jueves, 27 de noviembre de 2014

El Sacerdocio de la Virgen





Homenaje al Congreso Mariológico Internacional de Lourdes (10-14 de septiembre de 1958).

         Dentro del tema general “María y la Iglesia” fijado para el Congreso Mariológico Internacional de Lourdes, a los países latinoamericanos fue señalado el tema especial: “La relación de la Virgen con el sacerdocio, tanto jerárquico como espiritual” (1). Para unirnos en espíritu con este magno certamen, Regina Mundi presenta a sus lectores un informe “de statu quaestionis” sobre el tan discutido “sacerdocio de María”.

         En la ya rica literatura sobre este tema figura un estudio de R. Laurentin que lleva este título interesante y revelador: Essai sur un malaise théologique. (Ensayo sobre un malestar teológico) (2).

         Se refiere el conocido autor francés a las medidas disciplinarias tomadas por la Santa Congregación del Santo Oficio contra una imagen que representa a la Virgen en vestiduras sacerdotales, obra  de Capparoni, y alguna literatura ascética y devocional sobre este tópico.

         En el siglo pasado fue fundada en Bélgica una Congregación de Hijas del Sagrado Corazón de Jesús, en la cual los miembros emiten fuera de los votos acostumbrados otro de ser “víctima por los sacerdotes”, a ejemplo y en compañía de María. Monseñor R. van den Berghe vio necesidad de defender el título de “virgo-sacerdos”, usado en las oraciones de dicha Congregación, en reñidas polémicas. Su obra fue recomendada por varios Obispos y bendecida por S. S. Pío IX (3). Del año 1906 (1907) existe una oración indulgenciada en que figura la advocación “María Virgen sacerdotisa, ruega por nosotros” (4). Al aparecer en 1913 la mencionada imagen de Capparoni, intervino la Santa Congregación del Santo Oficio (15 de enero de 1913) (5) cuyo decreto sin embargo se publicó sólo en 1916 y dice: “que la imagen de la Bienaventurada Virgen María revestida con ornamentos sacerdotales debe reprobarse”. Más devoción y estudio teológico siguieron adelante, hasta que la Santa Sede, en documento del I9 de marzo de 1927 dirigido al Obispo de Adria (Italia), en cuya jurisdicción se publicaba una revista Palestra del Clero, con ocasión de un estudio sobre el tema de la devoción a la Virgen-sacerdos, recordó las normas anteriormente dadas. El Obispo debía advertir a la revista que “la divozione di cui ivi si tratta in conformitá del Decreto del S. Offizio del 8 de aprile de 1916, non e approvata e non si puó propagare”. La tal devoción a la Virgen-sacerdos, al contrario, debía dejarse dormir (6).

(1)    Ephemerides Mariologicae, 1957, nro 4, pág. 497 y P. Cario Balic, en Osservatore Romano del 4 de mayo de 1958.
(2)    Nouvelle Révue Théologique, enero de 1947. Pags. 271-283.
(3)    Les enseignements Pontificaux, Notre Dame, págs. 68-69. Desclée, 1957.

         Ciertamente, siendo los decretos del Santo Oficio normas disciplinares, los teólogos no tenían por qué suspender sus estudios, y la bibliografía que agregamos a estas líneas, demuestra claramente el interés con que ellos se han dedicado a esta labor, sin llegar, sin embargo, a una solución satisfactoria en cuanto al fondo teológico ni en cuanto siquiera a una terminología aconsejable.

I

         El problema discutido versa sobre la duda de si la Santísima Virgen, a quien vemos tan íntimamente “asociada al divino sacrificio” de Jesucristo, de nuestro Sumo Sacerdote, se asociara a este sacrificio solo en calidad de Madre de Cristo o si hay que reconocer en ella un “sacerdocio formal”. Si el Santo Oficio intervino, fue porque el término de “sacerdotisa” sin duda se prestaba a interpretaciones equivocadas y porque los fieles de ninguna manera estaban preparados a entender bien semejante término. No se puede negar a) Que adelantada la formación correcta de los fieles podría desaparecer tal peligro; y b) Que en todo caso, en el fondo hay una cuestión de hecho que en honor de la verdad hay que reconocerla: María o es sacerdotisa o no lo es. Si lo es, que se haga la debida educación de los fieles para que entiendan bien este término y le rindan a la Virgen sus homenajes por esta prerrogativa; si no lo es, que se suprima cualquier intento de devoción equivocada.

(4)    F. Hilario Marín, S. J. Documentos Marianos, pág. 390 S.-BAC, 1954 Estas indulgencias ya no existen, pues fueron anuladas.
(5)    Les enseignements Pontifícaux, pág. 177.
(6)    Cfr. Merkelbach, Mariología (Bilbao, 1954) pág. 453, nota 26. Alastruey, Tratado de la Virgen Santísima (BAC, Madrid, 1952) pág. 618. De Aldama, Mariología. (BAC, Madrid, 1956) pág. 447 y otros.

         Advertimos a nuestros lectores que aunque en el campo de la investigación teórica mucho se ha progresado a consecuencia de aportes juiciosos y profundos, nada, parece, se ha adelantado en cuanto a la terminología conveniente del caso. Advierte el Abbé R. Laurentin (7) con mucha razón, que el título de “Virgo sacerdos” es “una fórmula desgraciada que choca con la tradición y que es doblemente funesta porque, además, es avasalladora por lo fácilmente que se pega”. Pero todo lo que hasta ahora, en lugar suyo, se ha propuesto, es igualmente inconveniente (“Virgen sacerdotal”) (8) o falto de claridad (“Diaconisa” (9) o “funcionario litúrgico” (en alemán Liturge (masc.) o Lüurgin (fem.) o peor (Archisacerdote”, “Supersacerdote”) (10). Lo mejor es, en realidad, el título que aparece en el Breve de S. S. Pío IX “Asociada al divino sacrificio” y varias veces la Santa Sede insinuó a autores usar este término, ciertamente más vago (11); pero en esto precisamente vemos su ventaja. Por ser más vago, sirve para calificar mejor una cosa no aclarada del todo, no anticipa fórmulas ni resultados, no despierta falsas impresiones, deja libertad para fijar bien el carácter “unívoco” o “analógico”, “formal” o “metafórico” del sacerdocio católico en sus distintos participantes, hasta que los estudios ya puedan presentar resultados irrefutables y claros.

         Lo mismo que la noción “mérito” no es unívoca, sino analógica, la del sacerdocio también. “Tiene varios significados, pero semejantes en proporción, que son también sentidos propios y no metafóricos o en sentido lato”. El mérito de Cristo, el meritum de condigno y el meritum de congruo proprie, todos son méritos “propiamente dichos” (12); debemos tener presente la deficiencia de la terminología humana también en nuestra cuestión del sacerdocio propiamente dicho de Cristo (sustancial se llama por lo general), del sacerdocio propiamente dicho de los ministros (ministerial o sacramental) y del sacerdocio propiamente dicho participado a los fieles por medio del carácter sacramental de bautismo y confirmación que no muy felizmente se llama “espiritual”, o común, general, místico o con algún otro término vago.

(7)    Cfr. nota 2.
(8)    Cardenal Gomá, María Santísima. Barcelona, 1947. Pag. 128.
(9)    M. J. Scheeben, Handbuch der kath. Dogmatik, tomo III, pág. 607. Friburgo,
1927.
(10)  P. Basilio de San Pablo, C. P., en Estudios marianos, Vol. XI, pág. 213.
(11)  Cfr. N. García Garcés, en Estudios marianos, Vol. X-, pág. 95.
(12)  Cfr. R. Garrigou-Lagrange, O. P. La Madre del Salvador o nuestra vida interior. Mariología. Desclée, Buenos Aires, 1954, pág. 181

II

         El problema del sacerdocio de María ha sido atacado de los más diversos puntos para darle una solución acertada, sin lograrlo, sin embargo, hasta el momento.

         Sería de grande valor y de aconsejable sencillez la prueba de la tradición católica en favor del sacerdocio de María, pero parece que este camino no quiera dar buen resultado. La oración indulgenciada en 1907 (13) por la Santa Congregación de Indulgencias enumera estas escasas pruebas, de tradición y desde aquel año no vemos que haya aumentado el material tradicional en forma considerable. “La idea de un sacerdocio 'verdadero y propio' por parte de la Virgen SS. no tan solo la expresión 'Virgen-Sacerdote' o 'Sacerdote' 'en sentido verdadero y propio', está completamente desterrada de la tradición cristiana”, cree poder decir Roschini (14).

         Los testimonios de la tradición se reducen a un lugar del (pseudo) Efrén donde llama a la Virgen “ornamento espléndido de la jerarquía celestial” y “alegría y gloria de los sacerdotes”.

         (Pseudo) Epifanio llama a María “sacerdote y altar a la vez, que nos; dio el pan del Cielo, Cristo, para la remisión de los pecados” (en griego: hieréasacerdotisa).



S. Andrés de Creta llama a María “ministra de las santas delicias”.

San Juan Damasceno llama a María “Sacerdote Virgen de Dios...” (Según otros el lugar es de Teodoro Studita) (en griego Thyepólos neanis) (15).

Con estas expresiones, manifiestamente metafóricas en parte, vagas en otra, ya llegamos a los autores medievales, de los cuales  san Alberto Magno y san Antonio traen algún testimonio a nuestro punto. El Mariale dice: “Como sacerdote de justicia, (María) no perdonó a su propio hijo; estaba como dice san Ambrosio, de pie junto a la cruz, no para asistir a la muerte de su amado Jesús, ni tampoco para considerar sus dolores, sino para aguardar la salud del mundo” (16), a lo cual agrega san Antonino que ella “aunque no hayas recibido el sacramento del orden, fuiste llena de la dignidad y gracia que en él se confiere” (17) indicando así el modo eminente no de un sacerdocio propio, sino impropio que tanto vaga por las discusiones posteriores.

(13)  Cfr. nota 4.
(14)  En Enciclopedia del sacerdocio, Tomo II, Vol. I, Madrid, 1957, pág. 455.
(15)  Cfr. en Alastruey (pág. 617) Roschini (1. c. pág. 455) y cfr. nota 4.
(16)  S. Alberto Magno, Marial. Buenos Aires, 1948, pág. 155.
(17)  Autores indicados.

         El siglo XVII sobre todo en Francia con su espíritu de marcado renacimiento mariano acumula pruebas en favor del término “virgo-sacerdos”, pero no consideramos de mucho valor traer aquí detalladamente estas pruebas tardías que motivaron también en gran escala la devoción de monseñor van den Berghe. Podríamos agregar a estas pruebas literarias algunas del campo del arte mariano: en la obra del presbítero Manuel Trens Iconografía de la Virgen en el arte español leemos algunos datos escasos sobre este punto, pero sobre todo se nos facilita una obra de arte del siglo XV (si no hay equivocación en la fijación de la fecha) en la cual María aparece en vestiduras sacerdotales y en acción preparatoria o auxiliatoria al sacrificio de Jesús (18).

         ¿Debemos concluir este párrafo con las palabras de Lennerz: “Pro 'Virgine-Sacerdote' traditio afferri non potest”? (19).

III

         En cambio, llama mucho la atención la continuidad de expresiones de los Sumos Pontífices de los últimos tiempos que dicen relación con un “sacrificio” de María, que, parece, lógicamente, no se puede dar, sin verse fundamentado por algún “sacerdocio” autorizado. Desde Pío VII hasta Pío XII se extienden frases en este sentido por los documentos pontificios. He aquí algunas de ellas;

         Pío VII (1801): “...los dolores acerbísimos que Ella, principalmente junto a la cruz de Jesús,...por su salvación ofreció al Eterno Padre...” (20).

         Pío IX (en su carta congratulatoria a monseñor van den Berghe, 1873): “desde la concepción virginal de Cristo hasta su dolorosísima muerte, unióse tan íntimamente al sacrificio de su Hijo que ha sido apellidada por los Padres de la Iglesia Virgen Sacerdote” (21).

         León XIII (1892): “Reina de los mártires…porque constantemente, durante toda su vida, y más constantemente todavía sobre el Calvario, agotará con Él el cáliz de la amargura” (22).

         1894: “Ella se consagra toda entera con Jesús en el templo, en ambas circunstancias se asocia, desde luego, a la dolorosa expiación de los crímenes del género humano; es pues, imposible, no verla participando con toda la fuerza de su alma las agonías infinitas de su Hijo y todos sus dolores. Por lo demás, en su presencia, ante sus ojos, debía cumplirse el divino sacrificio, cuya víctima había alimentado con su más pura sustancia. Este es el espectáculo más conmovedor de dichos misterios: de pie, junto a la cruz de Jesús, estaba María, su Madre, penetrada hacia nosotros de un amor inmenso que la hacía Madre de todos nosotros, ofreciendo Ella misma a su propio Hijo a la justicia de Dios y agonizando con su muerte en su alma, atravesada por una espada de dolor” (23).

(18)  Manuel Trens. Iconografía de la Virgen en el arte español. Madrid, 1946. Capítulo “María Sacerdotisa”, págs. 443-445.
(19)  H. Lennerz, De Beata Virgine, Roma 1939, pág. 302,
(20)  Les enseignements pontificaux, pág. 21. Marín, pág. 144.
(21)  Ibídem, pág. 69 Marín, pág. 199.
(22)  Ibídem, pág. 107. Marín, pág. 267.

         Pío X (1904): “Pero no es la única alabanza de la Virgen el que ha dado al unigénito Dios que había de nacer de humanos miembros, su carne, su misión fue también guardar esa víctima, alimentarla y presentarla al altar en el día fijado. También entre María y Jesús hay perpetua sociedad de vida y de sufrimiento... se vio a la Virgen de pie junto a la cruz, horrorizada por el espectáculo, dichosa, sin embargo, porque su unigénito era ofrecido por la salvación del género humano, y además tanto padeció con Él que, si hubiera podido, hubiera sufrido con más gusto Ella todos los tormentos que sufrió el Hijo” (24).

         En esta encíclica habla san Pío X además de “comunidad de sentimientos y sufrimientos entre María y Jesús” y más adelante: “Cuanto a la caridad en que se abrasa por Dios, esta virtud llegó hasta hacerla participante de los tormentos de Jesucristo y la asociada de su pasión: además, con Él, y como arrancada al sentimiento de su propio dolor, imploró el perdón de los verdugos, a pesar de aquel grito de su odio: Su sangre sobre nosotros y nuestros hijos”. (25).

         1911: “En presencia y a la vista de María se realizó el divino sacrificio por el cual fuimos redimidos, y tanta parte tomó en él que, Reina de los Mártires, dio a luz y alimentó la víctima sacratísima”. (26).

         Benedicto XV (1918): “María... estuvo presente a su lado cuando fue a la muerte y fue clavado en la cruz, y estuvo allí por divina disposición. En efecto, en comunión con su Hijo doliente y agonizante, soportó el dolor y casi la muerte; abdicó los derechos de madre sobre su Hijo para conseguir la salvación de los hombres; y para apaciguar la justicia divina, en cuanto dependía de Ella, inmoló a su Hijo, de suerte que se puede afirmar, con razón, que redimió al linaje humano con Cristo”. (27).

(23)  Ibídem, pág. 113. Marín, pág. 287.
(24)  Ibídem, pág. 160 s. Marín, pág. 371.
(25)  Ibídem, pág. 167. Marín, pág. 377.
(26)  Ibídem, pág. 176. Marín, pág. 400.
(27)  Ibídem, pág. 183. Marín, pág. 419.

         Pío XI (1928): “(la Virgen) habiéndonos dado y criado a Jesús Redentor, y ofreciéndole junto a la cruz como hostia, fue también y es piadosamente llamada Redentora por la misteriosa unión con Cristo y por su gracia absolutamente singular” (28).

         Pío XII (1943): “Ella fue la que, libre de toda mancha personal y original, unida siempre estrechamente con su Hijo, lo ofreció, como nueva Eva, al Eterno Padre en el Gólgota, juntamente con el holocausto de sus derechos maternos y de su materno amor, por todos los hijos de Adán, manchados con su deplorable pecado; de tal suerte que la que era Madre corporal de nuestra Cabeza, fuera, por un nuevo título de dolor y de gloria, Madre espiritual de todos sus miembros” (29).

         1940 ya había dicho a peregrinos de Genova: “¿No son ellos el nuevo Adán y la nueva Eva que el árbol de la cruz reúne en el dolor y en el amor para la reparación de la falta de nuestros primeros padres en el Edén, el uno la fuente, la otra la canal de la gracia para regenerarnos para la vida espiritual y la reconquista de la patria celestial?” (30).

         La Encíclica Ad caeli Reginam (1954) está llena de alusiones en nuestro sentido: “En la realización de la obra redentora, la Beatísima Virgen María se asoció íntimamente a Cristo...” —”La Virgen, por el singular concurso prestado a nuestra redención, suministrando su sustancia y ofreciéndola voluntariamente por nosotros, deseando, pidiendo y procurando de una manera especial nuestra salvación”— “María fue asociada por voluntad de Dios a Cristo Jesús, principio de la salud, en la obra de la salvación espiritual”. “Fue escogida para Madre de Cristo principalmente para ser asociada a la redención del género humano”. El Papa concluye: Si Cristo es Rey (por ser Hijo de Dios y por ser Redentor nuestro) “así con una cierta analogía (ita quodam analogiae modo) se puede igualmente afirmar que la Bienaventurada Virgen es Reina” (31). ¿No se podría afirmar, también analógicamente que es Redentora con Él y subordinada a Él, y no se puede igualmente afirmar, quodam analogiae modo, que como Cristo es Redentor por ser sacerdote, así la Virgen es Corredentora por tener en alguna forma carácter y poderes sacerdotales? Como en realidad, las expresiones de los sumos pontífices indican una íntima asociación de María al sacrificio redentor de su Hijo, hemos creído oportuno traer estas sentencias en una forma completa y extensa.


(28)  Ibídem, pág. 199. Marín, pág. 450.
(29)  Ibídem, pág. 246 s. Marín, pág. 562.
(30)  Ibídem, pág. 235 s.
(31)  Ibídem, págs. 386-404. Marín, págs. 789-809.

IV

         Si los Sumos Pontífices en estos sentencias usan una terminología que corresponde a actos sacerdotales (sistere ad aram-hostiam offere-inmolare, etc.) no tiene nada de raro el que los investigadores interpreten la actividad de María al pie de la cruz como “sacerdotal”. Es cierto que la mera semejanza exterior de la actividad de María con la de los sacerdotes, no puede ser argumento válido, porque todo depende de si tenía poderes sacerdotales. Es interesante, por tanto, el esfuerzo de algunos de comprobar que la idea de corredención mañana no cabe sin participación en el sacrificio redentor. “Si el medio por el cual realiza nuestro Sumo Sacerdote la obra de la salvación del mundo es precisamente su sacrificio, ¿cómo puede afirmarse la realiza, con Él, quien con Él no se sacrifica?” (32). Se comprende que aquí no se trata de probar el carácter sacerdotal de María como para un sacerdote se comprueba su carácter sacerdotal por probar haya recibido el sacramento del orden. Aquí la argumentación es como del siguiente modo: “María sacrificó sacrificialmente, o sea, ofreciendo e inmolando. Para hacer esto, se necesita un poder sacerdotal. María, pues, lo tuvo. Fue, por lo tanto, sacerdote” (33).

         Objetan otros que nada comprueba que tales actos de la Virgen fueran más que pruebas de su gran amor maternal, o sea una intervención muy sentida, pero extrínseca, que por tanto no hacía falta poder sacerdotal, luego no fue sacerdote (34).

         Ambos convienen en que María es verdaderamente Corredentora del género humano, luego debe haber puesto actos verdaderamente corredentores, cuya existencia no se niega y que se hacen radicar en la gracia social única de la Madre de Dios. Que estos actos sean idénticos a los realizados por María al pie de la cruz, todos conceden, y ¿quién no ve que al concederles o no carácter sacerdotal, el problema es más que todo de terminología?

V

Otro ensayo de llegar a una solución, no podemos pasar por alto, porque es de esperar que en nuestros tiempos tenga especial valor. Punto de salida en este ensayo es el “sacerdocio común” de todos los bautizados. En realidad, es chocante la falta de claridad en la terminología acerca del sacerdocio de los fieles. Leemos en una sola obra, fruto de colaboración: “La revelación bíblica del Antiguo y del Nuevo Testamento atribuye, por tanto, aún a los simples fieles una dignidad sacerdotal, en un sentido propio, pero mucho más amplio, y completamente distinto del sacerdocio jerárquico reservado a algunos “escogidos” (35) y más adelante: “Teniendo en cuenta esto, todos admiten que los dos primeros sacerdocios —el sustancial de Cristo y el sacramental o ministerial de los Sacerdotes de la Nueva Ley— son sacerdocios en sentido verdadero y propio; el tercero, por el contrario —el sacerdocio común a todos los fieles, en cuanto miembros del cuerpo místico de Cristo— es un sacerdocio en sentido metafórico, fundado en la metafórica locución del cuerpo místico de Cristo” (36). En una obra leemos: “El sacerdocio común es un verdadero sacerdocio” (37) y otro contesta: “Fuera de estos dos sacerdocios (idest: sustancial y ministerial) no existe otro que sea “verdadero y propio” (38). Se ve de cuánta necesidad es una mayor precisión de terminología”. Es una gama indefinida de teorías y de opiniones que, aún manteniéndose dentro del límite ortodoxo, fluctúan en la incertidumbre” (39). No cabe duda de que semejante confusión en nada favorezca una definitiva aclaración del problema del sacerdocio de María. Quizá sea aconsejable tomar de punto de salida la doctrina sobre el carácter sacramental de bautismo, confirmación y orden, tal como la presenta Santo Tomás. “Sacramentales characteres nihil aliud sunt quam quaedam participationes sacerdotii Christi, ab ipso Christo derivatae”. (3, q. 63 q. 3) (40). “Character sacramentalis specialiter est character Christi, cuius sacerdotio configurantur fideles secundum sacramentales characteres”. (ibídem). Según la interpretación de M. J. Scheeben el carácter sacramental no es simplemente una “denominatio externa”, como quien dice un llamamiento puramente externo del hombre a participar en el culto divino; sino el carácter es un “signum configurativum” que consagra a Cristo, asimila a Él, en cuanto a sus oficios y ministerios, y da derecho a poner con El esos actos culturales, es por tanto a la vez y en consecuencia “signum dispositivum” (41). La tradición respalda claramente esta doctrina. “Omnes justi sacerdotalem habent dignitatem” (S. Ireneo) Omnes christiani dicimus sacerdotes, quoniam membra sunt unius sacerdotis” (S. Agustín). “Et tu efficeris in baptismo sacerdos” (S. J. Crisóstomo) (42).

(32)  P. Basilio de San Pablo, C. P., en Estudios marianos, Vol. XI, pág. 187.
(33)  P. Emilio Sauras, O. P., en Estudios marianos, Vol. VII, pág. 406 s.
(34)  P. Narciso García Garcés, en Estudios marianos, Vol. X. págs. 79 ss.
(35)  En Enciclopedia del sacerdocio. Tomo II, Vol. I, pág. 341 de monseñor Antonio Romeo.
(36)  1 c. pág. 468, del P. Gabriele Roschini.
(37)  Diccionario de Teología e Iglesia, tomo VIII, columna 470 de L. Koesters.
(38)  Roschini, 1 c. 468.
(39)  En Enciclopedia del Sacerdocio. Tomo II, Vol. I. Antonio Piolanti, pág. 529.
(40)  Summa theologica, Salzburgo, 1935. Tomo 29, pág. 80.
(41)  M. J. Scheeben, Handbuch der kath. Dogmatik. Tomo IV, pág. 495 s.
(42)  Estudios marianos, Vol. XI, pág. 159.



         Si el sacerdocio de Cristo es por tanto gradualmente comunicable y en realidad se participa por medio del carácter sacramental, no entendemos las vacilaciones y el “tal vez” que a veces se encuentran: “En este sentido, se puede tal vez afirmar que todos los bautizados participan... del sacerdocio de Jesucristo” (43). Para calificar claramente la diferencia innegable entre el sacerdocio de los fieles y el de los ordenados, no hay necesidad de abrir una nueva categoría, como lo hacen los que califican a aquel de “metafórico” y a éste de (exclusivamente) “propio”. Entre el sacerdocio metafórico de un héroe que sacrifica en el altar de la patria, y un cristiano bautizado que por medio del carácter sacramental participa en el sacerdocio propio de Cristo, en una determinada proporción para actuar en el sacrificio eucarístico, hay tanta diferencia como entre las “perlas del rocío” y las verdaderas perlas. Está bien que nos abstengamos de las exageraciones de los liturgistas extremistas, pero no se comprende porque Cristo hiciera participar a los bautizados en su sacerdocio, si después les tocarían tan sólo actos metafóricos. Quizá la causa de este horror al “sacerdocio analógico, pero propio, aunque no unívoco” de los fieles, es el miedo de acercarse demasiado a las insensateces protestantes acerca del sacerdocio común e igual de todos los cristianos. Francamente no vemos este peligro, si la diferencia dentro de la misma categoría de sacerdocio “propio y verdadero” es todavía inabordable hasta llegar al sacerdocio ministerial.

         Pues bien, no importa si con unos creemos en que la Santísima Virgen haya recibido el sacramento del bautismo y por tanto poseía el carácter sacramental (44), o con otros no lo creemos, porque nos parezca que en la gracia singular de su maternidad estuviera en grado eminente toda esa gracia de los caracteres (45), en todo caso, de aquí se puede concluir que en María no había sacerdocio sustancial ni ministerial, pero sí, y en grado eminentísimo, verdadero y propio sacerdocio de la categoría de todos los fieles cristianos.

(43)  Nota 39, pág. 531.
(44)  S. Alberto Magno por ejemplo, y de los nuevos Campana, Merkelbach, Ros-
chini, Alastruey etc.
(45)  P. Emilio Sauras, O. P. 1. c. pág. 420.

VI

         Es admirable la labor de los teólogos en este campo que nos ocupa en esta reseña. Como ya dijimos, en cuanto al término con qué calificar la actividad de la Virgen, poco se ha propuesto que podría satisfacer. Pero en cuanto al fondo mucho se ha adelantado, y pueda ser que algún día resulte que las diferencias en realidad son más de conceptos y términos que en los fundamentos del problema. “No se trata de negar ninguna realidad, sino de saber con qué nombre ha de designarse” (46). Y bien es posible que la Iglesia que por la voz de sus Pontífices tanto contribuye a comprender los actos sacrificiales de la Virgen, no se oponga en un futuro ya a la devoción que surja de este subsuelo aclarado, si ya se puede operar con términos claros que no se prestan para confusiones, sino les hacen posible a los fieles ver con toda nitidez esta nueva y hermosa joya en la corona de la Virgen y rendirle su tributo de admiración y gratitud por haber participado ella en el sacrificio cruento de Jesús, como nosotros, los sacerdotes lo representamos en la forma de la Santa Misa en uno de nuestros poderes ministeriales, y los fieles participan en esta representación en uso de sus poderes dados por la configuración con el Sumo Sacerdote en los caracteres sacramentales. Pero mientras no se aclare bien el fondo y alcance dogmáticos del sacerdocio de María, la Iglesia no quiere que ya se propague devocionalmente esta idea.

Ricardo Struve Haker, pbro.

(46) P. N. García Garcés. 1 c. pág. 98.


Tomado del revista Regina Mundi nro 6

Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa



espíritu del mal.


Los Legionarios de María portan en su cuello una razón más de veneración y agradecimiento por Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa.


Unas oraciones recuerdan el eterno milagro de su intercesión.

 "Postrado ante vuestro acatamiento,
¡Virgen de la Medalla Milagrosa!
y después de saludaros en el augusto misterio
de vuestra Concepción sin mancha,
os elijo, desde ahora para siempre, por mi Madre,
abogada, reina y señora de todas mis acciones,
y protectora ante la majestad de Dios.

Yo os prometo, Virgen purísima, no olvidaros jamás, ni vuestro culto, ni los intereses de vuestra gloria, a la vez que os prometo también
promover en los que me rodean vuestro amor.
Recibidme, Madre tierna, desde este momento y sed para mí el refugio en esta vida y el sostén a la hora de la muerte.

¡Oh María sin pecado concebida!
¡Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!


   Oh medalla de María Milagrosa, en los momentos de peligro: Cuídame.
   Oh medalla de María Milagrosa, de las pestes y enfermedades: Cúrame
   Oh medalla de María Milagrosa, del enemigo de mi alma: defiéndeme
   Oh medalla de María Milagrosa, de los desastres naturales e imprevistos mi hogar y bienes materiales: Protege.


   Y en la hora de mi muerte, que la luz de tu Medalla Milagrosa, me guíe a la Gloria Eterna. Amén.

   Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea, con tan hermosa belleza, a ti, celestial princesa, Virgen Sagrada María, yo te ofrezco en este día, alma, vida y corazón, mírame con compasión, no me dejes Madre mía; mi corazón a tus plantas pongo bendita María, para que a Jesús lo ofrezcas junto con el alma mía. Amén.