jueves, 2 de agosto de 2012

La plegaria de 1812


Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Miembro de la Sociedad Mariologica Colombiana
La novena de Nuestra Señora de la Peña reemplazó a La Bagatela en la conciencia revolucionaria de los santafereños. En 1812 Bogotá, la ciudad del Águila Negra, padecía la llaga de las desavenencias políticas. La disidencia, entre carracos y pateadores, rompió la paz de los virreyes con el yugo de la libertad.

En ese teatro de banderizos, la Patria Boba estrenó la función y el duelo entre las súplicas de una novena y los discursos camorreros del Congreso de Villa de Leiva. La primera se apoyó en la esperanza legítima de un Dios vivo y los segundos se acomodaron a la soberbia legalista de los gamonales de levita.
Los criollos, con sus títulos de “Alteza Serenísima”, manejaban los intereses del notablato a su antojo. ¿Qué se podría esperar de esa antinomia? La respuesta es el caos.
El ambiente de confusión sirvió para que el presbítero capellán del Monasterio de la Concepción, don Juan Agustín Matallana, levantara la voz de su himno a la caridad: “Novena en honor de Jesús, María y José que se veneran en la Ermita de la Peña, extramuros de la ciudad de Santafé, desde el año 1685”.

El sacerdote, consciente de los peligros anarquistas que amenazaban a su grey, dejó muy en claro cuál era el objetivo de su obra: “…Para excitar la devoción de tan Sagradas Personas a favor de los cristianos; el año de 1812…” Los patriotas fueron los primeros en acoger la medida. Entre los realistas, la invitación sería pasada por el tamiz socarrón de la charla burlesca.


 
La oralidad callejera inventó chascarrillos de esquina, ironías de salón, baladronadas de chalanes, edictos de muralla, promesas de amor, conjuros de asamblea, juramentos de caballeros, piropos sonrojados y coplas rajaleñas:

“Toditos en este mundo
Tenemos qué callar
Los unos porque lo han hecho
Los otros porque lo harán”.  Crítica anónima contra Nariño, 1812.

Más allá del sarcasmo, las muchedumbres necesitaban una guía espiritual. En la pila de San Victorino se reunían las marchantas, con las aguateras del chorro de la Capuchina. En la plazuela de las Cruces las madres rezaban el Santo Rosario. Los cachifos del barrio de San Jorge descendían por la calle de San Miguel hasta la Plaza Mayor para buscar el altozano de la Catedral y satirizar las noticias. La plaza de San Francisco albergaba a los artesanos de Las Nieves. Los pequeños grupos se arremolinaban, en sus respectivas parroquias, para escuchar con silente atención la voz del señor cura en la oración correspondiente al segundo día de la Novena a la Sagrada Familia de la Peña:

“…Señor y Dios mío, en voz tengo puesta toda mi esperanza: vos habéis destinado a los ángeles para que me guarden y defiendan; salvad y libradme de los enemigos que cruelmente me persiguen, para que mi alma no sea despojo del león que furioso me sigue para despedazarme: favorecedme por la intercesión y méritos de Jesús, María y José de La Peña…”

Las preces se inocularon en las almas catequizadas por el ejercicio de la piedad. Los feligreses sabían que sus mayores les habían dejado un faro de esperanza en la loma tutelar. La razón de la invocación tiene su propio argumento. El Santuario de la Peña guarda la única imagen de La Sagrada Familia tallada en piedra por las manos del misterio divino. El hallazgo realizado por Bernardino Rodríguez de León, el 10 de agosto de 1685, cambió la rancia rutina de Santa Fe, la capital del tercer virreinato establecido en América.

La devoción la sustentaron los abuelos al fundar, el 18 de enero de 1717, una cofradía en honor de Nuestra Señora de la Peña, Reina y Alteza de Bogotá. Contra ese patrimonio vital de los afectos se estrellaría la guerra civil.

El 2 diciembre de 1812, los perjuros súbditos del monarca español decidieron regar el árbol de la libertad con la sangre de sus fieles labriegos. Dos tocayos se destrozaron en un combate feroz entre las peonadas de las familias feudales de la Sabana. Las fuerzas de Antonio Nariño, Presidente de Cundinamarca, son derrotadas en Ventaquemada por las tropas de Antonio Baraya, al servicio del Congreso de las Provincias Unidas de Nueva Granada.

José María Espinosa escribió en sus Memorias de un abanderado sobre aquel zafarrancho perdido por los pateadores o centralistas: “…Nada se pudo reorganizar. Pues la dispersión fue completa, y tuvimos algunos muertos, entre ellos un joven Aros y un valiente capitán del Auxiliar llamado Portocarrero, a quienes sentimos mucho…” La capital quedó a merced del vencedor.

Las gentes, entre las chanzas y la mordacidad que permitían las jerarquías sociales establecidas en las colonias, decidieron unirse para defender sus más caros valores. El funcionamiento regular de las castas no se detendría. Los de pata al suelo cavarían trincheras y las matronas tejerían banderas. La angustia y la incertidumbre los consumía sin rangos de sangre. La salida terapéutica para la amenaza criminal era el legado de san Benito: Ora et labora.

La lucha sin cuartel era una ordalía para los herederos de 274 años de evangelización. La primera consecuencia del fenómeno bélico convirtió a la Virgen de la Peña en esa causa superior que forma apóstoles y mártires. Los bogotanos de antaño no serían la excepción porque combatieron bajo la sombra protectora de la familia de Nazaret.


El ataque de los “próceres” contra Santafé de Bogotá sucedió el 9 de enero de 1813. El batallón Artillería recibió con disparos de metralla a la manipulada soldadesca de Baraya. Los conscriptos invasores traían la garganta irritada por beber aguardiente con pólvora y sólo vociferaban consignas inútiles antes de caer. La ciudad-aldea resistía en la Alameda, la Huerta de Jaime, San Diego y San Victorino. Los defensores confiaban en la intercesión de la Madre de Dios, que los mantenía firmes y dignos. “¿Quién es Ésta, que va subiendo cual aurora naciente, bella como la luna, brillante como el sol, terrible como un ejército formado en batalla? (Cant. 6,10).

La oración de la novena, para el día octavo, se adaptaba perfectamente a las condiciones adversas de una urbe sitiada: “…Señor Dios justo, santo e inmortal. ¡Vos sois nuestro amparo y nuestro seguro asilo!: En vos hallamos siempre un puerto seguro en las muchas y terribles tormentas que nos afligen y rodean: ¿qué podemos temer, si vos Señor Dios nuestro nos defendéis en todas nuestras angustias?...”

El cronista José María Caballero, arte y parte de los acontecimientos, escribió en su Diario: Sábado 9: “…Cuando las tropas enemigas salieron a la esquina de Carnicería, y pensaban esparcirse por toda la ciudad, dicen que estaba una mujer vestida toda de azul, que según algunos piadosos aseguraron ser María Santísima Nuestra Señora de la Concepción, pues bajo los dulcísimos nombres de Jesús, María y José militan nuestras tropas, y esa mujer les dijo que no entrasen en la ciudad, sino que siguiesen para San Victorino, que allá estaban todas las tropas; y así lo hicieron sin que uno solo se animase a entrar a la ciudad; siendo así que el principal deseo y anhelo era el prometido saqueo que Baraya les había ofrecido, y teniendo a la ciudad libre y sin que nadie les impidiese la entrada, no sino seguir para el campo siguiendo el consejo de la mujer. ¿No se deja ver claro el poderosísimo patrocinio de María Santísima que no consintió que esta ciudad fuese entregada al saqueo, al estupro, y quizá a la violación de las esposas de Jesucristo y profanación de los templos, muertes y otras tantas iniquidades? Que todo se puede creer de unas tropas encarnizadas, llenas de furor y con deseo del saqueo general…”


Y más adelante, en las páginas sobre ese mismo suceso, puntualizó: “Se dijo por varias personas de crédito, y por muchas bocas, que cuando estaba el fuego en los más vigoroso, andaba una mujer por entre las tropas y a la parte que más caían las balas; y después dicha mujer, aunque se inquirió no pareció, lo que se tiene por verosímil que fue María Santísima Nuestra Señora, para ampararnos y favorecernos…”

Las letras de la novena, en su último día, pronosticaron la victoria de Cundinamarca: “…Los siete arcángeles señalados para mi amparo, no ande por otros caminos que los que me lleven venciendo a los jebuseos amorreos…”

Los heroicos ciudadanos no olvidaron los favores concedidos por su Patrona y fueron a visitarla en vistosas y dichosas romerías. Caballero anotó en su Diario. Sábado 23:“…Hoy subió el Cabildo secular en cuerpo hasta La Peña, la fiesta de Nuestra Señora (cosa no vista), en acción de gracias por la victoria...” Y El domingo 31 se lee: “… Hoy fue el presidente a La Peña a cumplir una promesa, con su familia…”

El presidente Antonio Nariño y Álvarez, un ex librero masón, llegó hasta al santuario acompañado de sus hijos para inclinarse ante la Reina del Cielo porque las tesis de su logia, El Arcano Sublime de la Filantropía, se habían convertido en puras bagatelas.

El primer intento por instaurar una república se extinguió y la novena a Nuestra Señora de la Peña fue reformada por su autor y reimpresa por Bruno Espinosa en 1814. En esa edición, en la lección histórica para el quinto día, se habla del favor recibido por los defensores del centralismo.

 “… A ellos se agrega el compendio de los muchos milagros en uno con la derrota de seis mil enemigos en San Victorino el día nueve de enero de este año de 1813 dispensada por Jesús, María y José, aunque algunos dicen que fue casualidad. Al principio de la aparición y traslación fue muy grande la devoción de los fieles; después se fue entibiando poco a poco; pero ya en estos tiempos se va restaurando de nuevo…”
El triunfo de los leales a sus devociones abrió el camino a la unidad institucional porque las anarquías de los memorialistas sólo atrajeron a las bayonetas de Juan Sámano. La cátedra de las sepulturas les avisó que habían perdido una oportunidad feliz de cambiar sin acudir al fratricidio.

Los jefes de la derrotada hueste bajaron la cabeza para no mostrar sus alevosías. Las almas soberbias necesitan un espacio limitado por la sombra para maquinar el desquite mezquino. La campaña del sur, liderada por un traductor convertido en precursor, sufrió un descalabro cruel. La venganza se infiltró en la retaguardia que cubría a los valientes Granaderos de Cundinamarca. La traición al general Nariño, en los ejidos de Pasto, le recordó a la naciente nación que Santafé había perdido su inocencia. (10 de mayo de 1814).

Sin embargo, la tradición mantuvo vivo el episodio de 1813. El Centro Mariano Nacional de Colombia conserva los nuevos ejemplares de la Novena en honor de Jesús, María y José en su advocación de la Peña. El material, editado por el reverendo padre Ricardo Struve, recuperó los textos escritos por Matallana porque la gesta de San Victorino la repiten los siglos con voz de titanes:

 “…Como la Reina, exaltada
Entre las hijas se ve,
La ciudad de Santa Fe
De bendiciones colmada
Con mil trabajos probada
De decirnos no se cansa.
En Jesús, María y José
Fundemos nuestra esperanza…”







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