jueves, 30 de octubre de 2014

El Espíritu Santo y María



Por  Juan Alberto Ramírez Ochoa
Sociedad Mariológica Colombiana

Introducción

“El estudio, la investigación y la enseñanza de la Mariología tienden – como a su última meta -, a la adquisición de una sólida espiritualidad mariana, aspecto esencial de la espiritualidad cristiana. En su camino hacia la plena madurez de Cristo (cfr. Ef. 4,13), el discípulo del Señor, consciente de la misión que Dios encomendó a María en la historia de la salvación y en la vida de la Iglesia, la toma como “madre y maestra de vida espiritual” (Marialis cultus, 21): con ella y como ella, a la luz de la encarnación y de la pascua, imprime a la propia existencia una decisiva orientación hacia Dios por Cristo en el Espíritu, para vivir en la iglesia la propuesta radical de la buena nueva y, en particular, el mandamiento del amor (cfr. Jn.15,12)” .

“Por espiritualidad entendemos, aquella vida en el Espíritu, de la cual el primer agente, es precisamente el Espíritu Santo, cuya acción es sutil, pero al mismo tiempo, eficaz (Cf. PI, 19). Efectivamente María recorrió su camino de fe siempre guiada por este Espíritu a cuya acción respondió, con docilidad, entrega y fidelidad.
Cuando hablamos de espiritualidad mariana, entendemos aquellos lineamientos de vida espiritual que hicieron de María la “hija predilecta del Padre”, “La madre del Hijo” y “la esposa del Espíritu Santo” y que, por tanto, la hacen compañera de camino para todo discípulo y discípula del señor Jesús; ese mismo discipulado que encarna todo aquel que desea caminar en pos de Cristo consagrando su vida al servicio del reino mediante la perfección de la caridad”. 

El presente estudio hace parte de una obra titulada: Mariología pneumatológica que el  autor pretende elaborar en tiempos posteriores. Por ahora, se ofrece aquí, un resumen, basado en el escrito de Xavier Pikaza titulado “María y el Espíritu Santo” de ediciones Secretariado Trinitario, Salamanca, España. 1994. Páginas 72 y siguientes.
Espera, el autor, ofrecer una interpretación del versículo 35, del primer capítulo del evangelio de San Lucas que dice: “el Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado hijo de Dios”. Además, con textos escogidos de San Lucas tanto en el evangelio, como en los Hechos de los apóstoles, expresar quién es el Espíritu Santo.

                                                                                                                             El autor.

I

El Espíritu Santo

Aunque el Espíritu Santo está presente en toda la Biblia, desde el génesis 1,2: ”la tierra era soledad y caos y las tinieblas cubrían el abismo, pero el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas”, hasta el Apocalipsis 22,17: "el Espíritu y la esposa dicen: ven. El que escuche diga: ven. El que tenga sed que venga y, el que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida”, es en el evangelio de San Lucas en donde se destaca como principio orientador, como protagonista de su historia salvadora.

Desde luego, un protagonista es Cristo: está en el centro de la historia, de tal forma que todo lo que hay antes le prepara y , todo lo que sigue, continúa y expansiona su camino. Pero, hay otro protagonista: el Espíritu Santo.

Si bien el Espíritu no está personificado en un hombre, como Cristo, podemos decir:

a)            El Espíritu es poder de Dios que lleva hacia Jesús; así lo muestran, en especial, dos pasajes: Lc.1, 35. Y Lc.3, 21-22. “el Ángel le contestó y dijo: el Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado hijo de Dios” (Lc. 1,35): porque el Espíritu de Dios viene a María y la transforma, ella se convierte en Madre del Salvador, y, el hijo de Dios nace, a través de ella, sobre el mundo.

Este misterio de originación pneumática de Jesús, tiene tal fuerza, que, en el fondo del relato del bautismo, se recibe la impresión de que el Espíritu se expresa y actualiza por el Cristo: siendo Hijo de Dios, parece presentarse como la “corporalización” del Espíritu: “aconteció, o es, cuando todo el pueblo se bautizaba que bautizado Jesús y, orando, se abrió el cielo, y descendió el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma, sobre Él, y se dejó oír del cielo una voz: “Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco”(Lc.3,21-22).

b)           El Espíritu es el poder divino de Jesús, como una fuerza que le adviene desde Dios, capacitándole para realizar la obra de salvación; pero, al mismo tiempo, ese Espíritu es su vida más intensa. Los planos se superponen de tal forma que, en un primer momento, es Jesús quien aparece como “función del Espíritu” (“el Espíritu del señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a los cautivos, para anunciar un año de gracia del señor”: Lc.4,18 y ss.) y en otro es el Espíritu el que viene a desvelarse como “fuerza de actividad y entrega salvadora de Jesús” (“esto es, cómo a Jesús de Nazaret le ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder, y, como pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él”: Hch.10,38).

c)            El Espíritu es poder de Dios que Cristo ofrece a los creyentes. Así lo anuncia la primera gran promesa mesiánica: “viene el que es más fuerte que yo…; Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Lc.3,16). El contenido del espíritu bautismal se precisa por medio de la obra de Jesús: es la promesa del Padre que el Señor resucitado ratifica en su ascensión (“pues yo os envío la promesa de mi Padre; pero habéis de permanecer en la ciudad hasta que seáis revestidos del poder de lo alto”: Lc.24,49. Y,: “porque Juan bautizó en agua, pero vosotros pasados no mucho días seréis bautizados en el Espíritu Santo”…”recibiréis el poder del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y, seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta el extremo de la tierra”, (Hch 1,5 y 1,8) y ofrece a sus creyentes en Pentecostés (“exaltado a la diestra de Dios y recibida del padre la promesa del Espíritu Santo, le derramó según vosotros veis y oís”: Hch 2,33).

d)           El Espíritu es la actualización de Jesús. Para que el Espíritu de Dios pueda expandirse hacia los hombres debe estar actualizado en una historia humana. Es lo que acontece en Jesús. A través de un proceso de vida donde se define como el Hijo de Dios” (Cf: Lc.1,35), Jesús nace del Espíritu, vive desde el Espíritu y, plenificado su camino, puede ofrecer su mismo Espíritu como poder de madurez y transformación de Dios para los hombres. Siendo la promesa y realidad de salvación  de Dios, el Espíritu es la hondura del origen, vida y don de Cristo.

 II

El Espíritu Santo vendrá sobre ti: Lc 1,35

A la pregunta de María: ¿cómo será esto pues no conozco varón?, el ángel le responde: “el Espíritu Santo vendrá sobre ti; la fuerza del Altísimo te cubrirá; por eso, lo que nazca de ti será santo, le llamarán (=será) Hijo de Dios” (Lc.1, 35).

Este planteamiento permite vislumbrar dos campos de fuerza del pasaje de la anunciación. En un primer momento hay dos personajes centrales: el ángel y María. (Lc. 1,26-27). Pero el ángel va quedando en un segundo plano a la sombra de la acción de Dios. El foco de luz se encuentra en la figura de María: “alégrate, llena de gracia, el señor es contigo” (Lc. 1,28). Esas  palabras contienen como en ciernes todo lo que sigue: a) la gracia de Dios sobre María; b) El nacimiento de un hijo salvador (Lc. 1,30-33). La pregunta posterior de María, sirve para explicitar el misterio: lo que importa es descubrir, desde María y para el conjunto de la Iglesia, el sentido del nacimiento de Jesús, sus componentes fundamentales, sus líneas de sentido.

Ante la radicalidad inaccesible de la presencia de Dios, emerge la pregunta: “¿cómo será esto, pues no conozco varón? (Lc.1, 34). Lo que va a suceder se sitúa más allá de toda posibilidad genética del mundo, en el abismo de la fecundidad de Dios. Desde aquí se entiende la respuesta, con sus dos momentos: a) “el Espíritu Santo vendrá sobre ti; la fuerza del Altísimo te cubrirá” (Lc.1, 35ª); así se indica la acción del espíritu de Dios sobre María; en ella se actualiza, de manera radical, el misterio (Espíritu-Fuerza) del Altísimo. b) Por eso, lo que nazca de ti será Santo, le llamarán hijo de Dios (Lc.1, 35b); solo porque María es lugar de la presencia del Espíritu, podrá ser madre del Mesías, más aun solo porque el Espíritu actúa por María, puede nacer sobre el mundo, el hijo de Dios. De esta manera se han unido de manera radical los dos momentos de la revelación de Dios: la presencia de su Espíritu y el nacimiento de su hijo sobre el mundo.

Dado el carácter de este estudio, sólo podemos profundizar en la primera parte del Lc.1, 35: la presencia del Espíritu en María: ¿cómo entender la acción-respuesta del Espíritu en María? Los esquemas que se pueden emplear son tres: creación escatológica, inhabitación sacral y transparencia personal.

Con el esquema de creación escatológica se piensa que la presencia del Espíritu sobre María ha de entenderse a partir de los relatos de la creación (gen.1,2) que se sitúan ya en contexto escatológico. Así, como el Espíritu de Dios estaba activo en la creación del mundo, del mismo modo había que esperar a ese mismo Espíritu también en su renovación. Se saca fácilmente la conclusión de que la entrada del Redentor en el escenario de la historia, era la obra del Espíritu y, esto, explica la introducción del Espíritu en los relatos de la anunciación. La entrada de Jesús en el mundo constituyó la inauguración de la nueva creación por parte de Dios y, por tanto, tiene su única analogía verdadera en el génesis. Desde esta perspectiva, se deducen dos consecuencias fundamentales: a) La primera sobre el acontecimiento salvador: la concepción de Jesús y su venida al mundo por medio de María, constituyen la nueva creación a la que aludieron los profetas, la culminación de la realidad, el mundo nuevo. b) La segunda consecuencia se refiere a María: ella es la tierra verdadera, aquella madre tierra que, siendo por si misma infértil, caos y vacío, Dios mismo fecundiza con su espíritu. En esta línea, a través de la esperanza judía, el cristianismo habría asumido y transfigurado, concentrándolo en María, el viejo mito agrario de la tierra como Diosa-Madre: ella es signo de fecundidad, origen de los vivientes.

“Esta relación de María con la creación ha sido delineada por los padres de la Iglesia: ella es la madre tierra, es la tierra virginal, no arada. La tierra virginal produce su fruto, y su fruto agota la fecundidad de la creación entera: la tierra ha dado el fruto (Sal. 66,7). Como la vida divina del padre agota su fecundidad en la generación del hijo, así, la creación agota, por obra del Espíritu Santo, su fecundidad, en el nacimiento de Cristo de María siempre virgen. Cristo es hijo del hombre porque es hijo de María. Así, toda la vida del universo encuentra en María su cumplimiento. En la maternidad de ella, la creación encuentra su razón última, su valor supremo”.
“Los padres de la Iglesia han visto en el misterio de la encarnación del Verbo una relación con la creación de Adán. Adán viene formado de la tierra virgen; el nuevo Adán viene formado de la nueva tierra virginal, de una nueva creación de Dios pura e inocente: La Virgen Santa”. 

“Ya los padres de la Iglesia han visto una relación de María no tanto con las figuras de Sara y Raquel en el Antiguo Testamento, como la relación a la tierra virginal de la cual fue hecho Adán. El segundo Adán, que es Cristo, viene hecho de la tierra virgen que es María, virgen porque “in nullo corrupta”. Es María la tierra virginal, tierra que no ha conocido el pecado”.

El esquema de la inhabitación sacral ha sido utilizado especialmente por los autores católicos de tradición francesa. María representaría la verdad y cumplimiento de aquello que indicaba la presencia fecundante de Dios en Israel (en la ciudad de Jerusalén, el templo de Sión, el Arca de la Alianza). La referencia fundamental la ofrece R. Laurentin que compara Ex. 40,35 y Lc. 1,35. Se dice en Éxodo: la nube cubrió el tabernáculo y la gloria de Dios llenó el santuario. Nube y gloria de Dios son para Lc. 1,35, los signos del Espíritu de Dios (Pneuma-Dynamis) que viene a descender sobre María y fecundarla de su gracia. Más o menos matizada, esta opinión se ha vuelto común a los católicos: la presencia del espíritu de Dios que viene a cubrir a María se interpreta sobre el fondo de la nube que llena el tabernáculo o el templo (num.9,18-22;2cron.5,7-14;Cf Ez 36,26-27, etc.)… María es, por lo tanto, el santuario escatológico de Dios entre los hombres.

Ya en el siglo V Proclo de Constantinopla decía: “veneramos a María como que fue madre y sierva, nube y tálamo nupcial y arca del Señor… arca no ya de la ley sino que contiene al mismo legislador… ¿con qué colores de alabanza pinto esta imagen virginal? ¿Con qué expresiones de elogio adornaré este modelo incontaminado de la pureza? Ella es sagrario íntimo de la inocencia; es el templo santificado de Dios; el altar dorado de sacrificios; ella es el arca dorada por dentro y por fuera, santificada en cuerpo y en espíritu, en la cual se guardaba el incensario dorado; ella es la urna que contiene el maná y todo lo demás que hemos mencionado antes”.
De esta perspectiva se deducen también dos consecuencias: a) La primera sobre el acontecimiento: lo que a Lucas le interesa, al hablar de la anunciación, es mostrar el cumplimiento de las promesas de Israel. b) La segunda sobre María: ella es el templo verdadero; es el campo de presencia del Espíritu el lugar sagrado donde habita la divinidad, para expandirse desde allí, hacia el pueblo. Evidentemente, esa presencia es dinámica: el espíritu de Dios está en María, para que ella se haga madre, lugar de surgimiento del Cristo salvador.

Hay una tercera interpretación que se llama de transparencia personal. La defienden aquellos que se sienten incómodos ante las imágenes anteriores. María es para ellos más que tierra vacía a la que viene el Espíritu de Dios para crear (contra la primera visión). Es más que un templo, más que objeto sagrado o tabernáculo donde se visibiliza la nube de Dios (contra la segunda visión). María es una persona y, las leyes de su encuentro con Dios, han de ser matizadas desde lo personal: la presencia del Espíritu en María implica una serie de rasgos de diálogo interpersonal y libertad de llamada y de respuesta, de amor y de obediencia, que, desborda las imágenes anteriores. Veamos: a) María es la agraciada (la amada, la llena de gracia) de Dios, cosa que no puede asegurarse de la tierra o tabernáculo. b) El mismo Dios le habla dialogando con ella por el ángel; esto supone que la presencia del Espíritu se realiza en el contexto de un encuentro respetuoso de llamada y de respuesta. c) Además de eso, la presencia del Espíritu, depende de la respuesta positiva, del Fiat de María. Ha llegado el momento en que junto al “hágase”(Gn 1,3) originario de Dios, que es un “hágase” sin condiciones ni presupuestos, como palabra que explicita la presencia del Espíritu sobre las aguas primeras del caos, tiene que ponerse el “hágase” de María (Lc.1,38), un Fiat o hágase optativo de deseo, que no se atreve a imperar, pero, que deja la puerta totalmente abierta a la acción de Dios.

Esto conduce a un campo inesperadamente nuevo de presencia de Dios y de sentido del Espíritu que puede concretarse en estas consecuencias generales: a) El Espíritu aparece ante María como el poder de Dios que se actualiza en forma de diálogo: es el campo de palabra y de respuesta de Dios, aquel encuentro donde el poder del Altísimo y libertad amorosa y confiada del hombre se encuentran. b) Desde este momento, la realidad del Espíritu de Dios, como poder de creación y presencia salvadora en el pueblo de Israel no puede separarse de la actitud y la persona de María. En otras palabras: María no es como un objeto, una especie de tierra sobre la que adviene el Espíritu desde fuera. Con su aceptación y su respuesta, su ser amada y su obediencia transparente, María se convierte en expresión del espíritu, en un momento del poder y realidad de Dios entre los hombres. Así lo ha entendido Lucas.

Ciertamente, a Lucas le interesa, antes que nada, el fruto de María, esto es, el nacimiento del hijo de Dios, pero, como teólogo acostumbrado a la manera de actuar de Dios y, situándose dentro de la tradición de la Iglesia, Lucas sabe que ese nacimiento no puede interpretarse ni entenderse sin la fuerza y la presencia del Espíritu en María. Por eso, aunque la intervención de Lc.1,26-38 resulte originalmente cristológica (no mariológica), debemos añadir que a Lucas le interesa la figura de María. Ella no es un instrumento mudo, no es un medio inerte que Dios se ha limitado a utilizar para que nazca el Cristo: ella es el lugar de plenitud del Espíritu, la tierra de la nueva creación, el templo en que el misterio habita. Más aun, ella es la persona que, en diálogo de libertad con Dios, allí donde culmina el camino de la historia y la esperanza, vive y actualiza (quizá mejor: personifica) la presencia del espíritu de creación y maternidad de Dios.

Conclusión

Se puede decir que el Espíritu es, o constituye, antes que nada el signo de la vida interior (espiritualidad): es la capacidad de concentración de los seres que son dueños de sí mismos y viven en gesto de intimidad. Según eso, el Espíritu es la misma intimidad de Dios. En María se desvela cómo el gesto de su vida interna: es el gesto de su acogimiento en libertad, aquella hondura que le vuelve capaz de recibir la voz de Dios y responderle. Solo porque Dios hace a María “espiritual” puede ofrecerle la voz de su palabra y debe aguardar su respuesta (Cf. Lc.1, 26-38).

En segundo lugar, el Espíritu es creatividad: el poder de comunicar la vida desde dentro, como acaece en un ámbito materno que, desde la intimidad de sí mismo se convierte en campo de creación abierta y principio de existencia. Sabemos por el Antiguo Testamento y toda la revelación bíblica que el Espíritu de Dios se autodefine como fuerza creadora: es el ámbito fecundo de su vida y de su gracia en donde todo se cimienta. Esto resulta claro en el misterio de María: como intimidad y fecundidad femenino-maternal, ella transparenta y actualiza el ámbito de creatividad del Espíritu divino; de esa forma la palabra de su intimidad, fundada en Dios, se convierte en seno de su fecundidad pneumatológica, abierta al nacimiento de Jesús, el hijo.

Finalmente, el Espíritu es poder de comunión: es el encuentro que se vuelve realidad, aquel misterio de coesencia y apertura mutua en que se ligan y enriquecen las personas. El Espíritu es persona siendo encuentro de personas, es realidad divina siendo aquella especie de “nosotros” sustantivo donde el padre y el hijo vienen a encontrarse. Este misterio de mediación pneumatológica se expresa de manera abierta por medio de María. a) María es la persona a la que acude el padre para hacer que surja el hijo; por eso es mediación en el camino intradivino; así lo expresa el relato de la anunciación. b) De un modo correspondiente podemos afirmar que María es la persona por medio de la cual el hijo aprende a descubrir al padre. También en este campo ella realiza funciones mediadoras: visibiliza históricamente la mediación intradivina del espíritu.

Estas tres funciones pneumatológicas de María (espiritualidad, creatividad, comunidad) ofrecen dos vertientes. Por un lado, ella se integra en el diálogo del padre con el hijo. Pero, al mismo tiempo, ella actualiza ese misterio hacia la Iglesia. El mismo Espíritu de Dios, como misterio de unidad del Padre con el Hijo, es –a través de Jesucristo- el signo originario de unidad de los cristianos, una especie de persona superior que les vincula y plenifica. Apliquemos esto al caso de María.

Conforme al relato de la anunciación (Lc.1, 26-38), María es intimidad abierta a Dios a partir de su respuesta afirmativa y como efecto de la presencia del Espíritu, ella se convierte en lugar de la fecundidad intradivina. Esto lo sabemos. Pero debemos añadir que, conforme a la tradición que ha recogido, Mt.2,11, María no es solo aquella madre que da  luz y educa al hijo de Dios; ella es la mujer que lo presenta ante los hombres que vienen a adorarle. Igual sucede en el misterio de la visitación (Lc.1,39-56). Por intermedio de María Juan, el bautista, es colmado del Espíritu Santo desde el vientre de su madre. De manera imperceptible, María ha venido a convertirse en lugar de mediación entre Dios y los hombres. También en este aspecto María es signo del Espíritu.

La mediación mariana entre Jesús y los hombres aparece mucho más clara en Juan: María es la que invita a los hombres a ponerse ante la hora de Jesús. Obedeciendo a su palabra (Jn.2,1-11). Por eso, ella se encuentra ante la cruz como madre de los amigos de Jesús (Jn.19, 25-27), trasmitiéndoles una historia de apertura y recibiendo con ellos el don del único Espíritu.

El misterio de María culmina en dos escenas que la Iglesia ha convertido en signos gratamente revelatorios de su vida. Por una parte, ella está en Hch1,14 recibiendo el Espíritu con el resto de la iglesia: es caminante con los caminantes, creyente con los creyentes. En segundo lugar su gesto de solidaridad pneumatológica la convierte una vez muerta y glorificada, en signo de la transparencia del espíritu; así lo han mostrado mejor que los teólogos aquellos artistas que han pintado la asunción-coronación de María con rasgos trinitarios: el Padre y el Hijo le ofrecen una corona de plenitud que termina identificándose con la misma vida del Espíritu. Ella aparece entre Hijo y Padre, como una visibilización del Espíritu; mucho más que la paloma o que la luz, más que la corona o que los rayos del sol, ella actualiza el misterio del espíritu. Está entre Padre e Hijo, pero está para los hombres, significando ante ellos el don de maternidad, de compasión y de esperanza del Espíritu de Dios en Jesucristo.


miércoles, 29 de octubre de 2014

La glorificación de la Santísima Virgen María Dormición en oriente – Asunción en occidente (2ª parte)







José Manuel Tobar C. pbro.
Sociedad Mariológica Colombiana


HIMNO
I
A  alumbrar la misma luz,
a alegrar la misma gloria,
y a coronar las coronas.

II

A tocar cielo al mismo cielo,
a tocar la beldad hermosa,
la nobleza
y a honrar las mismas horas

III
Sobre la que es de los cielos
honra riqueza, corona
luz, hermosura y nobleza
cielo, perfección y gloria.

IV

Flamante capa la viste,
a quien las estrellas bordan
en cuya labor el sol
ningún rayo perderá

V

La luna a sus pies mendiga
todo el candor que atesora,
y ya sin temer menguantes,
plenitud de luces goza.

VI

A recibirla salieron
las tres divinas personas
con los aplausos de quién es hija,
madre y esposa.


Amén.

Dando continuidad al trabajo anterior, pasaremos a estudiar el Dogma de la Asunción de la Santísima Virgen María, en la Iglesia de occidente.

La Asunción de María, es un dogma definido, solamente por el papa Pío XII, el primero de noviembre de 1950, en la constitución apostólica Munificentissimus Deus en el cual se explica su significado teológico y vital.

Según la constitución anterior la Asunción de María está arraigada en la escritura tal como la interpretan los padres y teólogos. Citamos algunos de los pasajes bíblicos, que se invocan, a saber:

Gen; 3,15; “Yo pongo enemistad entre ti y la mujer…” La nueva Eva está estrechamente unida al nuevo Adán, aunque subordinada a él en la lucha contra el mal. Lo mismo que la gloriosa resurrección de Cristo, fue parte esencial y final de esta victoria. Así, también para María, la lucha que tiene en común con su Hijo tenía que concluir con la glorificación de su cuerpo virginal.

Ex 20,12; “Honra a tu Padre y a tu Madre”. Desde el momento que nuestro Redentor es hijo de María no podía menos que honrar como cumplidor perfecto  de la ley divina a su Madre. Pudiendo conceder a su Madre tan grande honor, preservándola inmune de corrupción del sepulcro,  hay que creer que lo hizo realmente.

Sal. 45, 10.14-16: “a tu diestra, una reina adornada con oro de Ofir”… Vestida de brocado es conducida al Rey. Este salmo se aplica a María reina, que entra triunfante en el palacio celestial y se sienta a la diestra del Divino Redentor. (1)

Cant. 3,6: “La esposa del cantor, sube del desierto como columna de humo. Perfume de mirra e incienso, para ser coronada”. Es figura de aquella esposa celestial, que junto con el divino esposo, es levantada al paraíso de los cielos. Lc. 1,28 (En la Vulgata) “los doctores escolásticos consideran con especial interés, las palabras Ave, llena de gracia, es Señor está contigo, bendita tú entre las mujeres, ya que verán en el ministerio de la Asunción.
(Ap. 12) “La mujer vestida de sol…”

El santo padre Pío XII concluye: “todas estas razones y consideraciones de los santos padres y de los teólogos tienen como último fundamento la escritura que nos presenta a la excelsa Madre de Dios, estrechamente unida a su Hijo Divino, participando siempre de su destino.



(1) Cita: “¿Quién podrá imaginar la gloria, que envuelve a la reina del mundo, y con cuánto afecto de devoción, saldrían a recibir todas las naciones celestes; con que cánticos sería acompañada hasta su trono glorioso. Con qué semblante tan apacible, con que rostro tan sereno, con que divinos abrazos será recibida, por el Hijo y ensalzada sobre toda creatura con el honor que merecía madre tan excelsa. Con aquella gloria tan propia del  Hijo.  ¿Quién podrá explicar la generación de Cristo y la Asunción de María? ¿Por qué cuanto mayor gracia mereció alcanzar en la tierra sobre las demás creaturas, tanto más gloriosa singular recibe en los cielos.
               
   Sermón de la anunciación de Santa María. San Bernardo, las alabanzas de María Pág. 151.

Nótese pues como la unión indisoluble de María con su Hijo fue de un doble orden:

1). Físico: en el sentido en que María al acoger en su seno al Verbo Divino y al revestirlo de nuestra carne, se convirtió en algo parecido, al arca de la nueva alianza.

2). Moral: en cuanto que María como nueva Eva, al lado y en dependencia del nuevo Adán, participó íntimamente de la obra redentora del Hijo, en la lucha y en la victoria, contra el demonio, el pecado y la muerte, por eso lo mismo que la resurrección, fue epílogo de la salvación realizada por Cristo. Era conveniente que la participación de María, en esta lucha se viera coronada por la glorificación de su cuerpo virginal.

De otra parte, se puede afirmar como la Asunción es consecuencia de la unión perfecta de María con su Hijo.

María participa de la resurrección de Cristo en cuanto que estuvo perfectamente unida a Él escuchando su palabra. Su maternidad carnal estuvo precedida por el Fiat, es decir por el asentimiento libre que María contestó al ángel Gabriel cuando anunció la propuesta que Dios le hacía. La Asunción es la epifanía de la transformación tan profunda que la semilla de la palabra divina produjo en María en la integridad de su persona.

Nótese como la liturgia occidental de la Asunción, en la Misa de la Vigilia, sintetiza la dimensión física y moral que María contrajo con Jesús.

María, asunta al cielo, es la imagen escatológica de la iglesia. La glorificación final de María es una de las grandes cosas con las que Dios da señales a su Iglesia.  Ella se convierte así en figura, tipo, ejemplo de lo que la Iglesia tiene que ser, en la fase peregrinante y en la gloriosa.
El Vat II (Lg 668) ha querido resaltar este aspecto. 2. La Asunción es unidad de fe. 
                                                                                                                      
2. El santo padre Juan Pablo II dice al hablar de la Asunción de María, Verdad de Fe: En la línea de la carta Munificentissimus Deus de mi predecesor, Pío XII, el Concilio Vaticano II, afirma que la Virgen Inmaculada: “terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo” (Lumen Gentium, 59). El dogma de la Asunción, afirma que el cuerpo de María fue glorificado, después de su muerte. En efecto, mientras para los demás hombres la resurrección de los creyentes tendrá lugar al final del mundo para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por su singular privilegio.

El primer testimonio de la fe en la Asunción de la Virgen aparece en los relatos apócrifos titulados: Transitus Mariae cuyo nuevo augurio se remonta a los siglos II y III. Se trata de representaciones populares, a veces noveladas, pero que en este caso reflejan una intuición de fe de los pueblos de Dios.    

En mayo de 1946, con la encíclica Deiparae Virginis Mariae, Pío XII promovió una amplia consulta, interpelando a los Obispos, y a través de ellos, a los sacerdotes y pueblo de Dios sobre la posibilidad y la oportunidad de definir la Asunción corporal de María como dogma de Fe.
                                                                                                                  San Juan Pablo II. Audiencia general 9 – VII – 1997¬ – JN P II: La Virgen María.

Retomando el dogma de la Asunción en la MD; se anota como la falta de pasajes explícitos de la escritura sobre la Asunción de María había hecho surgir dudas a algunos teólogos sobre la definición de definibilidad como verdad revelada por Dios. Esta dificultad fue felizmente superada ya que el documento la define como: “Verdad revelada” divinamente dándose más que en textos específicos, bíblicos, litúrgicos o patrísticos en el contexto de las divinas indicaciones contenidas en la tradición y no por último en la fe universal de los fieles, que tomados en bloque, atestiguan una segura revelación del Espíritu Santo.  El principio fundamental está constituido por aquel único e idéntico decreto de predestinación en el que desde la eternidad, María está unida misteriosamente, por su misión y sus privilegios.

 “La Madre de Jesús, la misma que está ya en el cielo, glorificada, en el cuerpo y el alma, como la imagen  y comienzo de la Iglesia que tendrá que tener su cumplimiento en la edad futura, así también brilla ahora en la tierra, delante del pueblo de Dios peregrino, como signo de segura esperanza y de consolación, hasta que llegue el día del Señor”.

A Jesucristo en su misión de Salvador y Redentor en su gloria, en  su victoria sobre el pecado, y en su muerte, sus privilegios (Inmaculada  Concepción y  virginidad perpetua) entendidos en su globalidad como principios de unión con Cristo hacen que María no solamente se viera inmune de toda corrupción del sepulcro sino que alcanzase la victoria plena sobre la muerte, es decir, fuera elevada en alma y cuerpo a la gloria del cielo y resplandeciese allí como Reina a la diestra de su Hijo, Rey inmortal.

La Asunción representa para María la coronación de toda su misión y de sus privilegios, la exalta por encima de todos los seres creados. Bajo el aspecto cristológico, este privilegio se deriva de aquella unión tan estrecha que liga, por un eterno decreto de predestinación, la vida, misión y privilegios de María a Cristo y a su obra, gloria  y nobleza.

El santo padre Pío XII en la MD, no definió si María había muerto ya que el objeto primario de la definición es la glorificación corporal de María  y no solo la glorificación de su alma, una vez cumplido el curso de su vida terrestre.(3)

Si María no hubiese muerto (la Asunción habría que interpretarla como resurrección gloriosa anticipada) o si había sido tomada y glorificada por Dios en toda su realidad existencial humana sin pasar por la muerte de modo parecido a lo que sucederá con los justos, en los que la parusía del Señor encuentre vivos al final de la historia (1Cor 15, 21; “no todos moriremos, pero todos seremos transformados”.

La muerte de María, por otra parte, es una verdad que con certeza está atestiguada por la tradición la cual se ha manifestado diariamente por muchos siglos. (3)      
                                   
         (3). “Era conveniente que su cuerpo santísimo, que había llevado y contenido dentro de sí a Dios,   cuerpo divinizado, -incorruptible, iluminado por la luz divina, lleno de gloria, fuese transportado    por  los apóstoles, en compañía de los ángeles, y puesto por poco tiempo en la tierra, fuese alzado    gloriosamente a l cielo, junto con su alma agradable a Dios. (Efectivamente, si el Señor, al ver que  los apóstoles estaban afligidos, por causa de su pasión, les dijo: Me voy para prepararles un lugar    (Jn.14,2), con más razón habrá preparado un lugar para aquella que le dio a luz, y un lugar tanto más excelente, cuanto mejor era la confianza con la que ella estaba unida a él. Así pues, el cuerpo  inmaculado de la Virgen Santísima y su alma pura y amada de Dios, fueron llevados juntamente al cielo, con escolta de ángeles”.
                          Teat de Livia: homilía sobra la Asunción de la Santa Madre de Dios, Guillermo Paus: textos marianos de Los primeros siglos.                                                                                                                                                                                                     
  Si la muerte física no es consecuencia del pecado original, María tenía que morir. Ella como Cristo fue glorificada en cuerpo y alma. Ella se encuentra anticipadamente en la situación propia de los gloriosamente resucitados, prueba semejante a la su hijo que resucitó de entre los muertos, situación a la que los justos solo llegarán el día de la parusía del Señor. Esa situación no consiste solamente en el estado en que las almas de los justos, gozando de la bienaventuranza eternas, ven a Dios como Él es, si no del gozo de esos bienes en una situación de plenitud existencial humana, es decir, por parte del hombre todo en su realidad de cuerpo y alma, en su humanidad humana de cuerpo vivificado por el alma.
                                                                                                                                              Negar la muerte es negar el mismo hecho de la resurrección. Desde el siglo II los padres afirman una especial unión de María, la nueva Eva, con Cristo, el nuevo Adán en la lucha contra el diablo. Según génesis 3,15 la lucha de Cristo contra el diablo había de culminar en su victoria total sobre el demonio. En el protoevangelio se anuncia que el descendiente de la mujer, el Mesías, aplastará la cabeza de la serpiente. Según san Pablo (Rom. 5,6; 1 Cor. 15, 21-26) la victoria de Cristo contra el diablo, fue la victoria contra el pecado y la muerte.

Hay que afirmar una especial participación de María que habrá de ser plena, dada la plenitud de su participación en la lucha en esta victoria de Cristo victoria de la que es parte esencial y último trofeo, la resurrección de Cristo. La especial participación de María en la victoria de Cristo no podría considerarse completa sin la glorificación corporal de María.   (1 Cor 15-54; cuando este cuerpo corruptible se revista de incorrupción y este cuerpo mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá este texto de la escritura).

La singularidad de la asociación de María a la lucha de Cristo, contra el que “poseía el poder de la muerte, es decir el diablo”, absolutamente superior a la asociación que tenemos los de Cristo en esa lucha hace también que la asociación de María, a la victoria de Cristo sobre la muerte, tenga que colocarse en un nivel singular, propio superior a los de Cristo, que resucitaría en la parusía del Señor, al final de la historia.

Nótese como con frecuencia se ha atenuado la firmeza de la tradición, sobre la Asunción de María señalando que sus orígenes hay  que descubrirlos en conexión con las narraciones apócrifas.

No pocos apócrifos son narraciones populares o catequesis argumentados con elementos de imaginación popular en orden a enseñar verdades válidas de tradición.

Desde finales del siglo II se comenzó en la Iglesia a interrogar sobre los últimos momentos de la muerte de la Virgen (Cfr. a de Santos Otero, Los evangelios apócrifos pág. 576): el transito escrito por el Seudo Maritón,  quizás a finales del siglo IV, tiene una singular importancia en esta línea. Allí se afirma la resurrección definitiva del cuerpo de María y su elevación a los gozos del paraíso en la intimidad completa y permanente con Cristo glorioso.    
  
 Nótese como ya en los comienzos del siglo III Tertuliano llamaba a la mera pervivencia del alma – “media resurrección (Cfr: de resurrección 2; pl. 2.796). Será indigno de Dios llevar medio hombre a la resurrección. María fue asunta no meramente para que el gozo de su alma se extendiera también al cuerpo. Hay motivos mucho más profundos para entender el porqué de la Asunción de María. Aún que el alma del justo que no tenga nada de que purificarse entre en la visión inmediata de Dios, enseguida después de la muerte. (Cfr: Benedicto XII, Const. Benedictus Deus: Dezinger,-530).

La Asunción de María le da la posibilidad de poseer a Dios, de ese modo más intenso, que corresponde a la situación, de resurrección final, María por su Asunción es una resucitada.

Solo Cristo y María interceden con toda su realidad existencial humana. Tratándose de resucitados, hay que decir que, junto al trono del Padre, además del corazón resucitado de Cristo, está el corazón materno de carne, el corazón de María latiendo de amor hacia nosotros.

María resucitó en el momento de la muerte, así lo afirmó: Cándido Pozo, el primer autor católico que aplicó a la Asunción la llamada escatología de la fase única. Para este teólogo, María habría resucitado en el momento de morir, con todos los cristianos, y la Asunción no sería un privilegio ni una anticipación (puesto que todas las resurrecciones, son simultáneas al suceder, fuera del tiempo).

María asunta incorpora en su propia persona la iglesia gloriosa, de la que es expresión perfecta y personal. En ella se presenta, plenamente la comunidad celeste, ante nosotros, en ser miembro más perfecto y más representativo, María, pues no es el “tipo de la iglesia celeste, sino su personalización”, o expresión personal en la Asunción. María expresa lo que es, lo que será, esta iglesia gloriosa.

María es imagen y privilegio de la iglesia, que ha de ser consumada, en el futuro. (Lumen Gentium, 68).

La Asunción de María, debe entenderse, como algo que separa -aunque sea por elevación- a María del resto de  los cristianos; significa por el contrario su plena inserción en el misterio de la comunión de los santos. Así como cuerpo pneumático, órgano e instrumento del Espíritu. Ella sigue cooperando en la vida y el crecimiento de la iglesia, más perfectamente de cómo podría hacerle en su vida terrena.

Nótese como la muerte corporal de María, parece ser exigida por múltiples razones:

a-        Por haber recibido la naturaleza caída de Adán. Es cierto que María no contrajo pecado original, pero tuvo el débito del mismo.

b-        Por exigencias de su maternidad divina -Corredentora- se dio al Redentor, como divinidad y mortal, debió tenerla también Ella -debía participar de los dolores de su Hijo y de su muerte (su compasión al pie de la cruz) sin su muerte real, faltaría algo al perfecto paralelismo entre su Hijo y el Redentor y Ella.

c-         Cristo murió, ¿y María sería superior a Él al menos en este aspecto relativo a la muerte corporal? Aún suponiendo como quieren algunos, que María tenía derecho a no morir (en virtud sobre todo a su inmaculada concepción que la preservó de la culpa, y, por lo tanto, también de la pena correlativa, que es la muerte), sin duda alguna había María renunciado de hecho a ese privilegio para ponerse en todo -hasta en la muerte y resurrección a su divino Hijo Jesús.

d-        Para ejemplo y consuelo nuestro: María debió morir para enseñarnos a bien morir y dulcificar con su ejemplo los temores de la muerte. La recibió con calma, con serenidad, aún más con gozo, mostrándonos que no tiene nada de terrible para aquel que vivió piadosamente y mereciéndonos la gracia de recibirla con tanta disposición.

María murió sin dolor porque vivió sin placer, sin temor. Porque vivió sin pecado, sin sentimiento, sin apego terrenal. La muerte fue semejante al declinar de una hermosa tarde, fue como un sueño dulce y apacible, era menos el fin de una vida, que la aurora de una existencia mejor. Para asignarla la Iglesia encontró una palabra encantadora, la llamó: el sueño (dormición) de la Virgen.

Explicación del dogma.

Escuchemos al papa Pío XII:

Los argumentos teológicos que explican el Dogma de la Asunción son del todo firmes y seguros.

1).        Es una exigencia de su concepción inmaculada.

Este privilegio de la Asunción de María resplandeció con nuevo fulgor desde que nuestro predecesor Pío XII definió solemnemente el dogma de la inmaculada concepción de la augusta Madre de Dios. Estos dos privilegios están juntamente, unidos entre sí. Cristo, con su muerte venció la muerte y el pecado, y sobre el uno y el otro, reparte también la victoria en virtud de Cristo todo aquel que ha sido regenerado sobre naturalmente por el bautismo. Pero por ley general, Dios no condena a los justos, el pleno efecto de esta victoria, sobre la muerte sino cuando haya llegado el fin de los tiempos. Por eso, también los cuerpos de los justos se disuelven después de la muerte, y, solo en el último día vuelven a unirse cada uno con su alma gloriosa. Pero de esta ley general quiso Dios que fuera exenta la Bienaventurada Virgen María. Ella por privilegio del todo singular venció el pecado, en su concepción inmaculada; por eso no estuvo sujeta a la ley de permanecer en la corrupción del sepulcro, ni tuvo que esperar redención de su cuerpo, hasta el final del mundo.(4).    
                                                                                          
 2). Es una exigencia moral de su excelsa dignidad de Madre de Dios, y el amor hacia Ella de su divino Hijo. Todas estas razones tienen como fundamento la Sagrada Escritura la cual nos presenta a la excelsa Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo y siempre participe de su suerte. Parece imposible imaginársela, separada de Cristo, aquella que le concibió, le dio a luz, le nutrió con su leche, le llevó en sus brazos y apretó en su pecho. 
                                                                                                                                                                                  
 3). Por su condición de nueva Eva, dice el Papa: desde el siglo II María Virgen es presentada por los Padres como nueva Eva, estrechamente unida al nuevo Adán, si bien sujeta a Él, en aquella lucha contra el enemigo infernal, que como fue anunciado en el protoevangelio (Gen. 3,15) había de terminar con la plenísima victoria sobre el pecado y sobre la muerte.  Para María la común lucha debía concluir con la glorificación de su cuerpo virginal porque, como dice el Apóstol, cuando: “Este cuerpo mortal sea revestido de inmortalidad, entonces sucederá lo que fue escrito; la muerte fue absorbida por la victoria”. (I Cor. 15, 54)                                                    
                                                                                                                                                            
4). Por el conjunto de sus demás privilegios excepcionales. Los mariólogos mencionan algunos, tales como su perfecta virginidad, que parece postular la total incorruptibilidad de su cuerpo, la plenitud de su gracia, que parece redundar, sobre su cuerpo; preservándole de la corrupción etc.
                                                                                                                                                                   5). “María fue preservada de la corrupción del sepulcro. El tabernáculo espiritual que maravillosamente albergó a Dios, Señor del cielo y de la tierra, cuando asumió nuestra carne hoy es trasladado e instalado gloriosamente en una eterna incorruptibilidad en estrecha relación con Cristo siendo protección segura, salvación y defensa de todos nosotros los cristianos. ¡Oh bienaventurada dormición de la gloriosa Madre de Dios, que por siempre permaneció Virgen, después del parto y cuyo cuerpo, que había dado albergue a la vida no padeció la corrupción del sepulcro, pues Cristo, el Salvador todo poderoso que nació de Ella preservó su carne de la disolución.”   Modesto de Jerusalén, Sermón sobre la dormición. Pág. 86, 1293.  Guillermo Paus: textos marianos de los primeros siglos. Pág. 236

Pero a nuestro juicio, dice el Papa, son corazones de mera convivencia, apenas añaden nada a los argumentos fundamentales.

¿Cómo se realizó la Asunción?

La Virgen murió como hemos visto en el mismo momento en que su alma se separó del cuerpo –que en eso consiste la muerte- entró inmediatamente en el cielo y quedó, por decirlo así, incandescente de gloria en grado incomparable como correspondía a la Madre de Dios y a la excelsitud de su gracia. Como el alma de María, al inflamar de nuevo su cuerpo virginal, del que se había separado, por la muerte no venía en el mismo estado en que salió de él, sino incandescente de gloria, comunicó al cuerpo su propia glorificación poniéndole también al rojo vivo de una gloria incomparable.

Teológicamente hablando, la Asunción de la Santísima Virgen María, consiste en la resurrección gloriosa de su cuerpo en virtud de cuya resurrección comenzó a estar en cuerpo y alma en el cielo.

La diferencia está en que Cristo había podido ascender al cielo por su propio poder, aún antes de su muerte y gloriosa resurrección, mientras que María no había podido hacerlo, a menos de un milagro, antes de su propia resurrección gloriosa, pero una vez realizada esta, la Asunción se verificó, utilizando su propia agilidad gloriosa, sin necesidad de ser llevada o ayudada por los ángeles y sin milagro alguno.

Notemos como se ha dado una nueva tendencia escatológica que pretende colocar para cada hombre, la resurrección, en el mismo momento de su muerte.

Así se redimió la Asunción a la glorificación normal de cualquier santo, y consecuentemente, su definición dogmática a una mera canonización, es decir declaración infalible de que María ha sido glorificada por Dios, como cualquier otro santo, que resucitaría gloriosamente, problema que no se resuelve con poner un doble título a María de esa glorificación: su santidad moral y su dignidad de Madre de Dios, con ella no se explica en el dogma mismo de la Asunción, ningún elemento que sea común en los demás santos.

Nótese como el dogma de la inmaculada se trata de una exclusividad fundamental de la condición de María comparada con la de los demás hombres. En el caso de la Asunción, existe una gran diferencia en la realización anticipada del destino final y de la resurrección gloriosa, a la que todos los justos están destinados. La anticipación de  esa resurrección indica lo propio del dogma mariano, pero al mismo tiempo, señala un destino común, el futuro hacia el que se encaminan todos los justos, no se explica que no se hable con términos de singularidad.

Como conclusión del presente trabajo se puede decir:

María sigue estando dentro del mundo y en el seno de la Iglesia con la presencia viva de un viviente… La relación de los fieles con Ella no se lleva a cabo únicamente inmediato el recuerdo de su persona y de su obra, sino alcanzando inmediatamente, a su persona viva y resucitada. Solo a los puros de corazón le es dado entender cuan íntima tierna, maternal y acogedora puede ser la relación con nuestra Madre Santísima.

En su condición glorificada, como cuerpo pneumático, como  órgano e instrumento del Espíritu, María sigue cooperando en la vida y crecimiento de la Iglesia sin las limitaciones propias  de la existencia terrena.

De este modo la Asunción, a la vez que culmen del itinerario histórico personal de María, constituye el principio y el presupuesto para el ejercicio de su misterio espiritual en la comunión de los santos a que estribaría su singularidad.

Digamos, finalmente, que sus privilegios en relación con Cristo y los misterios que caracterizan toda su vida, no deben separarse nunca de la misión salvífica que ella tuvo que ejercer en beneficio de toda humanidad.


La Asunción  de María

(Ángelus del 15-VIII-05)

En esta solemnidad de la Asunción de la Virgen contemplamos el misterio del tránsito de María de este mundo al Paraíso: podríamos decir que celebramos su «pascua». Como Cristo resucitó de entre los muertos con su cuerpo glorioso y subió al cielo, así también la Virgen santísima, a él asociada plenamente, fue elevada a la gloria celestial con toda su persona. También en esto la Madre siguió más de cerca a su Hijo y nos precedió a todos nosotros. Junto a Jesús, nuevo Adán, que es la «primicia» de los resucitados (Cf. 1 Co 15,20.23), la Virgen, nueva Eva, aparece como «figura y primicia de la Iglesia» (Prefacio), «señal de esperanza cierta» para todos los cristianos en la peregrinación terrena (Cf. Lumen gentium, 68).

La fiesta de la Asunción de la Virgen María, tan arraigada en la tradición popular, constituye para todos los creyentes una ocasión propicia para meditar sobre el sentido verdadero y sobre el valor de la existencia humana en la perspectiva de la eternidad. Queridos hermanos y hermanas, el cielo es nuestra morada definitiva. Desde allí María, con su ejemplo, nos anima a aceptar la voluntad de Dios, a no dejarnos seducir por las sugestiones falaces de todo lo que es efímero y pasajero, a no ceder ante las tentaciones del egoísmo y del mal que apagan en el corazón la alegría de la vida.
                                        [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española,          
                                        19-VIII-05

            Reflexión de Juan XXIII

La suave imagen de María se ilumina e irradia en la suprema exaltación. ¡Qué bella escena la Dormición de María, tal como los cristianos de Oriente la contemplan!: Ella permanece distense en el plácido sueño de la muerte y Jesús está junto a ella y tiene en su pecho, como a un niño, el alma de la Virgen para indicar el prodigio de la inmediata resurrección y glorificación. Motivo de consuelo y de confianza en los días de dolor para aquellas almas privilegiadas, que Dios prepara en silencio para los más altos triunfos. El misterio de la Asunción nos familiariza con el pensamiento de nuestra muerte, en una luz de plácido abandono en el Señor, que queremos que esté cerca en nuestra agonía para recoger entre sus manos nuestra alma inmortal