jueves, 27 de agosto de 2015

Chiquinquirá, cantos de romería



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

La poesía popular forma parte de la peregrinación pedestre a Chiquinquirá. La acomodación de los versos, para formar una estrofa, guarda la historia de una cultura autóctona en sus tradiciones. Si bien el bagaje del romero conserva el encanto de la expresión picaresca española no es menos válida la costumbre prehispánica de ir a ofrendar el oro en las lagunas sagradas de la geografía trazada por la cosmogonía muisca.

Las dos formas de expresión se acoplaron para gestar un episodio del sentimiento cristiano: La visita al santuario de la Virgen de Chiquinquirá. El recorrido es la redacción de una biblioteca de labriegos que canta prodigios, improvisa estrofas, recita penas, compone tonadas, declara amores, corteja a las muchachas, ora por sus mayores y trasiega las cordilleras en un rumbo de trashumantes.

Entre el remolino polvoriento de los veranos, que desmorona las  arcillas resecas de las trochas, emana la alegría de una esperanza. El pueblo del alpargate teje la nacionalidad al arrullo de su oralidad ancestral. Es el asueto colectivo.

La patria se despierta feliz para vestirse con su ajuar de promesera. En sus alforjas trasporta la axiología de la  intimidad. Entre la mochila de fique viajan las viandas para el almuerzo, las tonadillas para el romance y las mandas para la Patrona.

La combinación de los pasos andariegos saca chispas. Las bellezas implacables de las féminas, ingenuas y terribles, se junta con los cantos varoniles. Vértigo de la expresión  folclórica.

El color de los vestidos, las jumas cantoras y los bullicios de los  chalanes desembocan en la Villa de los Milagros con su tropel de recuas e inmigrantes.  El requinto y el fiel tiple “trozado”, hecho por don Rafael Norato, le dan la bienvenida a las sonatas que los tríos engalanan con la promesa de un beso a la salida de la basílica.

Así, al ritmo de una travesía por el tiempo, surgió el coplerío chiquinquireño que se nutrió del impulso de la mística mariana. Es la rama florida del tronco de la literatura oral porque sus expresiones narran, guardan y agradecen los ratos de la pureza mestiza vertidos en las prosas y en los versos. Nació noble.

Ella, la copla, acompaña al romancero viejo del campamento. Junto a la hoguera aprende a encender los requiebros. Tiembla con el brindis de la chicha mientras aguarda el exorcismo de la soledad bajo la absolución de una novia enamorada.

Cronista consumada escribe en la bitácora de los recorridos el poema del retorno. El relato del amor campesino le pertenece a la copla, señora de la memoria.

El rastro del juglar vernáculo trascribe algunas voces que tienen el aliento del bambuco.


Amo, mí señor de mi alma,
Llévame a Chiquinquirá,
A pagar una promesa
Pasando por Saboyá.

Vamos contentos tocando
Los tiples, hasta el santuario
Y ninguno se tan bruto
Que vaya a beber guarapo.

Nosotros los promeseros
lloramos tanta desdicha: 
porque no nos queda plata
pa' otra bebida de chicha.

El pensamiento se acaba
Y se muere el corazón
Mas lo que nunca se acaba
Oh Virgen santa, tu amor.

Lo guardo entre mi cartera
Que compre en Chiquinquirá
Tu escapulario que al cuello
Vivo y muerto me podrán.

Esto me dijo mi chata
En la plaza de Guateque
O vas a Chiquinquirá
O no te miro más, y vete.

Señores, atiendan bien
A todos los aguardamos,
A que vengan con nosotros
En julio a ver el santuario.

Vamos a velar la Virgen,
Vamos a Chiquinquirá
A pedirle el acueducto
Que reclama la ciudad.

En mi camándula hay
Cincuenta y nueve pepitas
Y en la Reina de Colombia
Hay canciones muy bonitas.

Nosotros los promeseros
lloraremos nuestra pena:
que la fortuna nos trujo
a rodar en tierr' ajena…

Amo mío, señor del cielo,
Me voy pa Chiquinquirá,
Pa ver al Niño Jesús
En su gran Jestividá. (Suaita, Santander).


Con un grandioso ejplendor
En Antioquia se fetejan
Navidá y la Concición
La Chinca, Jesú el patrono
Y la semana mayor. (Santa Fe de Ant).

La semana santa en Tunja
El corpus en Bogotá,
Y el veinticinco e diciembre
Pasalo en Chiquinquirá. (Saboyá, Boyacá).

Yo al Niño Jesús le traje
Capota, medias y ajuar,
Tejidos cerca de Suaita,
Bordados en Chiquinquirá. (Saboyá, Boyacá).

¡Ay! Virgencita querida,
Madre de Chiquinquirá.
Del rosario, que es mi vida,
No me aleje yo jamás.

Soy promesero que viaja
Desde el mar y más allá
Por ver a mi señorita
La que está en Chiquinquirá.

Virgen de la Candelaria,
Virgen de Chiquinquirá:
Mi negra murió de rabia,
¿Y a mí qué me pasará?

Las campanas de mi tierra
Son bronces que tienen alma,
Y cuando tocan a muerto
Con sus gemidos espantan.

Campanas Chiquinquireñas
Quien las pudiera escuchar
De noche y por la mañana
Pa con sus sones gozar!

Las campanas de mi tierra
Cuando tocan a oración,
A Maríasantisimita
Le dedican su canción.

¡Campanas chiquinquireñas!
Yo una vez pude escuchar
Los repiques domingueros,
Y no los puedo olvidar
Cuando el campanero toca
Por alguien que se murió
Con sus repiques tan tristes
Cual si el muerto fuera yo.

De las campanas el eco
En la iglesia solitaria,
Entra a todos los altares
Y por las puertas se escapa.

La pena que a  mi mata
Es negra como la peña,
Pero me la ha de quitar
La Virgen Chiquinquireña.

¿Qué hacemos, vidita mía,
 Pa’ irnos pa’ Chiquinquirá?
¿Y que haremos pa’ pasar
Las vegas de Cajicá?

Para ir a Chiquinquirá
Se pasan altos y bajos:
Sólo por ver a la Virgen
Se podrá pasar trabajos.

En Chiquinquirá, la gloria;
Y en Bogotá, medio cielo;
En Quetame el purgatorio
Y en los Llanos el infierno…

Me jui pa’ Chiquinquirá
A caballo en un carraco,
Y me jue a` clarar el día
Al pie del olla ‘el ajiaco.

Me jui pa’ Chiquinquirá
A caballo en una guara,
Y me jue a` clarar el día
Al la casa ‘e mana Clara.

En Chiquinquirá una rosa
Y al pie de una azucena;
Y en la planta de mi mano
Una tan querida prenda.

En el boquerón de Tausa
Yo lágrimas derramé
Por unos ojitos negros
Qu’ en Chiquinquirá dejé


En el boquerón de Tausa
Mis lágrimas derramé
Por una mujer bonita
Que en Chiquinquirá dejé.

Vengo de Chiquinquirá
De pagar una promesa
Y agora que vengo santo
Dame un besito, Teresa.

Qué güenas  carnestolendas,
Que tuve en Chiquinquirá,
Y güenas promesas l’ hice
Al indio de allá  pa’ca


Pa’ Chiquinquirá nos vamos
A ver a la Virgen pía
El dolatre a Dios paidre
Vida de la vida mía.

Anímense los chocatos
Y apriétese la gorrita;
Vamos a Chiquinquirá
A ver a Nuestra Señorita
Ay sí, la guabina,
Vamos vidita mía…

La verdadera guabina
Se canta en Chiquinquirá
A María Santísima
A María Santísima.

Me puse a mirar parriba
Conté veinte mil estrellas;
Mas jaltaba la mejor
La Virgen chiquinquireña.

Te lo digo vida mía
Aquí pa nosotros dos
Es la Virgen del santuario
La mejor después de Dios.




jueves, 20 de agosto de 2015

Chiquinquirá, un paraje perdido en el ciberespacio



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

La palabra Chiquinquirá, según los estudiosos de la lengua chibcha, proviene de xequenquirá que significa pueblo sacerdotal y otros traducen “lugar cubierto de nieblas”. La etimología del vocablo es amplia en su semántica.

El término se hizo famoso en 1586 cuando se renovó un deteriorado lienzo en los aposentos de la viuda del encomendero Antonio de Santana. El toponímico quedó para siempre ligado a la crónica de Colombia y su Patrona, Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.

Chiquinquirá se convirtió en un esfuerzo de pronunciación entre los muchos extranjeros que visitan el santuario boyacense.  A ellos les basta con visitar la Villa de los Milagros para que no tengan necesidad de olvidarla. Su historia, la Virgen María y su gramática chibcha es una trilogía feliz que queda consignada en las bitácoras de los viajeros y los romeros.

La paz geográfica, entre raizales y foráneos, reinó hasta que alguien lanzó la pregunta del desbarajuste, ¿solo existe un espacio en el planeta tierra con ese nombre?

Muchos conciudadanos dijeron: “Pues sí, yo no conozco otro pueblo como ese aquí en la Patria”. Los más avispados, refutaron con la certeza de la duda: “Vaya uno a saber, porque este país es tan grande que de pronto se repite”. Ante la duda, la mayoría optó por algo que forma parte de su bagaje cultura: “deje así y tómese uno pal frío…”

La respuesta científica y neutral, sobre un único sector denominado Chiquinquirá, es un no radical. Esto tampoco bastó para aliviar parcialmente el asunto. Lo cual generó otro interrogante, ¿cuáles son esas zonas? Lo que a su vez gestó el choque de la imprenta contra la Internet.

El justo medio para apaciguar la trifulca de la curiosidad fue usar las dos fuentes primarias. Primero la juventud de la red y luego la edad de la tinta.

En la web http://dondeesta.biz/called.php?qcity=Chiquinquir%1 aparece la siguiente información (2014). Según este informe hay siete territorios con el nombre de Chiquinquirá en el mundo.

“LUGARES LLAMADOS CHIQUINQUIRÁ EN COLOMBIA.
Chiquinquirá - La Guajira, Colombia
Chiquinquirá - Boyacá, Colombia
Chiquinquirá - Atlántico, Colombia
Chiquinquirá - Antioquia, Colombia

LUGARES LLAMADOS CHIQUINQUIRÁ EN VENEZUELA.
Chiquinquirá - Zulia, Venezuela
Chiquinquirá - VE, Venezuela
Chiquinquirá - Mérida, Venezuela”.

La conciencia autodidacta del siglo XXI no coincidía con los humildes datos del Diccionario Geográfico de Colombia del Instituto Geográfico Agustín Codazzi. En el tomo uno, página 432, se publicó una serie de localidades con el nombre de Chiquinquirá. Edición de 1971.

1. Chiquinquirá. Quebrada en el municipio de Quibdó, departamento del Chocó, al noreste de la cabecera municipal. Afluente de la quebrada Guanarre.

2. Chiquinquirá. Caserío en el municipio del Peñol, departamento de Antioquia, al sureste de la cabecera departamental, comunicado a ella por camino de herradura.

3. Chiquinquirá. Municipio en el departamento de Boyacá. Como área de interés puede citarse la basílica menor, adonde acuden peregrinos del interior del país a orar ante la milagrosa imagen de la Virgen María.  

4. Chiquinquirá. Quebrada en el municipio de Belmira, departamento de Antioquia, al sureste de la cabecera municipal. Afluente del río Chico.

5. Chiquinquirá. Quebrada en el municipio de Nóvita, departamento de Chocó, al sur de la cabecera municipal. Afluente del río Taparal.

6. Chiquinquirá. Río que baña los municipios de Caldas y Chiquinquirá departamento de Boyacá. Desemboca en el río Suárez. Entre sus afluentes está el río Palmar.

7. Chiquinquirá. Sitio en el municipio de Puerto Leguízamo, departamento de Putumayo, al noroeste de la cabecera municipal. Comunicado a ella por vía fluvial.

Y como si fuera poca cosa la controversia, en el desacuerdo de las fuentes, no se encontró ninguna referencia geográfica de Chiquinquirá en los departamentos de La Guajira y el Atlántico. En otros documentos, no incluidos en el diccionario consultado, aparece: Venezuela.

8. Chiquinquirá. Parroquia del Municipio Maracaibo del Estado Zulia, y de la ciudad de Maracaibo.

 

9. Chiquinquirá. Es una localidad del estado Mérida ubicado a 87 kilómetros de Arapuey (municipio Julio César Salas), a 25 metros sobre el nivel del mar.

 

En conclusión, no hay siete puntos en el mundo sino nueve. Los usuarios del ciberespacio necesitan de una corrección urgente para no predicar con la desinformación. Y para cerrar el conflicto sin verdades de Perogrullo se advierte que no se incluyeron las parroquias eclesiales ni las basílicas que llevan ese nombre ni las instituciones  educativas de países como Colombia, Venezuela y Perú entre otros. Chiquinquirá es una palabra colombiana escrita en el alma nacional por gracia de la Madre de Dios.

 



viernes, 14 de agosto de 2015

Víspera de la Asunción de la Virgen María

Vísperas del día:
(Solemnidad).
Oración de la tarde (vísperas I) 



V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
Por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO
Albricias, Señora,
reina soberana,
que ha llegado el logro
de vuestra esperanza.

Albricias, que tienen
término las ansias
que os causa la ausencia
del Hijo que os ama.

Albricias, que al cielo
para siempre os llama
el que cielo y tierra
os llenó de gracia.

¡Dichosa la muerte
que tal vida os causa!
¡Dichosa la suerte
final de quien ama!

¡Oh quién os siguiera
con veloces alas!
¡Quién entre tus manos
la gloria alcanzara!

Para que seamos
dignos de tu casa,
hágase en nosotros
también su palabra. Amén.

Antífona 1: Cristo ascendió a los cielos y preparó un trono eterno a su Madre Inmaculada. Aleluya.

SALMO 112: Alabado sea el nombre de Dios
Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Gloria al Padre y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
Por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Cristo ascendió a los cielos y preparó un trono eterno a su Madre Inmaculada. Aleluya.

Antífona 2: Por Eva se cerraron a los hombres las puertas del paraíso, y por María Virgen se han vuelto a abrir a todos. Aleluya.

SALMO 147: Acción de gracias por la restauración de Jerusalén
Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.

El envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza;

Hace caer como el hielo como migajas
y con el frío congela las aguas;
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.

Gloria al Padre y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
Por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Por Eva se cerraron a los hombres las puertas del paraíso, y por María Virgen se han vuelto a abrir a todos. Aleluya.

Antífona 3: La virgen María ha sido elevada sobre los coros de los ángeles; venid todos, ensalcemos a Cristo Rey, cuyo reino es eterno.

CÁNTICO:
Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

El nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
Por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: La virgen María ha sido elevada sobre los coros de los ángeles; venid todos, ensalcemos a Cristo Rey, cuyo reino es eterno.

LECTURA BREVE: (Rm 8,30)
A los que Dios predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.

RESPONSORIO BREVE
V. María ha sido llevada al cielo, se alegran los ángeles.
R. María ha sido llevada al cielo, se alegran los ángeles.
V. Bendicen con alabanzas al Señor.
R. Se alegran los ángeles.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. María ha sido llevada al cielo, se alegran los ángeles.

Antífona Magnificat: Me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí. Aleluya.

MAGNIFICAT:
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el todo poderoso ha hecho obras grandes en mí,
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abrahán y su descendencia para siempre.

Gloria al Padre y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
Por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona Magnificat: Me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí. Aleluya.

PRECES
Proclamemos las grandezas de Dios Padre Todopoderoso, que quiso que todas las generaciones felicitaran a María, la madre de su Hijo, y supliquémosle, diciendo:
Mira a la llena de Gracia y escúchanos.
Oh Dios, admirable siempre en tus obras, que has querido que la inmaculada Virgen María participara en cuerpo y alma de la gloria de Jesucristo,
— haz que todos tus hijos deseen esta misma gloria y caminen hacia ella.
Tú que nos diste a María por madre, concede, por su mediación, salud a los enfermos, consuelo a los tristes, perdón a los pecadores,
— y a todos abundancia de salud y paz.
Tú que hiciste de María la llena de gracia,
— concede la abundancia de tu gracia a todos los hombres.
Haz, Señor, que tu Iglesia tenga un solo corazón y una sola alma por el amor,
— y que todos los fieles perseveren unánimes en la oración con María, la madre de Jesús.
Tú que coronaste a María como reina del cielo,
— haz que los difuntos puedan alcanzar, con todos los santos, la felicidad de tu reino.
Se pueden añadir algunas intenciones libres.

PADRE NUESTRO

ORACIÓN:
Porque te has complacido, Señor, en la humildad de tu sierva, la Virgen María, has querido elevarla a la dignidad de Madre de tu Hijo y la has coronado en este día de gloria y esplendor; por su intercesión, te pedimos que a cuantos has salvado por el misterio de la redención nos concedas también el premio de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

jueves, 13 de agosto de 2015

Homilía del santo padre Benedicto XVI en la santa misa de la asunción de la Virgen María a los cielos




Parroquia de Santo Tomás de Villanueva, Castelgandolfo.
Lunes 15 de agosto de 2011

Queridos hermanos y hermanas:

Nos encontramos reunidos, una vez más, para celebrar una de las más antiguas y amadas fiestas dedicadas a María santísima: la fiesta de su asunción a la gloria del cielo en alma y cuerpo, es decir, en todo su ser humano, en la integridad de su persona. Así se nos da la gracia de renovar nuestro amor a María, de admirarla y alabarla por las «maravillas» que el Todopoderoso hizo por ella y obró en ella.

Al contemplar a la Virgen María se nos da otra gracia: la de poder ver en profundidad también nuestra vida. Sí, porque también nuestra existencia diaria, con sus problemas y sus esperanzas recibe luz de la Madre de Dios, de su itinerario espiritual, de su destino de gloria: un camino y una meta que pueden y deben llegar a ser, de alguna manera, nuestro mismo camino y nuestra misma meta. Nos dejamos guiar por los pasajes de la Sagrada Escritura que la liturgia nos propone hoy. Quiero reflexionar, en particular, sobre una imagen que encontramos en la primera lectura, tomada del Apocalipsis y de la que se hace eco el Evangelio de san Lucas: la del arca.

En la primera lectura escuchamos: «Se abrió en el cielo el santuario de Dios, y apareció en su santuario el arca de su alianza» (Ap 11, 19). ¿Cuál es el significado del arca? ¿Qué aparece? Para el Antiguo Testamento, es el símbolo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Pero el símbolo ya ha cedido el puesto a la realidad. Así el Nuevo Testamento nos dice que la verdadera arca de la alianza es una persona viva y concreta: es la Virgen María. Dios no habita en un mueble, Dios habita en una persona, en un corazón: María, la que llevó en su seno al Hijo eterno de Dios hecho hombre, Jesús nuestro Señor y Salvador. En el arca —como sabemos— se conservaban las dos tablas de la ley de Moisés, que manifestaban la voluntad de Dios de mantener la alianza con su pueblo, indicando sus condiciones para ser fieles al pacto de Dios, para conformarse a la voluntad de Dios y así también a nuestra verdad profunda. María es el arca de la alianza, porque acogió en sí a Jesús; acogió en sí la Palabra viva, todo el contenido de la voluntad de Dios, de la verdad de Dios; acogió en sí a Aquel que es la Alianza nueva y eterna, que culminó con la ofrenda de su cuerpo y de su sangre: cuerpo y sangre recibidos de María. Con razón, por consiguiente, la piedad cristiana, en las letanías en honor de la Virgen, se dirige a ella invocándola como Foederis Arca, «Arca de la alianza», arca de la presencia de Dios, arca de la alianza de amor que Dios quiso establecer de modo definitivo con toda la humanidad en Cristo.

El pasaje del Apocalipsis quiere indicar otro aspecto importante de la realidad de María. Ella, arca viviente de la alianza, tiene un extraordinario destino de gloria, porque está tan íntimamente unida a su Hijo, a quien acogió en la fe y engendró en la carne, que comparte plenamente su gloria del cielo. Es lo que sugieren las palabras que hemos escuchado: «Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; y está encinta (...). Y dio a luz un hijo varón, el que ha de pastorear a todas las naciones» (12, 1-2; 5). La grandeza de María, Madre de Dios, llena de gracia, plenamente dócil a la acción del Espíritu Santo, vive ya en el cielo de Dios con todo su ser, alma y cuerpo.

San Juan Damasceno refiriéndose a este misterio en una famosa homilía afirma: «Hoy la santa y única Virgen es llevada al templo celestial... Hoy el arca sagrada y animada por el Dios vivo, (el arca) que llevó en su seno a su propio Artífice, descansa en el templo del Señor, no construido por mano de hombre» (Homilía II sobre la Dormición, 2: PG 96, 723); y prosigue: «Era preciso que aquella que había acogido en su seno al Logos divino, se trasladara a los tabernáculos de su Hijo... Era preciso que la Esposa que el Padre se había elegido habitara en la estancia nupcial del cielo» (ib., 14: PG 96, 742).

Hoy la Iglesia canta el amor inmenso de Dios por esta criatura suya: la eligió como verdadera «arca de la alianza», como Aquella que sigue engendrando y dando a Cristo Salvador a la humanidad, como Aquella que en el cielo comparte la plenitud de la gloria y goza de la felicidad misma de Dios y, al mismo tiempo, también nos invita a nosotros a ser, a nuestro modo modesto, «arca» en la que está presente la Palabra de Dios, que es transformada y vivificada por su presencia, lugar de la presencia de Dios, para que los hombres puedan encontrar en los demás la cercanía de Dios y así vivir en comunión con Dios y conocer la realidad del cielo.

El Evangelio de san Lucas que acabamos de escuchar (cf. Lc 1, 39-56) nos muestra esta arca viviente, que es María, en movimiento: tras dejar su casa de Nazaret, María se pone en camino hacia la montaña para llegar de prisa a una ciudad de Judá y dirigirse a la casa de Zacarías e Isabel. Me parece importante subrayar la expresión «de prisa»: las cosas de Dios merecen prisa; más aún, las únicas cosas del mundo que merecen prisa son precisamente las de Dios, que tienen la verdadera urgencia para nuestra vida. Entonces María entra en esta casa de Zacarías e Isabel, pero no entra sola. Entra llevando en su seno al Hijo, que es Dios mismo hecho hombre. Ciertamente, en aquella casa la esperaban a ella y su ayuda, pero el evangelista nos guía a comprender que esta espera remite a otra, más profunda. Zacarías, Isabel y el pequeño Juan Bautista son, de hecho, el símbolo de todos los justos de Israel, cuyo corazón, lleno de esperanza, aguarda la venida del Mesías salvador. Y es el Espíritu Santo quien abre los ojos de Isabel para que reconozca en María la verdadera arca de la alianza, la Madre de Dios, que va a visitarla. Así, la pariente anciana la acoge diciéndole «a voz en grito»: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (Lc 1, 42-43). Y es el Espíritu Santo quien, ante Aquella que lleva al Dios hecho hombre, abre el corazón de Juan Bautista en el seno de Isabel. Isabel exclama: «En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre» (v. 44). Aquí el evangelista san Lucas usa el término «skirtan», es decir, «saltar», el mismo término que encontramos en una de las antiguas traducciones griegas del Antiguo Testamento para describir la danza del rey David ante el arca santa que había vuelto finalmente a la patria (cf. 2 S 6, 16). Juan Bautista en el seno de su madre danza ante el arca de la Alianza, como David; y así reconoce: María es la nueva arca de la alianza, ante la cual el corazón exulta de alegría, la Madre de Dios presente en el mundo, que no guarda para sí esta divina presencia, sino que la ofrece compartiendo la gracia de Dios. Y así —como dice la oración— María es realmente «causa nostrae laetitiae», el «arca» en la que verdaderamente el Salvador está presente entre nosotros.

Queridos hermanos, estamos hablando de María pero, en cierto sentido, también estamos hablando de nosotros, de cada uno de nosotros: también nosotros somos destinatarios del inmenso amor que Dios reservó —ciertamente, de una manera absolutamente única e irrepetible— a María. En esta solemnidad de la Asunción contemplamos a María: ella nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día, incluso en los momentos en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas. María, el arca de la alianza que está en el santuario del cielo, nos indica con claridad luminosa que estamos en camino hacia nuestra verdadera Casa, la comunión de alegría y de paz con Dios. Amén.

(Cf. Librería Editrice Vaticana).




jueves, 6 de agosto de 2015

La paz que bajó de la ermita de la Peña


Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

Bogotá, el país más lejano de Colombia, subió al Santuario de Nuestra Señora de la Peña para llevarle a la Santísima Virgen María la súplica de una bandera tricolor. El calendario marcó el lunes 8 de septiembre de 1902.

El vicepresidente de la República, encargado del Poder Ejecutivo, José Manuel Marroquín, en ejercicio de las facultades de la fe de sus mayores se arrodilló ante la Patrona para implorarle la paz. La tierra de sus hijos se asesinaba, desde hacía 90 años, con las iras del machete.

A su lado estaba el arzobispo Bernardo Herrera Restrepo, los canónigos de la catedral, los ministros del despacho, el gobernador de Cundinamarca, el señor alcalde, el cabildo y los altos mandos militares.

Detrás de tan encopetado cortejo marchó alborotada la gentuza soberana. Ella trepó la loma como peón de estribo de la rancia alcurnia santafereña. Los vástagos de aquella casta sabanera fueron a fisgonear. Peregrinaron los cachifos del Colegio del Rosario, los chiflamicas de San Victorino, las aguadoras de las Nieves, los filipichines de la Catedral, las juanas del cuartel de San Agustín, las beatas de San Francisco, las chicheras del Egipto, los mozos de cordel de la plaza de Maderas, los turiferarios de Santa Bárbara, los tinterillos de la Capuchina, las criadas de Chapinero, los serenos del San Jorge, los pulperos de la calle del Florián, los bohemios de la chichería La Cuna de Venus y los pelafustanes del Puente Holguín. La horda de orejones y cachacos estaba agobiada por el luto de la refriega de 1899, heredera criminal de una pasión banderiza.

El tumulto de la pomposa guachafita ahogó un recuerdo vital. De esas breñas marianas, el 11 de septiembre de 1812, descendió el capellán del Santuario de la Peña, José Ignacio Álvarez del Basto, para darle su voto al señor Antonio Nariño. El sufragio sirvió para legalizar la dictadura. Así, el monárquico Estado de Cundinamarca,  cuya constitución de 1811 legitimó a Fernando VII como rey de los cundinamarqueses, quedó listo para sepultar a las Altezas Serenísimas del Congreso de las Provincias Unidas. La infortunada medida cayó en los pechos de los labriegos que recibieron la metralla de los “próceres”.

El conflicto entre los encomenderos del desastre, Nariño y Torres, creó la primera matanza civil que engendró una serie de hostilidades feroces. Esa perpetua carnicería, ya nonagenaria, no dejaba de sangrar por la herida campesina de la Patria.

La súplica del primado por una tregua de la pugna, único legado de los liberticidas, llegó a los oídos de piedra de la Virgen de la Peña. La Omnipotencia Suplicante, con un suspiro maternal ante su Hijo Unigénito, logró el milagro del sosiego para esa anciana agonizante que gemía entre los surcos de dolores. 

En Panamá, el 21 de noviembre de 1902, los liberales alzados en armas y los representantes del Gobierno Nacional, a bordo del buque almirante Wisconsin de la Marina de los Estados Unidos de América,  firmaron el tratado de paz que puso fin a la Guerra de los Mil Días. 

Por aquel septembrino acto de paz, los raizales dejaron la ciudad vacía para ser testigos de la urgente petición. La prensa, de una época de transición entre la sepultura y el hospital, guardó un eco de aquel prodigio de esperanzas. El periódico Sábado del 13 septiembre de 1902 consignó: Et pas plus.

Quo vadis: pisco?
-A La Peña.
-Tú también… hijo mío
- Y por qué no he de ir yo también?
-Francamente,  porque para hablar en
la fabla bohémica- yo sabía que a La Peña
lban relojes, anillos, en fin, mulengues, pero
los individuos no, a lo menos todavía.
-No, chico, es que en estos momentos
todo Bogotá está empeñado... _
-Empeñado… y en qué? 
-En la gran peregrinación
-Entonces tú eres Peregrino?
-El mismo; no me reconocías
Pues si eres peregrino, en marcha.

Y al partir este joven, el último de los peregrinos, se quedó la capital el pasado lunes sin un alma. Todos andaban por esos cerros de Dios.

Pero si es evidente que las almas masculinas, en aquella fiesta legítimamente popular, andaban saltando de peña en peña como las cabras, y que se vio a más de un pollo por esos riscos, como dijo el catire González.

Andar de tiple y garrote con
Desmañados galanes.

No es menos cierto que en esos como carnavales, que resucitaron los tradicionales de La Peña, el Cuerpo de Criadas del Distrito, y otras aves de rapiña, recorrían aquellos pintorescos campos, y hechas peregrinas del siglo veinte hacían recordar las viejas jácaras de los buenos tiempos inmemoriales:

Iba la peregrina
Con su esclavina
Y su pretina
Y su bordón;
iba peregrinando
Y preguntando
Si le habían visto
Su dulce amor.

Si la ciudad de la Inmaculada Concepción volviera a postrarse ante el altar de la capital entonces escucharía la voz de Cristo: “…La paz os dejo, mi paz os doy…” (Juan 14, 27). ¿Aceptará don Bacatá el reto de estas páginas? o ¿tendrá que cantar?: “La Virgen sus cabellos arranca en agonía y de su amor viuda los cuelga del ciprés”.