jueves, 26 de septiembre de 2013

Plegaria del Bandolero



Por Bernardo Jaramillo Correa

“Oh precioso lucero
Al que llaman Señora
Del Rosario de Arma
De Rionegro.
Yo soy un bandolero
Que arrastrando voy mi alma
Hacia el infierno.

Yo maté mi conciencia
Y junto a mi hermano
Y frente a mi enemigo,
Yo perdí la paciencia
Y la maldad y el odio
Vienen siempre conmigo.

Yo fui por los caminos
Donde la vida era
Un canto de esperanza
Y un despertar de luz
Mas esta mano mía,
Vengativa y soberbia,
En cada hogar dejaba
El peso de una cruz

Yo irrumpí con las hordas
En los campos fecundos
Yo llevé a los sembrados
La tea del rencor
Yo sacié mi lujuria
En los cuerpos de vírgenes,
Me embriagué con la sangre,
De Satán el licor


Yo reí a carcajadas
Ante la madre loca
Al quitarle del pecho
Al hijo de su amor
Para arrojarlo luego
Con mi furia diabólica
Contra el muro inclemente
O al oscuro rincón.

Yo corrí como fiera
Tras su presa anhelada
Sin dejar sementera
Donde ebrio no entrara
Con mi sed insaciable
De riquezas y vidas;
Yo maté a los labriegos
Al pie de sus sembrados,
Yo ultraje sus mujeres,
Yo robé sus ganados.
Yo maté a las criaturas
Que encontraba escondidas.

Yo fui sordo a la angustia
Del anciano indefenso,
Yo llevé más tristezas
A su opaca pupila
Cuando obligué a sus ojos,
Cansados por los años,
A presenciar mis actos
Que aterran a Atila.

Yo estrangulé en mis manos
A la débil criatura
Yo clavé mi cuchillo en la virgen cintura
Yo degollé cristianos
Por pura diversión;
Yo le di de patadas
A la cabeza trunca,
Yo le escupí la cara
Al venerable cura,
Y a la doncella pura
Le arranqué el corazón.

Fue mi grito de guerra
El que sembró el espanto,
El que llenó de angustia
Al tranquilo poblado,
El que cubrió de luto
Al apacible hogar;
A las gentes que huían
Yo mi alcance les daba,
Nadie en pie se quedaba,
Pues su ruego era nulo
Y a mis pies yo gozaba
Ver su triste expirar.

Más… un día, Señora
Del Rosario de Arma,
Al llevar yo mi diestra
Manchada con la sangre
De seres inocentes
Al pecho en donde anida
Mi fiero corazón,
Mis dedos tropezaron
Con algo ya olvidado,
Con algo que mi madre
Me había regalado;
Tu escapulario, Virgen
Tabla de Salvación.

Y sentí en mis entrañas
Al volcar de una vida;
Se corrió la cortina
Que mi vista enturbiaba,
Y se tornó en deseo
Lo que jamás pensé:
Deponer ya mis armas.
No ofender más a Cristo
Y bañado en las lágrimas
Que jamás derramara,
Llegarme arrepentido
Señor, hasta tus pies.

Y aquí me tienes, Madre,
Emperatriz y Soberana
Del Rosario de Arma de Rionegro,
Suplicando a tus plantas
No se abran para mí
Las terríficas puertas del infierno

Y sobre mis hermanos,
Los demás bandoleros,
Los que van entre sombras
Apagando luceros
Y sembrando la muerte
Por los campos de Dios
Extiende generosa
Tu manto esplendoroso
Para que unidos todos
En abrazo amoroso,
Ya no nos separemos
Nunca jamás de Vos”.



Tomado de Escritos y poesías escogidos entre los presentados a los juegos florales de Rionegro (Antioquia) con motivo de la coronación canónica de Nuestra Señora del Rosario de Arma. Febrero 8 de 1959.

jueves, 19 de septiembre de 2013

“Ego te absolvo”


Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

La historia eclesiástica de Bogotá vive en deuda con el sacerdote alemán, Ricardo Struve Haker. A ella le falta reconocer la dimensión profunda de su tarea evangelizadora dentro de la cátedra de la memoria urbana.

Sin embargo, el mayor deudor es una de sus hijas consentidas, la Sociedad Mariológica Colombiana (SMC). Esta entidad, por un exceso de respeto, guardó silencio sobre algunos datos errados publicados en el libro de su autoría titulado: El Santuario Nacional de Nuestra Señora de la Peña. Material impreso bajo el cuidado de la Dirección de Información y Propaganda del Estado en la Imprenta Nacional, 1955.

Un debate tardío determinó la necesidad de corregir los yerros. El oficio de indagar sobre el pedestal donde se resbaló la investigación se le asignó a este redactor.

El meollo del asunto consiste en que muchos docentes, de diferentes disciplinas, al recurrir en sus ponencias al experto, cayeron en unos baches históricos que terminaron por hacer carrera en los discursos.

Para ilustrar al lector, y cumplir con un necesario mea culpa, se  hará la enmienda simple dentro de un ejercicio de respetuosa admiración. Vamos por partes, de lo simple a lo complejo:

En el capítulo titulado, El papel del Santuario en la época de la Independencia”, aparecen unas erratas que deben ser subsanadas con prisa reflexiva. En la página 253 citó a Rosendo Pardo: “…el Virrey D. Pedro Amar con ostentosa comitiva en peregrinación a La Peña…” el nombre correcto de aquel funcionario era Antonio José Amar y Borbón.

La aclaración no es mayor, pero en el siguiente estudio, de la misma hoja, existe una forzada tesis en sus renglones. Cambió algunos hechos por suposiciones para incluir en su historiografía a su advocación predilecta, y lo sustentó de la siguiente manera:

 …Los patriotas usaron los nombres de ‘Jesús, María y José de la Peña’ como ‘santo y seña’ como lo atestigua el conocido José María Caballero en sus Particularidades de Santafé (Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1946, pág. 110). Al verse librada Santafé de la amenaza de Baraya, el Cabildo rindió su homenaje de gratitud a los dulcísimos nombres de Jesús, María y José de La Peña, según dice el mismo autor: sábado 23 (1813). Buen día. Hoy subió el Cabildo Secular en cuerpo hasta la Peña, a la fiesta de Nuestra Señora (cosa no vista), en acción de gracias por la victoria…” 

El mote de “patriotas” es una exageración semántica para una caterva de caudillos anarquistas. Ellos gestaron la primera guerra civil en el corazón de unos labriegos inocentes. 

Y al revisar el texto citado se encontró que Caballero no atestiguó el santo y seña ni manuscribió: “Jesús, María y José de la Peña”. Solamente consignó: “…Pues bajo de los dulcísimos nombres de Jesús, María y José militaban nuestras tropas…” (Sábado 9 de enero de 1813). (Cf. José María Caballero. Diario. Biblioteca de Bogotá. Edición Villegas Editores. Bogotá 1990).

El ascenso del Cabildo Secular se dio en respuesta a un triunfo en una contienda fratricida y no como parte de un tradicional ejercicio de piedad por la Señora raizal. En la tarde trajeron de San Diego a Nuestra Señora de La Concepción para que los favoreciese, anotó el cronista el 23 de enero de 1813. 

La situación se complicó en la página 255, donde redactó: “…Cuando Matallana supo de las subidas ocultas de los patriotas al Santuario de La Peña, se unió a ellos y encendió en sus corazones la confianza en la Santísima Virgen de La Peña…” 

Si bien el padre Juan Agustín Matallana comenzó a propagar esa devoción en marzo de 1810, la cual apoyó con una novena en 1812, ese apostolado no era una actividad subversiva. Ni justificaba la necesidad de ascensos a escondidas porque entre julio de 1810 y mayo de 1816 eran independientes. Y antes del alevoso sainete por un florero la clandestinidad en la fría colina era absolutamente innecesaria.

En sana lógica, para ocultarse de los esbirros del régimen colonial había en Santafé lugares cómodos para tal fin y métodos para encubrir esa práctica. A finales del siglo XVIII los inquietos intelectuales santafereños, en un gesto de originalidad criolla, copiaron el modelo europeo de las tertulias. Nariño organizó en su casa el Arcano de la Filantropía y posteriormente el director de la Biblioteca Pública, el cubano Manuel del Socorro Rodríguez, gestó la tertulia Eutropélica y doña Manuela Sanz de Santamaría hizo lo propio con la del Buen Gusto. De esos centros de opinión del público, unidos a las aulas del Colegio de San Bartolomé y la Expedición Botánica surgieron, a principios del siglo XIX, los falsos ideológicos. Esa elite elucubró los planes del bochinche emancipador cuyo desastre moral celebró un bicentenario.

Entonces, la revuelta no usó el oratorio como guarida de los conspiradores noctámbulos porque a los señoritos de la época les disgustaba el sitio. Allá se reunía la gentuza para realizar las célebres carnestolendas cuyas orgías patrocinaba la chicha. Así, que el notablato seguía sólo maquinando el cambio de enjalma para el muisca de carga. La independencia no tuvo más objetivo que favorecer a los intereses personales de una casta decadente en contra del Rey de España. 

Pero Struve insiste ingenuamente en vincular su amada ermita a los sucesos de la Patria Boba. Y en la página 260 anotó: “…Falta sólo –y así lo deseamos de todo corazón- que las autoridades municipales, al terminar la obra de la restauración, hagan solemne entrega a los bogotanos de este su Santuario Mariano, en igual forma y con igual devoción como lo hizo el ilustre Ayuntamiento de Santafé de Bogotá el 23 de diciembre de 1813 y el 23 de enero de 1815, fiesta de la cual escribió, con honda satisfacción Caballero: ‘Hoy fue la misa de gracia. Asistió el señor presidente del gobierno general de las provincias unidas de la Nueva Granada, el ciudadano Custodio García Rovira, y el general Bolívar, y todos los señores del Cabildo’…”

El ilustre pulpero, don José María Caballero, en su Diario no dice nada del 23 de diciembre de 1813. Y el 23 de enero de 1815 destacó la partida del señor Simón Bolívar hacia el fracaso militar en Cartagena de Indias. Además, aquel día hubo descargas de fusilería y artillería en la Plaza Mayor lo que indica que la Eucaristía se celebró en la Catedral y no en el cerro de Los Laches.

Las posiciones editoriales equivocadas sirvieron para que algunos panelistas los repitieran tergiversados por una manía autodidacta. Por ejemplo, un conspicuo personaje dijo: “…Bolívar visitó el templo de la Peña el 23 de enero de 1815…” “…los patriotas lo usaron como centro de operaciones revolucionarias contra el Rey…”  

Ese es el motivo que justifica la rectificación porque en Colombia, el embuste es un patrimonio cultural inmaterial. Los mitos y las leyendas la condenaron a ser la patria de la mentira.

Resuelto el enredo, producto de las imprecisiones en las citas bibliográficas, es necesario pasar a otro siglo. 

El ministro relató en su ejemplar (página 350) algo de sus angustias: …Sabiendo a sus familiares en los peligros de la Guerra Mundial, con bombardeos diarios en la ciudad de Kiel, que con sus astilleros de submarinos era blanco preferido de los ataques aéreos Aliados, se arrodilló el 20 de julio de 1944 a los pies de la Santísima Virgen de la Peña y le prometió solemnemente fiel servicio hasta el fin de su vida, si quisiera salvar a sus familiares de la muerte segura. El 30 de julio, en las horas de la noche, se derrumbó el edificio de cuatro pisos en que vivían los familiares del sacerdote, bajo la carga de bombas incendiarias de 1.200 aviones en un ataque de 35 minutos de duración, y por la mañana, de entre los escombros de la edificación, salieron ilesos aquellos seres queridos. No falto contra la humildad con este relato de extraordinaria salvación: antes faltaría contra la gratitud, si no lo contara a todos los cuatro vientos…”

El sacerdote, en un momento de melancolía y por falta de información precisa, no señaló la fecha exacta del bombardeo. Los ataques aéreos sobre el puerto de Kiel (Alemania), en el mes de julio de 1944, se produjeron el 6 y el 18 por parte de la VIII Fuerza Aérea de los Estados Unidos y el 24 intervino la RAF de Gran Bretaña. (Cf. cronologia2gm.cogia.net).

La duda sobre el momento del ataque a la morada de sus ascendientes la crea y la resuelve, a favor de este artículo, el propio Struve. En una entrevista a la revista Cromos, publicada el 24 de octubre de 1960 dijo: …el 20 de julio de 1944, mis familiares se hallaban en peligro por la segunda guerra mundial. Ese día me arrodillé y prometí a la Virgen de la Peña dedicarme a su servicio si quisiera salvarlos. Días después recibí una carta de mi hermano, que estaba en el norte de Francia, en que me decía que mis padres y otros familiares se habían salvado después de que una bomba cayó sobre su casa, en la ciudad de Kiel, que era el blanco de los ataques aéreos aliados por ser una base de astilleros submarinos alemanes. El bombardeo se produjo aquel mismo 20 de julio…”

Existe una evidente contradicción que ilumina. En su tomo informó que el bombardeo fue el 31 de julio de 1944 y en la entrevista, el 20 de julio de 1944. Esta incoherencia no le quita nada a los favores internacionales concedidos por intercesión de Nuestra Señora de la Peña. Se debe tener en cuenta que las comunicaciones entre un germano (el hermano) con sus padres en Kiel no se podrían definir como un modelo de relación epistolar porque vivía en la Francia ocupada por las tropas de los aliados. 

Lo interesante del caso es saber que sí hubo bombardeos a Kiel en julio de 1944 y que la familia resultó ilesa de un terrorífico raid. Ahora cuál de los tres misiones sobre el puerto afectó a la noble prole, no se sabe. Lo cierto es que Struve asumió el cargo de Capellán del Santuario de Nuestra Señora de la Peña el 20 de agosto de 1944 y se dedicó a cumplirle la promesa a la Virgen.

Él reconstruyó la ermita de la Peña Vieja, restauró el Santuario de la Peña, fundó la revista Regina Mundi, creó la Sociedad Mariológica de Colombia, edificó el Centro Mariano Nacional de Colombia y durante 24 años predicó en la loma oriental sobre  teología mariana. Su heroico trabajo parroquial sustentó el pago de una promesa a la Santísima Virgen María. 

En síntesis, la tarea de asear unos párrafos aplaudió el esfuerzo de un extranjero por nacionalizar, en el alma de los capitalinos, a la bogotanísima Madre Dios, Nuestra Señora de la Peña.

sábado, 14 de septiembre de 2013

El Diablo y las fiestas de María


Me he regocijado mucho y he bendecido a Dios por la instauración de la gloriosa fiesta del Santo Nombre de María, así como por el favor hecho a nuestra Orden, con preferencia a otras, de poderla celebrar con tanta solemnidad. Pero he tenido algo de tristeza al ver la poca devoción y celo de las gentes y, sobre todo, de las hijas espirituales y hermanas en religión que se muestran tan poco diligentes en los solemnes oficios de este día.
Aquel día se imprimió en mi alma una cierta visión mostrándome cómo Satán parecía rugir y arañar de rabia, de pena, de odio y de despecho porque este nombre glorioso y dulcísimo se encontraba así honrado y ensalzado. Esta visión aumentó mi alegría, mi contento y también mis acciones de gracias hacia este Dios que había inspirado todas estas cosas. Mofándome de Satanás le decía: "¡Oh villana bestia, cómo debes sentir que esta Virgencita te haya machacado la cabeza y te haya arrebatado tu potencia! ¡Ya no puedes nada, y no eres más que una pobre, una débil mosca, desde el instante en que esta dulce y amable Virgencita quiera poner en obra su potencia y su autoridad! Pero ¡oh bestia maldita y condenada!, no impedirás, sin embargo, que Ella sea exaltada, honrada, querida. No puedes nada contra Ella, ni incluso contra aquellos que la aman y ponen en Ella su confianza. Yo me glorío que tenga tanto imperio sobre ti. No temo ni tus asechanzas ni tus violencias, ni ahora ni en la hora de mi muerte. Porque espero que entonces, como ahora, llevaré su dulcísimo nombre grabado en mi corazón; y cuando veas este corazón sellado con este sello divino, no tendrás la audacia de aproximarte".

María de Santa Teresa. Carmelita

(1623-1677).

jueves, 5 de septiembre de 2013

San Juan de Damasco y las imágenes de María


El santo Concilio de Trento en su XXV sesión, a principios de diciembre de 1563, inculca la doctrina del II Concilio Ecuménico de Nicea (787) sobre la veneración que se debe a las imágenes de los santos. Según esta doctrina, las imágenes de Cristo, de María y de los santos se deben colocar y conservar en las iglesias cristianas y se les ha de rendir la debida veneración; no porque se creyese que en ellas hubiera algo divino o alguna fuerza especial (“inesse aliqua in iis divinitas vel virtus”) sino porque el honor que se les da, se refiere a los prototipos o sea, a las personas por ellas representadas, de modo que cuando delante de ellas nos arrodillamos o si las besamos, en verdad veneramos con culto de adoración a Cristo y de veneración a María y los santos.

A continuación el S. Concilio de Trento, en el lugar citado, impone a los obispos la obligación de enseñar a sus fieles por medio de esta escuela sencilla y piadosa de las imágenes, pinturas o esculturas, los artículos de fe en ellas representadas y los beneficios recibidos de Cristo y los milagros obrados por los santos.

Las primeras imágenes de Cristo y de los santos, las encontramos en las catacumbas, después en las basílicas en grandiosos mosaicos. Esta herencia de la tradición cristiana de arte que hallamos tanto en Oriente como en Occidente, fue puesta en peligro por los mahometanos primero, quienes detestaban cualquier clase de imaginería sagrada, y más tarde en forma aún más grave por los emperadores bizantinos quienes comenzando con León III se hicieron tristemente famosos por su odio iconoclasto. El campeón de parte de la Iglesia católica contra esta herejía, fue san Juan Damasceno (fallecido en 749), cuatro veces maldito según el sínodo de Constantinopla de 754, pero más bien bienaventurado según el II Concilio Ortodoxo de Nicea. El papa León XIII, extendiendo su fiesta a todo el orbe católico, lo honró con el título de Doctor ecclesiae.

Si pensamos en los fervorosos sermones marianos que se han conservado de su pluma, no tiene nada de raro el que s. Juan de Damasco se levantara desde un principio contra la destrucción de las sagradas imágenes de Cristo, de la Virgen y de los santos. Fue educado piadosamente, y como lo demuestran sus numerosos escritos, con efectiva profundidad por un fraile, Cosmas de Sicilia, a quien su padre había libertado de la esclavitud mahometana. La doctrina del Damasceno, en todos sus puntos, está caracterizada por su fidelidad a la tradición cristiana y el fervor de su exposición. El santo confirmó estas sus convicciones, una vez que había renunciado al oficio hereditario de su familia en la corte del califa de Damasco, pues, alejándose de los honores del mundo, entró en el claustro de san Sabas cerca de Jerusalén. Allí vieron la luz sus obras dogmáticas, apologéticas, sus homilías y poesías entre las cuales se encuentran verdaderas joyas marianas; y aunque sus sermones que llevan por título “In Annuntiationem sanctissimae Dominae nostrae Dei Genetricis” y “In sanctissimae Dominae nostrae Dei Genetricis semperque Virginis Mariae Natalitium diem” posiblemente no sean de él, los otros intitulados “In dormitionem sanctissimae Dei Genetricis ac perpetuae Virginis Mariae” sí son auténticos y ellos por sí solo demuestran el tierno y vivísimo amor del santo a la Madre de Dios.

En su obra dogmática fundamental La fuente de la ciencia, en el Libro IV, cap. XVI, san Juan defiende las imágenes de Cristo, de María y de los santos, con argumentos duraderos. Partiendo de la idea de que el mismo Dios Creador hizo al hombre una imagen suya, y de que los judíos del Antiguo Testamento, a pesar de las prohibiciones de Dios de hacerse imágenes con lo cual Dios los quiso proteger contra el paganismo que los rodeaba, tenían representaciones de los santos ángeles en el arca y símbolos en su templo, el santo pasa al argumento teológico de mayor importancia: la encarnación de Cristo. ¿Qué es ella, en el fondo, si no que el mismo Dios se hiciera visible, tangible, adorable en figura humana? Sabemos de esta vida visible de Nuestro Señor por los relatos evangélicos que a los posteriores, que no tuvieron la dicha de ver a Cristo, dan la seguridad de su existencia humana. Y los que no saben leer, ¿cómo pueden ellos recibir el mensaje de la vida de Jesús? Ellos, cuando ven una imagen del Señor Crucificado, caen de rodillas y lo adoran a través de esta imagen para acordarse de sus beneficios. No adoran, por cierto, la materia de la cruz, madera o metal o lienzo pintado, sino al que en la imagen se halla representado. “Lo mismo pasa con la Madre de Dios. Porque la veneración que se le tributa en la imagen, se refiere al que de ella tomó carne”. Aquí vemos claramente cómo el principio tantas veces citado por el Damasceno y tomado de san Basilio “quoniam honos qui eis exhibetur, refertur ad prototypa”, induce a nuestro teólogo no sólo a una simple reducción de la imagen a la Virgen viva, sino en forma de una doble reducción a Cristo mismo como si nos quisiera inculcar el sentir de la Iglesia Católica la cual siempre ha dicho y profesado “per Maríam ad Christum”. Si Dios satisfizo el deseo humano de ver las cosas invisibles expresadas en símbolos e imágenes, —y lo hizo como vimos, en la Encarnación de su Hijo—, la Iglesia no puede ser reprochada ni obra mal en permitir como elemento del culto cristiano las sagradas imágenes que recuerdan a los cristianos los beneficios divinos y los milagros de sus santos.

Ricardo Struve H.
Pbro.

Dios te guarde, benignísima Madre de la misericordia; Dios te salve, conciliadora de la paz, deseadísima María. ¿Quién dejará de amarte? Tú eres luz en las dudas, consuelo en las tristezas, alivio en las angustias, refugio en los peligros y tentaciones. Tú eres, después de tu Unigénito, salvación cierta. ¡Dichosos los que te aman!
S. Penitenciaría 22 de abril de 1941

¡Oh Madre de piedad y de misericordia, Santísima Virgen María! ruego a tu piedad que te dignes asistirme clementemente.
S. Penitenciaría, 25 de mayo de 1941


Tomado de la revista Regina Mundi (nro 2).