martes, 27 de marzo de 2012

María, la omnipotencia suplicante

Por P. Ricardo Struve Haker
Fundador de la Sociedad Mariológica Colombiana

El pueblo católico, por lo general, no se hace pensamientos sobre el modo y la posibilidad de cómo miles y miles de súplicas, dirigidas desde todos los rincones de esta tierra a la Santísima Virgen en los cielos, pueden ser atendidas con cariño maternal y verdadera efectividad por parte de Ella. Esta verdad consoladora, la gente sencilla y aún católica de cierta cultura religiosa la “creen” simplemente, es decir, la aceptan con fe ciega, porque así la Iglesia la predica y propone. El que muchas de estas súplicas no sean oídas o cumplidas, nunca se achaca a una incapacidad de la Virgen de atender a todos sus hijos, sino los cristianos, con admirable resignación, se consuelan con que Dios no lo quiso o no lo permitió. En todo caso, la gloria de la Virgen nunca sufre menoscabo por tales casos negativos, sino la expresión del Memorare sigue en pie firme en el sentido de que nunca jamás se ha oído que la Virgen no hubiera atendido alguna súplica de los mortales.

El hombre de poca fe, al contrario, el meticuloso o el incrédulo se preguntan con serias dudas acerca de la posibilidad y del modo como la Virgen pueda oír tantas súplicas a la misma hora. Como sus opiniones no tienen por punto de salida una fe ciega, sino se apoyan en un intelecto limitado, rebelde y abandonado a sí mismo sin que goce de las luces de la fe, ellos tratan a lo mejor explicarse el problema con analogías naturales y llegan a creer que a la Virgen le deben “zumbar los oídos” de tantas peticiones y que debe sentir afanes indecibles en su corazón para atender miles de asuntos en el mismo momento. Como quien pensara en el famoso César, capaz, según se relata, de dictar a la vez a seis secretarios cartas importantísimas, o como quien pensara en una madre antioqueña que, aunque con confusión y cansancio, alcanza a atender con cariño maternal a quince o veinte hijos a la vez, o quien otro pensara en aquellos famosos ajedrecistas quienes a la vez pueden atender a ciegas hasta 40 partidas del juego real, perdiendo sólo una o pocas partidas, mientras ganan todas las demás por medio de esta asombrosa facultad de memoria y concentración. Es claro que de las habilidades del puro campo natural no llegamos nunca a una perfecta comprensión del problema, porque éste pertenece al mundo sobrenatural y no admite analogías de tanta imperfección de las puras esferas naturales.

Exponemos, con criterio humilde y creyente, para mayor gloria de Dios, como autor de estas maravillas, y de la Virgen, objeto de tales predilecciones del Eterno Padre, la doctrina católica que da el fondo preciso para una fe perfecta y una comprensión, en la medida de lo posible, de esta verdad consoladora de que cada uno de los mortales con fundada confianza puede dirigirse a la Santísima Virgen en los cielos, como si, fuera de él, nadie más le hablara en ese momento y como si la Virgen lo atendiera a él solo como en “audiencia privada”, con maternal ternura y efectividad.
I

Conocer las inquietudes y angustias de los mortales se logra en este mundo por medio de un acto cognoscitivo. Este acto lo realiza el hombre en esta vida por medio de las impresiones (imágenes impresas) que reciben sus sentidos desde los objetos exteriores, y por la elaboración de conceptos generales y espirituales en su capacidad intelectual. En un caso concreto, un padre de familia se da cuenta del llanto de sus hijos, de las causas y del significado de éste, por medio de sus sentidos (ojo, oído, etc.), y con base en estas percepciones, usando material anteriormente adquirido y almacenado en la memoria, usando de su fantasía explicativa y coordinando finalmente esfuerzos de su voluntad paternal con los resultados de sus pensamientos, busca el remedio para el dolor de sus hijos. Este proceso, a pesar de que en la práctica se realiza con una velocidad asombrosa, es en el fondo, a causa de los diversos factores que en él intervienen, bastante complicado. Sobre todo es un proceso “mediato” en que intervienen imágenes tomadas por los sentidos humanos de los objetos y la abstracción como trabajo intelectual del hombre, de modo que a la vez es un proceso “abstractico” (y en la mayoría de los casos, no intuitivo). Como la fuerza humana para la realización de tales trabajos es bastante reducida, sobre todo en el aspecto de una posible simultaneidad, el hombre, por lo general no es capaz de ejecutar varios de estos actos sobre distintos tópicos, en un solo momento. Los ejemplos de capacidad humana simultánea, anteriormente citados, (madre antioqueña, ajedrecistas) son realmente cumbres de excepción, fruto a veces de larga práctica y ejercicios. En el fondo, el hombre no atiende bien sino un solo asunto en un mismo momento; impresiones accidentales, no intencionadas (distracciones) suelen tener por efecto el de reducir el resultado en la acción principal y traer, por lo tanto, errores. Este modo de conocer, lo emplea el hombre en esta tierra frente a todos los objetos; hasta la misma realidad de Dios la conocemos, si no es por medio de la fe, por medio del mismo sistema cognoscitivo. Nos valemos para tal conocimiento, como lo dice el apóstol san Pablo y el prefacio de la Navidad, de impresiones sensitivas procedentes de las obras y criaturas de Dios; sobre ellas trabajamos con abstracción y conclusión lógica, de un modo mediato y no inmediato, abstracto y no intuitivo.

Estos límites del conocimiento natural no se destruyen por la influencia de la gracia sobrenatural en los cristianos. Gratia supponit naturam. Adhiriéndose a lo espiritual del hombre, en sus más íntimas entrañas del alma, la gracia influye como santificante en la elevación de todos los actos humanos a una esfera de vida sobrenatural, de merecimiento valedero para la eternidad, y como gracia actual en la estimulación de los mismos actos en dirección a la gracia santificante duradera y como preparación para su recepción. Aún en posesión de la gracia santificante, el hombre conoce y quiere, por lo general (en la alta mística hay fenómenos distintos), como antes; sus funciones naturales no se alteran en su desarrollo, sino sólo en su valor meritorio. Es cierto que por voluntad de Dios ha habido santos que vencieron las barreras del tiempo y del lugar, que vieron en los ratos de éxtasis cosas que el ojo humano natural no puede descubrir ni su boca expresar. Pero, fuera de tales casos excepcionales, la gracia santificante procede conforme a las leyes naturales, ya que se vale de instrumento del intelecto humano no violado.

Cosa muy distinta sucede una vez que la criatura entre en la luz de la eterna gloria. El hombre es llamado para ver después de esta vida a su Dios de una manera distinta, inmediata, tal como Dios se ve a sí mismo, y a gozar en esa visión beatífica de la eterna hermosura, perfección y felicidad divinas. Esta visión beatífica es la forma más sublime de conocer la realidad suprema de Dios y con ella se llena la capacidad cognoscitiva de la criatura humana. Como a la vez produce el amor más encendido en las criaturas, la visión beatífica significa al mismo tiempo la bienaventuranza más completa de que la criatura humana es capaz y la deifica, por decirlo así, en la forma y grado más altos por medio de semejanzas infundidas en el alma.

Esta visión se realizará sin intervención alguna del ojo sensual del hombre, porque Dios es espíritu puro y simple. Mas a pesar de que la visión beatífica representa la forma más sublime del conocimiento de Dios para la criatura humana, no la lleva a una comprensión absolutamente perfecta y completa, simplemente porque para ello sólo el espíritu divino mismo es capacitado.

Tiene esta visión además carácter enteramente sobrenatural, lo que quiere decir que para ninguna criatura de Dios sería posible (ni mucho menos debida) si tal criatura, ángel, u hombre, no fuera dispuesta para ella por una capacidad nueva, capacidad que el alma recibe precisamente en el acto de su beatificación, de su entrada en la luz de la gloria eterna. Entre el ojo espiritual del hombre y la incomprensibilidad para él de su Ser divino, inmaterial y simple, existe una aún mayor distancia como la que existe entre el ojo sensible del hombre en esta tierra y algo espiritual, como por ejemplo su propia alma. El hombre, con su ojo u oído o tacto natural, sensible, no puede ver lo que es espiritual; mucho menos podrá ver su ojo espiritual a Dios como esse subsistens. Mas como entre el espíritu del hombre y el Dios increado, existe por lo menos cierta “semejanza” u homogeneidad, ya que el hombre fue creado a la imagen de Dios, el espíritu humano sí es capaz de recibir, cuando se le infunden nuevas gracias espirituales, nuevas fuerzas y capacidades que lo exalten en una forma tal que resulte capaz, por tal regalo y bajo la luz de gloria, como suelen llamarla, de mirar a Dios de una nueva manera, intuitiva esta vez (ya no abstractiva), clara esta vez (ya no oscura), distinta esta vez (ya no confusa) y finalmente inmediata esta vez (ya no mediata como aquí en la tierra). El efecto de esta infundida “luz de la gloria” es doble, primero, ella asemeja el intelecto y conocimiento humanos al divino, lo “deifica”, lo hace más simple y fino, y segundo, ella establece entre la capacidad cognoscitiva del hombre y su nuevo objeto directo, Dios, una relación parecida a la que existe entre el mismo intelecto divino y la esencia divina. Es decir, el nuevo objeto cognoscitivo estará íntimamente presente en la misma capacidad cognoscitiva del hombre y ya no viene desde afuera, como en esta tierra donde todos los conocimientos humanos empezaron desde afuera del intelecto, venciendo distancias desde el objeto hasta el intelecto humano, en calidad de “imágenes transmitidas”, expresión de las filosofías más antiguas y no superadas o refutadas en las épocas modernas, ni aún en una época que conoció la maravilla de la televisión. En el cielo, ninguna imagen impresa del objeto divino, de Dios, será como un puente para el conocimiento humano frente a su objeto que será conocido, hace bienaventurado y enciende en amor abrasador, sino la misma substancia divina fructifica e informa al intelecto humano, elevado y beatificado por la gracia nueva de la luz de la gloria.

II

Conforme al dogma, los bienaventurados ven al Dios uno y trino, tal como es en sí mismo, y tal como por lo tanto, Él se ve a sí mismo, es decir con su divina esencia, sus divinas perfecciones, las procesiones dentro de la Santísima Trinidad, porque en Dios no existe ninguna diferencia real y formal entre esencia, cualidades y personas. Esta visión representa el objeto primario de la felicidad de las criaturas una vez que se hayan unido eternamente con Él en el cielo.

Pero con esta visión se conectan otros objetos que los teólogos llaman secundarios de la visión beatífica y que los bienaventurados ven dentro de la esencia misma de Dios, dentro del Logos divino, por medio de las especias adquiridas en esta vida por los hombres y actualizadas por Dios en la vida eterna o por nuevas especies infundidas en el alma para tal fin cognoscitivo. Los beatos, en primer lugar, conocen a Dios como modelo y ejemplo de un sinnúmero de creaturas “posibles”.

Creen los teólogos que estos conocimientos sean distintos en los diversos hombres y que unos conocen unas, otros otras cosas posibles en concreto, de modo que su felicidad, siendo distinta según sus méritos adquiridos en su vida terrenal, es distintamente rica en tales conocimientos secundarios.

En cuanto a las cosas, no posibles, sino “reales”, dicen los teólogos de modo uniforme que sólo el alma humana de Cristo tiene un conocimiento ilimitado de todas las cosas reales del pasado, presente y futuro. A los demás beatos les es propio un grado distinto y una cantidad diversa de tales conocimientos secundarios de cosas reales. Como razón de tal diferencia indican ellos derechos distintos e intereses justos que hagan o no hagan convenientes para ellos tales conocimientos. Ven, en Dios, de las cosas reales los misterios de la fe, en este mundo todavía envueltos en oscuridades; la economía divina de gracias tantas veces incomprensible en esta tierra; la relación entre uno y otro de los principales misterios de la fe, su belleza y verdad; y a la vez contemplan al Hijo Divino y a su bendita Madre. Comprenden, tardíamente, la eficacia y los misterios de la gracia divina en el desarrollo de su propia vida terrenal, la abundancia del amor divino sobre sus destinos, como también las penas de los condenados, en mayor o menor escala de conocimientos, según las justas conveniencias de tal saber.

Finalmente, dentro del espejo de la esencia divina, los beatos ven, en un reflejo enormemente amplio, el mundo actual, todas las criaturas de Dios desde las más sencillas hasta las más nobles, desde la realidad del cielo y de sus habitantes, los astros y mundos enteros hasta la tierra con los hombres en sus carreras naturales y sobrenaturales, virtuosas o viciosas y la mano de la Divina Providencia sobre ellos.

Como último objeto secundario, percibido por los beatos en el espejo de la esencia divina, los teólogos indican la veneración que se les tributa por parte de los cristianos miembros de las iglesias militante y purgante.

Nosotros escasamente somos capaces de hacernos una idea en nuestra mente que raciocina y comprende paso por paso los objetos propuestos, de la multitud y a la vez simplicidad de los conocimientos otorgados a los beatos dentro de aquella visión beatífica que tienen del Dios inmaterial y simple. Nos imaginamos que ellos vean tantos objetos en la misma forma que nosotros en la tierra, dando vuelta hacia este o aquel objeto para tomarlo mejor en observación, mientras en verdad ellos ven todo el conjunto sin perturbación alguna en el espejo de la esencia divina, como si uno viera toda una inmensa escena de un teatro mundial reducida en una reproducción que se alcanza a abarcar con una sola mirada. Dentro de esta visión beatífica, todo lo que en nuestros conocimientos terrenales parecía cualidad distinta como color, sonido, olor, lenguaje, palabra, suspiro, llanto, lágrima, júbilo de alegría, todo eso forma un solo objeto de conocimiento para ellos en un solo acto de mirar y por esto no trae, como para nuestra mente actual, zozobra, afanes y confusión, sino todo se realiza con grandísima serenidad y simplificación en el mirar, contemplar, pensar y querer. De ahí que los beatos, al mirar la alegría y los llantos de sus seres queridos todavía vivos en la tierra, no reaccionan como nosotros que corremos afanadamente por los remedios, que nos enternecemos por la amargura y desgracia de un ser querido, sino ellos se dirigen dentro de la visión beatífica nuevamente a Dios, en el cual sienten y ven, para ofrecerle con sus actos de amor purificado también sus súplicas en favor de aquellos mortales. Absolutamente conformes como están con la voluntad divina, es decir, incapaces siquiera de disentir de la sabiduría y Providencia divinas, no piden sino lo que cuadre dentro de los planes de ella. Y en el mismo corazón de Dios ven continuamente el obrar y la suerte de los mortales como en una película continua y observan con alegría, gratitud y conformidad perfecta el remedio que la Providencia divina, aceptando bondadosamente su intercesión, pusiera en su caso concreto a los destinos de sus seres queridos.

III

Dentro de lo expuesto, con base en los mejores autores, parecía ya a cada paso esbozada la posición de la Santísima Virgen en el cielo. Si la luz de la gloria corresponde a la medida de la gracia traída a las puertas del cielo y a la de los méritos que acompañan al cristiano en su paso de la vida a la muerte, ¡Cuán grande no será la luz de la gloria infundida por el Padre Eterno, el Hijo Divino y el Espíritu Santo en el alma de María en el momento en que Ella entraba en el cielo y en que su alma se unía por la visión beatífica con el mismo Dios, su Hacedor!

Si la semejanza y la unión con Dios son la condición para una mayor o menor posibilidad de la criatura para ver a Dios en Él mismo, ¡cuán grande no será la visión, cuán clara, profunda y amplia no será la visión beatífica que tiene María en el cielo, del mismo Dios trino, y la mutua penetración de su intelecto con el Divino!

Si la interna presencia de Dios en el alma es la condición para su visión amplísima y goce ilimitado ¡cuáles no serán la visión y el goce de la Virgen en el cielo!

Si la visión más o menos profunda de la esencia divina será la medida para la amplitud del conocimiento de objetos secundarios de esta misma visión ¡cuánto no verá la Santísima Virgen en el espejo del corazón de Dios Padre!

Si la posición individual o social y ésta de mayor o menor importancia y envergadura tal como la ha tenido una persona humana en esta tierra, son decisivas para el cúmulo más o menos grande de conocimientos de objetos secundarios que esta misma creatura observa concretamente en el corazón divino ¡cuánto no verá la Virgen en este corazón de Dios, ya que Ella fue, por la misma voluntad de Dios, el ser de quien dependía la encarnación del Hijo Divino, el ser que fue el más bendito entre todas las criaturas humanas, la Corredentora de Jesús y la medianera universal de toda la humanidad!

Si estas posiciones son de carácter universal, por la misma voluntad de Dios, ¿no deben corresponderles a ellas conocimientos igualmente universales que le hagan a la Virgen posible la fiel y amorosa administración de tales encargos?

Si son los intereses justos de una madre de familia o el rey de un país los que deciden, según los teólogos, la menor o mayor cantidad de objetos secundarios conocidos por los beatos ¡qué decir de los justísimos intereses que tiene María en la suerte de sus hijos mortales y que le dan el título justísimo de conocer a fondo y en todos sus detalles las amarguras de sus hijos que lloran todavía en este valle de lágrimas!

Anclada su posición de medianera en la misma voluntad de Dios, a la que ella, por boca del ángel hizo saber su prontitud de prestarse y de cooperar al plan divino ¿no debe creerse que el mismo Dios inundará después en el cielo su alma con los conocimientos que le hicieran posible ser verdadera y efectiva medianera de los redimidos?

En efecto, lejos de encontrar algo infundado, incomprensible o exagerado en la sencilla creencia del pueblo de que María sabe, oye y puede todo, la dogmática antes respalda todo este creer con toda una gama de sólidos argumentos y pone valla y límite a cualquiera duda o restricción meticulosa de los conocimientos y poderes de la Virgen Santísima en cuanto a las necesidades y angustias de sus hijos. Lejos de dar base a una duda, la dogmática antes anima a todos los cristianos a una confianza cada día mayor en la Madre de Jesús, y la llama con sobrada razón la Omnipotencia Suplicante. Lo que sí parece necesario destacar con toda claridad, es que los cristianos deben tener y muy presente que en el cielo no hay voluntad creada tan conforme con la divina, no hay querer humano en el cielo tan resignado ante las decisiones divinas que los de María. Íntimamente unida con Dios más que todas las demás criaturas, la Virgen siente y vive un paralelismo perfecto con la Divina Providencia y con la voluntad de Dios, basada en sabiduría y justicia; mas como en Dios lo más grande y divino es el amor y la misericordia, allá arranca el grandísimo poder de la Virgen, porque la misericordia de Dios no resiste súplica alguna de María.

El pecador mortal no puede esperar del mero hecho de llevar un escapulario de la Virgen el que María trate de forzar la justicia divina. El poder de María es inmenso más allá de toda imaginación humana, la cual no alcanza a comprender ni la misericordia de Dios ni las grandezas de María. Es María como una voz en el cielo que a toda hora anticipe los decretos del Dios misericordioso. Ella alcanza de Dios todas las gracias que Dios, poniendo una vez más a un lado toda idea de juicio y justicia en favor de un régimen amplísimo de perdón y misericordia, pueda conceder sin dejar de ser Dios. Ella que es, al lado de su Divino Hijo, la expresión más sublime de la misericordia de Dios, dispone, porque el mismo Dios se complace en cederle a Ella estos derechos suyos, de todas las gracias de Dios en favor de sus hijos necesitados. La facilidad con que el Padre Eterno inundaba el alma de María con los conocimientos necesarios para su oficio de medianera universal de los mortales, sólo queda superada por el gusto y placer divinos de entregarle los poderes y secretos de la economía de las gracias divinas. Alabemos a Dios por tanta bondad, manifestada a los cristianos en el señalamiento de María por Madre de los mortales, medianera y Omnipotencia Suplicante.


miércoles, 21 de marzo de 2012

María discípula y misionera al servicio del Señor y de la Iglesia




Por  P. José Manuel Tobar Carrizosa
 Sociedad Mariológica Colombiana

El tema de María y el discipulado constituye un novedoso aspecto en el campo de la Mariología. Que nos acerca a conocer mejor el todo humano de aquella mujer servidora, siempre presente en la hora de Jesús y en la hora de la Iglesia.


En el camino del discipulado de la Iglesia, la Santísima Virgen María aparece como discípula, hermana y compañera nuestra.

“Incluso en la riqueza de las admirables  prerrogativas con que Dios la ha dotado para hacerla digna Madre del Verbo encarnado, Ella permanece cercanísima a nosotros.  Hija de Adán como nosotros y por ello hermana nuestra por vínculos de naturaleza”.

 (Pablo VI, Discurso de clausura del tercer período del concilio Vat. II).

La condición de hermana que representa María coincide con el discipulado. María aparece como la primera discípula del Reino (R M 20).  Desde el mismo instante de la anunciación cuando acoge la palabra con la obediencia que es requerida a los que son llamados a convertirse en discípulos de Jesús. Hombres y mujeres, en el contexto de la fraternidad y el discipulado, tienen mucho que aprender espiritualmente al elevar sus ojos hacia María que “refulge como modelo de virtud ante todos los elegidos” (LG65).

En el documento conclusivo de Aparecida podemos leer al respecto:

 La Virgen María quien por su fe (cfr. Lc 1,45) y obediencia a la voluntad de Dios (cfr. Lc. 1,38) así como por su constante meditación de la palabra y de las acciones de Jesús (cfr. Lc. 2, 19 – 51), es la discípula más perfecta del Señor. Interlocutora del Padre en su proyecto de enviar su verbo al mundo para la salvación humana, María con su fe, llega a ser el primer miembro de la comunidad de los creyentes en Cristo y también se hace colaboradora en el renacimiento espiritual de los discípulos del Evangelio, emerge su figura de mujer libre y fuerte concientemente orientada al verdadero seguimiento de Cristo.
Ella ha vivido por entero toda la peregrinación de la fe como Madre de Cristo y luego de los discípulos sin que le fuera ahorrada la incomprensión y la búsqueda constante del proyecto del Padre. Alcanzó  así, a estar al pie de la cruz en una comunión profunda, para entrar plenamente en el misterio de la Alianza”.
                                      (Documento conclusivo de Aparecida nro. 266).

Acompañemos a María en su itinerario de discípula y misionera; ella ha sido llamada por excelencia portaitisa (portadora) de la buena nueva y estrella de la evangelización.

En la plenitud del tiempo para la realización de la promesa del Padre, hay una mujer que tiene una función imprescindible, María.  Estamos ente el tiempo de la presencia de Dios en carne humana y ella forma de su propia carne y sangre, la carne y sangre del ungido de Dios.

Podemos entonces deducir lo siguiente:

1)   María pertenece a la plenitud de los tiempos  e  inicia dicha plenitud.
2)   Ella es la mujer que permite a Dios hacer presente a su Hijo para realizar el plan de salvación.
3)   Es también la mujer que le permite al Hijo de Dios llegar a ser Hijo del hombre, al Señor ser esclavo y servidor de todos.
4)   Es la mujer que ofrece su cuerpo y su vida para realizar el plan de salvación.
5)   Su misión está íntimamente unida a la de su hijo y es una misión para nosotros: al servicio del hombre.
6)   En María el Hijo de Dios se hizo hijo del hombre para que nosotros, en toda libertad, llegaremos a ser hijos de Dios.

Itinerario de María, discípula y misionera, a la luz de los evangelios

 Evangelio según san Marcos: Vocación de los primeros discípulos.

16 Bordeando el mar de Galilea vio a Simón y Andrés, echando las redes en el mar, pues eran pescadores.
17 Jesús les dijo “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres 18”
                                               (Mc. 1, 16 -18)

Nos encontramos ante el género literario de vocación. Vale la pena destacar aquí algunos elementos:

1)   La mirada de Jesús es penetrante, con la fuerza de la iniciativa divina y capaz de llamar y elegir a alguien.
2)   Las dos parejas de hermanos son llamados en el ejercicio de su profesión de pescadores: hasta allí, al corazón mismo de la vida y de la actividad, penetra la llamada del Señor.
3)   Jesús los llama con una palabra llena de autoridad: “¡Vengan conmigo!”. Este seguimiento antes de la Pascua será un seguimiento físico y espacial.  Después de la Pascua será acogiendo el camino y estilo de Jesús e insertándose en su comunidad y al servicio del reino.

Tenemos ahora un segundo momento en el proceso evangélico del Maestro: Subió al monte y llamó a los que Él quiso, y vinieron junto a Él. Instituyó doce para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar.

“El monte”, es el lugar de la revelación de la elección y del envío. (Mc. 9,2-8).

Estos doce tienen una doble destinación:
1)   Han de acompañar y de seguir a Jesús siempre (Mc. 1, 16-20);
2)   Del acompañamiento se deriva una misión o encargo de proclamación misionera, como la misma misión de Jesús: Predicar el reino y liberar a los hombres de sus esclavitudes.

Dos verbos básicos expresan la fascinante experiencia del discipulado: Estar con Él y ser enviado”.

María, convocada a la escuela de Jesús

Mientras las multitudes buscan, siguen a Jesús y lo necesitan, hay diferentes grupos de personas, que con sus actitudes y palabras, expresan su respuesta consiente a la persona y acción de Jesús.

1)   Los adversarios se sienten cuestionados por la palabra y actitudes del Maestro. Lo critican y cuestionan (Mc. 2, 16).
2)   Su familia: Preocupada por lo que dice y por sus acciones milagrosas.  Piensan que está fuera de sí (Mc. 3,20-21).
3)   Sus discípulos: Forman el círculo de seguidores íntimos, están a sus pies escuchando sus enseñanzas y aprendiendo a vivir el Reino (Mc.1, 16 – 20).


La familia de Jesús

Tres textos encontramos en Marcos referentes a la familia de Jesús.

 
Vuelve a casa. Se aglomera otra vez la muchedumbre, de modo que no podían comer. Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de Él, pues decían:
                            “Está fuera de sí”.
                                               (3,20-21)

“Sus parientes” son la familia que Jesús tenía en Nazaret, no simplemente sus amigos.
Ellos llegan a pensar que está fuera de sí (al verbo exeste significa precisamente esto). El Evangelista Juan nos dirá al respecto: “Ni siquiera sus hermanos creían  en Él”.
                                                                                              (Jn 7,5)

El segundo texto lo encontramos al final del capítulo 3.

 “Llegan su Madre y sus hermanos y quedándose fuera lo envían a llamar. 32 Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: “¡oye!, tu madre y tus hermanos y tus hermanas te buscan. 33 Él les responde: “¿Quién es mi Madre y mis hermanos?” 34 y mirando en torno a los que estaban sentados en corro a su alrededor, dice! Estos son mi Madre y mis hermanos. 35 Quien cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

Notemos como la indicación escénica distingue el “fuera” (dos veces) del “dentro” (sentados a su alrededor dos veces) y quiere expresar un significado simbólico: Jesús es el centro de una búsqueda interior, de una nueva familia.  La familia de Jesús está de pie (steko: Estar de pie) y fuera, lo mandan llamar y lo buscan (zoteo). Los discípulos, en cambio están sentados a los pies de Jesús, escuchando su palabra.

La pregunta de Jesús constituye el centro de la narración: ¿Quienes son mi Madre y mis hermanos? Aquí no se da un rechazo de Jesús a sus familiares. Todo lo contrario, sus discípulos son ahora su verdadera familia, y, tanto María la madre, como los hermanos de Jesús, están invitados a ingresar en este nuevo discipulado (la nueva familia de Jesús), y esto será posible en la medida en que cumplan la voluntad de Dios. 

María, discípula en el evangelio de Mateo

A manera de introducción podemos decir que con la revuelta Judía muchos seudo-cristianos salieron de Jerusalén y se establecieron en pel-la,  otros se quedaron y frente a la destrucción del templo de Jerusalén (agosto del año 70), huyen al Norte, a Siria y llegan a Antioquía de Siria. Allí encontramos la comunidad cristiana de Mateo.

Callada y silenciosa María (característica propia de la mujer judía) está allí presente, cercana, activa, servicial. María aparece en dos momentos en el evangelio de Mateo: en los relatos de la infancia (Mt. 1 – 2) y en el ministerio apostólico de Jesús (Mt 12, 46 – 50; 13, 54 – 58).



Para Mateo y su comunidad, Jesús es el cumplimiento pleno de las esperanzas del pueblo de Israel. María forma parte del “cumplimiento de las escrituras”, con una misión especial a favor de Jesús, el Salvador del pueblo.

María es la que engendra y es la Madre; en tanto que José es solamente el padre legal. El cumplimiento de la promesa de dar un Mesías a Israel se produce pues, a partir de una Virgen Madre y de un padre adoptivo.

¿Cómo se realizó este génesis? Mateo lo dirá: El origen de Jesucristo fue de esta manera: “Su Madre María, estaba desposada con José y antes de empezar estar juntos ellos la encontró encinta por obra del Espíritu  Santo”. La nueva creación consiste, pues, en que Jesucristo comenzó a existir arraigado en un pueblo. Este nuevo pueblo, el nuevo Israel de Dios, brota de Jesús, el Cristo, a través de María, Ella engendra la vida nueva con la fuerza del Espíritu.

El punto de partida de los relatos de la infancia fue la fe pascual (anunciada también por obra del Espíritu Santo). Esta fe pascual es trasladada entonces, hasta el nacimiento mismo de Jesús (Mt. 1, 18 – 20).

Mateo afirma, además, la maternidad Virginal de María en 1, 23 y al hablar de la concepción de Jesús, dice que está se realizó “para que se cumpliese el oráculo del Señor, por medio del profeta… “y cita a ls 7, 14  aplicando a Jesús la realidad del Emmanuel y a María de “Virgen” El niño que nacerá es Hijo del Mesías que vendrá y nacerá de una Madre Virgen”.

La insistencia de Mateo tiene un sentido teológico claro: de ella nació Jesús (1,16), ella lo dio a luz (1,21. 23. 25) por eso mismo es “su madre” con todo el derecho. Esta expresión se repetirá por seis veces (1,18; 2,11.13.14.20.21).


Notemos como el relato de vocación de los primeros cuatro discípulos en Mateo (4,18-22) depende de Marcos pero tiene elementos propios: Santiago y Juan están con su padre Zebedeo. Cuando reciben la llamada de Jesús, “al instante, dejando todo lo siguieron.

Sesenta y siete veces en Mateo, los discípulos serán siempre el círculo íntimo de Jesús, a la escucha de su palabra y de su servicio. En este contexto podemos releer el capítulo dos de Mateo para entender mejor el discipulado de María. Ella está íntimamente unida a su Hijo y con Él participa plenamente de su vida y su misterio.

Cuando los magos venidos de oriente encuentran la estrella, entraron en casa, vieron al niño con su Madre y lo adoraron. José no es mencionado.  Es ella, la madre, la que lo ofrece al mundo pagano para ser reconocido y adorado como Señor y Cristo. María es la Madre que está siempre presente junto al Hijo. Ella es la respuesta permanente a la presencia siempre actual del Señor en la historia.

María vive plenamente el seguimiento de Jesús y las exigencias que Él ha pedido: lo ama por encima de todo, lo acompaña en todos sus misterios, aunque le cueste dolor y sufrimiento y es capaz de perderlo todo para mantenerse unida a Él. Así María se constituye en discípula integral de Jesús.

El texto de Mt 12,46-50 es paralelo a Marcos, pero lo encontramos colocado en otro texto. La Madre y los hermanos de Jesús ya no lo mandan a llamar sino que preguntan por Él y desean hablarle.

Aquí el primer evangelista suprime la referencia a la incomprensión y a la falta de fe en Jesús, por parte de los suyos.

Los discípulos, estos y no los que “están fuera,” son la madre y los hermanos de Jesús”.

Igualmente Mateo suprime, a la vez, la referencia a la poca honra que recibe Jesús de sus parientes. Una Madre que lo ha concebido por obra del Espíritu Santo; no puede tratarlo como “fuera de sí” ni dejar de honrarlo y acogerlo.

Concluyamos la visión de este evangelio sobre María, afirmando que Ella está íntimamente unida a Jesús, desde antes del nacimiento. Ella está unida a Él en los momentos fundamentales de su vida y su ministerio; lo mismo que en la vida del pueblo nuevo que surge con Jesús.

María, discípula en el evangelio de Lucas

Lo primero que se ha de afirmar, al analizar los textos lucanos sobre María, dentro del llamado evangelio de la infancia (Lc. 1-2) es que estos textos son fundamentalmente cristológicos. Pero siempre que se trata de María es al servicio de la Cristología.

El anuncio del ángel (1,26-28)

Algunos ven en el relato de la anunciación la fusión bien lograda de dos géneros literarios: El de la anunciación y el de la vocación. Esta no se entiende en función de una misión y esta no es propia, es la misión de Jesucristo, el centro y la plenitud de la historia.

El saludo del ángel a María no es usual (a la mujer no se le saludaba nunca, en la cultura hebraica). Tampoco se usa el saludo típico Shalom. Gabriel la saluda diciéndole ¡alégrate! (Chaire). María es también encarnación del nuevo Israel, la Iglesia, que se alegra con la presencia salvadora del Señor en la historia.

La expresión Kecharitomene (llena de gracia) está tomada de un verbo que sólo aparece dos veces en el nuevo testamento (Lc. 1,28 y Ef. 1,6) la primera en perfecto de la voz pasiva y se refiere a María; la segunda en aoristo de la voz activa y se refiere a los creyentes en Cristo. En María la acción de plenitud y gracia es total; en nosotros es incipiente y está llamada a completarse.

La gracia de María es puro don recibido y gratuito, diferente a Jesús que es el “lleno de gracia y de verdad”.

María es el templo, el santuario, la morada de Dios, donde el Señor puede ser encontrado, celebrado y amado.

María es el sagrario del Espíritu Santo (LG53)

María se atribuye a sí misma un solo título, dos veces repetido (1.38.48): La esclava o servidora del Señor. Si los títulos atribuidos a ella (Hija de Sión, Virgen y Madre, Llena de Gracia, Morada de Dios, Llena del Espíritu) caracterizan su misión y elección en el plan salvífico, el titulo de servidora designa su humanidad, su naturaleza y su obediencia. 

La fe de María es ante todo:
1)   Un acto de ofrenda: “heme aquí” (disponibilidad para el plan de Dios).
2)   Un acto de obediencia: “yo soy la servidora del Señor”.
3)   Un acto de confianza: “Hágase en mí según tu palabra”.

El servicio por excelencia que María le presta a Dios en la historia es acoger y escuchar su palabra, hacerla carne en su vida y ofrecerla al mundo como salvación y vida.

Como portadora del Salvador, María tiene prisa en comunicar la noticia y en regocijarse con la señal que le ha dado el ángel en Isabel.

 María surge en Lucas como la primera mensajera del Evangelio de Dios.  Ella es la primera mujer que acoge el Evangelio y lo comunica a sus hermanos, aportándoles el gozo escatológico, es decir la alegría y la seguridad de la salvación definitiva.

María se hace discípula del reino

En ella la palabra se vuelve conocimiento. Lucas utiliza el verbo ginomaí, llegar a ser: Que la palabra se realice en mí, se haga realidad y llegue a ser acontecimiento en mi vida.

María es también, servidora del Señor y tiene conciencia de pertenecer al pueblo de la Nueva Alianza.

La capacidad de escuchar se vuelve en Ella capacidad de maravillarse y capacidad de admiración. Es entonces, mujer y discípula que aprende a leer los hechos. Los acoge como palabra de vida y los guarda en el corazón.

Quien ha leído el Evangelio de la infancia, sabe muy bien que nadie como María ha realizado estas condiciones:

1)   Ella escuchó atentamente la palabra del Señor y creyó en ella (1,38-45).
2)   La conservó cuidadosamente en su corazón (2,19.52).
3)   La hizo carne en su vida al engendrarla en su seno y darla al mundo (1,38).

María es bendita entre las mujeres, bendita por ser creyente. Bendita por ser discípula de Jesús.

San Agustín afirmó:

Ciertamente Santa María cumplió perfectamente la voluntad del Padre, y por eso es más importante su condición de discípula de Cristo que la de Madre de Cristo.
Es bienaventurada María, porque escuchó la palabra de Dios y la observó. Guardó más la verdad en su mente que la carne en su seno.  Cristo es verdad en la mente de María, Cristo es carne en el seno de María. (Sermón 285: PL 46, COL 937 – 938).

María y la Iglesia

Notemos cómo en el libro de Los hechos de los apóstoles cuya autoría es también de san Lucas; encontramos una correspondencia con el evangelio lucano de la infancia.
1)   Hay una espera de la promesa de Dios que va a llenar de alegría y vida la historia de los hombres (Lc. 1, 51 – 55; 2,28.38; Hch 1,45).
2)   Hay un ambiente de oración y de apertura a la acción de Dios. (Lc 1,10; Hch 1, 14.24-25).
3)   Encontramos la presencia de ángeles como mensajeros de una acción salvadora y de una misión. (Lc 1,11- 26; 2, 9-13;Hch 1,10 -11; 5,19).
4)   Se anuncia la acción y la presencia del Espíritu Santo en María (Lc 1,35; Hch 1,8).
5)   Hay unos resúmenes que llamamos “de crecimiento” tanto de Jesús y Juan como de la comunidad. (Lc 1,80; Hch 6,7).
6)   María, la Madre de Jesús, está presente tanto en el misterio de la encarnación como en el nacimiento de la Iglesia (Lc1, 26-38; 2,4-7.16-20; Hch 1, 14).

En la intención de Lucas hay una insistencia en la presencia activa de María, tanto en el nacimiento de Jesús como en el nacimiento de la Iglesia.

Los discípulos unidos viven la experiencia urgente de la pascua y aquí la Madre de Jesús hace posible el nacimiento de la comunidad de Jesús.

Viene luego Pentecostés y con él la fuerza del Espíritu.

Culmina, entonces, el tiempo de la Ley y llega el tiempo de la alianza y de la gracia. Allí está María unida a los apóstoles. Ella es también la Madre de la comunidad. Reunida con los suyos para orar y esperar de su Hijo el regalo de los tiempos nuevos.

María en el evangelio de Juan

En Juan 6,42 los judíos que se cierran a Jesús y que han escuchado el discurso del pan de vida, murmuran: ¿No es este Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre conocemos?
¿Cómo puede decir ahora: he bajado del cielo?

Igualmente en 7,3-5 nos encontramos con la oposición de los hermanos de Jesús. Si en Mc. 3,21 su familia estaba preocupada por las obras que hacía y lo declaraba “fuera de sí”, aquí son sus hermanos quienes lo impulsan a mostrarse ante el mundo con sus obras.

 “Sal y vete de aquí a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces, pues nadie actúa en secreto cuando quiere ser conocido. Si haces estas cosas muéstrate al mundo.  Es que ni siquiera sus hermanos creían en Él”.
                                                                                     (Jn. 7,3-5)

Tanto al comienzo como al final del Evangelio (2,1.3.5; 19, 26) aparece la figura de María. En ambas ocasiones es llamada “la Madre de Jesús; y en ambas la palabra del Maestro se dirige a Ella llamándola “mujer”. (2,3;19,26).

La escena de Caná concluye lo que algunos han llamado “la semana inaugural” del ministerio de Jesús. Aquí inicia sus signos y la manifestación de su gloria. Aquí encontramos las primicias de la hora de Jesús. (Tema teológico del cuarto evangelio).

María es llamada con dos nombres:
1)   La Madre de Jesús. Titulo que contrasta con la otra afirmación de “el hijo de José” (1,45; 6, 42).
2)   Mujer. Termino común en Jesús para dirigirse a las mujeres. (Jn 4, 21; 8, 10, 20, 13). Unos piensan que la expresión tiene una referencia velada a Gen 3 y, por lo mismo, es una evocación simbólica de EVA. Otros piensan que el título evoca a la Sión ideal, representada en la Biblia con los rasgos de una mujer, y más concretamente con los de una madre.

La mujer por otra parte está presente al comienzo y al final de la vida pública, en el momento en el que el Mesías inicia sus obras y en la hora de la muerte cuando consuma su obra.

La presencia de María en el comienzo de los signos de Jesús es doble

Como intercesora

En las Bodas de Caná, María no pide expresamente un milagro; pero sus palabras incluyen cierta esperanza de que Jesús intervenga en la situación de necesidad. Simplemente plantea la situación porque hay confianza y amor en el Señor.

Como evangelizadora

“Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5). Es una palabra dirigida a los servidores de la fiesta nueva y definitiva. Asumida por el pueblo, la misma frase se convierte en fórmula de Alianza con Yahvé”. “¡Hacemos todo los que el Señor nos ha dicho!” (Ex 19,8).

Nótese como en el cuarto evangelio se llamó “servidores” a los que siguen a Jesús. (Jn 12,26).

Hacer lo que Jesús diga, es acoger, escuchar, y vivir la palabra de Jesús. Ella  como lo expresó también Lucas, es la servidora del Señor que ha hecho acontecimiento en su vida la palabra del Señor. (cfr: Lc. 1,38-48).

María va a experimentar que la obediencia a una palabra y un llamado de renuncia es fuente de bendición.

María acepta su relación en Caná con los siervos discípulos.

Su maternidad natural está llamada a ser, palabra del crucificado, maternidad de los discípulos, a través del discípulo amado, el íntimo de Jesús en la pasión y resurrección.

Encontramos en el evangelio de Juan tres elementos articulados: María Madre de Jesús, María Mujer, y María Madre de los Discípulos.

María junto a la cruz de Jesús

El contenido teológico de este pasaje hay que situarlo en el contexto que sugiere el mismo evangelista. Cuando Jesús llega a Jerusalén para el testimonio definitivo de la gloria del Padre, es la hora (Jn. 12,23) esperada y decisiva.  Es la hora del amor y de la entrega por los suyos. Es la hora de la pascua y al pie de la cruz está María, Jesús realiza su último y definitivo signo de la salvación, la muerte por todos y la entrega del Espíritu.

Sí en Caná Jesús dijo que todavía no había llegado su hora, ahora en la cruz se cumple esta realidad.

Tenemos, entonces, en el evangelio una presencia doble de María, marcada  por el tema de la hora de Jesús.

Aparece la importancia que la comunidad de Juan le daba a la persona y a la misión de María “Junto a Jesús”.

Presencia que Mateo y Lucas subrayan en los evangelios de la infancia.

En la hora de Jesús, María es llamada nuevamente aquí con los dos títulos de Caná: La Madre de Jesús y la Mujer.



La primera palabra del Mesías en la cruz va dirigida a la Madre ¡”Mujer ahí tienes a tu Hijo”! Desde esta hora, la hora de la pascua, la comunidad del discípulo pertenece a María, la Mujer y la Madre.

“Ahí tienes a tu Madre”. Palabra de Jesús dirigida esta vez al discípulo, y en él a la comunidad; Jesús pide ahora al discípulo que en esa mujer reciba y acoja a su Madre. Ahora la comunidad creyente, obediente a la palabra de Jesús, “desde aquella hora la recibió en su casa”.

La maternidad física es elevada ahora a una maternidad espiritual y escatológica. Jesús se vuelve, después a la comunidad y le hace entrega de su propia Madre para que ella sea, en adelante, el tesoro precioso de la pascua.

María en Pentecostés de la Iglesia

Aunque el evangelista Lucas no habla de la presencia de María junto a la cruz de Jesús, ni de la aparición del resucitado a su Madre, sin embargo, resalta la presencia de María en el momento fundacional de la comunidad cristiana, cuando el Espíritu la consagra para cumplir su misión.

María hace culminar su camino de fe integrándose en la comunidad de los creyentes en el Resucitado, en la Iglesia; María ha formado parte de los seguidores de Jesús.

Para Lucas María no forma parte de ninguno de los tres grupos (apóstoles, mujeres, hermanos de Jesús), sino que constituye un personaje aparte. Jesús no podría haber sido recibido en la Iglesia como plenamente humano si faltara el testimonio viviente de una madre que le ha engendrado y educado.

Al mismo tiempo María se ve agraciada con el Espíritu Santo, que desciende sobre ella en la comunidad. Ella es reconocida en la comunidad cristiana sobre todo por su discipulado.

San Agustín por su parte nos aclara en que consiste la verdadera grandeza de María:
                                     
“Ciertamente, cumplió Santa María, con toda perfección la voluntad del Padre, y por esto, es más importante su condición de discípula de Cristo que la de Madre de Cristo, es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo. Por esto, María fue bienaventurada, porque antes de dar a luz a su Maestro, lo llevó en su seno… María es dichosa también porque escuchó la palabra de Dios y la cumplió: Llevó en su seno el cuerpo de Cristo, pero más aun guardó en su corazón la verdad de Cristo”. (San Agustín, sermón 25,7-8 PL 46).

María es invitada a tomar parte en la realización del plan de salvación querido por Dios.

María sigue a Jesús en la nueva familia constituida por todos aquellos que cumplen la voluntad de Dios. Así la encontramos en la comunidad de Cafarnaún después del signo de Caná y en aquella de Jerusalén después de la resurrección. 

María se encuentra entre todos aquellos que “llenos del Espíritu Santo…comenzaron hablar en otras lenguas” y a profetizar realizando las palabras de Joel (Hch. 2,4.18).

Muchos exegetas considerando la alta cualidad del discipulado de María, reconocen en ella una tipología que la hace ejemplar para todos los discípulos del único maestro que es Cristo. Lucas la propone como modelo de la Iglesia y de los discípulos de todos los tiempos.

El concepto tipo (del griego typtein) incluye tres elementos:
a)    Representación de un contenido espiritual de parte de una figura concreta.
b)    Vínculo real interno, fundamento de la representación.
c)    Ejemplaridad o carácter de modelo moral consiguiente a la representación.

En su persona, completamente dedicada al servicio de Dios y perfectamente unida al hijo Salvador, la Virgen es la representación singular y transparente de la íntima esencia del discípulo del Señor. Reconocemos en María una anterioridad respeto a  los demás discípulos; en cuanto Ella los ha precedido a todos en la fe en Cristo.

Ella es discípulo de primera hora (arcaios mathetés), ya que Ella ha creído en el Hijo del Altísimo en el momento que estaba por encarnarse en su seno por obra del Espíritu Santo.

La maternidad de María es maternidad educadora. Ella coopera en la “formación “de los cristianos: Suscita con su influjo y ejemplo una actitud de asimilación a la vida de Cristo y una disponibilidad a los designios divinos.

Como auténtica discípula María habita en la palabra, que la compaña toda la vida según la promesa de Jesús: “si permanecen fieles a mi palabra serán verdaderamente mis discípulos” (Jn. 8,31).  Su vida es la de una discípula que responde con coherencia y amor a la palabra de Dios.

La consagración-vocación de María fue ordenada esencialmente a la maternidad mesiánica. Esto no significa que la misión de la Virgen Madre se haya limitada a dar a luz al Salvador.

En la visitación ella como “proto misionera” anticipa a la iglesia. Su viaje a Judea llevando en su seno al Salvador, es anticipo del gran viaje de Jesús hacia Jerusalén (Lc. 9,51).

Una primera interpelación se da a la mariología que ha ignorado el título de discípula del Señor, concentrado excesivamente el discurso sobre María como Madre de Dios.

Pensar en María como discípula responde a una exigencia para la Iglesia interpelada a vivir la “hora del seguimiento”.

Hacer memoria de María es significativo para la Iglesia porque en ella encuentra un estilo de seguimiento de Cristo que se distingue por la coherencia y la fidelidad.

 “Tú, bienaventurada María, que acogiendo el anuncio del ángel has llegado a ser Madre del Verbo; tú bienaventurada, que meditando en el silencio del corazón las palabras celestes has llegado a ser discípula del divino Maestro”.
 (Formulario nro. 10 colección Misas de la Beata Virgen María).

María apunta a los valores fundamentales y permanentes del discipulado:

Ella es un discípulo, no en el sentido histórico de haber acompañado a Jesús durante su ministerio, sino en el sentido existencial de haber escuchado la palabra de Dios y actuado en consecuencia.

Imitar a María es la consecuencia de quien ha reconocido el carácter ejemplar de su vida y de su testimonio de discípula.






María, discípula y evangelizadora

En María la evangelización comienza con su respuesta humilde y contundente, “hágase en mí según tu palabra” (Lc. 1,38), es ya el primer anuncio integrado a todo el proyecto que Dios tiene para salvar la humanidad.

María, al concebir a Jesús, hace suyos los misterios del reino, y se convierte en discípula de su Hijo.

 “Por su fe, María seguía oyendo y meditando aquella palabra, en la que se hacia cada vez más trasparente, de un modo “que excede todo conocimiento” (Ef. 3,19) la auto revelación del Dios viviente. María       Madre se convertirá así, en cierto sentido, en la primera discípula de su hijo la cual parecía decir: “Sígueme” antes aún de dirigir esa llamada a los apóstoles o a cualquier otra persona (Cfr. Jn. 1,43).

(Carta Enc Redemptoris Mater, 20).

A finales del siglo I los evangelios atestiguan la presencia de María en la iglesia primitiva. En su afán por ilustrar lo más completamente posible la realidad de Cristo, profeta esperado, Lucas y Mateo ven y leen en el A. T. también a María; la mujer anunciada es Ella.

Cristo nos ha salvado predicando, haciendo prodigios, muriendo y resucitando; María colabora fielmente, con humildad, participando activamente en la obra del Salvador.

Salvada también ella, revela en sí lo que la salvación de Dios puede realizar en el que lo acoge; a través de las pocas palabras de María que los evangelistas nos transmiten, se puede ver la realidad del evangelio vivido y entender el mensaje de María evangelizadora de “todos las generaciones”.

El Concilio Vaticano II subraya oportunamente que la primera forma fundamental del servicio a la evangelización es la vida  (LG 35), a la cual va unido el servicio de las obras (AA3).  María, presente como Madre y modelo en toda la vida de la Iglesia, no puede quedar excluida le colaborar a la  evangelización; la madre del verbo encarnado es la primera colaboradora en la realización del evangelio (LG56).  María aporta su colaboración santificando a Juan, el profeta del Altísimo, suscitándola fe en los discípulos, orando para que el Espíritu Santo ilumine a la iglesia primitiva.

María es el modelo del creyente que vive el evangelio en la fe y las obras, ella es el libro de vida al que los apóstoles y la iglesia miran con amor. (LG65).

María es llamada Estrella de la Evangelización (E N 82).

Ella habla con su santidad, demuestra la verdad y la eficacia de la palabra en su vida enseña a creer, a acoger a responder humildemente, generosamente, plenamente. María ayuda al que lleva el mensaje y al que lo recibe, colaborando para hacer vivir el Evangelio.

María sigue siendo signo y prenda de fidelidad y de fecundidad en la fe porque su presencia en el seno de la Iglesia es de constante intercesión La verdadera evangelización tiene sus características propias: lleva el signo de la novedad real, abre el corazón al gozo, hace crecer la esperanza, compromete a una respuesta al que la acoge. Ningún evangelio como el anunciado por María con su vida responde tan exactamente a estas características. María además de ser ella misma evangelio vivido y ofrecido silenciosamente a sus hijos, ha deseado en el evangelio escrito sus palabras más hermosas: El anuncio gozoso del Magnificat.

Encontrarse con María es encontrarse con el evangelio vivo y sentirse impulsado a vivirlo y a comunicarlo a los demás. Mientras peregrinamos María será siempre la educadora de la fe.

María con la generosidad de su respuesta, puede ayudarnos a renovar nuestra vida y comprometernos a vivir e irradiar nuestra identidad cristiana.

Nuestra misión en América Latina es evangelizar con María y como María, para ello es fundamental vivir las virtudes y actitudes de ella.

Hoy, cuando en nuestro continente latinoamericano se quiere enfatizar el discipulado y la misión, es Ella quien brilla ante nuestros ojos como imagen acabada y fidelísima del seguimiento de Cristo.

Al respecto afirma el Papa Benedicto XVI:

 “María Santísima, la Virgen pura y sin mancha es para nosotros escuela de fe destinada a guiarnos y fortalecernos en el camino que lleva al encuentro con el creador del cielo y de la tierra. El Papa vino a Aparecida para decirles en primer lugar: Permanezcan en la escuela de María; inspírense en sus enseñanzas, procuren recoger y guardar dentro del corazón las luces que ella, por mandato divino les envía desde lo alto”, (Benedicto XVI Rosario en el Santuario de Aparecida. Mayo 12 / 2007).

Conclusión

Imitar a María es la consecuencia de quien ha reconocido el carácter ejemplar de su vida y de su testimonio de discípula.

Imitarla es en términos bíblicos caminar con Ella y seguirla.

“De hecho, en su vida fue modelo de aquel amor materno, con el cual tienen que ser animados todos aquellos que en la misión apostólica de la iglesia cooperan en la regeneración de los hombres” (LG 65).

María es por excelencia primera discípula y misionera, acogió la palabra en su corazón antes de encarnarla en su seno bendito.

Caminemos bajo el manto de la Santísima Virgen, en el anuncio gozoso del Evangelio para que nuestras comunidades cristianas tengan en él vida nueva.