todas sus circunstancias, casualidades y accidentes. Me regalo a su sublime grandeza en cuanto pueda, para su honra y gloria, y para que Ella pueda realizar todas sus intenciones conmigo y ejercer verdaderos derechos sobre mi persona.

En este espíritu y con estas intenciones me dirijo a Ti, Santísima Virgen, y te regalo total, perfecta e irrevocablemente todo lo que por bondad de Dios poseo en el orden natural y sobrenatural; a Ti te regalo también todo lo que de este depende y viene, y todas mis acciones que jamás realizaré; porque quiero que todo lo mío sea tuyo. Quiero que mis potencias y la gracia que Dios me regale, sólo tengan por fin el de encauzarme a mí y todo lo que es mío, hacia tu honor y glorificación.

Así te elijo, Santísima Virgen María, y te considero de ahora en adelante como la única a que después de tu Hijo y en subordinación a Él, le dé todo lo que es mío, mi alma y mi vida.



Tomado de la Revista Regina Mundi

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