miércoles, 26 de marzo de 2014

¿El rosario de las advocaciones o de las equivocaciones?


Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

Oh!¡Que maravilla de la gracia del Santo Rosario!¡Poder escapar del mundo, del demonio, de la carne y salvarte para el Cielo! - San Luis María Grignion de Montfort.


La caricatura del embeleco está de moda. No se trata del fino trazo de un concepto superior del humor negro contra un corruptor de la conciencia electoral. La cosa es supremamente banal.

Un peón del esnobismo posmoderno visitó a una frívola agremiación sabanera. El embustero llegó con trompetas de júbilo y profecías de oráculo panteísta.  El mensajero de la patraña afirmó, en un canal católico de televisión, que: “…la camándula es una especie de tirachinas diseñada para matar demonios…” Así lo explicó el gurú, uno de aquellos a los que la Santísima Trinidad suele pedirle permiso para modificar el plan operativo del Armagedón.

El sofista presentó un argumento, aún más falaz, para apoyar su desquiciada tesis: “el rosario de las advocaciones”. El propagador del artificio lo anunció con el siguiente discurso de culebrero varado:

“…Importante rosario para proteger, desatar y liberar las vidas de las personas que lo rezan con devoción. Si lo reza una persona se atan 1.000 demonios, si lo rezan dos personas juntas se atan 10.000, si lo rezan tres personas juntas se atan 100.000 y así sucesivamente…”

Luzbel debe estar temblando de pánico ante semejante arma capaz de encadenar a sus secuaces por miles. Suponga el lector que 100 millones de cristianos mascullaran la fórmula del neo sortilegio. Sería el fin del averno porque la implacable progresión matemática, que ata a los ángeles caídos, dejaría en unos pocos días el infierno sin operarios. El báratro se transformaría en una inoperante madeja de diablos vencidos.
La fuerza negativa, al no poder transmitir su influjo maléfico al polvo que camina, se trasmutaría en una materia sin energía hasta desaparecer de su estado nauseabundo.

La ecuación-retahíla entregaría como resultado el fin del mal. No más pecados ni calores de tormento. Sin la oposición al bien moral quedaría Dios privado de la acción misericordiosa de la salvación porque sus criaturas, los súper humanos, con el novedoso “rosario equivocado” amarraron al principal instigador de la lucha subversiva de la maldad contra el amor.

Ellos, los matadores de Belcebú, lograrían vencer por inmovilidad al Tentador. La sangre del Mártir del Calvario quedaría relegada a unos párrafos de tinta escarlata dentro de la literatura apócrifa predicada por unos beduinos sectarios en el Medio Oriente. La Santa Cruz caería despeñada del Gólgota.

Así quedaría roto el capítulo 30 del Deuteronomio, versículo 19: “…A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu simiente…”

Esa opción ya no existe porque los señores que liban café de  televisora escogieron el “rosario de las advocaciones”, una herejía contumaz.

En síntesis, se equivocó la Santa Iglesia Católica y sus eminentísimos doctores. El ministerio petrino es un fracaso conceptual cuyo magisterio solo sirvió para escribir unas encíclicas que no pueden desvirtuar el empuje soberbio de la mancha del infundio.

La falacia grita, a los cuatro vientos de la Historia, que los pontífices desde Pío V hasta Juan Pablo II perdieron su tiempo  al redactar documentos que hablaban sobre el Santo Rosario, el bíblico el que gira entorno de los misterios de la vida de Nuestro Señor Jesucristo, El Redentor, y no sobre un culto espurio de falsa piedad.
Una muestra, aleatoria y pequeña, para no aplastar a los voceadores de la perniciosa calamidad, con el esplendor de la verdad, consiste en una invitación.

La convocatoria radica en que si la lectura no les ofende su menguada capacidad de discernimiento, valdría  la pena darle una hojeada a las siguientes letras apostólicas.

Carta encíclica adiutricem populi Sobre la devoción del Rosario Mariano a favor de los disidentes. Papa León XIII

Carta encíclica augustissimae virginis sobre la devoción del Santo Rosario. Papa León XIII.

Carta encíclica diuturni temporis sobre la devoción del Santo Rosario. Papa León XIII.

Carta Encíclica ingravescentibus malis sobre el Santo Rosario Papa Pío XI.

Carta apostólica il religioso convegno al episcopado y a los fieles del orbe católico sobre el rezo del Santo Rosario. Papa Juan XXIII.

Carta Apostólica oecumenicum concilium del sumo pontífice Juan XXIII sobre el rezo del rosario por el feliz éxito del Concilio Vaticano II.


En conclusión, este redactor viajará hasta el Santuario de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá para entrar de rodillas en la casa de Dios. En su camándula peregrina llevará aferrada una súplica de perdón porque aún no puede tolerar la alevosía de la estulticia.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Tres pastorales de suma actualidad sobre el Santo Rosario, del arzobispo Maximiliano Crespo Rivera.


P. Leonardo Ramírez Uribe, S.J.
Sociedad Mariológica Colombiana 


El Arzobispo Maximiliano Crespo Rivera nació el 18 de octubre de 1861 en Buga, la llamada Ciudad Señora de Colombia, fundada hacia el 1560 con el nombre de NUESTRA SEÑORA DE LA VICTORIA o DEL ROSARIO DE BUGA.[I] Sus padres fueron Primitivo Crespo Quintero y Carmen Rivera y Arce. Su hermano, también de nombre Primitivo, fue renombrado político, varias veces Ministro de Estado y Presidente del Senado de Colombia. Su familia no solo fue pobre, sino arruinada por las revoluciones que sacudieron al país el siglo pasado.

Maximiliano oyó el llamado al sacerdocio desde la niñez. “A los diez años, entre mil sacrificios económicos, su padre lo envió al Seminario de Popayán. Un año solamente pudo el niño Maximiliano permanecer en aquel glorioso plantel, pues la pobreza suma obligó a su padre a retirarlo al año siguiente”.[II]

Siempre atribuyó a la Virgen del Carmen su vocación sacerdotal. Por fin logró ingresar en 1879 al Seminario de Bogotá. Providencialmente el Presbítero Isaac Guerrero se interesó por “Crespito” como empezaron a llamarlo; dicho Sacerdote, a su vez, contó a Doña Josefa Sáiz de Gómez el caso del nuevo seminarista y ella le costeó cuanto pudiera necesitar hasta el 8 de septiembre de 1885, fiesta de la Natividad de Nuestra Señora en la que recibió la ordenación sacerdotal.

Poco más de un año se desempeño como coadjutor del Señor Cura Párroco de Buga, pues había sido admitido como novicio de la Compañía de Jesús. Al cumplir el primer año de noviciado empezó a acompañar en misiones rurales a varios padres de la Compañía. Su salud endeble lo obligó el 1º de mayo de 1889, a abandonar, muy a pesar suyo, el noviciado. Siguió acompañando a los jesuitas en sus misiones hasta cuando el Señor Obispo de Popayán lo llamó y definitivamente se reincardinó en su Diócesis. El recuerdo de su vida como novicio jesuita será perdurable. En su escudo episcopal pondrá como lema: AD MAIOREM DEI GLORIAM.

Monseñor Manuel José Cayzedo, ampliamente conocido, lo nombró su Secretario, cargo en el que permaneció hasta el traslado del Arzobispo a Medellín. Como Secretario, lo acompañó a Roma al Concilio Plenario Latinoamericano en 1899.

En Popayán sobresalió como sacerdote y periodista. Fundó, dirigió y sostuvo el semanario “LA VERDAD”. Fue escritor fecundo, ágil, elegante y además profesor universitario.

En el consistorio del 18 de octubre de 1910 San Pío X lo nombró Obispo de Santa Fe de Antioquia. En la Basílica del Señor de los Milagros de Buga, su ciudad natal. Fue consagrado el 24 de febrero de 1911. Hasta 1917 fue obispo de esa Diócesis. Al crear la de Santa Rosa de Osos, desmembrada de su propio territorio, Benedicto XV lo nombró su primer Obispo el 7 de febrero. Cabe destacar que en esta Diócesis, dio todo su apoyo a la madre Laura, Montoya quien se encontraba en los inicios de la fundación de su comunidad religiosa de “Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena” –Lauritas-.

El 15 de noviembre de 1923, Pío XI lo nombró Arzobispo de Popayán, cargo en el cual terminó su vida el 7 de noviembre de 1940.

Había trasladado, por razones de salud, su residencia a la ciudad de Palmira, perteneciente a su Arquidiócesis en lo eclesiástico, en lo civil al departamento del Valle del Cauca. En los tres últimos años de su vida escribió sus Pastorales sobre el Rosario.

La primera fechada el 30 de agosto de 1938, a los setenta y seis años de su edad, a los 28 de episcopado. Se titula “Para la Fiesta y Mes del Rosario”.[III]

Es original su comienzo: parte del olvidado versículo 6 del capítulo 16 de la carta a los Romanos: “SALUDAD A MARÍA QUE HA TRABAJADO TANTO POR VOSOTROS”. La María a quien él nos invita a saludar es:

            La Madre de Dios, esperanza y protectora de los hombres:… que mucho os ama, que muchos beneficios os ha concedido y tiene maternal amor por sus hijos que el moribundo Salvador le confió al exhalar su último suspiro en la Cruz.

            Saludemos a María como el ángel que bajó del cielo… y la saludó con saludo inusitado, que nadie había oído jamás: Dios te salve, llena de gracia. Saludad a María como Isabel, inspirada por Dios, cuando recibió su grata visita. Saludemos a María como gusta hacerlo la Iglesia y hagámoslo con frecuencia. ¿Y Cómo cumpliremos con esta dulce recomendación, nosotros que no tenemos la elocuencia del ángel ni la inspiración de Santa Isabel? De una manera muy sencilla cumpliremos con esta recomendación recitando el Santo Rosario, compuesto de las  que pudiéramos llamar las             oraciones oficiales de la Iglesia: el Padrenuestro y el Ave María, y si estas son las principales oraciones de que se compone el Rosario bien se comprende lo agradable que sea a la serenísima Reina de los cielos la repetición que de ese saludo hacemos cuando rezamos el Rosario.

“Con él rendimos a María un homenaje correspondiente a sus gloriosos títulos, la saludamos llena de gracia, con eso reconocemos que ese precioso don de Dios lo ha poseído, no con medida, como el común de los santos, sino en toda su plenitud, hasta llenar por completo su hermosa alma; recordamos que es la compañera asidua del Señor; que ninguna mujer ha merecido ser especialmente bendita como Ella, pues es la Madre del Redentor del mundo. Así lo reconocemos al recitar el Dios te salve María”.[IV]

También el anciano Arzobispo halla un sentido propio a las repeticiones en el Rosario:

            “Si la repetición de una misma cosa y con unas mismas palabras nos causa fastidio y cansancio, no sucede así con la repetición del Ave María en la recitación del Rosario, que en vez de producir enfado, causa complacencia a nuestra bendita Madre, al verse llamada e invocada por sus hijos que ponen en Ella su confianza, porque es la tesorera de Dios, la distribuidora de sus gracias y          misericordias, pues bien sabemos, por lo que nos enseñan los santos y doctores de la Iglesia, que no hay favor que Dios conceda al hombre que no pase por las manos de María”.[v]

Y destaca afirmativamente sus ventajas:
            “Entre todos los homenajes que el cristiano rinde a María ninguno aventaja a la recitación del Rosario, porque en él le recordamos el honor que se dignó hacerle Dios enviando un ángel del cielo para             anunciarle la gran noticia: haber sido escogida, para madre del Redentor del mundo. De modo que, por decirlo así, cuantas veces recitemos la salutación angélica, ocupamos el puesto del ángel cumpliendo esa grande misión para con María. Esta devoción da a los que la practican medios seguros de salvación, con tal que se esfuercen por entrar en los sentimientos que ella exige”.[VI]

Exhorta a las familias a practicarlo:
            “No olviden las familias cristianas que María bendice y favorece especialmente a las que la honran”.

Son los párrafos principales de su primera Pastoral sobre el Rosario. Con el mismo título anterior y allí mismo, en Palmira, firmó una segunda, fechada el 8 de septiembre de 1939, recordando, de su puño y letra, que era la fecha del quincuagésimo cuarto año de su ordenación sacerdotal.

La inicia invitando a buscar soluciones a los grandes males de la sociedad, divorciada de Cristo y de su Iglesia.
Exhorta a “acudir con confianza al trono de gracia, es decir, de Dios, también debemos acudir al trono de la misericordia, es decir al de María”.

Luego de narrar la batalla de Lepanto, cuya victoria se ha atribuido siempre al Rosario y la forma como lo difundió Santo Domingo de Guzmán, destaca además cómo ha sido valioso medio en la conversión de los pecadores “esa sencilla y eficaz oración. Todos palpan los favores obtenidos por el Rosario, tan grato a los oídos de Dios y de María, tan eficaz para obtener su protección”.

Tiene el mérito, en esta como en la anterior, de encarar en forma muy positiva el sentido de las repeticiones que pertenecen “a la estructura misma del Rosario”, pues:

            “La repetición de una misma súplica compromete a la Madre de Dios: por una parte, se oye saludada con insistencia, y por otra, ve el empeño de sus hijos en acudir a Ella, no por una sola vez sino con ahínco, recalcando en esa piadosa repetición, a ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, cuando en el huerto de las Olivas repitió muchas veces su oración con unas mismas palabras, según lo refiere el Evangelio”;[VIII]

            “Bien se puede asegurar que entre todos los cultos que se tributan a la Madre de Dios, entre todas las oraciones con que la llamamos en nuestro auxilio y defensa, entre todas las devociones con que la honramos, una de las principales y de las más agradables a María es el rezo del Santo Rosario”.[VIII]

Se queja amargamente de que tan santa costumbre se esté perdiendo:

            “Uno de los males que ha producido el infernal y masónico espíritu moderno, que tiene tintes y costumbres paganas, es la supresión del rezo del santo rosario, aun en familias que no han perdido la fe, que se llaman católicas, pero que se han amoldado a las costumbres actuales hasta perder por completo la devoción y la piedad, para dar cabida a esa disipación de espíritu, a ese afán de gozar de los halagos de los sentidos. Este destierro que se ha decretado hoy al Rosario en los hogares cristianos, nos contrista sobremanera, pues vemos sus funestas consecuencias: la pérdida de la piedad y de la devoción a la Virgen Santísima; la disminución de la frecuencia de sacramentos; el mal ambiente en que van creciendo los niños, que ignoran lo que es el rosario, pues no lo oyen rezar en casa… Los sacerdotes exhorten mucho a los fieles para que se restituya la antigua práctica del rosario en familia, fuente de abundantes bienes no solo espirituales, sino también temporales, por el cuidado particular que tiene el cielo por los devotos del rosario. Rogamos a nuestros diocesanos no dejen pasar un solo día sin obsequiar a la Virgen Santísima con la recitación del Santo Rosario”.

            Y treinta y seis años después de muerto León XIII no puede olvidar que “la fiesta y el mes del Rosario que, desde León XIII han tomado más incremento del que tenían antes, es ocasión propicia para el restablecimiento de la devoción del rosario…”[IX]

Hasta aquí los apartes de su segunda pastoral.

Este Arzobispo a quien me atrevería a calificar como el apóstol del Rosario de la hora undécima (Mateo 20,1 y siguientes) y que solo en los tres últimos años de su larga vida escribió sobre él, reservó para cincuenta días antes de su muerte una Pastoral que más bien es una especie de himno triunfal lleno de inspiración divina, en honor del Rosario. Firmada en Palmira, a 14 de septiembre de 1940, con idéntico título al de las anteriores, es la más extensa de las tres y, sin duda, la más retórica y dialéctica de cuantas he hallado sobre el tema en el repertorio del episcopado colombiano. Consta de períodos cortos, sabe decir en ellos lo que se propone; es recio en las afirmaciones, rápido en las contraposiciones; maneja con propiedad numerosos recursos literarios; presenta figuras y episodios bíblicos que le infunden aliento profético: los primeros padres en el paraíso, el ángel con espada de fuego, Jacob y su escala; Judith liberadora de la ciudad de Betulia, el profeta Elías que impide y hace llover, el Rey David y sus Salmos; el esposo y la esposa del Cantar de los Cantares, Jesús y los vendedores del templo. Todos ellos desfilan en un conjunto de bien logradas escenas.

Se vale de un artificio retórico que, en gracia de la claridad, me obliga a exponerlo ya, empezando precisamente por donde él concluye:

            “Entre las muchas calamidades que han caído sobre nosotros tenemos la del aterrador verano que producirá incalculables daños sobre nuestros campos. Recordad lo que dijimos al hablar de la             suspensión de la bienhechora lluvia obtenida por Elías y que Dios envió en castigo de las maldades y vicios del pueblo de Judá…”[x]

Finaliza así sus escritos sobre el Rosario. Enjuicia a la sociedad cristiana de su tiempo, enumerando sus pecados. Tal es el remate de esta Pastoral, y de no haber sido por su intención de dejar en sus lectores, todo el efecto de sus palabras, lo indicado hubiese sido iniciarla con este hecho de vida. Precisamente en los dos párrafos inmediatamente anteriores, para inculcar la necesidad de rezar el Rosario, habla de la oración y trae el ejemplo bíblico del verano provocado por la súplica del profeta Elías, usando para ello contraposiciones literarias:

            “La oración sube y la misericordia divina baja, y aunque el cielo está muy alto y la tierra muy baja Dios oye la voz del hombre cuya conciencia es pura. El Santo Profeta Elías nos suministra una             prueba. En su tiempo la impiedad y la inmoralidad habían progresado mucho en el pueblo; e inflamado Elías del celo por la gloria de Dios pidió al Señor que en castigo de tanta maldad no cayera ni lluvia ni rocío sobre los campos y sementeras, y fue oída su oración y ésta fue la llave que cerró la puerta del cielo, no llovió por espacio de tres años y medio, y una gran sequía desoló toda la comarca, víctima del hambre más cruel. Elías se conmueve por la desolación del pueblo, y a los tres años y medio vuelve a orar para pedir la lluvia tan necesaria y ésta cayó de nuevo para volver la fertilidad a la tierra. ¡Qué llave tan poderosa es la oración para abrir y cerrar el Cielo!

            Apliquemos al Santo Rosario lo que en general se dice de la oración. Si el Rosario es la mejor de las devociones a María, es también la más eficaz para ganar su protección. Si la plegaria del justo sube hasta el Cielo, para hacer bajar la misericordia divina ¿Cuál será la eficacia del Santo Rosario, la oración preferida de María? La oración de Elías abrió el Cielo, pero fue después de haberlo tenido cerrado, mientras que el Rosario no lo cierra, sino que lo tiene siempre abierto. Con su súplica Elías se opuso a la misericordia divina porque consiguió no lloviera por tres años y medio; pero el Santo Rosario obtiene el favor del cielo, el que no deja de derramar la lluvia de sus celestiales beneficios”.[xi]

Da, en cambio, comienzo a su carta de manera solemne y sentenciosa usando enseguida una de las contraposiciones a que me he referido:

            “El reino de María es semejante al de su divino Hijo. Es la reina de la paz, y lo es también de los combates. Es reina de la paz, porque ha contribuido en gran manera a procurar este inestimable bien a todo el género humano; y es reina de los combates, porque miles de veces ha triunfado de los herejes, de los infieles, de los demonios, de todos los enemigos del nombre cristiano, de los     enemigos de la doctrina católica y de las prácticas de la religión.

            En todo tiempo y en toda época del año los cristianos deben honrar a María y rendirle el culto como a la reina de la paz; pero en el día de la fiesta del Rosario la Iglesia nos pide considerar en ella a la reina de las batallas y de las victorias como en otros tiempos llevó Judit la mayor confusión a la casa de Nabucodonosor, o mejor dicho a todo el imperio de los turcos librando de la servidumbre de ellos a los habitantes de Betulia, como María libra de los ataques de los enemigos de Cristo a los hijos de la Iglesia”.[xii]

Baja rápidamente al nivel de lo pastoral y catequístico para explicar las oraciones vocales que lo forman y el origen de su nombre:

            “Todo buen católico se impone el deber de rezar diariamente el Santo Rosario, compuesto de las principales y más populares oraciones: el Padre Nuestro y el Ave María, de las cuales la primera fue  enseñada a los apóstoles por el mismo Hijo de Dios. ¿Cómo no fijarnos en aquello de decir, aunque sea uno el que lo reza, Padre nuestro, y no Padre mío? Pues es porque todos somos hijos de ese Padre Celestial y por consiguiente somos hermanos, y como tales debemos amarnos mutuamente, procurando el bien del prójimo que es nuestro hermano, y evitando hacer lo que le perjudique.

            Cuando recitamos el Ave María y saludamos a la más santa y pura de las criaturas, ¿Cómo no sentir un gozo especial cuando vemos que nos dirigimos a aquella a quien el ángel del Señor proclamó  llena de gracia, y no de una gracia común, sino la que obtuvo desde el primer momento de su inmaculada concepción? En la invocación que completa la salutación angélica pedimos a la que es la tesorera de todos los bienes, a la que se ocupa en el cielo de nuestros intereses, que ruegue por nosotros ahora, y especialmente en la hora tremenda de nuestra muerte, hora en que el demonio hace los últimos esfuerzos para apoderarse de un alma.

            A esta eficaz oración se le ha dado el nombre de rosario, porque está compuesta de un cierto número de Ave Marías que son como hermosas rosas que forman un maravilloso ramillete, cuyo             perfume y frescura regocija a la Virgen Santísima”.

Y de aquí pasa a hacer una típica sustentación retórica acompañada de una enumeración:

            “Motivo tenemos para animarnos a rezar el santo rosario pero hay uno muy poderoso, que es su eficacia para obtener las gracias que necesitamos y pedimos, y los innumerables favores que   reciben los que recitan fielmente. ¡Cuántos enfermos ha curado, cuántos naufragios ha evitado la piadosa recitación de esta especial súplica y sobre todo, naufragios espirituales de tantas almas vacilantes en el bien, o metidas ya en el camino del pecado, del error y del vicio! El rosario es como la escala de Jacob; con su ayuda el espíritu se eleva hasta el cielo, y al descender trae la abundancia de los dones y beneficios con que enriquece Dios a las almas de buena voluntad…”[XIII]

Y queriendo definirnos el Rosario, usa una vez más la contraposición:

            “No os admiréis si os decimos que el rosario es a la vez algo amable y algo terrible, cualidades que no se excluyen. El azote con que Jesús arrojó a los vendedores del templo puede parecernos bello, hermoso, porque era como el símbolo del celo por la gloria de Dios, pero fue terrible para los vendedores arrojados del lugar santo que profanaban y lo es también para todos los que en todo tiempo se hacen culpables de irreverencias en la casa de Dios. Lo mismo podemos decir en cierta manera del Santo Rosario. Es bello, lleno de encantos a los que lo rezan con gusto, con devoción, pero terrible para los que lo rechazan, lo miran con desprecio y lo hacen objeto de mofa e irrisión. En el Cantar de los Cantares dice el divino esposo a su esposa que es bella y terrible como un ejército dispuesto en orden de batalla. No vacilemos en decir del rosario de María que es una bella corona y un maravilloso instrumento para celebrar las alabanzas de María, y terrible, porque es el látigo con que ponemos en fuga nuestros enemigos visibles e invisibles.

            El rosario es una bella corona, y nadie se negará a conceder que en todo tiempo la corona tiene sus encantos y atractivos, hasta la real, rodeada de penas, trabajos, peligros y desvelos; las de los  soldados que se exponen en los combates para merecerlas; y el mismo San Pablo nos dice con qué ardor se corre hacia la corona, cuando escribe a los corintios: todos los que combaten en la arena se abstienen de todo: unos por obtener una corona corruptible, otros, incorruptible. Y puesto que los hombres hallan atractivos en las coronas, ¿será justo y racional que permanezcan indiferentes para con el rosario, corona más preciosa que todas las demás? El rosario o la camándula se compone de un circulo de cuentas, unidas por un alambre, cuyas extremidades se unen para formar como una corona, que los fieles han de estimar mucho: al rezarlo ofrecemos a María una corona muy de su agrado, y de grande utilidad para nosotros, porque es prenda de la gloriosa corona del cielo que ganarán los que lo aman durante su vida mortal”.[xiv]

En forma descriptiva y comparativa ofrece otra definición:

            “Al rosario se le ha dado el nombre de salterio de María, por constar de ciento cincuenta Ave Marías, como el de David tiene ciento cincuenta salmos, que los cantaba acompañando el canto con el arpa sonora, de donde podemos tomar esta idea que cuantas veces pasamos con nuestros dedos las cuentas de la camándula a manera de instrumento  músico, otras tantas regocijamos el corazón de María uniendo la voz de nuestra oración a las alabanzas y cánticos de los bienaventurados que la glorifican en el cielo”.[xv]

Su elaborada pastoral concluye con una síntesis llena de alusiones bíblicas y de composiciones literarias pintorescas y piadosas.

Siguiendo el orden propuesto al comienzo, lógicamente, la Pastoral concluye en dos párrafos en los que contrapone a Jesús, Puerta del Cielo, con la Portera que es la Virgen del Rosario. En ellos hay una fusión de alusiones bíblicas revestidas de colorido literario:

            “Si Jesús es la puerta del cielo, la Virgen del Rosario es la portera que nos ha de conducir a la mansión segura del cielo. Cuando nuestros primeros padres, engañados por la astuta serpiente infernal, gustaron del fruto prohibido, fueron expulsados del paraíso, las puertas de éste quedaron cerradas, y un ángel del cielo, armado de una espada, quedó encargado de vigilar la entrada para que nadie pudiera penetrar en él. Pero vino el tiempo en que el Verbo divino se encarnó en el seno de María, y entonces se abrieron para el hombre las puertas, no del paraíso que desapareció con el  diluvio, (sic) sino las cielo en donde reina Cristo con sus ángeles”.

            Dios ha puesto en la puerta del cielo, no a un ángel armado de espada de fuego, sino a la Reina misma de los ángeles, para que la tenga abierta a todas horas; pues a Ella ha sido confiada la   guardia del paraíso celestial. María en la ley de gracias abre, pero nadie cierra, cierra y nadie abre. Dios ha querido honrar de esa manera a su bendita Madre. El amor del Señor por su Madre es infinitamente más grande que todo amor creado. El sabe cuán digna es Ella de confiarle todos los asuntos de su celestial reino, las obras de misericordia son especialmente de su incumbencia.

            El camino que conduce al cielo es difícil; la puerta por donde se entra a él es estrecha, quizás son pocos los que la encuentran; pero gran confianza tendrán los que aman a María y por amor a Ella recitan diariamente con devoción el santo rosario. La portera del cielo es María y el rosario es la llave para abrir la celestial Jerusalén”.[xvi]

Al destacar su aspecto retórico no he querido eclipsar su contenido teológico y pastoral: en todo momento resaltan dos aspectos esenciales en la doctrina de la Iglesia sobre el Rosario: su valor como oración, íntimamente ligada con el poder de intercesión de Nuestra Señora.

Quisiera, finalmente, destacar que muchos pensamientos como “la hora tremenda de nuestra muerte, hora en que el demonio hace los últimos esfuerzos para apoderarse de un alma”; “el látigo con que ponemos en fuga a nuestros enemigos visibles e invisibles”; “la gloriosa corona del cielo que ganarán los que aman a María durante su vida mortal”; “las alabanzas y cánticos de los bienaventurados que la glorifican en el cielo”; la confianza de saber que a “Ella se le han confiado todos los asuntos del celestial reino”; “la dificultad para encontrar la puerta estrecha por donde se entra al cielo”; “la confianza de saber que la Portera del Cielo es María y el rosario la llave para abrir la celestial Jerusalén”, debieron causar particular impresión en los lectores de esta carta, cuando, antes de dos meses de su publicación murió el Arzobispo y todos pensarían en que cuanto aquí escribió lo empezaba a vivir plenamente en la realidad del amor maternal de María, no en la oscuridad de la fe!

Monseñor Maximiliano Crespo Rivera aprobó la iniciativa de la hoy beata Laura Montoya de fundar en su Diócesis de Santa Rosa de Osos la Congregación de Religiosas misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena (Lauritas).






[I]Véase, Ramírez Uribe Leonardo, S.J., PRÁCTICA Y DIFUSIÓN, Pág. 115, El Rosario en la geografía del Nuevo Reino.
[II] RENDON R. Santiago, PASTORAL DEL EXCMO. Sr. Maximiliano Crespo, Obispo de Antioquia y Santa Rosa de Osos y Arzobispo de Popayán. Medellín, 1961, Breve Noticia Biográfica, Pág. 6
[III] Rendón, OC. Pág. 334.
[IV] Idiem.
[V] Idem, Pág. 335.
[VI] Ibidem.
[VII] Mc., 14, 39.
[VIII] Rendón, O.C., Pág. 361.
[IX] Ibidem.
[X] Rendón, O.C., Pág. 391.
[XI] Idem, Pág. 390.
[XII] Idem, Pág. 388.
[XIII] Idem, Pág. 389.
[XIV] Ibidem.
[xv] Idem, Pág. 390.
[XVI] Ibidem.

Tomado de la Revista Regina Mundi, nro 61

miércoles, 12 de marzo de 2014

El rosario en las cartas pastorales de monseñor Manuel José de Cayzedo.




P. Leonardo Ramírez U. S, J.
Sociedad Mariológica Colombiana


De pocos colombianos se ha escrito tanto, en forma tan laudatoria, como de este hombre de Dios, de María y de sus hermanos los hombres. No hay lugar aquí para extenderse en su perfil biográfico. Él mismo se irá retratando en las nueve Pastorales que nos dejó sobre el Rosario.

Nació en Bogotá, capital de Colombia, el 16 de noviembre de 1851. Dos días más tarde el arzobispo Manuel José Mosquera lo bautizó y confirmó en la parroquia de San Pedro (Catedral Primada).

Fue el cuarto de diez hijos en el hogar del abogado político Fernando de Cayzedo y Camacho y de Doña Aquilina Martínez de Pinillos.

Con su hermano Camilo («animae dimidium meae») ingresó en 1860 al Liceo de la Infancia del educador don Ricardo Carrasquilla. Proponíase su padre matricularlos en el Colegio de San Bartolomé, regido por la Compañía de Jesús, pero, expulsada de la Nueva Granada, don Fernando quiso de todas maneras educarlos con los Padres Jesuitas: para tal fin los envió al Colegio de la Compañía en Quito, Capital del Ecuador, «dándole así una prueba de amor y confianza nada común a sus antiguos maestros» ( ). Los dos jóvenes emprendieron viaje el 9 de diciembre de 1864. Regresaron a Colombia al finalizar el año 1868.

En 1870 lo encontramos formando parte de la Juventud Católica, con el propósito de sostenerse en la fe, en épocas de dura persecución.  También se alistó en la Sociedad de San Vicente de Paúl.  Fue su Presidente de 1878 a 1879, y en esa escuela, en donde aprendió el amor a los pobres, en quienes veía la persona misma de Nuestro Salvador, maduró su vocación al sacerdocio. Firmemente convencido del llamado divino “determinó partir para Roma y hacer sus estudios eclesiásticos en el Colegio Pío Latino Americano, bajo la dirección de los Padres de la Compañía, a quienes amaba entrañablemente desde que fueron sus maestros” .

Contaba 30 años cuando el 21 de abril de 1881 vistió la sotana de seminarista.  El 22 de diciembre de 1883, en la basílica de San Juan de Letrán, el Vicario del papa León XIII, Cardenal Mónaco La Valleta, lo ordenó sacerdote .

Vale la pena recordar un hecho insigne: el 29 de junio de 1884, León XIII se disponía a enviar o entregar personalmente el palio a varios arzobispos del mundo; entre ellos se contaba el de Bogotá, José Telésforo Paúl, Jesuita.  Pues delegó al recién ordenado Manuel José Cayzedo para que lo recibiese en su nombre; así se presentó  en la Sala del Consistorio pidiendo el palio para su arzobispo y luego el cardenal Martel se lo impuso en el Palacio de la Chancillería Apostólica, previa la profesión de fe.

Su regreso a Colombia fue difícil, pues en el país ardía la revolución.  Por ello desembarcó en Venezuela y se ofreció al Señor Arzobispo de Caracas mientras podía entrar  a su patria.  Una vez en ella, el Señor Arzobispo Paúl lo nombró Prefecto General del Seminario y en 1888 Vicerrector.

En este cargo tuvo la iniciativa, muy propia suya, de colocar solemnemente en el patio central de Seminario una estatua en bronce de la Santísima Virgen.  Invitó al Señor  Nuncio para que la bendijera el día de la inauguración y él pronunció entonces unas palabras.  Su sobrino el presbítero Manuel Ricaurte Cayzedo me contó  —como tradición de familia recibida de labios de su propio tío— que le impresionaron tanto al representante pontificio que pronto lo propuso como candidato al episcopado .

Mediante Breve firmado el 1º de febrero de 1892, León XIII lo preconizó obispo de Pasto.  El 29 de mayo del mismo año fue consagrado por Monseñor Bernardo Herrera Restrepo.  El  31 de agosto tomó posesión de la diócesis :

“La misma plaza que ochenta años antes había escuchado las descargas de fusil que pusieron fin a la vida de su ilustre abuelo el prócer de la independencia nacional Joaquín Cayzedo y Cuero, se llenó de aclamaciones jubilosas al pastor y padre de aquella inmensa grey (...) La catedral donde ofició de pontifical el nuevo Obispo guardaba desde entonces las cenizas de su abuelo, para las cuales el canto litúrgico entonado por uno de sus descendientes era como un llamamiento a la resurrección” .
“Su escudo de armas lo dice todo: con dos letras entrelazadas (el anagrama de María), aureoladas de doce estrellas que revientan en medio cielo, orientó nuestros reclamos y puso en nuestra boca esta jaculatoria, que guió los destinos de su vida episcopal: Ministra te Hesse Mattress.  Un alma como la del Ilustrísimo Señor Cayzedo tenía que ser naturalmente mariana.  Desde sus primeros años se distinguió por esta devoción y durante los años de sacerdocio y episcopado fue ella el alimento cotidiano y el objeto de sus predilecciones y afanes, para propagarla y difundirla entre todas aquellas almas que se le encomendaban (...)” .
“(...) Por todas partes, hasta los últimos rincones de su diócesis, inculcó la devoción a la Santísima Virgen.  El tema predilecto de sus pláticas durante las visitas pastorales era la Madre de Dios” .

Monseñor Cayzedo perdió a su madre siendo niño .  Este suceso de su vida íntima pudo ser razón determinante para elegir el lema de su escudo episcopal.  Este párrafo de una carta que en 1868 le escribió desde Quito su antiguo maestro el jesuita ecuatoriano Padre Proaño, quizás nos lo confirme:

« (...) crece y adelanta en todo sentido. Por fortuna eres hijo de un buen padre y hermano de buenos hermanos: creo, pues, que nunca te extraviarás: hijo mío, teme mucho a Dios y ama mucho a tu Madre, a María: no tienes otra sobre la tierra (...)» .

No es difícil comprender que en la Santísima Virgen buscaba a la madre que le faltaba en este mundo.


Las cartas pastorales escritas en Pasto.

Su extensa diócesis abarcaba casi todo el departamento de Nariño, la Comisaría del Putumayo y las Intendencias del Amazonas del Caquetá .

Cuatro años estuvo al frente de ella y el 24 de septiembre de 1893, es decir, al año de ser obispo y a los cuarenta y dos de su edad, escribió la primera de las nueve pastorales que hemos hallado, de su mano, sobre el Rosario.

La fiesta de la Virgen de Mercedes es en Pasto la más solemne de las celebradas en honor de Nuestra Señora, por cuanto desde 1562 es venerada por los pastusos y ostenta el título de Gobernadora de Pasto . Era la segunda vez que el Señor Obispo la celebraba con sus diocesanos. Fue esta la tercera de cuatro pastorales escritas mientras permaneció allí.

Teniendo en cuenta que ya el 12 de febrero de ese mismo año había dirigido a su feligresía otra pastoral en la que desarrolla el tema: « ¿De dónde vengo y a dónde voy? Nuestro destino y nuestra verdadera felicidad» , esta puede, en cierto modo, considerarse continuación de aquella, cuyo resumen es como sigue:

1. - Reconoce que el ejemplo de León XIII, quien ha puesto su Pontificado bajo el amparo de Nuestra Señora del Rosario, lo mueve a “hacer algunas reflexiones sobre esta devoción”.

2. - Tres males, fruto del pecado, desvían al hombre de su fin: el orgullo; las riquezas; los placeres.
Tres virtudes nos enseñan a combatirlos: la humildad; la penitencia; el desprendimiento de lo terreno.

Medio excelente para triunfar en este combate es la devoción del rosario.  En él encontramos enseñanzas prácticas y eficaces por los ejemplos que nos ofrece y por ser oración apta para alcanzarnos la gracia divina: los misterios: gozosos, nos enseñan la humildad; los dolorosos, la penitencia; los gloriosos, el desprendimiento de lo vano y perecedero.

Veámoslo:

La humildad.

Dios deja el cielo, se hace hombre, nace en pobreza absoluta; Creador que obedece a la criatura; Sabiduría Increada que oye y pregunta como si todo lo ignorase, nos enseña la humildad en pensamientos, palabras, opiniones y sentimientos.  Su primera promesa es para los pobres de espíritu.

María, fiel imitadora de su Hijo, se humilla cuando Dios la exalta: Esclava del Señor, servidora de Isabel, sometida a la Ley, en una vida del todo común nos enseña: “Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo”. Así aprenderemos a reprimir la arrogancia, la vanidad, la presunción,  la terquedad; a desterrar la envidia, la ambición, la desobediencia y todo sentimiento de malsano orgullo.

La penitencia.
¿Qué es sino la invitación de Cristo a seguirlo en la vía dolorosa? Los misterios dolorosos del Rosario nos enseñan a contemplarlo en la amargura del huerto, azotado y coronado de espinas, con la cruz a cuestas, crucificado y muerto en el Calvario.  “Nada puede estimular más al cristiano a mortificar la carne, soportar con resignación los trabajos y enfermedades, que ver a nuestro Divino Modelo pagar así lo que debemos nosotros a la justicia divina.  La contemplación de sus padecimientos y de su muerte nos infunden valor en las penalidades de este destierro y para expiar nuestros pasados extravíos”.

María nos haga preferir el mérito de la penitencia a las satisfacciones sensuales que hacen anteponer el cuerpo al alma, la tierra al cielo, los bienes temporales al Bien eterno.

El desprendimiento de los bienes sensibles

La meditación de los misterios gloriosos nos eleva hacia esta virtud.  Nos presentan a Jesús resucitado y glorioso, que sube al cielo por su propia virtud y poder.  Para facilitarnos el camino, nos envía al Espíritu Santo quien nos inspira deseos de la gloria.  La Asunción de nuestra Madre que va al cielo en cuerpo y alma y es coronada por Reina Universal de todo lo creado nos está diciendo que nada es comparable a la dicha de que gozan quienes han perseverado en el servicio divino hasta la hora de la muerte.

Ella intercede para que también nosotros podamos ocupar el puesto que nos está preparado si somos: humildes; penitentes y desprendidos.

3. - El Rosario es medio eficacísimo para vivir cristianamente.

4. - Transcribe el Decreto de la Congregación de Ritos del 20 de agoto de 1885 y dispone se aplique en su Diócesis, incluyendo todas las iglesias y capellanías.

5. - Concluye invitando a “todos los sacerdotes, tengan a su cargo cura de almas o no, para que hagan cuanto esté de su parte a fin de aumentar en los fieles el amor a una devoción tan provechosa para todas las almas”.

Sobresale la riqueza doctrinal de las seis páginas que ocupa la primera de las pastorales del Señor Cayzedo sobre el Rosario.  La redacción es clara, convincente, ordenada y sencilla.  Un verdadero modelo de catequesis y predicación.


Las cartas pastorales escritas en Popayán.

Manuel José Cayzedo fue obispo de Pasto hasta el 2 de diciembre de 1896, fecha del Consistorio en el cual el Papa León XIII lo nombró obispo de Popayán .  Entró en ella el 21 de abril del año siguiente.  Fue a la vez el último obispo de la ciudad y el primero de sus arzobispos: por Decreto Consistorial fechado en Roma el 20 de junio de 1900, el Papa “elevó la Iglesia Catedral de Popayán a la dignidad de Arquidiócesis (...)  Y para la nueva Metropolitana fue nombrado el Ilmo.  Señor Cayzedo (...)” .

El palio le fue impuesto el 29 de junio de 1902, por el obispo de Pasto, hoy Beato Ezequiel Moreno. En 1889 había sido llamado para participar en el Concilio Plenario Latinoamericano. En el año de 1901, en que cumplía los cincuenta de edad y nueve de episcopado, dentro de “La guerra de los mil días”, en la Natividad de Nuestra Señora, escribió su segunda pastoral sobre el Rosario.  Distaba ocho años de la anterior.  La tituló: “Mirad a la estrella.  Invocad a María.  Días de prueba.  Lepanto y el Rosario”.

Esquema:

I. Introducción.
1. Breve ambientación: en plena guerra civil.
2. Recuerdo de León XIII.  Su invitación constante es: “Mirad a la estrella, invocad a María”.
3. Llamémosla con los acentos de gozo, de dolor y de triunfo, que se recuerdan en los misterios del Rosario, pues son los que más conmueve su corazón.  Son los misterios de la vida, muerte y resurrección de su Hijo.  Ella, como el Padre Celestial, halla en su Hijo muy amado todas sus complacencias.


II.  1. La masonería, mal de nuestro tiempo, trabaja por socavar la existencia misma de la Iglesia. En estas angustiosas circunstancias ningún arma más poderosa para defender a la Iglesia que el rezo universal del Santo Rosario.

1.1 Y ¿cómo podrá con el Rosario triunfar de enemigos tan astutos, pérfidos y audaces?
Porque bien rezado: aviva la fe; despierta la piedad; nos alerta contra la relajación de las costumbres invocando a la Dispensadora de todas las gracias y meditando en los misterios que el amor hizo realizar al Hijo de Dios por nosotros.  Estas consideraciones y oraciones: encienden la piedad; fortalecen para huir del pecado; oponen resistencia a nuestras perversas inclinaciones; ayudan a practicar las enseñanzas de Cristo.

1.2 Ser soldado de Cristo, combatir el buen combate, no es confiar en las armas, sino en la energía del alma que diariamente recurre a María a quien Dios ha confiado las victorias de la fe, por lo cual se vale de medios que provoquen la burla de los incrédulos, haciendo así más evidente la victoria y más vergonzosa la derrota.

1.2.1 Compara la práctica del Rosario con la toma de Jericó por el pueblo de Dios, dirigido por Josué (Josué, VI).

1.2.2 Así es la experiencia de la Iglesia: siempre ha triunfado con la verdadera  Arca de Nuevo Testamento, María, y nosotros en oración con Ella.

1.2.3 Recuerdo y recuento de la batalla de Lepanto.

1.2.4 Rían cuanto quieran los incrédulos; cuando la Iglesia opone a las armas (...)  la oración a María, Auxilio de los cristianos, es invencible.

1.2.5 Como León XIII, también él suplica: “Quiera el cielo que conforme a nuestros deseos, se dé al Rosario de María el honor que se le debe y que tuvo en tiempos pasados” 


III. 1. Tres necesidades angustiosas hay en la patria por causa de la revolución: la peste, la escasez, el hambre.

2. - «Por los ruegos de María Santísima, que en su advocación del Rosario ha favorecido a Colombia con sus dos principales santuarios de Chiquinquirá y Las Lajas, anticipe sobre nosotros la misericordia del Señor (...)».

3. - Recuerda la disposición de León XIII de rezar durante el mes de octubre el Rosario con las Letanías en las iglesias parroquiales y en las dedicadas a la Virgen , y manda añadir, como lo hizo el Papa, la oración a San José: «A vos, dichoso José, recurrimos en nuestra tribulación (...)» .

3.1. - Dispone además que durante el mes de octubre, después de la misa parroquial o bien por la tarde, los señores Curas hagan una procesión de rogativa con la imagen de la Santísima Virgen, rezando el Rosario.

3.2. - Que se formen listas de personas piadosas que se comprometan a rezar el Rosario alternativamente en la iglesia; que no pase un momento del día sin que haya una o más personas invocando el socorro de la Reina del Rosario”.

No puedo concluir este compendio de su pastoral, sin copiar el último párrafo, porque en él hace énfasis en el cuidadosamente elegido lema de su escudo episcopal.  Lo escribió como una inspiración súbita, una vez dadas las disposiciones finales:

«Siguiendo los piadosos ejemplos de nuestros padres y antepasados, recurramos a María, nuestra Soberana Señora, invoquemos, supliquemos todos juntos, a María Madre de Jesús y Madre nuestra; digámosle con la Iglesia: “Mostraos nuestra Madre y haced que quien nació por bien nuestro, y quiso ser hijo vuestro, por vuestra intercesión acepte nuestras súplicas”» .

Es más aguerrida que la anterior; se sienten cerca enemigos poderosos, sarcásticos frente a quienes practican ejercicios de piedad como el Rosario. El Pastor lo percibe y espolea vigorosamente a los fieles. Sepa todo creyente que el Rosario no es de ayer, que rezarlo no es una aventura sino la garantía de una victoria.

Esta pastoral del arzobispo Cayzedo fue leída en todo el territorio del departamento del Cauca, del Valle del Cauca y de la Intendencia del Chocó, limites aproximados de su Arquidiócesis.  Muchas iglesias, poblaciones y lugares tenían ya entonces por patrona a Nuestra Señora del Rosario.  La mención hecha de los santuarios de Chiquinquirá y de Las Lajas haría resonar la voz del prestigioso Prelado también fuera de su jurisdicción.


Las Cartas pastorales escritas en Medellín.

Y transcurrieron cinco años: finalizaba el de 1905, cuando San Pío X decidió trasladarlo a la arquidiócesis de Medellín, mediante Decreto Consistorial fechado el 14 de diciembre .  El 12 de agosto de 1906 tomó posesión de esta definitiva morada arzobispal que había de gobernar durante 31 años. Allí se convirtió en un verdadero Apóstol del Rosario.

Parecerá curioso que quien traía de antiguo convicciones tan arraigadas sobre esta devoción haya tardado diez y siete años para escribir la primera de sus pastorales sobre el tema.

No es así, sin embargo. En la Epifanía de 1907, es decir, cinco meses después de llegado a la Capital de la Montaña —título muy colombiano con que suele denominarse a Medellín— escribió una pastoral de 9 páginas titulada Constitución de la familia cristiana.  La familia, fundamento de la sociedad.  En la página 6ª de su documento, entra en el tema del Rosario en familia.  Hablando de la caída de la tarde en el hogar dice:

«Allí se dan gracias a Dios por el día que termina y se le piden sus bendiciones para el siguiente.  Por unos momentos se deja la tierra y se eleva la consideración al cielo con sus promesas y esperanzas.
Estas reflexiones nos recuerdan la inviolable costumbre que la piedad de nuestros padres mantenía con suave firmeza en otro tiempo. Llegaba una hora en la doméstica velada, en que toda la familia se postraba ante la conocida imagen de María para rezar el Rosario, pasando apenas por cristiana, la familia que no lo rezaba todas las noches.
Bendito sea Dios, autor de todo bien, que aún se conserva tan santa costumbre en la mayor parte de nuestros hogares antioqueños. Y todavía quien pasa por las calles de nuestras ciudades, más aún por nuestras aldeas y campos, al entrar la noche, oye que de todas las casas se eleva el dulcísimo rumor del Rosario, tan conocido y grato para el oído cristiano: las voces de los niños y de las mujeres, las de los hombres, y las trémulas de los ancianos se unen en coro armonioso para invocar la protección de la que honran como Madre.
Cuando esta costumbre era universal en nuestra patria, los hijos dóciles y sumisos, dignas las madres, y los padres atendían a los negocios temporales sin olvidar los eternos.  Reinaba, en una palabra, el santo temor de Dios, que hacía pacificas aquellas moradas.
No queremos decir con esto que la única causa de los males que nos han sobrevenido sea el no rezar el Rosario, no; pero sí decimos que cuando en todas las casas se rezaba el Rosario y se vivía a la antigua, eran los hogares asilo de concordia y de no desmentida honradez, y en ellos se ignoraba el aguijón del odio y la envidia.
Y en verdad, dejando a un lado la eficacia del Rosario como oración que atrae las bendiciones de María, es innegable la eficacia que tiene por sí mismo para disciplinar cristianamente la familia.  El reunirse todos para orar juntos a una hora determinada, el anteponer a cualquier otra ocupación este homenaje a la Madre de Dios, mantiene vivo en los adultos y graba profundamente en los niños, que Dios es Padre y Señor de todo, que es necesario adorarlo, amarlo y obedecerlo; que éste es el primero de los deberes del hombre; que quien tiene a Dios por amigo será feliz en esta vida y en la otra; y que por el contrario será infeliz en el tiempo y en la eternidad quien lo tiene por enemigo.
Los misterios del Rosario son un precioso compendio de los principales dogmas de la Religión; traen a la memoria el recuerdo de Jesucristo y María, de la redención, del cielo y del infierno; y recomendando prácticamente la necesidad de la oración, el Rosario mantiene y aviva en las familias la fe» .

Dejó, pues, desde el comienzo un testimonio de sus convicciones pastorales respecto al Rosario, pero ¿a quién le fuera dado hoy saber por qué transcurrieron casi trece años, hasta cuando el 12 de septiembre de 1918 volvió a consagrarle una pastoral completa a su predilecta plegaria? Y ya se contaban diez y siete desde la de Popayán.

Me ha parecido que, para esta investigación lo mejor es condensar en ocho puntos principales las enseñanzas desarrolladas a lo largo de las siete pastorales escritas en Medellín, entre los años 1918 y 1931, con el propósito, sin embargo, de hacer un comentario aparte de la sexta y séptima (en la catalogación general, cuarta y quinta de Medellín), por considerar que tiene características propias de una investigación especial.

La última (24 de septiembre de 1931), nos servirá de guía, pues, a manera de conclusión de su obra rozaría, compendian en ella las principales ideas de todas las demás.

Es importante destacar un doble aspecto característico en las pastorales del Arzobispo de Medellín: su rico mensaje doctrinal y la sencillez con que lo expone.  Sobresalen sus características didácticas.  Como lo insinué en el comentario a la pastoral escrita en Pasto, son modelo de catequesis y guía de predicación.

Al decir que son ocho los puntos de apoyo de sus cartas sobre el Rosario, no quiero afirmar que sean solamente ocho: considero que son la síntesis más aproximada de su pensamiento y los más sobresalientes. Porque el Arzobispo repite sus ideas y creo que lo hace intencionalmente, teniendo en cuenta que, desde la primera hasta la última, hay un período de tiempo muy fijo de dos años entre una y otra, tiempo seguramente prudencial para volver a insistir en esas ideas que consideraba los pilares de su doctrina, pero coincido con el ilustre literato y político colombiano, Maestro Guillermo Valencia, cuando escribió:

«Vana labor encerrar en cortas líneas la obra trascendente del ministro en su misión de doctor, que resplandece en cartas pastorales expedidas como Obispo de Pasto, Obispo y Arzobispo de Popayán y Arzobispo de Medellín.  Es mucha la doctrina que se contiene en aquellas lecciones magistrales sobre temas tan variados e interesantes, en las que hallarán provecho y fuentes de gran valor informativo no los eclesiásticos únicamente sino los políticos, los estadistas y sociólogos.  Todo allí es claro, sincero, meditado y de vasta finalidad» .

Veámoslos:

Ante todo, teniendo en cuenta que todas sus pastorales sobre el Rosario las escribió con ocasión de la proximidad de octubre, destaca la importancia de implorar el favor divino por intercesión de María, mediante el rezo del Santo Rosario durante dicho mes.

Insiste en la importancia de la oración en la vida del creyente.

1. - Compara la oración con un arma.  Quizás el tema más veces tratado en sus pastorales es este.  Son sus propias palabras:

«Esta arma que está al alcance de todos, pobres y ricos, ignorantes y sabios, mujeres y hombres, tiene dos ventajas inapreciables: una, que nuestros enemigos no creen en su eficacia; otra, que no pueden hacer uso de ella contra nosotros.  A nuestra predicación oponen ellos sus envenenados discursos y disparatadas conferencias; al libro oponen el libro, al periódico bueno oponen otros pésimos; pero a la oración no oponen la oración, porque ellos no oran, ni Dios le oiría lo que pidieran contra la Iglesia Santa» .

2. - Tiene además el Rosario la propiedad de ser una oración fácil para todos:

«Es fácil para los niños, los ignorantes y los rudos; es apropiada para los cristianos instruidos; fuente de especiales encantos para las mujeres piadosas y para los varones prácticamente cristianos y súplica del pecador arrepentido.  Suaviza el trabajo del agricultor; acompaña al enfermo en su ingrato lecho; consuela al que llora junto al féretro de las personas queridas» .

3. - Es la oración por excelencia de la familia cristiana.  Además de los apartes arriba citados en la pastoral sobre la familia, precisó reiteradas veces este concepto.  El párrafo más sobresaliente es este:

«Cuantas veces Nos mismo al recordar los días lejanos los días lejanos de nuestra infancia, vemos aparecer, teñida con los reflejos de la inocencia, la escena diariamente repetida, cuando en las primeras horas de la noche se reunía la familia toda, y de rodillas rezamos el Rosario, encabezado por nuestro buen padre.  Vemos de nuevo fisonomías queridas, resuena otra vez en nuestros oídos aquel coro formado por voces que ya no oiremos en la tierra; palpita a tales recuerdos el corazón y desde lo más hondo del alma bendecimos a Dios que nos dio tales padres, que supieron cimentar la fe cristiana y los benditos sentimientos que vienen a ser alma y vida de la vida» .


4. - Entre todos los modos de orar, el Rosario ocupa un sitio preeminente, agradable a la Santísima Virgen, «pues para formarlo se entrelazan las oraciones más excelentes» :

«El Padre Nuestro que es el verbo del Verbo eterno de Dios, de absoluta perfección, obra de la Sabiduría divina: nos enseña a llamar a Dios como nuestro Padre, nos recuerda que el cielo es nuestra patria, nos hace implorar para nuestros prójimos —supuesto que pedimos en plural— lo mismo que imploramos para nosotros.
La primera parte del Avemaría la dijo el Ángel Gabriel por inspiración divina y la segunda brotó de los labios de Santa Isabel cuando, llena del Espíritu Santo, reconoció a María como Madre del Verbo encarnado.  De la segunda parte es autora la Iglesia, Maestra de la verdad.  En ella la llamamos Madre de Dios y le pedimos ruegue por nosotros ahora, es decir, en la vida presente y le recomendamos el instante definitivo en nuestra muerte» .

5. - A estas ventajas se añade la de ser oración en común:

«Es la oración, y sobre todo la oración común, una de las armas que hemos de emplear en estos combates pues Dios le ha concedido eficacia ilimitada y es infalible en sus resultados cuando es hecha con las condiciones requeridas “Pedid, dice el Señor, y recibiréis, buscad y hallaréis, golpead y se os abrirá» (Lc. 11,9).

6. - «Y, en definitiva, ¿por qué oramos a María?» Él mismo responde:

«Porque ningún bien nos rehúsa por ser sus hijos, ni Jesucristo le niega nada porque es su Madre» .

Esta frase resulta clave en las pastorales de Monseñor Cayzedo.  Teniendo en cuenta el lema de su escudo episcopal, Monstra te esse Matrem, puesto a manera de jaculatoria mariana, es natural que insista en el tema incansablemente.  Mostrarse madre es conceder a sus hijos lo necesario para la salud eterna “ahora y en la hora de nuestra muerte”.

7. - No deja de lado en sus pastorales el tema de las repeticiones.  Y hay agudeza en la forma de tratarlo:

«Otro primor del Rosario consiste en unir las ventajas de la oración vocal y la mental; porque al pronunciar las oraciones que lo forman se las dirige al Redentor y a Nuestra Señora representándoselos en el misterio respectivo, lo cual no distrae, antes bien, fija la atención y mueve los distintos afectos del alma.
De esta suerte el pensar en los misterios gozosos, dolorosos o gloriosos da rica variedad a la repetición de unas mismas oraciones, pues no es lo mismo dirigirse a María en el pesebre con el Niño Dios en sus brazos, que dirigirse a ella en el calvario al pie de la cruz donde agoniza su Hijo o bien en el trono de la gloria, coronada por reina de todo lo creado» .

8. - Señala las enseñanzas que el Rosario contiene para la vida diaria del cristiano:

«En estos misterios encontramos también enseñanzas de las virtudes opuestas a las máximas del mundo.  La humildad se nos enseña en los misterios gozosos, en los dolorosos se nos muestra cómo hemos de sufrir las penas y trabajos de la vida y a mortificar la carne, estimulada en nuestros tiempos con tantos incentivos y los gloriosos nos dan aliento para luchar y combatir, esperando el premio eterno en el cielo, al que llega María coronada por reina del cielo y de la tierra» .

Este último aspecto lo trató largamente en su pastoral de 24 de septiembre de 1893 en Pasto, como lo anoté en su lugar .

Como arzobispo de Medellín fue incansable en reiterarlo, recordando así que el Rosario es al mismo tiempo el Evangelio hecho oración y ejercicio diario de virtudes cristianas.

El orden cronológico y los títulos de las siete pastorales escritas en Medellín son:

1ª: El Santo Rosario.  Oración vocal y mental.  Oración de la familia cristiana.  12 de septiembre de 1918, fiesta del Dulce Nombre de María .  67 años de edad.

2ª: Clero Antioqueño.  Amad a vuestros enemigos.  Unión de los católicos.  Nuestra gran defensa.  Palabras de Benedicto XV. 1 de septiembre de 1921 .  70 años de edad.

3ª: María Santísima y la gran herejía.  León XIII y la Masonería.  12 de septiembre de 1923, fiesta del Nombre de María .  72 años de edad.

4ª: defensa de la Iglesia por el Rosario.  8 de septiembre de 1925, Natividad de la Santísima Virgen . 74 años de edad.

5ª: El Santo  Rosario y los tres males modernos.  Horror a la vida modesta y de trabajo.  Horror al sufrimiento.  Olvido de lo eterno.  8 de septiembre de 1927, Natividad de Nuestra Señora .  76 años de edad.

6ª: María, acueducto de todas las gracias.  Oración y limosna.  24 de septiembre de 1929, día de Nuestra Señora de Las Mercedes .  78 años de edad.

7ª: El Santo Rosario.  24 de septiembre de 1931 .  80 años de edad.

Sexta pastoral sobre el Rosario: “Defensa de la Iglesia por el Rosario”, Medellín, 8 de septiembre de 1925.

La atención se detiene necesariamente delante de ésta y de la siguiente pastoral para escudriñar aspectos que le son propios de la investigación histórica y textual e invitan a dejar a un lado, por un momento, el campo de lo estrictamente pastoral.

El Prelado trata aquí un tema que se aparta de los que habitualmente caracterizan sus escritos sobre el Rosario y que hace preceder de las siguientes consideraciones:

«La Iglesia, sin despreciar los auxilios humanos que la Providencia le depara, pone toda su confianza en las oraciones y súplicas que eleva a Dios, pues si Jesucristo anunció a su apóstoles continuas tribulaciones, añadió: “tened confianza, yo he vencido al mundo”, (Juan, 16, 33), promesa que han tenido siempre presente los fieles redoblando sus ruegos y multiplicando sus oraciones y al paso que arrecian las acometidas del enemigo, acuden a ellos a la Santísima Virgen, constituida por Dios intermediaria para concedernos sus gracias, según las siguientes sapientísimas enseñanzas de Santo Tomás (Summa Theol.  III q. XXX, a I).

Cita en seguida al Santo Doctor de la siguiente manera:

«El Verbo para redimirnos quiso contraer una mística alianza con el género humano y para ello determinó obtener el libre consentimiento de la que había elegido para madre suya y que representaba en cierto modo a la naturaleza humana, quedando así María intermediaria para distribuirlas, puesto que “la gracia y la verdad fueron traídas por Jesucristo” (Juan 1,17), y así como no se puede ir al Padre sino por el Hijo, no se puede llegar a Cristo sino por su Madre Santísima. ¡Cómo brillan la sabiduría y la misericordia en estos divinos designios!  Creemos que la bondad de Dios en infinita y este pensamiento nos anima, pero creemos también que su justicia es infinita y nos llenamos de temor; adoramos al amantísimo Redentor que derramó su sangre y dio su vida por nosotros, pero tememos su justicia inexorable; por esta razón necesitamos de un intercesor que sea poderoso con Dios y al mismo tiempo lleno de bondad para no rechazarnos y que anime a los culpables con el recuerdo de la clemencia divina:  Esta es María, poderosa como que es Madre de Dios omnipotente, pero suave y clementísima.  Así nos la ha dado Dios, así la ha escogido Jesucristo por Madre suya y así nos la dio cuando desde lo alto de la cruz confió a sus cuidados y a su amor el género humano en la persona del discípulo amado, y así finalmente, se nos ha dado ella al aceptar el encaro de ser nuestra Madre.
Verdad reconocida por los cristianos en todos lo tiempos, unanimidad que es prueba de un sentimiento infundido por Dios y que nos impulsa a refugiarnos bajo el maternal amparo de aquella a quien podamos confiar nuestros deseos y nuestras obras, nuestra inocencia o nuestro arrepentimiento, nuestras penas y alegrías, nuestras súplicas y todos nuestros temores y necesidades con la esperanza de que las peticiones que no serían oídas por venir de nosotros pecadores, serán favorablemente acogidas y despachadas, gracias a la recomendación de la Santísima Virgen» .

En estos dos párrafos la cita textual de Santo Tomás solo ocupa las primeras líneas .  El resto del razonamiento, separado por una coma, no pertenece al Santo Doctor.  En párrafo aparte el Monseñor Cayzedo escribe:

«La sólida verdad de estos pensamientos nos procura inefable consuelo y al mismo tiempo nos inspira compasión por aquellos que, habiendo perdido la fe, ni honran a María ni la tienen por Madre» .

Podría el lector quedar convencido de que todo lo trascrito pertenece, al menos genéricamente, a Santo Tomás, pero quien haya leído con algún detenimiento  las encíclicas de León XIII sobre el Rosario, no podrá olvidar fácilmente este texto de la Octobri Mense:

«Conviene escrutar con gran piedad los designios divinos.  Queriendo el Hijo de Dios eterno tomar la naturaleza humara para redención y gloria del hombre y habiendo de establecer cierto místico lazo con todo el género humano, no hizo esto sin haber explorado antes el libérrimo consentimiento de la designada para Madre suya, la cual representaba, en cierto modo, la personalidad del mismo género humano, según aquella ilustre y verdadera  sentencia de Santo Tomás de Aquino: “En la Anunciación se esperaba el consentimiento de la Virgen en lugar del de toda la humana naturaleza” (Summa Theol. III, q. 30, a 1).  De lo cual verdadera y propiamente se puede afirmar que, de aquel grandísimo tesoro de todas las gracias que trajo el Señor, puesto que “la gracia y la verdad fueron traídas por Jesucristo” (Juan I, 17), nada, absolutamente nada se nos concede, según la voluntad de Dios, sino por María: de suerte que, así como nadie puede llegar al Padre sino por el Hijo, casi del mismo modo nadie puede llegar a Cristo sino por la Madre. ¡Cómo brillan en estos designios la misericordia y la sabiduría divinas!  ¡Cuánta conveniencia para la flaqueza y debilidad del hombre!  Creemos en su justicia y la veneramos y alabamos como infinita y tememos como juez inexorable a Aquel a quien amamos como conservador amantísimo, pródigo de su sangre y de su vida; por lo cual, de estos hechos se desprende que es enteramente necesario para los afligidos un intercesor y patrono que disfrute de tanto favor para con Dios y sea tan bondadoso que no rechace el patrocinio de nadie por desesperado que esté y levante a los afligidos y caídos con la esperanza de la clemencia divina.  Y esta misma es la esclarecidísima María, poderosa en verdad como madre de Dios Omnipotente; y lo que es todavía más halagador: Ella es afable, benigna y muy compasiva.  Así nos la ha dado Dios, pues por lo mismo que la eligió para Madre de su Hijo Unigénito, la dotó por completo de sentimientos maternales, que solo respiran amor y perdón; tal la anunció desde la cruz cuando, en la persona de Juan, su discípulo, le encomendó el cuidado y el amparo de todo el género humano; tal, en fin, se ofreció a sí misma que, habiendo recibido con gran valor aquella herencia de inmenso trabajo, legada por el Hijo moribundo, inmediatamente comenzó a ejercitar todos sus deberes maternales» .

El párrafo siguiente sí es original del Señor Arzobispo.  Al establecer esta confrontación de textos, que se hará aún más visible en la siguiente Pastoral, no quiero despojar de méritos el trabajo del Señor Cayzedo, cuando lo hago con sincero aprecio y admiración.  Mi intento es resaltar que he procurado investigar cuanto he podido en el origen de los documentos objeto de este estudio; que, con todo respeto, he leído hasta sus últimas frases y que en cada uno he tratado de destacar sus aspectos propios.

Es muy probable que otras personas hayan intervenido en la redacción de las cartas pastorales.  Al final de la siguiente propondré una serie de aclaraciones pertinentes.

Téngase presente que la encíclica Octobri Mense fue dada a conocer por León XIII el 22 de septiembre de 1891, cuando el Señor Cayzedo aún no era obispo y que transcurrieron treinta y cuatro años entre ella y la pastoral que nos ocupa.

Es importante, en cambio, recalcar que él trasmite a sus propias reflexiones de esta carta una altura teológica digna de todo aprecio.  Luego de haber leído la gran mayoría de sus pastorales debo reconocer cómo sabe comunicarse en un lenguaje que, siendo elevado, es claro, sencillo y exacto, imprimiéndole siempre sentido pastoral.

Séptima pastoral sobre el Rosario: “El  Santo Rosario y los tres males modernos.  Horror a la vida modesta y de trabajo.  Horror al sufrimiento.  Olvido de lo eterno” , Medellín 8 de septiembre de 1927.

Empezando por el titulo mismo, a quien haya tenido alguna familiaridad con las encíclicas de León XIII sobre el Rosario, esta pastoral también lo llevará de inmediato, por asociación de ideas, a establecer comparaciones con la encíclica Laetitiae Sanctae del 8 de septiembre de 1893.

Esto es innegable sobre todo a partir del numero 5 de la encíclica y de la segunda página de la pastoral.  Veamos ante todo, cómo llegan el Papa y el Arzobispo al enfoque del mismo tema, porque empiezan desde dos polos opuestos.

León XIII:

«A la santa alegría que Nos ha causado el feliz cumplimiento del quincuagésimo aniversario de Nuestra consagración episcopal, añádase una vivísima fuente de ventura: hemos visto a los católicos de todas las naciones unirse en imponente manifestación de su fe y de su amor hacia Nos, como hijos respecto de su padre.
Nuestro corazón anhela colmar de gracias por este beneficio a Nuestra dulcísima intercesora cerca de Dios, a su augusta Madre.  El amor particular de María que mil veces hemos visto manifestarse en el curso de Nuestra carrera, tan larga y tan variada, luce cada día mas claramente ante Nuestra carrera, tan larga y tan variada, luce cada día mas claramente ante Nuestros ojos, y tocando Nuestro corazón con una suavidad incomparable, Nos confirma en una confianza que no es propiamente de la tierra».

Pone de presente que la Santísima Virgen ha sido su consejera en las determinaciones tomadas a favor del pueblo de Dios; hace una evaluación de los frutos logrados con sus escritos anteriores sobre el «Santísimo Rosario» y manifiesta luego:

«El objeto principal de Nuestra carta no será, sin embargo, ni escribir un nuevo elogio de una plegaria tan bella por sí misma, ni excitar a los fieles a que la practiquen cada vez más.  Hablaremos de algunas preciosísimas ventajas que de ella se pueden obtener y que son perfectamente adecuadas a los hombres y las circunstancias actuales».

Está persuadido de que el Rosario es un verdadero manantial de bienes para los individuos y los Estados.  Cuánto se ha esmerado por el bien de las naciones:

«Pero existe un enorme numero de causas que en una sociedad civil relaja los lazos de la disciplina publica y desvían al pueblo de procurar, como debe, la honestidad de las costumbres.  Tres males nos parecen los más funestos para el común bienestar que son: el disgusto de una vida modesta y activa; el horror al sufrimiento y el olvido de los bienes eternos que esperamos».

Monseñor Cayzedo:

«Funestísima es la condición de los tiempos presentes: la relajación de las costumbres ha tomado aterradoras proporciones, la ola invasora de inmortalidad se manifiesta particularmente en la literatura obscena y en la alarmante incidencia de la moda.  La ennoblecedora virtud de la pureza, la más noble, la más bella, la más cara y también la más vulnerable de todas las virtudes aparece desterrada del mundo (...).
Estas reflexiones contristan a las almas piadosas y a las familias verdaderamente cristianas a las que Nos debemos fortalecer en la práctica del bien dándoles motivos de esperanza y consuelo.  Uno de estos motivos y no por cierto de los menos alentadores es la protección de María.  Ningún bien rehúsa la Virgen a los hombres, porque ellos son sus hijos; nada niega Jesucristo a María porque ella es su Madre.
La veneración y el culto a María que son propios de la religión Católica y absolutamente inseparables de ella, se traduce en variedad de manifestaciones; pero el Rosario parece que las compendia todas, porque en la primera parte del Avemaría se encierran todas las grandezas de la Madre de Dios, en la segunda todo lo que le pedimos y en la consideración de los misterios la vida entera de Nuestra Señora.
El objeto de la presente Pastoral no es hacer nuevo elogio del Rosario sino tratar de algunas preciosas ventajas que pueden alcanzar los que rezan devotamente, ventajas muy a propósito para las circunstancias de nuestros tiempos, entre las cuales hay muchas que relajan los vínculos de la sociedad y pervierten las buenas costumbres.
Tres males sobre todo son los más funestos: el horror a la vida modesta y de trabajo; el horror al sufrimiento y el olvido de los bienes eternos, para los cuales hemos sido creados».


Refiriéndose al primero de estos males, escribe León XIII:

«Nos deploramos —y aquellos mismo que todo lo atribuyen a la ciencia y al provecho de la naturaleza reconocen el hecho y lo lamentan—  que la sociedad humana padezca de tan espantosa lacra, y es que se menosprecian los deberes y las virtudes que deben ser ornato de una vida sencilla y ordinaria.
De donde nace que en el hogar doméstico los hijos se desentiendan de la obediencia que deben a sus padres, no soportando ninguna disciplina (...)  De ahí viene también que los obreros abandonen su oficio, huyan del trabajo y, descontentos de su suerte, aspiren más alto, deseando una quimera igualdad de fortunas; movido de idénticas aspiraciones los habitantes de los campos dejan en tropel su tierra natal para venir en pos del tumulto y los fáciles placeres de las ciudades.
A esta causa debe atribuirse también la falta de equilibrio entre las diversas clases de la sociedad: todo está desquiciado: los ánimos carcomidos por el odio y la envidia, engañados por falsas esperanzas, turban mucho la paz pública, ocasionan sediciones y resisten a los que tienen la misión de conservar el orden.
(...) Que los Misterios Gozosos sean indicados a la multitud y puestos ante los ojos de los hombres a modelo de cuadros y virtudes: cada uno comprende cuán abundantes son y cuán fáciles de imitar y propios para inspirar una vida honesta los ejemplos que de ellos pueden sacarse y que seducen los corazones por su admirable suavidad.
Aparece a la vista la casa de Nazaret, aquel domicilio a la vez divino y terrestre de santidad.  ¡Qué modelo tan hermoso para la vida diaria: qué espectáculo tan perfecto para la unión del hogar!  Reinan allí la sencillez y la pureza de costumbres, un perpetuo acuerdo de pareceres; un orden que nada perturba; la mutua indulgencia; el amor, en fin, no es un amor fugaz y misterioso, sino fundado en el cumplimiento asiduo de los deberes recíprocos y verdaderamente digno de cautivar todas las miradas».


Y el Señor Arzobispo:

«Del horror a la vida modesta y de trabajo nace el menosprecio  de los deberes y virtudes que deben ser el ornato de la vida de familia; de ahí la rebeldía de los hijos con su padres; de ahí que los trabajadores, descontentos de su suerte, busquen una imposible igualdad de fortunas; de ahí que los habitantes de los campos abandonen la sabrosa tranquilidad de sus hogares para venir en busca del tumulto y dañinas diversiones de la ciudad; todo lo cual produce el desequilibrio social:  hoy todo está desquiciado y los ánimos roídos por la envidia y el odio y esto hace que muchos, engañados con falsas promesas, turben la paz pública con motines sediciosos».

Luego de un extenso comentario a los misterios gozosos en el que expone sus propias ideas sobre el tema, continúa:

«La casa de Nazaret, asilo a la vez terrestre y divino de la santidad, presenta ejemplo perfecto de la paz doméstica, de sencillez y pureza de costumbres.  Reina allí perfecto acuerdo de pareceres, un orden que nada perturba y un amor que embelesa y encanta, por que está fundado en el cumplimiento de los deberes recíprocos.  Las personas de la Sagrada Familia trabajan materialmente para ganar lo necesario con qué sostener una vida modesta con el sudor de su frente, pero sin buscar lo superfluo».

Me haría interminable si continuara la comparación de los dos textos.  Creo suficiente lo expuesto aquí para dar clara idea de la condición de ambos documentos.  Mi intención al presentarlos, como lo he hecho, es simplemente registrar, como investigador, este hallazgo interesante.

El lector podría sorprenderse de que el Señor Cayzedo no hubiese citado el nombre de León XIII, ni en esta, ni en la anterior carta, como ocurrió a menudo en otras pastorales y tampoco, al menos globalmente, las encíclicas de donde tomó literalmente varios pasajes.  Solo él hubiera podido explicarlo, en el caso de haberse presentado la coyuntura de presentárselo discretamente.  Considero, sin embargo, oportuno tener presente que:

1. - Ideas semejantes a las aquí expuestas las escribió en Pasto, en su primera pastoral sobre el Rosario, 24 de Septiembre de 1893, solo 16 días después de publicada la encíclica que nos ocupa.  No creo posible, de acuerdo con la distancia y los medios de comunicación de entonces, que Monseñor Cayzedo, en el momento de firmarla y mucho menos durante el periodo de redacción (pongámosle 30 días), hubiese conocido el texto papal.

2. - La encíclica es mucho más extensa que la pastoral y trata de otros temas además de los comprendidos en «Los Tres Males».

3.- Como lo hemos comprobado, hay frases tomadas al pie de la letra, pero también hay párrafos completamente propios del Arzobispo, tomados incluso de otras pastorales suyas.

4. - Entre el día de la publicación Laetitiae Sanctae y la 7ª pastoral, median treinta y cuatro años, dos obispados anteriores; el Arzobispo, que cuando León XIII público su encíclica, tenía cuarenta y dos años, ahora contaba con setenta y seis; mucha lucidez mental supone tener presente durante todo ese tiempo el texto Pontificio; onda huella debió dejar su recuerdo en el corazón del pastor. Gobernaba Pío XI la Iglesia, el tercer Papa después de León XIII; la inmensa mayoría del clero activo en ese momento quizá ni conocía el texto de la Encíclica, mucho menos los fieles.

5. - El método de crítica textual de la época no exigía ceñirse tan severamente a la obligación de citas exactas sobre todo tratándose de un documento pastoral.  Que difícil sería el acceso a fuentes como Acta Sanctae Sedis o Acta Leonis XIII en parroquias rurales.

6. - Quedan aún posibilidades como la de que cuando el Señor Cayzedo conoció la encíclica  y comprobó que se asemejaban «Los tres males» con los planteamientos de su pastoral de Pasto, lo hubiese acogido con entusiasmo y hubiese esbozado ya un proyecto para una pastoral ulterior que solo vino a publicarse mucho después, cuando le era difícil recordar sus orígenes o también que le hubiese confiado a un secretario ad hoc la redacción de la pastoral, suministrándole sus apuntes de otros tiempos, sin que el elegido supiese a ciencia cierta su origen.

7. - Lo importante en una pastoral del tiempo que recorremos era el bien que pudiera producir su mensaje, sin escrutar demasiado las fuentes de inspiración.


Quedará para la eternidad al arzobispo Manuel José Cayzedo la gloria de brillar como un astro de primera magnitud entre los apóstoles del Rosario en Colombia.

Exceptuando los territorios de las diócesis de Santa Fe de Antioquia, de Santa Rosa de Osos y de Jericó, sus pastorales fueron leídas en todas las iglesias de esta densamente poblada región del país.

Transcurrieron treinta y ocho años exactos desde cuando, el 24 de septiembre de 1893, fiesta de Nuestra Señora de Las Mercedes, firmó en Pasto su primera pastoral sobre el Rosario, hasta el 24 de septiembre de 1931, cuando nos legó la última, en Medellín, a manera de testamento espiritual mariano. En ella recalca:

1. - Familia verdaderamente cristiana, reza todos los días el Rosario.

2. - Plegaria maravillosa por estar entrelazada con las oraciones más excelentes: el Padrenuestro, absolutamente perfecto, como obra de la sabiduría divina; el Avemaría, en su primera parte, inspirada por Dios, en la segunda, compuesta por la Iglesia.

3. - Es también oración mental, porque al recordar los misterios, encauza las oraciones a Nuestro Señor y a María Santísima, representándoselos en el misterio respectivo con lo cual se fija la atención y mueve a distintos afectos.

4. - En estos misterios encontramos enseñanzas opuestas a las máximas del mundo.

5. - Es oración fácil para todos.


El 2 de junio de 1937, a las tres de la tarde, se durmió en los brazos de la Reina del Sacratísimo Rosario .


Tomado de la Revista Regina Mundi, nro 58