jueves, 30 de enero de 2014

Madre inmaculada (Homilía I en la Natividad de la Santísima Madre de Dios). San Andrés de Creta



Exulte hoy toda la creación y se estremezca de gozo la naturaleza. Alégrese el cielo en las alturas y las nubes esparzan la justicia. Destilen los montes dulzura de miel y júbilo las colinas, porque el Señor ha tenido misericordia de su pueblo y nos ha suscitado un poderoso Salvador en la casa de David su siervo, es decir, en esta inmaculadísima y purísima Virgen por quien llega la salud y la expectación de los pueblos.

Que las almas buenas y agradecidas entonen un cántico de alegría; que la naturaleza convoque a todas las criaturas para anunciarles la buena nueva de su renovación y el inicio de su reforma (...). Salten de alegría las madres, pues la que carecía de descendencia [Santa Ana] ha engendrado una Madre virgen e inmaculada. Alégrense las vírgenes, pues una tierra no sembrada por el hombre traerá como fruto a Aquél que procede del Padre sin separación, según un modo más admirable de cuanto puede decirse. Aplaudan las mujeres, pues si en otros tiempos una mujer fue ocasión imprudente del pecado, también ahora una mujer nos trae las primicias de la salvación; y la que antes fue rea, se manifiesta ahora aprobada por el juicio divino: Madre que no conoce varón, elegida por su Creador, restauradora del género humano.

Que todas las cosas creadas canten y dancen de alegría, y contribuyan adecuadamente a este día gozoso. Que hoy sea una y común la celebración del cielo y de la tierra, y que cuanto hay en este mundo y en el otro hagan fiesta de común acuerdo. Porque hoy ha sido creado y erigido el santuario purísimo del Creador de todas las cosas, y la criatura ha preparado a su Autor un hospedaje nuevo y apropiado.

Hoy la naturaleza, antiguamente desterrada del paraíso, recibe la divinidad y corre con paso alegre hacia la cima suprema de la gloria.

Hoy Adán ofrece María a Dios en nuestro nombre, como las primicias de nuestra naturaleza; y estas primicias, que no han sido puestas con el resto de la masa 1, son transformadas en pan para la reparación del género humano.
Hoy se pone de manifiesto la riqueza de la virginidad, y la Iglesia, como para las bodas, se embellece con la perla inviolada de la verdadera pureza.

Hoy la humanidad, en todo el resplandor de su nobleza inmaculada, recibe el don de su primera formación por las manos divinas y reencuentra su antigua belleza. Las vergüenzas del pecado habían oscurecido el esplendor y los encantos de la naturaleza humana; pero nace la Madre del Hermoso por excelencia, y esta naturaleza recobra en Ella sus antiguos privilegios y es modelada siguiendo un modelo perfecto y verdaderamente digno de Dios. 

Y esta formación es una perfecta restauración; y esta restauración una divinización; y ésta, una asimilación al estado primitivo (...).
Hoy ha aparecido el brillo de la púrpura divina, y la miserable naturaleza humana se ha revestido de la dignidad real.

Hoy, según la profecía, ha florecido el cetro de David, la rama siempre verde de Aarón, que para nosotros ha producido Cristo, rama de la fuerza.

Hoy, de Judá y de David ha salido una joven virgen, llevando la marca del reino y del sacerdocio de Aquél que, según el orden de Melquisedec recibió el sacerdocio de Aarón.

Hoy la gracia, purificando el efod místico del divino sacerdocio, ha tejido — a manera de símbolo — el vestido de la simiente levítica, y Dios ha teñido con púrpura real la sangre de David.

Por decirlo todo en una palabra: hoy comienza la reforma de nuestra naturaleza, y el mundo envejecido, sometido ahora a una transformación totalmente divina, recibe las primicias de la segunda creación. 1.
Clara alusión a que la Santísima Virgen estuvo inmune del pecado original, con el que en cambio nacen todos los demás seres humanos.



jueves, 23 de enero de 2014

Pastoreo mariano



Santísima Virgen María, Medianera Universal de todas las gracias, escuchad clemente la plegaria del pastor y del rebaño en esta diócesis.

De vuestra carne impoluta tomó cuerpo el Verbo eterno de Dios, el sumo Sacerdote, Jesucristo; vos mecisteis la cuna de la naciente Iglesia, asistiendo a los discípulos del Señor en Pentecostés.

Echad una mirada compasiva a esta porción de la Iglesia, y ante la obra devastadora del pecado en las almas, decid al Señor como en tiempo antiguo: mis hijos de la tierra no tienen gracia porque no hay suficientes sacerdotes.

Alcanzadnos, Madre Bondadosa, hogares cristianos que ofrezcan sus hijos al servicio del Señor, corazones puros en los cuales caiga fecundo el germen de la vocación divina, sacerdotes santos, sabios y sanos que lleven hasta los confines de la Diócesis el mensaje del Evangelio y la gracia de Dios, para que conociendo, amando y sirviendo al Padre y al Hijo, logren salvarse. Amén.
Un obispo de Colombia



jueves, 16 de enero de 2014

Las culpas preguntan por una bendición



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

La faena de llevar amigos al Santuario de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá a veces requiere de la paciencia del santo Job. Incredulidad, curiosidad, incertidumbre, disculpas, penas, dudas, miserias y el arsenal del pecado, reacio a la limpieza aumenta sus conjuros. Variadas conductas se imponen entre la planificación y el desplazamiento.

Algunos ridiculizan la historia. Profanan con sus comentarios ácidos la dimensión eterna del santuario. Unos pocos piensan que van a quedar al descubierto sus fechorías morales y los menos entendidos aseguran que la peregrinación es un ritual folclórico.

Los mohines de cada rostro marcan el derrotero de sus cuitas. El alma cerrera encuentra una oportunidad para desbocar sus tremendos secretos. El miedo íntimo a un Dios Omnipotente sigue siendo una constante terrible en el trasegar hacia el momento de la absolución.

En algún paso el peregrino prefiere volver al turismo religioso por comodidad. Pregunta por el estilo arquitectónico de la basílica o piensa en el mejor ángulo para la fotografía. Es la forma correcta de evadir el sendero que conduce hacia la reconciliación en el confesionario. Existe una aversión al sacramento del perdón. La excusa, es por lo general, un sofisma desgastado por la charlatanería callejera. “Yo no me confieso ante otro más pecador que yo”. La retahíla contra el cura es parte de un libreto escrito por el demonio.

La prudencia ordena una catequesis urgente y sin tregua contra el rubor de señalar la vía. Si no creen en el palabra del Creador por lo menos deberían aceptar las recomendaciones de un veterano en caídas. Quizás se logre algo de convencimiento. Las variables pasan por una encantadora cifra de buenas charlas para evadir la situación.


Una mujer, pensaba indignada, y así lo expresó que se le estaba quitando su derecho a ser  feliz. Su dicha consistía en romper el sexto mandamiento en su cama. Le preocupaba ser tildada de casquisuelta. En el fondo tenía un pacto con su cuerpo. Satisfacer sus deseos a escondidas de cualquier tipo de regla moral era parte de su libertad independiente. Confesar era algo inaudito. Su placer, era su tesoro. Posesión que no podría ser arrojada de su ser ni arrebata por una bendición. En síntesis, no tenía porque pedir perdón.

En contraste, un romero pudo desnudar su corazón de prostituta bajo el impulso de una necesidad más valiente. Se fustigó el interior con un látigo de arrepentimientos. Lacerado se arrodilló ante la ventanilla y se desahogó profundamente. Hincado de rodillas sus miembros encalambrados necesitaron de ayuda para colocarse de pie.

Los infractores y la Virgen tienen un encuentro de imanes. Los primeros tienen necesidad de su intercesión para poder explicar y repetir que son de barro. Ella, madre amantísima, se desborda en lágrimas de alegría que los ángeles riegan sobre cada pesar hasta hacer brotar una indulgencia. Las faltas, tanto tiempo guardadas bajo el amparo de un olvido programado para no acceder al arrepentimiento, emergen silentes.

Momento cumbre. El hombre se derrite frente al altar. La renovación del  individuo comienza por aceptar su fragilidad. Nada lo cubre. Los títulos de fuerzas académicas, los logros aventureros, el dinero por millones, las posiciones sociales encumbradas y las defensas agudísimas del intelecto humano caen al compás de una serenata de alivios. Solo ante la inmensidad de su nada, el penitente busca el refugio maternal.

Sublime instante. El grito celestial se escucha por los confines del universo. “…Os digo que de la misma manera, habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento…” (Lucas 15, 10).

El intento comunitario se enredó en cualquier pretexto y la marcha continuó su distancia del Altísimo vivo.

Vuelve de atrás algún compadre desconcertado. Se acerca misterioso. Guarda en su mochila compañera una botella de ron adulterado, bebida de bucaneros. Su conversación es distinta. No quiere un sacerdote sino una explicación a su romance. Pasó por su existencia una curvatura hecha mujer. Desde entonces la cacería del problema se incrementó. El sujeto se sintió con la obligación suprema de conquistar a lo inalcanzable. Tartamudeó, exprimió la las endorfinas y preparó su plan explosivo. Objetivo: la mujer, su hermosura, su intimidad, su afecto.

La barrera de las circunstancias se imponía. El consejo de la sabiduría popular dictaminó: “Las casadas ni crudas ni asadas”. La respuesta del solitario don Juan fue: “Necesito una amante”. No consultó a su conciencia ni al camarada de antaño. Simplemente era un estratega en busca de la lid perfecta. Soñó con los laureles del triunfo sobre la hamaca montañera.

Las semanas del libertinaje se chocaron contra el muro femenino de: “estoy casada, pero hablemos”. Vaya paradoja. El  cerebro se le desquició. Desde ese momento talentos y riquezas se invirtieron en descifrar el porqué le dijo “hablemos”. Si la estulticia tuviera un monumento este sitio quedaría en la incertidumbre ingenua de ese enamorado.

La voz del romance canalla se aniquiló en los argumentos poderosos del amor adolescente. El sentimiento se transformó en un constructor de utopías. La idolatría se derritió ante el pequeño tótem en que se convirtió la casada.

Y la desgracia feliz apareció. Resulta que la señora lo encontró fascinante, culto, seductor, varonil y en un susurro condenatorio le confesó: Somos almas gemelas arrebatadas de su base por un yerro de juventud.

Ya no hubo talanquera ni barranco que los trancara.
El  asunto tenebroso es una victoria cotidiana. “…Mire, pasa  que  ya llevo cinco años a escondidas… Y bueno quisiera saber si la Patrona me puede ayudar…” La respuesta es una sola: Misericordia.

El hecho es un atentado flagrante, y lo condenó a la clandestinidad. El buen amante, la convirtió en su deidad particular. Dependía emocional del rato de gozo carnal. Explotó en un carnaval de ilusiones sosegadas bajo el chorro de licor. Los cómplices les prestaron moneda, vehículo, apartamento, lugares y disculpas.

Ebrios de sensaciones, borrachos de lujuria, y atormentados por esa tristeza fatal, tesoro sin mérito, se sometieron a la dicha contundente que los tuvo amanecidos: son lo prohibido. Luchan en franca derrota. Se desbordaron y se esclavizaron sin tregua.

¿Dónde está la salida? El cinismo mordaz los arropó bajo sus sofismas descarados. Nada pudo separar la dulzura desastrosa de esa miel envenenada. Fueron prisioneros encadenados a una lejanía agonizante. Inventaron recuerdos para escribirlos en letras que hicieron sangrar a los árboles. Las iniciales convictas dejaron su impronta en las cortezas de los ocales. La condición pasó su citación de cobro. Ella, la buena dama resultó embarazada de su legítimo esposo. Ella, en su sacra sabiduría señorial, decidió volver a reedificar la luna de miel en su hogar inmaculado. Un  rato de lágrimas potentes se apoderó de la tarde barrial. Los cuerpos saciados se despidieron fusilados. Ella compungida hizo borrón en un santiamén. Hasta nunca, porque la falsa deidad devoró implacable los años de combate tras las líneas maritales.


Él aún liba. La botella despreocupada guardó sus líquidas emociones. El mancebo tejió su desventura en la puerta del templo tutelar donde intentó negociar si valía la pena el olvido o podía seguir amándola en suicida terquedad. Entonces se dio cuenta que sólo quería preguntarle a la Santísima Virgen María, si todavía tenía un manto para abrigar su corazón desvencijado.