jueves, 27 de junio de 2013

El mensaje de la Santísima Virgen a Bernardita



Contemplemos algunos cuadros:

            La pequeña, oscura y fría mazmorra donde vivía la familia Soubirous. Allí reinaba el hambre y la miseria; pero ni la una ni la otra destruían la paz de aquellas almas que confiaban en Dios.

            Bernardita, la primera de cuatro hermanitos, es una niña grácil que padece fuertes ataques de asma. Es el ángel de la casa, que se afana en ayudar a la madre y que procura por cuanto le es posible esconder su enfermedad, con el único fin de no contristar el corazón materno impotente para proveerla de cuanto le era necesario.

            Bernardita, es de sentimientos profundos y delicados, pero a los catorce años de edad no logra aprender las lecciones de catecismo con que se la prepara a la Primera Comunión. Su corazón comprende y saborea cuanto la memoria se niega a retener y por eso muy bien sabe consolarse cuando las maestras le dicen: “No serás más qué una ignorante”, repitiendo para sí: “También si no sé nada, puedo decir el Santo Rosario y amar al Buen Dios de todo corazón”.

11 de febrero de 1858:

            En casa, el padre está enfermo y el fuego se ha apagado. Bernardita obtiene de su madre permiso para ir con una de sus hermanitas y con una amiga a recoger leña en el bosque vecino. El frío era entonces, punzante. Cerca de la Gruta de Massabielle deben atravesar un torrente. Las dos compañeras pasan y Bernardita queda incierta. No sabe si mojarse los pies exponiéndose a un nuevo acceso de asma o esperar de este lado el regreso de las niñas. Poco a poco, y en silencio, amontona algunas piedras con la esperanza de formar un pasaje. Convencida de que este esfuerzo no será realidad se decide a descalzarse.

            Ninguno se cuidaba de Bernardita; y si los ilustres de Lourdes: el médico, el filósofo, el síndico, hubieran debido decir su pensamiento sobre aquella niña, todos habrían movido la cabeza sentenciando: una vida inútil; para qué vivir así en la miseria y en la enfermedad sufriendo siempre. Las personas devotas, tal vez murmurarían: el Señor la lleve al cielo para que su vida de dolor y sufrimiento no se prolongue más sobre la tierra.

            La Reina del Cielo, en cambio, seguía a su predilecta que en medio .de tantas penas se consolaba con poder decir el Rosario y enseñar las oraciones a sus hermanitos.

Y aquel frío atardecer de febrero, en la Gruta de Massabielle le aparece entre nubes de oro rodeadas con luces de cielo.

            No era inútil la existencia de Bernardita; no era ella el alma que debía afanarse para alcanzar el cielo, que debía morir para dar fin a sus dolores.

            Mensajera de María, Bernardita debía vivir y anunciar al mundo el programa de misericordia y salvación que la Madre del Cielo venía a ofrecer.

            La Santísima Virgen prepara a Bernardita a la Misión que le quería confiar. Las cinco primeras apariciones miran casi exclusivamente a esta preparación.

            La Belleza y la Bondad de la mirada de María extasían a la joven Bernardita y la llenan de suave nostalgia. La Virgen la invita a la oración: señal de la cruz, Santo Rosario. La oración es el medio con el cual se corresponde a la gracia divina y se entra en contacto con Dios.

            La Virgen le quita toda duda. Acercándose con una dulce sonrisa responde a su invocación: “Si vienes de parte de Dios, acércate”.

            La Virgen, pide a Bernardita su libre consentimiento en la misión que quiere confiarle: “¿Quieres, le dice, venir aquí por quince días seguidos?”.

            Le asegura una recompensa real; “yo te prometo,- hacerte feliz, no en este mundo, sino en el otro”. Y la dulce, materna sonrisa convence a Bernardita de que la tal promesa no será una ilusión.

            La Santísima Virgen se muestra satisfecha de la fidelidad de la niña en venir a la Gruta y la reconoce digna de recibir grandes revelaciones.

            Finalmente le enseña una oración, única y especial para Bernardita; la cual, ésta nunca revelará y que debió ser la síntesis de cuanto le había enseñado. Bernardita recibe su oración y cada día la repetirá como expresión de su amor, como perenne éxtasis de unión con la bella Señora.

            Este es el mensaje personal de la Virgen a la joven Bernardita.

            Han pasado diez días, del 11 al 20 de febrero, Bernardita, es la misma niña pobre, ignorante, afectuosa y pía de antes, pero una nueva energía que la sostendrá en la vía que debe recorrer para enseñar a los otros cuanto aprenderá en las arcanas revelaciones de la Virgen, ha entrado en su corazón.

            Bernardita no es la única mensajera de la Santísima Virgen. Cada alma, y en particular cada alma consagrada al apostolado, es mensajera de María Santísima y de Jesús al mundo. Nosotros somos los heraldos de María.

 La Santísima Virgen nos prepara a la vida misionera.

            Un poco de cielo ha penetrado en nuestra alma, y hemos sentido las palabras de la Virgen: “¿Quieres venir? Te haré feliz en la otra vida, te comunicaré arcanas revelaciones. Siente mi presencia. Reza siempre”.

            La bella y buena Señora, fascinaba a Bernardita que sin conocerla aún, intuía venir del cielo.

            Nosotros también hemos tenido siempre la certeza de que Dios nos hablaba y a Él hemos escuchado.

            Nos hemos encontrado todavía débiles, enfermos, inquietos, pero do-minados por una nueva realidad que actuaba secretamente en nosotros y que los demás no podían comprender. Realidad irresistible, santa, sublime: la elección divina a la cual María nos venía preparando.

El mensaje de María Santísima al mundo

Oración y penitencia:

            Hasta aquella mañana del 21 de febrero, Bernardita había gozado de la presencia y de la sonrisa da la bella Señora. Ahora está lista para recibir las grandes revelaciones.

            En el éxtasis de la visión, se la vio avanzar de rodillas hasta la gruta, luego levantar las manos y palidecer notablemente mientras gruesas lágrimas caían de sus ojos.

            Terminada la visión, ella misma contó cuanto había sucedido. “La Virgen Santísima, había retrocedido algunos pasos, y ella como sumida en profunda desgracia la había seguido de rodillas. Después la Gran Madre de Dios había levantado los ojos y con su mirada había abrazado toda la tierra con sus innumerables iniquidades y con su número inmenso de almas pecadoras. Su rostro se había puesto triste, melancólico como el de una persona afligida por gran amargura, mientras detiene con esfuerzo el curso de sus lágrimas. Bernardita, miró la aflicción de su Señora, y afligida también, le preguntó: “Oh Señora, ¿qué tenéis? ¿Qué debemos hacer?”. Y la Virgen con un acento de gran piedad le respondió: “Rogar por los pecadores... Besar la tierra por los que no cesan de pecar”.

            Desde entonces, no vio más Bernardita la sonrisa sobre el rostro de la bella Señora, sino una profunda tristeza. No hubo, desde entonces para la vidente, éxtasis de felicidad, sino transportes de dolor, lágrimas. Desde entonces Bernardita lloró mucho. Debe ser muy triste el espectáculo de las iniquidades de la tierra y la infeliz suerte de los pobres pecadores.

            Bernardita comenzó así la misión expiatoria en favor de los pecadores. Las visiones posteriores son una mezcla de dicha y de angustia, de dulce reposo y de espasmódico sufrir.

            En el mismo día se iniciaron las persecuciones de las autoridades civiles que culminaron con la firme prohibición de que Bernardita volviese a la gruta. Prohibición que fue confirmada por sus padres.

            El día siguiente, Bernardita, para no desobedecer no iría a la gruta, pero ya sentía como una fuerza interior que la empujaba hacia el lugar de las revelaciones. A hurtadillas, escapó hasta la gruta, pero la bella Señora no apareció. Bernardita, retornó a casa y explicó a su madre cuánto en aquel día le había sucedido. De ella obtuvo permiso para volver a Massabielle.

            El día siguiente, la bella Señora aparecía radiante y esperaba a su elegida.

            Éxtasis de dicha y de dolor, Bernardita cumple el acto de penitencia y de humildad, besando la tierra y caminando de rodillas. Luego, largo coloquio con la Virgen que le confía tres secretos que miran exclusivamente a Bernardita. Es el premio de la buena Señora por las penas pasadas, por la desilusión del día anterior. Preparación al mensaje que por su medio, la Virgen quería anunciar al mundo. Esta vez, Bernardita se entristece con la Virgen, y ofrece en espíritu de reparación sus penitencias.

            Ahora no debe quedar sola. Comienza a ser no solo víctima sino mensajera y por eso, volviéndose al mundo grita: “Penitencia, penitencia, penitencia” y llora mientras avanzando de rodillas llega cerca de la gruta y besa la tierra.

            Tres puntos de un programa que no solamente debemos admirar en la vida de Bernardita, sino que debemos vivir en nuestra vocación misionera.

            El triste espectáculo de la iniquidad de la tierra nos empuja a reparar con la oración y la penitencia, a dedicarnos totalmente al apostolado, seguros de que María nos acompaña aumentando con secretas comunicaciones nuestra unión con Dios.

            Oh Virgen Santa, revélanos los secretos arcanos de amor, de fidelidad, para que nos sostengan en las insidias y desilusiones que se nos presentan tan pronto nos encaminamos al sacrificio y al apostolado.

Perennidad de la presencia de María

            El pueblo sentía la presencia de la Virgen y se asociaba a la invitación de oración y de penitencia. Por eso, como para premiarle María perpetúa su presencia en Lourdes beneficiando así a la humanidad.

            Es por eso que María invita a Bernardita a lavarse en el agua de la fuente milagrosa en donde a través de los años tantas almas encontrarían allí el agua de salud y de vida.

            En las apariciones siguientes la Santísima Virgen manda a Bernardita, donde los sacerdotes con el mensaje especial de que se levante una capilla y de que se venga hasta la gruta en solemne procesión.

            La fuente, manantial de milagros espirituales y materiales, la presencia de Jesús en la procesión y en la Iglesia, la acción de María que inunda de gracias las almas de los miles de peregrinos, conserva a través de los siglos aquel ambiente de oración, de penitencia y de apostolado que forma el mensaje de Lourdes al mundo.

Para Bernardita el oficio de mensajera de la bella Señora la empujó siempre más en su misión de primera discípulo de María.
            Al sufrimiento físico agrega el sufrimiento moral. Bebe el agua sucia, y mastica la hierba de la gruta permaneciendo impasible a los gritos del pueblo que la tildan de ilusa, de impostora. Bernardita, sigue firme, nada la impresiona, nada la hace cambiar su decisión, valerosa cumple el deber que en la visión le fuera impuesto sin cuidarse del éxito inmediato de cuanto debe hacer.

            Doble, importante, esencial lección para cada apóstol: sufrir moralmente y alegrarse más del deber cumplido que del resultado que pueda obtenerse.

            Pero la bella Señora, no desampara a Bernardita; sobre ella continúa su protección de madre que la anima y sostiene con íntimos coloquios.

            La perseverancia es virtud difícil. “Reza, y haz penitencia por los pecadores”. “Sí” responde Bernardita. “¿Te cansa y te repugna besar la tierra y llegarte hasta la gruta de rodillas?” “No”, responde Bernardita.

            Afortunados los misioneros que saben escuchar la doble demanda de María y que a ella responden constantemente sí sin desmayar en el trabajo, sin retroceder en la consagración que hicieron. Afortunados aquellos que diciendo sí a la lucha, saben decir no al desaliento, no al cansancio, no a la seducción de una vida y actividad cómodas, no a las atracciones sonrientes del descanso.

            Bernardita no tenía ninguna duda de que la bella visión venía del cielo.

            Tampoco dudaron de ello los miles de peregrinos que se amontonaban en torno a la gruta ni los laboriosos constructores que después de jornadas fatigosas, trabajan con amor espontáneo en la preparación de los caminos que suben a la gruta. También el párroco con sus sacerdotes sentía la presencia de lo sobrenatural, aunque disimuladamente insistiera: “Diga su nombre, pruébelo. Haga florecer el rosal”.

            María Santísima premia su fe y revela su nombre: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Esta revelación no es solo una respuesta a cuanto se le había dicho y pedido, es el sello con que la misma Reina Celestial confirma la definición dogmática de su Inmaculada Concepción, hecha cuatro años antes por Pío IX.

            Así María agradece a la humanidad el público reconocimiento hecho a su Concepción Inmaculada.

            Con su mensaje de oración y de penitencia redime y rinde inmaculados a todos los hombres, también si son pecadores. Para todos sonríe, gracias a María, la esperanza de la eterna felicidad del cielo.

La respuesta de Bernardita a la Virgen

            Revelando el nombre de la bella Señora, Bernardita cierra su misión de mensajera de la Inmaculada, pero continúa viviendo su parte en la actuación del programa que la Reina del Cielo ha trazado a la humanidad.

            La parte que personalmente más la interesa, porque la llevará al cielo.

            Aunque el apóstol ordinariamente no cumpla su misión entre misiones y mensajes, cierto es, que hay en su vida períodos durante los cuales la influencia divina se siente más próxima, menos velada. Después, este fulgor interior, desaparece y la vida continúa como de costumbre, entre espinas y piedras por senderos iluminados tan solo por la antorcha de la propia fe que arde en el corazón.

            María Santísima quiso aparecer a Bernardita por dos veces más todavía.

            Los hombres habían levantado un obstáculo para impedir el ingreso a la gruta. Bernardita, llega hasta la orilla del Gave y desde ahí en rapto de amor alarga los brazos, los tiende hacia Ella exclamando: “Hela aquí. Sí, es Ella. Mirad cómo nos sonríe y saluda desde el obstáculo. Nunca la he visto así tan bella. Qué dulce es la Señora”. Esta fue la última visión.

            Aquel obstáculo puesto intencionalmente para impedir todo acceso a la gruta, representa la materialidad de la vida que en adelante la separará la bella Señora, pero que no le impedirá vivir en la atmósfera de amor de la visión celestial.

Su puerto. El buen Dios lo sabe.

            Los tres secretos revelados por la Santísima Virgen a Bernardita, ¿no habrán sido tres enseñanzas sobre el modo cómo debía recibir y comportarse en las apariciones?

            Inútil es discutir sobre tal asunto; pero debiendo nosotros reducir a esquema de vida el designio maravilloso de María sobre Bernardita, podemos imaginarlo.

            Bernardita con su sencillez y desenvoltura características, sabe encontrar su puesto en el intrincarse de actos y deducciones que se suceden después de las apariciones.

            Actos milagrosos y el celestial influjo de María atraen a Lourdes filas no interrumpidas de peregrinos que esperan afanosos la palabra decidida de la autoridad eclesiástica que proclamó: “Nosotros juzgamos que la Inmaculada Madre de Dios, realmente ha aparecido a Bernardita Soubirous”.

            Humildes peregrinos e ilustres personajes, laicos y eclesiásticos impulsados por la fe rinden a Bernardita su tributo de admiración y devoción arrodillándose a sus plantas pidiendo una bendición.

            Bernardita siempre sencilla y aureolada de humildad todo lo dirige a la gloria de la celestial visión. No la turba la sarcástica sonrisa de los incrédulos ni las complicaciones de pseudo visionarios que pululan en torno de la gruta. Tampoco las difíciles interpretaciones de los hechos con que tantas veces, civiles y eclesiásticos quisieron atemorizarla. Nada logra mover el pedestal de fe pura y sencilla sobre el cual se apoya.

            “No soy sabia para poder discutir. Ya os he dicho aquello que sucedió en la gruta. Examinad vosotros y determinad lo que se debe pensar”.

            Bernardita sabe aquello que debe concluir para sí misma: “Confianza y reposo en Dios”.

            “Esta agua que cura a otros ¿por qué no te ha curado?”.
            “La Santa Virgen quiere que yo sufra”.
            “¿Y por qué quiere que tú sufras?”.
            “Oh, porque tengo necesidad”.
            “¿Y por qué sólo tú tienes necesidad y los otros no?”.
            “Oh, el Buen Dios lo sabe”.

            Para cada uno de nosotros termina pronto el período de la vida en el cual el pensamiento está fijo delante de un sueño de esperanzas y promesas.

            Pronto somos envueltos en el hilo sutil, pero tenaz de nuestros actos, de las responsabilidades que nos han sido encomendadas, de las resoluciones que hemos de tomar... El pasado no se destruye, el presente es aquello que es, y el futuro una consecuencia del pasado. Cada uno de nosotros se encuentra siempre así individualizado, rodeado de obstáculos, de dificultades.

            Entonces es cuando debemos saber escoger la vía por la cual María Santísima quiere llevarnos al cielo.

            También para nosotros: confianza y reposo en Dios, especialmente cuando nos damos cuenta de ser volubles, inquietos, presumidos, orgullosos, negligentes, inhábiles, descontentadizos.

            La vía de los otros nos parece siempre la mejor. Cuántas veces pensamos que si Dios solicita algo de nuestra mezquindad debiera habernos hechos distintos, puestos en caminos diferentes y colocados frente a un futuro pleno de esperanzas.

            Todas, divagaciones inútiles y dañosas. Todo podemos hacerlo no so-lamente bueno sino óptimo tomándolo desde un aspecto espiritual que valorice nuestra vida. Nos basta para ello: querer, creer y confiar en Dios.

            Dios ha preparado nuestro puesto en la tierra, y la senda que hemos de recorrer para llegar al cielo.

            Todos los por qué tienen una respuesta si sabemos concluir: “El buen Dios lo sabe”.




Su vida. “Dios me queda y él me basta”

            ¡Qué diferencia entre la sencillez estática de Bernardita en su unión con María y aquel genuino formulismo de que pensamos debe revestirse la perfección religiosa! Bernardita en el convento debe seguir su ideal de santidad en una forma aparentemente fría, esquemática si se piensa que ha vivido ya por varios instantes la plenitud y la espontaneidad de lo divino.

            ¿Cómo comprender y valorizar las enseñanzas de maestras buenas, pero personalmente caracterizadas, limitadas, después de haber escuchado las sublimes enseñanzas de la Buena Señora, que sin violencia, sin limitación alguna unía a Dios aquello que había encontrado en el alma de la niña?

            ¡Cómo se sentiría Bernardita que tenía secretos que guardar, cuando su corazón sencillo e ingenuo revelaba cándidamente aquello que debía esconder 1 Bernardita no pierde nunca la paz, se humilla, obedece, se adapta a la vida común y acepta con profunda sencillez la obra de sus maestras.

            Cuánto hubiera sufrido ella, tan sensible, al ser juzgada susceptible; ella tan obediente si alguna vez se le considerará obstinada. ¡Cuántas veces repetiría la oración de la Virgen que ella sola conocía!, ¡y cómo después de revivir aquellos éxtasis de amor bajaría la cabeza y continuaría fiel a sus deberes, consolándose con lo que ella misma un día aconsejara a una de sus cohermanos: “Pasad, pasad pobres criaturas. Dios me queda y Él solo me basta!”.

            Importante lección. Hay en cada uno de nosotros algo de personal, de propio y característico a lo cual no podemos renunciar, Este algo, puede ser un lado bello, meritorio para nosotros y para los demás si sabemos desenvolverlo a la luz de la gracia que viene de Dios. Este algo, puede ser también causa de perdición para nosotros mismos y tormento para los demás si con él sólo satisfacemos nuestro orgullo, nuestra susceptibilidad.

            Oh María! Enséñame a conocer en mí aquello que viene de Dios. Dame bondad y fuerza para usarlo en unión con mis hermanos para la común y única satisfacción de todos.

Su fidelidad generosa. “Haré todo por el cielo”

            La esencia del mensaje de María en Lourdes: “Rezad, y haced penitencia por los pecadores”.

            Bernardita, en su breve e intensa vida mortal lo ha actuado totalmente.

            Segura de que la tierra está inundada de pecadores y convencida firmemente de que también ella era una pecadora: cree en el dolor que el pecado causa en el corazón de la bella Señora y en la suerte infeliz que espera a cuantos en él persisten.

            Generosa, ofrece al Señor lo poco que ella puede ofrecer: esfuerzo en el estudio, esfuerzo en la perfecta observancia de su vida religiosa, esfuerzo en el soportar los dolores físicos y morales consumiéndose como holocausto en aras de amor.

            Esta es la respuesta de Bernardita al mensaje de María.

            Desde Lourdes, la Santísima Virgen sigue atrayendo a los hombres con gracias y milagros pero especialmente con el influjo celestial de fe y de espiritualidad. El agua de Lourdes corre aún, sanando los cuerpos y lavando las almas. Bernardita, lejos de la gruta, en el silencio del claustro, se extiende sobre su cruz y con su ejemplo más que con la palabra continúa repitiendo: “Penitencia, penitencia, penitencia”.

            La vida no es igual para todos. También entre los mismos misioneros hay destinos diversos; pero para todos hay una fórmula de identificación común: ofrecer a Dios la vida y el trabajo para salvar las almas.

            Los largos años de estudio y de preparación; la adaptación a la vida Misionera con sus exigencias lingüísticas y costumbristas, con sus afanes, fatigas y desengaños, los muchos años de labor, o las largas horas de enfermedad que nos rinden inhábiles y que nos acercan a la tumba: todo, todo tiene un fin: ser nuestra respuesta a la invitación y a la elección de María: Rezad y hacer penitencia por los pecadores.

            El dinamismo de una actividad no interrumpida, la cotidiana preocupación por los problemas, la sistematización de situaciones, etc., tienen valor solo si son reflejo del ansia de salvación eterna para todo el mundo.

            La primera exigencia es salvar nuestra alma; por eso, la misma Santa Virgen nos recomienda vivir en gracia de Dios: “Ve a la fuente, bebe y lávate en sus aguas”. Sin la gracia, algo puede hacerse en favor de los demás, pero nada para nuestro propio provecho. Dios quiere ser glorificado primero en nuestras almas, después exige la salvación de los demás.

            Esta fue la preocupación inmediata de María Santísima por Bernardita y es su preocupación por cada Misionero. Ella nos espera en el Cielo, por eso nos ha mostrado algo de celestial sobre la tierra al darnos la preciosa y bella vocación Misionera. Los destinos son distintos, pero el camino para ir allá, al paraíso, es siempre el mismo, común a todos: Evitar el pecado.

            A Bernardita se le preguntó: “¿La Santísima Virgen te ha dicho lo que debías hacer para ir al cielo?”. “No, ya desde antes lo sabía. No era necesario”, respondió la niña.

            La gracia será la luz que iluminará nuestra vida y la antorcha que la rendirá útil para los demás. Tengamos constancia, perseveremos, aceptemos y valoricemos todos los acontecimientos, situaciones y circunstancias de la vida para atraer frutos de salvación sobre las almas.

            María Santísima manifestó por Bernardita la misma predilección especial que manifiesta por cada misionero. Las manifestaciones de esta preferencia mariana las tenemos en aquella suave inspiración a una vida perfecta, en aquel dulce anhelo de santidad, de apostolado.

            Bernardita, respondió sí a todos los deseos de María con el heroísmo de sus virtudes. Con qué amor y ansia materna, María Santísima espera también del Instituto y de cada uno de nosotros, aquella misma respuesta en el esfuerzo cotidiano de hacernos mejores, de rendirnos más útiles, de ser santos.

            Bernardita en Lourdes cerraba el ciclo de las apariciones con un éxtasis beato, contemplando a la dulce Señora: “Nunca la he visto así tan bella”.

            Bernardita cierra su existencia terrena en Nevers con el tormento de una agonía confortada únicamente con el pensamiento de contemplar pronto la belleza y la gloria de Nuestro Señor de quien la Virgen le ha dado clara idea. “La ha visto... tan bella... Cómo tiene prisa de verla nuevamente”.

            Los últimos días de Bernardita nos indican precisamente la vía de la perseverancia en el servicio de Dios: entre luchas y tormentos, sólo nos debe confortar la esperanza en los méritos de Jesús y el amor a María Santísima.

            “Tengo miedo... he recibido tantas gracias, y cuan poco he aprovechado de ellas”.

            “Vete Satanás... Vete Satanás”. “Jesús mío, tú sabes cuánto te amo”.

            “Santa María, Madre de Dios, ruega por mí, pobre pecadora..., pobre pecadora...”

            Bernardita cierra sus ojos a la vida terrena temblando y rezando, para abrirlos beata en la paz y en la gloria porque ha realizado su programa: “Haré todo por el cielo... Encontraré a mi Madre Celestial con todo el esplendor de su gloria”.

            En el ansioso andar y fatigar de nuestra vida y del desarrollo del Instituto, sentimos tu presencia, oh Madre Celestial.

            A Ti, oh María, se abren los corazones inocentes de los pequeños estudiantes de nuestras escuelas: llénalos de santo entusiasmo por la belleza que en Ti, Inmaculada, tiene plenitud de perfección.

            A Ti, oh María, miran los jóvenes clérigos de nuestros seminarios: revélales tu celestial bondad para que te sigan, Corredentora de los hombres.

            A Ti oh María, se consagran los nuevos sacerdotes y religiosos: hazlos tuyos, a fin de que en Ti encuentren siempre la energía para trabajar, para orar, y para sacrificarse por las almas.

            A Ti, oh María, confían los misioneros sus penas y esperanzas: ayúdalos a llevar la pesada responsabilidad de su labor.

            A Ti, oh María, recurren los apóstoles ancianos de tu Hijo: confórtalos con el recuerdo de tantas batallas ganadas en tu nombre y con la visión de un prometedor desarrollo del Instituto y de las misiones.

            A Ti, oh María, aclaman Reina, miles de fieles que tus misioneros han llevado hasta tus plantas: sostenlos en la fe y conviértelos en germen de nuevos cristianos.

            La oración, y los homenajes que del Instituto y de las misiones se elevan en este año jubilar a la Virgen Inmaculada obtengan al Instituto la gracia de continuar siendo aquello que quiso fuese el veneradísimo Padre Fundador: Crisol de apóstoles santos y amantes de María para la evangelización del mundo.

            El amor a la Madre Celestial refuerce la caridad fraterna que nos une y que nos hace más firmes en la vocación y generosos en la total entrega al Instituto y al apostolado.

Padre Domingo Fiorina, I. M. C.
Superior General del Instituto de Misiones de la Consolata, Turín, Italia.


Tomado de la  Revista Regina Mundi

jueves, 20 de junio de 2013

María en la historia


Los padres de la Virgen María

            Se trata en este artículo del culto que la Iglesia Universal, y la Orden Carmelitana, en particular, han rendido desde época remota a los felices progenitores de la Madre de Dios.

            La razón de ese culto es obvia: El amor a María ha despertado como lógica consecuencia el de su bendita madre. Y en cuanto a los carmelitas, siendo el Carmen, por excelencia, la Orden de María, no puede menos de mirar con singular afecto todo lo que a ella se refiere. El glorioso José tiene su trono muy alto en todos nuestros templos por ser esposo de la Virgen. Sus padres, a quienes la tradición aplica los nombres de Joaquín y Ana, no pueden estar lejos de la hija ni en el culto de la Iglesia ni en el corazón de los fieles.

            Y esta razón vale para que una revista eminente y exclusivamente mariana, como es Regina Mundi, dé cabida en sus páginas a cuestiones relacionadas con los bienaventurados abuelos del Salvador.

            Entrando en materia podemos preguntarnos: ¿Quiénes son los padres de la Virgen? El Evangelio no consigna sus nombres. Dos evangelistas se ocupan de la genealogía de Nuestro Señor: san Mateo y san Lucas; y ambos trazan, aunque en forma diversa, la línea ascendente de José, esposo de María, de quien nació Jesús. Del ancestro de la Madre no se ocupan. Para explicarnos su proceder tenemos que atender a los comentarios de los santos Padres: Sólo de los varones se acostumbraba dar la prosapia, y en el caso, los evangelistas siguen la costumbre, prescindiendo aquí de una circunstancia milagrosa no ocurrida en otra generación: En la concepción de Jesús ninguna parte activa tuvo José, pues María fue por siempre virgen. Además, estando prescrito en la Ley que cada uno de los israelitas se desposara con personas de su misma tribu, al trazar la progenie de José implícitamente se indica la de su esposa, ya que él, justo como era, no pudo tomar por mujer a una extraña contra la prohibición legal. Y María, como hija única y heredera, tenía obligación, legal de casarse con un varón de su misma tribu y su misma familia.

            San Mateo comienza su Evangelio así: “Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán. Abrahán engendró a Isaac; Isaac engendró a Jacob...” Con muchas lagunas anota los nombres de padre e hijo hasta llegar al versículo 16: “Jacob engendró a José, esposo de María, de la cual nació Jesús, que se llama Cristo”. (Math., I, 1-17).

            San Lucas sigue orden ascendente, al contrario de Mateo: “Y era el mismo Jesús, al comenzar, como de treinta años, hijo, según se creía, de José, que lo era de Helí, el de Matat, el de Leví..., etc.” (Lúe. III, 23-38).

            No otra cosa nos dicen: Ni una palabra sobre la ascendencia de María. Para tener alguna noticia de sus padres debemos acudir a la tradición. Esta les asigna los nombres de Joaquín y Ana con que los conoce la Iglesia, que celebra sus fiestas el 16 de agosto y el 26 de julio respectivamente.

            Veamos sobre cada uno de ellos algunos detalles:

            San Joaquín—Del padre de Nuestra Señora, varón de la estirpe de David, se dice que nació en Nazaret, y entre otras muchas virtudes se distinguió por su caridad con los necesitados. El evangelio del pseudo-Mateo trae sobre este punto los siguientes pormenores:

            “Por aquellos días vivía en Jerusalén un hombre llamado Joaquín, perteneciente a la tribu de Judá. Este pastoreaba sus propias ovejas y temía a Dios con sencillez y bondad de corazón. No tenía otro cuidado fuera del de sus rebaños, con cuyo producto sustentaba a todas las personas piadosas, ofreciendo presentes duplicados a los que se entregaban a la vida de piedad y estudio de la Ley, y sencillos a los servidores de estos. Así, pues, hacía tres partes de sus bienes, bien se tratara de las ovejas, o de los corderos, o de la lana, o de cualquiera otra cosa que le pertenecía: la primera la distribuía entre las viudas, los huérfanos, los peregrinos y los pobres; la segunda era para las personas consagradas al culto de Dios; la tercera, finalmente se la reservaba para sí y para su familia.

            El Señor en recompensa multiplicaba de tal manera sus ganados que no había nadie en todo el pueblo de Israel que pudiera comparársele (en la abundancia de reses). Venía observando esta costumbre desde los quince años. Cuando llegó a los veinte tomó por mujer a Ana, hija de Isacar, que pertenecía a su misma tribu, esto es: de estirpe davídica. Y después de vivir veinte años de matrimonio, no tuvo de ella hijos ni hijas”.

            A pesar de tantas virtudes una gran amargura devoraba su corazón, por la causa que indica el apócrifo. Hacía veinte años había tomado, a Ana por esposa, y Dios no bendecía su unión, pues no tenía hijos, afreta grande para todo israelita. Los desprecios de sus conciudadanos no hacían más que aumentarle la pena. Continúa el libro:

            “Y sucedió que se encontraba Joaquín durante las fiestas entre los que ofrecían incienso al Señor, preparando a su vez sus ofrendas ante la presencia de Dios. En esto se le acercó un escriba llamado Rubén y le dijo: “No te es lícito mezclarte entre los que ofrecen sus sacrificios a Dios, puesto que Él no se ha dignado bendecirte dándote descendencia en Israel”. Así pues, sintiéndose avergonzado ante el pueblo, se retiró del templo llorando, y, sin pasar por casa, se fue a la majada. Allí recogió a “los pastores; y, atravesando montañas, se fue a una región muy lejana, de manera que durante cinco meses consecutivos no volvió a tener noticia de él Ana, su mujer”.

            Narran el hecho, también, otros apócrifos, como el Protoevangelio de Santiago y el Libro sobre la Natividad de María.

            Pero no podía faltar la milagrosa consolación del cielo. Con ligeras variantes describen los libros citados la aparición de un celeste mensajero que anuncia a Joaquín el embarazo de su esposa y le promete grandes felicidades. El anunciado fruto de bendición fue María, llamada a ser Madre de Dios.

            (Un breviario de los Carmelitas, compuesto en 1495, trae como texto de las tres lecciones de la vida de santa Ana, en su fiesta, toda la leyenda que de los libros apócrifos acabamos de copiar, o simplemente citar).

            Después de esto nada más sabemos de Joaquín. Es Joaquín uno de esos santos; que, como su yerno José, aparecen por un instante en escena, cumplen cabalmente la misión que la divina Providencia les había encomendado ab aeterno, y desaparecen de la vista de los mortales para ir a brillar por perpetuas eternidades en la mansión de Dios. Nada más nos dice de él la tradición; no vuelven a ocuparse de él los apócrifos. Murió, y fue al seno de Abrahán, de donde pocos años después salió con la maravillosa procesión de justos que acompañando a su divino Nieto Jesucristo, se dirigió al cielo al reabrirse sus puertas durante tantos siglos cerradas a los mortales.

            Del culto tributado a san Joaquín nos ocuparemos en aparte especial.

            Santa Ana—Algo de lo dicho respecto de san Joaquín debemos aplicarlo a santa Ana. Su historia es común. Igual pobreza de textos evangélicos auténticos; y relativa abundancia de datos legendarios en los apócrifos. Pero tengamos en cuenta que en medio de los simples frutos de la fantasía contienen estos libros muchos elementos tomados de la tradición popular, no pocas veces fundados en la verdad del hecho. Por eso no hay que rechazar a priori todo lo que ellos nos cuentan. “Muchos de los detalles contenidos en el Protoevangelio han sido incorporados con el tiempo a la doctrina teológica, y tanto la Iglesia griega (a partir del siglo VI), como la latina (a partir del siglo VIII), han acabado por tomarlos como históricos. Tales son los relativos a la natividad milagrosa de María (siendo estériles sus padres, Joaquín y Ana); presentación y estancia en el templo hasta la edad de la pubertad; designación maravillosa de José para esposo y guardián de María; nacimiento de Jesús en una cueva, etc. Estas noticias tuvieron eco muy pronto entre los exégetas y oradores sagrados...”

            De santa Ana se dice que nació en Belén y que era hija de Matán, sacerdote de dicha localidad. Por el padre descendía de Leví, y por la madre pertenecía a la tribu de Judá. No sabemos en qué año de su edad la tomó Joaquín por esposa. En las anteriores noticias sobre el glorioso patriarca veíamos cómo veinte años de estéril matrimonio le atribuye la tradición.

            Si la falta de un vástago tanto apenaba a Joaquín, no menor aflicción causaba a la bendita Ana. A él lo despreciaban los príncipes del pueblo; de colmar de oprobios a la esposa se encargaban sus doncellas. Ana lloraba al mismo tiempo su esterilidad y su viudez, ya que, además de no tener hijos, su marido la había abandonado por la misma causa, internándose a ocultar su dolor en el desierto. Hace poco transcribíamos las palabras con que el pseudo-Mateo narra el hecho. Pero el ángel los consuela simultáneamente ordenándoles que se pongan en camino de Jerusalén, cada uno desde el lugar en donde se halla; y que en la Puerta Dorada de la ciudad tendrá lugar el feliz encuentro de ambos, comienzo de una época de venturas sin fin, puesto que habrán de ser padres de María, la Madre del Redentor. El vaticinio se cumple: Nace la Niña, es llevada al templo a los tres años, de donde sale en la pubertad para ser confiada a José. Muere san Joaquín, le sobrevive un poco santa Ana, a quien también llega la hora de ir a reunirse con su esposo en la morada de los justos, para con él y con ellos subir al cielo en compañía de Jesús el día de la Ascensión.

            Fuera de las pocas noticias apuntadas nada más nos dicen de santa Ana los autores pseudo inspirados. Una sola vez vuelve a aparecer en el tránsito dichoso de María al paraíso. El llamado Libro de San Juan Evangelista, que narra con mil detalles milagrosos la muerte, inhumación y Asunción de Nuestra Señora, trae a santa Ana entre los bienaventurados que, junto con Isabel, su prima, Juan Bautista, Abrahán, Isaac, Jacob y David, bajaron a cantar un himno de bendición sobre el sepulcro vacío. Una vez que el cuerpo intacto de la Virgen Inmaculada subió al cielo para ser coronada Reina del Universo.


            Las leyendas de la Edad Media atribuyen a santa Ana tres maridos y tres hijas, cuyos nombres dan. Con ellos la representan algunos cuadros de iglesias y monasterios antiguos. Beda el Venerable, escribió sobre las hijas y sobrinos de santa Ana; Gersón expuso en un sermón la creencia en el famoso trinobio; y la Sorbona se pronunció en favor de dicha opinión, contra algunos que la negaban. Hoy nadie se ocupa de ese asunto. (Analecta, O. C. D., 1932, p. 120).

jueves, 13 de junio de 2013

MARÍA PROCLAMA LA GRANDEZA DEL SEÑOR POR LAS OBRAS QUE HA HECHO EN ELLA

De las Homilías de san Beda el Venerable, presbítero
(Libro 1, 4: CCL 122, 25-26, 30)

Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador. Con estas palabras, María reconoce en primer lugar los dones singulares que le han sido concedidos, pero alude también a los beneficios comunes con que Dios no deja nunca de favorecer al género humano.
Proclama la grandeza del Señor el alma de aquel que consagra todos sus afectos interiores a la alabanza y al servicio de Dios y, con la observancia de los preceptos divinos, demuestra que nunca echa en olvido las proezas de la majestad de Dios.

Se alegra en Dios su salvador el espíritu de aquel cuyo deleite consiste únicamente en el recuerdo de su creador, de quien espera la salvación eterna.
Estas palabras, aunque son aplicables a todos los santos, hallan su lugar más adecuado en los labios de la Madre de Dios, ya que ella, por un privilegio único, ardía en amor espiritual hacia aquel que llevaba corporalmente en su seno.

Ella con razón pudo alegrarse, más que cualquier otro santo, en Jesús, su salvador, ya que sabía que aquel mismo al que reconocía como eterno autor de la salvación había de nacer de su carne, engendrado en el tiempo, y había de ser, en una misma y única persona, su verdadero hijo y Señor.

Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo. No se atribuye nada a sus méritos, sino que toda su grandeza la refiere a la libre donación de aquel que es por esencia poderoso y grande, y que tiene por norma levantar a sus fieles de su pequeñez y debilidad para hacerlos grandes y fuertes.
Muy acertadamente añade: Su nombre es santo, para que los que entonces la oían y todos aquellos a los que habían de llegar sus palabras comprendieran que la fe y el recurso a este nombre había de procurarles, también a ellos, una participación en la santidad eterna y en la verdadera salvación, conforme al oráculo profético que afirma: Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará, ya que este nombre se identifica con aquel del que antes ha dicho: Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador.
Por esto se introdujo en la Iglesia la hermosa y saludable costumbre de cantar diariamente este cántico de María en la salmodia de la alabanza vespertina, ya que así el recuerdo frecuente de la encarnación del Señor enardece la devoción de los fieles y la meditación repetida de los ejemplos de la Madre de Dios los corrobora en la solidez de la virtud. Y ello precisamente en la hora de Vísperas, para que nuestra mente, fatigada y tensa por el trabajo y las múltiples preocupaciones del día, al llegar el tiempo del reposo, vuelva a encontrar el recogimiento y la paz del espíritu.

Material enviado por la Legión de María.  Hermana Dora Inés Castellanos Pulido.


jueves, 6 de junio de 2013

El papel de la Santísima Virgen en la introducción de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús



Una lectura ligera de las cartas de Santa Margarita María de Alacoque da la impresión de que la Santísima Virgen no juega papel importante en el mundo religioso de la santa evangelista del Sagrado Corazón. ¡Nada más falso! Un estudio de todo el conjunto de su vida y de todos sus escritos revela no sólo la profunda piedad mariana de la santa, sino sobre todo el papel importantísimo que la Madre de Dios jugaba en la introducción y propagación de la nueva devoción al Divino Corazón de su Hijo, y ¿cómo podría ser de otra manera? En verdad, es casi inimaginable el que la Virgen María haya permanecido inactiva en el nacimiento de una devoción que tanto honor y amor debía traerle a su Divino Hijo.

La santa nació el 22 de julio de 1647 en la Borgoña que en ese entonces pertenecía a España. Su padre Claude Alacoque, notario real, murió cuando la niña era pequeña todavía. "Mi madre, encargada de la tutela de sus cinco hijos, paraba muy poco en casa; me crié por este motivo hasta la edad de unos ocho años y medio sin más educación que la de los domésticos y campesinos" escribe la santa en su autobiografía (Aut.). Así se entiende que Margarita encontró desde temprano en la Virgen Santísima su verdadera Madre. "La Santísima Virgen tuvo siempre grandísimo cuidado de mí; yo recurría a ella en todas mis necesidades y me salvaba de grandísimos peligros. No osaba dirigirme a su divino Hijo de modo alguno, sino siempre a ella, a la cual ofrecía el rosario hincadas las rodillas desnudas en tierra, o haciendo tantas genuflexiones y besando tantas veces el suelo cuantas Avemarías rezaba". (Aut., Cap. I).

Llevada a un convento de clarisas donde aprendió a dar oído a la voz interior de su conciencia y del llamamiento divino, quería ser corno ellas. Mas una tremenda enfermedad que le sobrevino y en que "los huesos le rasgaban la piel por todas partes", la trajo otra vez al lado de su madre. En esta angustia no encontró otro remedio "que el de consagrarme con voto a la Santísima Virgen, prometiéndole que, si me curaba, sería un día una de sus hijas. Apenas se hizo este voto, recibí la salud acompañada de una nueva protección de esta Señora, la cual se declaró de tal modo dueña de mi corazón, que, mirándome como suya, me gobernaba como consagrada a ella, me reprendía mis faltas y me enseñaba a hacer la voluntad de Dios". (Aut., Cap. I).

Ya en esta época la niña tuvo la impresión de haber visto a la Virgen, pues escribe "me sucedió una vez, que estando rezando el rosario sentada, se me presentó delante y me dio tal reprensión, que aunque era aún muy niña, jamás se ha borrado de mi mente. "Hija mía, me admiro de que me sirvas con tanta negligencia" (ibídem). La situación, en su casa se volvió poco menos que inaguantable; pues su madre había pasado su autoridad a otras personas que tuvieron a ella y a su pequeña hija en un verdadero "cautiverio". Margarita, escondida en un ángulo del jardín o del establo, derramaba amargas lágrimas, pues ni siquiera podía ir a misa en el pueblo distante. "Derramé los afectos de mi alma con mis lágrimas en la presencia de Dios, por medio de la Santísima Virgen, mi buena Madre, en la que había puesto toda mi confianza" (ibídem). Mas por el ejemplo del Crucificado llegó a pagar a aquellas personas que la atormentaban, no con odio o aversión, sino con sincero amor, pues les debía a ellos los sufrimientos que la asemejaban al Eccehomo y que pronto le parecían bendiciones. Fue en estos años en que en el fondo se formó ya en la niña toda aquella mentalidad que se observa en sus cartas y que la hacía apto instrumento para el Amor crucificado, para el Divino Corazón rodeado de espinas que le exigía actos de reparación por la conversión del mundo pecador. Creyó haber oído con toda claridad los reclamos de Jesús quien la quería para sí exclusivamente, pero entre tanto la había confiado a su santa Madre, "para que la formase" según sus designios (Aut., Cap. II).

La joven confiesa: "Ciertamente, ha hecho conmigo las veces de una buena madre, y jamás me ha negado su socorro. A Ella recurría en mis penas y necesidades, y con tal confianza, que me parecía no tener nada que temer bajo su protección maternal. También hice voto en este tiempo, de ayunar todos los sábados, de rezar, cuando supiese leer, el oficio de su Inmaculada Concepción, y de hacer siete genuflexiones todos los días de mi vida, rezando siete Avemarías, para honrar sus siete dolores: me ofrecí después por su esclava perpetua, suplicándole no me rehusase este título. Le hablaba con la- sencillez de una niña, como a mi buena madre, hacia la cual sentía desde entonces un amor verdaderamente tierno" (ibídem).

De la terrible lucha entre los deseos de su familia de que se casara, y los reclamos amorosos de Jesús, no se sintió libre sino aquel día de 1671 en que, al entrar en el locutorio del Convento de la Visitación de Paray, oyó una voz interior que le dijo: "Aquí es donde te quiero". (Aut, Cap. III). Mas no se crea que allí había terminado toda dificultad: trataron de llevar a la novicia por los caminos ordinarios de la vida espiritual, mientras su Divino Maestro la llamaba para otra cosa, unos designios más altos. Al mirar hacia atrás, vemos en el alma de la santa un amor a María tan tierno, tan firme y resuelto, que se nos hace difícil imaginar el que Margarita jamás hubiera podido desistir de él. No había razón alguna porque los "designios" de su Maestro tenían que separarla de la divina Madre cuya "esclava perpetua" se había hecho.

II

Es cierto y llama la atención del lector el hecho de que en las cartas de la santa (142 en total) que todas tratan de su preocupación principal y única, o sea la propagación de la nueva devoción al Sagrado Corazón de Jesús, uno puede proseguir, 20, 30 y hasta 50 páginas sin hallar una sola vez mencionada siquiera a la Santísima Virgen María; que en todas ellas, María aparece apenas unas 15 veces, lo qué quiere decir, que en unas 125 cartas encontramos un completo silencio en este aspecto. Y que en las 15 veces que mencionamos de citas o referencias a la Virgen Santísima, se trata muchas veces de un dato escaso, reducido, insignificante, por decirlo así. Este hecho necesita sin duda, al tener en cuenta la fuerte orientación mariana de la Santa en los años de su juventud, una explicación. Para darla, hacemos referencia no sólo a las cartas, parcas en datos marianos, como acabamos de decir, sino también a los otros escritos de la Santa: la Memoria compuesta por orden superior; los Fragmentos y sentimientos de sus ejercicios como finalmente sus Avisos particulares, Desafíos e instrucciones, Oraciones y cánticos, todos los cuales, sin embargo, no hacen sino tres cuartas partes del volumen de las cartas.

Con todo, sería un error fundamental creer que la santa hubiera cambiado, como muchos cristianos modernos acostumbran hacerlo, su devoción preferida: hoy la devoción a la Virgen, mañana la devoción al Sagrado Corazón. Tal fenómeno no puede tener lugar sino en personas que comprenden una devoción como cosa parcial, fragmentaria, de modo que dentro de la totalidad de la religión uno puede pasar de una parte a otra, dejando a veces la impresión de ser llevado por corrientes hasta de "moda". Mas en una santa que a toda hora veía y vivía la religión íntegra, tal traspaso y cambio de devoción "parcial" no cabe; ni contraposición ni siquiera yuxtaposición de devociones cabe donde hay totalidad de vista y enfoque. Tocamos aquí precisamente la diferencia fundamental entre los "beatos" y la "santa". Y esta dilucidación nos lleva exactamente a la aclaración del fenómeno indicado y a primera vista raro e inexplicable.

Entendiendo la santa la nueva "devoción" para cuya propagación el Divino Maestro la destinó, como una expresión total de los designios de Jesús, está de tal manera absorta de esta visión que todo lo demás, sin desaparecer en verdad, corre como un río subterráneo que existe y se puede descubrir empleando el debido esfuerzo. De modo que si solamente hubiese algunas débiles señales de tal existencia disimulada, bastaría, para no dudarla; pero en nuestro caso, afortunadamente, hay pruebas aún más claras en favor de nuestras aserciones. Veámoslas.

Margarita, la "perpetua esclava de María" recibe en numerosas visiones de Jesús el encargo de propagar una devoción especial a su Divino Corazón.

Él me dijo: "Mi Divino Corazón está tan apasionado de amor por los hombres, y por ti en particular, que no pudiendo ya contener en sí mismo las llamas de su caridad ardiente, le es preciso comunicarlas por tu medio, y manifestarse a todos para enriquecerlos con los preciosos tesoros que te descubro, y los cuales contienen las gracias santificantes y saludables necesarias para separarles del abismo de perdición. Te he elegido como un abismo de indignidad y de ignorancia, a fin de que sea todo obra mía". (Aut., Cap. IV).

Saliendo en forma de eco fidelísimo de la santa, la devoción al Sagrado Corazón se presenta en esta forma: "Quiere ante todo reavivar con esta devoción la caridad resfriada y casi extinguida en los corazones de la mayor parte de las criaturas, dándoles un nuevo medio de amar a Dios por medio de su mismo Sagrado Corazón, tanto como Él lo desea y lo merece, y así reparar sus ingratitudes. Este Corazón es el tesoro del cielo, cuyo oro precioso se nos ha dado de muchas maneras, para pagar nuestras deudas y adquirir la gloria, y es también la última invención de su amor; de nosotros depende el aprovecharnos de ella. ¡Infelices aquellos que no lo hagan o que no quieren hacerlo!" (c. 132). Este encargo divino viene a ser la obsesión de su vida: "En cuanto puedo hacer, no tengo más que este único fin: establecer el reinado del Sagrado Corazón" (c. 112).

Mas muchas veces, al presentarse innumerables dificultades a la propagación e introducción de esta nueva devoción, la Santa siente que ella, en lugar de cumplir con la tarea señalada, probablemente sirve más bien de obstáculo a causa de sus imperfecciones que sólo existen en la mentalidad interior de su heroica humildad, mientras en realidad vemos brillar a través de todas estas cartas un tesoro riquísimo de las virtudes más acrisoladas. La Santa en esta lucha angustiosa entre sus imperfecciones y las dificultades con que tropieza la nueva devoción, se dirige, como en los años de su niñez, "a su buena madre": "No dejo de interesar en ello a la Sacratísima Virgen" dice en el lugar citado donde calificaba como su "único fin" la propagación de la nueva devoción (c. 112).

En los cuadros que deseaba fueran pintados, aparece siempre al pie del Sagrado Corazón, por un lado la Madre de Dios, mientras al otro lado una vez se ve al patriarca san José, otras al fundador de la Visitación, san Francisco de Sales (c. 85, 90).

Cuando se imprimen los primeros folletos de propaganda, Margarita insiste repetidas veces que en ellos se inserten las letanías del "Sagrado Corazón de la Santísima Virgen" (c. 131, 132, 138).

"A la Santísima Virgen declara ella protectora especial" de todos los devotos del Sagrado Corazón de Jesús (c. 132) y en otro lugar se juntan ante su vista "los Sagrados Corazones de Jesús y María" (c. 9).

Se dirige ansiosamente al Cielo para pedirle auxilio en la ardua tarea de la propagación de la nueva devoción: como Medianera que es el oficio que Jesús le dio, se dirige "al Padre Eterno, que dé a conocer a este Sagrado Corazón; al Espíritu Santo que la haga amar, y a la Santísima Virgen que emplee su crédito para que haga sentir los efectos de su poder a todos los que se dirijan a El" (c. 50).

Pero la unión íntima de la Virgen a la nueva devoción, la sintió la santa con más claridad un día de fiesta de la Visitación, cuando, después de pasar largas horas en adoración del Santísimo, vio "un lugar eminente, espacioso y admirable por su belleza, en cuyo centro había un trono de llamas, y en él estaba el amable Corazón de Jesús con su llaga que despedía rayos tan encendidos y luminosos que todo aquel espacio quedaba iluminado y caldeado con ello". Al lado del Sagrado Corazón apareció la Santísima. Virgen rodeada de las Monjas de la Visitación acompañadas éstas de sus ángeles custodios, y les habló en esta forma: "Venid, amadísimas Hijas mías; acercaos porque os quiero hacer como las depositarías de este precioso tesoro que el divino Sol de justicia ha formado en la tierra virgen de mi corazón, donde ha estado nueve meses escondido; después de lo cual se manifestó a los hombres, que no reconociendo lo que vale, le han despreciado, porque le han visto mezclado y cubierto con su misma tierra, en la cual el Padre Eterno había echado toda la inmundicia y corrupción de nuestros pecados, que le hizo purificar durante treinta y tres años en los incendios del fuego de su caridad. Pero viendo que los hombres, lejos de enriquecerse y aprovecharse de tan precioso tesoro, según el fin para el cual se les había dado, procuraban al contrario anonadarlo y exterminarlo, si les fuera posible, de sobre la haz de la tierra, el Padre Eterno, por un exceso de misericordia, ha hecho que sirviera su malicia para hacer más útil todavía este oro precioso del cual, por medio de los golpes que le dieron en la Pasión, hicieron una moneda inapreciable, marcada con el sello de la divinidad, a fin de que puedan pagar sus deudas y negociar el gran negocio de su salvación eterna".

Y prosiguiendo la Reina de bondad, dijo, mostrándoles aquel Corazón divino: "He ahí ese precioso tesoro que se manifiesta a vosotras particularmente, por el tierno amor que tiene mi Hijo hacia vuestro Instituto al cual mira y ama como a su querido Benjamín, y por esto le quiere favorecer con esta herencia, aventajándolo sobre todos los demás. Y no solamente deben enriquecerse ellas con este tesoro, sino que han de distribuir también con abundancia y cuanto puedan tan preciosa moneda procurando enriquecer con ella a todo el mundo, sin temor de que se acabe, porque cuanto más saquen, más encontrarán" (c. 90).

No puede caber, por lo tanto, duda de que en Santa Margarita no había ningún olvido o sustitución de su buena Madre durante los años de 1678-1690 en que sus cartas la muestran completamente absorta en amorosas conversaciones con el Divino Corazón de Jesús. Y esta impresión, provocada por las breves alusiones marianas en las cartas, se afirma bastante más al tomar en cuenta las otras fuentes escritas anteriormente citadas.

En la Memoria el Divino Corazón explicó a la santa que si los hombres pecadores que eran como "miembros medio podridos y prestos a ser cortados" y le causaban grandes dolores, no habían recibido su castigo merecido "debían atribuirlo únicamente a la intercesión de su Santísima Madre, a quien había yo de tener gran devoción". Esta buena Madre en otra visión, le colocó a su Divino Hijo en los brazos con estas palabras: "He aquí El que viene a enseñarte lo que debes hacer". Sentime penetrado de vivísimo gozo y ardiente deseo de acariciarle, y Él me dejó hacer cuanto quise. Después de cansarme hasta no poder más me dijo: "¿Estás contenta ya? Que esto te sirva para siempre: porque quiero que estés abandonada a mi poder, como has visto que lo he hecho yo. Ya sea que te acaricie o que te atormente, no has de tener otros sentimientos sino los que yo te dé". Agrega la santa: "Desde entonces me hallo en una dichosa impotencia para resistirle".

La misma Virgen María se presentó otro día a la santa y "estaba como cansada y fatigada; tenía en sus divinas manos corazones llenos de llagas e inmundicias, y me dijo: "Mira; acabo de arrancarlos de las manos del enemigo que se divertía con ellos a su gusto, pero lo que aflige mi corazón maternal es que algunos se ponen de su parte y aún se vuelven contra mí y desprecian la ayuda que les ofrezco".

En la mística de la santa (Desafío para el adviento de 1685) aparecen íntimamente unidos los corazones de Jesús y el de su Divina Madre. Leemos en este desafío el consejo de Margarita, maestra de novicias: "Primeramente ofreceréis cinco veces al Eterno Padre los sacrificios que el Sagrado Corazón de su divino Hijo le ofrece por su ardiente caridad, en el altar del Corazón de su Madre, pidiéndole que todos los corazones se conviertan y se entreguen a su amor", a lo cual agrega esta oración modelo: "Yo os adoro y os amo, oh divino Corazón de Jesús, que vivís en el Corazón de María, y os suplico que viváis y reinéis en todos los corazones, consumiéndolos en vuestro puro amor". Hace rezar a sus novicias en otra ocasión a la Madre de Dios esta hermosísima oración: "Henos aquí postradas de común acuerdo a vuestros pies para renovar los votos de nuestra fidelidad y esclavitud para con Vos y rogaros que, como cosa vuestra que somos, nos ofrezcáis, dediquéis, consagréis e inmoléis al Sagrado Corazón del adorable Jesús; a nosotras y todo cuando somos, todo lo que hagamos y padezcamos, sin reservarnos nada. No queremos otra libertad que la de amarle, ni otra gloria que la de pertenecerle en calidad de esclavas y de víctimas de su puro amor, ni más voluntad y poder que complacerle en todo, aunque sea a expensas de nuestra vida".

Ciertamente, no se puede expresar en forma más bella y ungida la íntima unión entre los Corazones de Jesús y María y sus devotos. Es como si en esta oración aquel río, subterráneo al primer parecer, se saliese con fuerza irresistible a la superficie de la conciencia religiosa, para llevar en sus místicos remolinos a las almas para dentro de los encantos de los dos sagrados Corazones, el divino de Jesús y el maternal de María.

Ricardo Struve Haker, pbro.

Cuando san José consideraba que María era Madre de Dios, agotábasele el juicio, salía de sí con admiración y el corazón no le cabía en el cuerpo, y la ternura y las lágrimas no le dejaban hablar, y daba alabanzas a Dios, que lo había tomado por marido de la Virgen, y ofrecíasele por esclavo.

                                                                                       Beato Juan de Ávila