jueves, 28 de junio de 2012

Los Santos y María 2


San Gabriel de la Dolorosa

San Gabriel se portó constantemente como siervo enamorado de María, consumiendo toda su vida en amarla y ensalzarla. Cual la aguja imanada de la brújula busca siempre el norte, así el corazón de Gabriel buscaba a María, sin que jamás la pudiera olvidar. Aun durmiendo, soñaba frecuentemente en María. El tema preferido de sus conversaciones era María; se expresaba con tal énfasis, que sus palabras parecían carbones encendidos que, saltando de la fragua de su pecho, caldeaban los corazones de sus oyentes.

Repetía a menudo: “Si en el desempeño de nuestras obligaciones nos sobraren dos o tres minutos, ¿cómo emplearlos mejor que acompañando a María en el Calvario? No nos olvidemos de sus dolores, compadezcámosla, y Ella también tendrá compasión de nosotros en la hora de nuestra muerte, endulzándonosla, si fuere conveniente, con su presencia real, y haciendo, si esto redundare a mayor gloria de Dios, y provecho de nuestra alma, que no nos torturen los estertores de la agonía”.


San Buenaventura

¿Imaginas tú cuan atormentado fue Jesús de la compasión de su Madre Santísima, sabiendo perfectamente qué espada de dolor atravesaba su corazón tiernísimo de madre? La compasión de la madre acrecentó la pasión de las llagas. Veíala con el corazón destrozado, las manos entrelazadas, bañados los ojos en un torrente de lágrimas, el rostro contraído, la voz lastimera, de pie junto a la cruz haciéndole compañía con varonil esfuerzo. ¡Cuántas veces, cubierta la cabeza por virginal vergüenza y por la vehemencia del dolor, exhalaría hondos gemidos, llorando al Hijo y exclamando: Jesús, hijo mío Jesús ¡quién me diera morir contigo y por Ti, hijo mío, dulcísimo Jesús! ¡Cuántas veces habrá levantado y fijado sus ojos purísimos en aquellas crudelísimas llagas, si por ventura cesó de mirarlas un punto, o si acaso pudo verlas alguna vez por la grande copia de lágrimas! ¿Quién duda que pudiera desfallecer en fuerza del inmenso dolor íntimo? Aún me maravillo que no muriese. ¡Ah! muere viva, porque, viviendo, sufre dolores más atroces que la misma muerte.


Santo Toribio

Cierto día, Juvenal, Patriarca de Jerusalén, llamó a Toribio. El Patriarca deseaba enviar de Jerusalén a Constantinopla, para la emperatriz Pulqueria, algún obsequio, en gracia a tantas mercedes como la iglesia jerosimilitana había recibido de la santa Emperatriz.

“¿Y qué presente —pregunta Juvenal a Toribio— os parecería más adecuado para tal empresa?”

“Nada mejor —contesta el peregrino, tras meditar un momento— que alguna de las reliquias de la Pasión del Señor que conserváis en el tesoro que custodio; nada mejor, para la piedad femenina de Pulqueria, que nuestra vera efigie de la Virgen María debida al pincel de san Lucas”.

Y fue Toribio mismo quien, pocos días después, se hizo a la vela por el mar Negro, camino de Constantinopla.

Y quien, unas semanas después, se inclinaba ante la emperatriz, haciéndole entrega de la santa reliquia.

Era en una sala del palacio imperial, de aquel palacio que Constantino colgó sobre el misterio del Bósforo; Pulqueria, cayendo de hinojos ante el cuadro, cruzadas las manos, se hundió en fervorosa oración… Era muy fina, en su ingenuidad, aquella pintura de san Lucas. La Virgen, de medio cuerpo, en oro y azul, cubría su cabeza con ceñido velo a la romana. Sentaba al Niño sobre el brazo izquierdo; cogía su mano. El Niño, a su vez, reclinaba su cabeza sobre la Madre; llevaba suelta y pendiente del pie su sandalia derecha. Dos ángeles, uno a cada lado de la cabeza de la Virgen, bajaban precipitadamente del cielo.

Pulqueria rindió, desde el primer momento, toda la liturgia y el culto marianos a aquella efigie de la Virgen María. Pronto la gran Hedoguetria de Constantinopla —como desde entonces se nombró a la estampa de san Lucas— corrió en mil copias por todo el Oriente. Y tan emotivo era el cuadro, que bastó una de estas copias —la llamada Nuestra Señora del Perpetuo Socorro que se conserva en Roma— para arrebatar de fervores, pasado el tiempo; a san Alfonso María de Ligorio.


San Francisco de Sales

De su devoción tierna a Jesucristo manaba, como el arroyo de la fuente y como la consecuencia de su principio, la devoción a María; y así entendía que el amor de la Madre es inseparable del amor del Hijo; que aquel que faltaba en lo que se debe a Cristo, no honra a esta Señora; que cuanto más se ama a Jesucristo, más se debe amar a la que nos le ha dado, a la que Él ha amado tanto, y cuya gloria es la suya propia, ya que de Él saca toda su grandeza, y por último, que María, por su título de Madre de Jesucristo, nuestro soberano Padre, también es Madre nuestra, y pues Dios ha venido a nosotros por ella, el mismo Dios desea que por ella vayamos a Él. Conforme a esta doctrina, el santo Obispo tenía a María una devoción particular, un amor tierno, una confianza filial. “Siempre que entro, decía, en algún lugar consagrado a esta augusta Reina, un estremecimiento de mi corazón me hace conocer que estoy en la casa de mi Madre, pues que hijo soy sin duda de aquella que es refugio de los pecadores”.

Hizo voto de rezar el Rosario todos los días de su vida; práctica que observó con grande piedad, tanta, que empleaba en ella una hora entera, acompañando este rezo con la meditación de los misterios del Rosario y con tanta exactitud, que cuando sus negocios le quitaban tiempo para hacerlo durante el día, ponía su rosario en el brazo para acordarse de rezarlo antes de acostarse. Por avanzada que estuviese la noche, y aunque él estuviera muy cansado, no quitaba nada a la oración consagrada a María.

San Vicente Ferrer

Un día, se le presenta un falso ermitaño, con su luenga barba, la estameña y la soga de los padres del Yermo.

“Sois demasiado joven para velar, buen hermano Vicente. Convendría que os moderaseis en vuestras mortificaciones corporales. El orgullo no es ajeno a ellas”.

La excesiva prudencia de estos consejos, la insistencia que el ermitaño muestra, se le hacen sospechosas al monje; a la astucia se le ven los hilvanes.

Entonces el diablo cambia de táctica. Se convierte en lo más feo y lo más salvaje que puede. Bajo el aspecto de un negro abisinio se lanza sobre él, puño en ristre y le amenaza con una guerra implacable. El hermano Vicente se atemoriza y se refugia a los pies de la Virgen. Y he aquí que la estatua se anima, le habla, le conforta. El diablo queda burlado.


San Camilo de Lelis

No era raro que por la tarde, vencido del cansancio, se quedase dormido rezando y se encontrase por la mañana siempre de rodillas con el rosario en la mano, aunque aterido de frío.

El quería a María en toda la expresión de la palabra, como a su Madre, y el amor recíproco de ambos era de una belleza inefable. Todo lo esperaba de María, y lo obtenía todo…

La profesión quedó finalmente fijada para el ocho de diciembre. La Santísima Virgen mostró patentemente cómo quería Ella misma presentar a Dios aquel holocausto. La Reina de los Mártires, la Madre de los Dolores, aquella que fue asociada como nadie a la Pasión de Cristo, y sostuvo entre sus brazos su cuerpo exangüe y cubierto de llagas, debía en forma absoluta ser la Madre, la inspiradora, el modelo perenne de los ministros de los enfermos.

En septiembre de 1604, recién vuelto de Nápoles llegó a saber que habían arribado al puerto muchas galeras, a bordo de las cuales sufrían muchísimo gran número de condenados. El mismo fue en persona a proporcionarles las bendiciones de Dios, completando la obra de caridad con hermosos consejos, y regalando a cada uno un rosario exhortándoles a que se encomendaran a la Santísima Virgen

San Camilo encargó al padre Mancini le hiciera pintar para él un cuadro que compendiara todos sus sentimientos a fin de que, viéndolo siempre, de día y de noche, le sirviese para acrecentar siempre más su confianza. Quería él un crucificado, teniendo a la derecha de la cruz a la Santísima Virgen, Madre de Misericordia, en actitud de interceder por él; a la izquierda, al arcángel san Miguel, vencedor del infierno.

El cuadro fue ejecutado, pero el padre Mancini añadió una cosa. Postrado a los pies de la cruz, en actitud de gran confianza, colocó al mismo Camilo, como esperando ser regado con la sangre de Jesús que le presentaba la Santísima Virgen, e hizo brotar de labios del Santo estas palabras: “Parce famulo tuo quem pretioso sanguine redemisti”.

Al ver el cuadro, exclamó Camilo: “Señor, vos sabéis que no ha sido esta mi intención; pero ya que así lo habéis dispuesto, esto es señal de que tanto más debo esperar usaréis conmigo de misericordia”. Saludó una por una todas las figuras que estaban representadas en el cuadro, y dirigiéndose a la Virgen, le rogó: “Madre mía Santísima, alcanzadme de vuestro Hijo la gracia de sufrir todo mal, de buena gana, y, si esto no basta, enviadme también otros mayores.

Tomado de la revista Regina Mundi

jueves, 21 de junio de 2012

El papel de la Santísima Virgen
en  la  introducción   de  la   devoción  al
Sagrado Corazón de Jesús

Una lectura ligera de las cartas de Santa Margarita María de Alacoque da la impresión de que la Santísima Virgen no juega papel importante en el mundo religioso de la santa evangelista del Sagrado Corazón. ¡Nada más falso! Un estudio de todo el conjunto de su vida y de todos sus escritos revela no sólo la profunda piedad mariana de la santa, sino sobre todo el papel importantísimo que la Madre de Dios jugaba en la introducción y propagación de la nueva devoción al Divino Corazón de su Hijo, y ¿cómo podría ser de otra manera? En verdad, es casi inimaginable el que la Virgen María haya permanecido inactiva en el nacimiento de una devoción que tanto honor y amor debía traerle a su Divino Hijo.

La santa nació el 22 de julio de 1647 en la Borgoña que en ese entonces pertenecía a España. Su padre Claude Alacoque, notario real, murió cuando la niña era pequeña todavía. "Mi madre, encargada de la tutela de sus cinco hijos, paraba muy poco en casa; me crié por este motivo hasta la edad de unos ocho años y medio sin más educación que la de los domésticos y campesinos" escribe la santa en su autobiografía (Aut.). Así se entiende que Margarita encontró desde temprano en la Virgen Santísima su verdadera Madre. "La Santísima Virgen tuvo siempre grandísimo cuidado de mí; yo recurría a ella en todas mis necesidades y me salvaba de grandísimos peligros. No osaba dirigirme a su divino Hijo de modo alguno, sino siempre a ella, a la cual ofrecía el rosario hincadas las rodillas desnudas en tierra, o haciendo tantas genuflexiones y besando tantas veces el suelo cuantas Avemarías rezaba". (Aut., Cap. I).

Llevada a un convento de clarisas donde aprendió a dar oído a la voz interior de su conciencia y del llamamiento divino, quería ser corno ellas. Mas una tremenda enfermedad que le sobrevino y en que "los huesos le rasgaban la piel por todas partes", la trajo otra vez al lado de su madre. En esta angustia no encontró otro remedio "que el de consagrarme con voto a la Santísima Virgen, prometiéndole que, si me curaba, sería un día una de sus hijas. Apenas se hizo este voto, recibí la salud acompañada de una nueva protección de esta Señora, la cual se declaró de tal modo dueña de mi corazón, que, mirándome como suya, me gobernaba como consagrada a ella, me reprendía mis faltas y me enseñaba a hacer la voluntad de Dios". (Aut., Cap. I).

Ya en esta época la niña tuvo la impresión de haber visto a la Virgen, pues escribe "me sucedió una vez, que estando rezando el rosario sentada, se me presentó delante y me dio tal reprensión, que aunque era aún muy niña, jamás se ha borrado de mi mente. "Hija mía, me admiro de que me sirvas con tanta negligencia" (ibídem). La situación, en su casa se volvió poco menos que inaguantable; pues su madre había pasado su autoridad a otras personas que tuvieron a ella y a su pequeña hija en un verdadero "cautiverio". Margarita, escondida en un ángulo del jardín o del establo, derramaba amargas lágrimas, pues ni siquiera podía ir a misa en el pueblo distante. "Derramé los afectos de mi alma con mis lágrimas en la presencia de Dios, por medio de la Santísima Virgen, mi buena Madre, en la que había puesto toda mi confianza" (ibídem). Mas por el ejemplo del Crucificado llegó a pagar a aquellas personas que la atormentaban, no con odio o aversión, sino con sincero amor, pues les debía a ellos los sufrimientos que la asemejaban al Eccehomo y que pronto le parecían bendiciones. Fue en estos años en que en el fondo se formó ya en la niña toda aquella mentalidad que se observa en sus cartas y que la hacía apto instrumento para el Amor crucificado, para el Divino Corazón rodeado de espinas que le exigía actos de reparación por la conversión del mundo pecador. Creyó haber oído con toda claridad los reclamos de Jesús quien la quería para sí exclusivamente, pero entre tanto la había confiado a su santa Madre, "para que la formase" según sus designios (Aut., Cap. II).

La joven confiesa: "Ciertamente, ha hecho conmigo las veces de una buena madre, y jamás me ha negado su socorro. A Ella recurría en mis penas y necesidades, y con tal confianza, que me parecía no tener nada que temer bajo su protección maternal. También hice voto en este tiempo, de ayunar todos los sábados, de rezar, cuando supiese leer, el oficio de su Inmaculada Concepción, y de hacer siete genuflexiones todos los días de mi vida, rezando siete Avemarías, para honrar sus siete dolores: me ofrecí después por su esclava perpetua, suplicándole no me rehusase este título. Le hablaba con la- sencillez de una niña, como a mi buena madre, hacia la cual sentía desde entonces un amor verdaderamente tierno" (ibídem).

De la terrible lucha entre los deseos de su familia de que se casara, y los reclamos amorosos de Jesús, no se sintió libre sino aquel día de 1671 en que, al entrar en el locutorio del Convento de la Visitación de Paray, oyó una voz interior que le dijo: "Aquí es donde te quiero". (Aut, Cap. III). Mas no se crea que allí había terminado toda dificultad: trataron de llevar a la novicia por los caminos ordinarios de la vida espiritual, mientras su Divino Maestro la llamaba para otra cosa, unos designios más altos. Al mirar hacia atrás, vemos en el alma de la santa un amor a María tan tierno, tan firme y resuelto, que se nos hace difícil imaginar el que Margarita jamás hubiera podido desistir de él. No había razón alguna porque los "designios" de su Maestro tenían que separarla de la divina Madre cuya "esclava perpetua" se había hecho.

II

Es cierto y llama la atención del lector el hecho de que en las cartas de la santa (142 en total) que todas tratan de su preocupación principal y única, o sea la propagación de la nueva devoción al Sagrado Corazón de Jesús, uno puede proseguir, 20, 30 y hasta 50 páginas sin hallar una sola vez mencionada siquiera a la Santísima Virgen María; que en todas ellas, María aparece apenas unas 15 veces, lo que quiere decir, que en unas 125 cartas encontramos un completo silencio en este aspecto. Y que en las 15 veces que mencionamos de citas o referencias a la Virgen Santísima, se trata muchas veces de un dato escaso, reducido, insignificante, por decirlo así. Este hecho necesita sin duda, al tener en cuenta la fuerte orientación mariana de la Santa en los años de su juventud, una explicación. Para darla, hacemos referencia no sólo a las cartas, parcas en datos marianos, como acabamos de decir, sino también a los otros escritos de la Santa: la Memoria compuesta por orden superior; los Fragmentos y sentimientos de sus ejercicios como finalmente sus Avisos particulares, Desafíos e instrucciones, Oraciones y cánticos, todos los cuales, sin embargo, no hacen sino tres cuartas partes del volumen de las cartas.

Con todo, sería un error fundamental creer que la santa hubiera cambiado, como muchos cristianos modernos acostumbran hacerlo, su devoción preferida: hoy la devoción a la Virgen, mañana la devoción al Sagrado Corazón. Tal fenómeno no puede tener lugar sino en personas que comprenden una devoción como cosa parcial, fragmentaria, de modo que dentro de la totalidad de la religión uno puede pasar de una parte a otra, dejando a veces la impresión de ser llevado por corrientes hasta de "moda". Mas en una santa que a toda hora veía y vivía la religión íntegra, tal traspaso y cambio de devoción "parcial" no cabe; ni contraposición ni siquiera yuxtaposición de devociones cabe donde hay totalidad de vista y enfoque. Tocamos aquí precisamente la diferencia fundamental entre los "beatos" y la "santa". Y esta dilucidación nos lleva exactamente a la aclaración del fenómeno indicado y a primera vista raro e inexplicable.

Entendiendo la santa la nueva "devoción" para cuya propagación el Divino Maestro la destinó, como una expresión total de los designios de Jesús, está de tal manera absorta de esta visión que todo lo demás, sin desaparecer en verdad, corre como un río subterráneo que existe y se puede descubrir empleando el debido esfuerzo. De modo que si solamente hubiese algunas débiles señales de tal existencia disimulada, bastaría, para no dudarla; pero en nuestro caso, afortunadamente, hay pruebas aún más claras en favor de nuestras aserciones. Veámoslas.

Margarita, la "perpetua esclava de María" recibe en numerosas visiones de Jesús el encargo de propagar una devoción especial a su Divino Corazón.

Él me dijo: "Mi Divino Corazón está tan apasionado de amor por los hombres, y por ti en particular, que no pudiendo ya contener en sí mismo las llamas de su caridad ardiente, le es preciso comunicarlas por tu medio, y manifestarse a todos para enriquecerlos con los preciosos tesoros que te descubro, y los cuales contienen las gracias santificantes y saludables necesarias para separarles del abismo de perdición. Te he elegido como un abismo de indignidad y de ignorancia, a fin de que sea todo obra mía". (Aut., Cap. IV).

Saliendo en forma de eco fidelísimo de la santa, la devoción al Sagrado Corazón se presenta en esta forma: "Quiere ante todo reavivar con esta devoción la caridad resfriada y casi extinguida en los corazones de la mayor parte de las criaturas, dándoles un nuevo medio de amar a Dios por medio de su mismo Sagrado Corazón, tanto como Él lo desea y lo merece, y así reparar sus ingratitudes. Este Corazón es el tesoro del cielo, cuyo oro precioso se nos ha dado de muchas maneras, para pagar nuestras deudas y adquirir la gloria, y es también la última invención de su amor; de nosotros depende el aprovecharnos de ella. ¡Infelices aquellos que no lo hagan o que no quieren hacerlo!" (c. 132). Este encargo divino viene a ser la obsesión de su vida: "En cuanto puedo hacer, no tengo más que este único fin: establecer el reinado del Sagrado Corazón" (c. 112).

Mas muchas veces, al presentarse innumerables dificultades a la propagación e introducción de esta nueva devoción, la Santa siente que ella, en lugar de cumplir con la tarea señalada, probablemente sirve más bien de obstáculo a causa de sus imperfecciones que sólo existen en la mentalidad interior de su heroica humildad, mientras en realidad vemos brillar a través de todas estas cartas un tesoro riquísimo de las virtudes más acrisoladas. La Santa en esta lucha angustiosa entre sus imperfecciones y las dificultades con que tropieza la nueva devoción, se dirige, como en los años de su niñez, "a su buena madre": "No dejo de interesar en ello a la Sacratísima Virgen" dice en el lugar citado donde calificaba como su "único fin" la propagación de la nueva devoción (c. 112).

En los cuadros que deseaba fueran pintados, aparece siempre al pie del Sagrado Corazón, por un lado la Madre de Dios, mientras al otro lado una vez se ve al patriarca san José, otras al fundador de la Visitación, san Francisco de Sales (c. 85, 90).

Cuando se imprimen los primeros folletos de propaganda, Margarita insiste repetidas veces que en ellos se inserten las letanías del "Sagrado Corazón de la Santísima Virgen" (c. 131, 132, 138).

"A la Santísima Virgen declara ella protectora especial" de todos los devotos del Sagrado Corazón de Jesús (c. 132) y en otro lugar se juntan ante su vista "los Sagrados Corazones de Jesús y María" (c. 9).

Se dirige ansiosamente al Cielo para pedirle auxilio en la ardua tarea de la propagación de la nueva devoción: como Medianera que es el oficio que Jesús le dio, se dirige "al Padre Eterno, que dé a conocer a este Sagrado Corazón; al Espíritu Santo que la haga amar, y a la Santísima Virgen que emplee su crédito para que haga sentir los efectos de su poder a todos los que se dirijan a El" (c. 50).

Pero la unión íntima de la Virgen a la nueva devoción, la sintió la santa con más claridad un día de fiesta de la Visitación, cuando, después de pasar largas horas en adoración del Santísimo, vio "un lugar eminente, espacioso y admirable por su belleza, en cuyo centro había un trono de llamas, y en él estaba el amable Corazón de Jesús con su llaga que despedía rayos tan encendidos y luminosos que todo aquel espacio quedaba iluminado y caldeado con ello". Al lado del Sagrado Corazón apareció la Santísima. Virgen rodeada de las Monjas de la Visitación acompañadas éstas de sus ángeles custodios, y les habló en esta forma: "Venid, amadísimas Hijas mías; acercaos porque os quiero hacer como las depositarías de este precioso tesoro que el divino Sol de justicia ha formado en la tierra virgen de mi corazón, donde ha estado nueve meses escondido; después de lo cual se manifestó a los hombres, que no reconociendo lo que vale, le han despreciado, porque le han visto mezclado y cubierto con su misma tierra, en la cual el Padre Eterno había echado toda la inmundicia y corrupción de nuestros pecados, que le hizo purificar durante treinta y tres años en los incendios del fuego de su caridad. Pero viendo que los hombres, lejos de enriquecerse y aprovecharse de tan precioso tesoro, según el fin para el cual se les había dado, procuraban al contrario anonadarlo y exterminarlo, si les fuera posible, de sobre la haz de la tierra, el Padre Eterno, por un exceso de misericordia, ha hecho que sirviera su malicia para hacer más útil todavía este oro precioso del cual, por medio de los golpes que le dieron en la Pasión, hicieron una moneda inapreciable, marcada con el sello de la divinidad, a fin de que puedan pagar sus deudas y negociar el gran negocio de su salvación eterna".

Y prosiguiendo la Reina de bondad, dijo, mostrándoles aquel Corazón divino: "He ahí ese precioso tesoro que se manifiesta a vosotras particularmente, por el tierno amor que tiene mi Hijo hacia vuestro Instituto al cual mira y ama como a su querido Benjamín, y por esto le quiere favorecer con esta herencia, aventajándolo sobre todos los demás. Y no solamente deben enriquecerse ellas con este tesoro, sino que han de distribuir también con abundancia y cuanto puedan tan preciosa moneda procurando enriquecer con ella a todo el mundo, sin temor de que se acabe, porque cuanto más saquen, más encontrarán" (c. 90).

No puede caber, por lo tanto, duda de que en Santa Margarita no había ningún olvido o sustitución de su buena Madre durante los años de 1678-1690 en que sus cartas la muestran completamente absorta en amorosas conversaciones con el Divino Corazón de Jesús. Y esta impresión, provocada por las breves alusiones marianas en las cartas, se afirma bastante más al tomar en cuenta las otras fuentes escritas anteriormente citadas.

En la Memoria el Divino Corazón explicó a la santa que si los hombres pecadores que eran como "miembros medio podridos y prestos a ser cortados" y le causaban grandes dolores, no habían recibido su castigo merecido "debían atribuirlo únicamente a la intercesión de su Santísima Madre, a quien había yo de tener gran devoción". Esta buena Madre en otra visión, le colocó a su Divino Hijo en los brazos con estas palabras: "He aquí El que viene a enseñarte lo que debes hacer". Sentime penetrado de vivísimo gozo y ardiente deseo de acariciarle, y Él me dejó hacer cuanto quise. Después de cansarme hasta no poder más me dijo: "¿Estás contenta ya? Que esto te sirva para siempre: porque quiero que estés abandonada a mi poder, como has visto que lo he hecho yo. Ya sea que te acaricie o que te atormente, no has de tener otros sentimientos sino los que yo te dé". Agrega la santa: "Desde entonces me hallo en una dichosa impotencia para resistirle".

La misma Virgen María se presentó otro día a la santa y "estaba como cansada y fatigada; tenía en sus divinas manos corazones llenos de llagas e inmundicias, y me dijo: "Mira; acabo de arrancarlos de las manos del enemigo que se divertía con ellos a su gusto, pero lo que aflige mi corazón maternal es que algunos se ponen de su parte y aún se vuelven contra mí y desprecian la ayuda que les ofrezco".

En la mística de la santa (Desafío para el adviento de 1685) aparecen íntimamente unidos los corazones de Jesús y el de su Divina Madre. Leemos en este desafío el consejo de Margarita, maestra de novicias: "Primeramente ofreceréis cinco veces al Eterno Padre los sacrificios que el Sagrado Corazón de su divino Hijo le ofrece por su ardiente caridad, en el altar del Corazón de su Madre, pidiéndole que todos los corazones se conviertan y se entreguen a su amor", a lo cual agrega esta oración modelo: "Yo os adoro y os amo, oh divino Corazón de Jesús, que vivís en el Corazón de María, y os suplico que viváis y reinéis en todos los corazones, consumiéndolos en vuestro puro amor". Hace rezar a sus novicias en otra ocasión a la Madre de Dios esta hermosísima oración: "Henos aquí postradas de común acuerdo a vuestros pies para renovar los votos de nuestra fidelidad y esclavitud para con Vos y rogaros que, como cosa vuestra que somos, nos ofrezcáis, dediquéis, consagréis e inmoléis al Sagrado Corazón del adorable Jesús; a nosotras y todo cuando somos, todo lo que hagamos y padezcamos, sin reservarnos nada. No queremos otra libertad que la de amarle, ni otra gloria que la de pertenecerle en calidad de esclavas y de víctimas de su puro amor, ni más voluntad y poder que complacerle en todo, aunque sea a expensas de nuestra vida".

Ciertamente, no se puede expresar en forma más bella y ungida la íntima unión entre los Corazones de Jesús y María y sus devotos. Es como si en esta oración aquel río, subterráneo al primer parecer, se saliese con fuerza irresistible a la superficie de la conciencia religiosa, para llevar en sus místicos remolinos a las almas para dentro de los encantos de los dos sagrados Corazones, el divino de Jesús y el maternal de María.

Ricardo Struve Haker, pbro.

Cuando san José consideraba que María era Madre de Dios, agotábasele el juicio, salía de sí con admiración y el corazón no le cabía en el cuerpo, y la ternura y las lágrimas no le dejaban hablar, y daba alabanzas a Dios, que lo había tomado por marido de la Virgen, y ofrecíasele por esclavo.

                                                                                       Beato Juan de Ávila


jueves, 14 de junio de 2012

Ecce Ancilla Domini

La contestación de la Virgen ante su fondo lingüístico-histórico-jurídico

Después de oír atentamente el mensaje del ángel, la Virgen, según san Lucas, quien parece haber recogido el texto de los mismos labios de la Madre de Dios, contesta, para expresar su prontitud de servir al plan divino: “Ecce ancilla Domini”. (Lc. 1, 38). Considerándose sierva, esclava de su Creador, no vio posibilidad alguna de evadir la obediencia; precisamente su profunda humildad le hace posible aceptar el honor singularísimo de ser Madre de Dios.

Al calificarse “esclava”, la Virgen, llena de gracia y sabia por sabiduría infusa, no exageraba, como lo habría hecho una humildad falsa, sino expresó con admirable acierto lo que vivía de sentimientos y convicciones en su alma. No cabe tampoco pensar que se equivocó de término. León Bloy protesta al comienzo de su obra “La que llora”: “Si, refiriéndome a los dos pastores de La Salette, doy en emplear las palabras “santo”, “santa” o “santidad”, no es más que de un modo puramente relativo, por insuficiencia de lenguaje, falto de términos que completen mejor mi pensamiento”. La Virgen, conscientemente, se llamó esclava, como se ve claramente por la repetición del mismo término en las líneas del Magnificat (Lucas, 1, 48).

¿Qué es entonces, cabe preguntar, lo que la Virgen entendía por este término de esclava? Se han de evitar en la medida de lo posible, suposiciones gratuitas. Luego creemos que la Virgen entendía por este término lo que su pueblo, del cual nació y en el que vivía, entendía por “esclavo”. Lógicamente, por tanto, nos vemos llevados a la necesidad de hacer un estudio lingüístico-histórico-jurídico de la esclavitud entre los judíos para llegar a una adecuada comprensión de esta palabra de la Madre de Dios.


I

“El prólogo con la dedicatoria a una persona de rango que san Lucas antepone a su obra, lo demuestra inmediatamente como un hombre de cultura literaria superior, y efectivamente, al lado del autor de la epístola a los hebreos, escribe el mejor griego de todos los autores del Nuevo Testamento. (“El Evangelio de san Lucas”, traducido y comentado por Joseph Schmid, Regensburgo, 1951, pág. 14). El término griego de san Lucas, para verter congruentemente la palabra hebrea-aramea “hebéd” (la latina “ancilla”) es “doulé”. En las traducciones españolas leemos: “esclava” (traducción de Felipe Scío de San Miguel, Barcelona, 1868).

Grecia, como Judea y Roma, conocía la esclavitud, institución difundida en todo el mundo antiguo con casi iguales condiciones para los afectados por tal estado. La lengua griega conocía variados términos para expresar el hecho de la esclavitud.

El término latino ancilla está relacionado con el término masculino servus. “Mas el séptimo día sábado es del Señor tu Dios: no harás obra ninguna en él, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo ni tu sierva (servus tuus et ancilla tua) ni tu bestia, ni el extranjero que está dentro de tus puertas”. (Éxodo, 20, 10; cfr. Lev. 25, 44 Deut. 16, 11). Aparece el término ancilla en el Antiguo Testamento, significativamente, en los labios de las tres mujeres-tipos de la Virgen: Ruth dice a Booz: “Yo soy Ruth, tu esclava” (Ruth, 3. 9); Judith dice a Holofernes: ancilla tua (Jud. 11. 14); y Ester se llama “esclava del Señor” (Est. 14. 18) por lo cual se ve que este término se usa frente a Dios y a grandes señores de esta tierra. En el Nuevo Testamento encontramos la ancilla (ostiaria) en las escenas en el patio del Sumo Sacerdote que describen la negación de san Pedro, y en una parábola de Nuestro Señor donde un siervo maltrata a sus compañeros de esclavitud, servos et ancillas (Lucas 12, 45).

En cuanto a la raíz de la palabra ancilla es de anotar que san Alberto Magno, en su comentario a san Lucas, está profundamente equivocado al derivarla del griego an (que significa alrededor) y kello (que significa moverse). Viene ancilla, al contrario del latín anculus y ancula, diminutivos estos de ambicolus (cfr. Stowasser, Diccionario de la lengua latina, 3ª edición, Leipzig, 1910) lo que, de su parte, viene del griego amfípolos del significado “siervo, sierva”. (la “qu” pierde su sonido “W” delante de la vocal “u” y de consonantes y se convierte en simple “c” (quis-quem-cuius, cui) de modo que “quo” se convierte en “co”; colus es igual al griego polos).


II

Toda la jurisprudencia judía sobre los esclavos la encontramos expuesta en forma muy clara y sintética en el Comentario al Nuevo Testamento con base en el Talmud y Midrasch de los autores protestantes Strack y Billerbeck, Munich, 1928, tomo IV, 2ª parte, págs. 698-744. Podemos prescindir de todo lo que en esta obra se expone sobre los esclavos judíos (de raza judía) porque ellos no representan el verdadero estado de esclavitud, sino son una forma muy mitigada y eran redimidos periódicamente en los años jubilares. Al contrario, el esclavo cananeo es el verdadero esclavo, su prototipo, en la mentalidad judía. Los datos de estos autores quedan plenamente confirmados por los autores católicos aunque éstos no se ocupan con la misma extensión del problema, como por ejemplo Friedrich Noetscher, Arqueología bíblica, Bonn, 1940, paginas 140-144.

El esclavo era adquirido por el pago de una suma, por certificado de la compra y la toma de posesión, es decir era adquirido como cualquier “cosa” (un campo, una casa, etc.). “Es esclavo aquel sobre el cual su dueño tiene todo poder”, o en otras palabras, “es uno a quien no pertenece su alma” (o lo que es igual, su persona, su vida). A consecuencia, el esclavo entre los judíos no podía adquirir propiedad alguna; todo lo que trabajaba, hallaba o recibía regalado, era de su señor. “La mano del esclavo es como si fuera la mano de su señor”. El dueño tiene todo derecho sobre él, le podía dar otra esclava mujer. Los hijos seguían el estado de su madre, la esclava paría para su señor. De ahí se entiende la frase de los rabinos: “Los esclavos son como el ganado”. “El hijo en el vientre de la esclava es como la cría en el vientre de un animal”. Al morirse su dueño, el esclavo pasó como cualquiera otra herencia al sucesor, mientras el esclavo mismo no podía hacer testamento. Naturalmente, podía el amo separar nuevamente el contubernio y separar la madre esclava de su hijo.
Es cierto que se podía formar entre el esclavo y su dueño una situación humanamente aceptable; pero sería falsa la opinión de que el trato de los esclavos hubiera sido por lo general humano. El perro era el animal más abyecto para los judíos, y sin embargo, “el perro es más honrado que el esclavo” (cfr. 4. Reg. 8, 13). El menosprecio del esclavo, como ser vivo, iba hasta tal punto que se daba el caso de que los esposos no veían inconveniente de ejercer el acto matrimonial en presencia de sus esclavos. Las reparaciones de las heridas hechas a un esclavo de otra persona, se regían por las reglas de reparaciones de daños hechos a sementeras o al ganado del vecino.
Se conocía la liberación de los esclavos en el derecho judío: había dos caminos para ella, el pago de la suma pedida por el dueño y la carta de libertad. Motivos eran la libre voluntad del dueño, en primer lugar, el reconocimiento de buena conducta del esclavo, o la voluntad de darlo, ya libertado, por esposo a una hija núbil. Si el esclavo había recibido la circuncisión al entrar en la comunidad de los judíos por cualquier forma de adquisición, una sumersión en agua en el momento de su liberación lo convirtió en prosélito en sentido completo.

Finalmente anotamos que los esclavos naturalmente no tenían libertad de hacer votos, y que tal voto, en caso de ser emitido, podía ser anulado en cualquier momento por su dueño.

No queremos descartar la posibilidad de que la Santísima Virgen haya podido tener conocimiento de las costumbres romanas en cuanto a la esclavitud, ya que los romanos eran dueños de su tierra y vivían en ella, acompañados de sus esclavos, traídos de fuera o adquiridos en Judea. A lo mejor, hay tintes más sombríos en el cuadro de la esclavitud romana. Basta recordar el principio jurídico romano de que “una cabeza servil no tiene derecho” o la inicua expresión de Ulpiano: servus vel animal aliud (un esclavo o cualquier otro animal) (cfr. Pablo Allard, Los cristianos en la esclavitud del Imperio Romano, Buenos Aires (1876) (1946). Las leyes y costumbres griegas, al contrario, eran más atenuadas, ya que los esclavos griegos recibían fuera de comida y habitación muchas veces algún pago modesto que les permitía comprarse más tarde su libertad; pero no vemos cómo la Virgen pudiera haber tenido conocimiento de tales condiciones, (cfr. Hans Lamer, Diccionario de los tiempos antiguos, Leipzig, 1933).


III

Por lo general, los tratadistas católicos, según parece, no explotaron estas luces sobre la esclavitud entre los judíos para el comentario de Lucas 1,38 y 1,48. Menos se aprovecharon estos datos en las obras de devoción o meditaciones. El P. Juan Rey, S. J., (en su obra Comulga con la Virgen. Santander, 1956 pág. 75) dice: “Una esclava, sí, menos que una sirvienta. La sirvienta está libremente en la casa de su amo; puede abandonar la casa cuando quiera, conserva todos sus derechos. Una esclava, no. La esclava pertenece a su amo; tiene que estar necesariamente en su casa, no se le reconocen derechos; el amo puede mandarla, puede venderla, puede castigarla, puede quitarle la vida”. O se hacen piadosas comparaciones como la siguiente: “Los grandes romanos se divertían a veces haciendo luchar a sus esclavos, pero tirándoles al rostro aquellas repugnantes palabras: “Haceos allá, canalla, no sea que vuestra sangre me manche la túnica”. Pero la sangre preciosa de esta excelsa esclava, que Ella trasvasa puramente al Redentor, será la que purifique las estolas de las vírgenes y caiga como lluvia lavadora sobre el mundo manchado”. (P. Victoriano Rivas A., S. J. Llena de gracia. Santander 1954, pág. 40).
Parece que una explotación más sistemática del hecho de la esclavitud arrojará luz más abundante sobre el pasaje de san Lucas.

Antes que todo debemos observar, con base en la íntima unión de la Santísima Virgen a la obra redentora de su Divino Hijo, que ella toma parte en la transformación de la miseria humana en la dignidad cristiana. Como su Hijo transformó el madero de la ignominia, la cruz, en símbolo de la gloria, ella transforma la esclavitud en algo dignificado. Desde cuando la Madre de Dios no rehusó llamarse esclava, la esclavitud como institución afrentosa empezó a desvanecerse; a los millones de esclavos del Imperio Romano y de todos los pueblos antiguos, debía aparecer la dignísima Madre de Dios como compañera, y pronto como Patrona. El hecho de que ella voluntariamente se dio en esclavitud por el bien de la humanidad entera, debía encerrar grandes consuelos para la mísera masa de los esclavos. Y si en los últimos siglos la “esclavitud” amorosa de los devotos de María no encierra ya nada de afrentosa, es porque ellos aprendieron de su Maestra, como tal situación, aceptada con voluntariedad, incluye ante Dios y Ella inmensos títulos de honor. Según el salmo 115, 16 Cristo mismo (en la suposición de un sentido mesiánico de este salmo) se declaró “esclavo”: “Oh, Señor, qué esclavo tuyo soy; yo soy esclavo tuyo e hijo de tu esclava”. Tiene razón el barnabita, P. Juan Semería, al decir: “Esta rendición activa de nuestra voluntad a la voluntad de Dios, transforma el fiat de la humildad, en el fiat de la potencia, de la fuerza. El fiat de la Virgen se asocia al gran designio de la Redención, como parte activa, indispensable; podría decirse que el fiat de la humilde mujer, unido al de Dios, llega a ser omnipotente, imperial… Es la voluntad del siervo que se ha redimido y se redime de su servidumbre, elevándose hasta la altura del patrón”. (María, ideal de virtud. Santiago, 1952 pág. 16 s.)

San Francisco de Sales indica en su Teótimo las premisas de la esclavitud de María, “exponiendo que el amor es una cadena fortísima que ata la voluntad del amante a la del amado y la hace esclava solícita de todos sus quereres; y el amor divino, en especial, es un amor celoso que no descansa hasta sujetar al hombre todo bajo el yugo suavísimo de la voluntad divina (cfr. Uldarico Urrutia, S. J. Los nombres de María. Buenos Aires, 1948, pág. 286) María, en otras palabras se enamoró de la esclavitud y le infundió tanto amor que la transformó en lo más noble que el hombre puede practicar frente a su amo; haciéndose esclava voluntariamente, convierte la esclavitud en la forma más sublime de servicio libre frente al Señor.

Sobre esta base, todos los detalles anteriormente expuestos sobre la esclavitud, reciben un significado profundo y hermoso.

Como los esclavos se adquirían por el pago de una suma, certificado de esta compra y toma de posesión, ella queda en manos de Dios como esclava por iguales títulos: redimida, adquirida no con oro y plata, sino con la sangre de su Divino Hijo (1. Petr. 1, 18); en su adquisición fue destruido el anterior documento, con anticipación inaudita (Col. 2. 14) y el Espíritu Santo pudo tomar posesión de su esclava (Lucas, 1, 35).

Su entrega fue tan total que se puede decir que, aunque la criatura no puede deshacerse de su naturaleza si no fuera por aniquilación, su “alma” ya no le pertenecía; quedándose con su libre albedrío, se quedó sin embargo sin él, por entregarse como esclava voluntaria a su Señor.

Todo lo que posee, lo que trabaja, lo que sacrifica, lo entrega concienzudamente a su Señor. Lo más sublime en ella, su pureza y virginidad lo entrega al Padre Eterno, para que le dé esposo en el Espíritu Santo. Admite humildemente que su voto sea anulado por su Señor.

Sabe perfectamente, y esto le da valor para ser perfectísima esclava, que el hijo nacido de ella, tendrá la condición de su madre. “Soy hijo de tu esclava”. Si el mismo Dios hizo una entrega voluntaria a la esclavitud, renunciando a las glorias del cielo (Fel. 2, 6) la Virgen tampoco pudo vacilar en aceptar la cruel consecuencia de arrastrar, por decirlo así, a su Divino Hijo a la condición de su madre. Al contrario, debía gozar, una vez tranquila sobre este punto, de poder dar a sus semejantes, un hermano que, el primero entre los esclavos, traería la libertad, la tan deseada carta de libertad, en un movimiento general de liberación.

Naturalmente también sabía la Virgen que su Señor podría separarla de su hijo y arrebatárselo en cualquier momento, de modo que las palabras extrañas de distanciamiento que más tarde pronunciara su Hijo, (Lucas 8, 21) a ella no parecerían tan extrañas; y hasta la separación definitiva cuando el Hijo se entregó a sus enemigos y a la pasión, debían aparecerle sobre la base de la perfecta esclavitud, como una cosa natural para la esclava del Señor. Ni la esclava tenía derecho a recibir curación de tan grandes heridas causadas por la compasión.

Creemos que con estas breves indicaciones ya se ha señalado la línea de toda una fructuosa exégesis de Lucas 1,38. La base para su interpretación ya no es el sentimentalismo, sino una muy sólida de puntos de vista científicos, sobre todo de la jurisprudencia de los judíos acerca de la esclavitud. Creemos también tal exégesis muy útil para la refutación de los argumentos que siempre de nuevo se oyen contra la perfecta esclavitud mariana tal como la entendía la época del Santo Luis María Grignon de Montfort y sobre todo este mismo y como se propaga en el movimiento hermosísimo de los Sacerdotes de María quienes con la misma entereza, voluntariedad y plenitud de amor convierten lo afrentoso de la esclavitud en el servicio más noble y libre a la Madre de Dios.

Ricardo Struve Haker
Pbro.

Tomado de la revista Regina Mundi

jueves, 7 de junio de 2012

La simpleza de la mariología protestante

La Mariología protestante no es solamente simplista en el sentido de haber reducido la doctrina sobre María, Madre de Cristo, desde un principio fundamental, y por tanto sin remedio o salida del simplismo, a una tesis simple, infructuosa; sino es simplista también por limitarse a una postura negativa, despreciativa frente a otras doctrinas marianas de manifiesta fertilidad intelectual y sentimental.

En efecto, en las iglesias protestantes, la Mariología se reduce al recuerdo, más o menos piadoso de que la tal María fue la madre de Jesús. Por esta razón, aparece en el arte (en los pesebres, en sus puestos tradicionales de las Bodas de Caná y al pie de la cruz, sin que el protestantismo se preocupe ya del fondo o significado dogmático de tal puesto) como por tradicionalismo. Aún en los católicos humildes el ver a María en tal puesto, despierta en seguida conclusiones dogmáticas, pero en el protestante despierta un mínimo de sentimientos piadosos y nada de proyecciones dogmáticas.

Y en cuanto al segundo punto, frente a decires del carácter ubérrimo de la Mariología de los católicos, el protestante se halla en postura de protesta, como lo dice su nombre, porque no le parece bien que "la María" ocupe tanto las mentes de los fieles, ya que según su opinión una Mariología conscientemente cultivada no puede tener otra consecuencia sino desviar el interés de los cristianos del "único mediador" al perjudicial culto de los santos.

Dejamos constancia que estas aserciones sobre la Mariología protestante no las sacamos como conclusiones lógicas del sistema doctrinal del Protestantismo, sino las referimos de propia experiencia.

No recuerdo haber dicho jamás una oración, haber dirigido jamás una súplica a María, Madre de Jesús, ni recuerdo haber oído jamás tal cosa de uno de mis compañeros del colegio protestante. En cambio, las protestas contra las exageraciones de la Mariología católica, teórica y práctica, abundaban a toda hora en los sermones, en las clases de religión, en las conversaciones entre muchachos, etc. Había un interés en quitarle a "la María", como solíamos decir sin respeto alguno, estas atenciones para defender mejor, como creíamos, a Jesús, quien por su parte, no era sino una simple persona humana, con derecho al cariño y respeto de los fieles por su heroica moralidad, pero privada en todo lo que era "protestantismo liberal", de su carácter divino y por tanto de actos de adoración. Se da por lo tanto la situación curiosísima de que donde se daba a Cristo más (adoración por ser verdadero Dios y verdadero hombre), se daba también a María más (Madre de Dios con culto de hiperdulía), y donde se daba a Cristo menos (persona humana admirable por la heroicidad de sus virtudes) también se daba menos a María (nada de veneración para no ensombrecer a Cristo) y al contrario, había un afán en quitar con acento casi hostil a "la María" toda clase de atención.
En verdad, podemos dar a la tenue Mariología protestante el calificativo de "simpleza" en el sentido de hallarla reducida a insignificancia, desaliño e insipidez intelectual y sentimental.

No se puede negar que dentro del protestantismo había tal cual elemento que andando por propios caminos, sospechaba algo de error en esta postura. Podía haber cierto interés cariñoso en María, de carácter positivo, pero tal postura incluía dos consecuencias casi inevitables: primero, se la calificaba como menos protestante, quizá como menos lógica, menos fiel a los principios del protestantismo, y en segundo lugar, se la sospechaba como peligrosa, porque debía llevar al individuo a lo largo cerca del campo católico. Lo que en verdad pasaba en estos casos, fue que cualquier sentimiento positivo frente a María, llevaba inmediatamente a una apreciación diferente de Cristo, acercaba al individuo a la creencia en la divinidad de Cristo y en lógico desarrollo llevaba al individuo cerca de la Iglesia católica, única que con firmeza defendía la divinidad de Jesús y conocía una verdadera Mariología dogmática, mística y sentimental, teórica por tanto y práctica. La historia de las conversiones a la Iglesia católica revela siempre el papel importante de María en estos pasos decisivos, comprobando la justicia del principio católico "Per Mariam ad Jesum".

Así con toda seguridad, el observador desinteresado de la situación dogmática e interior del protestantismo tiene una regla infalible acerca de la distancia o proximidad del protestantismo a la Iglesia católica: cuando desde los tiempos de Lutero, el protestantismo arremete contra María, se está distanciando de la Iglesia católica; cuando en el protestantismo, al contrario, aparece como un retoño tímido el amor a María, las iglesias protestantes estarían aproximándose a la Iglesia católica. Porque lo que sucede en el individuo protestante, sucedería a la Iglesia protestante; la diferencia no es sino de grado y número. Si en Alemania la Iglesia católica conquistó anualmente unos diez mil convertidos, esta conquista se debía prácticamente a María y a sus fuerzas de atracción hacia Cristo Dios.

En la misma vida de Lutero observamos igual desarrollo: cuando su apostasía de la Iglesia católica se perfeccionó por medio de la Bula Decet Romanum Pontificem (del 3 de enero de 1521), Lutero escribió todavía su comentario al Magníficat en el cual leemos: "Estas cosas grandes no son otra cosa que hacerse ella Madre de Dios; en la Encarnación recibió tantos y tamaños beneficios que nadie puede comprenderlos. Porque de ella seguía todo su honor, toda su bienaventuranza y el que ella en todo el género humano sea única sobre todos los demás de manera que nadie la iguala". Pero cuando en 1529 ya niega la Inmaculada Concepción de María, había precedido su matrimonio (en 1525, junio) con la ex-monja cisterciense Catalina de Bora, y su separación de la Iglesia católica se había hecho interiormente con toda decisión.

Como también en la vida de los grandes convertidos a la Iglesia católica, siempre podemos seguir sus pasos de aproximación a ella, si estudiamos sus sentimientos, sus creencias acerca de María, Madre de Dios. "El culto de María, tal como lo practica la Iglesia católica, desde el principio me pareció algo simpático y natural, sin que por esto se sintiese gravada la conciencia. Diré más aún: me encendía de cólera, cuando veía ultrajada la dignidad de la Madre del Salvador; cuando algún pastor desde el púlpito pretendía menguarla y rebajarla, para que resaltase más evidentemente el error de la Iglesia católica. La idea de que si creemos en Dios, su Madre debe ser para nosotros digna de veneración y de amor, me parecía de un rigor lógico inflexible. Así como amaba yo tanto a mi madre, era para mí cosa clarísima que debía amar y honrar a la Madre del Señor". Más tarde escribió esta convertida: "Me arrojé en los brazos, amorosamente abiertos, de la Madre de Dios, balbuciendo: Si como Madre de Jesús, puedes algo, ayúdame. ¡Momento dichoso! La Madre de Dios me recompensó de este primer amor tímido e imperfecto. Al punto Ella obró en mí el prodigio: me relampagueó la idea, un poco confusa aún, de que sólo en la Iglesia católica podía hallar mi salvación". Y después de haber recorrido todo el camino largo y doloroso a la mano de María ("el martirio que espera a muchos convertidos, un martirio incruento, es verdad, pero no menos doloroso, originado por los parientes, por la sociedad y todas las presiones ejercidas en un país protestante sobre los católicos y especialmente sobre los convertidos"), tributó su homenaje a la Madre de Dios por publicar su autobiografía con el título Por María a la Iglesia.

iCuán grande es la distancia entre la insipidez de la Mariología protestante, de carácter defectuoso, negativo y a veces hasta hostil contra la Santísima Virgen María, y toda la abundancia y profundidad de la dogmática católica acerca de la Madre de Dios! Esta extrema pobreza de postura negativa contra "la María" y la profundidad mariana católica (León XIII): "María, quae ipsius generis humani personam quodammodo agebat" en "Octobri mense" del 22 de septiembre de 1891) indican en verdad no sólo dos posturas distintas frente a María, sino a Cristo mismo y a Dios.

Ricardo Struve Haker, pbro.

Por última vez, Señora
Llegamos a tu Santuario:
Venimos a despedirnos.
Virgen Madre del Rosario.

Se acabaron nuestros cantos,
Nuestra música y tambor,
Ni se batirán banderas.
Virgen Santa, en vuestro honor.

Adiós, Virgen de Andacollo,
Adiós, hermoso lucero:
Volveremos a tu fiesta
Para el año venidero.

Coplas con que se despiden los danzantes de Cutún de la Virgen de Andacollo (Chile).

Tomado de Regina Mundi, revista de estudios marianos