jueves, 28 de julio de 2016

Los mandamientos de Nuestra Señora



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Legión de María

La Madre de Dios dejó unas ordenanzas para los discípulos de Jesús. Esos preceptos nacen de su condición de criatura inmaculada que guía los corazones cristianos.

Las prescripciones señalan un sendero de santidad para los creyentes. Esas leyes superiores, de la esclava del Señor, iluminan, desde tres faros distintos, con una sola luz verdadera: Cristo.

El resplandor de aquel candil enciende la humildad, la alegría y la obediencia que son las instrucciones de la beatísima Virgen María para todos sus devotos.

La forma sencilla de abordar esa complejidad temática es regresar a las páginas de la Biblia, que de acuerdo con el magisterio de la Iglesia y la tradición, abren una puerta para injertar el libre albedrío de la Virgen Prudentísima en sus preces.

El primer mandamiento rompe la maldición de Eva en un eco sin retorno: “…Hágase en mí según tu palabra…” (Lucas, 1,38). Esta frase es un misterio de humildad que permitió que el Verbo se hiciera carne para redimir con su sacrificio a la raza de Adán. Sin la sumisión total de la mujer virgen a la voluntad eterna, la Palabra no habría escrito en el seno de María la historia de la salvación.

La vigencia de aquel hágase (Fiat mihi secundum verbum tuum) es inmortal. Si un alma aspira al deleite de la gracia le bastaría con injertar esa locución de vida a cada episodio de su existencia. La invitación a que el Logos se encarne en el neuma tiene un indiscutible sello mariano, una impronta de infalibilidad.


La vivencia de ese mandato desembocó en una alegría sublime: “…Me llamarán bienaventurada todas las generaciones…” (Lucas 1, 48). Me llamarán no es una opción ni una profecía. Es una orden clara del gozo inmarcesible de quien ejecuta la voluntad del Señor. No busca destacar su condición de elegida sino enaltecer la obra redentora del Altísimo.

El magnificat, la alabanza de María a los méritos de su Hijo, incluye para los nuevos seguidores del Mesías y aún para los que profesan otros credos, el delicado respeto a la Madre del Salvador. No se debe rebajar la condición de la maternidad divina, por capricho iconoclasta, al sentido reformista de la equivocación.

La Madre Castísima no puede ser separada de Jesús para ser convertida en la cómplice de un tratado de necesidades egoístas donde impera la banalidad del sofisma.  Aunque muchos católicos lo intentan cuando interpretan los supuestos arcanos de unos videntes anónimos. Esa conducta herética choca irrevocablemente contra un postulado simple: La impoluta Virgen María no fue creada para revelar secretitos a escondidas de la Iglesia y del papado. Ella no es la mandadera que trasmite mensajes alucinantes para unos “elegidos” depositarios de una doctrina opuesta a la de su Hijo porque “…Sin María, el Evangelio se desencarna, se desfigura y se transforma en ideología, en racionalismo espiritualista…” (Puebla 301).

Por esas razones, en el vértice del triangulo de sus normas está la obediencia: “…Hagan los que Él les diga…” (Juan 2,5). La Madre del Buen Consejo ordenó vivir la integridad de la ley y los profetas y el amor de la nueva alianza. Así, Ella unió el Antiguo y el Nuevo Testamento al evangelio de su primogénito.

En conclusión, para no errar en el intento por ser justos la tercera parte del avemaría se sostiene sobre la base de una intercesión vital: “Ruega por nosotros pecadores”.












jueves, 21 de julio de 2016

Sermón para la coronación de la imagen de Nuestra Señora de Chiquinquirá. Pital, 1928.




P. Jenaro Díaz Jordán

Ilustrísimo señor Obispo, señoras y señores:

El acontecimiento que hoy congrega, en esta simpática población, muchedumbres de las comarcas vecinas y de los últimos confines del Departamento, bien merece, por su naturaleza misma, el nombre de máximo en los anales del Pital. Penetrado de este pensamiento, al celebrarlo, habéis derrochado pompa inusitada, para que lo extraordinario fuera buril que imprimiese hondamente en nuestras almas hechos nacidos para tener vida inmortal. Todo aquí es grande: acaecimiento y festividad. Para ceñir los números del programa al canon de fastuosidad adoptado hubierais debido acreditar vocero a un profeta de Dios que, irguiendo su figura ultraterrena, cantara, no en lenguaje de hombre ni con polvo de pensamientos terrenos, un himno ardiente, sublime e imperecedero. Pero seguisteis la norma de la nota inarmónica y de la sombra que resalta la perfección del todo con la ley del contraste, escogiéndome intérprete de una perfección suma y de un sentimiento sin lindes. Mi presencia, por tanto, en este sitio de honor, es inculpable; porque fui llamado premiosamente con palabras que fueron por su autoridad mandato irrecusable: mi piedad filial no podía negarle su tributo a la Reina del Rosario; mi carácter, imposible que desoyera la persuasiva invitación de la amistad; ni los fueros de la gentileza consentían desatender el requerimiento honrosísimo de la noble dama que es alma y decoro de esta población.

Así escudado presentaré la ofrenda mínima que adeudo, llevando como aliento a la esperanza de que mi palabra, al golpear en vuestras almas grandes, perderá la opacidad nativa, crecerá  milagrosamente, conquistará la sonoridad del espíritu y realizará el fenómeno del guijarro que hiere un bronce clamoroso.

Fenómeno es comprobado que en las cosas visibles, la grandeza o perfección del ser se hace conspicua por la emanación de un fluido que difundiéndose en la atmosfera, le traza en derredor un nimbo de gloria. Brilla la gema en la negrura de la veta; resplandece el metal preciosos en la lóbrega hendedura de la roca, como una concreción de lumbre cenital; despide en ondas embriagantes su perfume, la flor, diadema del prado fabricada con las sedas de la aurora; nubes gigantes, voces tremendas, tentáculos invisibles que nos palpan, nos hablan de la llanura, del monte, de la mar; y, cual inmensas rosas de luz, se deshojan los astros del cielo, sublime glorificación de la materia humillada en el polvo yacente, inmóvil y oscuro de la tierra.

Forjando el símbolo sobre la realidad tangible, traslada siempre  la inteligencia humana las cualidades del naturaleza corpórea al campo invisible del espíritu y sorprende allí, ciñendo toda perfección, un halo glorificante. Fulgura la inspiración del artista con el centello de una cabellera astral; la espada del guerrero, blandida por su mano potente, es relámpago que traza una aureola sobre su cabeza; el santo, tocado de resplandores divinos, lanzándose del polvo en transporte beatífico, es estrella peregrina que siente las nostalgias del cielo; reverbera el rostro del ángel con resplandores de sol en la mitad del firmamento; y, aquel Supremo, infinito en ser, en verdad, en pulcritud, fue visto por la mirada de un profeta, en manantiales de luz indefinible. Así avizoramos al universo que no alcanza el rayo de la visión material; y al trasladar al lienzo o al cincelar en mármol, o al fundir en bronce la imagen de aquellos dechados de perfección, queremos contemplarlos con el reflejo natural de su grandeza, con las diademas que simbolicen la irradiación de todo lo perfecto.

Por todo esto, la corona es atributo debido a la que pregonan bienaventurada todas las generaciones. ¿Quién podría sondear la perfección de María, aun cuando le diera el Omnipotente la inteligencia del más encumbrado serafín? ¿Qué lengua forjada por los espíritus celestes recibiría dignamente la idea que fuera imagen de tan encumbrada realidad? Créola el Artífice del mundo descollando sobre toda la creación, de forma que la roca de su pedestal fuera la última cima donde posan su vuelo los que vibran sus alas refulgentes velando el trono del Eterno: Su inteligencia, una espada de resplandores cuya cúspide se pierde en la profundidad de misterios infinitos; su corazón, un sol flagrante de cuyas llamas modelará un trono esplendoroso la majestad del Supremo; su voluntad, un eje para sustentar el universo; su alma, el concierto de maravillas sin segundo que muestra a la Trinidad beatísima por argumento de su poder irrestricto. Ella, la hija predilecta del Padre Omnipotente; ella, madre del Unigénito que nació en los esplendores divinos primero que la estrella matutina; ella la esposa más pura y más radiante que la aurora, donde atesoró su virtud el Espíritu que es fuente inagotable de vida, ella, de la estirpe del hombre, sublimada a regiones inaccesibles para entroncar en la familia divina y enlazar gloriosamente los cielos y la tierra, lo infinito y lo finito.

Yo te miro, fecunda vara de Gessé plantada en el limo del valle de las tribulaciones. De los collados eternos a tu raíz baja un torrente. Tú bebes la linfa que sublima, y creces con la proceridad de la palma. Del abanico que yergues en la altura emerge el cáliz inmaculado de una flor que en la tarde se empurpura, y derramando su carmín sobre un árbol sin vida, lo corona de guirnaldas que afrentan a la más radiante primavera. Otras veces dijérase que un soplo omnipotente barre del orbe todo ser y en el espacio limpio, inmenso y silente, campeas Tú, como un astro de estupenda magnitud; tu mole radiante vibra sus esplendores y rompe en las inmensidades un concierto que es himno de grandeza y poderío; tus rayos a modo de colosal diadema, vuelan de su centro, como un relámpago, hasta clavarse en la línea remota que circuye el universo; luego te remontas vertiginosamente al ápice de todo espacio para brillar como un diamante en la corona del Señor; y solo cuando tus últimos reflejos se desvanecen en los espacios invisibles, en el lienzo incontaminado, brotan y resplandecen los mundos, cual resurgen las estrellas del firmamento al peregrinar el sol por otros hemisferios. Cerraos, ojos mortales, enmudece, lengua balbuciente;  deténte, escudriñador audaz, que solo hay vigor para postrarse en el polvo de nuestra heredad, anonadados por tan soberana grandeza.

Más he aquí que el amor filial se acerca con inocente audacia trayendo para tan augustas sienes el símbolo de una perfección inconcebible. ¿Qué ángel os inspiró la soberana idea de ofrendar una corona a la que es dueña de toda diadema en los cielos y en la tierra? ¿Qué opulento monarca del oriente os brindó con los tesoros de sus arcas colmadas en el transcurso de los siglos, con el oro y las piedras preciosas que la madre naturaleza esconde en su recámara secreta? ¿Qué alumno de Minerva os ofreció sus manos sabias de orfebre que modelaran el emblema que sintetiza tanto cúmulo de pensamientos, tanto acervo de amores? Yo  llevaré, señores, escrita en lo más hondo de mi ser, con caracteres que ni la muerte borrará, la historia ternísima y a la par sublime de la ofrenda. Este retablo milagroso, peregrinando sus caminos de misericordia, llegó un día triunfalmente hasta vosotros con la carrera del cometa que sigue la parábola de su destino; pero le dijisteis la oración insinuante que oyó Jesús redivivo en Emaús: “Quédate con nosotros”; lo retuvisteis con la cadena irrompible de vuestros afectos; y los fijasteis para siempre delante de vosotros, clavándole con la cúspide amorosa de vuestros deseos. Así aprisionada el Arca del Nuevo Testamento, mora al pie de estas montañas que se llamarán sagradas. Aquí la Reina del Rosario mira amorosamente a un pueblo de predilección; aquí su mano acaricia blandamente y se abre para socorrer a la indigencia;  aquí hay calor de regazo materno para que el que siente la gélida orfandad; aquí debajo del firmamento azul, que es símbolo de amparo, protege el manto providencial de María; y, porque todo esto entra en el alma y la penetra y la enternece, floreció la idea de dedicar esta corona, contando solo con que toda ley consiente al pequeñuelo recoger las flores del doméstico jardín para ornar con ellas la frente de su madre.

Pero, sobrepujó la realidad al pensamiento, y el amor encontró el áureo filón que pasando a las manos del artista se tornará en joya emblemática de tan bellos sentimientos y tan sublime excelsitud. El hijo receloso de una raza vencida bajó de la serranía y en silencio melancólico depositó la presea conservada por su estirpe tradicionalista; el pobre labriego, el humilde peregrino, la sencilla mujer, trajeron el óbolo que conquistan sus afanes; el noble señor cuyo apellido y cuya gentileza delatan el renuevo del antiguo conquistador, puso en el erario el quinto debido a la realeza; la dama ilustre por su sangre y por sus hechos, la mujer fuerte, mente donde anida todo insigne pensamiento, corazón que forja en su llama todo noble ideal, brazo que sostiene toda hermosa y redentora iniciativa, ella cuyo caudal fue bendecido por el cielo, señaló la heredad opulenta, abrió su cofre, desnudó del brillo del oro la mano guarnecida, para consignar su ofrenda, grande entre todas por el precio invaluable de su afecto. Tal el cofre oneroso de vuestra piedad; tales los tesoros del oriente que habíais menester; tal la reina de Sabá, rica en caudales de oro, más rica en caudales de piedad.

Ahora, señores, os pregunto: ¿en la pirámide que los siglos devotos levantaron con sus dádivas y tributos a la Reina del cielo, donde colocamos vuestra ofrenda? Alzad vuestros ojos, levantad vuestro espíritu para contemplar cuál descuella en la historia, junto al monumento de toda grandeza humana, la torre enhiesta semejante a una montaña, que afirma sus bases en el vértice de las más encumbradas cimas. Tallaron el granito en esplendido bloque las manos doctorales de los príncipes de la teología, para construir el basamento que llevara sobre sí el peso descomunal de tanta gloria secular; tocaron sus trompetas constructoras los apóstoles de Cristo, y todo hombre convertido en obrero sintió la efervescencia de la inspiración; hendióse la tierra y volcó a los tesoros de su seno, abriéronse los montes y ofrendaron su madera incorruptible; al empuje de un poder oculto, toda la flor de la naturaleza apeteció la altura; y, troncos de soberbia palmeras descopadas, un cerco de columnas tocó el azul del firmamento. Con pinceles que robaron sus secretos al alba dibujante, con cinceles a cuyo beso florecieron los mármoles, con arpas que parecieron pulsadas por la mano de los ángeles, trenzáronse guirnaldas y festones, modeláronse capiteles que no soñaron ni Atenas ni Corinto; un vuelo de almas se levantó del polvo, eran blancas así como la nieve, e iluminando la altura cubrieron el vértice de la montaña simbólica con la seda inmaculada de sus alas;  cual si rompiese el himno de los astros que oyeron los filósofos griegos, de toda boca se escapó un grito de admiración y todo pecho trepidó; y del sagrado fuego de innumerables altares, que entendí fueran los corazones de los hombres, ascendían en albas columnas los aromas y el humo del sacrificio y alabanzas. Así señores, aparece en la historia, la colosal pirámide edificada por los siglos a la grandeza de María; al pie de ella, como un chispa resplandece el disco de oro, ofrenda de un amor sin medida.

El Pital, que apareció en la historia del Sur llevando siempre un escudo nobiliario, ha cambiado en los tiempos las cifras que enaltecen su campo heráldico;  pero hasta el día de hoy conserva en sus portadas y en el pecho de sus hijos la presea enaltecedora de una ilustre raza. Joaquín Posada Gutiérrez, mediando el siglo XIX, halló preciosa la risueña aldea florecida entonces de su juventud, bien como la primaveral diadema de este cerro gigante que hubiese rodado de su cabeza salvaje hasta caerle en la orla de su manto de esmeralda. Aquí fue, por el largo camino de un siglo, donde pimpollecieron, como la vid bendita del Señor, tantas casas ilustres: Castillos, Suárez, Cuencas; para soldados heroicos en la causa santa, para ciudadanos laboriosos e integérrimos en la paz, para ministros que fueron prez del Sagrario; y de la agreste serranía que descuajó su mano de conquistadores, del valle que empapó en su carrera la argentada cinta fugitiva que es madre de muchas comarcas y de muchas generaciones, de la entraña profunda de la roca que bautizaron con el grito famoso de Diomedes, sus cabezas providentes y su manos sabias llenaron el cuerno de la fortuna e hicieron del Pital la caja fuerte de las comarcas del Sur. Después de larga historia, hoy escalando la primera pendiente de un siglo nuevo, vuestro escudo ostenta una cifra mil veces más de cuantas han enaltecido los cuarteles de su pretérita grandeza; no es Flora, oprimiendo con sus manos de rosas ramos primaverales, la insignia que campea; no es la flor de lis emblema de caballeros, la que gallardea como una áncora invertida en el campo azul; no es la cornucopia la que desgrana una lluvia inagotable de soles: vuestras insignias se han retirado al margen para formar el cuadro histórico del escudo nobiliario en cuyo fondo inmaculado mis ojos contemplan el retablo que pintó el artista colonial y retocaron los pinceles de los ángeles. Aún cuando vuestra historia sea larga en siglos y opulenta como una ciudad oriental, nunca hallareis entre las cosas grandes nada más estupendo que la cifra divina con que habéis ennoblecido vuestro escudo.


Tomado de Jenaro Díaz Jordán.  Discursos y conferencias. Biblioteca de Autores Huilenses. Volumen V. Neiva, 1958.




jueves, 14 de julio de 2016

Oración a la Beatísima Virgen del Monte Carmelo


¡Oh piadosísima Virgen! Vos, que nueve siglos antes de existir fuisteis vista en profecía por el siervo de Dios nuestro padre san Elías, y venerada por sus hijos allá en el Carmelo... Vos, que en carne mortal os dignasteis visitarles y les dispensasteis celestiales consuelos... Vos, que vigiláis siempre por la virtuosa familia que tuvo por Superior a vuestro estimado hijo san Simón Stock, por padres y reformadores a la seráfica virgen y mística doctora Santa Teresa de Jesús y al esclarecido y extático san Juan de la Cruz, así como por una de sus dignísimas hijas a la ejemplar esposa de Jesucristo santa María Magdalena de Pazzis, vuestra devotísima sierva... Vos, que engalanasteis a dicha Orden con la estimable prenda del Santo Escapulario.., y, en fin, Vos, que de tantas maneras habéis demostrado vuestro cariñoso amor a los carmelitas y sus allegados, recibid benévola mi corazón ardiente de fervoroso entusiasmo hacia la más pura de las criaturas y la más candorosa de las madres. No permitáis, Señora, que el león rugiente asuste mi espíritu en el camino de la perfección, y haced que logre arribar a salvamento en la gloria, como lo habéis alcanzado de vuestro divino Jesús para los que, invocándoos con fe e imitando vuestras virtudes, murieron píamente con vuestra enseña. Amén.


Tomado del Devocionario Católico

sábado, 9 de julio de 2016

Himno a la Coronación de la Virgen de Chiquinquirá

 Foto: Julio Ricardo Castaño Rueda/SMC.


Letra: padre Hilario Currea S.J.
Música: Antonio Villalobos.

¡Feliz madre Colombia!
Hoy ciñe a su alma sien
tu nimbo de esmeraldas
la Reina del Edén.

Resuenen nuestros campos
con cánticos de gloria,
el mármol la memoria
esculpa perennal
del día venturoso
que vio ceñir tu frente
diadema refulgente
¡oh Madre Virginal!

Palpitan nuestros pechos
con férvidos latidos
arroba los sentidos
el mágico esplendor;
tus hijos a millares
te cercan, ¡Oh María!
y ofrécente a porfía
sus dones y su amor.

De tu Santuario augusto
cual Reina te adelantas
y brotan a tus plantas
mil flores por doquier;
confusa muchedumbre
los ámbitos atruenan;
vibrante un eco suena
De místico placer.

¡Oh Madre! Tus bondades,
que un siglo a otro anuncia,
el labio la pronuncia
temblando de emoción
las lágrimas se agolpan
ardientes a los ojos,
la multitud de hinojos
te rinde el corazón.

Tapices esmaltados
de amantes corazones,
de tu piedad pregones.
hollando en triunfo vas;
no es justo que el vil suelo
consagres con tu planta,
que tierra será santa
a quien tu huella das.






jueves, 7 de julio de 2016

Oración del papa Juan Pablo II a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Julio 3 de 1986.




  

1. Dios te salve María

Te saludamos con el Ángel: Llena de gracia.

El Señor está contigo.

Te saludamos con Isabel: ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¡Feliz porque has creído a las promesas divinas!

Te saludamos con las palabras del Evangelio: Feliz porque has escuchado la Palabra de Dios y la has cumplido.

2. Tú eres la llena de gracia

Te alabamos, Hija predilecta del Padre.

Te bendecimos, Madre del Verbo divino.

Te veneramos, Sagrario del Espíritu Santo.

Te invocamos, Madre y Modelo de toda la Iglesia.

Te contemplamos, imagen realizada de las esperanzas de toda la humanidad.


3. EI Señor está contigo

Tú eres la Virgen de la Anunciación, el Sí de la humanidad entera al misterio de la salvación.

Tú eres la Hija de Sión y el Arca de la nueva Alianza en el misterio de la visitación.

 Tú eres la Madre de Jesús, nacido en Belén, la que lo mostraste a los sencillos pastores y a los sabios de Oriente.

 Tú eres la Madre que ofrece a su Hijo en el templo, lo acompaña hasta Egipto, lo conduce a Nazaret.

Virgen de los caminos de Jesús, de la vida oculta y del milagro de Caná.

Madre Dolorosa del Calvario y Virgen gozosa de la Resurrección.

Tú eres la Madre de los discípulos de Jesús en la espera y en el gozo de Pentecostés.

4. Bendita porque creíste en la Palabra del Señor,

porque esperaste en sus promesas,

porque fuiste perfecta en el amor.

Bendita por tu caridad premurosa con Isabel,

por tu bondad materna en Belén,

por tu fortaleza en la persecución,

por tu perseverancia en la búsqueda de Jesús en el templo,

por tu vida sencilla en Nazaret,

por tu intercesión en Caná,

por tu presencia maternal junto a la cruz,

por tu fidelidad en la espera de la resurrección,

por tu oración asidua en Pentecostés.

Bendita eres por la gloria de tu Asunción a los cielos

por tu materna protección sobre la Iglesia

por tu constante intercesión por toda la humanidad.
5. ¡Santa María, Madre de Dios!

Queremos consagrarnos a Ti.

Porque eres Madre de Dios y Madre nuestra.

Porque tu Hijo Jesús nos confió a todos a Ti.

Porque has querido ser Madre de esta Iglesia de Colombia y has puesto aquí en Chiquinquirá tu santuario.

Nos consagramos a Ti todos los que hemos venido a visitarte en esta celebración solemne de los cuatrocientos años de la renovación de tu imagen.

Te consagro toda la Iglesia de Colombia, con sus Pastores y sus fieles:

Los obispos, que a imitación del Buen Pastor velan por el pueblo que les ha sido encomendado.

Los sacerdotes, que han sido ungidos por el Espíritu.

Los religiosos y religiosas, que ofrendan su vida por el reino de Cristo.

Los seminaristas, que han acogido la llamada del Señor.

Los esposos cristianos en la unidad e indisolubilidad de su amor con sus familias.

Los seglares comprometidos en el apostolado.

Los jóvenes que anhelan una sociedad nueva.

Los niños que merecen un mundo más pacífico y humano.

Los enfermos, los pobres, los encarcelados, los perseguidos, los huérfanos, los desesperados, los moribundos.

Te consagro toda esta nación de Colombia de la que eres, Virgen de Chiquinquirá, Patrona y Reina.

Que resplandezcan en sus instituciones los valores del Evangelio.

6. Ruega por nosotros pecadores

Madre de la Iglesia, bajo tu patrocinio nos acogemos y a tu inspiración nos encomendamos.

Te pedimos por la Iglesia de Colombia, para que sea fiel en la pureza de la fe, en la firmeza de la esperanza, en el fuego de la caridad, en la disponibilidad apostólica y misionera, en el compromiso por promover la justicia y la paz entre los hijos de esta tierra bendita.

Te suplicamos que toda la Iglesia de Latinoamérica se mantenga siempre en perfecta comunión de fe y de amor, unida a la Sede de Pedro con estrechos vínculos de obediencia y de caridad.

Te encomendamos la fecundidad de la nueva evangelización, la fidelidad en el amor de preferencia por los pobres y la formación cristiana de los jóvenes, el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, la generosidad de los que se consagran a la misión, la unidad y la santidad de todas las familias.

7. Ahora y en la hora de nuestra muerte.

¡Virgen del Rosario, Reina de Colombia, Madre nuestra! Ruega por nosotros ahora.

Concédenos el don inestimable de la paz, la superación de todos los odios y rencores, la reconciliación de todos los hermanos.
Que cese la violencia y la guerrilla.

Que progrese y se consolide el diálogo y se inaugure una convivencia pacífica.

Que se abran nuevos caminos de justicia y de prosperidad.

Te lo pedimos a Ti a quien invocamos como Reina de la Paz.

¡Ahora y en la hora de nuestra muerte!

Te encomendamos a todas las víctimas de la injusticia y de la violencia, a todos los que han muerto en las catástrofes naturales, a todos los que en la hora de la muerte acuden a Ti como Madre y Patrona.

Sé para todos nosotros, Puerta del Cielo, vida, dulzura y esperanza, para que juntos podamos contigo glorificar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Amén.



sábado, 2 de julio de 2016

Salve a María Santísima en su advocación del Campo


¡Oh! ¡Salve, salve salve
 a ti Reina del Cielo
de los hombres consuelo
y Madre de piedad!
Salve lirio del campo,
purísima azucena
salve, de gracia llena
océano de bondad.

Dulzura y vida  nuestra,
refugio y esperanza
todo por ti lo alcanza
el hombre en su  orfandad:
porque en tu mano campo
tienes rico tesoro,
y son sus flores de oro
de inmensa caridad

¡Oh! Salve, a ti llamamos

Los tristes desterrados,
de miserias cercados
en este negro mar:
que a ti madre mía,
a ti es que suspiramos
a ti a quien invocamos
llorando sin cesar.

Dulcísima abogada,
compasiva nos mira,
y aplaca la justa ira
de nuestro amante Dios;
y cuando acabe el crudo
destierro en que gemimos,
sálvanos pues pusimos
nuestra esperanza en vos.
Del Campo ¡Oh Dulce Madre!
a tu Hijo Sacrosanto
muéstranos, por el llanto
que baño vuestra faz.
¡oh clemente María,
dulcísima y piadosa!

Tomado de Historia y novena de María Santísima Madre de Dios y Señora Nuestra en su imagen y advocación del Campo.

La consagra su culto el convento de San Diego de religiosos franciscanos recoletos de esta ciudad de Santafé de Bogotá, en cuya iglesia se venera.

Imprenta de Espinosa por José Ayarza, 1845.