jueves, 29 de noviembre de 2012

“Adversus nolentes”

  
El espíritu combativo de san Cirilo de Alejandría está perfectamente expresado en el título del libro Adversus nolentes confiteri sanctam virginem esse Deiparam (Contra los que no quieren confesar que la Santísima Virgen es Madre de Dios) (en griego: theotokos). A la vez, este título revela la preocupación principal del santo, su Cristología y su Mariología, en las cuales ganó méritos extraordinarios.

La índole fuerte de luchador denodado parece haberle llegado por herencia familiar. Su tío Teófilo, patriarca de Alejandría (385-412) es conocido en la historia por lo intrépido e inconciliable de su carácter. Su memoria, antes, está oscurecida por la injusta persecución de san Juan Crisóstomo y caracterizada por la excesiva condenación de los adeptos de Orígenes, por la ciega destrucción de templos paganos a pesar de su gran mérito artístico y por su ambición de aumentar la importancia de su sede patriarcal, todas luchas en las cuales no revelaba mucho escrúpulo en la selección de los medios.

Habiendo sucedido a su tío Teófilo en 412, Cirilo, en los primeros años muestra los mismos defectos, pero él emprendió una enérgica lucha contra ellos y observamos a lo largo de su carrera episcopal una continua purificación de su alma, hasta que llegó a la cumbre de la santidad. Su principal historiador, Sócrates de Constantinopla, en todo caso, no está libre de prejuicios y desfigura sin duda hechos a su decir cometidos por Cirilo: el cierre de las iglesias de los noviciados, la expulsión de los judíos y sobre todo la cruel muerte de Hipatia, famosa filósofa griega de la Universidad de Alejandría, bajo los pies del populacho enardecido. Estos cuentos o tienen su explicación en provocaciones de sus adversarios o su gravedad por Io menos fue exagerada, y en el último y muy lamentable suceso, la culpa fue principalmente del prefecto romano Orestes, 415.


La misma energía le servía más tarde a Cirilo en su lucha contra Nestorio, hereje de su época. La claridad de sus opiniones dogmáticas y la fuerza inquebrantable de su carácter fueron las que llevaron a Cirilo a presidir el Concilio Ecuménico de Éfeso (431) entre 198 otros obispos católicos. Este Concilio reconoció a la Santísima Virgen María el título de theotokos (en castellano el verbo “parir” es intransitivo; traducimos, por tanto, “la que dio a luz a Dios”) contra Nestorio quien no admitía sino el título christotokos, respaldado por la famosa escuela de Antioquía. La gravedad de la lucha intelectual y disciplinaria se ve claramente al notar que casi 50 obispos, formados en el espíritu de Antioquía, estaban al borde del cisma. El que Cirilo, por un lado, defendiera, sin concesiones dogmáticas de ninguna clase, la ortodoxia católica acerca de la Madre de Dios, y que por otro lado, alcanzara después del Concilio a reducir y atraer al seno de la unidad de la Iglesia católica a estos obispos vacilantes, es una prueba más de su grande influencia y del éxito con que había llevado a cabo la lucha por suavizar su carácter fuerte y áspero.

Sus méritos de dogmático diáfano se aprecian al hacer un breve recuento del problema nestoriano: los sermones de Nestorio, patriarca de Constantinopla a donde el emperador Teodosio II lo había llamado en 428, sobre una unidad solamente moral entre Dios y hombre en Cristo causaron grandes escándalos entre las gentes cultas y humildes de la capital, pues todo el mundo estaba desde el Concilio de Nicea (325) acostumbrado a dar a la Virgen el título de “Madre de Dios”, precisamente con base en una unidad física entre los dos elementos constitutivos de Cristo, el divino y el humano. Los rumores de la excitación popular preocuparon pronto a la sede romana, a la corte imperial y al Patriarca Cirilo de Alejandría, cuyo genio dogmático se rebeló en seguida contra la innovación herética de Nestorio. Un sínodo romano que condenó la doctrina de Nestorio (430) y pastorales y epístolas dogmáticas de Cirilo debían haber convencido a Nestorio de su error, mas éste prosiguió en su predicación y buscó respaldo en sus amigos de Antioquía. El emperador al ver de golpe su imperio encendido en llamas de ardorosas luchas dogmáticas, convocó un Concilio Ecuménico que debía reunirse en junio de 431 en Éfeso. El papa Celestino I accedió a enviar al Concilio a sus legados. Pío XI nos describió el entusiasmo de las gentes de Éfeso al ver lograda la victoria sobre Nestorio, en la siguiente forma: “Tanta era la devoción del pueblo de Éfeso a la Madre de Dios, tan encendidamente la amaba, que cuando supo el fallo pronunciado por los Padres del Concilio, los aclamó con explosiones de alegría, y en ingente muchedumbre los acompañó con antorchas encendidas, hasta sus casas. Y, sin duda, la excelsa Madre de Dios, sonriendo amorosamente desde el cielo ante este maravilloso espectáculo, recompensó con su maternal afecto y poderosísimo auxilio a los hijos de Éfeso y a todos los fieles del orbe católico”. ¿Y a quién acaso más que a san Cirilo quien con sus exposiciones claras y decisivas, basadas en la tradición de los siglos anteriores, le había ganado, más que cualquiera, a la Madre de Dios el título de theotokos?

Relegado Nestorio por el emperador a su claustro de Antioquía, y después expulsado de allí a una parte remota de Egipto, la herejía sin embargo no murió, sino se ha conservado hasta hoy, en medio de persecuciones, con épocas de gran espíritu misional y otras de heroicos martirios (Segunda Guerra Mundial). Sólo una pequeña fracción de nestorianos, los cristianos caldeos, encontró el sendero real de la unión con Roma. Cirilo, el ver sobrevivir la herejía a pesar del Concilio, escribió su libro Adversus nolentes.

Los argumentos que usa en este escrito son los eternos de la Santa Madre Iglesia, pero todo lo que sale de la pluma de Cirilo en cuestiones dogmáticas (en exégesis, Cirilo parece regular y en estilística a veces malo), es claro, interesante, convincente y muchas veces aplastante, a pesar de que su terminología no podía ser todavía la clarísima que conocemos como fruto del Concilio Calcedonense. (451).

Según Nestorio, el Logos no era el sujeto de todos los actos en Cristo, de los divinos (milagros) y de los humanos (lágrimas), sino el sujeto de todos estos actos era el Cristo. Lo llevó a estos errores la escuela antioqueña que siempre tenía la idea de que Cristo, siendo pecable como todos los hombres, hubiera merecido por su lucha heroica contra las tentaciones y por su sagrada pasión, la posesión real de los atributos divinos. Acosado Nestorio por los ortodoxos, pretendía una unión entre los dos elementos, divino y humano, en Cristo, ni moral ni física, sino sui géneris que para el intelecto humano se perdiera en el crepúsculo del misterio; pero la Iglesia no podía seguirle en tales vaguedades, porque ella necesita una doctrina de términos claros, de una claridad meridiana que no se preste continuamente para novedosas interpretaciones, fuente eterna de herejías.

San Cirilo, a quien el papa Celestino I dio el título honorífico bonus fidei catholicae defensor, en cambio sostuvo la unidad física en la unión hipostática, habiendo una sola persona en Cristo, la segunda de la Santísima Trinidad, sujeto de todos los actos que observamos en Cristo. De esta doctrina, naturalmente, se deducía para la Virgen con absoluta necesidad de lógica el título de theotókos. Dice el obispo E. Seydl a este respecto: “Jamás ha querido sostener un cristiano la ridiculez de que María hubiera dado la vida a su Dios eterno, pero sí dio a luz a quien era Dios y hombre en una sola persona y en carne humana. El Hijo de Dios, generado por el Eterno Padre, desde eternidades, y Cristo, el hijo de Dios encarnado a quien María dio a luz en la gruta de Belén, no son dos personas solamente moralmente unidas, sino se trata de uno solo y María llegó a ser la madre humana de este Hijo de Dios. La segunda persona de la Santísima Trinidad aceptó en sus entrañas la naturaleza humana. El Logos no renunció por su encarnación a la filiación divina; siguió siendo Dios y el ser Dios es lo más sublime en Cristo, nacido de la Virgen; por lo cual, también es conveniente calificar y titular a su madre según el elemento más sublime en él y darle el nombre de theotókos. (Biblia y Liturgia, 1931, pág. 357).

La Iglesia reza con mucha gratitud en la fiesta de san Cirilo en el Misal: “Oh, Dios, que hicisteis a vuestro bienaventurado Confesor y Pontífice Cirilo invicto defensor de la divina maternidad de la beatísima Virgen María, concédenos por su intercesión que los que la creemos verdadera Madre de Dios, nos salvemos por su maternal protección”. También le dio a  san Cirilo en 1882 el título de doctor ecclesiae”.

Ricardo Struve Haker
Pbro.

“Pues no nació Jesucristo primeramente hombre vulgar de la santa Virgen, luego así descendió sobre Él el Verbo; sino se dice que el Verbo obtuvo la generación carnal del mismo vientre, hecho una sola cosa, es decir teniendo por propia la generación de su propia carne. Así los Santos Padres se atrevieron a llamar Madre de Dios a la santa Virgen”.

De la epístola II de san Cirilo a Nestorio,
leída y aprobada en el Concilio de Éfeso (431).


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