jueves, 31 de julio de 2014

El lienzo que catequizó a Colombia



El encomendero Antonio de Santana colgó en la capilla doctrinera de Suta una imagen de la Virgen del Rosario, plasmada en una manta de algodón, que a los mayores les recordó a Bachué y que sus hijos llamarían, después de una prodigiosa manifestación divina, Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. El español y el chibcha se fusionaron para venerar a una advocación mestiza.

Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana


La cosmogonía muisca y la doctrina de la Iglesia católica se encontraron bajo el  techo de la capilla de los Aposentos de Suta, valle de Sanquecipá, en 1562.

A los nativos del altiplano cundiboyacense, la maternidad de la Virgen María los atraía, pero el cordón umbilical les ahorcaba sus creencias porque entre la madre primigenia, Bachué y la Madre de Dios había una diferencia radical: Cristo.

El fraile dominico, Andrés de Jadraque, el mismo que colaboró en conseguir un pintor para el cuadro que adornó el recinto le contó a la comunidad indígena sobre el Dios que del barro creó a un hombre llamado Adán y a su mujer, Eva, de una costilla de aquel primer padre.

La pregunta de la escolástica inmortal retumbó en esas tierras: “¿entendieron?” La respuesta fue el silencio de la resistencia pasiva, que inundó la atmosfera.

En la segunda clase les habló de María, la Madre de Jesús, porque el parto humano era algo fácil de comprender para una sociedad tribal.

Los conceptos extraños chocaban de forma invasora en la conciencia del aborigen. La razón de ese comportamiento era simple. Ellos amaban a su Bachué. La mujer les pertenecía por herencia de sangre porque salió de la laguna de Iguaque dotada de un conocimiento especial sobre los secretos de la naturaleza. Ella habló su lengua y los gestó como sociedad.

La segunda madre, la extranjera, aparecía citada en el Credo de los Apóstoles: “…Nació de Santa María siempre Virgen…” y como si fuera poco el doctrinero les narró una serie de ideas tan difíciles de comprender como abstractas para la dimensión idolátrica de una confederación amante del sol.

 “…La Anunciación a María inauguró “la plenitud de los tiempos” (Ga 4, 4), es decir, el cumplimiento de las promesas y de los preparativos. María es invitada a concebir a aquel en quien habitará “corporalmente la plenitud de la divinidad” (Col 2, 9). La respuesta divina a su “¿cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lc1, 34) se dio mediante el poder del Espíritu: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti” (Lc 1, 35)…”

Nuevamente, la pregunta eterna (¿entendieron?) no tuvo un eco motivante para el catequista. Para los sometidos, los misterios antropológicos del Dios encarnado en una Virgen de Nazaret, llamada María, no los invitó a creer. Les dio igual escuchar el sermón porque los hijos de la raza vencida seguían la costumbre jerárquica de oír para obedecer. Además, el radicalismo religioso-ritual no les permitía acatar las sentencias por el arraigo familiar de sus creencias. No les era si siquiera compresible cambiar a la mamá Bachué por la Madre María Santísima.

Sobre Bachué quedó un esbozo consignado por fray Pedro Simón, un sacerdote franciscano español, que escribió el libro Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales.

“…En el distrito de la ciudad de Tunja, a cuatro leguas a la parte del Norte y una de un pueblo de indios que llaman Iguaque, se hace una coronación de empinadas sierras, tierra muy fría tan cubierta de páramos y ordinarias neblinas que casi en todo el año no se descubren sus cumbres, si no es al medio día por el mes de enero. Entre estas sierras y cumbres se hace una muy honda, de donde dicen los indios que a poco de como amaneció apareció la luz y creadas las demás cosas, salió una mujer que llaman Bachué y por otro nombre acomodado a las buenas obras que les hizo Furachogua que quiere decir mujer buena, porque fura llaman a la mujer y choque es cosa buena, sacó consigo de la mano un niño de entre las mismas aguas de edad de hasta tres años y bajando ambos juntos de la sierra a lo llano, donde ahora está el pueblo de Iguaque, hicieron una casa donde vivieron hasta que el muchacho tuvo edad para casarse con ella, porque luego que la tuvo se casó, y el casamiento tan importante y la mujer tan prolífica y fecunda que de cada parto paría cuatro o seis hijos, con que se vino a llenar toda la tierra de gente, porque andaban ambos para muchas partes dejando hijos en todas, hasta que después de muchos años estando la tierra llena de hombres y los dos ya muy viejos se volvieron al mismo pueblo y  llamando a mucha gente que los acompañara, a la laguna de donde salieron, junto a la cual les hizo la Bachué una plática exhortando a todos a la paz y conservación entre sí, la guarda de los preceptos y leyes que les había dado que no eran pocas, en especial en orden al culto de los dioses, y concluido se despidió con singulares clamores y llantos de ambas partes, y convirtiéndose ella y su marido en dos muy grandes culebras, se metieron por las aguas de la laguna, y nunca más aparecieron por entonces…”

La Santísima Virgen María y Bachué eran dos seres que no se podían albergar en el alma del raizal. La rebeldía interior se alborotó. No solamente debían hablar un idioma extranjero sino  que tenían que recitar de memoria unas oraciones que les cercenaba su rico acervo. No obedecieron porque las circunstancias pedagógicas en materia didáctica eran pavorosas. Las técnicas de enseñanza les dejaron en el canal auditivo la opción de oír sin escuchar.

Los catequizados seguían en sus rutinas de labranza y cuando les tocaba el turno de ir a la clase de religión española, sábados o domingos, entraban recelosos a la capilla-choza, que si bien era hechura de sus manos tenía un objeto particular al que llamaban la Virgen del Rosario.

El lienzo, pintado por el mejor hojalatero de Tunja de nombre Alonso de Narváez, también les pertenecía porque era un manta de algodón,  de 1,25 x 1,19 m., que fue tejida por sus mujeres. Los colores y sus mixturas fueron extraídos de sus tierras. La imagen principal, la Virgen, los embelesaba por ser una mujer con un niño de brazos que media 1,05 m de alto. Sus dos acompañantes, san Antonio de Padua (1,04 m de alto) y san Andrés apóstol (90 cm de altura) les recordaban a los descendientes de Bachué.

Los ratos, gastados por las clases de Historia Sagrada, nada cambiaron. Los oficios manuales seguían sus ciclos lunares para la cosecha. La rutina de la conversión, en el papel de la predica, solo avanzaba en la cuenta de gastos para ayudar en el arraigo de la fe en América. Europa intervino con su voz de alta lejanía. Su mandato resonó en esas comarcas de Ultramar.

Para 1564 llegó al Nuevo Reino de Granada el eco del Concilio de Trento, un tanto retrasado, pero oportuno para reforzar las charlas en la capilla de Suta de Santana. (Sutamarchán)  “…Manda el santo Concilio a todos los Obispos, y demás personas que tienen el cargo y obligación de enseñar, que instruyan con exactitud a los fieles ante todas cosas, sobre la intercesión e invocación de los santos, honor de las reliquias, y uso legítimo de las imágenes, según la costumbre de la Iglesia Católica y Apostólica, recibida desde los tiempos primitivos de la religión cristiana, y según el consentimiento de los santos Padres, y los decretos de los sagrados concilios…”

¿A cuál de los participantes, en la silla de las repeticiones dominicales, le importó el mandato de los prelados? La orden conciliar no hizo mella en las conductas atávicas. Y para colmo de males, las intransigencias administrativas de un burócrata peninsular enterraron en el surco del absurdo la simiente del Evangelio. En 1566, al incomodo sujeto se le ocurrió pedirles a los padres dominicos la doctrina de Suta. La situación fue aprovechada por los “alumnos” para ratificarse en sus rutinas de adoración a los fenómenos naturales. Al Sur seguía vigente el trono del dios Fu, una deidad con cabeza de zorro, que vivía en una isla de la laguna de Fúquene y cuya misión era protegerlos de sus enemigos, los muzos. “…El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron…” (Mateo 13, 3-4).

Catecismo sin catequesis

Los evangelizadores, contra viento y marea, crecían a medida que los clérigos, de diferentes comunidades, desembarcaban en esas comarcas de soledades edénicas. La misión consistía en descubrir donde hacia falta una iglesia. Y ante el empuje colosal de la mística apostólica clavaban una cruz en los lugares que mostraban un carácter ignoto.

La estrategia continuó al ritmo de los alarifes. La bandera del Rey se izó sobre los vecindarios amerindios que soportaron la medida de la vara castellana. Templo sobre adoratorio. Teología contra ritual. Técnicas, asombros y discursos destrozaban el núcleo social indígena para volverlo a procrear bajo el dominio de un trono real.

El avance del feudalismo  presentó las cifras que servirían para medir la productividad de los súbditos en aras del interés comercial. A mediados de 1576, la Real Audiencia le informó al rey Felipe II de España que los indios tributarios de la jurisdicción de Santa Fe de Bogotá eran más o menos 50.000, sin contar esposas e hijos.

Para esa población, el arzobispo de Santa Fe de Bogotá, Luis Zapata de Cárdenas, promulgó en el mes de noviembre de 1576 un catecismo “sobre lo que el sacerdote debe hacer para enseñar a los indios para que vengan en conocimiento de Dios y se puedan salvar”.

En esa época, en la encomienda de Suta ya habían pasado 14 años de intentos formativos. El cuadro de la Virgen del Rosario y sus edecanes, testigo de dudas y resistencias, comenzó a mostrar signos de un deterioro crítico. Sus formas, como apoyo visual, ya no era tan nítidas. Los trazos presentaron un descolorido que aumentó con las inclementes lloviznas. Goteras y ventarrones, paulatinamente borraron a la Señora y a su Hijo del tejido.

En la conciencia de algunos catequizados sucedía lo mismo. Las enseñanzas de los curas se habían erosionado porque los comportamientos de los patrones no eran un modelo de axiología cristiana. Hubo bellas excepciones, pero en una etapa de mestizaje progresivo y negociación sobre principios universales para favorecer a los intereses de la minoría, el Evangelio se perdía entre la beatería dictatorial de los resguardos.

Existía ya una generación mixta en cuando a conocimientos. Los niños muiscas hablaban de Bochica y de Jesús como dos maestros de la agricultura, pero no había una inclinación por el credo de los amos dominantes. En varias aldeas de su territorio como Fontibón, Chía, Suba y Bosa el sincretismo religioso se mantenía vigente. Los jeques o mohanes eran unos personajes que mantenían sus relaciones clandestinas con la herejía. El diálogo subversivo de los chamanes con sus demonios como Buziraco y deidades como Chibchacon, el Protector y Huitaca, una especialista en lujuria, vivía presente en las aulas de la tradición oral. La balanza del arcángel San Miguel, donde se pesan las almas, mostraba un fiel indeciso. “…Otras (semillas) cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron…” (Mateo 13, 5-6).

En Boyacá, a diferencia del Tolima y sus pijaos, algunos de sus antiguos optaron por el bautismo y renegaron de sus nombres autóctonos. Ellos cambiaron de identidad por un acuerdo de servicios, entre el señor cura y sus devociones. A los caciques les interesaba seguir siendo jefes bajo la égida del régimen foráneo.

De ese modo, la catequesis podía continuar con el apoyo de los taitas. Razón que fue aprovechada, en 1578, por el padre Juan Alemán de Leguizamón para implementar mejores estrategias de instrucción. Alemán reemplazó al cura doctrinero, de Suta y Chiquinquirá, Francisco Pérez.

Uno de los primeros oficios del recién llegado fue quitar el cuadro de la Virgen del Rosario porque no servía para ilustrar sus tesis.

Las imágenes del lienzo desaparecieron por el uso y el abuso. Razón que motivó la devolución, muy respetuosa, al señor Antonio de Santana.   “…Y pidió al dicho Antonio de Santana, encomendero del dicho pueblo de Suta que en aquella sazón era vivo, que le diese otra imagen o imágenes para poner en el altar de la dicha capilla porque se le hacia mal decir Misa en la dicha capilla por estar el dicho lienzo tan deslustrado y maltrecho…” (Cf. Proceso sobre la Renovación del cuadro de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá). Declaración del padre Juan Alemán de Leguizamón 1588).

La preparación en Suta, patrocinada por una tela de la Santísima Virgen María, llegó a su fin. La delicada espiritualidad mariológica que tenía la población se acabó, pero dejó una huella en las conciencias juveniles de los hijos de aquella sociedad sometida por el empuje de una Europa desbordada. El curso interpretó la partida como el principio de un mal presagio porque la imagen materna que los acompañó durante la infancia y la adolescencia se iba para siempre. El cambio fue drástico, el profesor trajo a un Cristo crucificado. La crucifixión los espantó sobre manera. “…Otras (semillas) cayeron entre zarzas, y estas, al crecer, las ahogaron…” (Mateo 13, 7).

La brega pastoral se veía en constante pugna por desarraigar del pensamiento muisca su contenido ritual e ideológico que se había afianzado en los valles de la cordillera Oriental durante siglos. El territorio abarcaba una superficie de casi 50.000 kilómetros cuadrados que habitaron desde el año 5.500 antes de Cristo.

Las profundas raíces culturales de las tribus que se levantaron en esos suelos no podían ser eliminadas con una simple catequesis financiada por un encomendero.

El acto colonizador de educar con dogmas a unos hombres de los cuales se dudaba si tenían alma tenía en vilo al hispanoamericano siglo XVI. La humanidad salía de la Edad Media y se sumergía en un renacimiento pagano que dejaba a Nuestro Señor como el testigo de una aventura mundial a la deriva de la esperanza.

El ensamble de la enjalma sobre el lomo de América requería de un ajuste del arriero para poder triunfar en su reto civilizador. La manía edificadora, que trazaba plazas sobre los cercados de los caciques, asfixiaba la acción sencilla del Redentor.

Los embajadores del Viejo Continente castellanizaban lo que no entendía para poder someterlo a los medios de producción que movían al yugo mercantilista del virreinato. Los primitivos del Nuevo Continente luchaban contra los invasores y sus armas invisibles como la viruela. Ellos defendían a sus demonios de los vicios del diablo bajo el criminal título de “conquistadores”.

Las corrupciones del poder partían de una premisa simple. La mentira en lengua chibcha era igual de perversa que en el idioma castellano.

Por esa razón la maloca de los chamanes, ubicada en Chiquinquirá, mantenía bajo control los miedos de sus súbditos. Ellos insistían en la adoración al espíritu del mal. La potestad para subyugar protegía los privilegios de una casta de embusteros. Contra ella se oponía otra ralea de rufianes que reclamaban títulos de linaje pagados con el oro saqueado de las tumbas precolombinas. En medio de esas fuerzas opuestas, pero idénticas en sus objetivos de control dominante para usurpar, se levantaban unos frailes enviados por Dios para salvar las ánimas de los protagonistas de los bandos en conflicto.

La conquista, a saqueo y fuego del hampa española, perdió la primera oportunidad de evangelizar. “No mentir, no robar, no fornicar y no matar” fueron cuatro mandamientos que salieron despedidos del Decálogo del Sinaí ante la avanzada de una soldadesca de sicarios. El arcabuz y los perros de presa, expertos  en cazar indios, dejaron una impronta cruel de ese salvajismo terrorista. La herida quedó abierta y reseñada en los farallones de Sutatausa (Cundinamarca) cuando en 1541 los indígenas optaron por el suicidio colectivo antes que rendirse ante los bandoleros españoles.

La Colonia trajo la segunda oportunidad para la Santa Iglesia Católica de educar con amor en la coherencia entre la acción y la dicción. Sin embargo, los destrozos sociales dejados por los matarifes que les presidieron marcaron a las siguientes generaciones con el resabio de la incredulidad.

El esfuerzo apostólico, digno de titanes, era estéril en resultados espirituales. En 1586, ningún indígena recibía el Sacramento de la Eucaristía.

El Cielo se compadeció de ese estado de ayuno desalmado  porque en Chiquinquirá, la tierra de las neblinas, donde funcionaba el laboratorio de las idolatrías muiscas se presentó un prodigio que venció a la oscuridad del pecado de nacionalidad mixta. El lienzo que fue repudiado por indigno de la encomienda de Suta se renovó por gracia de Dios. La manta, más ancha que larga, como la piedra que desecharon los arquitectos, ahora era la piedra angular de la nueva etapa de la evangelización.

La pintura desecha pasó al estado de restauración en parte por las fervorosas suplicas de doña María Ramos. El fenómeno se dio ante la mirada atónita del niño indígena Miguel y la india Isabel. El pueblo que estaba en tinieblas vio una luz, diría el profeta Isaías.

María, la Estrella de la Evangelización, intercedió ante la misericordia de su amado Hijo para que la Palabra, sepultada por los pecados de las encomiendas, resucitara del sepulcro del mohán y rompiera la roca de una tumba inmoral impuesta por los gamonales de lúgubre codicia.

En Chiquinquirá, el 26 de diciembre de 1586, la luz del Evangelio comenzó a crecer como el sol en un amanecer de verano. El impulso del portento quedó ratificado con la conversión de los indígenas. La comunidad, testigo del cambio en el lienzo, decidió edificar una capilla de vara en tierra y paja para reemplazar a la choza de los aposentos de Chiquinquirá. La romería de inválidos abrió el camino para una serie de curaciones de carácter sobrenatural, los cuales han sido debidamente documentados en el proceso jurídico canónico seguido tras los hechos ocurridos.

Al año siguiente, cuando la fama del lugar era un hecho probado, las altas autoridades de Tunja fueron a la naciente aldea para solicitar la salida de la Patrona de su hogar. Necesitaban que la Omnipotencia Suplicante contrarrestara al mal de viruelas y sarampión que los mataba al por mayor.

El cacique de Chiquinquirá, don Alonso Indio, seguido por su gente encaró al cura para preguntarle que para dónde llevaban a la Madre Dios. Fue esta la primera acción indígena encaminada a defender la santidad de la Virgen María. Ese día, cuando los muiscas llamaron Madre de Dios a la Santísima Virgen María, el mito de Bachué murió.

La protesta de los antiguos adoradores de la naturaleza  marcó un derrotero moral muy elevado. Tanto que cuestionó a una autoridad eclesial que debió explicarles el motivo prioritario de la salida del cuadro de Chiquinquirá. La escolta de los chiquinquireños mantuvo en alto el vigor de su fe.  El giro brusco rompió la crónica.  Los indios fueron a catequizar con su ejemplo, de humildad y obediencia, a una ciudad cuyas noblezas hedían a defunción. La peste era una tabla rasa que escribía sin la ortografía española cada epitafio.

La realidad de sanar cuerpos y almas no se detuvo. La Historia demostró hasta la saciedad como la evangelización, desde Chiquinquirá, siguió ejerciendo su derecho divino a iluminar el país. Los propios llevaron su legado por los territorios de la antigua confederación. Los mestizos y blancos difundieron la noticia más allá de las fronteras del virreinato, incluidas las posesiones de Filipinas. La renovación de la milagrosa imagen de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá marcó el fin de una época oscura en métodos y en circunstancias para dar paso al Sol de Justicia. Jesucristo por fin pudo ser presentado a los pastores del altiplano  como ocurrió en Belén de Judea.

La Virgen María se hizo morena, en el grado perfecto de la etnia elegida. En su corazón inmaculado está la tierra buena del sentimiento que puso fin a la tristeza y en su vientre, El Verbo se hizo carne. “…Otras (semillas)  cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta...” (Mateo 13, 8). El Evangelio sobrevivió a la catequesis de los encomenderos.

Notas: El cuadro original de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá fue sacado de su santuario entre 1587 y 1999 en nueve ocasiones para cumplir diferentes misiones.

El cuadro de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, la Renovación, salió por Colombia en 1913 y 2013. En la primera salida fue brutalmente atacada y en la segunda ocasión recorrió el río grande de la Magdalena desde La Dorada (Caldas) hasta Barranquilla (Atlántico).

La imagen de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá fue coronada, como Reina y Patrona de Colombia, el 9 de julio de 1919.
El papa Pío XI le concedió el título de Basílica Menor al templo de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá (Boyacá), el 18 de agosto 1927.
El cuadro original de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá presidió el III Congreso Mariano Nacional realizado en Bogotá en 1954
En Santafé de Antioquia, se clausuró el Congreso Mariano en honor de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá de La Estrella. Lo presidió el obispo auxiliar Guillermo Escobar Vélez. El 15 de agosto de 1954.
El nuncio apostólico, José Paupini, en representación de su santidad Juan XXIII, coronó canónicamente a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá de La Estrella, Antioquia. El 13 de septiembre de 1959.

La imagen de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá recibió el cetro de oro el 9 de julio de 1944.

La imagen de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá recibió una medialuna en oro el 9 de julio de 1964.

El Santuario de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá celebra tres fechas especiales en el año. El 9 de julio (Coronación), 7 de octubre (fiesta del Santo Rosario) y el 26 de diciembre (La Renovación).

El papa Juan Pablo II le concedió al templo de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá de La Estrella (Antioquia) el título de Basílica Menor. El 16 de abril 1986.

Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá cuenta en el año 2014 con 91 templos que llevan su nombre en el territorio nacional.

El Santuario de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá celebra la fiesta del Septenario Mariano. Cada siete años el lienzo desciende de su trono para desfilar por las calles de su ciudad.

El Santuario de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá es visitado, en promedio, por un millón de peregrinos al año. Los visitantes son nacionales y extranjeros.

El lienzo de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá ha recibido varias condecoraciones nacionales, como la Cruz de Boyacá.

Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, La Chinita, tiene su fiesta y feria el 18 de noviembre en Maracaibo, Venezuela.

Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, tiene su fiesta y feria el 20 de enero en Caraz, Perú. Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, tiene sus fiestas en octubre en Cascas, Perú.


jueves, 24 de julio de 2014

María Ramos, el parto de una advocación


Los diálogos entre el primer devoto de María Ramos y el último devoto de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá dan origen a estas notas que buscan despertar, con el ruido de los cuestionamientos, a un silencio histórico, casi olvidado.

Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana


Introducción.

La historia nacional, tan amante de ocultar con su literatura el acervo documental, deja grandes brechas en la memoria cultural de la nación. Un ejemplo claro de este defecto académico recae en los grandes protagonistas de un suceso que transformó la identidad religiosa de un pueblo.

La vida del encomendero Antonio de Santana, ex soldado y conquistador, terminó por ligar a sus decisiones de patrón feudal la vida espiritual de varias comunidades indígenas que poblaban los alrededores de Suta y Chiquinquirá.

En 1562, Santana mandó pintar a un amigo suyo de nombre Alonso de Narváez y profesión hojalatero un lienzo con la imagen de la Virgen del Rosario. El artista, que vivía en Tunja, recibió la comisión por parte de Andrés de Jadraque un fraile dominico enviado por él.

De Narváez pintó una imagen de la Virgen en compañía de san Andrés apóstol y san Antonio de Padua en una manta de algodón tejida por los aborígenes. La técnica al temple combinada con tierras de colores y zumos de hierbas y flores le dio vida a la primera obra de arte colonial granadino,  hasta ahora conocida.

El cuadro fue colocado en la capilla de tierra en el pueblo de Suta (1562) para catequizar a los muiscas. La orden de evangelizar a los nativos se obedeció, con algunos altibajos, por espacio de 16 años frente al cuadro de la Virgen del Rosario y sus dos acompañantes. Las  inclemencias del clima y la falta de una techumbre adecuada afectaron la estructura del templo de bahareque y de la pintura, que mojada por las lluvias, perdió sus colores y el trazo del creador.

El cura doctrinero de Suta, Juan Alemán de Leguizamón, decidió devolverle la pieza a Santana porque estaba en pésimas condiciones, pues se borraron las imágenes. Así, el lienzo fue enviado a  los Aposentos de Chiquinquirá (1578) donde fue usado para secar trigo.

A la muerte del encomendero Santana (1582) su viuda, doña Catalina García de Irlos, se hizo cargo de la encomienda. Es ella la que intervino misericordiosa en la vida de María Ramos, esposa de uno de los sobrinos de su difunto esposo, y la invitó a vivir en ese sitio despoblado para evitar las consecuencias de los desmanes del sinvergüenza pariente y su manceba.

A principios del  año 1586, María Ramos y su hija del primer matrimonio, Anita de los Reyes, se trasladaron de Tunja a Chiquinquirá. En esa casa de campo llamada aposentos, la señora Ramos encontró destruida, entre los aperos de la labranza, la manta de algodón donde Alonso de Narváez pintó a la Virgen del Rosario en medio de san Antonio y san Andrés. Ramos le construyó un bastidor y la colocó en la capilla de la hacienda para ir a orar todos los días.

El 26 de diciembre de 1586 la fe de María Ramos, dio a luz un misterio mariano en el Nuevo Reino de Granada, bajo el título de Nuestra Señora del  Rosario de Chiquinquirá. Ramos fue la madre, la partera y la niñera de un milagro que el papa Pío VIII aprobó en 1829.

Las romerías inacabables por más de cuatro siglos confirman que en el altar de la Basílica de Chiquinquirá habita un milagro que le dio su tarjeta de identidad a una patria mestiza.

¿Y de la María Ramos qué?

No falta quien diga que ella es un personaje de aquellas leyendas piadosa inventadas por las abuelitas para sosegar a sus bisnietos en las noches de invierno paramuno.  No, la señora Ramos fue una gran mujer que heredó un tesoro de fe aún por descubrir. Fue tan real que es necesario bosquejar algunos trazos de su vida para poder abordar las inquietudes de un diálogo entre dos ponencias distintas y complementarias, la Catequesis y la Historia, sobre esa vidente.

La sevillana, doña María Ramos Hernández de Santana, se embarcó con su prole, una criada y la tutela de su cuñado, Francisco de Aguilar Santana, en el puerto fluvial del Arenal en el Guadalquivir abordo de un galeón para viajar hasta las islas Canarias y luego darle velas al indomable Atlántico. El calendario marcaba el año de 1585.

Su aventura de marinos fue sostenida por la trilogía de las virtudes teologales. La primera fase del recorrido será dedicada a la fe porque sin ella sería muy difícil salir de casa. 

No sobra preguntar: ¿Qué dudas atormentarían el alma de esa mujer destinada a servir a su marido en un lejano virreinato? ¿Cómo resolver el peligro de las conductas torvas de los marineros lascivos que merodeaban el camarote de su hija?

Contra esa situación de incertidumbres adversas se oponía un rosario, quizás la única herencia piadosa de algún miembro de la Hermandad de la Camándula porque su analfabetismo no le permitía el uso de un breviario. El rezo humilde sería su única alternativa para forjar un credo especial donde se recordaría aquel pasaje del evangelio cuando Jesucristo decidió salir a darse un paseo sobre las aguas del lago de Tiberiades “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis! (Mateo 14, 27).

Esa consigna interior la mantuvo despierta contra un reto superior que consistía en soportar la condición de ser viuda y casada en segundas nupcias a finales del siglo XVI.

Ramos, la señora escogida por Dios para ser instrumento y testigo de cómo se ejecuta su voluntad, permanecía en alerta constante contra la soledad de una inmensidad con sabor a brisa y sal. A sus oídos llegaban los ecos de las blasfemias de los grumetes, las historias del contramaestre sobre las sirenas observadas por Colón en 1493 y las noticias del capitán sobre el incremento de muertes por causas de la peste en los puertos negreros de América. Esos discursos del horror se acumulaban entre sus angustias y los titubeos de su destino se balanceaban bajo la custodia del timonel. 

Su esperanza se despertó en el corazón bajo el eco de la voz de los trópicos y su algarabía de mercaderes.  Su alma se impregnó de los asombros fabulosos. Su nave había arribado a la bahía de Cartagena de Indias. El continente era un desafío vestido de selvas y montañas que le sepultaba su mentalidad medieval bajo el impulso dinámico de un descubrimiento fascinante. 

La ordalía conyugal

Aquel paraíso tenía su propio purgatorio bautizado con el nombre de Río Grande de la Magdalena. Lo conocería en su dimensión fluvial luego de  hacer la travesía por tierra desde la capital de la provincia hasta el sitio conocido como Barranca, cerca de Mompox, para poder embarcarse. Subió sus aguas en un champán manejado por una tripulación mixta de remeros compuesta por indígenas y esclavos. Los bogas eran la antítesis de la confianza porque estaban sometidos a las criminales dictaduras de los encomenderos de Tamalameque y Tenerife. Algunos de esos remeros sirvieron de peaje para los amos de las orillas. Los caimanes aprendieron que los intrusos dormían sus jumas en las playas. La tarasca precisa, el giro y la zambullida del saurio marcaban el derrotero del avance. El ataque feroz decía que había que contratar a un nuevo jornalero.

La demora, por la falta de brazos, fue aprovechada por las nubes de zancudos que se convirtieron en los mejores catadores de las sangres españolas. La manigua implacable devoraba a los hombres y sus sueños con rabias de sanguijuelas. Lo mismo hacían algunos miembros de las tribus caribes. 

María Ramos y sus acompañantes lograron soportar una travesía contra corriente de un mes para certificar que la certidumbre tiene su premio. Entre el Guadalquivir y el Magdalena estaba escrita la crónica de los navegantes sin retorno. Ramos nunca más volvería a sentir el oleaje de las aguas bravías del río del bocachico.

Los viajeros tomaron la ruta más corta para llegar al altiplano cundiboyacense. Pasaron por el desembarcadero del río Carare y luego subieron por el camino de la arriería hasta la ciudad de Vélez. Allí  aprovecharon un merecido reposo y marcharon al sur hacia Tunja por las incertidumbres del camino real.

La caridad, fue la tercera opción que se le presentó a su peregrinaje. El amor conyugal la movía por entre las trochas precolombinas. En la fase final de su periplo solo tuvo que andar a lomo de mula por las jorobas de la cordillera que la separaban de la planicie donde la aguardaba su consorte. 

La dicha de superar las pruebas interpuestas por el Atlántico, el Magdalena y los Andes se doblegaron de dolor ante la nueva realidad. Su amado esposo vivía amancebado con una mulata.

Algo pasó entre los dos años que demoró su cuñado en ir de Tunja a Sevilla y regresar con ella. ¿Para qué la mando traer?, si el adulterio fue el premio a su fidelidad. La fémina, ultrajada por la herida, buscó refugio en la dignidad del olvido solitario. Ramos repudió a su segundo marido, Pedro de Rivera Santana, en silencio… y sin saberlo, en su tragedia se comenzó a redactar un episodio que cambiaría el proceso de la evangelización en el Nuevo Reino de Granada.

Almas al temple

Este relato requiere de un cambio de rumbo para que estas líneas pasen a la sala del único devoto conocido de la señora Ramos, el señor Marco Suárez González de Chiquinquirá, Boyacá.

Él es un vecino de la Parroquia de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, La Renovación, que se atrevió a platear unas tesis sobre la vida de oración de María Ramos y solicitó generosamente que fueran complementados por este redactor. 

Entonces, el tema central de María Ramos y la mariofonía de 1586 se abordará bajo dos perspectivas. La idea es buscar los hilos que puedan remendar esa llaga que sangra por la herida de la amnesia en el lienzo de la historia de la Virgen de Chiquinquirá.

Para facilitar la lectura se le dará una estructura de forma tal que las dos posturas sean claramente identificadas por el lector.

1. María Ramos se encuentra con una pintura abandonada.

Marco planteó:

María Santísima preparó a don Antonio de Santana, a través del Santo Rosario, para que fuera él el que deseara tener una imagen de la Virgen para su encomienda.

De otro lado, la oración predilecta de María Ramos era el Santo Rosario. Si María Ramos ofició de partera y niñera de un milagro, como lo plantea el redactor en sus textos introductorios,  el Santo Rosario fue el pediatra.  En cada cuenta una rosa y en cada rosa, una lágrima.

Pienso que la primera pintura representa la vida de Jesús (sirvió para catequizar a los indígenas). La pasión y su muerte están representadas por los daños que soportó). La Resurrección y la  llegada del Espíritu Santo (son todos los milagros que la humanidad ha logrado por la intercesión de nuestra madre). Eso es el equivalente a la renovación de la pintura.

En otra sesión de charlas, me preguntaba qué significaba la lluvia por entre las pajas de la Capilla de Suta. El por qué el descuido y el olvido. La respuesta, a mi parecer, es que cuando hay negligencia en nuestras vidas es cuando dejamos abierto el techo de la mente. Así quedamos expuestos al daño que nos causa el pecado. Fuimos esos colores bellos que el paso de los años transformó al afear el alma. Pero gracias al sacramento de la reconciliación, la misericordia divina nos renueva y embellece.

De igual manera, Dios realizó el milagro. Y la Virgen nos dejó ver su complacencia al revelarse (la figura de María Santísima estuvo ausente por un tiempo en el lienzo, pero el amor de una humilde mujer hizo que retornara a su majestuosa presencia). Hay algo hermoso en Ramos, siempre tuvo presente el cariño por María Santísima. Lo podemos ver cuando ella afanosamente buscó un retrato de la Virgen para orar en su compañía. Mi hermano, creo que el encuentro de María Ramos no fue accidental, por el contrario creo firmemente que el lienzo la estaba esperando, sin que ella lo supiera.

Nuestra Señora fue el paño, sin mancha, donde la Santísima Trinidad plasmó su divina presencia. Ella desea que nosotros seamos esos lugares santos para que Dios plasme su caridad en nosotros.

Además, María Ramos utilizó la tela como un medio para hablarle a la Santísima Virgen María.  Fue como un puente de comunicación.

Por eso, de las preces, me llama la atención que inicia con una pregunta: ¿Hasta cuándo Rosa del Cielo? Es un deseo, un lamento, una necesidad.  Tal vez buscaba en el cielo lo que no le dio la tierra. Quizás añoraba a María Santísima por ser Ella el consuelo que no defrauda.

Así la herencia del amor fue anunciada por quien la amó tanto.  “Como me he dado a ti, también quiero que estos hijos tuyos se den a ti” (probablemente eran los deseos de María Ramos para con los dominicos). Que maravilloso legado, que profecía tan acertada. Lo cual indica que esta santa mujer vivía en una relación con el Espíritu Santo (quien ama a la esposa obtiene los favores del esposo).

El autor respondió:

Mi estimado Marco, pienso que la primera parte de tus planteamientos coinciden en algunos aspectos y aporta otros al Mensaje teológico del cuadro renovado de nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá escrito por el padre Leonardo Ramírez, S.J., para la homilía de la Santa Misa del 19 de diciembre de 1986 en Chiquinquirá. 

De otro lado, nada se opone a tus planteamientos, en ese intento de desentrañar el misterio de la Renovación. Particularmente creo que el Santo Rosario fue el detonante del prodigio movido por varios personajes que en su orden son: el encomendero Santana, el hermano dominico Jadraque, el pintor de Narváez, el cura doctrinero, Juan Alemán de Leguizamón, Catalina García de Irlos y María Ramos. Cada uno ayudó a tejer el acontecimiento en un orden preciso a la voluntad de Dios. 

Sin embargo, en el proceso canónico ordenado por el arzobispo de Santa Fe de Bogotá, Luis Zapata de Cárdenas, (1587-1589) y en el libro de fray Pedro de Tobar y Buendía, O.P., Verdadera histórica relación del origen, manifestación y prodigiosa renovación por sí misma y milagros de la imagen de la Sacratísima Virgen María Madre de Dios Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá  no aparece citada esta práctica piadosa del Rosario. Lo cual tampoco es un obstáculo para plantear esa hipótesis que desde luego comparto. El motivo es que el salterio es la herramienta de la evangelización, que estaba en auge como consecuencia de la definición hecha por el papa Pío V por medio de la bula Consueverunt Romani Pontifices, del 17 de diciembre de 1569.

No pierdo la esperanza de encontrar, algún día, una copia del libro: Memorias de los sucesos raros que ha obrado Nuestro Señor por intercesión de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá escrito por el notario apostólico y prior del Santuario de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, el maestro fray Juan de Pereira, O.P. Este fraile dio inicio a su obra en 1639 e incluyó 233 casos de favores recibidos. Quizás este primer historiador del fenómeno de la renovación del lienzo haya hablado de la camándula en las manos de la señora Ramos de Santana. 

Sobre la conducta de Ramos, en los oficios de la capilla de Chiquinquirá, se podría resumir con una frase bíblica: “…He aquí tu sierva, que será una sierva para lavar los pies de los siervos de mi señor…" (1 Sam. 25:41).

2. María Ramos gestora de la renovación del lienzo.

Marco planteó:

En el viaje entre Tunja y los Aposentos de Chiquinquirá, que hizo Ramos, pasaron muchas cosas. Acordémonos de la razón por la cual ella sale de la ciudad. Eso afectó sus sentimientos, su corazón, sus sueños (estaba enamorada de su esposo). Eso fue lo que la impulso a realizar la tremenda travesía desde España hasta el Virreinato. Me llama la atención ese tema, porque se observa como la mano de Dios la conduce en medio de su tormenta personal. Y si agregamos otros incidentes a esta dificultad descubrimos una serie de impedimentos. El incómodo viaje por la trocha, el clima, la alimentación, el vivir en una colonia que no es su patria, el lenguaje de los indígenas. En fin fueron tantos los aprietos que la acompañaron.

Hay algo que me sorprende entre el encuentro de Ramos y la tela uno no sabe y puede ser escasamente una aproximación. ¿Cuál estaba más afectado, el cuadro o María Ramos?

Bueno, se podría decir que el lienzo porque la Historia habla del maltrato y los testigos lo confirman, pero Ramos también estaba destruida interiormente. Pareciera como si Dios la estuviera purificando, preparándola para la tarea que se le había asignado. Fue como si Dios le dijera: "Hija, este trapo que has encontrado es el espejo de tu vida y valiéndome de él voy a transformarte. Mi Madre será la encargada de embellecer tu vida, solo te pido una cosa: ámala como la amo yo".

Mi hermano, Julio, el amor de Ramos por la Santísima Virgen María fue lo que la impulsó ha recomponer el lienzo y hacer una maravillosa entronización de él. Solo una persona que amaba a María Santísima pudo ejecutar ese oficio ¿Si encontráramos una pintura en esas mismas condiciones que haríamos con ella?

Por eso, me atrevo a decir que María Santísima ya tenía elegida a su amada hija para esa labor. Ella la estaba esperando oculta en un despojo que no servía para nada.

Mi hermano, esos son los maravillosos misterios de Dios. Él se vale de lo inútil, de lo despreciado, de lo insignificante para sacar de ahí algo sublime y maravilloso. Ahí hay un mensaje profundo que se puede extraer de esta parte de la historia. Se podría decir que nacen dos hermosas palabras que se entrelazan, conversión y renovación.

Conversión: Por la transformación que vivió Ramos a través de este maravilloso acontecimiento que no se lo esperaba porque jamás pasó por su mente que se fuera a encontrar con una pintura abandonada.

Renovación: Es la respuesta de Dios a una mujer que depositó su confianza en Él y en María Santísima. Es la acción de Dios que nos transforma desde adentro para que finalmente podamos verle, para que seamos dignos de contemplarle y eso fue lo que pasó con María Ramos, pudo ver. 

También me llama la atención, las palabras que le dirigía a María Santísima en sus oraciones. Descubro en ellas sus deseos y me atrevo a decir que hacen parte de la pronta respuesta que el cielo da en su favor y, a través de ella, a la humanidad.

Sin querer, María Ramos se convirtió en nuestra mayor intercesora para que el amado Padre nos diera una advocación de su Madre Santísima que estuviera en medio de nosotros. Acordémonos que cuando fue pintada y luego entronizada se le tenía presente como una imagen más de la Virgen, sin la majestuosidad y el culto con que hoy día es venerada. 

“¿Hasta cuándo Rosa del Cielo vais a estar tan escondida?” le decía María Ramos, lo cual equivale a una suplica: “Madre no me conformo con verte de esa manera. Me duele el daño de tu rostro, quiero verte, Madre. Déjame contemplarte, déjame reparar los descuidos a que fuiste sometida”.

Madre, Tú eres la más bella. Lléname de tu belleza. No quiero morir sin antes verte y llenar de gustos y alegrías mi alma. Madre,  el sufrimiento, la soledad, la traición han rebosado de dolor y tristeza mi ser, solo Tú puedes transformarla en gozo y dicha.

Sucedieron varias cosas antes de que obtuviera el favor de Dios para ella y para la humanidad (para mí esta es la causa para que nuestra Iglesia empiece el proceso de beatificación).

Para mayor claridad, intentaré explicar, desde la Palabra, el encuentro de María Ramos con el lienzo renovado.

Ejemplo: Pedro quedó perplejo al ver a Jesús transfigurado en compañía de Elías y Moisés. Eso se me asemeja al momento en que María Ramos ve el bastidor lleno de luz a María Santísima y los dos santos (santa coincidencia que sean tres). 

Qué anuncio tan inesperado recibe Ramos de parte de la india Isabel. Su corazón, su alma y su respiración se tuvieron que transformar. Es como si estuviera esperando una respuesta de algo que siempre ha deseado y el cielo abre la ventana para responderle.

Qué sorpresa tan grande para esta mujer encontrarse con el fenómeno de la renovación en el lugar donde ella se postraba a orar, que contestación tan certera: "Hija, tu amor, tu humildad, tu perseverancia, tus sufrimientos, tus lágrimas y tu fidelidad han logrado que hoy el cielo se acerque a ti".

Mi hermano, que significado se descubre en ese gesto de nuestro Padre a través de María Santísima al bajarse el lienzo del bastidor al lugar donde ella se postraba a orar.  Eso me hace acordar de las palabras de Jesús: “…Yo soy el pan vivo bajado del cielo…”

Que preferencia de Dios para con esta mujer, que cercanía. La buscaba para abrazarla a través de su amadísima Hija y que réplica la de María Ramos. Este acontecimiento se explica con las palabras de admiración que pronunció en el dichoso encuentro: “…Madre de Dios, Señora mía, donde merezco yo que os abajéis de tu lugar, y estéis en mi asiento parada…”

Identidad es lo que podemos ver en esta frase porque ha entendido las palabras de Jesús desde la cruz: "Hijo, he ahí a tu madre"… y Señora porque ha comprendido la realeza de Santa María en su vida. (Quinto misterio glorioso).

A pesar de su afecto y su cercanía no se siente digna del favor, de la inmaculada presencia, de haber sido escuchada y correspondida.
El tema sigue vigente en mis ideas y, hoy en la Basílica, frente al altar seguía pensando en el valor de los acontecimientos con María Ramos. Se me volvieron a cruzar las palabras conversión y renovación. Sentía como si el Espíritu Santo me estuviera hablando. Entendí que primero debe hacerse presente en nuestras vidas la conversión para que se pueda producir el milagro de la renovación.

Primero tenemos que pasar por una acrisolada purificación. Eso fue lo que le ocurrió (conversión). Ramos encontró la sanación de su vida a través de su conversión, pero tuvo una gran compañía, María Santísima. La renovación llega por misericordia de Dios al ver en nosotros la disposición para el cambio.

Quedo perplejo al preguntarme cómo es posible que una obra de arte en tan deplorable estado logre sanar a una señora en tan difícil situación. Pero más asombro me causa ver como se van sanando tanto la criatura como el tejido de algodón.

¿Pero cómo se logró la reparación del objeto? pues con las lágrimas, el amor, la entrega y mucho más...

¿Y la sanación de la divorciada?, pues por la respuesta del Misericordioso que llenó de gozos y alegría su alma.

Que dicha la que siento al escribir estas palabras. Tengo mis ojos llenos de lágrimas. Quiero gritar: “Te amo, Padre mío. Te amo, Madre mía por la inmensa misericordia que has tenido para con Colombia al dejarnos ver tu gloria en este templo. Bendita sea Chiquinquirá, benditos sean los hijos de María que la amamos tanto. Amén.

El autor respondió:

Mi estimado, Marco. La profundidad conceptual de tus apreciaciones están cargadas de una razón teológica que ilumina los silencios históricos de la vida de María Ramos, tema que no pasé por alto en mis investigaciones, pero sí lo dejé en el remojo de la espera hasta encontrar más documentación sobre lo que ahora revelas con un acierto simple de catequista.

Sobre tus primeras líneas de este punto, quiero recordarte que el camino real que conducía de Tunja a Chiquinquirá aún guarda, entre sus piedras desnudas, la prisa de las pisadas de 428 años de romerías. Ruta precolombina. Ruta de promeseros que Ramos inauguró como preámbulo de un milagro. Ese camino real de Chiquinquirá a Tunja hizo honor a su nombre cuando el 3 de diciembre de 1587 los tunjanos, acompañados por los indígenas de la zona, sacaron del naciente santuario en hombros a la Reina del Cielo plasmada en un lienzo renovado para llevarla hasta su ciudad y que los curara de la peste.

El resto de tu ponencia, a mi leal saber y entender, puedes agradecérsela al Espíritu Santo que te ilumina con sus luces. Además, encuentro cierta similitud entre María Ramos en la choza capilla de Chiquinquirá y la profetisa del templo de Jerusalén que aparece en el Evangelio de san Lucas. 

…Estaba también allí Ana, profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada, pues había vivido con su marido siete años desde su virginidad, y era viuda hacía ochenta y cuatro años; y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones. Esta, presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén…”

3. María Ramos y su entrega al apostolado mariano.

Marco planteó:

María Ramos no conoció la pintura de Alonso de Narváez, tampoco fue la primera persona en ver la manta cuando estaba ajada, ni participó del primer instante de la renovación. Pero sí fue la más amada por la Divina Providencia al ser escuchadas sus suplicas. No sé si a través del lienzo se hubiera dado algún suceso extraordinario cuando permaneció en Suta. No creo que haya pasado nada por razón del descuido, uno no abandona a alguien o algo que le ha transformado la vida. Pero pienso que hubo un milagro oculto en el acontecimiento que nos ocupa. El cambio en la situación de la mujer orante contiene dos prodigios paralelos en el tiempo, la renovación de María Ramos y la renovación del lienzo.

Creo que María Santísima fue la que estuvo preparando los nuevos ingredientes para renovar la pintura (las lágrimas, las oraciones, la perseverancia, el dolor y el óleo de amor de Ramos) para que finalmente nuestro Padre, el más grande de los artistas, se recreara en algo que no servía, pero que para Él era el medio ideal para manifestar su gloria y su amor por nosotros.

Por un lado, el Creador en su gran sabiduría inspiró al pintor para que elaborara una imagen de su amada Hija. Esta fue utilizada como un medio eficaz para la conversión de las almas, pero era necesario que el manto pasara por los descuidos.

En estos abandonos el Padre Celestial aportó la lluvia, otro elemento más que se fusionó con la pintura y que no es puesto por mano humana sino por Dios. Él se valió de la naturaleza para preparar y colocar el medio del que se serviría para atraer a millones de hijos a la fe cristiana.

Mi hermano, era necesario  que esto ocurriera porque de lo contrario el cuadro hubiera permanecido olvidado en la capilla de los aposentos de Chiquinquirá. (No se hubieran encontrado la Madre con su hija) y peor aún, ¿qué sería de las vidas de nuestros ancestros? Definitivamente, la patria está unida, atada al signo de la Renovación.

En conclusión, dejo unos temas para profundizar que son los siguientes: La mayor preocupación para María Ramos ya no era su país, su familia, sus recuerdos. (Jesús en el Evangelio nos advierte que el que ama más a sus padres, hermanos y las cosas no es digno de Él).  Su devoción era servir al Señor, ejemplo para imitar.

-Si María Ramos se entristeció por la ausencia de María Santísima en los trazos, luego disfrutó del gozo y la alegría que añoró y que después fue suya. Ella pudo haber dicho: “Madre, ya te tengo, nada me falta. Tu compañía me basta. Madre llegaste para quedarte con tu pueblo y aquí está tu hija para honrarte, para amarte. Quiero que mi última respiración se dé a tu lado porque así estaré plenamente segura de que moriré en tus brazos".

 -Cuando se recibió la respuesta del cielo, el 26 de diciembre de 1586, se podría pensar que el lienzo deseaba estar con su protectora y la cuidadora quería estar en compañía de su más amado tesoro. 

Y me pregunto, ¿quién ha sido más indiferente? los que dejaron dañar el lienzo o  los que hemos olvidado que detrás de esta  advocación hubo una mujer que entregó su vida al servicio de la Rosa del Cielo y cuyo nombre es María Ramos. 

La Nación no ha valorado lo suficiente lo que Dios hizo en Ramos. Hemos perdido ese otro regalo que ha permanecido oculto. Obsequio con el cual se puede aprender mucho. ¿O acaso es poco que a través de esta santa mujer hayamos sido escuchados por el Altísimo? Tenemos el testimonio de su respuesta, la mismísima presencia de María Santísima en Chiquinquirá.

Mi hermano, que esta tarea sirva para la gloria de Dios, la honra de la Santísima Virgen Madre y el recuerdo de un episodio vital.

Espero haber aportado algo que haga un poco de ruido en medio del silencio con que la Historia trató a doña María Ramos.

Que de ella aprendamos, que todo lo podemos conseguir de Jesús a través de María Santísima.

El autor respondió:

Marco, tus bellos planteamientos me recuerdan a Jesús cuando dijo: “…Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños...” (Mateo 11,25).

Quizás la fascinante vida de doña María Ramos te sirva para ensamblar ese episodio inédito que forma parte de tus ideas. 

Como bien recordarás, el 22 de diciembre del 2012, la Emisora Reina de Colombia AM transmitió el programa Evangelización en el Nuevo Milenio que fue dedicado a María Ramos. Por ser el invitado de ese espacio me permití escribir una pequeña cronología titulada: “Las huellas de María Ramos”.

Ese texto forma parte de mi libro Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, historia de una tradición, en su segunda edición reformada y aún en proceso de elaboración. De esas líneas se tomaron algunos datos para hacer énfasis en los últimos sucesos de la vida de Ramos que te servirían para seguir llamando la atención sobre el acontecimiento celestial en los Aposentos de Chiquinquirá, en 1586.

En aras de la brevedad, pienso que hay que abrir un espacio de discusión formal sobre la vida oculta de Ramos en aquellos años en que fue la señora del naciente santuario chiquinquireño. No en vano sobre sus hombros recayó la responsabilidad moral de soportar el peso testimonial del milagro. Miles de peregrinos  llegaron a la capilla para conocer a la Virgen Neogranadina y preguntarle a Ramos sobre el suceso renovador. Fue una larga entrevista entre los romeros de cotizas y la tradición oral de una raza heroica.

Pasaron 37 años, entre 1586 y 1623, de servicio de Ramos a la Patrona de Colombia. De ese tiempo solo quedó su testamento y el de su hija “Ana de los Reyes mujer de Gonzalo de Puerta vecina de este sitio de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá” fechados el 26 de abril de 1618.

Es una lástima que en Colombia, la Amnésica, el documento del olvido sea la escritura con que el silencio vende la tradición al embuste. Que doña María Ramos te ayude a protestar con su recuerdo desde su renovación en la eternidad de un signo: La memoria de la Patria Mariana.


jueves, 17 de julio de 2014

De hinojos ante la Chinca



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana


 “Boyacá es una bendición, su persona” decía algún famoso comediante para promocionar la cultura de su terruño.

Sí, no hay duda. En ese departamento las bendiciones marianas tienen un lugar ancestral para ir a recibirlas. Se trata de la  Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá a donde el peregrino de antaño llegaba tras dejar las trochas embarradas con sus pisadas apuradas. El paso cadencioso del campesino vigoroso se regaba con sudor y se acompaña de tiples y coplas. El brindis con la chicha fermentaba y el piropo fino le tejía a la romería su  alegría humilde.

Las centurias pasaron y la tradición siguió tan campante, excepto por una conducta que en el siglo XXI se mira con algo de recelo: entrar al templo de rodillas.

La pregunta de este cronista es por qué la suspicacia. La respuesta, como todas las cosas íntimas del colombiano, es compleja. Y la mejor manera de ilustrar la tesis es mostrando el fenómeno por medio de modelos.

Si un labriego, de ruana y alpargate, entra con su sombrero en  la mano y las sienes marcadas por las cicatrices del barro, probablemente no llame la atención. Será automáticamente enmarcado dentro del costumbrismo campesino que se aferra a las viejas consideraciones de los antiguos.

La ruana, abrigo de macho macho, como lo canta el bambuco del maestro Luis González, perdió sus colores entre los trajines del campo. El fique de sus cotizas trae el desgaste monumental de pararse en las piedras mojadas sin resbalar. El zurriago amarillento cuelga de su muñeca como un apéndice lisiado. El sombrero, de tapia pisada, guarda en sus alas las quemaduras de muchos soles… El ropero envejecido esconde un cuerpo usado por el trabajo desde épocas sin memoria. Quizás ya no debería moverse y menos sobre sus articulaciones, pero el paisano avanza con su camándula fatigada de dar vueltas entre sus manos callosas  por el uso excesivo del azadón. Sus dedos cual tenazas fueron adheridas a su mango para abrir los surcos del sembrado de su estancia. Allí plantó las deliciosas papas que otros vendieron rellenas de sabores en los restaurantes de comida internacional.

Es posible que la monumental figura del patriarca imponga el respeto de su historia o que simplemente forme parte de la rutina agraria, pero su trasegar cansino no es algo novedoso para el turista. 

En cambio si un foráneo hace lo mismo se convierte en el centro de atracción. En algunos casos llama la atención de algún fraile o del sacerdote que esté celebrando la Santa Misa. Ellos lo contemplan con ternura de pastor, severidad de inquisidor, curiosidad de catequista, espanto de prelado y cuestionamiento e indiferencia según sea la sensibilidad del presbítero.

En privado comentan: “Yo no sé porque la gente hace eso, como si se fueran a ganar el cielo.” Otro ministro dijo en público,  y con profundad humildad: “Esas prácticas sostienen mi sacerdocio porque son una expresión de fe”.

Esa dualidad de opiniones no debió ser un problema para el Apóstol de los Gentiles porque en su carta a los hijos de Roma consignó: “…Porque escrito está: Vivo yo, dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios”. Romanos 14,11…”

La respuesta sigue sin cubrir toda la amplitud del interrogante porque dentro de la idiosincrasia nacional hay variables insospechadas e insoportables.

Muchos parientes de sangre y amigos de la entraña íntima del corazón huyen despavoridos del lado de la persona que decide entrar de rodillas a saludar al Altísimo y luego a la Virgen. El  raizal, valiente hasta el extremo, se escapa, se evapora, se mimetiza detrás de cualquier columna o desaparece entre el gentío para que nadie pueda relacionarlo con el penitente, que se mueve camino del altar.

El ridículo, conocido en el argot popular con el nombre de: “OSO”, en mayúscula sostenida, es la condición social que más afecta al individuo de la Colombia sin identidad. Basta ver como el alegre compadre de innumerables jaranas y profunda camaradería se aleja a velocidades, que si se pudieran medir rompería los registros olímpicos.

Por encima del sentimiento afectivo y los vínculos de sangre está el plantígrado irrisorio que le hace sonrojar las mejillas y, ante esa señal de alarma, hay que pagar escondederos a peso porque esas prácticas rituales premodernas están pasadas de moda, según algunos descendientes de noble solar.

En contraposición a los escándalos producidos por el peregrino conservador se ven otros casos. Ejemplo, un niño de escasos cinco años interrumpió a una devota en su trayecto de humildad para preguntarle por qué andaba así. El pequeño meditó los argumentos y un rato después le pidió a su madre que lo acompañara en su primera excursión por el corredor central de la basílica. La señora lo mimó, lo aplaudió, pero no lo dejó participar de la experiencia formal. Fue ella la que inició el gran desfile. Su pequeño la guiaba con un cirio encendido mientras que la voluminosa fémina sentía como sus carnes protestaban con la fatiga de unos implacables calambres. No estaba acostumbrada a los ritmos del romero. Debió hacer muchas paradas frente a su pequeño, que la seguía jugando con la llama de la veladora. A veces queriendo derramar la cera derretida en el piso y otra veces como serio farero de escondida bahía. Por fin, la mujer obesa llegó a la baranda del comulgatorio y descansó. El niño estaba feliz porque la próxima vez no le podría negar la opción fundamental de hacer lo mismo. El principio de imitación estaba injertado en su aprendizaje de actividad lúdica. Para el infante no era sacrificio, ni ridículo era una forma de entablar un diálogo con “Papá Lindo”.   

Quizás, ninguno de los dos conceptualizó el proceso, pero la herencia ancestral de los viajeros se reactivó por causa de una pregunta infantil. El linaje de la tradición pasó de una generación a otra en media hora.

El último paradigma, literalmente captó las miradas del elemento masculino. Una delgada y bien organizada jovencita, menor de 25 años, emprendió su trayectoria, sin prisa.

Su mirada estaba fija en el milagroso lienzo del altar. Sus manos en posición de súplica y preces cual angelical figura de vitela parecía una religiosa del medioevo que hubiera cambiado el sayal por el bluyín.

La señorita tenía un ritmo particular. Avanzaba delicadamente, despacio, saboreando cada Ave María. Parecía que estuviera en algún trance donde el dolor y el murmullo del gentío expectante no influyeran en su místico coloquio. Seguía una línea recta trazada por la costumbre o por su buen equilibrio. La cabeza erguida, la mirada concentrada. No se quejó, no se apoyó, no descansó y no se desvió. Simplemente seguía en un andar automático donde cualquier opinión, pregunta, piropo, carraspeo o tumulto de feligreses apresurados no logró hacerla cambiar de rumbo ni de oficio.

Ella seguía sola y la Eucaristía del medio día comenzó sin que se inmutara. Continuó hasta terminar su salterio en las gradas del presbiterio…

La respuesta al por qué algunas personas insisten en postrarse podría diagramarse en una palabra, en cuyas cuatro columnas se sostiene la existencia del universo: Amor. Sí, por amor a la Reina del Cielo la visita se hace de hinojos, privilegio de promesero.