miércoles, 17 de agosto de 2016

La pintura que restauró el llanto




Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Legión de María

Doña María Ramos, la primera devota de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, no tiene devotos porque no ha sido declarada santa aunque sus preces gestaron el milagro que cambió el modo de  evangelizar al Nuevo Reino de Granada.

La vida de aquella española, que se hizo colombiana de la mano de María Santísima, forma parte integral del prodigio de diciembre de 1586 y por esa razón don Marco Suárez, estudia el episodio desde la perspectiva de un hombre de oración

Suárez aprendió de Ramos que en sus súplicas ante el Altísimo necesitaban pedir con humildad, con amor, con perseverancia. Pedir y esperar pacientemente. Mientras meditaba en la vida de la sevillana concluyó que había que donarse, olvidarse de sí mismo. Tarea que él sintetizó en una frase: “que el cielo nos lo da todo cuando damos todo por el cielo”.

También profundizo en la contemplación de la Virgen de Chiquinquirá. Él ya sabe como tener un mejor diálogo con la Madre de Dios que lo ayude a entender el misterio de las gracias que proceden del Hijo.

Sobre los muchos conceptos que guarda en la bitácora de sus vivencias algunos se comentaron sobre la marcha de la procesión del 26 de diciembre 2015. Suárez, el buen romero, explicó que en la renovación del cuadro donde el pintor Alonso de Narváez plasmó a la Virgen María en compañía de san Antonio de Padua y san Andrés Apóstol había unos momentos específicos que sirvieron de testimonio y detonante del prodigio. Él hizo hincapié en dos frases que resumen el hecho:



“María Ramos rota suplica frente al lienzo”

La interpretación de esa frase de Suárez y de la siguiente es del redactor que al tomar notas al azar sobre sus conversaciones con Marco intentará darle un contexto para que el lector lo medite.

En la primera escena María Ramos, a principios de diciembre de 1586, suplica con llanto, ante un lienzo roto, ajado y desfigurado por causa del abandono a que fue sometido. Su ser permanece en similares circunstancias. Su segundo esposo vive en un flagrante adulterio. Ella tiene, literalmente, su alma lastimada por los torrentes de lágrimas que corren por sus mejillas producto del dolor emocional.

Antes de ella, en 1578, el cuadro de la Virgen con sus edecanes fue retirado de la capilla de los Aposentos de Suta  por orden del padre Juan Alemán de Leguizamón. El sacerdote lo consideró inadecuado para el culto sacramental. El desecho fue enviado por el encomendero Antonio de Santana a Chiquinquirá. Las lluvias, el llanto del cielo, lo dejaron descolorido y lo rompieron. La causa fue la no conversión de los indígenas al Evangelio de Cristo por medio del bautismo. El pecado de omisión de los patrones y sus técnicas brutales de evangelización simbolizan a los aguaceros que destiñeron la imagen que servía a los curas de almas para catequizar a los indios de la doctrina sobre la maternidad divina.

Sin embargo, Suárez explicó:
“Me parece que la razón de ser de los daños causados en el lienzo no obedece a la no conversión de los indígenas. Creo que la mano de Dios estaba dirigiendo ese acontecimiento que aparentemente se podría considerar como un descuido o abandono, pero que misteriosamente Dios lo estaba preparando para glorificarse en el lienzo a través del milagro. Incluso Dios mismo coloca de su parte y aporta la lluvia (esta parte me hace acordar de una parte del evangelio donde los discípulos le preguntan) ‘—Maestro, ¿quién tiene la culpa de que este joven haya nacido ciego? ¿Fue por algo malo que hizo él mismo, o por algo malo que hicieron sus padres? Jesús les respondió: —Ni él ni sus padres tienen la culpa. Nació así para que ustedes vean cómo el poder de Dios lo sana’. (Juan 9: 2,3)
Y eso fue lo que ocurrió Dios sanó el lienzo, pero para poderlo sanar se valió de una criatura, María Ramos, y ella aportó  amor, lágrimas, sufrimiento, oración, tiempo, confianza y fe.
Cuando María Ramos encontró a la desalojada tela en la capilla de los Aposentos de Chiquinquirá su ser y el objeto sufrían del mismo mal. Tenía desgarraduras internas por la fuerza de un pecado del cual fueron víctimas inocentes. La mujer, herida por la infidelidad de su marido y el lienzo desgarrado por el descuido de sus dueños.

“María Ramos gozó frente al lienzo renovado”

En la segunda escena María Ramos se vio sorprendida porque la pintura recobró sus colores originales. La imagen estaba en el suelo parada despidiendo de sí un resplandor celestial que llenó de claridad toda la capilla según consta en la documentación recogida para el proceso de investigación del fenómeno.

 Marco agregó:

“En ese santo día del milagro ocurrieron dos signos: el del lienzo y el de María Ramos. El primero por la portentosa renovación de la manta y el segundo porque el cielo escuchó y transformó en otra persona a su elegida”.

En esa historia se presentaron dos tipos de líquidos: Las lluvias  que dañaron la manta de algodón y el lloro de Ramos que con sus oraciones logró que se produjera la renovación del cuadro y la sanación de su alma. Según Suárez, María Santísima estaba oculta entre las diluidas pinceladas y el Padre Celestial corrió el velo para que Ramos pudiera participar de un instante de su creación donde, el agua y la luz, son los signos de un encuentro de conversión junto al bastidor

Sobre ese punto Suárez anotó: “La lluvia sí daño el lienzo porque Dios la envió para ir alistando misteriosamente la tela. Lo que significa que desde mucho antes de que ocurriera el milagro Dios ya estaba trabajando en el. ¡Qué artista tan hermoso que es Dios! Incluso Dios inspiró a la persona que trajo el lienzo a estas tierras de Chiquinquirá. Él preparó el encuentro entre María Ramos  y el cuadro  (el lugar, la fecha, la persona que le aclaró a María Ramos que personajes habían estado pintados). Cuando María Ramos inició su peregrinación, diaria y constante, a la capilla de los aposentos, ella era consciente de que en medio de esa aparente oscuridad que se veía en el lienzo a causa del deterioro, ahí se encontraba María Santísima y su amado Jesús. Hay una frase que quiero resaltar de una oración que decía María Ramos: “hasta cuando rosa del cielo vas a estar tan “escondida”.  La palabra escondida hace entender la profunda relación de María Ramos con María Santísima. Se necesita un gran amor para tener una enorme confianza como la de María Ramos: no te veo, pero se que estás ahí”.

La realidad del suceso narrado recuerda el episodio cumbre del Evangelio, la muerte y la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Junto a la cruz, María su madre se estremecía al contemplar a su Hijo crucificado.  El Mesías sobre el madero de la cruz enseñaba otra pintura: El precio de la salvación pagado por cada hombre. El cuadro desfigurado por las goteras de una choza de encomienda recordó el cuerpo de Cristo destrozado,  sangrante, muerto y colgado de un lábaro.

Las lágrimas de María, la Madre de la Fe, permanecieron vigentes hasta la resurrección cuando la luz del Espíritu Santo iluminó su rostro con un resplandor de alegría porque todo fue renovado como ocurrió en Chiquinquirá.

Hasta esa tierra llegó un eco feliz de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. María Ramos fue testigo de la presencia de Dios en la tierra de las nieblas. Ella fue el instrumento elegido para resucitar de la tumba de la idolatría muisca el mandamiento del amor. Ella diseñó con sus sollozos, de dolor y gozo, las cuentas de una camándula para la Colombia de la Patrona. María Ramos fue la señora que amó a su Redentor con un corazón inmaculado repleto de sentimientos marianos.


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