jueves, 26 de julio de 2012

El camino de la belleza o la

via pulchritudinis” en la Mariología de hoy


Mons. Guillermo Melguizo

Junto con la vía de la verdad (verum) y la vía del bien (bonum), tan conocidas ya en la filosofía y en la teología como caminos para llegar a Dios, surgió también la vía de la belleza (pulchrum).

En su alocución a los participantes del VII Congreso Mariológico Internacional de 1975, el papa Pablo VI le dio un fuerte impulso al camino de la belleza o vía pulchritudinis mariana. Esta vía, aplicada a la Virgen María, Madre de Jesús, se acentuó particularmente en el oriente cristiano.

En efecto, María es la criatura toda bella “Tota pulcra”, “espejo sin mancha”; el ideal supremo de perfección que los artistas de todos los tiempos han tratado de reproducir en sus obras.  Es la Señora vestida de sol (Ap. 12, 1) en la cual los rayos purísimos de su belleza humana se encuentran con los soberanos de su belleza sobrenatural (cfr. Obsservatore Romano, mayo 17 de 1975).

Pablo VI proponía en aquel entonces este camino de la belleza, esta “vía pulchritudinis” como lugar teológico, como camino paralelo y complementario, no alternativo, de la clásica “vía veritatis”.

Una de las más bellas cartas pastorales del cardenal Martini, es aquella que él llamó “¿Qué belleza salvará al mundo?”. Se ubica en 1999, vísperas del año 2000 y quiere reflexionar sobre el significado del tiempo y de la historia, haciéndose eco a la preparación del tercer milenio iniciado por Juan Pablo II, a la luz del misterio trinitario. Esta carta pastoral del cardenal Martini es un enjundioso comentario a la escena evangélica de la transfiguración, en donde Jesús mostró su belleza y su gloria (Lc 9, 3 l).
¿De dónde saca el título para su carta pastoral? Nada menos que del libro El Idiota de Fiódor Dostoievski.  Es la pregunta que el ateo Hippolit le hace al príncipe Maskin: “¿Es verdad, príncipe, que dijisteis un día que al mundo lo salvará la belleza? Señores, gritó fuertemente dirigiéndose a todos: el príncipe afirma que el mundo será salvado por la belleza. ¿Qué belleza salvará al mundo?” (cfr. Martini, Carlo María, ¿Qué belleza salvará al mundo?, Verbo Divino, 2000).

Y comenta Martini: El príncipe no responde a la pregunta, igual que un día el Nazareno, ante Pilato, no había respondido más que con su presencia, a la pregunta, “¿Qué es la verdad?” (Jn 19,38). Parece como si el silencio de Maskin que con infinita compasión de amor se encuentra junto al joven que está muriendo de tisis a los 18 años, quisiera decir que la belleza que salvará al mundo es el amor que comparte el dolor.

La belleza de la que hablo, no es pues la belleza seductora, que aleja de la verdadera meta a la que tiende nuestro corazón inquieto: es más bien “la belleza tan antigua como nueva” que san Agustín confiesa como objeto de su amor purificado por la conversión, la belleza de Dios.  Es la belleza que caracteriza al Pastor que nos guía con firmeza y ternura por los caminos de Dios, aquel al que el Evangelio de Juan llama “El Pastor Hermoso” que da la vida por sus ovejas (Jn. 1 0, 1 l).  Es la belleza a la que hace referencia san Francisco de Asís en “Alabanzas al Dios Altísimo “cuando invoca al Eterno diciendo: “Tú eres la hermosura”.

Es la belleza de la que recientemente también ha escrito el Papa en la carta a los artistas: Al observar que cuanto había creado era bueno, Dios vio también que era bello…la belleza es en cierto sentido la expresión visible del bien, lo mismo que el bien es la condición metafísica de la belleza.”

No se trata pues, al hablar de la belleza, concluye Martini, de una propiedad sólo formal o exterior, sino de ese peso de ser,  al que aluden los términos como gloria, la palabra bíblica que mejor expresa “la belleza” de Dios en cuanto manifestada a nosotros, esplendor, fascinación, es la que suscita atracción gozosa, sorpresa grata, entrega ferviente, enamoramiento,  entusiasmo; es lo que el amor descubre en la persona amada, esa que intuye como digna del don de sí, por la cual estamos dispuestos a salir de nosotros mismos y a arriesgarnos libremente. Creo que la pregunta sobre esta belleza sigue estimulándonos hoy fuertemente “¿Qué belleza salvará al mundo?”

Es hermoso, afirma Martini, buscar en la historia los signos del amor Trinitario; es hermoso seguir a Jesús y a su Iglesia; es hermoso leer el mundo y nuestra vida a la luz de la cruz; es hermoso dar la vida por los hermanos; es hermoso apostar la propia existencia a la carta de aquel que no sólo es la verdad en persona, que no sólo es el bien más grande, sino que es también el único que nos revela la belleza divina de la que nuestro corazón tiene una profunda nostalgia y una intensa necesidad.

E1 capítulo central de la carta pastoral de Martini se llama precisamente: “La revelación de la belleza que salva”: La Transfiguración, la Trinidad, el Misterio Pascual. Para terminar invitándonos a experimentar la belleza que salva, por la conversión y la reconciliación; a anunciar la belleza que salva y a compartir la belleza que salva.

Esta misma tesis, en una forma más teológica, la recoge el teólogo Bruno Forte en “La esencia del cristianismo” (Salamanca 2002), quien en su capítulo IV habla de la belleza de Dios, utilizando el mismo título, con la misma anécdota de Dostoievski: “la belleza que salvará al mundo”.

Bruno Forte en efecto, en la misma obra que venimos comentando, dedica un capítulo a María, la mujer bella, y hace el empalme con la belleza de Dios: “Es ya el testimonio bíblico el que hace emerger, en todo cuanto afirma sobre ella, una ley de totalidad- por una parte resulta evidente que no es posible hablar de ella si no es en relación con su hijo y con la economía total de la revelación y de la salvación en Él realizada; por otra parte, los textos bíblicos muestran tal densidad de relación de la Madre con el Hijo que hacen que en ella reverbero la totalidad de todo cuanto en Él se cumplió.  Por eso puede afirmarse que la historia de María “es la historia compendiada del mundo, su teología reducida a una sola palabra”, y que ella, es “el dogma viviente, la verdad sobre la criatura realizada”. María es la mujer icono del misterio (Pág. 139).

Y más adelante: En el acontecer concreto de la mujer María, podrán, por tanto, reconocerse las distintas dimensiones de la existencia redimida, en cuanto participa de la vida trinitaria, y tendiente a la realización de su gloria.  El Todo se ofrece en el fragmento de aquella que, precisamente por esto, es llamada “la toda hermosa, la mujer bella, de una belleza sin mancha ni arruga” (Pág. 142).

En esta misma línea de Martini y de B. Forte he descubierto recientemente, dos interesantes estudios elaborados bajo este mismo prisma. Ambos aparecieron en la revista italiana La Civilta Cattólica”: En el año 2003 el jesuita Piersandro Vanzan, S.j., escribió “vía pulchritudinis nella Mariología recente” (Civilta Cattólica, vol 154, agosto 2003, Pág. 138-144); y en este año 2004, el también jesuita Giovanni Marchesi escribió: “María splendore della Chiesa” en la estética teológica de von Balthasar” (La Civilta Cattólica, vol. 155, febrero 2004, pág. (341-353).

a)  Piersandro Vanzan parte de la premisa: “Hay un primado de la belleza al cual se ordenan también el bien y la verdad.  0 sea que sobre la base aristotélico tomista, según la cual verum, bonum, pulchrum convertuntur, lo bello se presenta como aureola o esplendor del bien y de la verdad, o también a la manera de gloria complexiva de Dios Trino y Uno, teniendo en cuenta que los medievales hacían converger tales trascendentales en la sublimación del Unum”.

Los mariólogos modernos están ante un compromiso pionero si saben descubrir que ya la reflexión teológica está suficientemente madura para enlutarse por el camino de la belleza o sea por la “via pulchritudinis”.

Ya el Concilio Vaticano II puso las bases en la Lumen Gentium al ubicar la mariología (capitulo VIII) al interior de la Cristología y de la Eclesiología: María en el misterio de Cristo y de la Iglesia.

La  vía pulchritudinis” no se puede encerrar en un método teológico, en el cual se reduce lo bello a ser un simple instrumento de lo verdadero, sino que debe ser tomada en el ámbito de la fenomenología, como la vía que hace brillar y hace existencialmente experimentable la verdad teológica (Pág. 142).

Poco a poco se han ido clarificando los rasgos filosóficos, teológicos, espirituales acerca de la belleza y se va logrando un estatuto epistemológico de la mariología estética.

Para demostrar el camino de la Mariología hoy en esta línea, basta citar la temática del último Congreso de la Asociación Mariológica Interdisciplinaria Italiana (AMI), celebrada en el 2003:  la belleza de María en Efrén de Nisibi; la presencia de María en la Liturgia; la estética teológica en Urs von Balthasar; la interpretación Mariológica del Cantar de los Cantares, la mariología en Dante; la dimensión estética de la mariología, etc. Así se han ido colocando los fundamentos serios de la “vía pulchritudinis”.

Nuestro autor concluye así:

Hay que descubrir cada día más la importancia de la “vía pulchritudinis” para recuperar el valor teológico de la atracción, del encanto, de la gracia, que es la forma dinámica de la belleza.

-      Se imita tanto más, cuanto más se conoce el modelo.  ¿Quién es María? La tradición teológica ha respondido de muchas maneras: Su inmaculada concepción; su concepción milagrosa, la creación ab aeterno de su alma, su singularidad; su grandeza; sacramento del rostro materno de Dios, en una palabra,  su belleza.
-      María es sacramento no sólo del Padre, sino del Rostro Trinitario de Dios, en orden a la comunión de la familia divino humana.
b)    Giovanni Marchesi por su parte comenta el papel fundamental del célebre teólogo suizo Hans urs von Balthasar, autor de La estética teológica.  Toda ella pensada y construida sobre la irradiación de la “belleza de Dios o de su “gloria “, el esplendor inaccesible de su divinidad. Y podemos preguntar, ¿cuál es el puesto que María, sobre todo en su relación con la Iglesia, ocupa en su estética teológica?

 En qué sentido se puede propiamente hablar de María como Esplendor de la Iglesia, en relación a su Hijo Jesucristo, que por naturaleza es Gloria de Dios”, en cuanto es Señor de la Gloria (1 Cor 2,8), irradiación de la misma Gloria del Padre (Hb. 1,3). Jesucristo lleva en sí y transmite todo el peso de la Gloria divina o sea de la divinidad y la trascendencia divina, que se traduce “Doxa” en el Nuevo Testamento.

Lo primero que tendríamos que hacer es distinguir entre “Estética teológica” (Urs Von Balthasar), con sus fundamentos bíblicos y teológicos y “Teología estética”, reducida a la belleza en el sentido profano, en la cual ha insistido mucho alguna teología católica y a la cual se ha reducido muchas veces la predicación popular sobre María y la misma devoción mariana. 

Urs von Balthasar se apoya en una homilía del seudo Gregorio Taumaturgo sobre la Anunciación: La Virgen tenia un nombre que le venía muy bien: se llamaba “María” que significa “Esplendor”. Qué más bello, luminoso y esplendoroso que la virginidad.  Aún estando en la carne, la Santa Virgen María poseía una vida incorrupto e inmaculada y así acogía con fe las palabras del Arcángel”.

Pues la investigación Mariológica de von Balthasar va precisamente en la línea de la relación entre el esplendor propio y originario de Cristo, como Imagen de Dios (2 Cor 4,4) y el Esplendor” que caracteriza la figura de María.

Por eso la figura de María ocupa un puesto prioritario en su vasta obra teológica.  El lugar central y privilegiado de su reflexión Mariológica es prevalentemente el de la Cristología y de la Eclesiología.  Porque hay una interconexión muy estrecha entre el papel  misión de María y el misterio de Jesucristo y de la Iglesia su esposa.

Otro aspecto original de la Mariología de von Balthasar es el uso del lenguaje y de la simbología esponsal, ya sea para explorar la unicidad irrepetible de la Virgen María, ya sea para sacar a luz la insuprimible dimensión mariana de la Iglesia.

El comentarista de Urs von Balthasar resume entonces el pensamiento del teólogo en tres ideas:

-      María, la Virgen y Madre, es el prototipo del “Arte de Dios”.
-      El Sí de María y el origen de la Iglesia.
-      María, arquetipo de la Iglesia

Por eso se puede hablar de María como Esplendor de la Iglesia, y se entiende mejor la “via pulchritudinis” o el camino de la belleza para llegar a María y para comprender mejor el papel de María.

La figura de María, dice, von Balthasar no sustituye la figura de Cristo, sino que la revela en la imitación como arquetipo, con la especificidad y la fuerza de la impresión divina”.  Por otra parte, la figura de María no puede estar separada de los creyentes, en cuanto ella es propiamente el modelo de nuestra “conformidad con Cristo”. (Rom 8, 29; Ef. 3,10-2l).

Ahora entendemos mejor cuál es la belleza que salvará al mundo: La belleza del amor de Dios, la belleza del misterio de su encarnación, la belleza de la misericordia del Padre revelada por Jesucristo y la belleza de María, Madre virginal de Cristo y de la Iglesia.

Tomado de la Revista Regina Mundi

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