jueves, 25 de octubre de 2012

Las 15 promesas de
la Santísima Virgen del Rosario


1.  Quien me sirviere, rezando diariamente mi Rosario, recibirá gracia especial.

2. Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente rezaren mi Rosario.

3. El Rosario será un escudo fortísimo contra el infierno, destruirá los vicios, librará de pecados y abatirá la herejía.

4. El Rosario hará germinar las virtudes y que las almas consigan copiosamente la misericordia divina; sustituirá en el corazón de los hombres, el amor de Dios al amor del mundo y los elevará a desear las cosas celestiales y eternas ¡Cuántas almas se santificarán por este medio!
     
5.  El alma que se encomienda por el Rosario no perecerá.

6. El que con devoción rezare mi Rosario mediante sus sagrados misterios, no se verá oprimido por la desgracia, ni morirá de muerte imprevista; se convertirá si es pecador; perseverará en la gracia, si es justo, en todo caso será admitido a la vida eterna.

7. Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin los auxilios de la Iglesia.

8. Quiero que todos los que rezan mi Rosario tengan en vida y en muerte la luz y plenitud de la gracia y sean participantes de los méritos de los bienaventurados del cielo.

9. Yo libro muy pronto del purgatorio a las almas devotas de mi Rosario.

10. Los devotos verdaderos de mi Rosario gozarán en el cielo de una gloria especial.

11. Todo cuanto se pidiere por medio del Rosario se alcanzará prontamente.

12. Socorreré en todas sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.

13. He conseguido de mi Hijo que todos los devotos del Rosario tengan en vida y en muerte como hermanos a todos los bienaventurados de la corte celestial.

14. Los que rezan diariamente mi Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos de mi Unigénito Jesús.          

15. La devoción del Santo Rosario es una señal segura de predestinación a la gloria.

Estas promesas fueron hechas por la Santísima Virgen al beato Alano de la  Roche, gran apóstol del Santo Rosario.

jueves, 18 de octubre de 2012

San Antonio María Claret, apóstol del Rosario Cordimariano

Fue sin duda san Antonio María Claret el más grande apóstol de María en el pasado siglo, y uno de los más grandes de todos los tiempos.

El M. R. P. Clemente Ramos C. M. F. ha podido escribir y publicar la primera parte de una bella y extensa obra titulada Un apóstol de María. Vida y escritos marianos de san Antonio María Claret. Editorial Coculsa, Madrid. 1954. 368 páginas.

Apóstol y propagandista del Rosario fue y esto por divina elección que de él hiciera la Santísima Virgen, como lo verá y apreciará quien siguiere leyendo.

Mas nos interesa otro punto. ¿Tuvo el santo noticia de las apariciones de Lourdes? Parece evidentemente que no. De haberla tenido, ante la gruta de Massabielle hubiera ido a postrarse una y varias veces a presentar sus respetos a la Madre de Dios. Habiendo acaecido las apariciones en 1858 tan sólo muchos años después comenzaron a divulgarse como ordinariamente sucede. En dicho año era el padre Claret Confesor de Isabel II de España.

No hay por tanto noticia de que el P. Claret llegara a tener conocimiento de los milagrosos sucesos de Lourdes.

Consta, en cambio, que el 14 de noviembre de 1868 visitaba la Iglesia de N. Señora de las Victorias de París, sede de la Archicofradía del Inmaculado Corazón de María, de la que había sido él el más insigne propagador en España. Pero si no tuvo noticia de las apariciones de Lourdes, sí al menos cumplió y propagó el mensaje mariano de las mismas: HACER PENITENCIA Y REZAR EL SANTO ROSARIO.

Lo primero lo practicó él de manera insigne a todo lo largo de la vida y lo recomendó a los fieles y de manera especial a sus misioneros, por encargo del mismo Jesucristo y de María.

Y del Rosario fue el apóstol más grande que haya tenido esta devoción en los últimos siglos y esto por divina elección y encargo de la Madre de Dios. Vamos precisamente a verlo en este capítulo inédito de una monografía titulada San Antonio María Claret apóstol del corazón de María que —con otras dos monografías claretianas— quizá logre ver la luz pública en el presente año mariano de Lourdes.

Al pedirnos el R. P. Struve —dignísimo y celosísimo Capellán del Santuario Nacional de Nuestra Señora de La Peña y fundador del Centro Mariano de Colombia— una colaboración para la revista que tiene a su cargo, no hemos dudado un momento en dar publicidad a este capítulo que pone de relieve el insigne marianismo del Arzobispo de Santiago de Cuba y Confesor de Isabel II, san Antonio María Claret.

I—El padre Claret, apóstol del Rosario

Fue san Antonio María Claret el moderno apóstol del Rosario y esto no por propia elección sino por voluntad del cielo, como se verá. En sus primeras devociones de niño estuvo la del Rosario, como afirma el santo en el capítulo VI de su Autobiografía (parte primera).

En el capítulo VII de la misma leernos: "Desde muy niño me dieron unas cuentas de rosario que lo agradecí muchísimo, como si fuera la adquisición del mayor tesoro, y con él rezaba con los demás niños de la escuela, que al salir de las clases por la tarde todos formados en dos filas, íbamos a la iglesia, que estaba cerca de allí, todos juntos y rezábamos una parte del Rosario, que dirigía el maestro. Siendo aún muy niño, encontré en mi casa un libro que se titulaba "El Roser", o el Rosal, en que estaban los misterios del Rosario, con estampas y explicaciones análogas. Aprendí por aquel libro el modo de rezar el Rosario con sus misterios, letanías y demás. Al advertirlo el maestro, quedó muy complacido y me hizo poner a su lado en la iglesia para que yo dirigiera el Rosario. Los demás muchachos mayorcitos al ver que con esto había caído en gracia del buen maestro, los aprendieron también, y en adelante fuimos alternando por semanas, de modo que todos aprendían y practicaban esta santísima devoción, que después de la Misa es la más provechosa.

Desde entonces, no sólo lo rezaba en la iglesia, sino también en casa todas las noches, como disponían mis padres. Cuando, concluidas las primeras letras, me pusieron fijo en el trabajo de la fábrica... entonces rezaba cada día tres partes, que también rezaban conmigo los demás trabajadores; yo dirigía y ellos respondían continuando el trabajo. Rezábamos una parte antes de las ocho de la mañana, y después se iban a almorzar; otra antes de las doce, en que iban a comer, y otra, antes de las nueve de la noche, en que iban a cenar" (1).

Poco más adelante nos narra cómo durante sus piadosas romerías con su hermana Rosa a la ermita de Nuestra Señora de Fussimaña, iban rezando el Rosario. Durante sus estudios eclesiásticos fue alistado en el Rosario Perpetuo, "cuya hora, dice, tengo en el día de san Pedro, 29 de junio, de una a dos de la tarde. En la ciudad de Vich fui alistado en la Cofradía del Rosario..." (2).

Nunca más descuidó Claret el rezo de esta "santísima devoción", antes le intensificó inscribiéndose en diversas cofradías y propagándolo durante sus ministerios sacerdotales. Para obligar, por así decirlo, a rezarlo, repartía miles de rosarios. En el tiempo de la predicación claretiana en Cataluña, seguía al misionero un joven llamado Miguel Iter, el cual guiaba un jumento cargado de propaganda religiosa y de los rosarios. El jumento se hizo famoso y la gente comenzó a llamarlo el burro de los rosarios.

Como arzobispo, aumentó, si cabe, su devoción y propaganda del Rosario. Durante la primera visita pastoral distribuyó gratuitamente 20.633 rosarios, mandó que se estableciera en todas las parroquias la Archicofradía del Rosario, etc.

Como confesor de Isabel II, introdujo en el palacio el rezo de esta devoción, de modo que todos los días los reyes, y sus camaristas y azafatas lo rezaban devotamente.

Tal, a grandes rasgos, la devoción del P. Claret al Rosario y la propaganda que de él hizo. Merecedor era, por tanto, de que el cielo lo escogiese para apóstol de la más bella de las devociones marianas. He aquí las divinas credenciales: "1858—En el día 9 del mismo mes (octubre), dice en la Autobiografía, a las cuatro de la madrugada, la Santísima Virgen me repitió lo que ya me había dicho otras veces: que yo había de ser el Domingo de estos tiempos en la propagación del Rosario" (3). Y añade: "Y luego escribí aquel librito que tanta aceptación ha tenido, singularmente en Segovia", y del cual se imprimieron en los años 1858-68, sesenta y tres mil cien ejemplares.

"En el día 27 de agosto de 1861, en la misma iglesia (del Rosario en la Granja), durante la bendición del Santísimo Sacramento que di después de la Misa, el Señor me hizo conocer los tres grandes males que amenazan a España, y son: el protestantismo, mejor la descatolización, la república y el comunismo. Para atajar a -estos tres males me dio a conocer que se habían de aplicar tres devociones: el Trisagio, el Santísimo Sacramento y el Rosario. El Trisagio rezándole cada día. El Santísimo Sacramento oyendo la Misa, recibiéndole con frecuencia y devotamente, sacramental y espiritualmente. El Rosario, (rezando) las tres partes cada día, o a lo menos una, meditando los misterios, aplicándolos a las costumbres propias" (4).

Y estas tres más que trae el Padre Ramos: "1867—El día 6 de diciembre. A las seis y tres cuartos de la tarde, la Santísima Virgen me dijo que yo había de propagar la devoción del Santísimo Rosario, como lo hizo el V. Alano de la Rupe. Dos veces me lo dijo, y luego Jesucristo me dijo: Sí, Antonio, haz lo que te dice mi Madre. A las siete del mismo día me dijo la Santísima Virgen: Sí, Antonio, yo lo quiero, yo lo quiero. Y luego Jesús me dijo: Ánimo, Antonio, ánimo".

"1867—El día 16 de diciembre. A las siete y media de la noche me sentí muy impulsado para propagar el Santísimo Rosario. Por la noche y mañana siguiente también.

"1868—Día 23 de enero. Me sentí muy movido para predicar y enseñar a rezar el Santísimo Rosario. I9 El modo común, una parte; 2° Los flacos un diez, como el Rosario Viviente; 39 Los más fervorosos, las tres partes" (5). ¡Tales son las divinas credenciales de Claret como Apóstol del Rosario! Hasta nueve fueron las divinas locuciones y encargos de propagarlo y ser su apóstol. Y tan a cabalidad cumplió su cometido, que la Santísima Virgen le concedió singulares gracias en capillas y altares del Rosario.

Así, una vez apareció el santo rodeado de resplandores cuando celebraba en el altar del Rosario en la población de Santa Eugenia, Berga. Las anteriores locuciones divinas le fueron hechas en la capilla del Rosario de la Granja; el inaudito y rarísimo privilegio de la conservación de las Especies Sacramentales en el pecho de una comunión a otra, concedido le fue durante su oración en la mencionada capilla del Rosario.

Su provisor en Cuba, don Juan Nepomuceno Lobo, asegura que varias veces se le debió de aparecer la Santísima Virgen y que una vez se encontró como extático y en profunda oración ante la imagen del Rosario que siempre llevaba consigo a las misiones.

Pero bueno será fijarnos en una particularidad: el Apóstol del siglo XIX daba a la más notable de las devociones marianas un matiz cordimariano, y esto es precisamente lo que pretendemos hacer resaltar en este capítulo. El P. fray Marceliano Llamera, O.P., publicó en la revista Estudios marianos (6), un extenso, interesante y documentado artículo intitulado "La devoción al Inmaculado Corazón de María y el Santísimo Rosario". En él el P. Llamera nos da una idea sobre ambas devociones, expone el valor y la conexión teológica que hay entre estas prácticas devotas y deduce algunas consecuencias de los principios sentados.

Como suponemos que todos los lectores tendrán una idea más o menos exacta de la esencia de las devociones al Rosario y al Corazón de María, veamos cómo prueba el padre Llamera el valor teológico de ambas devociones.
Dice que pora valorar teológicamente una devoción mariana debe examinarse, 1° Su valor latréutico; 2° Su valor hiperdúlico, y su valor santificador y salvífico. El ilustre dominico prueba plenísimamente el valor perdúlico, latréutico, santificador y salvífico de las devociones que nos ocupan. Una de tales pruebas son los frutos preciosos que producen, a saber: asemejan a las almas a Jesús y María; obtienen la gracia; acrecientan la fe, corroboran la esperanza y aumentan la caridad; aleccionan a las almas en las virtudes evangélicas y enseñan a orar como se debe. Todo esto lo desarrolla y prueba en las páginas 355-77.

¿Qué decir de la conexión teológica entre ambas devociones? Probado lo anterior, es decir, el valor latréutico, hiperdúlico, santificador y salvífico de estas dos prácticas, lógicamente debemos concluir que existe tal conexión entre las devociones al Rosario y al Inmaculado Corazón de María.

Fundado en esto asienta el P. Llamera cuatro proposiciones que prueba a cabalidad:

1—El Corazón de María debe ser centro o fin de la devoción mariana.

2—La devoción al Corazón de María debe informar a todas las marianas devociones.
3—El Rosario debe ser devoción cordimariana.
4—El Rosario debe ser devoción excelentísima.

Además de las razones intrínsecas que aduce el autor para fundamentar y probar estas proposiciones, expone o aduce otras que pudiéramos llamar de autoridad, firmísimas y de gran valor. Dos son estas externas comprobaciones:

1°—La autoridad y la práctica seguida por san Antonio María Claret.

2°—La autoridad de las apariciones de Fátima (en éstas se aparece la Santísima Virgen del Rosario y muestra su Corazón y recomienda ambas devociones a los videntes y a todo el mundo, junto con la práctica de los cinco primeros sábados de mes, íntimamente relacionados con ambas devociones).

El Apostolado de la Oración y Pío XII han hecho suyas las consignas de Fátima; también los autores afirman la conexión que existe entre ambas devociones, v. gr., el Excmo. P. Barbado, los PP. Nazario Pérez, Magñi y Toni, S. J., Juan de Oliveira y Manuel Cuervo, O.P., Narciso García G., Germán Puerto y Gonzalo Torres, C. M. F. A estos añadimos nosotros los PP. Luis Pujol y Félix Cruz Ugalde, C. M. F. (7),

II—El Padre Claret, apóstol del Rosario Cordimariano

Vengamos ya a nuestro tema. ¿Qué pensaba el P. Claret sobre la relación que existe entre ambas devociones? El mismo nos responde en su opúsculo El Santísimo Rosario: "13. ¿Tiene el Rosario especial relación con la devoción al Corazón de María? Sí, y especialísima; porque en los quince misterios nos invita a considerar los gozos, los dolores y las glorias del maternal Corazón de María, y a venerar todo el amor, las virtudes y las prerrogativas de la Santísima Virgen en los principales pasos de su vida".

Y el editor del opúsculo agrega: "Esta última relación entre ambas devociones la proclamó siempre el beato padre Claret, que difundía por igual una y otra y juntaba las cofradías de ambas para que sus socios pudieran disfrutar de los favores y privilegios de las dos asociaciones. Las revelaciones de Fátima, y la fórmula de consagración al Corazón de María compuesta por el Papa Pío XII han establecido definitivamente la conexión de ambas devociones" (8).

Dicho queda ya cómo según apreciación y práctica del padre Claret, la Archicofradía del Corazón de María se podía establecer en cualquiera parroquia, capilla o altar del Rosario o de otras advocaciones marianas, siempre que se añadieran algunas preces en honor del Inmaculado Corazón.  Manifestación muy decidora de la conexión que para Claret existía entre las devociones al Corazón de María y al Rosario, es que cuando carecía de imagen o cuadro del Inmaculado Corazón, aprovechaba el cuadro o imagen del Rosario al que hacía colocar un corazón en el pecho. Así lo practicó el primero de agosto de 1847 al establecer la Archicofradía en la iglesia de Santo Domingo de Vich (9). El 12 de octubre de 1851 la establecía en Puerto Príncipe, Cuba, en la iglesia de la Merced. Las señoras pidieron autorización para colocar en el pecho de la Virgen un corazón. No creemos difícil que esta imagen fuera del Rosario.

Al mandar el arzobispo a sus colaboradores de Cuba que establecieran en todas las parroquias la archicofradía, considerando que la falta de imágenes o cuadros del Inmaculado Corazón podría ser causa de la no instalación de la misma, hizo todo lo posible para que todas las parroquias tuvieran al menos un cuadro de la Virgen del Rosario con el corazón en el pecho. Tal vez sean estos cuadros a los que aludía el santo en carta a Caixal del 6 de abril de 1851: "He hallado, le dice, un pintor que pinta muy bien unos cuadros grandes de la Virgen con santo Domingo y santa Catalina, y los regalo a una parroquia en que fundó la Archicofradía del Rosario, después de la misión. La gente se aficiona mucho a esta devoción" (10).

El pintor de los citados cuadros era Cosme Vallejo. Algunos han creído que el citado cuadro fue copia de una visión del santo según instrucciones de este al pintor. Así se afirmó en El Iris de Paz, pág. 403. También trae esta versión el P. fray Paulino Álvarez, O.P., quien añade que tal visión dio origen a nuestro Instituto, afirmación que creemos gratuita y falsa.
Otros, entre ellos el M. R. P. Clemente Ramos (11), creen que no hubo tal visión.

En el cuadro de Vallejo, "aparece de pie con el Corazón manifiesto en el pecho, teniendo en el brazo izquierdo al Niño Jesús, que con su linda manecita entrega el Rosario a Santa Catalina, mientras Ella lo da con la diestra a santo Domingo de Guzmán. Lo mandó pintar (el padre Claret), para que, indistintamente, se expusiera en los altares de las Cofradías del Santísimo Rosario y del Corazón de María, que él (el Padre Claret), establecía en las parroquias de su archidiócesis de Cuba" (12).

Autor del diseño del cuadro sí es el P. Claret, como consta por la carta de Curríus a los señores Lavallée de París: "Les envío adjunta una estampita del Rosario, y Sagrado Corazón, para que manden grabarlo en grabado fino... en diferentes tamaños, de los cuales uno tendrá de 26 a 27 cm. de alto por 19 a 20 de ancho sin contar el marco...". Y en nota añadía: "Ya ven que la Virgen del Rosario tiene en el pecho pintado el Corazón con la espada, lo cual no pueden olvidar en todos sus grabados, pues este es el modelo que ha trazado nuestro dignísimo Arzobispo para los altares de la Cofradía del Rosario, a los que se ha agregado y fundado la Archicofradía del Santísimo e Inmaculado Corazón de María" (13).

En otra carta añadía: "Espero que a la mayor brevedad posible tenga la bondad de hacer dos imágenes de bulto para vestirlas, de dos palmas y medio, de nuestra Señora del Rosario, con el Corazón y el Niño Jesús, conforme a la adjunta que le mando por diseño" (14).

También mandó editar estampas del mismo cuadro para repartirlas en todas partes. En sus opúsculos aparece frecuentemente la imagen del Rosario con el Corazón en el pecho. También la imagen de la Medalla Milagrosa. Así aparece esta imagen en el librito de los Ejercicios espirituales que practica la Cofradía del Purísimo Corazón de María Santísima refugio de pecadores, publicado por la Librería Religiosa, en Barcelona en 1863, aunque no consta seguramente la intervención claretiana.

Léase el texto de una cédula de inscripción a varias cofradías: "Cédula para rezar el Rosario una hora en cada año. Día y hora señalada por mí... esclavo de María Santísima, en el día... de... desde las horas de la... hasta las de la... Además, me hago y me inscribo Cofrade del Santísimo Rosario e igualmente de la Archicofradía del Corazón de María por la conversión de los pecadores; me declaro individuo de la Sociedad de María contra la blasfemia y de la Sociedad contra los profanadores de los días festivos" (15). Tenemos-, pues, que Claret asoció siempre el rezo del santo Rosario a la devoción al Corazón de María. Así lo proclamaba en su opúsculo sobre el Santísimo Rosario, según anotamos anteriormente; así lo prueba la imagen del Rosario convertida, gracias a la colocación de un corazón en el pecho, en imagen del Corazón de María, grandemente propagada por el Arzobispo, máxime en Cuba; así lo demuestra la unión de las Cofradías del Rosario y del Corazón Inmaculado. Así demostraba prácticamente el P. Claret que el Rosario debe ser devoción cordimariana, y la principal de las cordimarianas devociones.

Nada más conforme a la realidad: los misterios de gozo, dolor y gloria repercutieron ante todo y principalísimamente en el Corazón de María.

Terminamos este punto con las palabras de El Iris de Paz: "El beato Claret (fue) inspirado vidente de los deseos y propósitos de la Virgen referentes al culto de su Corazón. Porque es muy seguro que el P. Claret, viendo honrada y aclamada a la Virgen de sus amores, viendo que el mundo entero, que ciudades y pueblos se le consagran, con aparato y pompa apoteósicos, sonriendo en lo íntimo de su alma, haya exclamado: ¡Bien, muy bien! Todo eso se merece la Virgen: eso y mucho más es debido a las bondades y grandezas de su Corazón Inmaculado.


Sin embargo, sombreada de tristeza su sonrisa, como la sonrisa de la blanca Virgen de Fátima, añadiría: Pero no es eso, el culto que pide la Virgen para su Corazón, en las apariciones de Portugal, ni tampoco el que por fundación y tradición han venido desarrollando las Cofradías del Corazón de María. ¿No es eso lo que el padre Claret enseñó y practicó enteramente acorde con lo que lustros más tarde, se ha dignado revelar la Virgen a los dichosos pastorcitos de Aljustrel? Según las manifestaciones de la Virgen, el culto que pide para su Corazón Inmaculado, para lograr la paz del mundo y ahuyentar la ira de Dios, es la comunión reparadora, el rezo del Rosario y la consagración. Exactamente lo que hace más de un siglo practicaba, recomendaba y divulgaba el Padre Claret, inspirado apóstol del Corazón de María...

La Virgen del Rosario con el Niño Jesús, que es la mayor gloria y el mejor ornamento de la Virgen, es la imagen del Corazón de María preferida por el P. Claret, juntando y complementando ambas devociones. Exactamente como lo quiere el Corazón de María de Fátima" (16).

(1)       Autobiografía, parte primera, c. VII, págs. 26-27. Madrid, 1915.
(2)       Ib., c. XI, página 46.
(3)       Ibídem, parte III, c. XVIII, páginas 220, 337, 305, 385 y 387.
(4)       Ibídem, pág. 224.
(5)       Un apóstol de María, ib., págs. 264-5.
(6)       Año IV, volumen IV, págs. 355-77. Madrid, 194».

(7) Cfr. El Corazón de María en los Misterios del Santo Rosario, Madrid, 1946. 205 páginas. Edit. Coculsa, y La Gran revelación del siglo veinte.

(8) Beato Antonio María Claret. El Santísimo Rosario. Nueva edición por el P. Gregorio Martínez de Antoñana, C. M. F. II, págs. 21-22. Editorial Coculsa, Madrid, 1945.

(9) La Cofradía del Rosario de Vich tenía cédula propia. El P. Claret la adicionó o aumentó o reformó incluyendo en ella cinco cédulas diferentes: la del Rosario Perpetuo, la de la Cofradía del Rosario, la de la Archicofradía del Corazón de María, la de la Sociedad de María Santísima contra la blasfemia y contra los profanadores del templo y de los días festivos. (Cfr. Boletín Interno de la Provincia Claretiana de Cataluña, números 67-9, pág. 55). Cuando la Archicofradía fue trasladada de la iglesia Santo Domingo a la de la Merced, se suprimió de la Cédula del Rosario lo añadido por el padre Claret
  
(10)     Un Apóstol de María, ibídem, pág. 268.
(11)     Ibídem, pág. 269.
(12)     El Milagro de Fátima, por el R. P. Gonzalo Torres, C. M. F., Cap. VI, pág. 83.Madrid, 1948, segunda edición.
(13)     Un Apóstol de María, ibídem, pág. 291. Currius, Epistolario, folio 28.
(14)     Estudios Marianos, ibídem, p. 392.
(15)     Un Apóstol de María, ib., p. 293.
(16)     El Iris de Paz, 1943, págs. 258-59.

P. Roberto María Tisnez Jaramillo, C. M. F.
Bogotá.

"Adiós, madre mía
Te voy a dejar,
Mi dulce María
No me has de olvidar.

Sin verte María
¿Cómo he de vivir?
Mejor me sería
A tus pies morir".

Coplas de los indios de Copacabana.
(Bolivia).


jueves, 11 de octubre de 2012

El Rosario en las Encíclicas de S. S. León XIII

I—Las Encíclicas Marianas de León XIII

A los cinco años de su coronación de Papa, León XIII publicó su primera Epístola encíclica Supremi Apostolatus (I) (1° de septiembre de 1883) sobre una cuestión que iba a ocuparlo hasta su último día: la devoción a la Santísima Virgen y el Santo Rosario, como oración que más le agrada a ella. “Nos, pues, que, aunque indigno, somos en la tierra vicario y lugarteniente de Jesucristo, Hijo de Dios, no cesaremos un instante, mientras nos quede un aliento de vida, de procurar se alabe a tan excelsa madre”, dice el Pontífice, genio en cuerpo frágil, a los 87 años de edad en la Encíclica Augustissimae Virginis (12 de septiembre de 1897). Frente a las grandes calamidades de su época que amenazan hasta los fundamentos de religión y moral, el papa León XIII ve el remedio contra ellas en “hacernos propicia, con la práctica de la religión y la piedad, a la gran Madre de Dios, la Virgen María, que es la que puede alcanzarnos la paz y dispensarnos las gracias celestiales… para ayudar con el socorro de su protección a los hombres que en medio de fatigas y peligros, se encaminan a la ciudad eterna”. Y año tras año publica sus epístolas encíclicas para fomentar la devoción a esta Madre de Dios a quien le da los títulos más inspirados de amor y veneración, y del Santo Rosario como oración más agradable a ella. Ocupa el segundo lugar en esta serie casi interrumpida de cartas apostólicas la Superiore anno del 30 de agosto de 1884 (II), el tercer lugar la Magnae Dei matris del 8 de septiembre de 1892 (III) (de este año en adelante no deja de oírse anualmente la voz papal sobre este tema), el cuarto lugar la Laetitiae sanctae del 8 de septiembre de 1893 (IV); el quinto lugar la Lucunda semper del 8 de septiembre de 1894 (V); el sexto lugar la Adjutricem populi del 5 de septiembre de 1895 (VI); el séptimo lugar la Fidentem piumque del 20 de septiembre de 1896 (VII); el octavo lugar la ya citada Augustissimae Virginis (VIII) y el noveno, por fin, la Diuturni temporis del 5 de septiembre de 1898 (IX). Le inspira en todas estas encíclicas su “santa piedad para con María, que, una vez que la mamamos casi con la leche, aumentó vigorosamente con la edad” (III) que “se ha hecho en Nos una dulce obligación” (IV) y Ella, le insiste, “como si oyésemos la propia voz de esta Madre amantísima decirnos: clama, ne cesses” (V) y lo obliga una y otra vez a tomar la pluma para aumentar el amor de los cristianos a la Madre de Dios. Con satisfacción puede exclamar: “Nos hemos consagrado no escasa parte de nuestros apostólicos trabajos a la difusión entre los fieles de aquella provechosa devoción (del Santo Rosario)” (VI) y en la última de estas cartas observa: “Preséntasenos el dulce recuerdo de la maternal protección de la augusta Reina del cielo…, y en el amor de esta tierna Madre, que hemos procurado asiduamente fomentar y aumentar de día en día, esperamos con toda certeza poder acabar tranquilamente nuestros días”. (IX).
Al leer una por una estas encíclicas, se nota claramente una profunda transformación ascética en el alma del gran Pontífice: la persecución de la Iglesia, las blasfemias contra Cristo mismo, los peligros para tantas almas, la desunión entre los cristianos, la soberbia de las logias, todo esto lo aflige profundamente y sólo con supremos esfuerzos conserva la fina diplomacia que lo rige en todas sus acciones; años más tarde estas encíclicas dejan transparentarse un espíritu sereno, dulce, y manso, acrisolado en el fuego de tantísimos sufrimientos; el supremo esfuerzo humano del principio, se ha convertido en un hábito sobrenatural de dulzura, conformidad y firme esperanza, el cual, sin duda alguna, es un beneficio de la Santísima Virgen, por el cual el Papa guarda “con sagrada piedad” el más “agradecido y fiel recuerdo” (IX). Se siente uno, en las últimas encíclicas marianas de León XIII, frente a una soberana mansedumbre y dulzura que parece ya copia exacta y auténtica de la del mismo Cristo, Hombre-Dios, y que despierta en el lector no sólo admiración, sino el más tierno amor a esta excelsa figura papal, amor que casi lo obliga a arrodillarse como lo hacemos al pie de nuestros santos ¡Qué tesoro incalculable, pues, este acervo de encíclicas marianas y dedicadas al Santo Rosario!


II—La naturaleza del Santo Rosario

De esta fuente inagotable de pensamientos, se puede sacar toda una teología del Santo Rosario tema de nuestro actual estudio. Empecemos con la investigación sobre su naturaleza.

En las primeras encíclicas, el Papa habla simplemente de “esta fórmula de orar” que “es sumamente agradable a la Virgen” (haec precandi formula) (I). En la cuarta encíclica leemos por primera vez, en lugar de las descripciones anteriores, una especie de definición del Rosario: “Se esforzarán por adquirir los bienes del alma que Nos hemos indicado; aquellos, sobre todo, que constituyen la razón de ser y, en algún modo, la esencia del Rosario” (IV). En la encíclica siguiente vuelve a este tópico: “Mientras más meditamos su naturaleza íntima, más se descubre y brilla a nuestros ojos la excelencia del Rosario y sus beneficios y más se fortifica… la esperanza de que nuestras exhortaciones tendrán este precioso resultado: mejor comprendida esta devoción y más conocida y practicada, adquirirá saludables desarrollos” (V). “Cualquiera que se penetre de la naturaleza del Rosario” (ibídem) descubrirá la eficacia de este modo de orar, dice el Papa, incitando a sus lectores, obispos, sacerdotes, fieles, a meditar sobre esta “naturaleza” del Rosario. En la séptima encíclica León XIII vuelve a hablar de la “fórmula de orar” del Rosario, pero muy encima del término “fórmula” aparece el otro de “naturaleza” (ratio Rosarii marialis). Esta propia Rosarií ratio (V) consiste en que el Santo Rosario “consta de dos partes bien distintas entre sí, pero íntimamente unidas sin embargo: la meditación de sus misterios y la oración vocal” (ibídem). Es esta en efecto la “naturaleza particular” del Santo Rosario. De ahí vienen sus ventajas, de ahí también, tomando en consideración la debilidad de la naturaleza del hombre, sus posibles defectos.

En cuanto al primer elemento, la meditación de los misterios, el Santo Rosario “exige, por parte del hombre, atención especialísima: no solamente exige que procure dirigir su espíritu hacia Dios, sino que se abisme en la meditación de lo que contempla, de suerte que saque de ella normas de bien vivir y alimento de su piedad” (ibídem). A esto ayuda el que el Santo Rosario presenta estos misterios “de tal suerte que se hallan al alcance de las inteligencias menos instruidas, pues no son dogmas de fe, principios doctrinales los que el Rosario propone a la meditación, sino más bien hechos visibles que se graban en la memoria, y estos hechos, presentados en sus circunstancias de lugar, de tiempo y de personas, se imprimen doblemente en el ánimo y le mueven con mayor eficacia. Cuando desde la infancia el alma se halla bien penetrada de esos misterios, basta su enunciación para que quien ore con algún fervor pueda recordarlos sin esfuerzos por un movimiento natural del pensamiento y el corazón, y recibir en abundancia, por el favor de María, el rocío de la gracia celestial” (ibídem). Las escenas que en el Santo Rosario sirven para la meditación, “se desarrollan con una fuerza de verdad casi dramática, con inmensa ventaja para nuestra piedad” (ibídem).

En cuanto al segundo elemento, o sea la oración vocal, se conecta íntimamente con el primer elemento en “quien ore con algún fervor”. “La emoción hace vibrar los labios siempre con la misma oración” (ibídem). El Papa llama esta oración vocal “maravillosamente adaptada” (apte concinens). “Comienza, desde luego, como es justo, por la oración dominical, la súplica a Nuestro Padre que está en los cielos. Apenas le hemos invocado en sublimes acentos, cuando desde su trono desciende nuestra oración y se dirige suplicante hacia María” (la salutación angélica repetida por decenas). “Esta misma salutación la repetimos con tanta frecuencia a María para que nuestra pobre y débil oración se penetre y fortifique de la confianza necesaria, suplicándole que ruegue a Dios por nosotros en nombre nuestro” (ibídem).

Se puede decir que el Santo Rosario se reza bien cuando sus dos elementos constitutivos (meditación y oración vocal), se conectan íntimamente, como debe ser: En la misma medida que se desconectan, se hace el Rosario pura oración labial y hasta mecánica e indigna. El Papa León XIII, evidentemente, no desconoce este peligro. Porque el que dice: “practicada (la devoción del Rosario) de tal suerte que procure a los fieles toda la fuerza y toda la virtud que en ella existen” dice también lo contrario o sea “no practicada de tal suerte”. En el caso positivo el Rosario es “manantial de numerosos bienes, no sólo para los individuos, sino también para todos los estados”. Sorprende que el Papa ve un elemento positivo en aquel que para muchos constituye el origen del peligro de un rezo superficial. “La fragilidad del espíritu es tal que la cosa más insignificante basta, en el curso de la oración para distraer de Dios y del objeto de sus devociones el pensamiento del que reza; empero, cualquiera que se penetre de la naturaleza del Rosario, apreciará en seguida cómo este modo de orar es eficaz para fijar el espíritu, para preservar el alma del embotamiento, y al mismo tiempo, para excitar en ella un dolor saludable de sus pecados y enderezarla y elevarla hacia el cielo” (ibídem).


III—Bellos ejemplos de meditación del Rosario.

Nos haríamos interminables si quisiéramos citar todos los ejemplos de meditación piadosa sobre los misterios del Rosario que trae León XIII en sus nueve Encíclicas. Baste con un ejemplo, pues el Pontífice, sabiendo que sus encíclicas por a través del ministerio episcopal y sacerdotal habrían de llegar hasta el alma más humilde entre los cristianos, da ejemplos de cómo debe meditarse el Santo Rosario.

“En primer término, se presentan los misterios gozosos. Pues el Hijo eterno de Dios se inclina hacía los hombres, hecho hombre, mas con el asentimiento de María, y concibiendo del Espíritu Santo; Juan entonces es santificado, en el seno maternal, con un privilegió insigne y adornado de gracias de elección para preparar los caminos del Señor; mas todos estos beneficios se deben a la salutación de María cuando visitó a su prima por inspiración del Espíritu divino. Viene, por fin, a este mundo el Cristo, la esperanza de las naciones, mas dado a luz por la Virgen; alrededor de su pobre cuna acuden los pastores y los magos, primicias de la fe, con santo apresuramiento, y encuentran al niño con María, su Madre. Y bien pronto Él, queriendo por una ceremonia pública ofrecerse como hostia a Dios, su Padre, se hace conducir al templo, y allí, por ministerio de su Madre, es presentado al Señor. Y María, en el misterio de Jesús, un instante perdido, aparece ansiosa, busca por todas partes a su Hijo y con qué júbilo le encuentra”.

Fácilmente se observa la orientación mariana de esta meditación: Jesús aparece en todos ellos, pero siempre interviene María y se lo recordamos con gratitud, y de ahí viene el que el Rosario sea tan sumamente agradable a la Virgen.

“El lenguaje de los misterios dolorosos es igualmente sublime. En el huerto de Getsemaní, donde Jesús tiene miedo, donde está triste hasta la muerte, y en el pretorio, donde es azotado, coronado de penetrantes espinas y condenado al último suplicio, no se ve a María, pero desde hace mucho tiempo ya conoce y sufre esos dolores. Pues cuando delante de Dios se inclina como su sierva para levantarse Madre de su Hijo y cuando Ella se consagra toda entera con Jesús en el templo, en ambas circunstancias se asocia, desde luego, a la dolorosa expiación de los crímenes del género humano; es, pues, imposible no verla participando con toda la fuerza de su alma las agonías infinitas de su Hijo y todos sus dolores. Por lo demás, en su presencia, ante sus ojos, debía cumplirse el divino sacrificio, cuya víctima había alimentado con su más pura sustancia. Este es el espectáculo más conmovedor de dichos misterios: de pie, junto a la cruz de Jesús, estaba María, su Madre, penetrada hacia nosotros de un amor inmenso que la hacía ser Madre de todos nosotros, ofreciendo Ella misma a su propio Hijo a la justicia de Dios y agonizando con su muerte en su alma, atravesada por una espada de dolor”.

“Imposible no verla participando”, estas palabras indican nuevamente la orientación de la meditación papal sobre el Rosario. Orientación esencialmente mariana.

IV—La complacencia de la Virgen en el Rosario.

La complacencia de la Virgen en el rezo del Rosario no radica primeramente en que le cantamos a Ella alabanzas, recordándole los misterios de la vida de Jesús en que Ella estaba interesada y participaba a toda hora. La intención de la Virgen es llevarnos a Jesús, y en cuanto el Santo Rosario cumple con esta tarea, le complace a Ella. “Fácil es comprender cuánto ha de complacerla vernos y oírnos tejer esta armoniosa corona de sus alabanzas. Pues rezando de este modo, damos a Dios y le deseamos la gloria que le es debida; buscamos únicamente el cumplimiento de su voluntad; celebramos su bondad y su munificencia dándole el nombre de Padre; y en nuestra indignidad, solicitamos de Él los más preciosos dones; todo esto complace sobremanera a María, y verdaderamente, mediante nuestra piedad, Ella engrandece al Señor” (V).



Viendo cumplida esta su intención de llevarnos a Jesús y al Padre eterno, hay otra razón que “hace que estas guirnaldas de oraciones sean más agradables a María y más dignas de recompensa a sus ojos. Pues cuando recorremos piadosamente la triple serie de los misterios, expresamos más vivamente nuestros sentimientos de gratitud hacia Ella, porque así declaramos que nunca nos cansamos de recordar los beneficios por los cuales Ella ha tomado parte en nuestra salvación con ternura sin límites. Y estos recuerdos tan grandes, repetidos tan frecuentemente en su presencia y celebrados con fervor, apenas podemos vislumbrar cómo llenarán su alma bienaventurada de alegría inexplicable en el lenguaje humano y de solicitud y caridad maternales” (V). “Es casi imposible decir cuan agradables le somos, pues cada vez le representamos el recuerdo de su sublime dignidad y de la redención del género humano, que por Ella comenzó Dios, y el lazo perpetuo y divino que la une a las alegrías y a los dolores, a los oprobios y a los triunfos de Cristo para la dirección y asistencia de los hombres por el camino de la eternidad” (III). “El oficio de Mediadora de la divina gracia que ejerce continuamente en nuestro favor delante del trono de Dios, no está quizás en ninguna parte mejor expresado que en el Rosario”. (V). El Santo Rosario da además a María la posibilidad de enseñar a sus hijos el amor a Dios, el valor de sus almas inmortales y la belleza de las virtudes. “El Rosario inunda el alma de los que le recitan devotamente de una dulzura piadosa, siempre nueva, produciéndoles la misma impresión y emoción como si estuvieran escuchando la propia voz de su misericordiosísima Madre, explicándoles estos misterios y dirigiéndoles saludables exhortaciones” (III). Porque es fácil que el hombre flaco desmaye “en la conciencia de su debilidad nativa”, “ante tan sublimes ejemplos dados por Cristo, Dios y hombre a la vez”, “he aquí que en su prudencia y bondad, Dios nos ha dado en María el modelo de todas las virtudes más a nuestro alcance. Al considerarla y contemplarla, nuestras almas no se sienten como agobiadas por el esplendor de la divinidad, sino al contrarío, atraídas por el parentesco de una naturaleza común, trabajan con más confianza en imitarla” (III).


V—Disposiciones exteriores del Papa sobre el Rosario.

El Sumo Pontífice consagró en su primera encíclica el mes de octubre al rezo del Santo Rosario. Pero en el fondo, quería que el rezo se volviera costumbre diaria en los individuos, familias y parroquias. “Hay que guardar o restaurar religiosamente una costumbre que estuvo en su vigor entre nuestros antepasados, cuando en las familias cristianas, lo mismo en las ciudades y en los campos, se tenía por inviolable, al caer el día, acudir de las fatigas del trabajo ante una imagen de la Virgen y pagarle alternativamente el tributo de la alabanza por medio del Rosario. Y Ella, complacida en extremo por este obsequio fiel y concorde, les asistía como una buena madre rodeada de sus hijos, derramando sobre ellos los dones de la paz familiar como anuncio de la paz celestial” (VII).

En las iglesias debía rezarse el Santo Rosario por las mañanas y por las tardes en el mes de octubre. En forma progresiva, el Pontífice obliga a las iglesias desde las catedrales hasta los oratorios, las dedicadas a la Virgen hasta luego las no dedicadas; desea que la costumbre se generalice lo más que se pueda. El rezo por las mañanas siempre ha suscitado, sobre todo entre los liturgistas extremos, dudas y discusiones acerca de la conveniencia de tal rezo durante la santa misa.

 En efecto, la primera encíclica contiene un término poco feliz, diciendo: “Deseamos, asimismo, que el pueblo concurra a estos ejercicios piadosos, y que, o se celebre en ellos el santo sacrificio de la misa, o se exponga el Santísimo Sacramento a la adoración de los fieles, y se les dé luego la bendición con el mismo” (I). Parece, en esta encíclica ordenarse en primer lugar el Santo Rosario, y que en este ejercicio se celebre la Santa Misa, como si fuera cosa de segundo lugar. Sin embargo, no tenían razón para estrechar las palabras los que quisieron entenderlas mal. Ellas no querían establecer rango ni orden, y en la segunda encíclica leemos: “Se recen diariamente al menos cinco decenas del Rosario y las letanías: si es por la mañana, se rezarán durante la misa… “como quien coloca el rezo en un tiempo disponible, en este caso, en un tiempo en que ya se fijó algún oficio sagrado, para la comunidad la Santa Misa. La discusión entre los muy observantes de la liturgia no ha cesado sin embargo hasta el presente día.

El Papa fijó también intenciones especiales por las cuales ofrecer el continuo y asiduo rezo del Santo Rosario. En las primeras encíclicas ordenó que se rezara porque la Iglesia pudiera vencer a los enemigos de la fe y de la moral, mas en las últimas, y sobre todo de la Adjutricem populi o sea de 1895 en adelante fija como intención principal la reunión de los cristianos disidentes a la verdadera Iglesia de Cristo. Desde el año de 1893 cuando el Papa aprovechó el Congreso Eucarístico en Jerusalén para la misma intención, la reunión de los cismáticos ocupó lugar de día en día más destacado en el corazón de León XIII.

Ricardo Struve Haker
Pbro.

jueves, 4 de octubre de 2012

Benedicto XIV y la fiesta del Santísimo Rosario

El 7 de octubre de 1571, primer domingo del mes, se dio el combate naval de Lepanto, siendo Papa S. Pío V, quien en el instante en que la armada cristiana había casi destruido la de los turcos, fue advertido de la victoria por revelación divina. Todo esto consta en el proceso de su beatificación y Nos mismo lo hemos expuesto en el compendio que sobre su vida, virtudes y milagros escribimos al final del primer tomo de la Canonización de los Santos.

San Pío V ordenó que se hiciera cada año conmemoración de Santa María de la Victoria, según dice el Martirologio: “El mismo día la conmemoración de Santa María de la Victoria, instituida por el Sumo Pontífice Pío V, debido a la insigne victoria que en combate marítimo obtuvieron los cristianos sobre los turcos por especial auxilio de la Madre de Dios”. Baronio en sus notas sobre esta victoria escribe: “La armada de los fieles, constituida por la alianza de nuestro Pontífice Pío V, del rey de España Felipe y de la ilustre Venecia alcanzó una victoria gloriosa y digna de eterna memoria al derrotar en las islas Equínades a los turcos, terribles enemigos del cristianismo habiendo capturado 180 trirremes y dispersado las demás.

Puesto que tan memorable victoria fue obtenida el primer domingo de octubre cuando las piadosas congregaciones del Rosario organizaban procesiones de oración, según su costumbre, de tal modo que se puede decir que alcanzaron la victoria por intercesión de la Santísima Virgen mediante tal devoción, por eso el S. Pontífice Gregorio XIII, para perpetua memoria de este hecho y para dar gracias a Dios y a la Santísima Virgen, decretó que en adelante se celebrara, de igual manera que las demás fiestas solemnes, la festividad del rosario el primer domingo de octubre; dispuso asimismo recitar el oficio doble mayor aumentado con nuevas lecciones pero solamente en los templos y capillas en que se hubiera erigido por lo menos un altar bajo la advocación del Rosario.

Se expidieron el 13 de abril de 1573 las Letras Apostólicas que se conservan en el Bulario Romano. Clemente X, movido por los ruegos de Mariana Reina de España, concedió que se celebrara la solemnidad del Rosario en España y sus colonias y que el oficio y la misa fueran dichos por los que están obligados a ello, aunque no hubiera ninguna capilla o altar dedicados al Rosario, según se deduce del Breve del 26 de septiembre de 1671. La Sagrada Congregación de Ritos extendió esta concesión a diversas ciudades y diócesis de Italia y otros países.

Bajo Inocencio XII pidió el emperador Leopoldo que el oficio y la misa de la fiesta del Rosario se extendieran a toda la Iglesia, pero el rescripto en que se satisfacían los ruegos de tan piadoso príncipe fue interceptado por la muerte del Pontífice antes de que lo aprobara, y careció por tanto de ejecución.

A Inocencio lo sucedió Clemente XI quien se abstuvo largo tiempo de aprobar el rescripto. Pero en 1716 el día de Santa María de las Nieves las tropas del emperador Carlos VI, derrotaron las huestes turcas cerca de Temesvar de Panonia, al mismo tiempo que los cofrades del Santo Rosario, reunidos en solemne procesión, imploraban a Dios que por intercesión de la Santísima Virgen reprimiera la acometida enemiga; y en los días siguientes por mandato del Sumo Pontífice se continuó rezando el Rosario; se obtuvo así que los turcos levantaran el sitio de Córcega en la octava de la Asunción, con lo cual el 3 de octubre de 1716 el Romano Pontífice aprobó el decreto por el que se establecía que se recitara en toda la Iglesia el oficio con rito doble mayor y se celebrara misa propia.

Este decreto fue impreso y se encuentra en la pág. 574 del Bulario de Clemente XI. Las segundas lecciones se tomaban entonces de un sermón de san Agustín acomodado a esta festividad. Sin embargo, no se hacía en ellas mención alguna de la institución del Rosario por lo cual bajo Benedicto XIII, habiéndose considerado maduramente este asunto en la Sagrada Congregación de Ritos, en la que desempeñábamos el Oficio de Promotor de la Fe, se editaron las nuevas lecciones del 2° Nocturno en las que se nos instruye sobre la institución del Rosario y su festividad, y sobre el oficio que se debe recitar en toda la Iglesia. Estas son, pues, las lecciones que se mandó recitar a cuantos deben rezar las horas canónicas.
Tomado de la Revista Regina Mundi