miércoles, 28 de mayo de 2014

ESPIRITUALIDAD Y PRESENCIA MARIANA, SU DIMENSIÓN EN LA VIDA DE LA IGLESIA.



Pbro. José Manuel Tobar C.
Sociedad Mariologica Colombiana


“Gracias infinitas te sean dadas, mi Dios por las maravillas de tu amor realizadas en María. Alabanzas eternas te sean dadas, María, por el amor y la gloria que hoy tributan todos enteramente a la Santísima Trinidad”.

(Cfr: San Juan Eudes: “El Corazón admirable” VII, 224).


INTRODUCCIÓN

María Santísima aparece como prototipo o modelo; pues Ella es la realización cumplida del Proyecto de Dios, y por tanto, ejemplo perfecto de lo que Dios quiere realizar en su Iglesia y en el mundo, de lo que nosotros debemos imitar.

Procuraremos abordar en este trabajo en su presencia actuante y viva, lo mismo que en los lineamientos de una sólida espiritualidad mariana, que suscita en nosotros un sentido de adhesión de apertura, de amor y de fe, hacia la Iglesia fundada por su Hijo Jesús, Cristo y Señor de la historia. Iglesia que peregrina con alegría en este Nuevo Milenio de salvación.


“En el campo de la Espiritualidad, que hoy suscita un amplio interés, los estudiosos de la Mariología deberán mostrar la necesidad de una inserción armónica de la “Dimensión Mariana” en la única espiritualidad cristiana, porque ella enraíza en la voluntad de Cristo.”
(Juan Pablo II).


PARTE I: ESPIRITUALIDAD MARIANA

Al hablar de espiritualidad nos referimos a la vida espiritual o vida según el Espíritu Santo. Caminar en el espíritu, vivir el espíritu (Rom 8:9).

Nos referimos a la vida comunicada por Cristo. Consiste en la participación en su misma vida (Col 3:3, Gal 2:20).

Esta espiritualidad se refiere a cada persona creyente y a toda la comunidad eclesial. Se entiende pues como misterio (signo portador de Cristo), como comunión (fraternidad, cuerpo, pueblo) y como misión (Iglesia enviada a anunciar a Cristo).


NATURALEZA DE LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA

Su relación con María

Se trata de buscar una inserción armónica de la dimensión mariana en la única espiritualidad cristiana.

María manifiesta desde el comienzo una apertura total a la persona de Cristo, a su obra y a su misión (RMA 39). Ella acoge y entiende la maternidad como la devoción total de sí, de su persona al servicio de los designios salvíficos del Altísimo. Se constituye pues en "Tipo" de la Iglesia, como su modelo, su ayuda y personificación.

La vida en Cristo además, moldea los propios criterios, escala de valores y actitudes en un proceso de configuración y de relación amistosa con Él. La vida en el Espíritu transforma a la persona por un proceso de unificación o de iluminación interior hasta hacerla transparencia o testigo del mismo Cristo (Jn 15:26).

El Espíritu Santo que es espíritu de Amor, es prenda, garantía o sello en este proceso de perfección espiritual. Por lo tanto la vida espiritual se concreta en el discernimiento de la acción del Espíritu y en la fidelidad generosa respecto a su presencia (Actitud relacional) su Luz (Apertura) y su acción (compromiso).

¿Cuál será entonces el puesto que María ocupa en este dinamismo o proceso de espiritualidad?

En primer lugar podemos afirmar que María está presente de modo activo y materno en todo el camino de la vida espiritual: Vocación (Llamada/Respuesta), Contemplación (Relación personal con Dios), Perfección (Virtudes, Dones, Ascética, Mística), Comunión (Construcción de la vida fraterna en la caridad de Cristo), Misión (disponibilidad misionera).

A su vez la Iglesia con María y su ayuda aprende a responder a la llamada de Dios, a recibir la Palabra, a contemplar, a asociarse a Cristo para amar con Él (perfección) y a servir a la comunidad unificándola y a vivir su dimensión misionera: ser signo claro e instrumento portador de Cristo para todos los hombres.

“Los fieles por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda la comunidad de elegidos como modelo de virtudes”. (LG nro 65).


Espiritualidad y sus problemas derivados de ella

Tratándose de la vida según el Espíritu (Vida Espiritual) se hace necesario tener en cuenta al hombre concreto en su propia cultura y en su situación concreta.

Respecto a la Espiritualidad Mariana hay que evitar las tensiones actuales entre Vida Interior y Acción Apostólica, Carisma e Institución, Consagración y Servicio, Encarnación y Trascendencia. Debe buscarse ante todo una armonía y una integración enriquecedora.

Todo tema mariano si es auténtico - Se profundiza científicamente (Teología).
- Se desarrolla para poderlo anunciar (Pastoral).
- Debe llevar a una vivencia (Espiritualidad).

El tema de María pone de relieve la humanidad de Cristo y por consiguiente la dimensión antropológica de la espiritualidad. Hace resaltar la filiación Divina de Jesús (Dimensión Trinitaria, Cristología, Pneumatológica de la espiritualidad).

Asociada al Redentor subraya la colaboración del hombre a la salvación (Dimensión Salvífica - Misionera de la Espiritualidad). María a su vez aparece como la Mujer Tipo de la Iglesia, Esposa, Virgen Fiel y Madre Fecunda (Dimensión Eclesial de la Espiritualidad (LG nro 63 a 65).

Todas las tensiones de la espiritualidad mariana, encontrarán la armonía unificante en un corazón que recibe la Palabra de Dios meditándola en el corazón como María (Dimensión Contemplativa).

La espiritualidad cristiana es también eminentemente litúrgica, como vivencia y celebración del Misterio Pascual.

Existe espiritualidad cristiana en la medida en que se viva la comunión de la Iglesia y en esto María es ejemplo e instrumento. (Hch 1:14).

Las tensiones entre Vida Interior (Carisma, Consagración) y Vida Apostólica (Acción, Servicio) se convierten en enriquecimiento cuando se viven como Iglesia Peregrina y se identifica con María Glorificada en el Cielo (Dimensión Escatológica).

Inmanencia y trascendencia se armonizan en una fe viva en el misterio de la Encarnación del Verbo.

“La Espiritualidad como fe vivida o vida de la Fe (RMA nro 48); es una adhesión personal profunda a Cristo, Dios, Hombre y Salvador, relacionada con la vivencia de María Madre, Virgen asociada a Cristo, con el ejemplo y ayuda de María, se acude a aceptar a Cristo vivencialmente como perfecto Dios y perfecto Hombre, que quiere salvar por medio del hombre. Entonces la espiritualidad cristiana encuentra su sello de garantía”.


NATURALEZA DE LA ESPIRITUALIDAD MARIANA

Al hablar de espiritualidad mariana nos referimos no solo a la doctrina de la fe, sino también a la vida de la fe, María es tipo y ejemplo acabadísimo de la fe y de la caridad (LG nro 53) de donde se desprende por parte de la Iglesia no sólo la súplica e intercesión sino también el efecto de piedad filial.

María es la realización perfecta de la Iglesia redimida; la hermana de nuestra humanidad; de ahí se deriva una espiritualidad fundamentalmente caracterizada por su imitación, especialmente en su receptividad al Don de Dios, en su humildad y en su atención a la Palabra.

Es de anotar que, espiritualidad no es sinónimo de culto, de piedad o de Ascética, sino que es una actitud mas profunda. Es un aspecto o modalidad arraigada en la misma espiritualidad cristiana.

Su legitimidad tiene que especificarse como valoración vital de la referencia a María sobre la base de la Palabra de Dios y de la experiencia eclesial, pero de manera que quede siempre inserta en la espiritualidad cristiana y sea funcional a ella.

En cuanto a la estructuración de la espiritualidad mariana como punto focal tenemos dos elementos fundamentales a saber: La Presencia Sobrenatural de María y su influencia en la vida espiritual.

La Espiritualidad Mariana es pues, una realidad histórica en la vida y doctrina de la Iglesia, de ella dan fe sus testigos y maestros (Ej: San Luís María Grignon de Montfort).

La expresión ascética y mística mariana indica un proceso de la vida espiritual que tiene a María como modelo y medio peculiar de esta misma vida.

En los documentos magisteriales María aparece entonces como “modelo de vida espiritual” (M nro 21), “Itinerario de Fe” (RMA nro.2, 47, 48, 49), “Presencia Activa y Materna” (RMA 1, 24).

La actitud relacional de la Iglesia con la Virgen presupone la presencia de María; presencia que es: Afectiva, Efectiva, Recordada y Vivida. Su presencia en medio de la Iglesia está en relación con la presencia de Cristo Resucitado (el que asocia a María en la obra de la salvación), exige de nosotros una mayor profundización.

Ejemplo: Cuando en la Anunciación María dice: ¿Cómo es posible, pues no conozco varón? (Lc 1 34). No objeta propiamente el hecho de su virginidad, sino que pregunta cómo puede participar en la historia de la salvación, a lo que el Ángel le recuerda que el acontecimiento salvífico, es manifestación de la Omnipotencia Divina, “Nada es imposible para Dios”.

Como dato fundamental podemos entonces afirmar:

Si por espiritualidad mariana se entiende la docilidad a las gracias (o carismas) del Espíritu (a modo de vida según el Espíritu (Gal 5:25) la Espiritualidad Mariana será una actitud de fidelidad a lo que el Espíritu Santo comunica a la Iglesia en relación con María.

La Espiritualidad Mariana ayuda a la Iglesia a vivir una relación esponsal con Cristo.

María pertenece indisolublemente al Misterio de Cristo (RMA nro 31) y el Misterio de la Iglesia (RMA nro 27).

Los contenidos fundamentales de la espiritualidad mariana de la Iglesia a saber son:

1. “Actitud vivencia” de los temas marianos, orientada hacia un afecto de piedad filial que incluya: conocimiento, imitación, relación, petición y celebración.

2. Relación de “Intimidad” con María, a modo de comunión de vida (RMA nro 45), viviendo la realidad de su presencia en la vida de cada persona y de cada comunidad eclesial.

3. Aceptación efectiva de su “Influjo Salvífico”: (LG nro 60), es decir, dejarla entrar y actuar en todo el espacio de la vida interior, es decir, en el yo humano y cristiano.

Esta realidad Mariana, de la Iglesia hace descubrir y vivir la presencia activa y materna de María en todo el proceso de perfección o de la vida espiritual: Virtudes Morales y Teológicas, Dones del Espíritu Santo.

Todos participamos de la fe de Aquella que permanece en el corazón de la Iglesia como un bien que debe desarrollarse en un proceso de santificación y de misión.

Relación entre ambas: Influjo Salvífico de María y Piedad Filial de la Iglesia; se entrecruzan en el camino de la vocación, la Contemplación, la Comunión y la Misión.

Teología de la Espiritualidad Mariana - Presencia
- Afecto
- Respeto
- Ayuda como Mediación Materna.


Vida Espiritual de la Iglesia - Conciencia
- Afecto
- Imitación
- Petición


Se resalta la actitud relacional con María, viviendo su presencia activa (Modelo e Influjo de su Maternidad e Intercesión); vivir con María y como Ella en la asociación a la vida y a los misterios de Cristo.

En lo vivencial se sitúa por tanto la Espiritualidad Mariana (basada en la Teología y apuntando hacia la pastoral). Se estudia la vida de la fe de la Iglesia en relación con María. En este camino histórico de fe, hacia el encuentro definitivo con Cristo, la Iglesia experimenta a María, quien “Precede con su Luz al peregrinante pueblo de Dios, como signo de esperanza cierta” (LG nro 68).

La actitud de la Iglesia con respecto a María es por lo tanto actitud relacional (oración, contemplación), actitud imitativa (fidelidad, virtudes), actitud celebrativa (Liturgia, centrada en el Misterio Pascual), actitud experimental (vivencia de los santos, de los fieles y actitud sapiencial (Teología).

María, es Tipo de la actitud de la Iglesia respecto al Verbo (palabra de Dios) y al Espíritu.

La Espiritualidad Mariana es el tipo de la Espiritualidad de la Iglesia, como actitud de apertura al Verbo Encarnado, bajo la acción del Espíritu Santo, según los designios salvíficos del Padre.

Vamos por tanto mucho más allá del simple culto o devoción.

“Queda excluido un desarrollo de la piedad mariana en línea unidireccional, que haga perder el sentido de las proporciones y podría llegar a ocupar todo el espacio de la vida espiritual en detrimento del culto a la Trinidad”


DIMENSIONES FUNDAMENTALES DE LA ESPIRITUALIDAD MARIANA

1) Dimensión bíblica:

La espiritualidad es ante todo una actitud de escucha a la Palabra; en esto María es maestra y modelo (Lc 2:19 - 51).

Se trata de ver las líneas de espiritualidad que sobresalen en los textos inspirados en la Escritura relacionados con María en el campo de la espiritualidad. Estos son en resumen:

Presencia y cercanía salvífica de Dios. EJ: La expresión “Emmanuel” (Is 7:14), el Verbo Encarnado (Jn 1:1 - ss), (Lc 1:31 - ss). Deducimos entonces que la Espiritualidad Mariana es ante todo aquí una actitud de adhesión y fidelidad a Cristo el Verbo Encarnado y Redentor (Epifanía y Palabra Salvífica de Dios).

Alianza esponsal: María dice el sí a la Nueva Alianza (Lc 2:38) convirtiéndose en la nueva Eva o esposa del nuevo Adán (Jn 2:4).

Aquí la Espiritualidad Mariana tiene sentido esponsal de Asociación de la Iglesia a Cristo (Efs 5:25 - 27).

María primer anuncio o kerigma de la Iglesia Primitiva. Ella borra parte de este anuncio misionero como la Mujer (Gal 4:4 - 7) de la que por obra del Espíritu Santo nace el Salvador.

Ella es Tipo de la comunidad eclesial que vive, anuncia y comunica el Misterio de Cristo en toda su integridad. La fidelidad de María al Misterio de la Encarnación, se muestra en su actitud de pobreza como Tipo de la Fe y de la acción Materna y Evangelizadora de la Iglesia.

María: La Hija de Sión. (SOF 3:14). La que recibe al Salvador con una actitud de fidelidad generosa.


Líneas de Espiritualidad Mariana (Resumen de la dimensión bíblica).

Fe de María (Lc 1:38 - 45).

Modelo de la fe eclesial (Personificada en la Hija de Sión).

Su -sí- a la Alianza (Ex 24:7).

Su Alabanza a Dios (Relación del Magníficat con los salmos).

Contemplación de la palabra en su corazón (Lc 2:19 - 51).

Su vida escondida con Cristo en Nazareth (Lc 2:39 - 52).


2) Dimensión trinitaria, cristológica y pneumatológica.

La vida espiritual tiene siempre una dinámica trinitaria. En María, la Iglesia venera a quien es Madre de Dios Hijo. Hija predilecta del Padre y Sagrario del Espíritu Santo (LG nro 53).

Los ejercicios de piedad marianos deben expresar claramente la nota trinitaria y eclesiológica que le es esencial (Mc 25).

Respecto a la dimensión pneumatológica hay que recordar que María es Templo del Espíritu (Lc 1 - 35). Ella está siempre en disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu (RMA nro 13). Su Fiat fue determinante para recibir en su seno al Verbo bajo la acción del Espíritu Santo.

La Espiritualidad Mariana es actualización del sí de María como respuesta a la Alianza. La nube del Sinaí (Ex 40:39) en la Primera Alianza, simboliza la acción del Espíritu Santo que cubre a María en el momento de realizarse la Alianza definitiva.

En Pentecostés María imploraba con sus acciones el don del Espíritu Santo.


3) Dimensión eclesial, comunitaria, litúrgica, ecuménica y escatológica

La Espiritualidad Mariana es eminentemente Eclesial. María está presente de modo activo y materno, en el camino de la Iglesia.
Si amor a la Iglesia se traduce en amor a María y viceversa. No se puede hablar de Iglesia si no está presente María (Mc 38).

Ella es figura de la Iglesia por ser signo portador de Cristo (Iglesia Misterio), comunidad de hermanos (Iglesia Comunión), para la salvación de toda la humanidad (Iglesia Misión).

Este Cuerpo Místico es el que se confía a María (he ahí a tu hijo) y encuentra en Ella el amor y la acción materna de un nuevo nacimiento (he ahí a tu Madre).

La Espiritualidad Mariana se convierte en comunión eclesial, puesto que es una actitud de fidelidad a la Palabra y a la Acción del Espíritu Santo.

La unidad o comunión de la Iglesia (reflejo de la comunión trinitaria de Dios Amor); María con su presencia y su oración es principio de estímulo y comunión. María en Pentecostés. (Hch 1 - 14).

María hace que la Iglesia encuentre en ella a su maestra de vida espiritual. Ella es modelo en ese proceso de escuela, respuesta y devoción, es decir, modelo de consagración total a la persona y a la obra de su Hijo.

La “Lex Credendi, Orandi, Vivendi” se hace Lex Amandi en la vida comunitaria familiar, con la presencia activa y materna de María.

María glorificada (Escatología) en los cielos en cuerpo y alma es la imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en la vida futura. Ella antecede con su luz al pueblo de Dios que peregrina como signo de esperanza y de consuelo hasta que llegue el día del Señor.

No es objetivo de este trabajo profundizar más en la dimensión ecuménica, solo digamos que debemos profundizar más en la riqueza de la Mariología y la Patrística de nuestros hermanos en la Iglesia Católica de Oriente, a fin de enriquecer nuestro bagaje teológico.


4) Dimensión espiritual que deriva de los títulos marianos

Podemos afirmar que los títulos que la Escritura y la tradición atribuyen a María, son un aspecto de la gracia redentora aplicada a Ella de modo particular.

“Redimida de un modo eminente en atención a los futuros méritos de su Hijo y a Él, unidad con estrecho e indisoluble vínculo”.

La Espiritualidad Mariana (como la cristiana) forma parte de los deberes de los hombres redimidos. Respecto a María Santísima estos deberes se concretan en amarla, imitarla, invocarla y celebrarla.

Para estudiar la función universal (Espiritual) de los títulos marianos se tendrá en cuenta cada uno de los aspectos aplicables a estos títulos a saber:

Unión con Cristo y colaboración salvífica;

Vivencia de María respecto a las gracias recibidas;

La fuente de Espiritualidad para la Iglesia;

La evidencia de cada título en el camino de la contemplación y de la perfección;

La celebración de cada título en la Liturgia; y

El influjo de cada título en la historia salvífica.


María tipo, Influjo, ayuda, Iglesia como María.

Espiritualidad Mariana que se deriva a partir de:

Su maternidad y meditación.

María Madre del Señor (Lc 1:43). La mujer de quien nace Cristo Hijo de Dios (Gal 4:4). La maternidad de María hace relación a la persona de Jesús, el Hijo de Dios; es pues Madre de Dios en cuanto a la Concepción y Nacimiento Humano del Hijo de Dios.

Su asociación a Cristo Redentor.

La maternidad de María indica pues, una relación especial (esponsal) respecto a su hijo, como figura de la Iglesia esposa (Apoc 12:1ss, LG nro 63 - 65).

La Espiritualidad Mariana de la Iglesia respecto a María su Madre, se puede a su vez concretar en diversas actitudes:

1) Actitud Relacional: Aquella que tiene en cuenta una presencia activa y materna de María.

Actitud de Imitación: Especialmente respecto a su actitud virginal que la hizo Madre de Dios y Madre Nuestra.

Actitud de Amor Filial: Que incluye la alegría por el lugar que ocupa en los planes de Dios.

Actitud de Dependencia Respecto a su Maternidad: Que es de influjo salvífico puesto que cuida de los hermanos de su Hijo cuya generación educa y coopera (LG nro 62 - 63).

Actitud de Petición: Tanto en la oración privada como en la litúrgica reconociendo su función Materna.

Actitud de Comunión de Vida: Que traduce la actitud relacional en interrelación familiar permanente para la configuración con Cristo por obra del Espíritu.

El Concilio Vaticano II, nos muestra como la mediación mariana es: subordinación a Cristo, participación en su única mediación como figura de la Iglesia, cooperación e Intercesión (LG nro 60 - 62). La Encíclica RMA relaciona a su vez la Mediación y Maternidad: indica la presencia Activa y Materna de María en la Iglesia. (Cfr Hch 1:24, 28, 48, 52).

María es Tipo de esta Iglesia Mediadora. Ella ocupa un puesto singular en el modo de participar en la única mediación de Cristo.

La Espiritualidad Mariana que deriva de la mediación se concreta en:

1. Actitud relacional de unirse a la oración de María y pedir su intercesión.

2. Imitación de su modo de actuar (en la comunión de los santos y de la Iglesia).

3. Actitud de servicio por parte de los carismas recibidos para edificar la Iglesia.

4. Actitud de fidelidad a la gracia de Cristo, para que María pueda realizar su mediación Materna.

5. Actitud de agradecimiento al Señor por su mediación Materna.

6. Actitud de autenticidad, (reconociendo la realidad de la mediación materna en la propia vida y en la Iglesia).

7. Actitud de sentido y amor a la Iglesia, como conjunto de mediaciones que encuentra en María Santísima su Tipo y Madre.

Con respecto a su santidad y glorificación podemos afirmar:

María la llena de gracia (Kejaritomene), ha sido plenamente transformada por la acción salvífica de Dios. El don que ha recibido (don de la gracia) es conforme a su misión de Madre de Dios, asociada a Cristo y amada por Dios de modo permanente, es la Toda Santa, sin pecado personal, ni original, siempre abierta y fiel a la acción de la gracia.

“La Santísima Virgen con sus buenas obras, hizo crecer desmesuradamente el tesoro de las gracias, sus buenas obras fueron objetivamente excelentísimas durante toda su vida y subjetivamente perfectísimas, incontables, singularmente eficaces para aumentar el tesoro, ya en sí urgente de la gracia santificante que le fue concedida”.

Ella por ser Inmaculada fue enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular.

Esta santidad no excluye un proceso o crecimiento que equivale a su respuesta fiel a las nuevas gracias y a las nuevas situaciones.

Matices que se derivan de esta santidad mariana y que nos ayudan a profundizar en la Santidad cristiana serán:

Fidelidad a la gracia, a la acción y a la vida divina en el corazón y en la comunidad.

Fidelidad a los planes salvíficos de Dios y su repercusión en toda la humanidad.

Fidelidad a la Palabra de Dios y a la acción del Espíritu Santo (virtudes y dones).

Perseverancia en el camino oscuro de la cruz (unión con Cristo en su caminar hacia la cruz).

Apertura total al primer amor (Apoc 2:4).

Responsabilidades a las propias acciones positivas y negativas respecto a toda la familia humana y a la historia.

Sentir la vocación eclesial a la santidad, colaborando en la renovación y misión de la Iglesia.


Espiritualidad derivada a partir de la virginidad de María

La virginidad de María tiene una dimensión Cristológica: Ella se consagró totalmente a la persona y a la obra de su Hijo (LG 56).

También una dimensión eclesiológica: como tipo de la Iglesia Virgen (y esposa) fiel.

María es Virgen en toda su interioridad (Virginita Cordis). Abierta a la declaración de amor por parte del Dios de la Alianza, sellada por la Sangre de Cristo su esposo. En el corazón y en todo el ser de María; entra plenamente la palabra de la Nueva Alianza, que es el modelo de respuesta que debe dar la Iglesia-Esposa: Haced lo que Él os diga (Jn 2:5).

La Espiritualidad Mariana será entonces eminentemente eclesial por ser:

Camino de Vocación: Llamada a correr la misma suerte de Cristo Esposo.

Camino de Contemplación: Apertura relacional a la palabra de Cristo Esposo.

Camino de Perfección: Para unirse y configurarse con Cristo Esposo bajo la acción del Espíritu Santo.

Camino de Comunión: Como vivencia de una familia centrada en Cristo Esposo y como reflejo de la comunión trinitaria.

Camino de Misión: Para llevar a efecto los intereses de Cristo Esposo.

Recobra aquí valor el sentido del desposorio en todas sus dimensiones. En la virginidad de María aparece la novedad de la vida espiritual cristiana, como caridad de desposorio con Cristo.

De su Asunción y pobreza podemos afirmar:

La glorificación de María indica su realeza como “coronada”. Por el hecho de ser Madre de Cristo Rey, asociada a su obra salvífica, excelsa por su santidad. Es pues Reina por Maternidad, por Asociación y por Excelencia.

Su asunción y realeza indican una glorificación final que, como fruto de la resurrección de Cristo, ya se ha realizado en María.

Ella, glorificada en los cielos en cuerpo y alma es imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro siglo. (LG nro 68).

Ella antecede con su luz al pueblo de Dios peregrinante como signo de esperanza y de consuelo hasta que llegue el Día del Señor. De su Asunción y Realeza se derivan las siguientes líneas para una vivencia de espiritualidad Mariana:

Dimensión de inserción en el presente para hacerlo pasar, por el amor hacia la vida definitiva.

Dimensión de Trascendencia: Que apunta hacia el encuentro final (Escatología).

Dimensión de Esperanza: Confianza en la garantía que ya se tiene que llegar, y en la tensión hacia una meta a la cual no se ha llegado todavía.

Dimensión de Antropología Integral: Puesto que el ser humano forma una unidad Cuerpo-Alma cuya separación no puede ser definitiva.

Dimensión de Gozo Pascual (Anticipado): Al considerar y celebrar algo que es parte integrante de la historia humana y que por la comunión de los santos pertenece a todos: La Glorificación de María.

Es de anotar que la actitud contemplativa de la Iglesia es una actitud profundamente Mariana “Escuchar” la palabra con el “corazón” abierto a los planes de Dios (Lc 2:19 - 51).

En el evangelio de Juan el discípulo amado recibe a María en comunión de vida. Contemplar (theorein) significa ver a Jesús.

La Fe contemplativa de María aparece como modelo de la fe contemplativa de la Iglesia. Su silencio gozoso, activo y admirativo, dentro de la oscuridad de la fe. La reflexión y los afectos pasan a ser aceptación amorosa y gozosa del misterio admirando los designios de Dios con un silencio de donación total de sí.

“Dios mismo fue el objeto de sus emociones, de sus expansiones y de sus expresiones durante estos tres meses en Ain Karim”.

No obstante María aparece como modelo de apertura total a la palabra y de asociación esponsal con Cristo. (Tema desposorio que es un clásico en las expresiones de contemplación.

La Iglesia encuentra en María un modelo y ayuda en este proceso contemplativo para asemejarse cada día más a su Esposo (LG 65).

María es la Mujer que consintiendo en los planes de Dios y asociándose a Cristo, es “Tipo de Iglesia”, para la unión perfecta con Cristo.

En el campo de la perfección y de la comunión podemos decir:

La Santidad o Perfección Cristiana consiste ante todo en la caridad. En Dios esta caridad es “comunión”, máxima unidad de devoción mutua.

En cada comunidad debe reflejarse ante todo la comunión trinitaria.

La Iglesia está llamada a ser unidad o comunión en el corazón con los hermanos.

María es Nuestra Madre en el orden de la gracia: Cooperó a la obra del Salvador con la obediencia, la fe y la esperanza ardiente.

Todo proceso de perfección es un camino de virtudes y de dones (para vaciarse del falso yo y unirse a Dios). María está en todas las etapas de este proceso de purificación, iluminación y unión (Éxodo, Desierto, Jerusalén). El desposorio de la Iglesia con Cristo tiene a María como modelo y ayuda. (LG 65).

María/Camino de Perfección Purificación: María Inmaculada
Iluminación: María fiel a la palabra.
Unión: María asociada a Cristo.

La presencia activa y materna de María guía a la comunidad: Ella que asistió con su oración a la Iglesia Naciente (Hch 1:14). Ahora también asunta en el cielo y ensalzada sobre todos los bienaventurados continúa intercediendo eficazmente ante su Hijo.

Su presencia en cada comunidad, ayuda a proseguir un camino de perfección y que es a la vez camino de comunión.

La Comunidad Eclesial en y con María se convierte en comunidad que ora, celebra, ama y santifica.

Ella se hace escuela de generosidad y de perfección evangélica a saber:

Su desposorio con Cristo (castidad).

Su intercambio de bienes (pobreza).

Su unión de voluntad (obediencia).


DIMENSIÓN MISIONERA DE LA ESPIRITUALIDAD MARIANA.

El camino de la Iglesia, misterio y comunión, se convierte, por su misma naturaleza, en camino de misión. En el cenáculo de Jerusalén, la Iglesia unida con María, comenzó su nueva maternidad en el Espíritu (RM 47), que constituye su razón de ser y por tanto su misión arridad.

La Maternidad de la Iglesia es “Ministerial” y “Sacramental” en cuanto que obra a través de los Ministerios o Servicios profetices, culturales y de caridad, como signos eficaces y portadores de Cristo. La Iglesia se hace Madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad. En esta labor apostólica la Iglesia se fija con razón en aquella que engendró a Cristo, concebido por obra del Espíritu Santo. Para que también nazca y crezca por medio de la Iglesia en las almas de los fieles.
Las palabras que Jesús pronuncia desde lo alto de la cruz, significan que la Maternidad de su Madre, encuentra una nueva continuación en la Iglesia y a través de la Iglesia.

El término Maternidad aplicado a la Iglesia: San Pablo hace uso de esta terminología, incluso con el símil de los dolores de parto (Gal 4:19) en un contexto que es al mismo tiempo mariano. Está aquí contenido en interesante indicio de la conciencia materna de la Iglesia primitiva, unida al servicio apostólico entre los hombres.

La enseñanza paulina sobre la Maternidad de la Iglesia tiene como transfundo (Is 54:1) la Nueva Hija de Sión o la Nueva Jerusalén.

La Iglesia peregrina hace alusión a las dificultades y persecuciones. Estos son los dolores de parto inherentes a la vida apostólica que hacen de la Iglesia (personificada en María) la gran señal (Apoc 12:1ss).

La Maternidad de la Iglesia tiene carácter “Virginal” en el sentido de fidelidad a la Palabra de Dios y a la acción del Espíritu Santo.

Esta fidelidad virginal a ejemplo de María, es fidelidad a la doctrina de fe, a las promesas (esperanza), y a la acción amorosa de Dios (caridad).

Así la Iglesia se hace Madre como medianera de verdad, como portadora de las promesas y como instrumento de vida divina.

La mediación en la Iglesia (todos los signos sacramentales son mediaciones) se refiere a los signos portadores de Cristo único Salvador y Mediador (1 Tim 2:5). Esta mediación es pues una acción materna y misionera. Como la Mediación Mariana, la Mediación Eclesial dice subordinación a Cristo único Mediador. Es participación en la única mediación del Señor y tiene características de maternidad.

“Como figura de la Iglesia en la Maternidad Virginal María está pues unida y operante en ella no solo ideal sino realmente. Brotan pues lazos de ejemplaridad que hacen de María un modelo perenne del comportamiento moral y religioso de la Iglesia como familia Dios y de su continuo dinamismo y renovación en el Apostolado de la Evangelización”.

La mediación eclesial encuentra en la mediación mariana su tipo, su modelo de cooperación materna y su ayuda para el adecuado ejercicio de la misma.

La Maternidad de la Iglesia se lleva a cabo no solo según el modelo y la figura de la Madre de Dios, sino también con su cooperación (RMA 44).

Se puede así afirmar que la Iglesia aprende también de María la propia maternidad, porque al igual que María está también al servicio de la Encarnación. Así la Iglesia permanece al servicio del Misterio de la adopción como hijos por medio de la gracia.

La oración de María

La “presencia” y la Palabra de Dios hacen posible la actitud relacional del ser humano, desde el corazón, desde su interioridad.

La oración de María, según el evangelio es un resumen de esta actitud relacional del corazón ante la presencia y la palabra de Dios, que ha manifestado sus designios de salvación, María reconociendo su propia nada ante la misericordia de Dios, sabe alabar y agradecer a Dios sus beneficios (Cfr. Magníficat), ofreciendo la propia vida para cumplir los designios en bien de toda la humanidad.

Ella es la figura orante prototipo de la contemplación (RMA 33).

Su actitud contemplativa se concretizó en Asociación Esponsal a Cristo. Ella avanzó en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente la unión con el Hijo hasta la cruz; asociándose con entrañas de Madre a su sacrificio. Por esto su oración coopera de manera única con el designio amoroso del Padre.

La oración mariana es de devoción total. La oración de la Santísima Virgen en su Fiat y en su Magníficat tiene como característica la ofrenda generosa de todo su ser en la fe. Es la oración de la Mujer (Jn 2:4, 19:26) que vive en sintonía con Cristo, asociada a su hora como Nueva Eva, figura de la Iglesia Esposa. Por eso su oración es escuchada.

El Fiat de María (compendio de la acción cristiana) es la misma actitud filial del “Padre Nuestro”, como respuesta a la alianza sellada con la Redención de Cristo: ser todo de Él, ya que Él es todo nuestro.

De otra parte hay que considerar las actitudes marianas de oración, manifestadas con o sin palabras. En la Anunciación, María adopta una actitud de silencio y de apertura a los planes de Dios, que expresará en actitud de fidelidad a la Palabra Divina.

En el Magníficat se resalta la pobreza evangélica expresada en forma de alabanza, agradecimiento y esperanza (Lc 1:46).

El silencio contemplativo de María (en Belén y en el Templo), indican la actitud de caridad suplicante o intercesora y sintoniza con los problemas de los hermanos, siempre en la perspectiva de los planes salvíficos de Dios.

El gesto mariano de orar santamente con la Iglesia primitiva (act. 1:14) pone en estrecha relación el Misterio de la Encarnación y el de Pentecostés.

María como figura de la Iglesia Esposa, está unida a esta oración continua de Cristo, presente en su Cuerpo Místico.

Hay pues una presencia orante de María en la Iglesia de todo tiempo, Ella Asunta al cielo no abandona su misión de intercesión y de salvación (Mc 18).

La actitud relacional de María para con la Iglesia (y viceversa) debe pasar a la vivencia.

La oración mariana de la Iglesia es una vivencia continuada de su desposorio y de su asociación con Cristo en la Cruz (Jn 19:25), lo mismo que de su compromiso de ser continuamente fiel a las nuevas gracias del Espíritu Santo.

La Iglesia al “recordar” a María especialmente en la celebración de los misterios de Cristo, imita sus sentimientos de alabanza y gratitud, confianza humildad, fidelidad, contemplación, asociación.

María es ejemplo de la actitud espiritual con que la Iglesia celebra, y vive los diversos misterios (Mc 16).

A su vez la oración mariana de la Iglesia tiene un doble movimiento, centrado siempre en la persona de Jesús y apoyado en la singular cooperación de María a la acción del Espíritu Santo.

Unirse al agradecimiento de María por los beneficios recibidos de Dios (Magníficat).

Confiar a María la propia oración, uniéndola a la suya (oración de María en la Anunciación, la Presentación, en Cana, etc.)

El Ave María será la oración preferida de la Iglesia por abocar este doble movimiento.

La oración mariana de la Iglesia con su fundamento bíblico de respuesta a la invitación de recibir el mensaje de Cristo; tendrá las siguientes características:

(1). Es actitud de escucha contemplativa de la palabra (Lc 1:38).

(2). Es actitud de fidelidad al Espíritu Santo. (Hch 1:14).

(3). Es actitud de fecundidad materna (que transforma las dificultades en donación). (Jn 16:21 - 23).

Respecto a las actitudes de oración podemos resumir:

Dimensión Trinitaria de Alabanza (gratitud y gozo) imitando a María en su fidelidad a los planes salvíficos de Dios.

Dinamismo de la configuración con Cristo (fidelidad, unión, imitación, asociación) y en relación a la celebración de sus misterios (Navidad, Pascua, Pentecostés).

Actitud de fidelidad al Espíritu Santo en las luces y mociones de la gracia y en todo el proceso de santificación, contemplación y acción de caridad.

Actitud filial respecto a María. Confiando especialmente en su misericordia, pidiendo su intercesión, protección y presencia materna, particularmente en los momentos difíciles espirituales y materiales.

María aparece como la Virgen Orante. El Magníficat es el canto de los tiempos mesiánicos en el que confluye la exaltación del Antiguo y del Nuevo Israel.

Es el cántico de la plenitud de las gracias derramadas en la economía de la salvación.

Las vivencias de María expresadas en este cántico son como las vivencias de la Iglesia. Allí el pueblo de Dios todavía peregrino, imita el caminar orante y caritativo de María.

“El Magníficat es el espejo del alma de María. Allí la espiritualidad de los pobres de JHWH y el profetismo de la Antigua Alianza, alcanzan su culminación, anuncia el Nuevo Evangelio de Cristo, es el preludio del Sermón del Monte; en este poema, María, se nos da como vaciada de sí misma, poniendo toda su confianza en la misericordia del Padre”.

El gozo contado en el Magníficat es un gozo “Pascual” que va pasando de la humillación a la exaltación, de la “Kenosis” a la glorificación como Asociación a Cristo.

El “Hágase en mí según tu Palabra” es la disposición mariana y eclesial para que Dios continúe haciendo “cosas grandes” en la historia de la salvación.

Como en María la capacidad contemplativa imitada por la Iglesia, se convierte en capacidad de anuncio y de misión.

La pobreza contada en el Magníficat es la “Kenosis” de quien es llena de gracia como fruto de la Muerte y Resurrección de Cristo.


ESPIRITUALIDAD MARIANA EN LAS DIVERSAS VOCACIONES

La vocación es siempre sorprendente y como en el caso de María produce inicialmente un sentimiento de “temor” y estupor. Luego vendrá el gozo de experimentar la bondad y misericordia de Dios.

La vocación cristiana es:

1). Llamada a la fe. (Como opción fundamental y adhesión plena).

2). Llamada a la santidad. (Como compromiso de configuración con Cristo, unión o relación con Él).

3). Llamada a la misión. (Como compromiso de anunciar a Cristo y su Evangelio, según los carismas recibidos, o misterios encomendados. Aquí María es modelo de este anuncio del gozo mesiánico.

Todo estado de vida está relacionado con la Iglesia como misterio, comunión y misión. María es tipo o modelo y figura de la Iglesia como comunidad orgánica de personas y de grupos. Ella es una “mujer” modelo de toda comunidad Eclesial.

Ella será guía, modelo y ayuda materna para discernir y formarse en un proceso de:

Recta Intervención. Motivaciones que son claras y coherentes. (Gloria de Dios, servicios de caridad, criterios evangélicos).

Libertad de elección. (Como decisión personal y como compromiso permanente).

Cualidades suficientes, que fundamenten la idoneidad en los diversos niveles (personal y de convivencia comunitaria, espiritual, intelectual, apostólica).

Ella ha sido la creatura que más plenamente ha vivido la vocación. Nadie como Ella ha respondido con un amor tan grande al amor inmenso de Dios.


Vocación laical

Santidad y apostolado como vocación a la santidad en el amor. Los laicos están llamados a una santidad y a una misión específica. El modelo de esta espiritualidad apostólica es la Santísima Virgen María. Mientras Ella vivió en este mundo una vida igual a los demás, llena de preocupaciones y trabajos familiares, estaba constantemente unida con su Hijo y cooperó de modo singularísimo a la obra del Salvador, Los laicos encomiendan, e imitan a María y encomiendan su vida apostólica a su solicitud materna.

“Tú que junto a los Apóstoles, haz estado en oración en el cenáculo esperando la venida del Espíritu de Pentecostés, invoca su renovada efusión sobre todos los fieles laicos, hombres y mujeres, para que correspondan plenamente a su vocación y misión, como sarmientos de la verdadera vid, llamados a dar mucho fruto para la viña del mundo”.

(Oración de Jn P. II).

El tema de la Sagrada Familia de Nazareth está íntimamente relacionado especialmente con el aspecto matrimonial del laicado. El amor esponsal entre Cristo y la Iglesia (Efs 25:27), se expresa por la vida matrimonial y por la vida de virginidad. María es siempre el tipo de una Iglesia fiel a Cristo Esposo, tanto en un estado como en otro. Son dos modos de vivir y de expresar el único misterio de la Alianza de Dios con su pueblo.

Como líneas esenciales de la Espiritualidad Mariana Laical, podemos subrayar:

Llena sus corazones de reconocimiento y entusiasmo por esta vocación y por esta misión.

Darnos su misma disponibilidad para el servicio de Dios y para la salvación del mundo.

Abre nuestros corazones a las inmensas perspectivas del Reino de Dios y al anuncio del evangelio a toda creatura.

Enseñarnos a tratar las realidades del mundo con un vivo sentido de responsabilidad cristiana, en la gozosa esperanza de la venida del Reino de Dios.

Guiarnos y sostenernos para que vivamos como auténticos hijos e hijas de la Iglesia de su Hijo, para poder contri buir a establecer la civilización del amor.


Respecto a la vocación, a la vida consagrada y María.

Se subraya las siguientes líneas:

En el seguimiento evangélico, a modo de desposorio con Cristo (Jn 2:11 -12).

En la pobreza evangélica (como en Belén y Nazareth).

En la obediencia a los planes salvíficos de Dios (Lc 1:38).

En la disponibilidad para el servicio y misión de la Iglesia por una nueva maternidad (Jn 19:25 - 27).

En la vida fraterna como vínculo de comunión y de ayuda para la vida espiritual, Apostólica, intelectual y humana. (Act. 2:42).

La vida consagrada de este modo se puede convertir en un reflejo de la presencia de María en el mundo.

A esta espiritualidad se le ha llamado también Vida Apostólica. La vida evangélica de los apóstoles que como la vida del Buen Pastor se desarrolla en dos niveles: La responsabilidad sobre la comunidad (el Buen Pastor guía, lleva a los buenos pastos), la vida evangélica (el Buen Pastor que da la vida).

La espiritualidad del sacerdote se explica como vida en el Espíritu: El Espíritu del Señor está sobre Mí (Lc 4:18). Es el mismo estilo de vida del Buen Pastor y del seguimiento evangélico de los doce.

Para poder trazar unas líneas fundamentales de la espiritualidad sacerdotal Mariana debemos tener en cuenta los siguientes datos:

1). María es Madre del Sumo y Eterno Sacerdote.

2). María es Madre del pueblo sacerdotal. (LG nro 62).

3). María es Madre especial del sacerdote ministro. (En todo proceso de vocación, seguimiento y misión).

La espiritualidad sacerdotal por enraizar en la misma consagración de Cristo y por compartir su misma misión, incluye la sintonía con los sentimientos de Cristo con respecto a su Madre, puesto que quiso nacer de Ella y asociarla a su obra redentora.

Los sacerdotes por tanto “la reverenciaron y amaron con filial devoción y culto, como Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y refugio de su ministerio”. (P.O. 18:22).

Cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha respondido a la vocación de Dios.

“El sacerdote es instrumento vivo de Cristo Sacerdote. En esta realidad se encuentra con la misión de María como Madre de la Iglesia, es decir, como asociada a Cristo en la Redención. Ministerio Sacerdotal y realidad de María se postulan mutuamente, porque Cristo ha querido obrar así según los planes salvíficos del Padre”.

El sacerdote hace realidad por medio del ministerio, de modo especial, la Maternidad de la Iglesia a imitación de María y en relación con ella.

La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan en la salvación de los hombres. (LG nro 65).


El apóstol y la espiritualidad mariana

La Espiritualidad Misionera (o espíritu de la evangelización) se concretiza en actitudes interiores que deben animar a los evangelizadores (E. N 74), es decir, en las diversas virtudes apostólicas. La actividad misionera exige una espiritualidad específica.

Esta actividad eclesial de anuncio y de servicio es evidentemente mariana, puesto que la Iglesia “en su misión, apostólica” mira a María como figura y modelo de toda actividad apostólica.

Como datos básicos de la espiritualidad misionera (que también lo son de la Espiritualidad Mariana), tenemos:

Fidelidad al Espíritu Santo: (Dimensión Pneumatológica de la Espiritualidad Mariana).

Vocación Misionera: (Espiritualidad Mariana de las diversas vocaciones).

La Comunidad Apostólica (María en el camino de perfección y de comunión).

Las virtudes concretas: (María en el camino de la perfección).

La oración: (Contemplación). (En relación con la misión; Oración Mariana de la Iglesia).

El sentido y amor de Iglesia: (Misterio, comunión y misión; dimensión eclesial de la Espiritualidad Mariana).

La figura de María como Tipo de la Iglesia Misionera (María en el camino de la misión).

La plena docilidad al espíritu (RM 1 87) compromete a dejarse plasmar enteramente por Él, para hacerse cada vez más semejantes a Cristo.

La respuesta generosa a la llamada a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión. El misionero es un contemplativo en acción, testigo de la experiencia de Dios.

Estos rasgos se viven a partir del cenáculo con María (Hch 1:14). La Dimensión Mariana de la Espiritualidad Misionera hace redescubrir y vivir la naturaleza misionera y materna de la Iglesia (Gal 4:4, 4:19, 4:26).

María es un ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia cooperan en la regeneración de los hombres.

La Iglesia aprende de María la propia maternidad, reconoce la dimensión materna de su vocación, unida esencialmente a su naturaleza sacramental. Al igual que María (La Iglesia) está al servicio del misterio de la Encarnación, así la Iglesia permanece al servicio de la adopción de hijos mediante la gracia.

La Iglesia considera a María “Estrella de la Evangelización” como ayuda y orientación para cumplir el mandato misionero del Señor (E. N 82).


Acción misionera del apóstol y María.

Por exigencia del bautismo todo cristiano está llamado a la santidad y al apostolado.

Dimensiones de la acción misionera del Apóstol serán a saber:

Dimensión Profética: Anuncio que incluye el testimonio (Gal. 4:4 - 7), (1 Cor 15:3 - 5).

La Iglesia como los primeros evangelizadores ha hecho siempre este primer anuncio conjuntamente con el Anuncio de María Virgen y Madre, asociado al Redentor. La Virginidad de María transparenta la Divinidad de Cristo quien es “El Hijo concebido por obra del Espíritu Santo” (NT 1:20).

Dimensión Litúrgica: En toda celebración litúrgica, que es parte esencial de la acción apostólica, hay una presencia de María, análoga a la presencia junto a la cruz de Cristo, puesto que se asocia con entrañas de Madre a su sacrificio. María es como la memoria de la Iglesia que debe recibir a Cristo.

Dimensión Construcción de la Comunidad: (Plantatio Eccesial): consiste en establecer de modo permanente los signos de la presencia de Cristo Resucitado. (Eucaristía, Sacramentos, Comunidad, Misión).

La misión comunicada por Cristo se concreta pues en una acción apostólica que manifiesta la naturaleza materna y comunitaria de la Iglesia, la cual tiene a María como modelo y como personificación.

La acción materna de María se realiza por medio de la Iglesia, y de modo especial, por medio de la acción apostólica.


Vida espiritual del apóstol

Es la vida matizada por la fidelidad a la misión del mismo espíritu a ejemplo de Cristo. Es ante todo vida de caridad pastoral que podemos concretar en:

Actitud relacional con Cristo (encuentro con Él a partir de una llamada o vocación).

Seguimiento evangélico (al estilo de la vida del Buen Pastor).

Vida Fraterna (con respecto al grupo apostólico al que se pertenece).

Disponibilidad para la misión (siempre en línea universal).

Es de anotar como María está presente en todos los momentos de la vida apostólica: Anuncio, Celebración y Comunicación del Misterio de Cristo.

Igualmente está presente en la vida del Apóstol:

Momento Inicial: (Santificación del Precursor) // María en el seguimiento inicial.

Momento de dificultad (Perseverancia junto a la cruz) // Fecundidad y dolor.

Momento de renovación y gracias nuevas del Espíritu: (Hch 1:14).
María es modelo de aquel amor maternal con el que es necesario que estén animados todos los que en la Iglesia cooperan a la regeneración de los hombres.

La vida espiritual del Apóstol se expresa en diversas actitudes que son eminentemente marianas. Por eso el Apóstol vive con María y como María. (RM 1 92).

Estas actitudes son:

Apertura a los planes de Dios (Lc 1:28).

Fidelidad al Espíritu Santo (Hch 1:14).

Contemplación de la Palabra (Lc 1:46).

Asociación esponsal (Jn 2:4).

Donación sacrificial (Jn 19:25-27).

Esperanza-Tensión Escatológica (Apoc 12:1, 21 - 22).

La fe de María será punto de referencia para la vivencia y acción evangelizadora de la Primitiva Iglesia.

El influjo de María en la fe apostólica sigue teniendo su repercusión en toda la acción misionera de la Iglesia.

Esta fe de María precede el testimonio apostólico de la Iglesia y permanece en el corazón de la misma. (RMA 27).


ESPIRITUALIDAD POPULAR MARIANA

“Devoción” indica siempre una entrega con matices de relación personal. La Devoción Mariana es “Donación” a los planes salvíficos de Dios en Cristo, por medio de una actitud relacional con María:

Imitación, intercesión, vivencia de su presencia activa y materna.

Los trazos fundamentales de la Devoción Mariana son:

(1) Conocerla. (Profundizar en el Misterio de Cristo, que nace de Ella y la asocia a su obra redentora.

(2) Amarla. (Alégrense con Ella con afecto filial).

(3) Imitarla. (En sus virtudes en su fidelidad a la palabra).

(4) Invocarla. (En el contexto de la comunión de los santos).

(5) Celebrarla. (Celebrar el Misterio de Cristo y su obra redentora en María que es fruto exceso de su redención).

La Piedad o Religiosidad Mariana Popular pertenece al campo de la “inculturación”. De la inserción de los valores evangélicos en las raíces de un pueblo y de su cultura.

Se destacan aquí tres aspectos:

1) Valores: Contenido evangélico, inserción en la cultura, expresiones concretas (arte, poesía, costumbres, canto, etc.)

2). Limitaciones: Falta de compromiso, rutina, formulismos.

3). Renovación: Enfoque litúrgico, orientación hacia los compromisos de espiritualidad, acción apostólica y social.

La piedad popular encuentra su punto de arranque en el ejemplo de María (cercana a las propias circunstancias de fe) en la transparencia de María respecto al misterio de Cristo que la ha asociado a su obra salvífica como figura de la Iglesia.

En la de María: Como Madre que acompaña, ama ayuda e intercede. La piedad mariana popular, si es auténtica, indica que el evangelio ha llegado al corazón del pueblo. La dimensión mariana comunica a la piedad popular un sentido fuerte de Iglesia contemplativa, caritativa y misionera.

El pueblo creyente reconoce en la Iglesia la familia que tiene como madre a la Madre de Dios.

“Sin María el evangelio se desencarna, se desfigura y se transforma en ideología en racionalismo espiritualista (Puebla nro 289).

PARTE II. PRESENCIA MARIANA EN LA VIDA DE LA IGLESIA


DEFINICIÓN DEL CONCEPTO “PRESENCIA”

Este concepto se sitúa en el corazón de la filosofía personalista, la cual descubre en la persona su punto de referencia y de confrontación. Todo se orienta hacia el hombre y hacia el respeto de su dignidad. Es esencial para el hombre la apertura al otro, la comunicación y la comunión ínter-subjetiva. El hombre es un ser en comunión que se realiza así mismo mediante la relación con los otros.

Gabriel Mocel afirma: La presencia es sobre todo la conciencia de que alguien está conmigo, es la intercomunicación profunda entre dos o más personas, una relación intima, un influjo vital y una comunicación consciente.

La presencia es pues una relación personal entre un yo y un tú. Es un acto de amor entre dos personas que se comunican entre sí y se enriquece mutuamente.

Aplicando lo anteriormente dicho al papel de la Virgen en la vida cristiana, podemos ver cómo el término “presencia” recoge todos los títulos y prerrogativas atribuidas a la Santísima Virgen María.

De otra parte el cristiano que viva una relación interpersonal con la Santísima Virgen, sabe que entre Ella y él existe una comunión espiritual y un influjo que van más allá del espacio y del tiempo.

Se desarrolla así un cúmulo de nuevas posibilidades que tienden a una mayor intensificación de nuestra unión con Ella.

El término “presencia” responde pues al Sensus Ecclesial del momento histórico que vivimos.

Al hombre contemporáneo fuertemente dividido entre la esperanza y la angustia existencial (GS nro 1), la Iglesia propone la presencia de María, íntimamente ligada al misterio de la Redención. Esta presencia es intercomunicación personal con cada uno de nosotros, entendida como cercanía, apoyo, consuelo, estímulo, intercambio recíproco y profunda participación en nuestra historia humana.

Es así por ejemplo como el místico no conoce nocionalmente a la Virgen presente en su alma, pero sí toma conciencia de esa presencia al recibir sus influjos, lo cual hace que se abra a una comunión interpersonal con Ella.

La Santísima Virgen se hace más íntima y entra gradualmente en nuestra vida hasta llegar a la plena posesión. A este nivel nuestras relaciones con Ella se hacen intensas y nos orientan a una comunión personal con Ella.

Ella está siempre solícita a escuchar las peticiones del cristiano que se ha abierto con empeño a Ella y a acoger sus peticiones; lo mismo que a atender sus necesidades materiales y espirituales.

En contacto con la persona de María el cristiano se recrea y se realiza plenamente. Descubre en si mismo nuevas posibilidades y horizontes antes desconocidos.

María conduce pues al creyente a una profundidad que lo lleva a vivir la plenitud de madurez de Cristo. Su presencia silenciosa y eficaz nos transforma íntimamente en el amor de su Hijo.


DIVERSOS TIPOS DE PRESENCIA

Presencia mariana, en la vida de Jesús. Presencia histórica.

Los evangelios de la infancia constituyen un tipo de narración que se pueden referir a un género literario de Midrás histórico, cuyo intento principal es el anuncio de la salvación.

Esta reciprocidad de presencia viva y personal tiene comienzo ya en el momento de la Concepción Virginal (Lc 1:31).

La maternidad establece entre María y Jesús una comunión vital y permanente.

El modo mismo como el evangelio habla de Ella, exponiendo sobriamente su “Presencia Histórica” significa que la Virgen es parte de la estirpe humana y nos evita el peligro de considerarla lejana e inaccesible.

Otra modalidad de presencia se llama María Estructural en el sentido de que la Sagrada Escritura no conoce a María sino como la Madre Virgen del Señor. (Es la presencia como Madre y como signo antes del nacimiento de Jesús). Es ante todo una presencia esencialmente de Madre y de signo, en cuanto debe revelar la presencia del Hijo de Dios en su vida.

En el momento mismo de la Concepción se da una reciprocidad de vida entre Jesús y su Madre. “Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús” (Lc 1:31).

La Maternidad Virginal coloca a María en relación única con el Hijo desde el momento en que lo concibe.

Lucas resalta la presencia como Madre y como signo en el momento de la Anunciación. Mediante alusiones al A. T. “La Hija de Sión”, el “Arca de la Nueva Alianza”.

Ser Madre y ser Hijo es una realidad que dura toda la vida. Tanto a nivel físico como psico-espiritual existe una unión tan estrecha que establece sólidos lazos de relaciones interpersonales.
Ella concebirá de modo extraordinario por la acción especial del omnipotente. (La potencia de su espíritu). Esta presencia activa o inhabitación del Espíritu Santo en María señala una etapa culminante en la economía de la salvación. La relación con Él no se romperá jamás. María por su especial vinculación con el Espíritu Santo (por la que fue como plasmada y hecha nueva creatura) (LG nro 56), ha sido tipo o modelo de Jesús, es decir, una presencia que influyó en la Redención humana de la persona Divina del Verbo.


Presencia maternal durante y después del nacimiento de Cristo.

La presencia de María en esta etapa continúa siendo maternal y manifestativa al mismo tiempo. El Mesías obra a través de su Madre la cual se convierte en “signo”, “sacramento” y “camino” por donde los hombres pueden encontrarse con Él.

Puede hablarse también de una presencia recíproca en la búsqueda dolorosa de la voluntad del Padre. Es en estos momentos de dolor cuando la presencia de María en la vida de su Hijo se hace más íntima y de la mayor disponibilidad.

Ej: Las palabras de Simeón a María (La transficción: Lc 2:34 - 35).

“Lo de Simeón se presenta como un segundo anuncio a María pues le indica la concreta dimensión histórica en la que el Hijo cumplirá su misión, esto es en la incomprensión y el dolor”.


Presencia unitiva mediante la fe.

En el A.T. la idea fundamental de la fe es la de la “solidaridad con Dios”. “apoyándose en Él”, “no vacilar”. En el N. T. tenemos una novedad radical en el sentido de que la persona misma de Cristo se halla implicada y es con Él, con el que hay que entrar en comunión.

Creer no es solo reconocer a Jesús de Nazareth como Hijo de Dios, sino que conforta a entrar en comunión con Él.

Ninguna comunión con Cristo ha sido más profunda que la de María, La cual mediante la fe se ha entregado a Dios sin reservas, se ha consagrado totalmente como esclava del Señor a la persona y a la tarea de su Hijo. Hijo que ha concebido primero en su mente y luego en su seno (Rm 13).

La Maternidad Mesiánica, la obediencia del Ángel, el amor desinteresado al Señor, la heroica generosidad en su seguimiento, su fortaleza en las tribulaciones, son otras tantas expresiones de la fe de María, mediante la cual Ella puede entrar en comunión con el Hijo y su obra.


Presencia recíproca y educativa.

Nos referimos aquí a los años “oscuros” de Nazareth: cuando se cumplieron todas las cosas prescritas por la ley del Señor, regresaron... el niño crecía y se fortalecía; estaba lleno de sabiduría (Lc 2:39 - 40).

Toda la obra materna llevada a cabo por Ella durante la vida escondida se orientaba, fundamentalmente hacia el drama final de la redención.

En Nazareth Jesús y María realizan una presencia de silencio, de diálogo y de recíproca maduración.

Jesús, educa a la vez a la Madre llevándola a una comprensión cada vez mayor de su identidad personal y de su obra de salvación.

Hay que considerar el influjo de María sobre Jesús, teniendo en cuenta que para Él en particular, la realidad de Nazareth ha sido una intercomunicación permanente y personal con su Madre. Una relación entre dos personas que es única e irrepetible. (RN nro 45).

Según la Teología lucana sobre la Encarnación, la identidad Divina de Cristo no altera en modo alguno su realidad humana, ni siquiera en lo que respecta a su crecimiento y obediencia.

María por tanto ha podido desempeñar una verdadera función educativa con su Hijo, sin lo cual sería difícil entender que la humanidad del Verbo es real y no aparente.

A su vez el Hijo influye en María: Durante treinta años en el trabajo y la oración, el Mesías madura en la espera recíproca de que llegue su “hora”, María junto a Él madura en la comprensión de esa misma “hora”, que resulta ser también la suya, como Nueva Eva junto al Nuevo Adán en el plano de la salvación.

En el clima familiar de Nazareth, la Virgen no es solo Madre que educa al Hijo, sino también la discípula que escucha y la creatura completamente abierta a la acción divina.

En Caná de Galilea se da una Presencia Operativa a saber: Nos encontramos frente a un tipo de presencia que podríamos llamar de maduración: María estimula la conciencia mesiánica de Jesús y Jesús interpela a su Madre a reconocer que en el plano de la salvación Ella ahora es la “mujer”.

El influjo materno no es tanto sobre el Mesías, sino más bien en cuanto al servicio de una nueva relación con Él. La Virgen en la hora que depende únicamente de la voluntad del Padre, es invitada a superar los vínculos de la sangre y a llenarse a un nivel superior de mujer al servicio de la redención.


Presencia de María discípula en la predicación de Jesús

Este tipo de presencia se manifiesta ante todo en la escucha de la Palabra de Jesús y en el llevar a la práctica sus enseñanzas.
Parece aceptable la opinión según la cual, al menos algunas veces, la Madre habría seguido al Hijo en su predicación itinerante: “Después de las Bodas de Caná, Jesús bajó a Cafarnaum acompañado de su madre, (sus) hermanos y discípulos y se quedaron allí unos cuantos días” (Jn 2:12).

María es dichosa, no tanto por haberlo engendrado sino porque escucha dócilmente la palabra y la pone en práctica sin vacilación; he ahí el significado de la presencia como discípula por parte de María en la predicación mesiánica.

De su presencia como mujer en la vida de su Hijo podemos decir:

La identidad humana y la vocación específica de María se expresan en su ser Mujer. María de Nazareth no fue una mujer pasiva o sumisa. La presencia de María de Nazareth, cuya plenitud de gracia significa al mismo tiempo, plenitud de la perfección, de lo que es característico de la mujer, de lo que es femenino, nos hacen descubrir como punto culminante al arquetipo de la dignidad personal de la mujer.

L. Boff cree que la categoría de lo femenino puede asumirse como principio mariológico fundamental y que María como mujer, es un nuevo modo de auto-comunicación y auto-realización: La reflexión sobre María debe revelar las realidades de Dios.

Hay una presencia eficaz. Desde su nacimiento hasta su muerte, el Hombre de Nazareth experimenta la cercanía y la presencia decisiva de la Madre.

En este contexto entendemos cómo la Santísima Virgen, como Mujer perfectamente realizada, haya tenido un auténtico influjo sobre el Hijo, abarcando la totalidad de su vida y de su obra salvífica.

La intimidad entre Jesús y María alcanza entonces profundidades insondables e inconcebibles. Los valores ocultos en la vida del Redentor son debidos a su Madre la única Mujer perfecta de la humanidad.



Presencia en el Calvario.

La hora de Jesús en Caná se anticipa al signo, mientras que en el calvario llega a su cumplimiento.

A los pies de la cruz, la Virgen representa a la “Hija de Sión” que colabora con el Redentor al nacimiento del nuevo pueblo mesiánico.

Una exégesis más profunda de Jn 19:27 debería traducir: “y desde aquel momento el discípulo la acogió en su intimidad”, es decir, la acogió como Madre espiritual de su vida de fe.

Acogiendo a María entre las cosas propias, el cristiano lo introduce en todo el espacio de la propia vida interior, es decir, en su “yo” humano y cristiano. (RN 45).


PRESENCIA EN LA IGLESIA PRIMITIVA.

María, madre y mujer.

María desarrolla su cometido de Madre en el primer grupo eclesial inmerso de la arrolladora potencia del Espíritu. Participa en el cenáculo en el nacimiento y desarrollo de la comunidad primitiva siempre bajo el influjo del espíritu. Ella es ejemplo perfecto de mujer creyente.

Su presencia silenciosa y significativa atrae a los primeros cristianos hacia Jesús, el cual se refleja vivamente en el rostro maternal de María. Se halla María presente en el cenáculo, por un preciso designio de Dios.

En su cualidad de Madre, la Virgen educa a la Iglesia primitiva como había ya educado a su Hijo durante su vida terrena. Ella se constituye en una fuerza o polo de atracción para el pequeño grupo reunido en oración.

María concentra todo su afecto materno en el Cristo Místico, en la joven Iglesia en la que está presente en toda necesidad como Madre, Mediadora y Auxiliadora.


Presencia consoladora.

La muerte del Maestro ha postrado a todos en la desolación y la desilusión (Mc 16:10).

Junto con los primeros cristianos está la Madre de Jesús implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo.

Su presencia es motivo de esperanza y de consuelo, siendo para ellos punto de referencia. La Virgen no es un miembro cualquiera de la comunidad cristiana, sino su centro espiritual, fuerza misteriosa que atrae a todos hacia sí. Ella es presencia de gozo de Dios en la comunidad primitiva.


Presencia orante

El “Fiat” de María de la Encarnación, ha sido pronunciado por María no solo en relación al Hijo de Dios, sino también en orden al plan de salvación. Su presencia en el designio divino, se halla en la función de igualdad sino de subordinación.

La presencia orante de María en la Iglesia naciente (Mc 18), es su primer servicio a la misma y el modo mejor de influir en ella, a la que ayudó a las primicias de la Iglesia con sus oraciones.

Es necesario considerar la oración de María a la luz de lo más fundamental de Jesús. “El que está siempre vivo para interceder a nuestro favor” (Mc 67:25).

La Madre de Jesús ocupa un puesto eminente, en su cualidad de modelo orante para los creyentes. Su piedad personal, su modo de comportarse para con Dios y su absoluta confianza en la oración impulsa a los primeros cristianos a pedir al Padre el espíritu prometido por el Hijo.


Presencia Unificante.

Otra clase de servicio de la Virgen en el cenáculo fue la conciliación de los espíritus y la unidad de los corazones, para esto bastó su sola presencia silenciosa y fiel.

María y Juan (representantes de los fieles) habían sido unidos al pie de la cruz en una comunión humana y espiritual.

En el cenáculo el centro invisible de unión (el Espíritu Santo) y el visible, además de los discípulos, es María en cuanto Madre Espiritual: Ella coopera en la unificación de los hijos dispersos de Dios e implora, en su oración, el don del espíritu de unión.

María proclamada en el Calvario, es personificación viva de la nueva Jerusalén-Madre, o sea de la Iglesia-Madre que acoge en su seno a los cristianos, convocados a la unidad en virtud de la muerte de Cristo, y que forman el nuevo pueblo de Dios.


María presencia reveladora de cristo.

En el cenáculo la Virgen realiza un tipo de presencia, simbólica y de Epifanía, en cuanto que revela una presencia más fundamental y necesaria: La de Cristo Resucitado.

La Iglesia de los Hechos ve en el rostro de María el reflejo luminoso del de Jesús y el eco fiel de su vida.

Ella presente da testimonio y estimula a los discípulos a la imitación del Señor Resucitado.

La Iglesia ya desde el primer momento miró a María a través de Jesús, y viceversa (Rm 26).

Su presencia en la Iglesia naciente revela muchas cosas referentes a la obra de Cristo y es para los discípulos por tanto fuente de conocimiento del evangelio.

La Virgen se convierte de este modo en portadora del mensaje evangélico, no al modo de los apóstoles, sino como Madre humana de Jesús a quien conoce y ama más y mejor que todos y como Madre espiritual de la Iglesia, a la que recuerda todo aquello de que ha sido dócil y fiel testigo. La efusión del Espíritu Santo, vendrá a confirmarla en la plenitud de su misión dentro de la Iglesia naciente.


Presencia reveladora del Espíritu Santo.

La Virgen es el lugar privilegiado, el signo, la imagen del Espíritu Santo, su Santuario y su Templo.

Su presencia en el cenáculo fue querida por Dios, para recordarnos la importancia esencial del Espíritu Santo en la vida cristiana.

Así como guarda relación con Cristo, del mismo modo la tiene con el Espíritu: con Él borra en nosotros a Jesús y, como Él, desempeña, en la Iglesia una tarea íntima y escondida.

“María coopera directamente en la obra del Espíritu Santo, que no se identifica del todo con la del Hijo, pero que pertenece al acontecimiento total de la redención. La función del Espíritu Santo en la economía de la salvación debe considerarse como una cooperación en la obra redentora del Hijo.

De este modo la cooperación de María es sobre una cooperación con la cooperación del Espíritu Santo en la obra redentora del Hijo.


MARÍA POR SU PRESENCIA: MODELO TIPO PARA LA IGLESIA

Ella en efecto es figura de la Iglesia en el orden de la Fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo (LG nro 63).

Juan Pablo II afirma: “Como modelo o como figura María, presente en el Misterio de Cristo, permanece también constantemente presente en el Misterio de la Iglesia (Rm 42).

Al hablar de la expresión “Typus Ecclesiae” afirmamos cómo el tipo no es algo estático, sino más bien dinámico y significa que el arquetipo, María, se compromete personalmente a cumplir en los otros miembros de la comunidad eclesial lo que Cristo ha realizado típicamente en Ella.

Las primeras generaciones cristianas, han visto por lo tanto en María su modelo singular de vida evangélica.

Ella por su íntima participación en la historia de la salvación reúne en sí y refleja en cierto modo las más grandes exigencias de la fe, cuando es anunciada y venerada, atrae a los creyentes a su Hijo, a su sacrificio y al amor al Padre.

Ella en el misterio de la Iglesia está presente como modelo. Con amor de Madre coopera a la regeneración de los hijos e hijas de la Madre Iglesia (Rm 44).

Podemos terminar afirmando que la Santísima Virgen no solo ha garantizado un clima maternal al nacimiento y crecimiento de Jesús en la Iglesia, sino que ha vivido y realizado un empeño de tal naturaleza que ha influido en las futuras disposiciones primero de su Hijo y después de la comunidad eclesial.

Disposiciones que comienzan a “premodelarse” en la vida de María para después aparecer en la vida de Cristo y de la Iglesia.

La Virgen es el modelo materno que ha dejado un sello indeleble en el misterio de la salvación, y su presencia en la economía de la gracia es mucho más íntima de lo que podemos pensar: Presencia que es única y típica: servicio humilde y maternal sin quitar nada al único mediador entre el hombre y Dios.


Presencia en la Patrística de la Iglesia

GERMAN DE CONSTANTINOPLA

“Puesto que tu paseas corporalmente en medio de nosotros, no de otra manera, que si estuvieses viva aquí, lo mismo que vivías estando en cuerpo y alma aquí en la tierra con los hombres del tiempo pasado, así moras con nosotros en tu Espíritu... La muerte no ha podido interrumpir la íntima relación entre Tú y los siervos, (Homilía IV sobre la Dormición de la Bienaventurada Virgen María).

Nota: La gran riqueza patrística sobre el tema desborda el tema de María y daría pié para otro trabajo, por eso solo citamos este texto a manera de ejemplo.

La Encíclica Redemptoris Mater habla al menos 25 veces de la presencia de la Virgen entendida como comunión vital y como influjo eficaz (Rm 48).


Presencia de María en la vida eclesial

Es necesario comenzar diciendo que el modo primero de la existencia de María después de su Asunción, es el glorioso junto a su Hijo Resucitado.

Las demás modalidades de presencia, deben ser explicadas en relación a su condición celeste, son proyecciones en las cuales, en grados diversos se multiplica o expresa aquella presencia gloriosa.

Sobre la tierra realizamos un encuentro personal y dinámico con la Virgen glorificada en cuerpo y alma.

Además no se trata de una presencia de tipo sentimental, se trata de una presencia comunitaria (considerada dentro de la comunión de los Santos). Presencia que no puede separarse de la de Cristo Resucitado y del Espíritu de Dios. (Presencia Pneumática).

La Resurrección de Cristo, la Asunción de María, son la total efusión del espíritu en el mundo. La Teología de la Presencia Mariana, debe elaborarse a la luz de la pascua del Señor, es aquí donde encuentra su punto de fuerza indiscutible.

Su presencia (de María) es una realidad objetiva, invisible, espiritual y vital para nosotros. Pertenece al orden de la gracia y del Reino del Resucitado; de aquí nace pues la dificultad y el interrogante fundamental sobre la verdadera naturaleza de tal presencia.


DIFERENTES TIPOS DE PRESENCIA DE LA VIRGEN EN LA VIDA ESPIRITUAL.

1) Presencia Intelectiva: Según opinión, la Virgen no está presente como el objeto conocido en el cognoscente, mediante la llamada presencia de visión inmersa en Dios. Nos ve, nos conoce, piensa en nosotros y con su mirada llega a lo más íntimo de nuestro ser.

2) Presencia Afectiva: La Virgen está presente en nosotros como el objeto amado en el amante. Con su amor Maternal se hace cercana a nosotros en el tiempo y en el espacio. Cuanto más se nos conoce y se nos ama, tanto más íntima, e intensa es su presencia.

3) Presencia Operativa: Es resultado de la presencia intelectiva, afectiva y supone un contacto mayor con la Santísima Virgen. Si en la visión beatífica Ella nos ama y nos acompaña por doquier, queda claro que no puede quedar inactiva, pues el amor es esencialmente operativo y comunicativo.

Aquí tenemos dos posturas:

La presencia operativa puede exigir Casualidad Moral
María actúa indirectamente en nosotros y nos deja algo de si misma.


Casualidad Físico – Instrumental
La Virgen opera de modo directo e inmediato en el orden de la gracia.
Imprime una nota característica y personal por el influjo de la gracia, se da una presencia íntima.

4) Presencia Real: La Virgen está en nosotros mediante nuestra participación en su plenitud de gracia. (Presencia de María en el alma no reducible solo a un influjo sobrenatural), actúa en nosotros haciéndonos desarrollar la vida de la gracia. Ella está presente en nosotros por medio de una comunicación de vida y de nuestra participación en su plenitud de gracia, si bien en dependencia de su Hijo.

Ella la vida sobrenatural que nos es comunicada a través de su plenitud de vida de Madre. “Gratia Matris”, plenitud que a su ves Ella ha recibido de Cristo, así la gracia cristiana se hace gracia mariana: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20). Mientras mas se crece en la gracia más íntima y sensible se hará esta presencia.


Principio de la causalidad físico - instrumental.

El Concilio Vaticano II ha revalorizado la sacramentalidad de la humanidad de María, entendida como signo o instrumento de su divinidad para la salvación de los hombres.

Sí Cristo y los Sacramentos de la Iglesia tienen una eficacia instrumental en orden a nuestra santificación, también la humanidad de María ha sido considerada como instrumento físico secundario de la misma.

La presencia de la Santísima Virgen con nosotros será real y eficaz si en vez de reducirse al poder de intercesión, implica, un influjo físico e incesante sobre el alma de los cristianos.

Según Santo Tomás, la gracia es una relación, una “semejanza participada de la naturaleza de Dios”. La Virgen como colaboradora del Señor, deja en nosotros una impronta o señal de su presencia. Tal señal es la gracia santificante impugnada en Ella.

Concluyamos mirando la postura de la Teología actual:

A) La presencia de María no es substancial como la de Dios. No esta presente en nosotros con el alma y el cuerpo que han sido glorificados en el paraíso.

No es presencia que da el ser (característica exclusiva de Dios).

No es una presencia constitutiva de la gracia, pues María como creatura está al completo servicio de la Redención.

B) La presencia de la Virgen pertenece al modelo de la fe, la esperanza y la caridad. Se fundamenta en la explícita voluntad de Dios.

C) Es presencia en Cristo en cuanto su Madre se halla relacionada con Él y todo lo que posee y nos comunica lo ha recibido de lo alto.

D) La presencia mariana es una presencia no aislada, sino comunitaria. Siempre se habla en la Escritura de la Virgen en referencia a su Hijo y al grupo de los creyentes. (Ella misma se autodenominó). “Esclava del Señor” (Lc 1:38).


Presencia común

La Madre de Jesús, don pascual del Señor a toda la humanidad representada en el Calvario por el discípulo amado. Todos estamos invitados a aceptarla dentro de nuestros bienes íntimos, a fin de vivir una vida madura y perfecta en Cristo.

Esta presencia sintetiza bien, la función que Dios ha querido para María en el Misterio de la Salvación: una función de Madre y de esclava, que supone un “estar” y un “obrar” en cada uno de nosotros.


Presencia excepcional

Esta es consecuencia de la presencia objetiva y normal a la que todos estamos llamados en la Iglesia. Es una gracia y un don especial del Espíritu Santo a numerosas personas.

Los santos han gustado místicamente (Ej: Visiones y locuciones) la presencia común de la Virgen.

La Virgen en su existencia histórica ha sido visible; oía y estaba cercana, visible y palpable como Jesús.

Por medio de los sentidos espirituales nos podemos acercar a Ella y alcanzar su condición gloriosa junto al viviente.

La Presencia de María se inserta en el tejido de la vida cristiana y se realiza en la oscuridad de la fe. Se trata de una presencia discreta, silenciosa, constante, íntima, activa, maternal, dinámica, plena de iniciativas. A través de los sentidos espirituales tomamos conciencia de esta realidad habitual de la presencia mariana.


PRESENCIA PNEUMÁTICA O ESPIRITUAL EN RAZÓN DE SU ESTADO GLORIOSO.

Es ante todo una aportación nueva al campo Mariológico: explicar la presencia de la virgen en su condición de glorificada, en analogía con la Resurrección de Cristo y de los cuerpos.

“La Iglesia en su enseñanza sobre la condición del hombre después de la muerte, excluye toda explicación que quite sentido a la Asunción de la Virgen María en lo que tiene de único, o sea, el hecho de que la Glorificación Corpórea de la Virgen es la anticipación de la glorificación reservada a todos los elegidos”.

La Virgen Santísima no está sometida a los límites del espacio y del tiempo: sus acciones por este motivo son siempre eficaces, siempre y donde quiera.

Conformada plenamente a Cristo Resucitado, la Virgen participa de la eternidad y de la ubicuidad de Dios, como el instrumento participa de la dignidad de la causa principal.

La Asunción la ha liberado de todo condicionamiento. Ahora, Ella se halla presente a todos. Se inaugura una nueva vida, una nueva presencia espiritual, un influjo dinámico, capas de alcanzar Hicet Nunc a sus hijos.

La condición gloriosa confiere a la presencia de María un elemento de perennidad que se sacramentaliza casi en un hecho terreno, es decir, en una cercanía a cada uno de nosotros y en una perfecta conciencia en el cooperar a la comunicación de vida de Cristo a los hombres.

Este elemento de serenidad, explica mejor la presencia de María en la Iglesia y revela al mismo tiempo, la insuficiencia de las anteriores interpretaciones teológicas, sobre una presencia que consiste solo en la Resurrección y Asunción de María.

La presencia de María representa la última etapa de la Mariología que debe servir de base a la Espiritualidad Mariana moderna.

La presencia espiritual y operativa de María en su condición de glorificada, tiene como punto de partida el pasaje 1 Co 15:12 - 8, donde Pablo habla de la Resurrección de Cristo y de los cuerpos.

Nota: Un cuerpo Pneumático del que habla Pablo aquí, un cuerpo cualificado por el Pneuma, un cuerpo determinado totalmente por el Espíritu de Dios, el Pneuma no es, pues, la materia, la substancia de que está hecho este cuerpo, sino la dimensión en que el cuerpo se halla; está en la dimensión de Dios.

Es el cuerpo Pneumático de los Resucitados, que se ha adentrado en el Señorío de Dios.

“Corporeidad de la Resurrección, no significa sino que Jesús en la totalidad de su persona se encuentra con nosotros continuamente y de una manera nueva”.

Cristo ha Resucitado de entre los muertos como anticipo de que quienes duermen el sueño de la muerte (1 Cor 15:12 - 13, 20).
Existe un inseparable vínculo de continuidad entre el destino de Cristo muerto y resucitado y el destino de los creyentes que resucitarán.

A la resurrección de Cristo se halla vinculada la de los creyentes como consecuencia lógica y necesaria.

La mediación Cristológica de la Resurrección universal o la futura vivificación de los muertos mediante Cristo, será la innovación más original de la Anastasiología Escatológica de San Pablo.

(Cfr: 1 Tes 4, 13 - 18). Se encuentra implicada una cierta eficacia del Resucitado en la anastásica “reunión con Él”, analogía a la eficacia del Resucitado en la futura resurrección corporal de “los muertos en Cristo”, lo cual supone la vigente comunión de aquellos con Este.

San Pablo habla de la Transformación del cuerpo físico, natural y corruptible, en cuerpo incorruptible y glorioso por la acción del Espíritu Santo.

Cristo posee ya la característica de los cuerpos gloriosos: Incorruptibilidad, gloria, potencia y sobre todo espiritualidad.

Cristo Resucitado sigue presente en la comunidad eclesial a la cual ha abandonado. Está invisible pero no ausente. Nosotros logramos percibir siempre el Misterio de Cristo Glorioso. Su múltiple presencia no puede sustentarse en nada mejor que en la Pascua de su Resurrección.

Dentro del cuadro de la doble analogía de la Resurrección de Cristo y de los creyentes, debe incluirse ahora la presencia espiritual de la Virgen Glorificada.

María elevada al Cielo en cuerpo y alma, ya ha sido totalmente asimilada al Cristo Resucitado inmediatamente después de su tránsito. Su ingreso al cielo es (como lo fue para su Hijo) un verdadero renacimiento exigido por su condición de Madre de Dios y de la misión recibida de lo alto.

En el Cielo Madre e Hijo están perfectamente unidos en la Gloria. De ahí que podamos hablar de vida nueva, de presencia espiritual y de influjo dinámico en nosotros por parte de Jesús y de su Madre, salvando por supuesto la trascendencia y prioridad del Hijo.

María conservando su identidad personal y corporal, vive la forma terminal y última de la vida, tal como Dios la ha predestinado desde toda la eternidad.

La Asunción de María significa plena conformidad con el Resucitado. Encuentro definitivo con la Trinidad, en la cual experimenta todo lo que se le escapaba a la conciencia: su vínculo con toda la humanidad y su unión con la Iglesia.


Asunción y modo de presencia e influjo de María.

La presencia de María hemos visto se inserta profundamente en el contexto de la presencia gloriosa de Jesús. De modo análogo a Cristo, nos está presente en virtud de su glorificación en alma y cuerpo en el Cielo. Ella en plena comunión con el Espíritu de Dios que la ha resucitado de entre los muertos, se halla completamente asimilada a la victoria del Hijo; en Él y por Él es Reina del cielo y de la tierra; de modo que ejerce su poder y su influjo en nuestros corazones.

Como Resucitado aunque está fuera del tiempo y del espacio, puede influir en el espacio, en el tiempo y de modo más conciente puede cumplir con su misión de Madre Espiritual de los hombres.

La Asunción no es la simple reanimación de un cadáver. Es ante todo y sobre todo la glorificación plena y el ingreso oficial de María en el Reino escatológico preparado para Ella.

La singularidad de la Virgen proviene de la participación suya en el Misterio de la Redención realizada en Cristo. Mediante el Misterio de la Asunción, ha sido resucitada y colmada de la abundancia del Espíritu.

“Tu moras habitualmente con nosotros. La poderosa protección con que nos cubres es un signo de tu presencia entre nosotros”. (Puebla nro 59).

“Tu visitas y vigilas a todos, Oh Madre de Dios. Aunque nuestros ojos no te pueden ver, Oh Virgen Santa, vives en medio de nosotros y te manifiestas de diversos modos a cuantos son dignos de Ti”. (Mthurian, María Madre del Señor, Pág. 191 Nota 61).

Sí la Virgen ha sido admitida en cuerpo y alma a la Visión de Dios, ha sido para que estuviese plena y profundamente presente en la tierra, como el Resucitado e inmersa en la potencia del Espíritu vivificante, Ella influye en nosotros, aunque sea de modo subordinado y se manifiesta a todos sus hijos de modos diversos.

En el plano moral se da una presencia implícita que podríamos llamar “Presentía in Distans”. En efecto una vez recibida en los Cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión, los dones de la salvación. (LG nro 62).

María ejerce su influjo en un amplio radio de acción. Mediante la fe y piedad de cada cristiano, a través de las comunidades parroquiales y misioneras, etc.

En la religiosidad popular Mariana descubrimos cinco intuiciones teológicas:

1) María considerada como Presencia Viva.

2) Como presencia Maternal que actúa como mediadora singular y universal.

3) Como participe en el sufrimiento humano.

4) Modelo de existencia cristiana y proyecto de lo que debemos ser.

5) Es Madre y vehículo de comunión.

Igualmente en la Liturgia tenemos un modo especialísimo de su presencia de manera particular en la Eucaristía, en la que también toma parte la Virgen Gloriosa, inserta en la comunión de los santos.

Otra forma de presencia serían las apariciones auténticas que podríamos llamar “visiones presénciales”. Objeto de un análisis más profundo.


CONSECUENCIAS DERIVADAS DE LA PRESENCIA DE LA VIRGEN GLORIFICADA.

La interpretación espiritual de la presencia de María con respecto a otros tipos de presencia, salva la presencia personal de la Virgen y estamos en armonía con sus prerrogativas de realeza universal y de la maternidad espiritual con relación a nosotros.

Es inconcebible la vida celeste de María sin su cuerpo. El obrar es propio de todo el hombre y no del alma sola. La Asunción no es un apéndice insignificante de la existencia terrena de María, sino el capítulo esencial de su vida.

A causa de sus dotes admirables de su cuerpo virginal glorificado, la Virgen participa de la “ubicuidad de Dios”. Está con nosotros “Hic et Nunc” e influye dinámicamente sobre cada uno de nosotros.

No se trata pues de una presencia local circunscrita, sino de una presencia misteriosa, pues tal es la condición de su cuerpo glorificado.

Ella al igual que Jesús, siendo consciente del amor que nos tiene hubiera podido decir “Era necesario que yo fuese elevada al Cielo en cuerpo y alma, para participar de todas las intenciones y actividades salvíficas de mi Hijo”. Habría podido evadir también, al igual que su Hijo al ver los discípulos entristecidos; “Os conviene que yo me vaya”.

Analogías e imágenes como “intercesión” y “mediación de la gracia” quieren expresar la actualidad permanente, por encima del tiempo.

María ha engendrado como Virgen en la fe un Hijo que es Redentor de todos. Su presencia supera lo espacio - temporal, análoga a la de su Hijo aunque subordinada deja entrever algunas consecuencias.

Mariah resucitada está aquí conmigo y en mí. Ella no está solo presente a nosotros, como a todos los otros fieles difuntos, en virtud de la comunión de los santos; de Ella nos separa sólo el hecho de que nosotros vivimos todavía en el tiempo y en el espacio, no logramos captar totalmente su presencia real.

Intervenciones de María (su presencia misteriosa en el Pueblo de Dios). Modo Extraordinario Apariciones hechos milagrosos

Modo Ordinario
Su cooperación en el orden de la gracia.

María continúa dentro del mundo y en el seno de la Iglesia con la presencia viva de un viviente. Está presente de forma real, si bien inefable, activa aunque imperceptible. La relación con el fiel no se desarrolla solo mediante el recuerdo de su persona y de su obra, sino de modo inmediato, tocando su persona viva y resucitada.

La situación gloriosa de la Virgen nos deja comprender teológicamente la actitud del pueblo de Dios, que ha intuido que Ella está cercana, presente en nuestra historia como verdadera Madre con la que es posible entrar en comunión de fe, de amor y de oración.

Ella con su presencia celestial se ha convertido en Sacramento o signo de salvación.

Para María Santísima el Misterio de la Asunción, es la elevación perfecta de la creatura a la vida divina. Es la dilatación de sus capacidades de conocimiento y de amor. Elevada al Cielo María, cumple su oficio en el orden de la gracia (LG nro 62).

Con relación a nosotros la presencia de María se deriva de la invocación directa a Ella y de la realidad de su maternidad con relación a nosotros.

La presencia personal de la Virgen debe insertarse en la más fundamental de Cristo y de modo particular en la del Espíritu de Dios, el cual ha Resucitado a Jesús dentro de los muertos y, a su vez ha resucitado a María, lo mismo que hará un día con nosotros.

La unicidad de Cristo Mediador es principio indiscutible de la fe (Jn 14:6). El es la puerta, el Buen Pastor que da la vida por las ovejas.

Redentor, Salvador y Mediador. Términos que significan la misión histórica desempeñada por el Señor.

El designio universal de salvación (querido por el Padre, realizado en el tiempo por el Hijo, encarnado por el poder del Espíritu Santo), requiere la colaboración de María y de la Iglesia, así como la presencia de la Santísima Virgen en la Iglesia.

“En la virgen María todo guarda relación con Cristo y depende de El”. (Nc 25). La centralidad de Cristo no excluye la cooperación subordinada y dependiente de los hombres, sino que por el contrario la exige.

Aquí sobresale de modo inminente y singular la cooperación de la Santísima Virgen, Madre y Compañera del Redentor y Madre Espiritual de los hombres.

En la historia de la Redención Ella es presencia viva y operante concreta desde el momento de la Anunciación hasta la cruz y hasta la consumación de los siglos. Ella sigue viva y actuante con su Hijo resucitado.

Recordemos cómo en la predestinación de Jesucristo, María y la Iglesia forman un todo único: “un solo misterio escondido desde los siglos en Dios”.

En el hoy espacio temporal de Cristo, Dios la ha inmerso desde el primer instante de su existencia. (Inmersa como humanidad reconvocada en la Iglesia, más que como persona individualizada a quien privilegiar individualmente).

Ella ha sido plenamente conformada con el Resucitado para desarrollar su cometido maternal. Su presencia debe verse a la luz fulgurante del Cristo Glorioso.

Respecto a la presencia del Espíritu Santo, vemos cómo el misterio de la Asunción resalta con claridad la presencia del mismo. “La Virgen ha llegado a ser morada permanente del Espíritu de Dios” (Nc 26), por El ha sido hecha “una nueva criatura” (LG 56).

Nota: La presencia Pneumática de la Virgen está en armonía con varios hechos teológicos:

1) Se deriva de la analogía Fidei que exige aplicación a María del dogma de la Resurrección de la carne, consecuencia imprescindible de la Resurrección de Cristo.

2) Da razón de la maternidad de María en el orden de la gracia.

3) Explica mejor la experiencia mariana de los cristianos.

4) Abre una perspectiva más realista sobre las apariciones marianas.

5) La actualización antropológica - cultural de la presencia conduce a valorar la relación interpersonal entre María y nosotros.

No puede entonces infravalorarse la presencia gloriosa y pneumática de María, ya que nos ofrece la clave Hermenéutica para comprender todo el fenómeno mariano de la Iglesia, y antes aún las prerrogativas de la maternidad espiritual, de la mediación y de la realeza de María.

Por medio del Espíritu Santo María nos pone en contacto con su Cuerpo Glorioso y Espiritualizado. El Espíritu es como el ámbito de la presencia Mariana, la condición ontológica de esta presencia actual, el medio de la misma, en cuanto solo en el espíritu de Dios es posible entrar en comunión con la Virgen de la Fe.

El Espíritu Santo es el manantial de la presencia Mariana en nuestra vida. El misterio cristiano carecería de una dimensión sí excluyese el papel de María, o lo sobrevalorase: Ella Cooperadora y modelo de intercesión es siempre la primera agraciada, asociada a la acción del Espíritu Santo.


REVALORACIÓN Y SIGNIFICADO DEL TÉRMINO PRESENCIA

1) Idea antropológica que interesa sólo a la persona humana.

2) Un operar y dar en todo lugar a los otros algo de nosotros mismos.

3) Incluye una idea espacio - temporal importante para la vida del hombre.

4) El verdadero significado del término nos lleva a la idea del amor, al espíritu y al conocimiento.

Se trata de una intercomunicación profunda (no tanto de la relación personal entre un “yo” y un “Tú”). (Es conocerse, comprenderse y amarse).

Entre María y nosotros existe una relación personal, una comunión profunda y un influjo íntimo que traspasa el tiempo y el espacio.

Las relaciones del cristiano con la Santísima Virgen son de tal modo intersubjetivas que desencadenan en un cúmulo de nuevas posibilidades. Esta reciprocidad de presencia es bien conocida de los místicos.

Al hombre inmerso en la angustia existencial (GS nro 1) la Iglesia le propone la presencia de María íntimamente ligada al misterio de la Redención. Esta presencia es ante todo intercomunicación personal con cada uno de nosotros (cercanía, apoyo, consuelo, guía, estímulo, intercambio recíproco y profunda participación en nuestra historia humana).

La Virgen se hace más íntima en nuestra vida. Ella entre gradualmente hasta llegar a la plena posesión. Sólo a este nivel nuestras relaciones con Ella se hacen intensas hasta llegar a la plena posesión.

La presencia incluye dinamismo, intimidad, profundidad entre dos personas que se aman y que en una comunicación ínter subjetiva, se enriquecen mutuamente.

A esta profundidad conduce María a sus devotos, llevándolos a vivir la plenitud de la madurez de Cristo. Su presencia maternal y silenciosa habita en nosotros, nos invade, nos penetra íntimamente y nos transforma en su Hijo.


Presencia, espiritualidad y confianza

Aquí tratamos de la vida de la fe y por tanto de la auténtica espiritualidad mariana. Ya desde el siglo VII los Padres de Oriente comienzan a hablar de la Madre de Dios espiritualmente presente en la Iglesia. Ella nos ve en la Trinidad, nos oye, nos ama, nos es cercana y nos ayuda. Fundamentada en estas bases teológicas la espiritualidad logra un mayor vigor.

La presencia es la última etapa que debe servir de base a la espiritualidad mariana moderna.

Sí María está presente en el alma del que la busca y la invoca, su presencia se convierte en don precioso, en regalo amorosísimo de Dios.

De la presencia de María en la única espiritual cristiana brota la necesidad de vivir en unión con Ella y de estar totalmente disponible a Ella.

Hoy se desea el que se considere la consagración a María a la luz de la teología del Bautismo. Desarrollando el aspecto ontológico del bautismo que nos consagra al Padre por medio de Cristo en el Espíritu Santo, entendemos mejor el sentido de la relación de amor y de entrega también a la Santísima Virgen. (Cfr: Analogía entre el agua y María: En san León Magno).

En la consagración mariana hay atención recíproca, relación profunda, intercambio de bienes, entendimiento y atmósfera, amigables, influjo y amor oblativo.

El hombre no puede encontrar su propia plenitud sino es en la entrega sincera del hombre a los demás (Gs 24).

La función educativa de María para con nosotros se desarrolla en tres fases: Fase de Iniciación cristiana; Fase de Desarrollo y Fase de la unificación mística.

María no es solo una Madre en cuyo corazón se refugia, sino ante todo un modelo de vida y un camino de fe, es la respuesta total a Dios, en la disponibilidad y colaboración en el plano de la salvación. Este es ahora nuestro modo de relacionarnos con Ella en la vida espiritual y en la forma de expresarle el culto a su persona gloriosa.

La característica propia del culto mariano explícito, hay que integrarla en la vida cristiana como condición de su plena madurez y de su perfeccionamiento normal.

La presencia de la Virgen Glorificada comporta el desasimiento de nuestro orgullo, raíz de todo pecado personal y social.

Ella la libre de todo pecado conduce a sus hijos a arrancar con enérgica resolución el pecado (Nc 57). María invita a sus hijos a cultivar la vida de la gracia (amistad con Dios, comunión con Él). Su santidad ejemplar son aliciente y motivo de esperanza para todo el género humano.

Ya no es por tanto posible hacer de María una maternidad solo afectiva u operativa.

La piedad hacia la Madre del Señor, debe ser para el fiel ocasión de crecimiento en la gracia divina, objeto último de toda acción pastoral.

La presencia mariana lejos de oscurecer en ningún modo la más fundamental de Cristo, la pone de relieve resaltando toda su eficacia y esplendor.

Corresponde a la Iglesia explicitar los datos de la revelación sobre la presencia de María en el Misterio de la Salvación.

Es necesario analizar la presencia Litúrgica de María en relación con la presencia Litúrgica de Cristo que culmina en la presencia real por antonomasia en la Eucaristía.

De igual modo las apariciones marianas, resultarían más fácilmente comprensibles a la luz de la presencia corporal - espiritual de María.

Sobre la base de la palabra de Dios, de la única experiencia eclesial, la espiritualidad mariana siempre inserta en la única espiritualidad cristiana, nos invita a volver los ojos a la Madre de Dios, la que trasciende en el tiempo y el espacio, la eternamente presente en medio de sus hijos, nuestra Abogada, nuestro Socorro, nuestro Consuelo. Ella, la que es siempre la Madre del Amor Hermoso.



CONCLUSIÓN

Hacer memoria de María hoy, no se reduce a una mera evocación de su figura. La memoria de la Iglesia es ante todo acontecimiento.

Hacer memoria de María es ante todo experimentar su presencia.

Con Ella comenzamos a ser Iglesia de fe y en Ella tenernos un itinerario y un modelo. Ella nos invita a vivir una coherencia de vida. Ella fue por excelencia la creyente en la presencia y en el abandono.

María nos invita a vivir una renovación interior y una Praxis audaz en favor de todos los necesitados.

Hacer memoria de Ella es recordar nuestra vocación a la santidad. María, Mujer Resucitada, sigue en comunión con nosotros y participa de la intercesión constante de su Hijo Jesús en favor nuestro. Ella anima nuestra vocación cristiana. Como Ella estamos llamados a ser santuarios del Espíritu. Lugares vivos de la presencia de Dios.


“A la voz suplicante de María, Madre de todos los hombres, se unan las voces orantes de los Apóstoles y de los Mártires Cristianos, de los justos de los pueblos y de todos los tiempos, para que el año Santo sea para cada uno y para la Iglesia, causa de renovada esperanza y de gozo en el Espíritu”.

(De la Oración a la Santísima Trinidad, en el Jubileo de la Iglesia)