jueves, 25 de junio de 2015

Plegaria del Santo Padre, Juan Pablo II. Misión Nacional de Reconciliación.



1. Bendito seas Señor, y Padre que estás en el cielo,
Origen de todo bien, dador de todo consuelo,
Porque en tu infinita bondad,
Nos has reconciliado contigo y entre nosotros,
Por medio de Jesucristo, tu divino Hijo.
Ayúdanos a cumplir tu voluntad
Para que venga a nosotros
Tu reino de justicia, de amor y de paz.
Te pedimos confiadamente que la Misión de Reconciliación Nacional,
Promovida por los obispos de Colombia,
Penetre muy hondo en los corazones de todos los colombianos,
Y que tu mensaje de fraternidad y perdón
Haga superar las diferencias, las enemistades, los antagonismos,
Y refuerce la voluntad de entendimiento y compresión.
Te suplicamos que, con la ayuda de tu gracia,
El lema “por la Reconciliación a la Paz
Se haga vida en los individuos, en las familias y en la sociedad.

2. Conviértenos a ti, Padre de misericordia.
Haznos sentir el gozo del perdón recibido
Para que sepamos compartirlo con los demás.
Renuévanos con tu Espíritu
Para que sepamos descubrir la novedad evangélica:
“Bienaventurados los que trabajan por la paz” (Mt 5, 91).

Ayúdanos a contemplar en el rostro de Cristo,
Crucificado y Resucitado,
El misterio de nuestra reconciliación,
El amor sin límites que excluye toda violencia,
La fuente viva de un perdón que abarca también a los enemigos,
Para que como hijos del mismo Padre,
Podamos todos reconocernos hermanos en su nombre.

Por su Sangre redentora,
Haz que cesen las violencias y las venganzas,
Que provocan espirales de odio
Y siembran destrucción, terror y muerte.

3. Te pedimos que todas las familias de Colombia,
Superadas las horas aciagas de dolor y de llanto,
Puedan gozar de la paz que Jesús nos dejó;
Que en sus hogares, en los que florezcan las virtudes cristianas,
Los hijos crezcan sin incertidumbres ni temores,
Preparándose para contribuir a forjar una sociedad más justa y fraterna.
Concede a los gobernantes,
Responsables de una Nación que se honra de su fe cristiana,
Energías espirituales y morales
Para servir a la gran causa del bien común;
Que abiertos a las exigencias de tu Palabra,
Sean siempre sensibles a los anhelos de todo un pueblo,
Que quiere y necesita la paz.
Ilumina a todos los hombres de buena voluntad
Para que, movidos por tu mensaje de misericordia y de perdón,
Se convenzan cada vez más de la esterilidad de la violencia,
Que tantas heridas ha producido,
Y que no es camino para una paz justa y duradera.

4. Que los pastores de la Iglesia en Colombia,
Los sacerdotes, religiosos, religiosas y todos los fieles,
Sean signo e instrumento de reconciliación,
Para que la acción evangelizadora, nueva en su ardor,
Sea fecunda en frutos de perdón y de concordia,
De justicia y de paz.

Que el amor a la Virgen María, Nuestra Señora de Chiquinquirá,
Reina y Patrona de Colombia,
Suscite en todos los colombianos
Sentimientos de fraternidad y armonía,
Para consolidar la Nación como una gran familia
Que quiere vivir, desde la fe cristiana,
La civilización del amor.
Te lo pedimos Padre de Bondad,
Con la fuerza de tu Espíritu,
Por mediación de Jesucristo, Príncipe de la Paz
Y fuente de nuestra reconciliación. Amén.

Juan Pablo II.

Publicado por Secretariado Permanente del Episcopado Colombiano  en el Catecismo por la reconciliación a la paz.
Impreso por editorial Kimpres Ltda. Bogotá, marzo de 1991.


jueves, 18 de junio de 2015

Las incógnitas de una peregrina


Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

La cabeza de un milagro estaba abandonada entre una caja de madera ubicada dentro de la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.

No se trataba de una decapitación mística, como pensaron algunos, ni el sortilegio propio de un aprendiz de brujo. Resultó ser, paradójicamente, una práctica religiosa que unía la oración y la piedad en un círculo de agradecimiento. Los artesanos les venden a los peregrinos unas figurillas de cera que luego se ofrecen ante el ara con una frase: “Gracias, virgencita linda.”

El acontecimiento, tan cotidiano para los romeros de antaño y hogaño, no pasó inadvertido para una señora oriunda de la Sultana del Valle. Ella deseaba indagar sobre esas prácticas rituales ancestrales.

Y, sin saludo ni presentación, le soltó un cuestionario a un bogotano devoto que estaba a su lado:

¿Qué significan esos muñequitos amarillitos que le colocan a los pies de la Virgen? ¿Por qué la Reina tiene dos catedrales en Chiquinquirá? ¿Y por qué esa imagen hace milagros?

Las respuestas llegaron por cortesía del cariño mariano a la Chinca:

Las figuras de color amarillo son las pruebas fehacientes de la  intercesión de la Madre de Dios, la Santísima Virgen María. Por Ella ocurren hechos maravillosos que rompen las leyes de la ciencia. Cada pieza es el testimonio de un favor recibido. Tienen formas humanas (hombre, mujer o niño) que indican diferentes signos. Ellas van desde la curación de alguna enfermedad mortal hasta un parto feliz. También se fabrican modelos de vehículos y casas que indican la adquisición de esos bienes tan urgentes para la calidad de vida familiar.

La serie puede ser descuartizada, según necesidades o testimonios. Usted podrá encontrar brazos, piernas, ojos y para el caso, una testa de rostro femenino que certificó algún don del cielo que bajó por la escalerilla del santo rosario.

Sonrió y con un marcado acento insistió: “Vení, contame, ve. No entiendo porque la Virgen tiene dos catedrales, ¿oís?”

No hay dos, no puede haber una dupla de esas dimensiones arquitectónicas en ningún pueblo de la tierra civilizada por el Evangelio de Cristo. El inconveniente en esta villa es de semántica, geografía urbana y cultura religiosa más una pizca de socarronería boyacense.

Si un turista despistado pregunta en la Ciudad Santuario: “¿en dónde queda la Catedral”, los buenos informantes, a sabiendas de lo que hacen, le indican la ruta para la catedral del Sagrado Corazón de Jesús. Esa iglesia está ubicada cerca de la antigua estación del ferrocarril y frente al parque David Guarín.

Allí tiene su silla o cátedra el obispo de la Diócesis de Chiquinquirá, monseñor Luis Felipe Sánchez Aponte, que preside a la grey a él encomendada por el Santo Padre para enseñarle y guiarle por los caminos de la doctrina de la Iglesia católica.

Ese sacro lugar, tan importante para el pastoreo de las almas, es  diferente a la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, que cumple con otras funciones. Aquí se alberga a los promeseros de tierras lejanas que vienen a dejar sus mandas a ante el trono de la Patrona. Su sobria estructura, de estilo neoclásico, se ubica frente a la Plaza de la Libertad, en el corazón del centro histórico de la ciudad.

Resuelto el enigma del laberinto geográfico se tocó el tema del término distintivo, que después de pasar del griego al latín, se convirtió en una expresión que significa: “casa real”.

El título de “Basílica” lo otorga el Papa a los templos que por su importancia histórica lo merecen. El 18 de agosto de 1927,  su santidad Pío XI le concedió la dignidad de Basílica Menor porque  guardaba la pintura de la Virgen del Rosario de Alonso de Narváez (Tunja 1562). Los trazos se deterioraron hasta borrarse en Sutamarchán (1574) y se renovaron milagrosamente en Chiquinquirá en 1586. Para obtener el calificativo se pasó por un delicado proceso eclesial donde se analizaron las causas que determinaron el privilegio.

El Sumo Pontífice es el único con la autoridad para entregar el sonoro nombre. Esa prerrogativa le dio el derecho a lucir en el presbiterio los signos de su dignidad, el canópeo y el tintinábulo.

¿Y esas palabrejas existen?, interrumpió la mujer. Sí, aunque fueron pensionadas del diccionario de la RAE.

El canópeo es una pieza de las insignias papales, que antiguamente se usaba para darle sombra al Santo Padre. Es también un símbolo de la autoridad papal sobre la Iglesia.

El tintinábulo (campanilla) es la insignia que la Santa Sede concede a las iglesias a las que eleva de categoría. Se usa por lo general en la procesión del Corpus Christi.

La dama quedó muda. No pudo repetir los extraños nombres. A fuerza de señas se le presentó el canópeo porque su compañero de nobleza eclesial no estaba… Seguramente lo trastearon mientras decoraban el altar para la pasada fiesta de Pentecostés, (24 de mayo de 2015) y se olvidaron de regresarlo a su lugar.

La turista optó por pasar al escabroso tercer punto, el perseguido por los iconoclastas. Ella preguntó: “¿Y por qué la llaman la milagrosa imagen?”

Porque su nombre es una realidad que parte de la historia de un milagro. Así aparece reseñada en los documentos oficiales de la Colonia. Por ejemplo, en el pleito que se generó después de la segunda salida de la Virgen de su santuario, en 1633.

El meollo de la disputa lo originaron los hijos de la muy leal ciudad de Tunja. Los tunjanos querían quedarse con el cuadro que los santafereños reclamaron por ser la capital del Virreinato de la Nueva Granada. Las castas, de la alcurnia muisca-hispana, no consideraban a la doctrina de Chiquinquirá digna de ser la poseedora y guardiana de ese tesoro, telúrico y celeste.

El asunto lo tuvo que dirimir la Real Audiencia, en marzo de 1635, por que el capellán de Chiquinquirá, cura Gabriel de Rivera Castellanos, protestó ante el Cabildo de Santafé de Bogotá por los  serios inconvenientes presentados por la ausencia de la Virgen de  su terruño.
  
El litigio por la posesión del lienzo fue fallado en favor de su legítimo dueño. Los oidores, en su sabia jurisprudencia, se inclinaron por el humilde sitio escogido por la voluntad divina para dejar reposar en él un signo de su misericordia. “…se acordó se escriba a los corregidores de los partidos de naturales de esta jurisdicción y a los padres doctrineros y personas devotas que estén en el campo a quienes den por sí y pidan limosnas para fenecer el resto que en la dicha petición se refiere para que devuelva a su casa la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Chiquinquirá. Con lo cual se acabó este cabildo y se firmó y va testado.   (Cf. Archivo Histórico Regional de Boyacá, Cabildo, Leg. 16, ff. 237rv.)

Ahora, mi buena señora, si Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, cuál es el inconveniente en que una pintura echa por un hombre, a imagen y semejanza de la Madre de Dios, haga prodigios. Recuerde que para el Altísimo no hay nada imposible. (Lucas 1, 37).






jueves, 11 de junio de 2015

Sagrado Corazón de Jesús: ¡He aquí el corazón que tanto amó a los hombres!


Las apariciones a Santa Margarita María no fueron el origen de esa devoción. Ella ya existía y se remonta a los primordios de la historia de la Iglesia. Antes del mensaje de Paray-le-Monial, grandes santos y renombrados teólogos ya se habían destacado en la práctica y propagación de ese culto tan precioso. Entre muchos otros, podríamos citar a Santa Gertrudis, San Buenaventura, Santa Matilde, San Bernardo, San Francisco de Asís, Santa Catalina de Siena, Tomás de Kempis, San Francisco de Sales, y de modo particular, San Juan Eudes, quien reunía siempre las devociones al Corazón de Jesús y al Corazón de María. Fue el primero en conseguir en 1672 el esplendor de un culto litúrgico al Sagrado Corazón, con oficio y Misa propios, celebrados en las diócesis en que eran permitidos por los respectivos obispos.


Sin embargo, fue en la bendita atmósfera de Paray-le-Monial donde se realizaron los prodigios y hechos fundamentales para que esa devoción se consolidase, asumiese sus aspectos definitivos, y se esparciese por la Iglesia universal.

Para un vigoroso impulso inicial, así como para llevar adelante la misión que le confiara el Divino Maestro, Santa Margarita María encontró gran apoyo en San Claudio de la Colombière -su confesor y hombre de virtudes extraordinarias-, bien como en la Orden de los Jesuítas a la que éste pertenecía. Desde entonces, los hijos de San Ignacio se volvieron denodados heraldos de esa devoción.

El culto al Sagrado Corazón fomentado así, comenzó a propagarse rápidamente, siendo protegido y favorecido por los Sumos Pontífices con importantes indulgencias. En 1856, el Papa Pío IX extendió a toda la Iglesia la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, fijada para el primer viernes después de la octava de Corpus Christi, fecha en que hasta hoy es celebrada.

En el inicio de la década de 1920 tuvieron lugar las apariciones del Sagrado Corazón a Sor Josefa Menéndez, religiosa coadjutora de la Societé du Sacre Coeur de Jésus, conocidas como el "llamamiento al Amor". En ese mensaje -cuyos puntos más sobresalientes transcribimos al comienzo de este trabajo- Nuestro Señor no hace sino redescubrir a los hombres, con desvelo aún mayor, el tesoro insondable de clemencia y de misericordia que Él nos ha reservado.

En lo que dice respecto al alcance y a los frutos de esa devoción, sobre ello ya se manifestó Santa Margarita María: "No hay", dijo ella, "camino más corto ni mas seguro para la perfección de que consagrarse al divino Corazón, prestándole todos los homenajes de amor, honra y alabanza de que somos capaces. Creo que, en la vida espiritual no existe devoción más propia para que en breve plazo se pueda llevar un alma a la santidad, y hacerla experimentar la verdadera felicidad en el servicio del Corazón de Jesús."

Por medio de esta devoción se establece la más íntima y preciosa relación que podemos tener con Jesús, conociendo a qué extremos somos llamados por Él, y en consecuencia, cuánto le debemos en amor, gratitud, reparación y en fidelidad a sus designios superiores. Por lo tanto, "todos debemos beber del Corazón divino, que es fuente de vida y santidad. No hay en el universo creado otro lugar del cual pueda brotar la santificación para la vida humana, fuera de este Corazón que tanto nos amó" (Juan Pablo II, Idem, agosto de 1986).

Esa devoción tiene igualmente extraordinario alcance para el conjunto de la humanidad, produciendo frutos no menos valiosos. Ella ofrece eficaz remedio para los males que afectan al mundo contemporáneo. En efecto, es la devoción de la bondad y de la misericordia. Ella recuerda a los hombres -tan ávidos de afecto y sin embargo tan llenos de egoísmo- que un amor incomparable hizo descender del cielo al Verbo de Dios; que este amor fue su alimento sobre la tierra y lo acompañó hasta la eternidad, donde no lo deja descansar un solo instante, siempre vuelto hacia nosotros.

La Agonía en el Huerto, la Cruz, la Sagrada Eucaristía, milagros de amor divino olvidados por los hombres, vuelven a su memoria a través de la devoción al Sagrado Corazón. Ésta los obliga a creer que existe alguien que los quiere apasionada e infinitamente.

Además de esto, "en el Corazón de Cristo, lleno de amor al Padre y a los hombres sus hermanos, se dio lugar la perfecta reconciliación entre el cielo y la tierra. Quien quisiere experimentar la dulzura de esa reconciliación, debe aceptar la invitación del Señor y dirigirse a Él. En su Corazón encontrará paz y descanso; allí su duda se transformará en certeza, el ansia en quietud, la tristeza en alegría, la perturbación en serenidad. Allí encontrará alivio para el dolor, fuerza para superar el miedo, generosidad para no rendirse al envilecimiento y retomar el camino de la esperanza" (Juan Pablo II, Idem, septiembre de 1989).

Nada más propio pues para levantar a los espíritus abatidos por la tibieza y el desaliento, que la vista de un Dios que oculta su omnipotencia, para que brille y triunfe sólo la misericordia de su Corazón. Nada más propio a rescatar a los hombres de las vías de la incredulidad, de la irreligiosidad y de la indiferencia moral -causas principales de la inmensa crisis moderna-, que prestar oídos al mensaje impregnado de fe, perdón y clemencia inagotables que el sagrado Corazón se dignó traerles desde la eternidad.

¿Y cómo no prevenirnos de una confianza sin límites al pensar que ese Corazón, que a nosotros se ha mostrado tan compasivo e indulgente, es el Señor del mundo y el supremo Juez de los acontecimientos, y que nada nos sucede sin que haya sido ordenado y permitido por Él con miras a nuestra santificación y felicidad?

Esta es la devoción al Sagrado Corazón bien entendida. No es una práctica de culto como otras, sino el pleno desarrollo de la piedad cristiana. Es en el Sagrado Corazón donde el amor divino se reveló en todo su esplendor; y es en relación a Él donde la caridad humana se reviste de toda su plenitud.

En fin, por medio del verdadero conocimiento y culto del Sagrado Corazón, la humanidad se aproxima de Dios; y a través de Él, a ruegos de María Santísima, las bendiciones del cielo se difunden con abundancia sobre la tierra. Sepamos pues corresponder a esa maravillosa profusión de gracias, para que, revelándose nuevamente al mundo, pueda Jesús mostrarse repleto de divina alegría, afirmando:

"¡He aquí el Corazón que tanto amó a los hombres, y que por ellos fue tan profundamente amado!"

(Tomado de "Sagrado Corazón de Jesús, Tesoro de Bondad y de Amor", Mons João Clá Dias, EP)




Contenido publicado en es.gaudiumpress.org, en el enlace http://es.gaudiumpress.org/content/70387#ixzz3c6zEh7oX

Se autoriza su publicación desde que cite la fuente.

jueves, 4 de junio de 2015

Promesas del Corazón de Jesús

Las promesas que Jesús le dio a Santa Margarita María para las almas devotas a su Corazón  que se confiesen y comulguen durante nueve primeros viernes:

1. Les daré todas las gracias necesarias en su estado de vida.

2. Estableceré la paz en sus hogares.
3. Los consolaré en todas sus aflicciones.
4. Seré su refugio en su vida y sobre todo en la muerte.
5. Bendeciré grandemente todas sus empresas.
6. Los pecadores encontrarán en Mi Corazón la fuente y el océano infinito de misericordia.
7. Las almas tibias crecerán en fervor.
8. Las almas fervorosas alcanzarán mayor perfección.
9. Bendeciré el hogar o sitio donde esté expuesto Mi Corazón y sea honrado.
10. Daré a los sacerdotes el don de tocar a los corazones más empedernidos.
11. Los que propaguen esta devoción, tendrán sus nombres escritos en Mi Corazón, y nunca serán borrados de El.
12. Prometo en el exceso de la infinita misericordia de mi Corazón, que Mi amor todopoderoso le concederá a todos aquellos que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final; no morirán, en desgracia ni sin recibir los sacramentos; Mi divino Corazón será su refugio seguro en este último momento.



Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.
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