miércoles, 28 de agosto de 2013

La Sociedad Mariológica Colombiana, presente en Expocatólica



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Miembro de Número de la SMC

En una república de rancia estirpe católica el sitio de la Sociedad Mariológica debería ser muy visitado. La suposición está lejos de la realidad.

En las versiones de Expocatólica 2008 y 2010, el visitante sólo preguntaba. Luego hacía gestos de incredulidad y seguía su camino en busca de las novedades, los bailes, las retretas, los recordatorios y demás motivos de la feria.

Se necesita una sobredosis de fe optimista o un milagro de la esperanza idealista para pensar que el 2013 será diferente.

Bajo el impulso de una perseverancia impermeabilizada contra la indiferencia, se sueña con un sueño. Sería magnífico escuchar decir: “Quiero ingresar a la SMC, presentaré un trabajo de mínimo 15 páginas sobre un tema mariano. Lo sustentaré ante una asamblea de mariólogos y pagaré una módica cuota anual para sostenimiento de la institución. Además, en un gesto de suprema heroicidad, subiré a conocer el santuario de las puertas cerradas o de Nuestra Señora de la Peña y pasaré a visitar la reparada Biblioteca Mariana de La Peña en el Centro Mariano Nacional de Colombia”.

Lo mejor será mejor templar el alma para cuando se repita lo de antaño en hogaño: “¿Mario... lo… gía…? ¿Y eso qué es?... ¿ah, ya sé ustedes son los que interpretan las manchas de humedad en la paredes del barrio donde la Virgen le habló a mi abuelita sobre los secretos del Apocalipsis?

Con honrosas excepciones, las buenas y santas gentes, nacionales seguirán pasando de largo por el lado de la única Academia de Estudios Marianos de Latinoamérica…



jueves, 22 de agosto de 2013

¡Santa Virgen, las carlestolendas!



“Verdadero retrato de las Ymagenes de Jesus y María y Josep, caminante de Velem a la villa de Jerusalem a presentar al Niño Dios en el Templo. Se benera en la Hermita de la Peña. Las vio  Bernardino  de León en la cumbre  de uno de los  serros que están  al sud de esta ciudad  de Santa fe  Bogotá en el nuevo Reino de Granada, delineadas en una  grande piedra, entre los arboles llenas de extraordinarios resplandores rodeadas de Angueles y Zerafines, San Miguel con la custodia y San Gabriel  y San Raphael; el dia primero de Agosto del año  de Nuestro Señor 1686.

Se trasladaron al sitio  donde  están  el primero de diciembre  de 1716. Las pintó Pedro Josep Figueroa a devoción del presbítero D.D. Johan Agustín Matallana.    Año  1817.”

En este paisaje de pesebre monumental, la ermita de La Peña diminuta y blanca  corona de devociones  y reminiscencias  las más salada joroba de Guadalupe. Cándido el cielo, azul, como para un poema. Arriba, la serranía  trajinada de veredas y senderillos. Hacia  abajo, la ciudad muy  chiquitina, envuelta en un manto de humos  emanaciones  y tufos pestilentes. Cuatro caminos serranos, que  en sus baldosas de piedra enseñan la entraña colonial y propician el tardo andar de los jumentos, conducen a la ermita. Son algo así  como la prolongación de las calles altas. Unas cintas de fiesta, que se prenden a la ciudad  y le transmiten, donosamente, la alegría de los carnavales, que arriba bullen.

Asoma  la cuaresma en la ventanuca del año recién nacido perfil de vieja mojigata y rezandera. Viene tocada de una cofia de penitencias y golpes de pecho. Es la estampa de lo trascendental, de la muerte  y de la vida de la carcajada  y del llanto. Y escoge  de toda la ciudad, la plazolita de la Peña, para danzar primero una danza loca de alegrías y luego cubrirse de Cenizas la frente  en memoria de la eterna mutabilidad. Desde el domingo la pobre vieja danza. Comenzó  con un repiqueteo de candores cuyo eco  materno se regó sobre la ciudad adormecida en el alba. Siguió con una tronamenta de cohetes y polvorines, que bombardeo  el cielo  y que ocasionó la fuga de los tiernos angelitos. Y, ahora, todo es bullicio. Danza como una peonza, borracha  de amores y promesas, danza llena de flores  y perfumes, danza en la serranía  y en los barrios. Una abigarrada multitud de gentes simples  y comunes les ve danzar y se encarama en la loma y se embriaga y vocifera y cumple promesas  y oraciones. El encanto de las carnestolendas, carnaval de La Peña, que flota  en el  recuerdo de la  antigua  ciudad.

La Virgen de la Peña, ella, el Niño  Dios, San José y el Arcángel San Miguel con una custodia en las manos nació, un buen día de la colonia, en apartado y desconocido paraje del cerro de Guadalupe.  Vióla por primera vez don Bernardino de León, hombre devoto y cristiano  y muy católico, dueño y señor de aquellas comarcas  en calidad de encomendero. Estaba la Virgen  con su celestial  esposo y divino Infante dibujada claramente, sobre  un gran  bloque  de piedra caliza. Era una señora  morenita sencilla y sonriente. Ella y San José y San Gabriel  y San Miguel  y San Rafael los arcángeles, vestían  unas ropas de color  de piedra natural  y unas corroscas  de aquellas  que usaban los indios del páramo.

La noticia de semejante portento difundiéndose rápidamente. El señor arzobispo pretendió, en defensa de los fueros  de la religión, que  el bloque  de piedra, con la Santa Madre  y sus acompañantes, fuese trasladado a la ermita de Egipto. Pero don Bernardino de León, el propietario de la Virgen de los Arcángeles, de San José y del Niño, protestó con energía y se negó enfáticamente  a acceder  a los arzobispales deseos. Entretanto  la imagen  recibía  culto de todos  los habitantes  del páramo, que hallaban en la Virgen de la Peña  consuelo tan especial  benigno que a pocos años todos la habían hecho su patrona. Adoraban en ella la tierra, el monte, la piedra  y la cal, la ilusión de la patria, el recuerdo  de sus días  de gloria  la esencia  misma  de su existencia, empotrada  en el  monte, como una protesta del buen Dios contra el monopolio que los españoles  ejercían  sobre la religión, las devociones y los milagros.

Poco  después, el señor León ordenó de su peculio la construcción de la ermita, que aún existe. Ignórase quién hizo los planos del templo, y cómo si por milagro o arte humano, pudo bajarse del cerro  el enorme  bloque  de piedra en que  las imágenes  dibújanse, hasta el sitio  donde hoy  se veneran. Lo cierto es que un artista  fue encargado de darles forma  y que este señor , bien intencionado pero escaso de talento, talló las toscas figuras de San  Miguel  la Virgen, el Niño y san José, desechando las de los arcángeles Gabriel y Rafael que a ellas estaban unidas.

Con la erección de la ermita, cobró vitalidad la devoción de las Santas Imágenes .Intervino el capítulo metropolitano. Erigióse una capellanía especial y el papa Benedicto XIV, en Bula Solemne, creó la Archicofradía de Nuestra Señora de La Peña .Fueron nombrados miembros de ella los  más destacados  cristianos  personajes de la Peña. Hubiéronse de resignar  los indios  a dejar que su santa patrona ocupase el trono que los españoles le cediera. Don José  Figueroa, le pintó faldas y túnicas a la Virgen y a San José. Y enemigo de la indumentaria autóctona, recortó las corroscas  que todas las imágenes lucían y en cambio les colocó unas tremendas  coronas y aureolas  llenas de pedrería y reflejos.

Desde entonces, a mediados  de febrero, los indios  del páramo  tuvieron costumbre bajar a la ermita. Llegaban  en caravanas  majas  y adornadas, montados  en sus borricos y mulas. Los varones  con la montera  y la zurriaga. Las hembras  encasquetadas  hasta las cejas  la corrosca. La mantilla de frisa, nueva limpia y las enaguas  amplias  y almidonadas, que producían un pernicioso traqueteo de intimidades.
Con la población de las lomas, la fiesta de la Peña que fuera manifestación estricta de la devoción de los indios, tomo proporciones mayores. Hoy  abarca  todos los barrios  de arriba. Egipto, Belén, La Peña, El Guavio, la reclaman  y la hacen suya. Y de las barriadas  de abajo, también  acuden las gentes  que se fueron resbalando por el cerro de generación en generación, hasta estabilizarse  definitivamente en la Sabana.

Por la alegría de los caminos  torcidos al sol como cortezas  vegetales  bullen  los romeros, en grupos ingenuos y reidores. Esta la señora de mantilla y lutos  anciana ya, cuyos zapatos desvencijados parece que pretendieran morder a la tierra, con las dos hijas  chiquitas desarrapadas. Los brazos exangües. Los ojillos traviesos y confusos. De negro  las dos, van bendiciendo  las baldosas con el martirio de los pies desnudos. Viniéronse muy de mañanita del apartamento que tienen en la vecindad, con unas cuantas pastillas de chocolate, algunos centavos y cinco devotas  novenas. Van a cumplir  voto a la Virgen. Al entrar a la ermita, la vieja señora extiende  los brazos en cruz y con una vocecilla  que es un sollozo, comienza a masticar oraciones, tan emocionada  y tan hondamente  contrita que no alcanza a notar  como la mantilla se mancha  con dos grandes  lagrimones  que le juguetearon entre las arrugas del rostro.
Vése también la pareja enamorada. El de paño con una corbata flagrante color revolucionario. Casi impedido de andar por la impiadosa escasez de los zapatos nuevos. Calzados todos los dientes  de oro y en la solapa una flor de tallos ariscos. Ella, modistilla ingenua apenas alcanzó a embadurnarse las mejillas  frescas  con el cosmético ruborizado. Viste un trajecillo de fino olán y de primores. Del cuello  le pende  y le cae sobre el seno  incitando  al pecado una medalla santa. Van tropezando venturas y emociones  dichosas.  Se hablan sin mover los labios, apenas con los ojos que retratan azorados  la estampa  de los fallidos deseos. Al llegar  a la ermita  únense  más. Tómanse de las manos y  recitan  los dos  una oración  que sube al cielo donde Dios  la recibe  y la devuelve para que encalle en un beso.
***
Este  pordiosero aquí sentado sobre la tierra limpia  cegada  la pupila, las piernas  llagas y la sonrisa  idiota extiende una mano carcomida  y puerca “una limosna por amor de Dios al cieguito”
Su voz ancha, profunda y miserable  parece  que le rasgara el pecho  y le enterrara  en las entrañas  una puñaleta de rencores. Cuando la mano  no se frunce bajo la pesadumbre  de la moneda  de níquel, la boca en silencio, masculla maldiciones y blasfemias. Parece que la muerta pupila quisiera asesinar la imagen  de quien negó la limosna. Pero a los pocos instantes apenas percibe que viene otro romero, extiende otra vez la mano y enseña nuevamente la sonrisa.

***
Por los caminos  hay bazares y ventas “puestos” de chicharrón y fritanga, atendidas por unas señoras comadres ventrudas y grasosas, que inician la desnudez de sus dentaduras postizas en cuanto ven que el cliente llega.
Hombres y mujeres, viejos y niños detiénense  en estos bazares  y como si cumpliesen con un rito comienzan  a masticar carnes, papas y frituras y a ingerir cervezas  y bebidas gaseosas, hasta satisfacerse.

De cuando en cuando viene un grupo con tiples y con bandolas. El bambuco de coplas movidas se introduce en los matorrales y rechazado por el eco ciérnese  por el aire limpito y bueno. Mozas y mozos contonéanse  en el afán  de bailar muy juntitos. El suegro va vociferando por el dolor en los pies. La suegra hace reminiscencias  y, charlatana quisiera que todos los amores que florecen en el camino se le enredaran  en la boca marchita, en el cabello blanco y en las pupilas en sombra.

Carnestolendas carnaval de la Peña, promesa de la Virgen, oraciones  y rezos, lágrimas y sonrisas. Irse por el caminito, a la loma a barnizarse de inocencias y candores. A sentir que fluye la vida buena y humilde, de los bazares  y de las fritangas  de los vientres  de los tiples y de las notas del bambuco. ¡Carnestolendas, tiempo de locura y bullicio!
Carnestolendas para emborracharse de sol en la loma, antes de marcarnos la frente con el signo compungido de las cenizas de cuaresma.


Autor: José Joaquín Jiménez. Cronicas, Biblioteca Popular de  Cultura Colombiana. Bogotá.

jueves, 15 de agosto de 2013

Dogma de la Asunción

MUNIFICENTISSIMUS DEUS»

CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA
DE NUESTRO SANTÍSIMO SEÑOR
PÍO
POR LA DIVINA PROVIDENCIA
PAPA PÍO XII
EN LA QUE
SE DEFINE COMO DOGMA DE FE
QUE LA VIRGEN MARÍA,
FUE ASUNTA EN CUERPO Y ALMA
A LA GLORIA CELESTE
1 noviembre 1950

1. El munificentísimo Dios, que todo lo puede y cuyos planes providentes están hechos con sabiduría y amor, compensa en sus inescrutables designios, tanto en la vida de los pueblos como en la de los individuos, los dolores y las alegrías para que, por caminos diversos y de diversas maneras, todo coopere al bien de aquellos que le aman (cfr. Rom 8, 28).
2. Nuestro Pontificado, del mismo modo que la edad presente, está oprimido por grandes cuidados, preocupaciones y angustias, por las actuales gravísimas calamidades y la aberración de la verdad y de la virtud; pero nos es de gran consuelo ver que, mientras la fe católica se manifiesta en público cada vez más activa, se enciende cada día más la devoción hacia la Virgen Madre de Dios y casi en todas partes es estimulo y auspicio de una vida mejor y más santa, de donde resulta que, mientras la Santísima Virgen cumple amorosísimamente las funciones de madre hacia los redimidos por la sangre de Cristo, la mente y el corazón de los hijos se estimulan a una más amorosa contemplación de sus privilegios.
3. En efecto, Dios, que desde toda la eternidad mira a la Virgen María con particular y plenísima complacencia, «cuando vino la plenitud de los tiempos» (Gal 4, 4) ejecutó los planes de su providencia de tal modo que resplandecen en perfecta armonía los privilegios y las prerrogativas que con suma liberalidad le había concedido. Y si esta suma liberalidad y plena armonía de gracia fue siempre reconocida, y cada vez mejor penetrada por la Iglesia en el curso de los siglos, en nuestro tiempo ha sido puesta a mayor luz el privilegio de la Asunción corporal al cielo de la Virgen Madre de Dios, María.
4. Este privilegio resplandeció con nuevo fulgor desde que nuestro predecesor Pío IX, de inmortal memoria, definió solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción de la augusta Madre de Dios. Estos dos privilegios están, en efecto, estrechamente unidos entre sí. Cristo, con su muerte, venció la muerte y el pecado; y sobre el uno y sobre la otra reporta también la victoria en virtud de Cristo todo aquel que ha sido regenerado sobrenaturalmente por el bautismo. Pero por ley general, Dios no quiere conceder a los justos el pleno efecto de esta victoria sobre la muerte, sino cuando haya llegado el fin de los tiempos. Por eso también los cuerpos de los justos se disuelven después de la muerte, y sólo en el último día volverá a unirse cada uno con su propia alma gloriosa.
5. Pero de esta ley general quiso Dios que fuera exenta la bienaventurada Virgen María. Ella, por privilegio del todo singular, venció al pecado con su concepción inmaculada; por eso no estuvo sujeta a la ley de permanecer en la corrupción del sepulcro ni tuvo que esperar la redención de su cuerpo hasta el fin del mundo.
6. Por eso, cuando fue solemnemente definido que la Virgen Madre de Dios, María, estaba inmune de la mancha hereditaria de su concepción, los fieles se llenaron de una más viva esperanza de que cuanto antes fuera definido por el supremo magisterio de la Iglesia el dogma de la Asunción corporal al cielo de María Virgen.
7. Efectivamente, se vio que no sólo los fieles particulares, sino los representantes de naciones o de provincias eclesiásticas, y aun no pocos padres del Concilio Vaticano, pidieron con vivas instancias a la Sede Apostólica esta definición.
Innúmeras peticiones
8. Después, estas peticiones y votos no sólo no disminuyeron, sino que aumentaron de día en día en número e insistencia. En efecto, a este fin fueron promovidas cruzadas de oraciones; muchos y eximios teólogos intensificaron sus estudios sobre este tema, ya en privado, ya en los públicos ateneos eclesiásticos y en las otras escuelas destinadas a la enseñanza de las sagradas disciplinas; en muchas partes del orbe católico se celebraron congresos marianos, tanto nacionales como internacionales. Todos estos estudios e investigaciones pusieron más de relieve que en el depósito de la fe confiado a la Iglesia estaba contenida también la Asunción de María Virgen al cielo, y generalmente siguieron a ello peticiones en que se pedía instantemente a esta Sede Apostólica que esta verdad fuese solemnemente definida.
9. En esta piadosa competición, los fieles estuvieron admirablemente unidos con sus pastores, los cuales, en número verdaderamente impresionante, dirigieron peticiones semejantes a esta cátedra de San Pedro. Por eso, cuando fuimos elevados al trono del Sumo Pontificado, habían sido ya presentados a esta Sede Apostólica muchos millares de tales súplicas de todas partes de la tierra y por toda clase de personas: por nuestros amados hijos los cardenales del Sagrado Colegio, por venerables hermanos arzobispos y obispos de las diócesis y de las parroquias.
10. Por eso, mientras elevábamos a Dios ardientes plegarias para que infundiese en nuestra mente la luz del Espíritu Santo para decidir una causa tan importante, dimos especiales órdenes de que se iniciaran estudios más rigurosos sobre este asunto, y entretanto se recogiesen y ponderasen cuidadosamente todas las peticiones que, desde el tiempo de nuestro predecesor Pío IX, de feliz memoria, hasta nuestros días, habían sido enviadas a esta Sede Apostólica a propósito de la Asunción de la beatísima Virgen María al cielo1.
Encuesta oficial
11. Pero como se trataba de cosa de tanta importancia y gravedad, creímos oportuno pedir directamente y en forma oficial a todos los venerables hermanos en el Episcopado que nos expusiesen abiertamente su pensamiento. Por eso, el 1 de mayo de 1946 les dirigimos la carta Deiparae Virginis Mariae, en la que preguntábamos: «Si vosotros, venerables hermanos, en vuestra eximia sabiduría y prudencia, creéis que la Asunción corporal de la beatísima Virgen se puede proponer y definir como dogma de fe y si con vuestro clero y vuestro pueblo lo deseáis».
12. Y aquellos que «el Espíritu Santo ha puesto como obispos para regir la Iglesia de Dios» (Hch 20, 28) han dado a una y otra pregunta una respuesta casi unánimemente afirmativa. Este «singular consentimiento del Episcopado católico y de los fieles»2, al creer definible como dogma de fe la Asunción corporal al cielo de la Madre de Dios, presentándonos la enseñanza concorde del magisterio ordinario de la Iglesia y la fe concorde del pueblo cristiano, por él sostenida y dirigida, manifestó por sí mismo de modo cierto e infalible que tal privilegio es verdad revelada por Dios y contenida en aquel divino depósito que Cristo confió a su Esposa para que lo custodiase fielmente e infaliblemente lo declarase3. El magisterio de la Iglesia, no ciertamente por industria puramente humana, sino por la asistencia del Espíritu de Verdad (cfr. Jn 14, 26), y por eso infaliblemente, cumple su mandato de conservar perennemente puras e íntegras las verdades reveladas y las transmite sin contaminaciones, sin añadiduras, sin disminuciones. «En efecto, como enseña el Concilio Vaticano, a los sucesores de Pedro no fue prometido el Espíritu Santo para que, por su revelación, manifestasen una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, custodiasen inviolablemente y expresasen con fidelidad la revelación transmitida por los Apóstoles, o sea el depósito de la fe»4. Por eso, del consentimiento universal del magisterio ordinario de la Iglesia se deduce un argumento cierto y seguro para afirmar que la Asunción corporal de la bienaventurada Virgen María al cielo -la cual, en cuanto a la celestial glorificación del cuerpo virgíneo de la augusta Madre de Dios, no podía ser conocida por ninguna facultad humana con sus solas fuerzas naturales- es verdad revelada por Dios, y por eso todos los fieles de la Iglesia deben creerla con firmeza y fidelidad. Porque, como enseña el mismo Concilio Vaticano, «deben ser creídas por fe divina y católica todas. aquellas cosas que están contenidas en la palabra de Dios, escritas o transmitidas oralmente, y que la Iglesia, o con solemne juicio o con su ordinario y universal magisterio, propone a la creencia como reveladas por Dios» (De fide catholica, cap. 3).
13. De esta fe común de la Iglesia se tuvieron desde la antigüedad, a lo largo del curso de los siglos, varios testimonios, indicios y vestigios; y tal fe se fue manifestando cada vez con más claridad.
Consentimiento unánime
14. Los fieles, guiados e instruidos por sus pastores, aprendieron también de la Sagrada Escritura que la Virgen María, durante su peregrinación terrena, llevó una vida llena de preocupaciones, angustias y dolores; y que se verificó lo que el santo viejo Simeón había predicho: que una agudísima espada le traspasaría el corazón a los pies de la cruz de su divino Hijo, nuestro Redentor. Igualmente no encontraron dificultad en admitir que María haya muerto del mismo modo que su Unigénito. Pero esto no les impidió creer y profesar abiertamente que no estuvo sujeta a la corrupción del sepulcro su sagrado cuerpo y que no fue reducida a putrefacción y cenizas el augusto tabernáculo del Verbo Divino. Así, iluminados por la divina gracia e impulsados por el amor hacia aquella que es Madre de Dios y Madre nuestra dulcísima, han contemplado con luz cada vez más clara la armonía maravillosa de los privilegios que el providentísimo Dios concedió al alma Socia de nuestro Redentor y que llegaron a una tal altísima cúspide a la que jamás ningún ser creado, exceptuada la naturaleza humana de Jesucristo, había llegado.
15. Esta misma fe la atestiguan claramente aquellos innumerables templos dedicados a Dios en honor de María Virgen asunta al cielo y las sagradas imágenes en ellos expuestas a la veneración de los fieles, las cuales ponen ante los ojos de todos este singular triunfo de la bienaventurada Virgen. Además, ciudades, diócesis y regiones fueron puestas bajo el especial patrocinio de la Virgen asunta al cielo; del mismo modo, con la aprobación de la Iglesia, surgieron institutos religiosos, que toman nombre de tal privilegio. No debe olvidarse que en el rosario mariano, cuya recitación tan recomendada es por esta Sede Apostólica, se propone a la meditación piadosa un misterio que, como todos saben, trata de la Asunción de la beatísima Virgen.
16. Pero de modo más espléndido y universal esta fe de los sagrados pastores y de los fieles cristianos se manifiesta por el hecho de que desde la antigüedad se celebra en Oriente y en Occidente una solemne fiesta litúrgica, de la cual los Padres Santos y doctores no dejaron nunca de sacar luz porque, como es bien sabido, la sagrada liturgia «siendo también una profesión de las celestiales verdades, sometida al supremo magisterio de la Iglesia, puede oír argumentos y testimonios de no pequeño valor para determinar algún punto particular de la doctrina cristiana»5.
El testimonio de la liturgia
17. En los libros litúrgicos que contienen la fiesta, bien sea de la Dormición, bien de la Asunción de la Virgen María, se tienen expresiones en cierto modo concordantes al decir que cuando la Virgen Madre de Dios pasó de este destierro, a su sagrado cuerpo, por disposición de la divina Providencia, le ocurrieron cosas correspondientes a su dignidad de Madre del Verbo encarnado y a los otros privilegios que se le habían concedido.
Esto se afirma, por poner un ejemplo, en aquel «Sacramentario» que nuestro predecesor Adriano I, de inmortal memoria, mandó al emperador Carlomagno. En éste se lee, en efecto: «Digna de veneración es para Nos, ¡oh Señor!, la festividad de este día en que la santa Madre de Dios sufrió la muerte temporal, pero no pudo ser humillada por los vínculos de la muerte Aquella que engendró a tu Hijo, Nuestro Señor, encarnado en ella»6. 
18. Lo que aquí está indicado con la sobriedad acostumbrada en la liturgia romana, en los libros de las otras antiguas liturgias, tanto orientales como occidentales, se expresa más difusamente y con mayor claridad. El «Sacramentario Galicano», por ejemplo, define este privilegio de María, «inexplicable misterio, tanto más admirable cuanto más singular es entre los hombres». Y en la liturgia bizantina se asocia repetidamente la Asunción corporal de María no sólo con su dignidad de Madre de Dios, sino también con sus otros privilegios, especialmente con su maternidad virginal, preestablecida por un designio singular de la Providencia divina: «A Ti, Dios, Rey del universo, te concedió cosas que son sobre la naturaleza; porque así como en el parto te conservó virgen, así en el sepulcro conservó incorrupto tu cuerpo, y con la divina traslación lo glorificó»7.
19. El hecho de que la Sede Apostólica, heredera del oficio confiado al Príncipe de los Apóstoles de confirmar en la fe a los hermanos (cfr. Lc 22, 32), y con su autoridad hiciese cada vez más solemne esta fiesta, estimula eficazmente a los fieles a apreciar cada vez más la grandeza de este misterio. Así la fiesta de la Asunción, del puesto honroso que tuvo desde el comienzo entre las otras celebraciones marianas, llegó en seguida a los más solemnes de todo el ciclo litúrgico. Nuestro predecesor San Sergio I, prescribiendo la letanía o procesión estacional para las cuatro fiestas marianas, enumera junto a la Natividad, la Anunciación, la Purificación y la Dormición de María (Liber Pontificalis). Después San León IV quiso añadir a la fiesta, que ya se celebraba bajo el título de la Asunción de la bienaventurada Madre de Dios, una mayor solemnidad prescribiendo su vigilia y su octava; y en tal circunstancia quiso participar personalmente en la celebración en medio de una gran multitud de fieles (Liber Pontificalis). Además de que ya antiguamente esta fiesta estaba precedida por la obligación del ayuno, aparece claro de lo que atestigua nuestro predecesor San Nicolás I, donde habla de los principales ayunos «que la santa Iglesia romana recibió de la antigüedad y observa todavía»8.
Exigencia de la incorrupción
20. Pero como la liturgia no crea la fe, sino que la supone, y de ésta derivan como frutos del árbol las prácticas del culto, los Santos Padres y los grandes doctores, en las homilías y en los discursos dirigidos al pueblo con ocasión de esta fiesta, no recibieron de ella como de primera fuente la doctrina, sino que hablaron de ésta como de cosa conocida y admitida por los fieles; la aclararon mejor; precisaron y profundizaron su sentido y objeto, declarando especialmente lo que con frecuencia los libros litúrgicos habían sólo fugazmente indicado; es decir, que el objeto de la fiesta no era solamente la incorrupción del cuerpo muerto de la bienaventurada Virgen María, sino también su triunfo sobre la muerte y su celestial glorificación a semejanza de su Unigénito.
21. Así San Juan Damasceno, que se distingue entre todos como testigo eximio de esta tradición, considerando la Asunción corporal de la Madre de Dios a la luz de los otros privilegios suyos, exclama con vigorosa elocuencia: «Era necesario que Aquella que en el parto había conservado ilesa su virginidad conservase también sin ninguna corrupción su cuerpo después de la muerte. Era necesario que Aquella que había llevado en su seno al Creador hecho niño, habitase en los tabernáculos divinos. Era necesario que la Esposa del Padre habitase en los tálamos celestes. Era necesario que Aquella que había visto a su Hijo en la cruz, recibiendo en el corazón aquella espada de dolor de la que había sido inmune al darlo a luz, lo contemplase sentado a la diestra del Padre. Era necesario que la Madre de Dios poseyese lo que corresponde al Hijo y que por todas las criaturas fuese honrada como Madre y sierva de Dios»9.
Afirmación de esta doctrina
22. Estas expresiones de San Juan Damasceno corresponden fielmente a aquellas de otros que afirman la misma doctrina. Efectivamente, palabras no menos claras y precisas se encuentran en los discursos que, con ocasión de la fiesta, tuvieron otros Padres anteriores o contemporáneos. Así, por citar otros ejemplos, San Germán de Constantinopla encontraba que correspondía la incorrupción y Asunción al cielo del cuerpo de la Virgen Madre de Dios no sólo a su divina maternidad, sino también a la especial santidad de su mismo cuerpo virginal: «Tú, como fue escrito, apareces "en belleza" y tu cuerpo virginal es todo santo, todo casto, todo domicilio de Dios; así también por esto es preciso que sea inmune de resolverse en polvo; sino que debe ser transformado, en cuanto humano, hasta convertirse en incorruptible; y debe ser vivo, gloriosísimo, incólume y dotado de la plenitud de la vida»10. Y otro antiguo escritor dice: «Como gloriosísima Madre de Cristo, nuestro Salvador y Dios, donador de la vida y de la inmortalidad, y vivificada por Él, revestida de cuerpo en una eterna incorruptibilidad con Él, que la resucitó del sepulcro y la llevó consigo de modo que sólo Él conoce»11.
23. Al extenderse y afirmarse la fiesta litúrgica, los pastores de la Iglesia y los sagrados oradores, en número cada vez mayor, creyeron un deber precisar abiertamente y con claridad el objeto de la fiesta y su estrecha conexión con las otras verdades reveladas.
Los argumentos teológicos
24. Entre los teólogos escolásticos no faltaron quienes, queriendo penetrar más adentro en las verdades reveladas y mostrar el acuerdo entre la razón teológica y la fe, pusieron de relieve que este privilegio de la Asunción de María Virgen concuerda admirablemente con las verdades que nos son enseñadas por la Sagrada Escritura.
25. Partiendo de este presupuesto, presentaron, para ilustrar este privilegio mariano, diversas razones contenidas casi en germen en esto: que Jesús ha querido la Asunción de María al cielo por su piedad filial hacia ella. Opinaban que la fuerza de tales argumentos reposa sobre la dignidad incomparable de la maternidad divina y sobre todas aquellas otras dotes que de ella se siguen: su insigne santidad, superior a la de todos los hombres y todos los ángeles; la íntima unión de María con su Hijo, y aquel amor sumo que el Hijo tenía hacia su dignísima Madre.
26. Frecuentemente se encuentran después teólogos y sagrados oradores que, sobre las huellas de los Santos Padres12 para ilustrar su fe en la Asunción, se sirven con una cierta libertad de hechos y dichos de la Sagrada Escritura. Así, para citar sólo algunos testimonios entre los más usados, los hay que recuerdan las palabras del salmista: «Ven, ¡oh Señor!, a tu descanso, tú y el arca de tu santificación» (Sal 131, 8), y ven en el «arca de la alianza», hecha de madera incorruptible y puesta en el templo del Señor, como una imagen del cuerpo purísimo de María Virgen, preservado de toda corrupción del sepulcro y elevado a tanta gloria en el cielo. A este mismo fin describen a la Reina que entra triunfalmente en el palacio celeste y se sienta a la diestra del divino Redentor (Sal 44, 10, 14-16), lo mismo que la Esposa de los Cantares, «que sube por el desierto como una columna de humo de los aromas de mirra y de incienso» para ser coronada (Cant 3, 6; cfr. 4, 8; 6, 9). La una y la otra son propuestas como figuras de aquella Reina y Esposa celeste, que, junto a su divino Esposo, fue elevada al reino de los cielos.
Los doctores escolásticos
27. Además, los doctores escolásticos vieron indicada la Asunción de la Virgen Madre de Dios no sólo en varias figuras del Antiguo Testamento, sino también en aquella Señora vestida de sol, que el apóstol Juan contempló en la isla de Patmos (Ap 12, 1s.). Del mismo modo, entre los dichos del Nuevo Testamento consideraron con particular interés las palabras «Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres» (Lc 1, 28), porque veían en el misterio de la Asunción un complemento de la plenitud de gracia concedida a la bienaventurada Virgen y una bendición singular, en oposición a la maldición de Eva.
28. Por eso, al comienzo de la teología escolástica, el piadoso Amadeo, obispo de Lausana, afirma que la carne de María Virgen permaneció incorrupta («no se puede creer, en efecto, que su cuerpo viese la corrupción»), porque realmente se reunió a su alma, y junto con ella fue envuelta en altísima gloria en la corte celeste. «Era llena de gracia y bendita entre las mujeres» (Lc 1, 28). «Ella sola mereció concebir al Dios verdadero del Dios verdadero, y le parió virgen, le amamantó virgen, estrechándole contra su seno, y le prestó en todo sus santos servicios y homenajes»13.
Testimonio de San Antonio de Padua
29. Entre los sagrados escritores que en este tiempo, sirviéndose de textos escriturísticos o de semejanza y analogía, ilustraron y confirmaron la piadosa creencia de la Asunción, ocupa un puesto especial el doctor evangélico San Antonio de Padua. En la fiesta de la Asunción, comentando las palabras de Isaías «Glorificaré el lugar de mis pies» (Is 60, 13), afirmó con seguridad que el divino Redentor ha glorificado de modo excelso a su Madre amadísima, de la cual había tomado carne humana. «De aquí se deduce claramente, dice, que la bienaventurada Virgen María fue asunta con el cuerpo que había sido el sitio de los pies del Señor». Por eso escribe el salmista: «Ven, ¡oh Señor!, a tu reposo, tú y el Arca de tu santificación». Como Jesucristo, dice el santo, resurgió de la muerte vencida y subió a la diestra de su Padre, así «resurgió también el Arca de su santificación, porque en este día la Virgen Madre fue asunta al tálamo celeste»14.
De San Alberto Magno
30. Cuando en la Edad Media la teología escolástica alcanzó su máximo esplendor, San Alberto Magno, después de haber recogido, para probar esta verdad, varios argumentos fundados en la Sagrada Escritura, la tradición, la liturgia y la razón teológica, concluye: «De estas razones y autoridades y de muchas otras es claro que la beatísima Madre de Dios fue asunta en cuerpo y alma por encima de los coros de los ángeles. Y esto lo creemos como absolutamente verdadero»15. Y en un discurso tenido el día de la Anunciación de María, explicando estas palabras del saludo del ángel «Dios te salve, llena eres de gracia...», el Doctor Universal compara a la Santísima Virgen con Eva y dice expresamente que fue inmune de la cuádruple maldición a la que Eva estuvo sujeta 16.
Doctrina de Santo Tomás
31. El Doctor Angélico, siguiendo los vestigios de su insigne maestro, aunque no trató nunca expresamente la cuestión, sin embargo, siempre que ocasionalmente habla de ella, sostiene constantemente con la Iglesia que junto al alma fue asunto al cielo también el cuerpo de María17.
De San Buenaventura
32. Del mismo parecer es, entre otros muchos, el Doctor Seráfico, el cual sostiene como absolutamente cierto que del mismo modo que Dios preservó a María Santísima de la violación del pudor y de la integridad virginal en la concepción y en el parto, así no permitió que su cuerpo se deshiciese en podredumbre y ceniza18. Interpretando y aplicando a la bienaventurada Virgen estas palabras de la Sagrada Escritura «¿Quién es esa que sube del desierto, llena de delicias, apoyada en su amado?» (Cant 8, 5), razona así: «Y de aquí puede constar que está allí (en la ciudad celeste) corporalmente... Porque, en efecto..., la felicidad no sería plena si no estuviese en ella personalmente, porque la persona no es el alma, sino el compuesto, y es claro que está allí según el compuesto, es decir, con cuerpo y alma, o de otro modo no tendría un pleno gozo»19.
La escolástica moderna
33. En la escolástica posterior, o sea en el siglo XV, San Bernardino de Siena, resumiendo todo lo que los teólogos de la Edad Media habían dicho y discutido a este propósito, no se limitó a recordar las principales consideraciones ya propuestas por los doctores precedentes, sino que añadió otras. Es decir, la semejanza de la divina Madre con el Hijo divino, en cuanto a la nobleza y dignidad del alma y del cuerpo -porque no se puede pensar que la celeste Reina esté separada del Rey de los cielos-, exige abiertamente que «María no debe estar sino donde está Cristo»20; además es razonable y conveniente que se encuentren ya glorificados en el cielo el alma y el cuerpo, lo mismo que del hombre, de la mujer; en fin, el hecho de que la Iglesia no haya nunca buscado y propuesto a la veneración de los fieles las reliquias corporales de la bienaventurada Virgen suministra un argumento que puede decirse «como una prueba sensible»21.
San Roberto Belarmino
34. En tiempos más recientes, las opiniones mencionadas de los Santos Padres y de los doctores fueron de uso común. Adhiriéndose al pensamiento cristiano transmitido de los siglos pasados. San Roberto Belarmino exclama: «¿Y quién, pregunto, podría creer que el arca de la santidad, el domicilio del Verbo, el templo del Espíritu Santo, haya caído? Mi alma aborrece el solo pensamiento de que aquella carne virginal que engendró a Dios, le dio a luz, le alimentó, le llevó, haya sido reducida a cenizas o haya sido dada por pasto a los gusanos »22.
35. De igual manera, San Francisco de Sales, después de haber afirmado no ser lícito dudar que Jesucristo haya ejecutado del modo más perfecto el mandato divino por el que se impone a los hijos el deber de honrar a los propios padres, se propone esta pregunta: «¿Quién es el hijo que, si pudiese, no volvería a llamar a la vida a su propia madre y no la llevaría consigo después de la muerte al paraíso?»23. Y San Alfonso escribe: «Jesús preservó el cuerpo de María de la corrupción, porque redundaba en deshonor suyo que fuese comida de la podredumbre aquella carne virginal de la que Él se había vestido» 24.
Temeridad de la opinión contraria
36. Aclarado el objeto de esta fiesta, no faltaron doctores que más bien que ocuparse de las razones teológicas, en las que se demuestra la suma conveniencia de la Asunción corporal de la bienaventurada Virgen María al cielo, dirigieron su atención a la fe de la Iglesia, mística Esposa de Cristo, que no tiene mancha ni arruga (cfr. Ef 5, 27), la cual es llamada por el Apóstol «columna y sostén de la verdad» (1 Tim 3, 15), y, apoyados en esta fe común, sostuvieron que era temeraria, por no decir herética, la sentencia contraria. En efecto, San Pedro Canisio, entre muchos otros, después de haber declarado que el término Asunción significa glorificación no sólo del alma, sino también del cuerpo, y después de haber puesto de relieve que la Iglesia ya desde hace muchos siglos, venera y celebra solemnemente este misterio mariano, dice: «Esta sentencia está admitida ya desde hace algunos siglos y de tal manera fija en el alma de los piadosos fieles y tan aceptada en toda la Iglesia, que aquellos que niegan que el cuerpo de María haya sido asunto al cielo, ni siquiera pueden ser escuchados con paciencia, sino abochornados por demasiado tercos o del todo temerarios y animados de espíritu herético más bien que católico»25.
Francisco Suárez
37. Por el mismo tiempo, el Doctor Eximio, puesta como norma de la mariología que «los misterios de la gracia que Dios ha obrado en la Virgen no son medidos por las leyes ordinarias, sino por la omnipotencia de Dios, supuesta la conveniencia de la cosa en sí mismo y excluida toda contradicción o repugnancia por parte de la Sagrada Escritura»26, fundándose en la fe de la Iglesia en el tema de la Asunción, podía concluir que este misterio debía creerse con la misma firmeza de alma con que debía creerse la Inmaculada Concepción de la bienaventurada Virgen, y ya entonces sostenía que estas dos verdades podían ser definidas.
38. Todas estas razones y consideraciones de los Santos Padres y de los teólogos tienen como último fundamento la Sagrada Escritura, la cual nos presenta al alma de la Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo y siempre partícipe de su suerte. De donde parece casi imposible imaginarse separada de Cristo, si no con el alma, al menos con el cuerpo, después de esta vida, a Aquella que lo concibió, le dio a luz, le nutrió con su leche, lo llevó en sus brazos y lo apretó a su pecho. Desde el momento en que nuestro Redentor es hijo de María, no podía, ciertamente, como observador perfectísimo de la divina ley, menos de honrar, además de al Eterno Padre, también a su amadísima Madre. Pudiendo, pues, dar a su Madre tanto honor al preservarla inmune de la corrupción del sepulcro, debe creerse que lo hizo realmente.
39. Pero ya se ha recordado especialmente que desde el siglo II María Virgen es presentada por los Santos Padres como nueva Eva estrechamente unida al nuevo Adán, si bien sujeta a él, en aquella lucha contra el enemigo infernal que, como fue preanunciado en el protoevangelio (Gn 3, 15), habría terminado con la plenísima victoria sobre el pecado y sobre la muerte, siempre unidos en los escritos del Apóstol de las Gentes (cfr. Rom cap. 5 et 6; 1 Cor 15, 21-26; 54-57). Por lo cual, como la gloriosa resurrección de Cristo fue parte esencial y signo final de esta victoria, así también para María la común lucha debía concluir con la glorificación de su cuerpo virginal; porque, como dice el mismo Apóstol, «cuando... este cuerpo mortal sea revestido de inmortalidad, entonces sucederá lo que fue escrito: la muerte fue absorbida en la victoria» (1 Cor 15, 54).
40. De tal modo, la augusta Madre de Dios, arcanamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad «con un mismo decreto»27 de predestinación, inmaculada en su concepción, Virgen sin mancha en su divina maternidad, generosa Socia del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sobre sus consecuencias, al fin, como supremo coronamiento de sus privilegios, fue preservada de la corrupción del sepulcro y vencida la muerte, como antes por su Hijo, fue elevada en alma y cuerpo a la gloria del cielo, donde resplandece como Reina a la diestra de su Hijo, Rey inmortal de los siglos (cfr. 1 Tim 1, 17).
Es llegado el momento
41. Y como la Iglesia universal, en la que vive el Espíritu de Verdad, que la conduce infaliblemente al conocimiento de las verdades reveladas, en el curso de los siglos ha manifestado de muchos modos su fe, y como los obispos del orbe católico, con casi unánime consentimiento, piden que sea definido como dogma de fe divina y católica la verdad de la Asunción corporal de la bienaventurada Virgen María al cielo -verdad fundada en la Sagrada Escritura, profundamente arraigada en el alma de los fieles, confirmada por el culto eclesiástico desde tiempos remotísimos, sumamente en consonancia con otras verdades reveladas, espléndidamente ilustrada y explicada por el estudio de la ciencia y sabiduría de los teólogos-, creemos llegado el momento preestablecido por la providencia de Dios para proclamar solemnemente este privilegio de María Virgen.
42. Nos, que hemos puesto nuestro pontificado bajo el especial patrocinio de la Santísima Virgen, a la que nos hemos dirigido en tantas tristísimas contingencias; Nos, que con rito público hemos consagrado a todo el género humano a su Inmaculado Corazón y hemos experimentado repetidamente su validísima protección, tenemos firme confianza de que esta proclamación y definición solemne de la Asunción será de gran provecho para la Humanidad entera, porque dará gloria a la Santísima Trinidad, a la que la Virgen Madre de Dios está ligada por vínculos singulares. Es de esperar, en efecto, que todos los cristianos sean estimulados a una mayor devoción hacia la Madre celestial y que el corazón de todos aquellos que se glorían del nombre cristiano se mueva a desear la unión con el Cuerpo Místico de Jesucristo y el aumento del propio amor hacia Aquella que tiene entrañas maternales para todos los miembros de aquel Cuerpo augusto. Es de esperar, además, que todos aquellos que mediten los gloriosos ejemplos de María se persuadan cada vez más del valor de la vida humana, si está entregada totalmente a la ejecución de la voluntad del Padre Celeste y al bien de los prójimos; que, mientras el materialismo y la corrupción de las costumbres derivadas de él amenazan sumergir toda virtud y hacer estragos de vidas humanas, suscitando guerras, se ponga ante los ojos de todos de modo luminosísimo a qué excelso fin están destinados los cuerpos y las almas; que, en fin, la fe en la Asunción corporal de María al cielo haga más firme y más activa la fe en nuestra resurrección.
43. La coincidencia providencial de este acontecimiento solemne con el Año Santo que se está desarrollando nos es particularmente grata; porque esto nos permite adornar la frente de la Virgen Madre de Dios con esta fúlgida perla, a la vez que se celebra el máximo jubileo, y dejar un monumento perenne de nuestra ardiente piedad hacia la Madre de Dios.
Fórmula definitoria
44. Por tanto, después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces e invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para acrecentar la gloria de esta misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y por la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste.
45. Por eso, si alguno, lo que Dios no quiera, osase negar o poner en duda voluntariamente lo que por Nos ha sido definido, sepa que ha caído de la fe divina y católica.
46. Para que nuestra definición de la Asunción corporal de María Virgen al cielo sea llevada a conocimiento de la Iglesia universal, hemos querido que conste para perpetua memoria esta nuestra carta apostólica; mandando que a sus copias y ejemplares, aun impresos, firmados por la mano de cualquier notario público y adornados del sello de cualquier persona constituida en dignidad eclesiástica, se preste absolutamente por todos la misma fe que se prestaría a la presente si fuese exhibida o mostrada.
47. A ninguno, pues, sea lícito infringir esta nuestra declaración, proclamación y definición u oponerse o contravenir a ella. Si alguno se atreviere a intentarlo, sepa que incurrirá en la indignación de Dios omnipotente y de sus santos apóstoles Pedro y Pablo.
Nos, PÍO,
Obispo de la Iglesia católica,
definiéndolo así, lo hemos suscrito.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el año del máximo Jubileo de mil novecientos cincuenta, el día primero del mes de noviembre, fiesta de Todos los Santos, el año duodécimo de nuestro pontificado.
__________________
1 Petitiones de Asumptione corporea B. Virginis Mariae in coelum definienda ad S. Sedem delatae; 2 vol., Typis Polyglottis Vaticanis, 1942.
2 Bula Ineffabilis Deus, Acta PíO IX, p. 1, vol. 1, p. 615.
3 Cfr. Conc. Vat. De fide catholica, cap. 4.
4 Conc. Vat. Const. De ecclesia Christi, cap. 4.
5 Carta encíclica Mediator Dei, A. A. S., vol. 39, p. 541.
6 Sacramentarium Gregorianum. 
7 Menaei totius anni.
8 «Responsa Nicolai Papae I ad consulta Bulgarorum».
9 S. loan Damasc., Encomium in Dormitionem Dei Genitricis semperque Virginis Mariae, hom. II, 14; cfr. etiam ibíd., n. 3.
10 San Germ. Const., In Sanctae Dei Genitricis Dormitionem, sermón I.
11 Encomium in Dormitionem Sanctissimae Dominae nostrae Deiparae semperque Virginis Mariae. S. Modesto Hierosol, attributum I, núm. 14.
12 Cfr. Ioan Damasc., Encomium in Dormitionem Dei Genitricis semperque Virginis Mariae, hom. II, 2, 11; Encomium in Dormitionem, S. Modesto Hierosol, attributum.
13 Amadeus Lausannensis, De Beatae Virginis obitu, Assumptione in caelum, exaltatione ad Filii dexteram.
14 San Antonius Patav., Sermones dominicales et in solemnitatibus. In Assumptione S. Mariae Virginit sermo
15 S. Albertus Magnus, Mariale sive quaestionet super Evang. Missut est, q. 132.
16 S. Albertus Magnus, Sermones de sanctis, sermón 15: In Anuntiatione B. Mariae, cfr.Etiam Mariale, q. 132.
17 Cfr. Summa Theol., 3, q. 27, a. 1 c.; ibíd., q. 83, a. 5 ad 8, Expositio salutationis angelicae, In symb., Apostolorum expositio, art. 5; In IV Sent., d. 12, q. 1, art. 3, sol. 3; d: 43, q. 1, art. 3, sol. 1 et 2.
18 Cfr. S. Bonaventura, De Nativitate B. Mariae Virginis, sermón 5.
19 S. Bonaventura, De Assumptione B. Mariae Virginis, sermón 1. 
20 S. Bernardinus Senens., In Assumptione B. M. Virginis, sermón 2. 
21 S. Bernardinus Senens., In Assumptione B. M. Virginis, sermón 2.
22 S. Robertus Bellarminus, Canciones habitae Lovanii, canción 40: De Assumptionae B. Mariae Virginis
23 Oeuvres de St. François de Sales, sermon autographe pour la fete de l'Assumption. 
24 S. Alfonso M. de Ligouri, Le glorie di Maria, parte II, disc. 1.
25 S. Petrus Canisius, De Maria Virgine
26 Suárez, F, In tertiam partem D. Thomae, quaest. 27, art. 2, disp. 3, sec. 5, n. 31.
27 Bula Ineffabilis Deus, 1 c, p. 599.


jueves, 8 de agosto de 2013

San Gabriel, según la venerable María de Ágreda


            Estuvo presente el santo ángel Gabriel para recibir el divino encargo, inclinado al pie del trono y fijándose con mucha atención en la inmutable esencia divina del Altísimo. La divina Majestad por sí misma le reveló y expuso el mandato de su legación que debía ejecutar ante la Emperatriz de todos los hombres y ángeles, prescribiéndole hasta las palabras que debía usar en su saludo y alocución. De tal manera que el autor de la salutación angélica fue el mismo altísimo Dios quien primero la concibió en su mente divina de donde luego pasó al arcángel y por él a la excelsa Madre y Virgen. Reveló el Altísimo en sus palabras al santo arcángel muchas cosas y arcanos secretos acerca de la Encarnación, mandándole que fuera en nombre de toda la Santísima Trinidad y anunciara a la augusta Virgen cómo ella de entre todas las mujeres había sido escogida para que fuese la Madre del Verbo Eterno a quien debía concebir en su seno virginal por obra del Espíritu Santo, conservándose, sin embargo, salva la flor de su virginidad, y todo lo demás que el mensajero celestial debía decir y explicar a su Señora y Reina.

            Penetrado pues, el nobilísimo príncipe Gabriel de especial alegría, obedeció al divino mandato y partió de la región celestial, acompañado en hermoso cortejo de muchos miles de ángeles. Tomó Gabriel la apariencia de un joven de bellísima figura y extraordinaria gracia, luciendo clarísimo rostro que emitía innumerables rayos de extraño esplendor. Su aspecto era de ingente gravedad, y muy majestuoso. Sus pasos comedidos, su porte dignísimo y de seria modestia, sus palabras ponderadas, de gran eficacia, y en general exhibía un como medio entre severidad y bondad, porque en él se notaba algo más divino que en todos los demás ángeles que la Virgen hasta entonces había visto. La diadema en su cabeza brillaba en excepcionales fulgores, sus vestiduras eran luminosas y de un suave color rubio, despidiendo a la vez centellas de múltiples colores. En su pecho llevaba una cruz, hermosísima por cierto y de exquisito gusto, labrada en oro y hecha como por el talento del mejor de los artistas, que simbolizaba el misterio de la encarnación para cuyo anuncio estuvo destinado el Ángel; todo lo cual despertaba naturalmente en la excelsa Virgen mayor atención y grandísimo afecto.

(Mística Ciudad, II parte. Libro III, Cap. X).



jueves, 1 de agosto de 2013

Florilegio de amor a Santa María II


Esta es una recopilación de pensamientos y expresiones literarias de diversos devotos marianos en diferentes circunstancias tiempos y lugares dirigidos a la Virgen María, Madre de Dios, Nuestra Señora Reina y Madre; a quien le dedico con todo mi amor y devoción.

Dr. Álvaro González González.


Por ser la Madre del Salvador, la Virgen María es reconocida como Madre de Dios y de la Iglesia, según repetimos en las letanías. Ella, la favorecida de Dios, nos invita a todos los creyentes a escuchar y practicar su Palabra. María, la elegida por Dios como Madre del Salvador, quien siempre me dictaba las cosas en su corazón, nos invita para que de su mano podamos ser discípulos de Cristo y a recorrer con confianza el camino que Él siguió, el camino de la vida a través del sacrificio de su muerte redentora.

La fe nos ha traído hasta la Virgen, quien confió siempre en la palabra y las promesas de Dios. La fe se hace camino de vida, y la Virgen es un ejemplo digno que debemos imitar. Por la fe Jesús, el Hijo de la Virgen María, usando ejemplo y palabras sencillas, imprime en nuestras mentes la necesidad de vivir en la esperanza, atesorando los valores espirituales.

La Virgen del Evangelio, la que fue asunta al cielo, la intermediaria entre Dios y los hombres, la predilecta del Padre, la Madre espiritual de todos los vivientes, la Madre de la Iglesia, nos da su mensaje de reconciliación, de amor y de paz.

La fe firme e inquebrantable de la Santísima Virgen María se puede contrastar con la vacilante fe nuestra. María, que guardaba todo en su corazón, aprendió a ser Madre y discípula. Nosotros no podemos imitar su maternidad pero deberíamos imitar su fidelidad.

Recordemos que nuestra madre celestial camina con nosotros acompañándonos con sus palabras maternales y su intercesión ante Jesús Nuestro Señor. Ella, como Madre de la Iglesia, camina con sus hijos. El Papa, en la encíclica Redemptoris Mater, escribe: “La Iglesia confrontada por la presencia de Cristo, camina en el tiempo hacia la consumación de los siglos y va  al encuentro del Señor que llega. Pero en este camino… procede recorriendo de nuevo el itinerario realizado por la Virgen, que avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz”. La Virgen María nos enseña a guardar, meditar y elegir la Palabra de Dios, que nos habla a través de la Sagrada Escritura, por medio de otras personas y acontecimientos, y en todo lo que sucede en nosotros y en torno a nosotros”. –Deyanira Flores González-. Distinguida marióloga costarricense. En apartes del documento presentado en Puebla de los Ángeles, México, a la reunión preparatoria de la V Conferencia General del CELAM en Aparecida, Brasil.

“Corazón de María es decir, el amor de la Virgen a Dios y a los hombres; María nos ama. Ella nos ve bajo nuestra verdadera dimensión, la dimensión de hijos de Dios, de redimidos por Cristo. Ella nos contempla como integrantes del gran cuerpo de Jesucristo, su cuerpo místico, cuya cabeza es Él y cuya alma es el Espíritu Santo”.

“Sabemos y sentimos que la Virgen nos ama; todo lo bueno que nos sucede viene a través de Ella”. Para nuestra madre somos siempre niños; lo mismo para María: sus brazos nos llevan, sentimos ciertos momentos el aliento de sus labios, el brillo maternal de sus ojos… con Ella no nos hagamos los bravos, los incrédulos ¡los burlones! Aunque no creamos ni en el rejo que hala las campanas, creamos en María… puede ser que esto sea ilógico… ¡y absurdo! Sí pero así hay esperanza. Si nos hemos alejado de la Iglesia, no cortemos este puente sagrado del amor de María, porque éste es el único recurso que un día nos puede quedar. Aunque malas lecturas o malas interpretaciones hayan introducido la duda y el escepticismo… en lo recóndito de nuestro corazón guardemos el amor a María… Amemos al corazón de María, acerquémonos a Ella espiritualmente, cuando estemos en nuestro lecho ya para dormir. Digámosle en silencio: Madre mía yo te amo… bendíceme puedo estar tranquilo porque tu amor vela sobre mí”. –Padre Rafael García Herreros- Tomado del escrito La Virgen María.

“El corazón de María es el foco del amor. ¡No necesitamos sino permanecer allí por la fe y la confianza y seremos abrazados!”. Entreguémonos a María para procurarle la alegría maternal de hacernos el bien, comunicándonos el amor y llevándonos así a su Divino Hijo y a sus otros hijos, nuestros hermanos.


Depositemos en el corazón de Nuestra Madre todos los cuidados, todas nuestras penas, todas las dificultades que nos provengan del contacto con todos los demás. Ella arreglará todo a su tiempo, en la medida de nuestra confianza y de nuestros deseos caritativos”. –Padre Gabriel Jacquier-. Sacerdote vicentino, París 1953 (Traducción del francés 1973). Centro Don Bosco, auspiciado por la señorita María Elisa Pardo Bonilla. En La vida mariana.

“…vamos a contemplar a María en su singularidad, como María en su feminidad, como mujer en su universalidad, como creyente; María tu sabes que no podemos hablar de ti, ¡que eres demasiado grande! Te pedimos que Tú misma nos hables a nosotros, que hables a nuestro corazón con ese lenguaje interior que somos capaces de entender cuando tu nos hablas.

Quiero que nuestras reflexiones sobre la palabra iluminen el {Principio Mariano} en la Iglesia: María es por excelencia, la mujer de la reconciliación y suscita en la Iglesia, figuras de reconciliación, haciendo de nosotros hombres y mujeres de reconciliación”. –Cardenal Carlos María Martini Arzobispo de Milán-. Apartes de su conferencia en la Escuela de la Palabra en 1985.

“Lo importante es el espíritu de la consagración a la Virgen”. –Frank Duff-. Beato. Laico irlandés (1889 – 1980), fundador de la Legión de María. En el libro María triunfará. 1961.


“Alabemos a María en todo y para siempre… Ella siempre consuela… Ella nos sostiene… siempre nos guía, siempre intercede. Invoquemos a María en nuestras penas, dificultades, en nuestras alegrías y consolaciones. ¡Oremos a María!, su amor lo exige. Ella nos ama como a Jesús, infinitamente, incesantemente, maternalmente”. –Sierva de Dios Martha Robin (1902 – 1981)- Fundadora de los Casa-centros de oración y retiros espirituales, Foyers de Charite.

“De Santa María no se ha escrito nada, nada, ¡me entiende!”. –Sierva de Dios Martha Robin-

“María mujer vestida de sol, ante los inevitables sufrimientos y las dificultades de cada día, ayúdanos a tener fija nuestra mirada en Cristo. Ayúdanos a no tener miedo de seguirlo hasta el fondo, incluso cuando nos parece que la cruz pesa demasiado. Haz que comprendamos que ésta es la única senda que lleva a la cumbre de la salvación eterna y desde el cielo donde resplandeces como Reina y Madre de misericordia, vela por cada uno de tus hijos. Guíanos a amar, adorar y servir a Jesús, el fruto Bendito de tu vientre. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Amén”. – Beato papa Juan Pablo II-

“Llena de gracia es el nombre más hermoso de María, un nombre que le dio Dios mismo para indicar que desde siempre y para siempre es la amada, la elegida, la escogida, para acoger el don más precioso, Jesús, “el Amor encarnado de Dios” (Gratia plena) Gracia plena en latín, en griego (Kechrieoména), amada de Dios; titulo en voz pasiva, pero pasividad de María, desde siempre y para siempre, es la -amada por el Señor, que implica su libre consentimiento “. –Papa Benedicto XVI".

“Mediadora; Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la Anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez asunta a los cielos, no dejó su oficio salvador, si no que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna. Con amor maternal cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan, se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la Bienaventurada Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual sin embargo, se entiende de manera que nada quite ni agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador…”. –Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen Gentium, capítulo VIII LA BIENAVENTURADA VIRGEN Y LA IGLESIA. María Esclava del Señor en la Obra de la Redención y la Santificación. Número 62.

Jaculatorias.

De las Letanías lauretanas (las oficiales de la Iglesia): Ruega por nosotros.

“Madre de Dios; Madre de la Divina gracia;
Madre Amable y Admirable; Madre del buen Consejo;
Virgen digna de veneración; Virgen digna de alabanzas;
Virgen Poderosa; Virgen Clemente; Virgen Fiel;
Espejo de Justicia; Causa de nuestra alegría;
Puerta del Cielo; Esperanza Nuestra;
Consuelo de los Afligidos; Salud de los enfermos;
Auxilio de los Cristianos; Refugio de los pecadores;
Reina Sin Pecado; Reina de Todos los Santos;
Reina Asunta a los Cielos; Reina del Santísimo Rosario;
Reina de la Paz; Reina de Todo (o del universo o de lo creado, etc…”

En oraciones breves:

El Angelus:
(Así denominada por la palabra en latín de su inicio).

V. El Ángel del Señor anunció a María;
R. y Ella concibió por obra y gracia del Espíritu Santo.
Ave María.
V. He aquí la esclava del Señor;
R. hágase en mí según tu palabra.
Ave María.
V. y el Verbo de Dios se hizo hombre;
R. y habitó entre nosotros.
Ave María.
V. Ruega por nosotros Santa Madre de Dios;
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas y gracias de nuestro Señor Jesucristo.

Oremos. Infunde Señor tu gracia en nuestros corazones, te lo suplicamos, a fin de que conociendo por el anuncio del ángel la Encarnación de Jesucristo tu Hijo, por los merecimientos de su Vida, Pasión y Muerte, lleguemos a la gloria de la Resurrección. Por el mismo Cristo Nuestro Señor. Amén.
V. Gloria al Padre (Tres veces).





Antífona del Benedictus, en la Fiesta de Santa María Reina

“Dignísima Virgen Perpetua María, tu engendraste a Cristo Señor y Salvador Nuestro”.

“Bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios, no desprecies las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos de todo peligro, ¡Oh Virgen gloriosa y bendita!”.

–Antigua plegaria, escrita en un papiro encontrado en Egipto a principios del siglo III. Se encuentra en la biblioteca Jhon Rylands en Manchester (Inglaterra) código 470.

“Acordaos, oh piadosísima Virgen María que jamás se oyó decir que ninguno de los que han acudido a vuestro amparo, implorado vuestra protección y reclamado vuestro socorro, haya sido abandonado por vos. Animado con esta confianza a vos acudo, oh madre, Virgen de las vírgenes y gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana oh Madre de Dios, no desprecies mis suplicas antes bien escuchadlas y atendedlas benignamente. Así sea”. –San Bernardo de Claraval-, Conocida por la palabra de su inicio.


La oración más antigua dedicada a la Santísima Virgen María:

“Dulce Madre, no te alejes
tu vista de mí no apartes,
ven conmigo a todas partes
y solo nunca me dejes,
ya que me proteges tanto
como mi Madre,
haz que me bendiga
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Amén”.

Breve Consagración Personal a María Santísima:

“Oh Señora mía, oh Madre mía yo me ofrezco del todo a vos
y en prueba de mi filial afecto,
os consagro en este día
mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón
en una palabra todo mi ser.
Y ya que soy todo vuestro, oh madre de bondad
protegedme y defendedme como hijo y propiedad vuestra.
Amén”.

Letras de canciones marianas:

“Venid y vamos todos con flores a porfía con flores a María que Madre Nuestra es, de nuevo aquí nos tienes purísima doncella, más que la luna bella postrados a tus pies a ofrecerte venimos flores del bajo suelo con cuánto amor y anhelo Señora Tú nos ves”.

“¿Quién será la mujer que a tantos inspiró poemas bellos de amor? Le rinden honor la música y la luz, el mármol, la palabra y el color.

¿Quién será la mujer que el Rey y el labrador invocan en su dolor, el sabio, el ignorante, el pobre y el señor, el Santo al igual que el pecador? María es esa mujer, que desde siempre el Señor se preparó para nacer como una flor en el jardín que a Dios enamoró.

¿Quién será la mujer radiante como el sol, vestida de resplandor, la luna a sus pies, el cielo en rededor y ángeles cantándole su amor?

¿Quién será la mujer humilde que vivió en un pequeño taller, amando sin milagros viviendo de su fe, la esposa siempre alegre de José?”.

Ad dendum

Algunos escritos extractados de la antología mariana de la tesis de grado en las facultades eclesiásticas de la Universidad Javeriana del padre Eduardo Trujillo Gutiérrez en 1941. La segunda edición en 1954, publicada por el Ministerio de Educación Nacional en asocio de la Biblioteca de Autores Colombianos, con motivo del año mariano.

“¡Oh musa celestial, sacra María,
A quien el alto cielo reverencia,
Favorecedme vos, Señora mía,
Con soplo del dador de toda ciencia!

Vos del altitonante madre pía,
Musa superior del monte santo,
Esclareced la vena de la mía.

Con esforzada voz y dulce canto
Para que socorrido de tal guía
Mi pluma no se turbe con espanto”.

-Don Juan de Castellanos-. En Elegías de Varones Ilustres de Indias.

El Contrabando en el Cielo.

Haciendo Dios un día la visita en el cielo acostumbrada, notó que cierta gente no tenía una faz suficientemente pura, y que se hallaba como avergonzada de encontrarse mezclada con esas almas de inefable albura.

- A san Pedro- le dijo ¿Qué le pasa? Tal vez su edad no escasa el carácter le habrá debilitado preciso es sermonearle al descuidado guardián; ¡que se le llame! Y al instante en raudo y limpio vuelo un ángel fue y hallólo bien sentado y con el ojo alerta, muy tranquilo en el suelo al lado de la puerta.

-“Yo vengo, san Pedro, a reemplazar un momento siquiera, pues el buen Dios lo quiere interrogar”. Y san Pedro corrió y con severa actitud el Señor le reprendió diciendo: “¡No, no!, esto no puede ser tu estas dejando entrar gente manchada a esta mi pura celestial morada”.

“Me confunde buen Dios”, respondió Pedro, “pues yo vivo en la puerta siempre en vela, como perenne y listo centinela, y a pesar de mi edad tan avanzada no se me pasa por descuido nada; créeme buen Señor; no soy culpable, pues yo soy en mi puesto inexorable, y ningún muerto ha entrado en esta corte sin traer el debido pasaporte”.

-Cálmate, dijo Dios; probablemente se nos está engañando. Mira abajo, ¿conoces esa gente? “¡Oh mi buen Dios, te digo francamente jamás por mi fue vista, que no están en mi lista, que no son en verdad de nuestro bando, y que indudablemente aquí se me está haciendo contrabando; pero yo te prometo, buen Señor, coger pronto al traidor; y de no, con dolor del alma mía te renuncio, Señor, la portería…” San Pedro echó después con gran cuidado mil vueltas a las varias cerraduras, y cuando estuvo bien asegurado de que no había rendijas ni aberturas por donde penetrar pudiera un alma y estando ya la noche un poco entrada, se sentó en plena calma a vigilar la celestial portada.

Mas, ¡Oh gran maravilla! De repente y sin saber por dónde, cómo y cuando vio que una intrusa gente al cielo y de rondón se iba colando. San Pedro, entonces, inmediatamente mandó llamar a Dios para que viera lo que estaba pasando; y cuando hubo llegado, el buen portero le hizo señas a Dios que se escondiera allí, sin hacer ruido y que tuviera oído agudo y ojo muy certero. ¡Y qué cuadro el que vieron, admirable! Por fuera del recinto habían quedado muchas almas que Pedro inexorable, había de su puerta rechazado por que no habían traído al paso el pasaporte íntegro y cumplido y esas almas tan tristes, exhalaban tan amargos gemidos y quejas de tan gran melancolía, que la Virgen María, de ellas compadecida y no sufriendo que en vano así esa gente le implorara, a los muros del cielo se subía y desde allí, creyendo que por la noche nadie la veía uno a uno iba alzando y uno a uno iba entrando con intensa alegría, haciendo así a San Pedro contrabando. Como san Pedro ya se vio triunfante, probada su inocencia, al buen Señor le dijo muy campante: -“al menos le hará usted una advertencia…”

Más el buen Dios que había reconocido de los muros del cielo allá en la altura a su Madre, tan dulce, pura y bella, le respondió con sin igual dulzura, -“¿Para qué? ¡Tú bien sabes cómo es ella!”. –Eusebio Robledo-. Poeta de brillante fantasía y forma clásica. Autor de varias bellísimas composiciones en honra de Nuestra Señora.

Saludo a la Virgen de Fátima

Panegírico del Ministro de Educación de Colombia, Manuel Mosquera Garcés, con motivo de la visita de la imagen de esa advocación a Colombia, (Académico de la Lengua).

“…Singular privilegio de esta tierra americana cuya historia toda entera, así en los momentos de triunfo como en las horas de duelo y de quebranto, anda labrada con el oro fino de su protección y de su nombre. La crónica de este mundo nuevo es río caudaloso de invocaciones virginales, que nace en el instante mismo en que da comienzo el Almirante a la proeza sin segundo del descubrimiento: fe en un monasterio, el de Santa María de la Rábida, en el que encuentra Colón estímulo y conforte para sus planes de completar el orbe; ha de ser el nombre glorioso de la Madre del Verbo el que se estampe en la proa de la nao capitana…

Y es también el primero que resuena para bautizar a la villa que surgía antes que otra en la tierra firme de estas Indias afortunadas. Por manera que cuando se escribe la historia de estos pueblos va topando al investigador, a modo de hitos que amojonan la ruta y de fanales que esclarecen el camino, las advocaciones que fue dando la piedad a la que ya irradiaba en las páginas del Génesis como corredentora del linaje.

…Característica del mundo moderno y signo patente del abandono de la fe es la renuncia al dolor, el temor al sacrificio, esa especia de terror que nos invade ante la llegada de la tribulación. La gente cristiana parece haber olvidado en el tumulto de los negocios temporales y en la avidez del goce que el Evangelio es, ante todo, el testamento de la pasión y que solo en la medida en que estemos dispuestos a sufrir, a desafiar los padecimientos en el propio vencimiento y en las conquistas de las almas para Cristo, damos testimonio cierto de nuestra adhesión y nuestro amor. Porque Nuestra Señora no es venerable únicamente en su tránsito glorioso, o en el momento de su coronación como Emperatriz del mundo, o en el prodigio triunfante de su virginidad inmaculada, sino que se nos presenta como arquetipo del amor y de la belleza en los instantes de infortunio más atroz. La lección que nos brinda, lo que tal vez nos enseña con acento más profundo y con más reiterada insistencia, son sus desposorios con el dolor y la humillación.

…De este modo, el heroísmo cristiano, que es lo que constituye la santidad, no es sino la escuela de los supremos renunciamientos en que el hombre se niega a sí propio, se convierte en holocausto de expiación y por el valor de su sacrificio dignificado por el Salvador, restablece el equilibrio moral del mundo y mantiene en balanza a la justicia y a la misericordia. Las apostasías de nuestro tiempo proceden de una declinación de ese espíritu, del desvío frente a los que escuchan los escogidos por Nuestra Señora en el prodigio de las apariciones de Fátima, sean invitaciones al sacrificio y la penitencia, llamamientos a la oración y al sufrimiento, pregones para que sean reparados los pecados de los hombres.

…Por seis veces, en ese portento de compasión que aquí estamos celebrando, se muestra Nuestra Señora a los pastores portugueses para entregarles su mensaje, un mensaje que envuelve, si bien se le mira, un triple y angustioso llamamiento: excitación a la plegaria por medio del Rosario ratificado en esa forma como su oración predilecta; invitación a la penitencia sin la cual el esfuerzo del hombre en el logro de su santificación y en la conquista de la misericordia divina carece de valor y de sentido; clamor sostenido para que el mundo sea consagrado a su corazón maternal. Y quien penetre con cándido espíritu en el análisis de esta embajada celestial advertirá de inmediato cómo el triple aspecto que acabo de enunciar sintetiza de algún modo las necesidades más apremiantes de nuestra hora.

Consumida nuestra esfera por el aliento abrazador de la codicia; empujada a la demencia por el trastorno de todos los principios, nuestra época asiste al ocaso de aquellas normas soberanas que podrían garantizarle el tranquilo y honesto disfrute de los beneficios temporales. Una racha de cólera turbaba la inteligencia de los hombres; la soberbia de la vida, mostrada ya por Juan como una de las concupiscencias, prende en casi todos los pechos la llama de las ambiciones y debilita los fundamentos de la convivencia universal; el materialismo más soez ha deformado la fisonomía de la criatura racional y la sed de placeres identifican a nuestra época con las mas turbias del antiguo paganismo, hasta el punto de haber llegado a reafirmar no pocos pensadores cristianos que ha sonado el momento de una nueva evangelización.

Porque si la esencia de la Buena Nueva que el Redentor trajo al mundo queda cifrada en aquel mandamiento de la caridad, cimiento y corona de todas las virtudes, es preciso concluir en que asistimos a un innegable crepúsculo de aquel principio sin segundo…

…El fracaso de tantas iniciativas humanas que pretenden granjear la reconciliación temporal y que a cada paso caen como deleznables estructuras, no encuentra tampoco otra explicación. Y ello debe ser así porque los problemas fundamentales del mundo no son ni de carácter psicológico, ni de carácter político, ni de simple índole social, como apuntara un escritor contemporáneo, sino primordialmente de orden religioso, que afectan “las raíces más escondidas de la vida individual, del espíritu y de la esencia ontológica de las cosas naturales y exteriores al espíritu”…

…Esa vuelta a los principios celestiales, forma única de contrarrestar lo que han llamado los sociólogos la “progresiva desespiritualización de nuestro siglo”, ha de vencer en primer término, la monstruosa doctrina del hombre convertido en fin de si mismo y de la sociedad trocada también en término de su propia actividad…

… “necesitamos insertar en cada uno de nosotros, el problema de la realidad sustancial de Dios, el problema del primado del espíritu como el problema de los problemas”. Necesitamos buscar en la vida domestica la sacramentalización de la familia y la espiritualización de la educación; en la vida profesional, la subordinación de la economía a la moral y la cooperación intima de las clases entre sí, bajo el patrocinio del estado; en la vida cívica el predominio de los estados naturales y la armonía de los tres poderes básicos que hoy aparecen disociados, como son el político, el económico y el religioso; en la vida internacional, la paz universal bajo el amparo del príncipe de la paz, de Cristo, el Hijo de Dios, finalmente en la vida sobrenatural (que es la propia vida natural en estado de gracia) necesitamos buscar a Dios a través de Cristo y de su Iglesia”…

…Pero para este proceso de ascensión espiritual, para esta elevación del hombre por medio de la oración que hermana a todos los espíritus y que hace comprender a todos los corazones el sentido profundo de la solidaridad, nos ha indicado Nuestra Señora la eficacia del Rosario, la acendrada y tradicional devoción de los cristianos, por que arropa –como afirman los comentadores- los varios aspectos que integran la perfección del culto. Por todo ello el Rosario ha sido calificado no solo de mariología, sino de teología suplicante, y los pontífices lo han exaltado como derrotero luminoso de santificación y como fuente de continua bienandanza: como salvación de la cristiandad lo consideró Clemente VII; encareció sus beneficios Urbano IV; Urbano VIII lo decoró con diferentes jubileos; Pablo V lo llamó tesoro de gracias; ornamento de la Iglesia católica lo apellidó Julio III; lo encomio Gregorio XIII como medio admirable de aplacar la justa indignación divina; Gregorio XVI lo recitaba en público; lo propagaba como antídoto de las herejías León X, y Adriano VI lo mostraba como azote del demonio. Fue consuelo de Pío VI en el destierro, y el jerarca de la Inmaculada pedía en aquella época, tan semejante a la nuestra, cuando las saetas de la ira se clavaban en el corazón del vicario de Cristo y la persecución más inclemente y el más satánico desvarío pretendía debilitar su influjo en la conciencia, que los cristianos le ayudaran a apartar los males de la Iglesia no con la espada sino con el Rosario. Ni cómo olvidar al modelo del fervor mariano, a aquel propagador sin segundo de esta forma de impetrar los favores divinos por intermedio de la Reina de los Cielos, a aquel Pío V que la iglesia ha elevado a los altares y que lo convirtió en escudo de las ligas cristianas contra el poder mahometano y al que se deben las victorias inolvidables de Lepanto y de Viena. ¿y qué decir de León XIII cuyas encíclicas a este respecto constituyen una verdadera teología a la Virgen, y de Pío XI cuya pluma jamás sosegó en el camino de encarecer su eficacia?

Pueril sería detenerme en la consideración de otros aspectos históricos, que nada son si se comparan con el mensaje reiterado de Fátima, en el que la Virgen clama por el rezo del rosario como forma suprema de obtener la paz del mundo, clamor que prolonga su voz sollozante en las alturas de La Salette y de sus llamados de la gruta de Lourdes…”