jueves, 29 de octubre de 2015

María comparte los sufrimientos de su hijo


         Jesús había partido de la casa de la cena. María sabe a donde va su hijo. Aunque ella esté lejos del lugar de su agonía, en su corazón siente su misteriosa repercusión. Mientras los discípulos escogidos duermen y olvidan a su Maestro, María está en vigilia y ora. La imaginación de su corazón maternal le pone presente en todo su terror lo que sucede en Getsemaní. Como Jesús, ella se siente presa de un tedio, de un temor y de una tristeza muy grande. Con El exclama: “Mi alma está triste hasta la muerte”. Junto con El se postra son su rostro en tierra. Como El exclama a Dios: “Padre, Padre, haz pasar este cáliz lejos de mí”. No, me equivoco, María consciente en vaciar este cáliz amargo hasta las heces, pero si quisiera que no lo tuviera que beber su hijo. Ella es madre y ama más tierna y más magnánimamente que todas las demás madres. Mi Padre, dice ella, Padre de mi Hijo  querido, ¿por qué golpeas al inocente? Tú conoces como yo, no tú conoces  aún mucho mejor que yo este manso cordero. El es en el cielo la imagen y el reflejo de tu gloria, y yo lo he visto desde su primera señal de vida en mis entrañas hasta este día tan triste, siempre lleno de gracia, de sabiduría y de bondad. El se ha sujetado siempre a tus santas leyes; él se ha alimentado como si fuera pan de comer, de tu santísima voluntad, él no obró durante toda su vida en esta tierra sino lo bueno. Piedad Padre, piedad para El! Descargue tus golpes sobre mí, su madre indigna, más a El no lo toques. Ahórreme a mí este amargo sufrimiento de haber proclamado en mi “fiat” a tus divinas promesas esta sentencia cruel de muerte. Padre, retire este cáliz de sus labios!

         ¿Pero Dios, se dejará conmover por esta enternecida oración de la madre? No, mi hermano cristiano, la justicia divina debe ser satisfecha. Iluminada por la gracia de Dios, María comprende esta exigencia divina, ve la salud del mundo en que el inocente ha de ponerse en lugar de los culpables. Con Jesús ella se somete a la voluntad del padre celestial, con Jesús que sufre la agonía, con Jesús moriría, si no fuera sostenida por la fuerza de lo alto.

P.  Luis Jacques Monsabré, O. P.
                                                                                                   (1.827-1907).
Tomado de la revista Regina Mundi 7



jueves, 22 de octubre de 2015

El santo rosario, predicador del Evangelio




Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

El salterio de María reposó en las páginas de la Sagrada Escritura por 1.200 años. El tesoro, oculto a los ojos de los estudiosos, permitió que el encanto de su gracia evolucionara en manos de los humildes.

La gestación del rosarium (rosa) en el vientre de la Iglesia marcó una línea de tiempo que abarcó, con precisión cronológica, la Edad Media (siglos V-XV) lo que permitió identificar sus distintas etapas de floración espiritual. El oscurantismo del medioevo fue el ingrediente vital para engendrar una cadena de oraciones que une la intimidad del alma con su Creador.

El primer movimiento del gestante estremeció al mundo oriental con un dogma de fe. El Concilio de Éfeso (431) proclamó la maternidad divina de María Santísima.

La comunidad de creyentes, que escuchó a los obispos dictar cátedra contra la herejía de Nestorio, levantó su voz sobre el sentir de los acontecimientos: “Santa María, Madre de Dios, ruego por nos”. La frase salió del aquel puerto griego del mar Egeo y, movida por las olas de la certeza, llegó a la Europa barbarizada.

La incubación continuó dentro de los ritmos de los silencios históricos. La virtud teologal de la esperanza sirvió de sólida base para la edificación de un engranaje que funcionará inagotable. En el año 650, en el misal romano aparecía el saludo del ángel: “Dios te salve María” como antífona en la misa del cuarto domingo de Adviento. 

El tierno brote fue el precursor de una práctica piadosa. El capullo se conectaría a la savia de las ciudades de Dios, los monasterios.

En el siglo IX los monjes que vivían en sus abadías, fortalezas de la cultura occidental, comenzaron a rezar los 150 salmos de David como parte de sus oficios monásticos.

El murmullo edificante pronto llegó a los oídos de los laicos analfabetos que servía o abastecían a la infraestructura económica de aquellos centros de recogimiento espiritual. Las aldeas cercanas recibieron la invitación para imitar a los frailes que usaban el Salterio (libro del coro que solo contenía salmos).

La naturaleza de los legos, siervos de la gleba en su mayoría, opusieron la necesidad del jornal contra la práctica religiosa. Ellos cambiaron los 150 salmos por 150 padrenuestros. Choque formal, pero válido. La catequesis resultaba más fácil en la repetición que en la lectura, que no estaba al alcance de sus sentidos intelectuales.

Sin embargo, la modalidad inventora del hombre raso, ante la rutina laboral de su existencia, agregó algunas variables al rezo ordenado por la norma. Quizás las mujeres, por su función maternal, incrustaron el avemaría.

La innegable fuerza motriz femenina en el hogar, detrás de todo, pasó a establecer una medida de preces familiares aún más corta: Las 50 avemarías, algunos padrenuestros y el Credo.

El avemaría estaba compuesta, en esa era preformativa, por dos saludos que vienen del corazón del Eterno. El arcángel Gabriel le anunció a María Santísima el misterio de la encarnación del Verbo: “…Salve, llena de gracia, el Señor es contigo…” (Lucas 1, 28) y recorridas las jornadas entre Nazaret y Ain-Karim donde Isabel, movida por el Espíritu Santo, ajustó el complemento para congratular a la Reina de los Ángeles: “…Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre…”  (Lucas 1,42).

Si bien la combinación hogareña de las plegarias aún no podía parir un rosario común sí deja ver un cordón umbilical adherido a la mística de la Palabra, la anunciación y la visitación. Su origen en los  salmos y en el Evangelio de Lucas, donde Jesús les enseñó a orar a sus discípulos el padrenuestro, lo demuestran. Por eso sus raíces son de una profundidad bíblica indiscutible.

La cepa de los textos sagrados requirió de un recipiente donde guardar el ritmo y la cantidad de las preces. El ejercicio de la deprecación necesitaba de la disciplina rutinaria lo cual obligó a buscar un modo de llevar las cifras.

La contabilidad de las gracias era parte de la economía de las almas pías. Las indulgencias del orante sumaban en la columna moral del Debe donde se descuentan las culpas, rezago del pecado.

El contador de cuentas entró en escena. La tarea de organizar, padrenuestros y avemarías para la meditación pasó de juntar piedras o semillas en una bolsa hasta un sartal de pepas. La camándula primitiva llegó solidaria para darle una guía y un soporte al conteo. La mente requería de algo tangible para programar sus sueños. La idea virtuosa siempre necesitó de un hecho objetivo para que el humanismo se elevara hacia su esencia divina. Las artes plásticas resolvieron el asunto con el cordel y sus cuentas. La manualidad sencilla trazó un modo determinado para la acción y la continuidad. 

El rosario y la camándula, en su etapa adulta, se convertirían en un matrimonio indisoluble porque su funcionalidad y economía resultó asequible para la formación moral del sujeto devoto.

En blanco y negro

Las primeras etapas del desarrollo dejaron lista la base para su nacimiento cultual. El rosal mostró sus retoños, que aún sin abrir, perfumaron el legado de la Iglesia.

El parto del rosario requirió de la Madre Inmaculada y de un casto padre jardinero para que lo cuidaran en sus años de infancia. El floricultor nació en España. Se llamó Domingo de Guzmán Garcés (1170) y creció en un ambiente clerical adecuado para su aprendizaje. Al aprobar sus estudios de teología (1194) se ordenó de presbítero. 

La tarea del predicador castellano tendría su horizonte de lucha en una época crítica. El siglo XIII europeo fue un modelo del vaivén de los sucesos que necesitaban ser escuchados y sanados de un sofisma pernicioso, la vieja herencia del maniqueísmo. 

La heterodoxia de los cátaros resultó ser el campo de prueba para la herramienta de la evangelización. ¿Estaban preparadas sus insipientes formas para enfrentar la furia del sectarismo? 

En esencia sí por la inmutabilidad de la Palabra de Dios, pero su estructura metodológica requería de ajustes formales que llegaron por vía celeste. 

La Omnipotencia Suplicante, la Santísima Virgen María, intercedió en favor de las preces elevadas por el hijo de doña Juana de Aza. La Reina de los Santos se le apareció en la capilla del monasterio de Prouilhe (Francia, 1208) con un rosario en las manos para indicarle el derrotero a seguir. Las manifestaciones de apoyo mariano continuaron en varios sitios del Mediodía francés.

El beato Alano de la Roca, O.P., en su libro De Dignitate Psalterii narró uno de aquellos episodios:

“Viendo Santo Domingo que los crímenes de los hombres obstaculizaban la conversión de los albigenses, entró en un bosque próximo a Tolosa y permaneció allí tres días y tres noches dedicado a la penitencia, a la oración continua, sin cesar de gemir llorar y mortificar su cuerpo con disciplinas para calmar la cólera divina, hasta que cayo medio muerto. La Santísima Virgen se le apareció en compañía de tres princesas celestiales y le dijo: ‘¿Sabes, querido Domingo de que arma se ha valido la Santísima Trinidad para reformar el mundo?’

¡Oh Señora, Tú lo sabes mejor que yo, respondió él; porque después de Jesucristo, tu Hijo, Tú fuiste el principal instrumento de nuestra salvación!

Pues sabe añadió Ella, que la principal pieza de batalla ha sido el salterio angélico, que es el fundamento del Nuevo Testamento. Por ello, si quieres ganar para Dios esos corazones endurecidos predica mi salterio.

Levantose el santo muy consolado. Inflamado de celo por la salvación de aquellas gentes, entró en la catedral. Al momento repicaron las campanas para reunir a los habitantes, gracias a la intervención de los ángeles. Al comenzar el su predicación, se desencadenó una terrible tormenta, tembló la tierra, se oscureció el sol, truenos y relámpagos repetidos hicieron temblar y palidecer a los oyentes. El terror de estos aumentó cuando vieron que una imagen de la Santísima Virgen expuesta en un lugar prominente, levantaba por tres veces los brazos al cielo para pedir a Dios venganza contra ellos si no se convertían y recurrían a la protección de la Santa Madre de Dios.

Quería el cielo con estos prodigios promover esta nueva devoción del Santo Rosario y hacer que se la conociera más…”

La invitación advirtió sobre el peligro para el neuma por causa de la rebelde apostasía. Ese evento permite hacer énfasis en dos hechos fundamentales que se complementan al fijar la ortodoxia del rosario. Primero, la evolución. El salterio de María surgió de la Biblia para ayudar en el adoctrinamiento al fundador de la Orden de Predicadores. Segundo, la intervención prodigiosa de la Bienaventurada Virgen María. Ella certificó la validez del ordenamiento cristológico de los misterios al encausar la devoción por el lecho del servicio a su Hijo Jesucristo. Antes de ese ciclo no tuvo la organización adecuada para su empresa.

Al rosario no le bastó su noble linaje para evadir los rigores de su misión. Tuvo que ir a la escuela de la antropología cristiana para ser templado en el fuelle de la evangelización y por último graduarse con honores ante el magisterio pontificio de la Iglesia.

Así, el salterio que inició su vida embrionaria en la alta Edad Media, se preparó para participar del Renacimiento. Fray Alano de la Roca, O.P., (1428-1475), uno de sus mayores difusores, creó la base para las Cofradías del Rosario. La primera fue fundada por Jacobo Sprenger, O.P., el 8 de septiembre de 1475 en Zwolle. (Países Bajos).

La modalidad de la plegaria cruzó el Atlántico abordo de unas naves exploradoras. El grito de un marinero desesperanzado detuvo el siglo XV y lo obligó al descubrimiento de América. El territorio de selvas ignotas cambió el transcurrir de la Historia.
Las carabelas de Cristóbal Colón atracaron en el Nuevo Mundo, en 1492. La nao capitana abrió la ruta del rosario con la toponimia de la conquista.  El 15 de octubre, el almirante anotó en su diario que bautizó una isla con el nombre de Santa María de la Concepción.

Detrás de la espada saqueadora llegó el Lábaro redentor. Los misioneros del siglo XVI evangelizaron el continente al tejer camándulas con los cáñamos que ataron los ídolos de las culturas precolombinas. 

El éxito de la prédica colmó las expectativas del renacimiento espiritual de las “Indias Occidentales”. El papa Pío V (dominico) cerró el ciclo evolutivo, bíblico y mariológico del rosario. El pontífice por medio de la bula, Consueverunt Romani Pontifices, (1569) le añadió al avemaría la tercera parte, la intercesión: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte”.

Además, definió el concepto que rige hasta nuestros días: “El rosario o salterio de la Santísima Virgen es un modo piadosísimo de oración, al alcance de todos, que consiste en ir repitiendo el saludo que el ángel le dio a María; interponiendo entre cada diez avemarías un padrenuestro, y tratando de ir meditando mientras tanto en la vida de Nuestro Señor”.

Atención, la cruz a estribor

El bautismo de sangre para el recién establecido rosario llegó el 7 de octubre de 1571. En el golfo de Corinto, cerca de la ciudad griega de Lepanto, las flotas navales de los cristianos y los turcos musulmanes chocaron en duelo de guerra. La escuadra católica estuvo bajo el mando de don Juan de Austria, el bastardo de Carlos V, que tuvo la responsabilidad de conducir a las tropas de los estados papales, Venecia y Génova, apoyados por España. La formación entró en batalla contra un enemigo superior en navíos, armamento y experiencia. El choque se jugó el destino de los pueblos que acompañaron al papa Pío V en su ordalía con las camándulas en la mano. El providencial triunfo militar fue atribuido al auxilio de la Santísima Virgen María en su advocación del Rosario.

El Santo Padre, por medio de la bula Salvatoris Domini, (marzo 5 1572)  mandó celebrar la fiesta de Nuestra Señora de la Victoria el 7 de octubre de cada año. Posteriormente su sucesor, Gregorio XIII, decidió cambiar el título del festejo por el de Nuestra Señora del Rosario (1573).

La gloria humeante de la conflagración iluminó el sendero de los frailes dominicos que llegaron por las trochas muiscas hasta las tierras del Zaque de Hunza. La raza vencida fue consolada por el milagro de la iluminación en una choza de la encomienda de Catalina García de Irlos, el 26 de diciembre de 1586. La renovación de una deteriorada pintura de la Virgen María con sus edecanes, san Antonio de Padua y san Andrés apóstol, se convirtió en la advocación de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Ella, bajo su patronazgo real, cubrió a la América del Sur con la valiosa herencia de la repetición del avemaría unida a un arcano de la vida de Cristo.

Mientras las civilizaciones americanas se catequizaban por medio de  las leyes de los virreinatos españoles, la paz de los europeos tuvo que ser ratificada en otra lid contra sus enemigos. El 5 de agosto de 1716, los turcos fueron derrotados por el príncipe Eugenio de Saboya, comandante de los ejércitos cristianos, en Temesvar (Rumania). El papa Clemente XI atribuyó ese honor a la devoción manifestada a Nuestra Señora del Rosario. En acción de gracias mandó que la fiesta del santo rosario fuera celebrada por la Iglesia universal.

De ese modo, el rosario se ganó el derecho divino de integrar el núcleo de la apologética porque es un arma formidable para derrotar la irreligiosidad.  

Posición que ratificó el papa León XIII en su encíclica Magnae Dei Matris (Gran Madre de Dios, 1892): “…Cuando la secta de los albigenses, llena de aparente celo por la integridad de la fe y la pureza de las costumbres, las escarnecía públicamente y en muchas comarcas labraba la perdición de los fieles, la Iglesia combatió contra las torpísimas formas de aquel error sin más armas ni otras fuerzas que el santo rosario, cuya institución y predicación fue inspirada al glorioso patriarca santo Domingo por la Santísima Virgen…”

La transformación  siguió con su avance en pos del cambio para ir  aún más lejos. El papa Juan Pablo II por medio de la carta apostólica rosarium virginis mariae (2002) le agregó los misterios de la luz: “…El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos santos y fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que, después de dos mil años, no ha perdido nada de la novedad de los orígenes, y se siente empujado por el Espíritu de Dios a «remar mar adentro» (duc in altum!), para anunciar, más aún, 'proclamar' a Cristo al mundo como Señor y Salvador, «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn14, 6), el «fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización»…”

En síntesis, así como el Verbo se encarnó en el vientre de María para la redención humana, el rosario se engendró en el seno de la Iglesia para predicar su Evangelio. 



jueves, 15 de octubre de 2015

Un ministro anglicano desilusionado reza a María


         “Uno se siente demasiado fatigado para llevar sus preces al cielo, pero, representándose su madre querida que le enseñó a orar, se decide a hacerlo una vez más. Se arrodilla junto a la cama, y tiene conciencia de que puede ser  ésta la última oración que haga. Sin saberlo, en la sequedad y en el hastío, uno hace la más importante oración de su vida.

         “Como por inercia, sin emoción, se vuelve uno hacia otra Madre, y dice sencillamente: “Madre de Dios, yo me entrego ahora a Vos: recibidme! Nada más. Pero en el mismo instante uno se da cuenta de que ésta es la oración que Ella había estado esperando. Este darse uno así mismo puede ser excelente preparación para  la gracia. Ahora uno se da cuenta que no puede resolver los problemas de su vida con las solas luces de la engreída inteligencia humana. Ella puede interceder por uno a su divino Hijo y alcanzarle a uno el más precioso de todos los dones, aquella gracia particular, el don de la fe que iluminará el entendimiento y hará patente el único camino, la única verdad, la única vida…”

         “Recapacita uno acerca de sus “tres madres” dice el mismo ministro anglicano después de su conversión a la Iglesia católica: La Iglesia es la Madre Santa en cuyo regazo uno vive. Evoca en su memoria el recuerdo de la madrecita suya, de cabello negro, arrodillada  y  rogando, y se persuade de que son sus oraciones las que le han conducido a casa. Uno repara en aquella otra Madre, la Madre de Nuestro Señor, su Madre, la Madre de su sacerdocio, que pacientemente le ha conducido al hogar. Y no fue por habérmelo yo ganado o merecido, sino porque su corazón maternal tuvo compasión  de un hijo que estaba aturrullado, cansado, amedrentado. Mi oración hacia ella será siempre:

Amable Señora, vestida de azul,
Enséñame cómo he de rogar,
pues Dios es tu pequeño hijo
y tú sabes la manera”.
De la autobiografía del ahora sacerdote
católico James A. Vanderpool.

Tomado de la revista Regina Mundi 7

miércoles, 7 de octubre de 2015

Carta Encíclica octobri mense sobre la devoción del Santo Rosario. Papa León XIII.



Venerables Hermanos: Salud y bendición apostólica

1. Exhortaciones anteriores a esta devoción: motivo de la presente exhortación

Al llegar el mes de Octubre, que está consagrado y dedicado a la Santísima VIRGEN DEL ROSARIO, gratísimamente recordamos con cuánto empeño os hemos encomendado, Venerables Hermanos, en años anteriores, que excitaseis en todas partes con vuestra autoridad y prudencia al rebaño de los fieles para que ejercitasen y aumentasen su piedad hacia la gran Madre de Dios, poderosa auxiliadora del pueblo cristiano, acudiesen a ella suplicantes y la invocasen por medio de la devoción del Santísimo Rosario, que la Iglesia acostumbró a practicar y celebrar, especialmente en las circunstancias dudosas y difíciles, y siempre con el éxito deseado. Y tenemos cuidado en manifestaros de nuevo este año ese mismo deseo nuestro, v enviaros y repetiros las mismas exhortaciones, lo cual aconseja y necesita la caridad de la Iglesia, cuyos trabajos, lejos de haber recibido algún alivio, crecen de día en día en acerbidad y en número. Deploramos males conocidos por todos; los dog mas sacrosantos que la Iglesia custodia y enseña, combatidos son y menospreciados; objeto de burla la integridad de las virtudes cristianas que protege; de muchas maneras se maquina por medio de la envidia el ataque al sagrado orden de los Obispos, y principalmente al Romano Pontífice, y hasta contra el mismo Cristo Dios se ha hecho violencia con desvergonzadísima audacia y maldad abominable, cual si intentasen borrar y destruir completamente la obra divina de su redención que jamás borrará ni destruirá fuerza alguna. Estas cosas que no son ciertamente nuevas, ocurren a la Iglesia militante la cual según profetizó JESÚS a sus apóstoles, ha de estar siempre en lucha y pelea continua para enseñar a los hombres la verdad y conducirlos a la salud sempiterna, y la cual realmente combate valerosa hasta el martirio por todas las vicisitudes de los siglos sin que alegre ni gloríe nada más que de poder consagrar el suyo con la sangre de su autor, en la que se contiene la conocidísima esperanza de la victoria que se le ha prometido.

2. La realidad presente: los enemigos y los indiferentes

No se puede negar, sin embargo, cuan grande tristeza acarrea a todo lo mejor esta continua actitud de pelea. Porque es, en verdad, causa de no pequeña tristeza el ver que hay por una parte muchos a quienes la perversidad de sus errores y su rebeldía contra Dios los extravían muy lejos y los conducen al precipicio, y por otra muchos que, llamándose indiferentes hacia cualquier forma de religión, parece que se han despojado de la fe divina, y, finalmente, no pocos católicos que apenas conservan la religión en el nombre, pero no la guardan en realidad ni cumplen con las obligaciones debidas. Y además, lo que angustia y atormenta con más gravedad Nuestra alma, es pensar que tan lamentable perversidad de los malos ha nacido principalmente de que en el gobierno de los estados, o no se le concede lugar alguno a la Iglesia, o se le rechaza el auxilio debido a su virtud salvadora, en lo cual aparece grande y justa la ira de Dios vengador, que permite que caigan en una miserable ceguera de entendimiento las naciones que se aparten de Él.

3. Necesidad de la oración

Por lo cual las mismas cosas piden a veces y piden con más vehemencia cada día, que es enteramente necesario que los católicos dirijan a Dios fervorosas, perseverantes (sin intermisión)(1) súplicas y oraciones, y esto no solamente cada uno en particular, sino que conviene que lo hagan con la mayor publicidad, congregados en los sagrados templos, para que Dios providentísimo libre a la Iglesia de los hombres malos y perversos(2), y traiga a las naciones pervertidas a la salud y sabiduría por medio de la luz de la caridad de JESUCRISTO.

¡Cosa en verdad tan admirable que sobrepasa la fe de los hombres! El siglo sigue su camino de trabajo, confiado en sus riquezas, fuerza, armas e ingenio; la Iglesia recorre los tiempos con paso firme y seguro, confiada únicamente en Dios, hacia quien levanta noche y día sus ojos y las manos suplicantes. Porque ella, aun cuando prudentemente no desprecia los demás auxilios humanos que con la providencia de Dios le depara el tiempo, no pone su principal esperanza en ellos, sino más bien en sus oraciones, súplicas y plegarias a Dios. De aquí alcanza el medio de alimentar y robustecer su espíritu vital porque felizmente, por su constancia en orar consigue que, libre de las vicisitudes humanas y en perpetua unión con la divina Majestad, que asimile la misma vida de Cristo Nuestro Señor y la manifieste tranquila y pacíficamente, casi a semejanza del mismo Cristo, al cual en manera alguna, disminuye y quita un ápice de su beatísima luz y propia bienaventuranza la crueldad de los suplicios que padeció para nuestro bien común.

Estos grandes documentos de la sabiduría cristiana los conservaron y veneraron siempre religiosamente cuantos profesaron con digno valor el nombre cristiano, y las súplicas de éstos a Dios eran mayores y más frecuentes cuando, por virtud de los fraudes y violencia de hombres perversísimos, sobrevenía alguna calamidad a la Iglesia o a su supremo Jerarca. Ejemplo insigne de esto dieron los fieles de la primitiva Iglesia, y muy digno de que se proponga para ser imitado por todos los que habían de sucederles en adelante. PEDRO, Vicario de Cristo Nuestro Señor, Soberano Pontífice de la Iglesia, hallábase, por orden del malvado HERODES, en la cárcel y destinado a una muerte cierta, y en ninguna parte tenía socorro ni auxilio para escapar. Pero no le faltaba aquel género de auxilio que de Dios alcanza la santa oración puesto que, según se refiere en la divina Historia, la Iglesia hacía por él fervientes súplicas: "En la Iglesia se hacía incesantemente oración por él a Dios"(3), y con tanto más ardor se dedicaban todos a la oración, cuanto más duramente les angustiaba la preocupación de tanto mal. Sabido es el éxito que tuvieron los votos de los que oraban, y el pueblo cristiano celebra siempre con alegre re cuerdo la milagrosa libertad de PEDRO.

4. La oración de Jesucristo.

Cristo, pues, dio un ejemplo más insigne y di vino a su Iglesia para instruirla y formarla en la santidad, no solamente por sus preceptos, sino también por su conducta. Porque Él mismo, que toda su vida había orado tan repetida y larga mente, al llegar a sus últimas horas, cuando llena su alma de inmensa amargura en el huerto de Getsemaní, desfalleció ante la muerte, entonces no sola mente oraba a su Padre, sino que orabat prolixius(4). y no lo hizo eso para sí, que siendo Dios nada temía ni necesitaba nada, sino que lo hizo para nosotros, lo hizo para su Iglesia, cuyas futuras preces y lágrimas ya desde entonces las hacía fecundas en gracia, recibiéndolas en sí con agrado y benevolencia.

Y cuando por el Misterio de la Cruz se consumó la redención de nuestro linaje, y fue fundada y constituida formalmente en la tierra la Iglesia después del triunfo de Cristo, desde ese tiempo, comenzó y prevaleció para el nuevo pueblo un nuevo orden de providencia.

5. Por medio de María.

Conveniente es escrutar los designios divinos con gran piedad. Queriendo el Hijo de Dios eterno tomar la naturaleza humana para redención y gloria del hombre, y habiendo de establecer cierto lazo místico con todo el género humano, no hizo esto sin haber explorado antes el libérrimo consentimiento de la designada para Madre suya, la cual representaba en cierto modo la personalidad del mismo género humano, según aquella ilustre y verdadera sentencia de SANTO TOMÁS DE AQUINO: "En la Anunciación se esperaba el consentimiento de la Virgen en lugar del de toda la humana naturaleza"(5). De lo cual verdadera y propiamente se puede afirmar que de aquel grandísimo tesoro de todas gracias que trajo el Señor, puesto que la gracia y la verdad por Jesucristo fue hecha(6), nada se absolutamente nada se nos concede, según la voluntad de Dios, sino por María; de suerte que a la manera que nadie puede llegar al Padre sino por el Hijo, casi del mismo modo nadie puede llegar a Cristo sino por la Madre. ¡Cuán grande sabiduría y misericordia resplandece en este consejo de Dios! ¡Cuánta conveniencia para la flaqueza y debilidad del hombre! Porque creemos y veneramos la justicia de Aquel cuya bondad conocemos y alabamos como infinita; y tememos como juez inexorable a Aquel a quien amamos como conservador amantísimo, pródigo de su sangre y de su vida; por lo cual de estos hechos se desprende que es enteramente necesario para los afligidos un intercesor y patrono que disfrute de tanto favor para con Dios y sea de tanta bondad de ánimo que no rechace el patrocinio de nadie por desesperado que estuviera, y que levante a los afligidos y caídos con la esperanza de la clemencia divina. Y esta misma es la esclarecidísima María, poderosa en verdad como Madre de Dios Omnipotente; pero lo que es todavía más preferible, ella es afable, benigna y muy compasiva. Tal nos la ha dado Dios, pues por lo mismo que la eligió para Madre de su Hijo unigénito, la dotó completamente de sentimientos maternales, que no respiran sino amor y perdón: tal la anunció desde la Cruz cuando en la persona de Juan, se discípulo, le encomendó el cuidad y el amparo de todo el género humano: tal finalmente, se ofreció ella misma, que habiendo recibido con gran valor aquella herencia de inmenso trabajo, legada por el Hijo moribundo, inmediatamente comenzó a ejercitar todos sus deberes maternales.

6. María y la primitiva Iglesia

Ya desde el principio conocieron con gran alegría los Santos Apóstoles y los primitivos fieles este consejo de la misericordia tan querida, instituido divinamente en María y ratificado en el testamento de Cristo, conociéronlo también y lo enseñaron los Venerables Padres de la Iglesia, y todos los miembros de la grey cristiana lo confirmaron unánimes en todo tiempo, y esto aun cuando faltasen acerca de ellos toda clase de recuerdos y escritos, puesto que habla con mucha perfección cierta voz que nace del pecho de todos los hombres cristianos. Porque no de otra parte que de la fe divina, nace el que nosotros seamos conducidos y arrebatados placidísimamente por cierto muy potente impulso hacia María; que nada sea más antiguo ni más deseado, que el cobijarnos bajo la tutela y el amparo de Aquella a quien confiamos plenamente Nuestros pensamientos y obras, Nuestra integridad y penitencia, Nuestras angustias y gozos, Nuestras súplicas y votos y todas Nuestras cosas; que todos tengan una consoladora esperanza y confianza en que cuantas cosas sean ofrecidas por nosotros indignas o como menos gratas a Dios, esas mismas se tornarán sumamente agradables y bien acogidas, encomendándolas a su Santísima Madre, Y así como recibe el alma gran consuelo con la verdad y suavidad de estas cosas, motivo de tristeza son para ella, los que careciendo de la fe divina, no reconocen ni tienen a María por su Madre, y aun más de lamentar es la miseria de aquellos que, siendo partícipes de la santa fe, se atreven a vituperar a los buenos por el repetido y prolijo culto que tributan a María, con lo cual ofenden en gran manera la piedad que es propia de los hijos.

7. Siguiendo su ejemplo

Por esta tempestad de males con que la Iglesia es tan cruelmente combatida, todos sus piadosos hijos sienten el santo deber en que se hallan de suplicar con más vehemencia a Dios y la razón por la que principalmente se han de esforzar en que las mismas súplicas obtengan la mayor eficacia. Siguiendo el ejemplo de Nuestros religiosísimos padres y antepasados, acojámonos a María, Nuestra Santa Soberana, a María Madre de Jesucristo y Nuestra, y todos juntos supliquemos: "Muéstrate Madre, y llegue por ti nuestra esperanza a quien, por darnos vida nació de tus entrañas"(7). Ahora bien: como entre las varias fórmulas y medios de honrar a la Divina Madre han de ser elegidas aquellas que conociéremos ser más poderosas por sí mismas y más agradables a la misma Señora, Nos place indicar el Rosario e inculcarlo con especial cuidado. Comúnmente se ha dado a esta fórmula de rezar corona, por lo mismo que presenta entretejidos con felices lazos los grandes misterios de Jesús y de su Madre, los gozos, dolores y triunfos. Estos misterios tan augustos, si los fieles los meditan y contemp0lan ordenadamente con piadosa consideración, ¡cuántos maravillosos auxilios pueden obtener, ora para fomentar la fe y defenderla de la ignorancia o de la peste de los errores, ora también para relevar y sostener la fortaleza de ánimo! De este modo el pensamiento y la memoria del que ora, brillando la luz de la fe, son arrebatados con gratísimo anhelo a aquellos misterios, y fijos y contemplativos en los mismos no se cansan de admirar la obra inenarrable de la salvación humana restituida, consumada a tan grande precio y por una serie de cosas tan excelentes; luego el ánimo se enciende en amor y gracia acerca de estas señales de la caridad divina, con firma y aumenta la esperanza, ávido y excitado de los premios celestiales, preparados por JESUCRISTO para aquellos que se unan al mismo, siguiendo su ejemplo y participando de sus dolores. Esta oración trasmitida por la Iglesia, consta de palabras dictadas por el mismo Dios al ARCÁNGEL GABRIEL, la cual, llena de alabanzas y de saludables votos continuada y repetida con determinado y variado orden, impetra también nuevos y dulces frutos de piedad.

8. El Santo Rosario arma poderosísima

Y hay que creer que la misma Reina celestial añadió gran virtud a esta oración fundada y propagada por el ínclito Patriarca DOMINGO, por inspiración e impulso de la Señora, como bélico instrumento y muy poderoso para dominar a los enemigos de la fe en un período muy contrario al nombre católico y muy semejante a éste que estamos atravesando. Pues la secta de los herejes ALBIGENSES, ya clandestina, ya manifiesta, había invadido muchas regiones; la infecta generación de los MANIQUEOS, cuyos crueles errores reproducía, dirigía contra la Iglesia sus violencias y un odio extremado. Apenas podía ya confiarse en el apoyo de los hombres contra tal perniciosa e insolente turba, hasta que vino Dios con el auxilio oportuno, con la ayuda del Rosario de MARÍA. De este modo, con el favor de la Virgen, vencedora gloriosa de todas las herejías, las fuerzas de los impíos quedaron extenuadas y aniquiladas, y la fe salva e incólume. La historia antigua, lo mismo que la moderna, conmemora con clarísimos documentos, muchos hechos semejantes perpetrados en todas las naciones y bien divulgados, ora sobre peligros ahuyentados, ora sobre beneficios obtenidos. Hay que añadir también a esto el claro argumento de que, tan luego fue instituida la oración del Rosario, la costumbre de recitarla fue adoptada y frecuentada por todos los cristianos indistinta mente. Efectivamente, la religión del pueblo cristiano honra con insignes títulos, y de varias maneras por cierto, a la Madre de Dios, que aunque saluda con tantas y tan augustas alabanzas, brilla una que aventaja a todas; siempre tuvo cariño singular a este título del Rosario, a este modo de orar, en el que parece que está el símbolo de la fe y el compendio del culto debido a la Señora; y con preferencia lo ha practicado privada y públicamente en el hogar y en la familia, instituyendo congregaciones, dedicando altares y cele brando magníficas procesiones, juzgan do que es el mejor medio de celebrar sus solemnidades sagradas o de merecer su patrocinio y sus gracias.

9. La práctica del Rosario.

Ni hay que pasar en silencio aquello que en este asunto pone en claro cierta providencia singular de Nuestra Señora. A saber: que cuando por larga duración de tiempo el amor a la piedad se ha entibiado en algún pueblo y se ha vuelto algún tanto remiso en esta misma costumbre de orar, se ha visto después con admiración que, ya al sobrevenir un peligro formidable a las naciones, ya al apremiar alguna necesidad, la práctica del Rosario, con preferencia a los demás auxilios de la religión, ha sido renovado por los votos de todos y restituida a su honroso lugar, y que, saludable, se ha extendido con nuevo vigor. No hay necesidad de buscar ejemplos de ello en las edades pasadas, teniendo a mano en la presente uno muy excelente. Porque en esta época en que, como al principio advertimos, en tanto grado es amarga para la Iglesia, y amarguísima para Nos que por disposición divina estamos dirigiendo su timón, se puede mirar y admirar con qué valerosas y ardientes voluntades es reverenciado y celebrado el Rosario de María en todos los lugares y pueblos católicos; y como esto hay que atribuir lo rectamente a Dios, que modera y dirige a los hombres, más bien que a la prudencia y ayuda de ningún hombre. Nuestro ánimo se conforta y se repara extraordinariamente y se llena de gran confianza en que se han de repetir y amplificar los triunfos de la Iglesia en favor de María.

10. Más fe y confianza en la oración

Mas hay algunos que estas mismas cosas que Nos hemos expresado, las sienten verdaderamente; pero porque nada de lo esperado se ha conseguido, especialmente la paz y tranquilidad de la Iglesia, antes al contrario, ven quizás que los tiempos han empeorado, interrumpen o abandonan fatigados y desconfiados, la solicitud e inclinación a orar. Tales hombres adviertan ante todo y esfuércense para que las preces que dirijan a Dios sean adornadas de convenientes virtudes, según el mandato de Nuestro Señor Jesucristo; y aunque así fueren estas preces, consideren, por último, que es cosa indigna e ilícita fijar tiempo y modo en que ha de ayudarnos Dios, que nada absolutamente nos debe; de suerte que cuando oye a los que oran y cuando corona nuestros méritos, no corona sino sus propias mercedes(8), y que cuando menos condesciende a Nuestros votos, obra como buen padre con sus hijos, compadeciéndose de su ignorancia y mirando por su utilidad. Pero las oraciones que ofrecemos humildemente a Dios en unión con los sufragios de los santos del cielo para hacerlos propicios a la Iglesia, el mismo Dios nunca deja de admitirlas y cumplirlas benignísimamente, ora se refieran a los bienes máximos e inmortales de la Iglesia, ora a los menores y temporales. Porque a estas preces, con verdad, añade valor y abundancia de gracia con sus preces y sus méritos Jesucristo Señor Nuestro, que Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para santificarla... y para presentársela a sí mismo gloriosa(9). Él que es el Pontífice Soberano de ella, santo inocente, viviendo siempre para interceder por nosotros(10), cuyos ruegos y súplicas creemos por la fe divina que han de tener cumplimiento.

En lo que concierne a los bienes exteriores y temporales de la Iglesia, ésta tiene que habérselas muchas veces, como es sabido, con terribles adversarios por su malevolencia y poder que le usurpan sus bienes, restringen y oprimen su libertad, atacan y desprecian su autoridad, le causan, en una palabra, toda clase de daños y malos tratamientos. Pero si se investiga por qué su maldad no va hasta el límite de las inquietudes que intentan y se esfuerzan en procurar, fácil es conocerlo; pero al contrario la Iglesia, en medio de tantas vicisitudes, se muestra siempre con la misma grandeza y la misma gloria, siempre de una manera distinta, y no cesa de aumentar. La verdadera y principal razón de este contraste es ciertamente la intervención de Dios solicitada por la Iglesia. Y no comprende bien la razón humana cómo la maldad imperante se circunscribe a límites tan estrechos, mientras que la Iglesia, a pesar de su opresión, alcanza tan magnífico triunfo. Y lo mismo se ve, aún con más claridad, en aquella especie de bienes con los que la Iglesia conduce próximamente a los hombres a la consecución del bien último. Pues habiendo nacido para este ministerio, por fuerza debe poder mucho con sus plegarias para que tenga eficacia perfecta en ellos el orden de la Providencia y misericordia divinas; y de esta manera los hombres que oran con la Iglesia y por la Iglesia, alcanzan, por fin, y obtienen las gracias que Dios omnipotente dispuso conceder desde la eternidad(11). La mente humana se turba ante los altos designios de Dios providente, pero llegará algún día en que se verá claramente, cuando Dios por su benignidad quiera manifestar las causas y consecuencias de las cosas a Él conocidas, cuánta fuerza y utilidad tenía para conseguir este género de cosas la práctica de orar.

Se verá también que de allí procede el que tantos hombres, en medio de la corrupción de un mundo depravado, se hayan mostrado puros e intactos de todas las manchas de la carne y del espíritu trabajando por su santificación en el temor de Dios(12); que otros que estaban a punto de dejarse arrastrar por el mal, se han detenido inmediatamente y han recibido del peligro mismo y de la tentación un feliz aumento de virtud; que otros, en fin, que habían caído, han sentido en sí el impulso que los ha levantado y les ha echado en los brazos de la misericordia de Dios.

Habida cuenta de estas consideraciones, conjuramos, pues, solícitamente a los cristianos a que no se dejen sorprender por las astucias del antiguo enemigo y a que no desistan por ningún motivo del celo de la oración; antes bien que perseveren y persistan sin intermisión, Que su primera solicitud sea la del supremo bien y la de pedir por la salud eterna de todos y la conservación de la Iglesia. Pueden, después, pedir a Dios los demás bienes, necesarios o útiles para la vida, con tal que se sometan de antemano a su voluntad, siempre justa, y le den asimismo gracias como a Padre benifentísimo, ya conceda o ya niegue lo que le pidan; que tengan, finalmente, aquélla religión y piedad para con Dios, que tan necesaria es y que los Santos tuvieron, y el mismo Redentor y Maestro con gran clamor y lágrimas(13).

11. Oración y penitencia

Y ahora Nuestro ministerio y Nuestra pastoral caridad desean que Nos imploremos de Dios soberano dispensador de bienes para todos los hijos de la Iglesia, no solo el espíritu de la oración, sino también el de la penitencia. Haciéndolo con todo Nuestro corazón, Nos exhortamos igualmente a todos y cada uno para que practiquen ambas virtudes, estrechamente unidas entre sí. La oración tiene por efecto sostener el alma, darle valor, elevarla hacia las cosas divinas; la penitencia tiene por resultado darnos el imperio sobre nosotros mismos, especialmente sobre nuestro cuerpo, lleno de peso de la antigua falta y enemigo de la razón y de la ley evangélica. Esas virtudes, como es fácil ver, se sostienen mutuamente la una a la otra, y concurren igualmente a substraer y arrancar de las cosas perecederas al hombre nacido para el cielo, y a elevarlo a una especie de comercio celestial con Dios. Sucede, por el contrario, que aquel en cuya alma bullen las pasiones, cae en la malicia por las ambiciones, halla insípidas las dulzuras de las cosas celestiales, y no tiene por toda oración más que una palabra fría y lánguida, indigna de ser escuchada por Dios.

Tenemos ante los ojos los ejemplos de penitencia de los Santos cuyas oraciones y súplicas, como sabemos por los anales sagrados, han sido, por esta causa, extremadamente agradables a Dios y han obrado prodigios. Ellos arreglaban y domaban incesantemente su espíritu y su corazón; se aplicaban a sujetarse con plena aquiescencia y completa sumisión a la doctrina de JESUCRISTO y a las enseñanzas y preceptos de su Iglesia; a no tener voluntad propia en cosa alguna, sino después de haber consultado a Dios; a no encaminar todas sus acciones más que al aumento de la gloria del Señor; a reprimir y quebrar enérgicamente sus pasiones; a tratar con implacable dureza su cuerpo; a abstenerse por virtud de todo placer, por inocente que fuera. De esa manera podrán, con toda verdad, aplicarse a sí mismos estas palabras de SAN PABLO: Nuestra conversación está en los cielos(14); y por lo mismo, sus oraciones eran tan eficaces para tener a Dios propicio y amoroso. Claro es que no todos pueden ni deben llegar ahí; pero las razones de la justicia divina, para la que se ha de hacer estrictamente una penitencia proporcionada a las culpas cometidas, exigen que cada uno, en espíritu de voluntaria mortificación, castigue su vida y sus costumbres; y conviene mucho imponerse penas voluntarias en vida para merecer mayor recompensa de la virtud.

12. Caridad.

Por otra parte, como en el cuerpo místico de Jesucristo, que es la Iglesia, estamos todos unidos y vivimos como miembros suyos, resulta según la palabra de SAN PABLO, que a la manera que todos los miembros se regocijan de lo que acontece dichosamente a uno de ellos, y se entristecen con el sufre, así también los fieles cristianos deben sentir los sufrimientos espirituales o corporales, los unos de los otros y ayudarse entre sí todo lo posible: Para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que todos los miembros se interesen los unos por los otros, de manera que si un miembro padece, todos los demás sufren; y si un miembro recibe honor, todos los demás gozan con él. Vosotros sois el cuerpo de Jesucristo, y miembros los unos de los otros (15).

En este modo de caridad para el que quiere imitar el ejemplo de JESUCRISTO, que ha derramado con inmenso amor su sangre para la satisfacción por nuestros pecados, hay una exhortación de tomar cada uno sobre sí las faltas de los demás, hay también un gran lazo de perfección que permite a los fieles estar unidos entre sí, y muy estrechamente también con los ciudadanos del cielo y con Dios. En una palabra: la acción de la santa penitencia es tan variada e ingeniosa y se extiende tanto, que cada uno, según su piadosa manera y con buena voluntad, puede hacer de ella uso frecuente y poco difícil.

13. Una esperanza y un deseo

En conclusión, Venerables Hermanos, Nos nos prometemos con vuestra ayuda un feliz resultado de Nuestras advertencias y exhortaciones, tanto en razón de vuestra insigne y particular piedad hacia la Madre de Dios, como por vuestra caridad y celo por la grey cristiana; y estos frutos que la devoción, tantas veces manifestada con esplendor de los católicos a María, ha producido, se goza Nuestra alma en recogerlos ya anticipadamente en gran abundancia.

Llamados por vosotros, en virtud de vuestras exhortaciones y siguiéndoos, deseamos que los fieles principalmente en el próximo mes de Octubre se congreguen en derredor de los solemnes altares de la augusta Reina, y de la Madre llena de bondad, y a fin de tejerle y ofrecerle como buenos hijos con la oración del Rosario, que tanto le agrada, una corona mística. Además, Nos mantenemos y Nos confirmamos las prescripciones y los favores de la santa indulgencia acordad, precedentemente con este motivo (16).

¡Qué hermoso e imponente espectáculo será en las ciudades, en los pueblos, en las aldeas, en tierra y en el mar, en todas partes por donde se extiende el mundo católico, que esos centenares de millares de fieles asociando sus alabanzas y juntando sus oraciones, con un solo corazón, con una voz unánime, se reúnan para saludar a MARÍA e implorar a MARÍA y a esperarlo todo de MARÍA!

14. Conclusión

Que por su mediación pidan confiadamente todos los fieles después de haber rogado a su divino Hijo, que vuelvan las naciones extraviadas a los preceptos e instituciones cristianas en las que consiste el fundamento de la salud pública, y de donde dimana la abundancia de la deseada paz y felicidad verdadera. Que por su mediación se esfuercen en obtener, tanto más cuanto que éste es el mayor de todos los bienes, que nuestra Madre la Iglesia recobre la posesión de su libertad y pueda disfrutarla en paz; Libertad que, como es sabido, no tiene otro objeto para la Iglesia que el de poder procurar a los hombres los supremos bienes. Lejos de haber causado jamás hasta ahora el menor perjuicio a los particulares ni a los pueblos, la Iglesia, en todo tiempo, les ha procurado numerosos e insignes beneficios.

Que por la intercesión de la Reina del Santísimo Rosario, os conceda Dios, Venerables Hermanos, los bienes celestiales, con los cuales aumenta y acrecienta de día en día las fuerzas y los auxilios que necesitáis para llenar las obligaciones de vuestro ministerio pastoral; que os sirva de augurio y prenda la bendición apostólica que Nos os damos amantísimamente a vosotros, al clero y a los pueblos confiados a vuestro cuidado.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 22 de Septiembre de 1891, año 14 de Nuestro Pontificado.

Notas

(1) I Thes. 5, 17.
(2) II Thes. 3, 2.
(3) Act., 12, 5.
(4) Luc., 22, 43. "Oraba más intoosamente".
(5) S. Thom. III, q. 30, a. 1.
(6) Juan 1, 17.
(7) Ex. sacr. liturg. Estrofa del "Ave Maris Stella"
(8) S. August. Ep. 194 a. 1, 106 ad Sixtum, cvn. 19.
(9) Ephes., 5, 25-27
(10) Hebr. 7, 25.
(11) S. Th., II-II, q. 83, a. 2, ex. S. Greg. M. volver)
(12) II Cor. 7, 1.
(13) Hebr. 5, 7.
(14) Phil. 3, 20.
(15) 1 Coro 12, 25-27.
(16) Crf. Ep. Encycl. Supremi Apostolatus, 1 de Sept. 1883; Encycl. Superiore anno, 30 Aug. 1884. Decret. S.R.C. Inter Plurimos, 20 Agost. Quamquam pluries, 15 August. 1880...

León XIII, Papa.


jueves, 1 de octubre de 2015

Colombia y el Rosario



“La advocación nacional del culto a la Virgen María es Nuestra del Rosario de Chiquinquirá. Cuadro milagroso cuya renovación fue el portento del cielo en nuestra Patria, cuando Colombia apenas empezaba su vida civilizada; aquel santuario vino a ser como el corazón mariano de la Patria que por los milagros continuos allí verificados alentó la fe de esta nación que en continuas peregrinaciones ha desfilado en todos los tiempos.

Y aquella Virgen con el rosario en las manos ha concedido las gracias que allí se le piden rezando el rosario.

La gracia colectiva más grande ha sido la de la preservación de la fe. El pueblo colombiano es en su totalidad católico y el pueblo sencillo es firmemente creyente con aquella fe que no titubea y que por encima de todos los azares ve al Dios de sus padres y a la Virgen bendita y a quien cada uno de los labios de su madre ha aprendido a invocar con el rosario. Esta oración sencilla se escucha en las veredas lejanas, en los caminos de la patria, en las pobres chozas y en los retirados pueblecitos, donde le estruendo de la vida moderna no han hecho su entrada, pero hay gran felicidad rezando el rosario.

La imagen de Nuestra Señora de Chiquinquirá ha ido por toda Colombia sembrando esta devoción; y si no falta una imagen de la Virgen en las iglesias es también la imagen que preside los hogares y a todos les habla por los ojos invitándolos a rezar el rosario.

La forja espiritual de la vida colombiana ha sido el rezo del rosario; grandes y pequeños, sabios e ignorantes, todo colombiano profesa el cariño nacional a la Virgen de Chiquinquirá, y a Ella rezándole el rosario ha recurrido cuando el dolor o la angustia de grave necesidad le ha hecho ver la imposibilidad de los recursos humanos para encontrar el alivio que busca.

La Patria por sus mandatarios siempre le ha rendido el homenaje de su reconocimiento a la Reina Nacional.

Allí iban los oidores, gobernadores, virreyes, y arzobispo; y allí en 1828 llegó Bolívar cargado de laureles a depositarlos a los pies de la imagen como luego fueron según cuenta el P. Domínguez del Río, en su libro Rosas del Paraíso, Santander, Santos Gutiérrez, Murillo Toro, Aquileo Parra, Marco Fidel Suárez y Olaya Herrera.”

Tomado de la revista Mariana.  Octubre de 1957.