jueves, 28 de mayo de 2015

Adiós, mi virgencita de la Peña


Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

El altar de la ermita de la Peña Vieja fue regado durante los meses de marzo y abril de 1968 por las lágrimas del padre Ricardo Struve Haker*. El sacerdote, en su silencio triste, suplicaba  a la lluvia pertinaz que buscara una ruta sin el retorno a casa. En aquellas altitudes, la partida era intocable.

El quejido tenía la misma tinta del profeta Jeremías. Estaba vencido ante los pies de una pintura del maestro Gonzalo Ariza titulada: La milagrosa aparición de la Sagrada Familia. El lienzo resumía la historia de su amada advocación, la Virgen de la Peña. 

El testimonio de ese suceso incomprensible quedó guardado en el corazón de una niña que catequizó, educó y a sus quince años, bendijo en santo matrimonio. Ella, doña Concepción López, aún vive en el mismo barrio que les ayudó a levantar el padre en los cerros bogotanos. 

Su casa, a escasos 50 metros al occidente del camino que sube para la Iglesia de Peña, es la única morada que tiene una cruz, echa con monedas al frente del andén. La dirección actual es calle 6 nro 6A- 89E que pertenece a otra época porque sin el alemán, el  Santuario de Nuestra Señora la Peña de Bogotá, perdió el tradicional encanto de su hidalguía colonial.

En la puerta se plantó doña Concepción. Miró con asombro al cronista foráneo que confundió con un sacerdote del Seminario Redemptoris Mater y sin más preámbulos contestó las preguntas de un modo gentil, tímido y preciso.

“Sí, yo conocí al padre Struve desde chiquita. Lo que más recuerdo es verlo llorar. En la misa lloró porque no pudo llevarse a la Virgen de la Peña. El estuvo dos meses viviendo en la ermita vieja. Con unas amigas íbamos a subirle la comida. En ese tiempo se enguacó, se encontró un tunjo de oro. El quería llevarse la Virgen de la Peña para Alemania, pero la Virgen no quiso irse con él”.

Respiró profundo con un aire de suspiro nostálgico. Su rostro mostró el calor delicado de las reminiscencias. Parecía trasportada a un lugar íntimo de la memoria. Con un leve sonrojo de mujer confesó su admiración por el capellán: “Él era alto, gordo, mono, colorado, ojiverde…, una elegancia de padre…”

Y agregó: “Yo lo conocí desde pequeñita, por ahí a los cinco años. En esa entonces, íbamos a jugar al templo y a hacer travesuras”. La pilatuna que más añora tiene ese encanto favorito de la picardía inocente de la infancia, que al presbítero Ricardo Struve fastidiaba. El orden de la precisión germana no podía tolerar el desbarajuste irrespetuoso de ciertas jugarretas.

“Tres niñas ayudábamos a limpiar la iglesia. Tiempo que aprovechábamos para subirnos al altar mayor y  medirnos con la Virgen…” Ya casi la alcanzo, decía, la pequeñuela que soñaba con tener la estatura del padrecito.

El buen párroco, que no ahorró esfuerzos en reconstruir el arruinado templo, tomó unas medidas ejemplarizantes que produjeron más risas que verdugones. “Nos castigaba con un palo en la mano”… Hizo  silencio, lo pensó y agregó: “o en la cola”. Las carcajadas contundentes confirmaron que, las niñas que querían crecer tanto como la Virgen de la Peña, siguieron a escondidas del curita con el plan de ser unas bellas señoritas.

“A todas nos castigaba Struve, en el jardín que se llamaba la Sala del Ángel donde jugaban más de 50 niños de la Peña, Los Laches. El Guavio y el Parejo”.

Doña Concepción volvió a sonreír a  causa de sus remembranzas y ratificó su cariño por el padre. “Él nos trajo a la señorita Aminta, una profesora que no enseñaba a leer en la cartilla Charry. Como él no habido dos más. Es como decir Rojas Pinilla, buen presidente. La tropa nos traía buen mercado, cajones repletos de mercado para un mes. Lo sigo queriendo porque como ese curita no habido dos”.

La evocación la regresó a la ruta labrada por la tarea apostólica en un barrio de tugurios arrinconados en la ladera de una cordillera.  La capital no los quería porque eran del arrabal, los desconocía. Eran los mugrientos saqueadores, la chusma liberal. La misma que incendió la Bacatá de los cachacos, en 1948. Jamás los perdonaron.

Struve acogió a los hijos de la patria sin alma para catequizarlos en el amor a María, la raizal y muy santafereña, Virgen de la Peña. Él transformó las paganas carnestolendas en una fiesta católica. Él hacia los carnavales, pero no le gustaban los puestos de cerveza, afirmó la señora López.

Quitarle al pueblo raso la chicha y la democrática Pola fue la primera batalla perdida en un esfuerzo por llevar el Evangelio de Cristo al interior de cada choza.

En los jolgorios del domingo de quincuagésima hasta el martes de carnaval, Struve organizó las carpas. Las colocaron sobre la trocha empedrada que comunicaba la calle de La Peña con la ciudad de la Inmaculada Concepción o del águila negra alemana, un ave rapaz que le impuso Carlos V en su escudo de armas a la Perla de los Andes.

Los puestos vendían masato, dulces de mora, colaciones preparadas por las monjas y comida criolla, sin la famosa “agria” cuyo bautismo empresarial tenía el sello: “Bavaria”. 

La cerveza, creada por un paisano del curita, don Leo Siegfried Kopp Koppel, que fundó la sociedad Bavaria Kopp’s Deutsche Brauerei, estaba prohibida en esos barrancos de greda amarilla.

El empresario que llegó primero que Struve a las lotes donde vivía la gente “manchada de la tierra”, según los chapinerunos de antaño, estableció en 1895 una pujante fábrica en la carrera 13 con calle 28, justo al frente del edificio de la antigua Penitenciaría  Central de Cundinamarca conocida con el rimbombante apodo de “El Panóptico”. Entre sus muros de piedra fueron a parar entre 1900 y 1946 muchos de los parroquianos de la Peña. Delito, pleito a machete patrocinado por el chichismo.

El teutón, consagrado a Dios, tenía esas buenas razones para predicar la abstinencia de las bebidas folclóricas, incluido el  delicioso guarapo. Era tan enemigo del licor que se convertía en inquisidor y sin más autoridad que su sotana negra se metía en cada tienda de mala muerte para buscar a la “democrática”. Local que vendiera el lúpulo fermentado lo hacía cerrar. La medida intempestiva no duró mucho tiempo sin producir un motín abordo de las tradiciones de las lomas ariscas.

Algún cachifo del colegio de San Bartolomé, en sus andanzas de  calavera por aquellas breñas sin ley resumió, con las letras del poeta andaluz Gustavo Adolfo Becquer, la gesta que se libró entre el ministro extranjero y el ancestral elixir muisca fabricado entre los montes de Los Laches.

“Hermosa tú, yo altivo; acostumbrados 
uno a arrollar, el otro a no ceder: 
la senda estrecha, inevitable el choque ... 
¡No pudo ser!”

El choque inevitable salió de la garganta de un cachiporro, en estado de ebriedad belicosa, hallado en una trastienda. El liberal, de médula y espinazo, sin pensarlo le soltó un madrazo al padrecito en el más prosaico castellano. Struve se volteó y lo excomulgó de ipso facto.

La medida causó estupor porque el castigo eclesial marcó una ruta moral en la conciencia de aquel conglomerado aferrado a sus rutinas de libación dominical.

El señor que insultó al padre, relató la entrevistada, tenía 15 vacas y se las robaron. Y de tener cinco vacas nunca se levantó, explicó la señora. 

La autoridad patriarcal quedó enquistada, como las rocas de la montaña, en la conciencia de los peregrinos y feligreses que aprendieron a vivir unos carnavales marianos. Les tocó escuchar con un mutismo disciplinado los sentidos acordes del Ave María de Franz Peter Schubert, un músico nacido en Viena, territorio del Sacro Imperio Romano Germánico.

Así se ganó una partida contra el indomable tiple de los romeros de Santander y la ruana boyacense, cómplice de los amores escondidos por los lados del páramo de Choachí. 

La contienda entre la devoción y la beodez tuvo otro escenario para medir las fuerzas del amor por una madre. Doña Concepción contó que Struve montó el restaurante La Peña donde les daba gratis el almuerzo a los estudiantes y a los obreros porque muy pocos tenían para pagar los diez centavos que costaban las viandas. También levantó una escuela especial para los niños pobres…

Sin saber porqué la voz cambió de rumbo. La relatora volvió a mayo del 68. “Él daba la misa de 6:00 a.m. 12m, 4 o 5 de la tarde. Struve se arrodillaba junto a la Virgen y lloraba. Él lloró muchas veces. Nos avisaba en cada misa que la curia no lo dejaba, a las cinco años de partir murió”.

No quiso hablar más…

Del huerto de San Isidro, donde alguna vez jugó a las escondidas le mandaron unas calabazas para su almuerzo. Era la mano de Struve que desde el cielo seguía cuidando de su feligrés. El sollozo ahora era de Nuestra Señora de la Peña porque vive tan desconocida como cuando la encontró el platero de San Victorino, don Bernardino de León (10 de agosto de 1685), en la cima del cerro del Aguanoso junto a un abismo de 600 metros sobre la profunda indiferencia bogotana.


*Fundador de la Sociedad Mariológica Colombiana (1959)

jueves, 21 de mayo de 2015

Homenaje a Nuestra Señora del Rosario de Fátima


José Ignacio Bustamante*
Popayán 1953


Excelentísimo señor Arzobispo de Popayán; señor doctor Laureano Mosquera, cura párroco de San Francisco; señora doña María Luisa Iragorri de Silva, Presidenta de la Junta Organizadora de este homenaje; señores y señoras:

Quisiera en estos momentos algo más noble que la voz humilde de quien siente su pequeñez infinita delante de la infinita grandeza de esta Madre Augusta, primavera del cielo y de la tierra; gloria suprema del Padre en la carne y en la sangre del Hijo; norte de cuantos peregrinan entre el dolor y la muerte; corredentora del humano sufrimiento; fuente inagotable para cuantos han hambre y sed de amor y de justicia, y escudo de la fe que libra y gana las cotidianas batallas del espíritu.

Porque tanta suma de bienes y virtudes no caben en el verbo del hombre, y el ditirambo con que solemos exaltar las humanas grandezas, es humo, nada más, delante de esta Madre Excelsa en cuyo seno palpitara un día la grandeza misma de Dios en el más hondo de los misterios.

Pero si vos, Santísima Virgen de Fátima, habéis llegado a este lugar modesto, es porque sólo exigís de nosotros lo que podemos daros: no la millonaria música de los arcángeles, ni la omnisciente palabra de los santos y de los profetas, sino la sencilla y cálida oblación de nuestros corazones y de nuestras almas; no el arpa celeste pulsada en vuestro honor ante el Trono del Altísimo por los alados serafines, sino el susurro de la oración ferviente y el cariñoso arrullo de las palomas; no el verbo eterno que perdura en el alba augural de las profecías, sino el recogido ruego que asciende hasta Vos en el sutil incienso de la plegaria.

Sí, porque siento la vacuidad insólita de la lengua humana para entonar un himno jubiloso a la altura de vuestro amor y de vuestra munificencia. Porque bien sé que el hombre sólo puede ascender hasta Vos, Soberana Reina de las madres, cuando postrado de rodillas ante el ara, repite fervoroso y humilde, la eterna salutación del Arcángel: "Dios te salve María, llena eres de gracia".

Aquí, al amparo de esta campiña inefable, donde la soledad de Dios colma el silencio de las estrellas; aquí al abrigo de la ciudad limitada y limitante, donde los horizontes se dilatan sin cesar y el canto mañanero de los pájaros es música de navidades y de albas; aquí, Señora y Madre nuestra, como a la historiada Sierra de Aire, vendrán con los pastorcillos de Aljustrel piadosas y sencillas gentes del agro; y vendrán con su fe infinita para ver lo invisible, infinita para adivinar el misterio, e infinita para sentir a Dios hasta en la gota de agua que calma la sed de una semilla. Y veneran hasta Vos, divina Emperatriz de los lirios y de las azucenas, con sus fieras agrestes: esas que nacen sin mano amiga que las cuide, al amparo, no más, de las escondida Providencia. Y vendrán hasta Vos mar y caracol de resonancias celestes, con su oración callada, no aprendida, que les brota del pecho con la misma emoción como crecen los árboles de su cortijo. Porque bien saben ellos, oh Virgen jubilosa y providente, que vuestro inmenso corazón se colma lo mismo con la voz mensajera del Arcángel, que con la dulce sonrisa de los niños y la palabra silenciosa de los humildes.
Y en las horas tranquilas, cuando la estrella de la tarde madrugue a amanecer en vuestros ojos, oiréis cantar a los pastores de esta feliz comarca:

"Virgen que no tiene altar,
 Porque es Virgen andariega
 Y cuando la noche llega
 Se queda en un palomar.
 Virgen que sabe curar
 Al ciego y al impedido.
 Alas de paloma pido,
 Alas de paloma anhelo,
 Para que mi fe, en un vuelo,
 A sus plantas haga nido"...

Aquí estáis, Reina y Señora nuestra, llamándonos con el dulce caramillo de vuestro amor. Aquí estáis, Mensajera de Paz, en un mundo que ha olvidado el sentido teológico y cristiano de la piedad; en un mundo abrasado por el odio, empavorecido por la violencia, y esclavo de la máquina en esta época apocalíptica en que el árido materialismo socava las más firmes columnas del espíritu, de la tolerancia y de la fe. Aquí estáis, Estrella y Faro, iluminándonos el camino hacia el amor y hacia la piedad con la antorcha magnífica del perdón y del milagro.

Santísima Virgen de Fátima: extended vuestra mano compasiva y milagrosa sobre Colombia, y haced que el olivo de la Paz florezca para todos vuestros hijos en los fértiles campos donde la fe del carbonero enciende en vuestro amante corazón su lámpara sencilla de luz indeficiente.

Y ahora, hosannas! y aleluyas! del cielo y de la tierra, asciendan hasta el trono seráfico desde el cual bendecís los orbes del Señor con vuestra mano pródiga y fecunda. Hosannas! y aleluyas! en que el verbo del hombre procure elevarse a la altura de vuestra perfección sin par, espejo de Dios y arquetipo de toda humana y divina belleza. Hosannas y aleluyas, oh Madre de la Lira, Olimpo de los poetas, fuente de poesía y hontanar luminoso de todo eterno pensamiento.

Oh Madre, cual ninguna inmaculada,
Limpia, blanca y hermosa cual ninguna...
Revestida de luna,
De estrellas coronada.

A tus pies está el orbe, que te adora
Cual paje que a los pies de su Señora
Le cantara esperando una sonrisa;
Sus manos son los soplos de la brisa;
Su cítara, los rayos de la aurora.

En ti, la gracia del Señor. Rendida
Su mirada, de luces se reviste.
Entre las hijas de Israel, tú fuiste,
Como zarza entre espinas, escogida.
No es más hermosa el alba cuando asoma
Por los montes floridos. Ni más pura
La tímida paloma
Que anida en la espesura.

La carne de Dios llena
Que redimió la tierra pecadora,
Atravesó, Señora,
Tu carne de azucena,
Como el cristal el rayo de la aurora.

En ti el alma se ampara.
A ti endereza el alma su carrera.
Así la corza tímida y ligera
Hacia la fuente clara.

Limpia, Madre, los cuerpos pecadores,
Como limpian las aguas del riachuelo
Los guijarros del suelo
Cuando van, entre jaras y entre flores
Cantando paz y reflejando el cielo.
                                                                                                José María Pemán

Hosannas y aleluyas, porque las preces y las lágrimas y la sangre conque la Patria atribulada imploró vuestro auxilio en horas oscuras y luctuosas, encontraron piedad y justicia y amor delante de tu corazón generoso y magnánimo. Hosannas y aleluyas porque no defraudasteis nuestra fe y fuisteis dadivosa y tierna con nuestro dolor y con nuestra esperanza.

Por eso, para terminar estas humildes palabras de gratitud y de homenaje, que deshojo como una rosa de ensueño a la sombra protectora de vuestro nombre, permitidme que recoja, por vuestra amada Colombia, la sublime deprecación de Paúl Claudel, con la que os saludara un día el gran poeta galo, interpretando los sentimientos de su pueblo por la resurrección de Francia:

"Porque eres la mujer, el Edén de la antigua ternura olvidada; porque en la hora en que todo crujía fue cuando interviniste; porque has salvado a mi Patria una vez más; porque estamos en este día de hoy; porque estás aquí para siempre; simplemente porque eres María, simplemente porque existes, Madre de Jesucristo, recibe nuestras gracias".


*Oración pronunciada por el autor, con motivo de la bendición y entronización de la bella imagen en el templete levantado en la Plazuela de El Placer. (Municipio de Popayán, Valle del Cauca).


Tomado de la Revista Regina Mundi Nro 5


miércoles, 13 de mayo de 2015

Congreso Mariológico Mariano Internacional, en Fátima, Portugal,

Roma, (Gaudium Press) La celebración del 24º Congreso Mariológico Mariano Internacional, en Fátima, Portugal, que está siendo organizado por la Pontificia Academia Mariana Internacional en colaboración con los responsables por el Santuario de Fátima, recibió el aval y apoyo del Papa Francisco.

 La información fue dada por el Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, Cardenal Ángelo Amato, en la apertura del Fórum Internacional de Mariología realizado en el Auditorium Antonianum, en Roma, y tratará de la temática: "El Mensaje de Fátima entre carisma y profecía".

El Encuentro del Auditorium Antonianum profundiza la reflexión sobre el Mensaje de Fátima.

El Congreso Mariológico Mariano Internacional que se realizará del 6 al 11 de setiembre del año 2016, en Fátima, tendrá como tema ‘El acontecimiento de Fátima, cien años después. História, mensaje y actualidad'.
En el año 1967, cuando del cincuentenario de las apariciones de Fátima, aconteció en Portugal la 5ª edición de este Congreso Mariológico Mariano Internacional.

Por otro parte, el Obispo de Leiria-Fátima, Mons. Antônio dos Santos, informó que el Papa Francisco deberá estar en Fátima por ocasión de las conmemoraciones del Centenario de las apariciones, en 2017. (JSG)

Contenido publicado en es.gaudiumpress.org, en el enlace http://es.gaudiumpress.org/content/69653#ixzz3ZtEvyikM 

jueves, 7 de mayo de 2015

“María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón” Luc. 2,19



 Cardenal Eduardo F. Pironio

Nos hace bien penetrar sencillamente – con una mirada de amor—en el alma profundamente contemplativa de María; en la Anunciación, en la cruz, en Pentecostés.

Se trata de de María, “la que escucha y recibe “ la Palabra, la que “ofrece” generosamente al Padre el Hijo convertido en “ varón de dolores”, la que siente nacer en su corazón silencioso y pobre la Iglesia de la misión y la profecía.

La contemplación es esencial en María, Dios la hizo esencialmente contemplativa; porque tenía que cooperar íntimamente en la obra redentora de Jesús. No hay redención sin sangre (porque así lo dispuso adorablemente el Padre). Cristo es el Apóstol (enviado del Padre) contemplativo: su Palabra no es suya, “sino de Aquel que lo envió”). Por eso, el desierto frecuente y prolongado; por eso, la oración continua y solitaria. “Se retiró a un lugar desierto y allí oraba (Mc. 1,35). “Subió al monte a rezar y pasó la noche en oración” (Luc. 6,12).

María sigue silenciosamente los pasos redentores y apostólicos de Jesús. ¡Cuántas horas de contemplación desde la Anunciación a la Cruz, desde la Cruz a Pentecostés, desde Pentecostés a la gloriosa Asunción a los cielos! Todo queda resumido en la sencilla bienaventuranza de Jesús sobre María: “Felices, más vale, los que escuchan la Palabra de Dios y la practican” (Luc. 11,27).

La vida de Nuestra Señora fue esencialmente contemplativa. Fruto de esa contemplación profunda y serena, es el Magnificat. Allí se nos manifiesta María, “la orante” su oración.

Es un canto de alegría y gratitud a la fidelidad del Padre que obra siempre maravillas en los pobres. Pero solo desde la pobreza de María se podría rezar y contemplar así. Porque solo los pobres son verdaderamente contemplativos; como solo los contemplativos pueden entender de veras a los pobres. Hay una conexión muy íntima entre estos tres términos: pobreza, contemplación y esperanza—de los que hoy el mundo tiene tanta necesidad—son siempre gente pobre y profundamente contemplativa.

La contemplación de María está hecha de palabra, de Cruz, de Espíritu Santo. Como toda vida contemplativa en la iglesia exige una penetración más profunda y sapiencial de la Palabra de Dios, una verdadera búsqueda y amor del desierto como lugar de presencia, de plenitud y de encuentro, una aspiración serena a la conversión y la penitencia, a la muerte y a la cruz, a la alegría y esperanza de la resurrección. Pero la imagen de María, “la contemplativa”, nos abre todavía nuevos espacios de redención.


La contemplación no acaba en sí misma; es una serena adoración de la Trinidad que habita en nosotros, es un gozoso encuentro con el Señor que nos habla desde la Escritura Santa, se nos ofrece adorablemente en la Eucaristía y nos espera en el Misterio de la Iglesia y en el sufrimiento de cada hombre que camina a nuestro lado.

María, “ la contemplativa, Es la Virgen del camino y del servicio en la Visitación; es la Virgen de la donación en Belén y del generoso ofrecimiento en la Cruz; es la Virgen que, en Caná de Galilea, “está allí” y se abre atenta a las necesidades de los jóvenes esposos. Solo los contemplativos saben descubrir fácilmente los problemas y sufrimientos de los demás. La contemplación engendra en nosotros una inagotable capacidad de servicio.

Esto es importante para la Iglesia de hoy: Iglesia de la encarnación, de la profecía y del servicio. Iglesia de Dios para los hombres. Iglesia de la redención de los hombres para la gloria del Padre.

En el corazón de un contemplativo verdadero—como en el de Cristo adorador del Padre, como en el de María. La Virgen de La Anunciación, de la Visitación y de Belén, la Virgen de Caná, de la Cruz y de Pentecostés—está siempre viva la presencia de los hombres que esperan “la consolación de Israel” (Luc. 2,25). El contemplativo está siempre muy cerca y muy adentro de todo hombre que sufre: “Junto a la Cruz de Jesús, estaba su madre” (Jn. 19,25).

Por eso en el corazón de todo contemplativo está siempre presente el misterio de la Iglesia, “Sacramento universal de salvación”. Está presente el hombre, “imagen de Dios” y redimido por Cristo. Está presente el mundo, que sufre y espera. Está presente el dolor de este mundo, “que pasa” y la seguridad transparente de la “creación nueva”.

La contemplación como en María Santísima, es don del Espíritu Santo. Se nutre de la Palabra. Exige la sabiduría del desierto. Vive profundamente en la Iglesia y engendra constantemente en ella la Palabra que debe ser anunciada. Y es siempre una gozosa respuesta, desde el silencio y la cruz pascual, a las exigencias y expectativas, al sufrimiento y la esperanza, del mundo en que vivimos y que aguarda “la manifestación gloriosa del Señor” “y la definitiva libertad de los hijos de Dios” (Rom. 8,21)

La Consagración a María en el Hoy de la Iglesia.

Un Camino de Esperanza con María.

“Yo soy la servidora del Señor: que se haga en mí según tu palabra” (Luc. 1,38)

1. Lo primero que decimos, cuando hablamos de “consagración a María”, es que nos entregamos totalmente a Ella, nos metemos hondamente en su Corazón Inmaculado, para vivir con alegría renovada nuestra fundamental “consagración a Dios” por el Bautismo.

Es un modo de caminar juntos a la santidad y de cambiar comunitariamente la historia.

Si nos consagramos de veras a María asumimos su pobreza y su servicio, su fidelidad y su alabanza. Asumimos plenamente “el espíritu del Magnificat; nos sentimos profundamente pobres y felices, conscientes de que el Poderoso obra maravillas en los que temen y que su misericordia se extiende de generación en generación demostrando a los hombres que Dios es eternamente fiel a sus promesas (Luc. 1,46-55).

El misterio de María es expresión de la fidelidad de Dios: Dios empieza en ella la historia nueva. Es modelo también e nuestra propia fidelidad que nos hace cotidianamente nuevos en Cristo (2 Cor. 5,17). Si queremos hacer un mundo nuevo -- basado en la verdad y la justicia, en el amor y la paz tenemos que vivir “en Cristo”.

Consagrarnos a María- personal o comunitariamente- es empezar a vivir más profundamente en Cristo. Desde el Corazón Inmaculado de María vivimos, como Ella y en Ella, la dos actitudes fundamentales del alma redentora de Cristo: La gloria el Padre y la salvación de los hombres.

La consagración a María renueva profundamente las personas y las comunidades, la Iglesia y el mundo. Porque nos hace tomar conciencia de la realidad de Dios y su manifestación en Cristo, de la presencia del Espíritu Santo en nosotros y de su acción profundamente renovadora, de las riquezas y compromisos de nuestro Bautismo. La consagración a María nos trae la Paz; porque nos hace vivir en Cristo, que es el “Príncipe de la Paz” (Is. 9,5), ordena el corazón de los hombres en la justicia y el amor, Multiplica en el mundo “los operadores de la paz” (Mat. 5,9).

Por eso los últimos Papas -desde Pío XII hasta Juan Pablo II- han insistido en esta consagracióna a Nuestra Señora como camino de renovación en la Iglesia y de reconciliación universal. Toda la vida y la actividad de Juan Pablo II están marcados por un sentido profético de su lema:” Totus tuus”. Recuerdo con emoción la hermosísima Oración a Nuestra Señora de Guadalupe, México, el 27 de enero de 1979, en le primero de sus viajes apostólicos, tres meses después de iniciar su Pontificado: “Permite, pues, que yo, Juan Pablo II, Obispo de Roma y Papa, junto con mis hermanos en el episcopado que representan a la Iglesia de México y de toda la América Latina, en este solemne momento, confiemos y ofrezcamos a Ti, sierva del Señor, todo el patrimonio del Evangelio, de la Cruz, de la Resurrección, de los que nosotros somos testigos, apóstoles, maestros y Obispos.

Años atrás, el inolvidable Pablo VI nos exhortaba:

“Exhortamos a todos los hijos de la Iglesia a renovar personalmente la propia consagración al Corazón Inmaculado de la Madre de la Iglesia y a vivir este nobilísimo acto de culto con una vida siempre más conforme a la divina voluntad en un espíritu de filial servicio y de devota imitación de su excelsa Reina. (13-V-1967).

2 El misterio de María- tan íntimamente asociada a la obra redentora de Jesús- ilumina el misterio de la Iglesia “La Madre de Dios es tipo de la Iglesia, que con razón también es llamada Madre de Dios y Virgen, la Bienaventurada Virgen María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la Virgen y de la Madre. (LG 63).

La Iglesia nace en María; en la plenitud de su fe en la Anunciación, en el ardor de su caridad en la Cruz, en su gozosa docilidad al Espíritu Santo en Pentecostés. Son tres momentos privilegiados del nacimiento de la Iglesia; la Iglesia de la contemplación y del servicio, de la cruz y la esperanza, de la comunión y la misión.

La “Consagración a María” nos ayuda a descubrir y vivir la Iglesia. En ella se prolonga y se comunica el misterio de Cristo muerto y resucitado. En la medida en que vivamos con intensidad el Misterio de la Iglesia descubriremos en ella a María. “como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad y a quien la Iglesia Católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como a Madre amantísima (LG 53). El capítulo VIII de la Lumen Gentium es la mejor síntesis de Mariología que se haya escrito y constituye, además, la más perfecta conclusión de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia.

Quien vive la Pasión de la Iglesia no puede dejar de descubrir en ella a María; quien ama inmensamente a María y se consagra a Ella no puede dejar de experimentar el gozo inefable de ser Iglesia, de vivir en ella, de manifestarla y hacerla crecer hasta “la madurez de la plenitud de Cristo (Ef. 4,13).

4 Quisiera señalar, muy brevemente, tres puntos que me parecen esenciales en la consagración a María: la novedad pascual, la reconciliación y la esperanza.  Los tres van íntimamente unidos y se exigen.

María es la “Mujer nueva” que nos dio Jesús “el Hombre nuevo” (Pablo VI: Marialis Cultus). En su Concepción Inmaculada María se nos manifiesta como signo y primicia de lo nuevo: “toda santa e inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura (LG 56). Lo nuevo pasa en María, como en Jesús y en cualquiera de sus discípulos, por la trituración de la cruz. El Misterio Pascual está siempre en el centro de lo verdaderamente nuevo. María engendra “lo nuevo” de la historia con su triple Sí: a la Encarnación, a la Cruz, al Espíritu de Pentecostés”. Pero María alcanza lo definitivamente nuevo cuando, “terminado el curso de la vida terrena, en alma y en cuerpo fue asunta a la gloria celestial y enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que semejara más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan y vencedor del pecado y de la muerte (LG 59).

La Consagración a María es camino interior y gozoso de “novedad pascual” para la Iglesia entera: Pastores, almas consagradas, laicos comprometidos en la transformación del mundo.

Pero el camino de la “novedad pascual” exige en nosotros un proceso muy hondo-también interior y gozoso de conversión, de penitencia, de reconciliación verdadera con Dios y con los hombres. San Pablo conecta la realidad de “nuestra novedad pascual” en Cristo con el hecho y las exigencias de nuestra “reconciliación”: Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación (2 Cor. 5,17-18). El mundo de hoy-sacudido y violento, desangrado por el odio y vacío de amor verdadero-necesita encontrar los caminos de la reconciliación y de la recreación en Cristo. La Iglesia se siente fuertemente enviada al mundo por Cristo para ser “sacramento universal de salvación”, es decir, signo evidente y eficaz de “novedad pascual”, ejerciendo entre los hombres “ la palabra y el misterio de la reconciliación”. La consagración a María res una invitación concreta y fuerte a un cambio interior que nos hace libres y felices.

Nos encadena serenamente a Cristo y nos hace gustar la alegría honda de ser definitivamente libres: “Para ser libres, nos libertó Cristo” (Gal. 5,1). El mundo de hoy necesita gente sencilla y alegre que muestre el verdadero rostro de un Dios Amor y abra a los hombres caminos de libertad interior, de comunión y de esperanza.

La consagración a María, al insertarnos profundamente en Cristo y hacernos vivir más plenamente de la fecundidad de su Misterio Pascual, nos pone necesariamente en camino de esperanza. “Creador en Cristo Jesús” (Efes. 2,10).

“Ya no somos extraños a las alianzas de la Promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Ef. 2,12). María nos hace vivir en “Cristo Jesús, nuestra esperanza” (1 Tim. 1,1). Pone en nuestro interior el dinamismo creador de la esperanza cristiana “aguardando la feliz esperanza” (Tito 2,13).

Hoy nos hace falta vivir en la esperanza. La necesita la Iglesia. La necesita el mundo. Para que no tengamos miedo y nos cansemos; para que no perdamos de vista lo definitivo y nos instalemos en lo provisorio; para que descubramos el paso del Señor en la historia y sepamos asumir con coraje nuestros compromisos cotidianos. Vivir en la esperanza no es escaparnos pasivamente del tiempo; es acordarnos que Dios es siempre fiel a sus promesas, que Cristo resucitó y vive con nosotros hasta el final (Mat. 28,20) que llevamos en nuestro interior “las primicias del Espíritu” (Rom. 8,23) mediante el cual gritamos “Abba, Padre” (Rom. 8,15), y nos disponemos siempre a “dar razón de nuestra esperanza” a quien lo pide (1Ped.3, 15).

La consagración a María nos hace vivir firmemente en la esperanza teologal: camino incansable y comunitario hacia Cristo apoyados en el Cristo Pascual, que vive en la Palabra, en la Eucaristía, en la comunidad eclesial edificada sobre “el cimiento d los Apóstoles y profetas” (Ef. 2,20) e inhabitada por el Espíritu Santo (1 Cor. 3,16). Es la esperanza que nos hace firmes y seguros en la provisoria incerteza el camino. Es la esperanza que nos impulsa que nos impulsa a construir un mundo nuevo “que tenga a Cristo por cabeza (Ef. 1,10). Es la esperanza, que partiendo de la inconmovible certeza de que “para Dios nada hay imposible” (Luc. 1,37; Gén. 18,14), nos pone enseguida en camino como a Abraham, como a María de la Visitación; para comunicar silenciosa y serenamente a los hombres la alegría de la salvación (Luc. 1,41 y Luc. 1,44).
De una salvación integral que abarca a todo el hombre y a todos los hombres.

Estamos casi en los umbrales de un siglo nuevo. ¿Creemos todavía en la posibilidad de un mundo más justo y más humano? ¿Creemos todavía en la posibilidad y compromiso de construir juntos; “la civilización del Amor”?

“Para Dios nada hay imposible”. Para nosotros tampoco. Si obramos en Él, con Él y para Él. Una cosa se nos pide; que nos metamos hondamente en el corazón inmaculado de María y que desde allí digamos con sencillez de hijos e intuición de profetas: “Yo soy la servidora del Señor; que se haga en mí según tu palabra” (Luc. 1,38).