jueves, 20 de diciembre de 2012

La anunciación del Salvador

En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.

El ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: “¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor es contigo”.

Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.

Pero el ángel le dijo: “No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”.

María dijo al ángel: “¿Cómo puede ser eso, si yo no conozco varón?”

El ángel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque para Dios no hay nada imposible”.

María dijo entonces: “Yo soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y el ángel se alejó. (Lucas 1,26-38).

martes, 11 de diciembre de 2012

El pastorcito mentiroso

Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Miembro de Número de la Sociedad Mariológica Colombiana

El padre Alfonso Llano, S.J., en su columna titulada: “La infancia de Jesús”, publicada por el diario El Tiempo (11 24 2012), intentó, nuevamente, elevar la mentira al pedestal del escándalo cuando insistió en demostrar que Dios se equivocó al nacer de una Madre Virgen.

La aberración editorial, a la cual tiene derecho, no consiste en  ofender la moral nítida de los católicos ni su inteligencia superior. Lo molesto del asunto, motivo de una profunda vergüenza, es que exista un jesuita tan poco original. Él necesita anunciar sofismas tan conceptualmente desvencijados que fatigan por su hedentina perversa. El fenómeno de su calumnia es similar al vicio de los orates que escupen al sol porque les regala su luz edificante.

El ultraje no molesta a nadie porque produce el bostezo del hartazgo. Los impíos fueron los primeros en captar la tozudez del fenómeno mediático, manipulado para buscar ventas, y pidieron que el asunto se archivara bajo el peso de su propia diatriba biliosa.

La vaga sugestión intelectual, sonrojo vil de las mascaradas traidoras, hoy ni siquiera enardece los ánimos de los enemigos vitalicios del credo católico. Son más de dos milenios de infundio contra la Santísima Virgen María, Madre de Dios, y el buen padre se siente como el primer abanderado de esa cruzada acostumbrada a la tristeza temblorosa del Judas, apóstol sin misericordia.

El pecado del cura es la falta de autenticidad porque su tea oscura, dentro de una senda equivocada, no seduce a nadie. Su idolatría, por el estrépito de los conceptos sostenidos por las salivas ponzoñosas, sólo causa tedio.

Es sublime repetirle lo mismo al padre Llano: “su columna, generosa en quimeras, impresiones soberbias, ensayos de penumbra y fanatismo en floración está prohibida en mi familia de pecadores porque lo imprime su mentira”.

La severa indomabilidad del fraude conceptual, con su profundo disfraz disociador, regresó para confesar la apostasía. La  violación íntima al Dogma de la Inmaculada Concepción por un sacerdote se convierte en un oficio de laberintos y tremendos rincones donde la trasparencia de su ceguera se vuelve opaca.

La marcada huella tenebrosa de su pensamiento, abandonada por la Historia, reclama un escenario neutral para que su postura sea deslumbrada por la elemental lógica de la realidad.

El reto es pasar las ideas sugestivas de la emoción, engañada bajo la autoridad del ministro, por el tamiz de una lógica simple.

Si las tesis incendiarias del padre Llano, S.J., tuvieran un exuberante átomo de mínima verdad la Santa Sede habría cerrado las puertas de la iglesia de San Pedro en el Estado Vaticano. La  Congregación para la Doctrina de la Fe y los sabuesos de Dios habrían quemado los Santos Evangelios con feroz sevicia medieval. El Código da Vinci sería el manual de instrucción de la nueva humanidad sin el amor del Omnipotente.

En síntesis, la Biblioteca Mariana de la Peña lo aguarda con más de 4.000 volúmenes repletos de razones para recordarle que: “…Pues el Señor mismo les va a dar una señal: La Virgen está en encinta y va a tener un hijo al que pondrá por nombre Emmanuel…”  Isaías 7,14., profecía que se cumple en el saludo mesiánico “… ¡Salve, llena de gracia! El señor es contigo…” Lucas 1:26,28

Pero olvidada que usted, padre Llano, está por encima de la palabra de Dios porque las citas del Evangelio se las tragó un pastorcito mentiroso mientras predicaba el conjuro de sus herejías.

jueves, 6 de diciembre de 2012

María, mi madre

Por Germán Leonardo Fernández P.

A veces pareciera difícil establecer aparentes límites sobre la conexión entre la humanidad y la Santísima Virgen. El supuesto baturrillo entre el dogma de la adoración y la veneración, parece ser in entendible para muchos. La crítica marginal que sin reflexión niega la condición extraordinaria de Nuestra Señora, busca confusiones inexistentes. Para mí, como sencillo católico, sin dejar de observar las normas de mi credo, no hay mejor territorio que el testimonio de mi relación con la Madre de Dios y madre mía, para abordar cualquier disertación.

Un solo Dios Todopoderoso, consolidado en la compleja y a la vez magnífica figura de la Santísima Trinidad, que nos revela todo su inmensidad y ejemplo-enseñanza de vida a través de Jesucristo; que nos desborda su amor y entendimiento por medio del Espíritu Santo, y nos trasmite su ley inconmensurable desde su propia esencia sempiterna, no tiene obra más maravillosa, para los hombres, que haber puesto en nuestros caminos a una Madre generosa, piadosa, justa, oportuna, bondadosa e indeciblemente protectora y guía. Nada mejor que aquella a la que hizo su propia Madre, en el sentido más amplio de lo que este concepto puede sentirse, verse y entenderse, a lo largo, ancho, complejo y simple de las obras de Dios en el universo conocido. 

La ubicuidad de Dios se hace patente en la Santísima Virgen. Ella no le sustituye de ninguna manera, pero sí es la muestra de su amor al hombre. Es la garantía de su conexión inmarcesible con nosotros.

Al mismo tiempo es una forma dulce del entendimiento del mundo divino por parte de los hombres. Para nuestra frágil capacidad, que aún hoy incluso después de inventar la célula artificial o el nanotubo de carbono, no nos permite verter el agua del mar en un pequeño hoyo en la arena, la presencia conmovedora de la Virgen María nos hace digerible la inmensidad de Nuestro Señor a través de Ella, como recurso primario para nuestra alabanza, obediencia y gloria de y hacia Nuestro Señor. Nada más comprensible que la inmensidad de la “madre, la mamá”, para un hombre o una mujer. Ese término sin límites en el amor, en el cuidado, la entrega, la ayuda. Es la brújula para el camino.

En los más grandes y simbólicos escenarios humanos, como New York o París, hay, en sus templos principales, espacios magníficos dedicados a Nuestra Señora. En la famosa catedral de San Patricio, ahí en frente del Centro Rockefeller, se guarda en su ala derecha una magnifica imagen de la advocación de Guadalupe, donde la multitud multiétnica que inunda esta ciudad, se pliega a la bondad expresada por nuestra protectora. A unas cuadras de allí, en la calle 46, entre Sexta y Quinta Avenida, está la iglesia que lleva el nombre de la Madre de Dios, y su imagen proveniente de todas partes del mundo se entrelaza armoniosamente con los visitantes, sin importar su origen.

En la legendaria París, la iglesia de Nuestra Señora a orillas de Sena, nos recuerda la historia de nuestra relación con Ella. Y allí también lo devotos y los curiosos, se sobrecogen ante la presencia de María Santísima.

Pero lo que se muestra en uno y en otro lugar es el vínculo con lo maternal de su imagen y su mensaje. No importa de donde se viene o dónde se va. No genera ningún cambio si es el indígena Juan Diego, o el aristócrata de cualquier Mariofanía… lo único que vale es que en la tristeza, en la necesidad, en la alegría y en el agradecimiento, en cualquier rincón del mundo, tenemos una madre santa a la que podemos correr sin miramientos, con gozo o fe, para que nos acoja en su canto, como sólo una verdadera madre puede hacerlo para fundirse en el amor con sus hijos.

La imagen no puede ser más bella: el niño pequeño, de pasos cortos, corriendo con una emoción indescriptible a los brazos de Mamá, de esa madre adoradora y buena, que siempre tiene una palabra para aliviar, o alegrase con nosotros…  Así es la conexión de los mortales con la Santísima Virgen. Cuando nos damos a la dicha del Rosario, bien rezado, nos abrazamos con fuerza a la generosa intercesión de ella ante Nuestro Señor. Honramos los misterios de nuestra salvación a través del diálogo y la hiperdulía con las más misericorde obra de Dios, María Nuestra Madre Santísima.  

Cuando en las letanías la nombramos Puerta de Cielo, todo queda disipado. No hay que llamarse a confusiones o discusiones inertes. Es el camino del amor de Dios, traducido en la imagen femenina de la madre, la que nos toma de la mano, toca a las puertas del Reino, para que vivamos en el ejemplo de Cristo y podamos reencontrarnos cada día con la dicha de estar en la gracia de Dios.

Gracias, María.