jueves, 29 de septiembre de 2016

La visita de María de Chiquinquirá a Isabel de Turga


Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

El encuentro de la Santísima Virgen María con Isabel continuó  en la encomienda de Chiquinquirá, propiedad de doña Catalina García de Irlos, viuda de Santana. El lugar escogido para el prodigioso suceso fue una rústica capilla, que servía para guardar los aperos de las labranzas y de oratorio para doña María Ramos. Lo que ocurrió fue un asunto estrictamente femenino porque Nuestra Señora entró por la puerta estrecha de un estropeado lienzo que dejaron al cuidado del abandono.

Los hechos se puede leer en las páginas de la historia del Nuevo Reino de Granada. Hay un capítulo donde una mariofanía cambió el modelo de la doctrina impuesta por España a los adoradores de Bachué.

Para comprender el paso celestial por aquel cobertizo basta con yuxtaponer el Evangelio de san Lucas al relato de un testigo. Los testimonios de quienes estuvieron presentes el 26 de diciembre de 1586, día de la renovación de la pintura plasmada por Alonso de Narváez, muestran un derrotero calcado del misterio de la visitación.

“En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: -«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. (Lucas 1, 39-45).

La versión chiquinquireña, sobre la continuidad del episodio, aconteció de una manera singular. El acto retomó el escenario del servicio para llevar el mensaje del magníficat a los pueblos precolombinos.

María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de indios; entró en los aposentos de Catalina y saludó. En cuanto Isabel oyó, a la criatura que llevaba de la mano,  ella contempló a María.

“…Y el dicho niño le dijo al pasar de la puerta de la dicha capilla, madre, mira que la Madre de Dios está en el suelo y así volvió a ver hacia el altar y vida cómo la dicha imagen de Nuestra Señora estaba en el suelo parada, recostada un poco sin que nadie la tuviese…”

Eso afirmó, el 10 de enero de 1587, en su declaración jurada ante el cura de Suta, Juan de Figueredo y el escribano de Su Majestad Diego López Castiblanco. “…lo susodicho Isabel, india ladina que dijo ser cristiana, natural de Turga, de la encomienda de Pedro Núñez Cabrera y del servicio de Martín López, que reside en la ciudad de la Trinidad de Muzo, sobre una señal de la cruz en forma de derecho…”

Desde entonces la romería, esencia mística del raizal, se vertió dentro del prodigio del rosario. Las gentes de lejanas latitudes vinieron a postrarse en el templo porque al llegar, repletas de sudores, coplas y mandas, repitieron las palabras de Isabel en una pregunta sin tiempo: ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? (Lucas 1-43).

El eco del cuestionamiento aguardó cuatro siglos hasta que un peregrino ratificó, con su  cayado de pastor, la sentencia de los caminos de Colombia: “a Jesús por María”.

El 3 de julio de 1986, su santidad Juan Pablo II en la plegaria de consagración a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá pontificó: “Tú eres la Hija de Sión y el Arca de la nueva alianza en el misterio de la visitación”. Frase que resumen la alegría silente de Isabel de Turga, cuyo relato narró el origen de la perpetua predilección del Altísimo por la morada de María de Chiquinquirá.  Isabel comprendió la grandeza del Señor. Se alegró su espíritu en Dios su Salvador, porque miró la humillación de su esclava.

Desde entonces, la Virgen María fue felicitada por todas las generaciones de fieles que llegaron hasta ese rincón sin fundación hispana porque el Poderoso hizo obras grandes por Ella. Su nombre santo y su misericordia se derramaron sobre los bautizados, de generación en generación, en la sala de la reconciliación de la basílica que atestigua el patronazgo de María sobre la patria del Sagrado Corazón de Jesús.

Lo ocurrido en la Villa de los Milagros tiene un soplo de gracia porque la conducta de los protagonistas es idéntica en su estructura evangélica a lo sucedido en la aldea de Ayn Karim, 1.586 años antes. El encuentro de dos mujeres y sus hijos sigue vigente. Esta vez la Reina del Cielo trae a su Jesús recién nacido como regalo de Navidad para los muiscas en la fiesta de san Esteban, Protomártir.

El paralelismo resulta evidente, pero es prudente dejar que el docto obispo de Milán, san Ambrosio, lo explique: “…Juan percibe la fuerza del Espíritu antes de que la madre y le trasfunde su alegría.  Isabel es la primera en oír la voz, pero Juan es el primero en sentir la gracia; aquélla, siguiendo el orden natural, ha oído; éste ha saltado bajo el efecto del misterio; ella ha percibido la llegada de María, éste la del Señor: la mujer la de la mujer, el hijo la del Hijo; ellas proclaman la gracia; ellos la realizan abordando el misterio de la misericordia en beneficio de las madres; y, por un doble milagro las madres profetizan bajo la inspiración de sus hijos. El hijo ha saltado de gozo, la madre ha sido llenada, la madre no ha sido llenada antes que su hijo, sino que su hijo, Juan una vez lleno del Espíritu Santo, ha llenado también a su madre. Exultó Juan, exultó también el espíritu de María. Al saltar de gozo Juan, Isabel es llenada. Isabel fue llena del Espíritu Santo después de concebir, María antes de la concepción”. (Cf. S. Ambrosio, in Lucam).

En Chiquinquirá Juan, el profeta nonato, es reemplazado por el niño Miguel. El vástago de Isabel fue el primer indígena en ese virreinato en reconocer a María Santísima y la llamó: “Madre de Dios”.


jueves, 22 de septiembre de 2016

Aniversario mariano


Hoy la Sociedad Mariológica Colombiana cumple 57 años de  estudios y plegarias a los pies de Nuestra Señora de la Peña, Patrona de Bogotá.

Como un homenaje a su fundador, el padre Richard Struve Haker, se publica la primera página de la revista Regina Mundi, órgano de difusión que antecedió a la academia en su tarea de predicar el evangelio de María, Jesucristo.


Presentación

La aparición de esta revista mariana se debe al profundo y vivo amor de Colombia a María, Madre de Dios. La entusiasta acogida que el proyecto recibió de parte de cuantos supieron de él, es prueba de que el suelo de Colombia no pudo menos de producir algún día esta hermosa flor de una revista específicamente mariana, para gloria de Dios, honor de la Virgen y consuelo de los mortales. Si ahora sale a la luz del día, sin duda se verá colmada de simpatías, como si este amor de Colombia a María ya desde hace tiempos hubiera querido tenerla.

El nombre de la revista Regina Mundi nos parece indicar todo el espíritu de la mariología moderna en la cual no prevalecen tantos sentimientos individuales de cariño y admiración como los encontrábamos en abundancia en la literatura religiosa de los siglos pasados, sino antes que todas alusiones y tesis propias del dominio mundial de la Madre de Dios. En otras palabras: la mariología de nuestros días no quiere garantizar ya en primer lugar un fundamento seguro para el amor personal de los cristianos a la Madre de Dios, sino quiere proclamar en primer lugar la posición única e importante de María en los planes del Padre Eterno de salvar al género humano. Cómo la vida cristiana se dirige al juicio universal al fin de este mundo, la mariología también se dirige de día en día más hacia una cada vez más clara aparición de la Virgen María en el cielo de la piedad cristiana y de la economía divina de las gracias. Regina Mundi, por tanto, tuvo que imponerse como título de nuestra revista mariana sobre cualquiera otro.

Aspira esta revista Regina Mundi a ser una revista preferida de todas las personas de cierta formación y cultura religiosa en Colombia. Sin embargo, a pesar de su aspiración a esta cierta altura, no llenará sus páginas con estudios demasiado difíciles para el común de los cristianos cultos, sino las abre hasta para los frutos de la poesía. Quiere instruir, pero sobre todo edificar y más todavía, estimular.

También quiere ser de un horizonte muy amplio. Es natural que se publique desde un Santuario Mariano, de mucha vitalidad como el de Nuestra Señora de La Peña, pero ofrece sus páginas a toda la realidad mariana de Colombia: en ella se reflejarán todos los santuarios y advocaciones, se presentarán todas las posturas especiales frente a María de las distintas religiones como también las organizaciones marianas que por amor a la Virgen se dedican al apostolado; se informará en ella sobre cualquier indicio auténtico de movimiento mariano, incipiente o desarrollado. En fin, lo que trata de María, lo que a Ella se refiere, la ensalza, defiende o hace conocer, tendrá derecho propio en las páginas de Regina Mundi.

No hablamos en estas líneas de presentación de cuestiones técnicas, ni mucho menos financieras, como de suscripción, porque son éstos, aspectos que menos nos interesan. Quisiéramos que la revista llegara a todos los que sienten en su corazón sincero y vehemente amor por la Madre de Dios.

“Asociada, como Madre y ministra al Rey de los mártires en la obra inefable de la humana redención, le queda para siempre asociada, con un poder casi inmenso, en la distribución de las gracias que se derivan de la redención”.

“Jesús es Rey de los siglos eternos por naturaleza y por conquista; por Él, con Él, subordinada a Él María es Reina por gracia, por parentesco divino, por conquista, por singular elección. Y su reino es inmenso, como el de su Hijo y Dios, pues de su dominio nada queda excluido”.
Pío XII.


lunes, 12 de septiembre de 2016

El Santísimo nombre de María


        

1. María, nombre santo

El augusto nombre de María, dado a la Madre de Dios, no fue cosa terrenal, ni inventado por la mente humana o elegido por decisión humana, como sucede con todos los demás nombres que se imponen. Este nombre fue elegido por el cielo y se le impuso por divina disposición, como lo atestiguan san Jerónimo, san Epifanio, san Antonino y otros. “Del Tesoro de la divinidad –dice Ricardo de San Lorenzo– salió el nombre de María”. De él salió tu excelso nombre; porque las tres divinas personas, prosigue diciendo, te dieron ese nombre, superior a cualquier nombre, fuera del nombre de tu Hijo, y lo enriquecieron con tan grande poder y majestad, que al ser pronunciado tu nombre, quieren que, por reverenciarlo, todos doblen la rodilla, en el cielo, en la tierra y en el infierno. Pero entre otras prerrogativas que el Señor concedió al nombre de María, veamos cuán dulce lo ha hecho para los siervos de esta santísima Señora, tanto durante la vida como en la hora de la muerte.

2. María, nombre lleno de dulzura

En cuanto a lo primero, durante la vida, “el santo nombre de María –dice el monje Honorio– está lleno de divina dulzura”. De modo que el glorioso san Antonio de Papua, reconocía en el nombre de María la misma dulzura que san Bernardo en el nombre de Jesús. “El nombre de Jesús”, decía éste; “el nombre de María”, decía aquél, “es alegría para el corazón, miel en los labios y melodía para el oído de sus devotos”. Se cuenta del V. Juvenal Ancina, obispo de Saluzzo, que al pronunciar el nombre de María experimentaba una dulzura sensible tan grande, que se relamía los labios. También se refiere que una señora en la ciudad de colonia le dijo al obispo Marsilio que cuando pronunciaba el nombre de María, sentía un sabor más dulce que el de la miel. Y, tomando el obispo la misma costumbre, también experimentó la misma dulzura. Se lee en el Cantar de los Cantares que, en la Asunción de María, los ángeles preguntaron por tres veces: “¿Quién es ésta que sube del desierto como columnita de humo? ¿Quién es ésta que va subiendo cual aurora naciente? ¿Quién es ésta que sube del desierto rebosando en delicias?” (Ct 3, 6; 6, 9; 8, 5). Pregunta Ricardo de San Lorenzo: “¿Por qué los ángeles preguntan tantas veces el nombre de esta Reina?” Y él mismo responde: “Era tan dulce para los ángeles oír pronunciar el nombre de María, que por eso hacen tantas preguntas”.

Pero no quiero hablar de esta dulzura sensible, porque no se concede a todos de manera ordinaria; quiero hablar de la dulzura saludable, consuelo, amor, alegría, confianza y fortaleza que da este nombre de María a los que lo pronuncian con fervor.

3. María, nombre que alegra e inspira amor

Dice el abad Francón que, después del sagrado nombre de Jesús, el nombre de María es tan rico de bienes, que ni en la tierra ni en el cielo resuena ningún nombre del que las almas devotas reciban tanta gracia de esperanza y de dulzura. El nombre de María –prosigue diciendo– contiene en sí un no sé qué de admirable, de dulce y de divino, que cuando es conveniente para los corazones que lo aman, produce en ellos un aroma de santa suavidad. Y la maravilla de este nombre –concluye el mismo autor– consiste en que aunque lo oigan mil veces los que aman a María, siempre les suena como nuevo, experimentando siempre la misma dulzura al oírlo pronunciar.

Hablando también de esta dulzura el B. Enrique Susón, decía que nombrando a María, sentía elevarse su confianza e inflamarse en amor con tanta dicha, que entre el gozo y las lágrimas, mientras pronunciaba el nombre amado, sentía como si se le fuera a salir del pecho el corazón; y decía que este nombre se le derretía en el alma como panal de miel. Por eso exclamaba: “¡Oh nombre suavísimo! Oh María ¿cómo serás tú misma si tu solo nombre es amable y gracioso!”.Contemplando a su buena Madre el enamorado san Bernardo le dice con ternura: “¡Oh excelsa, oh piadosa, oh digna de toda alabanza Santísima Virgen María, tu nombre es tan dulce y amable, que no se puede nombrar sin que el que lo nombra no se inflame de amor a ti y a Dios; y sólo con pensar en él, los que te aman se sienten más consolados y más inflamados en ansias de amarte”. Dice Ricardo de San Lorenzo: “Si las riquezas consuelan a los pobres porque les sacan de la miseria, cuánto más tu nombre, oh María, mucho mejor que las riquezas de la tierra, nos alivia de las tristezas de la vida presente”.

Tu nombre, oh Madre de Dios –como dice san Metodio– está lleno de gracias y de bendiciones divinas. De modo que –como dice san Buenaventura– no se puede pronunciar tu nombre sin que aporte alguna gracia al que devotamente lo invoca. Búsquese un corazón empedernido lo más que se pueda imaginar y del todo desesperado; si éste te nombra, oh benignísima Virgen, es tal el poder de tu nombre –dice el Idiota– que él ablandará su dureza, porque eres la que conforta a los pecadores con la esperanza del perdón y de la gracia. Tu dulcísimo nombre –le dice san Ambrosio– es ungüento perfumado con aroma de gracia divina. Y el santo le ruega a la Madre de Dios diciéndole: “Descienda a lo íntimo de nuestras almas este ungüento de salvación”. Que es como decir: Haz Señora, que nos acordemos de nombrarte con frecuencia, llenos de amor y confianza, ya que nombrarte así es señal o de que ya se posee la gracia de Dios, o de que pronto se ha de recobrar.

Sí, porque recordar tu nombre, María, consuela al afligido, pone en camino de salvación al que de él se había apartado, y conforta a los pecadores para que no se entreguen a la desesperación; así piensa Landolfo de Sajonia. Y dice el P. Pelbarto que como Jesucristo con sus cinco llagas ha aportado al mundo el remedio de sus males, así, de modo parecido, María, con su nombre santísimo compuesto de cinco letras, confiere todos los días el perdón a los pecadores.

4. María, nombre que da fortaleza

Por eso, en los Sagrados cantares, el santo nombre de María es comparado al óleo: “Como aceite derramado es tu nombre” (Ct 1, 2). Comenta así este pasaje el B. Alano: “Su nombre glorioso es comparado al aceite derramado porque, así como el aceite sana a los enfermos, esparce fragancia, y alimenta la lámpara, así también el nombre de María, sana a los pecadores, recrea el corazón y lo inflama en el divino amor”. Por lo cual Ricardo de San Lorenzo anima a los pecadores a recurrir a este sublime nombre, porque eso sólo bastará para curarlos de todos sus males, pues no hay enfermedad tan maligna que no ceda al instante ante el poder del nombre de María”.

Por el contrario los demonios, afirma Tomás de Kempis, temen de tal manera a la Reina del cielo, que al oír su nombre, huyen de aquel que lo nombra como de fuego que los abrasara. La misma Virgen reveló a santa Brígida, que no hay pecador tan frío en el divino amor, que invocando su santo nombre con propósito de convertirse, no consiga que el demonio se aleje de él al instante. Y otra vez le declaró que todos los demonios sienten tal respeto y pavor a su nombre que en cuanto lo oyen pronunciar al punto sueltan al alma que tenían aprisionada entre sus garras.

Y así como se alejan de los pecadores los ángeles rebeldes al oír invocar el nombre de María, lo mismo –dijo la Señora a santa Brígida– acuden numerosos los ángeles buenos a las almas justas que devotamente la invocan.

Atestigua san Germán que como el respirar es señal de vida, así invocar con frecuencia el nombre de María es señal o de que se vive en gracia de Dios o de que pronto se conseguirá; porque este nombre poderoso tiene fuerza para conseguir la vida de la gracia a quien devotamente lo invoca. En suma, este admirable nombre, añade Ricardo de San Lorenzo es, como torre fortísima en que se verán libres de la muerte eterna, los pecadores que en él se refugien; por muy perdidos que hubieran sido, con ese nombre se verán defendidos y salvados.

Torre defensiva que no sólo libra a los pecadores del castigo, sino que defiende también a los justos de los asaltos del infierno. Así lo asegura el mismo Ricardo, que después del nombre de Jesús, no hay nombre que tanto ayude y que tanto sirva para la salvación de los hombres, como este incomparable nombre de María. Es cosa sabida y lo experimentan a diario los devotos de María, que este nombre formidable da fuerza para vencer todas las tentaciones contra la castidad. Reflexiona el mismo autor considerando las palabras del Evangelio: “Y el nombre de la Virgen era María” (Lc 1, 27), y dice que estos dos nombres de María y de Virgen los pone el Evangelista juntos, para que entendamos que el nombre de esta Virgen purísima no está nunca disociado de la castidad. Y añade san Pedro Crisólogo, que el nombre de María es indicio de castidad; queriendo decir que quien duda si habrá pecado en las tentaciones impuras, si recuerda haber invocado el nombre de María, tiene una señal cierta de no haber quebrantado la castidad.

5. María, nombre de bendición

Así que, aprovechemos siempre el hermoso consejo de san Bernardo: “En los peligros, en las angustias, en las dudas, invoca a María. Que no se te caiga de los labios, que no se te quite del corazón”. En todos los peligros de perder la gracia divina, pensemos en María, invoquemos a María junto con el nombre de Jesús, que siempre han de ir estos nombres inseparablemente unidos. No se aparten jamás de nuestro corazón y de nuestros labios estos nombres tan dulces y poderosos, porque estos nombres nos darán la fuerza para no ceder nunca jamás ante las tentaciones y para vencerlas todas. Son maravillosas las gracias prometidas por Jesucristo a los devotos del nombre de María, como lo dio a entender a santa Brígida hablando con su Madre santísima, revelándole que quien invoque el nombre de María con confianza y propósito de la enmienda, recibirá estas gracias especiales: un perfecto dolor de sus pecados, expiarlos cual conviene, la fortaleza para alcanzar la perfección y al fin la gloria del paraíso. Porque, añadió el divino Salvador, son para mí tan dulces y queridas tus palabras, oh María, que no puedo negarte lo que me pides.

En suma, llega a decir san Efrén, que el nombre de María es la llave que abre la puerta del cielo a quien lo invoca con devoción. Por eso tiene razón san Buenaventura al llamar a María “salvación de todos los que la invocan”, como si fuera lo mismo invocar el nombre de María que obtener la salvación eterna. También dice Ricardo de San Lorenzo que invocar este santo y dulce nombre lleva a conseguir gracias sobreabundantes en esta vida y una gloria sublime en la otra. Por tanto, concluye Tomás de Kempis: “Si buscáis, hermanos míos, ser consolados en todos vuestros trabajos, recurrid a María, invocad a María, obsequiad a María, encomendaos a María. Disfrutad con María, llorad con María, caminad con María, y con María buscad a Jesús. Finalmente desead vivir y morir con Jesús y María. Haciéndolo así siempre iréis adelante en los caminos del Señor, ya que María, gustosa rezará por vosotros, y el Hijo ciertamente atenderá a la Madre”.

6. María, nombre consolador

Muy dulce es para sus devotos, durante la vida, el santísimo nombre de María, por las gracias supremas que les obtiene, como hemos vitos. Pero más consolador les resultará en la hora de la muerte, por la suave y santa muerte que les otorgará. El P. Sergio Caputo, jesuita, exhortaba a todos los que asistieran a un moribundo, que pronunciasen con frecuencia el nombre de María, dando como razón que este nombre de vida y esperanza, sólo con pronunciarlo en la hora de la muerte, basta para dispersar a los enemigos y para confortar al enfermo en todas sus angustias. De modo parecido, san Camilo de Lelis, recomendaba muy encarecidamente a sus religiosos que ayudasen a los moribundos con frecuencia a invocar los nombres de Jesús y de María como él mismo siempre lo había practicado; y mucho mejor lo practicó consigo mismo en la hora de la muerte, como se refiere en su biografía; repetía con tanta dulzura los nombres, tan amados por él, de Jesús y de María, que inflamaba en amor a todos los que le escuchaban. Y finalmente, con los ojos fijos en aquellas adoradas imágenes, con los brazos en cruz, pronunciando por última vez los dulcísimos nombres de Jesús y de María, expiró el santo con una paz celestial. Y es que esta breve oración, la de invocar los nombres de Jesús y de María, dice Tomás de Kempis, cuanto es fácil retenerla en la memoria, es agradable para meditar y fuerte para proteger al que la utiliza, contra todos los enemigos de su salvación.

7. María, nombre de buenaventura

¡Dichoso –decía san Buenaventura– el que ama tu dulce nombre, oh Madre de Dios! Es tan glorioso y admirable tu nombre, que todos los que se acuerdan de invocarlo en la hora de la muerte, no temen los asaltos de todo el infierno.

Quién tuviera la dicha de morir como murió fray Fulgencio de Ascoli, capuchino, que expiró cantando: “Oh María, oh María, la criatura más hermosa; quiero ir al cielo en tu compañía”. O como murió el B. Enrique, cisterciense, del que cuentan los anales de su Orden que murió pronunciando el dulcísimo nombre de María.

Roguemos pues, mi devoto lector, roguemos a Dios nos conceda esta gracia, que en la hora de la muerte, la última palabra que pronunciemos sea el nombre de María, como lo deseaba y pedía san Germán. ¡Oh muerte dulce, muerte segura, si está protegida y acompañada con este nombre salvador que Dios concede que lo pronuncien los que se salvan! ¡Oh mi dulce Madre y Señora, te amo con todo mi corazón! Y porque te amo, amo también tu santo nombre. Propongo y espero con tu ayuda invocarlo siempre durante la vida y en la hora de la muerte. Concluyamos con esta tierna plegaria de san Buenaventura: “Para gloria de tu nombre, cuando mi alma esté para salir de este mundo, ven tú misma a mi encuentro, Señora benditísima, y recíbela”. No desdeñes, oh María –sigamos rezando con el santo– de venir a consolarme con tu dulce presencia. Sé mi escala y camino del paraíso. Concédele la gracia del perdón y del descanso eterno. Y termina el santo diciendo: “Oh María, abogada nuestra, a ti te corresponde defender a tus devotos y tomar a tu cuidado su causa ante el tribunal de Jesucristo”.


Texto tomado del libro Las glorias de María de San Alfonso María de Ligorio

jueves, 8 de septiembre de 2016

El nacimiento de la nueva Eva



San Bernardo.

Alabanzas a la Virgen María -homilía 2, 3.

Alégrate, Adán, nuestro padre y sobre todo tú, Eva, nuestra Madre. Al mismo tiempo fueron nuestros padres y nuestros asesinos; vosotros que nos destinasteis a la muerte antes mismo de habernos dado a luz, consolaos ahora. Una de vuestras hijas – y ¡qué hija! – os consolará... Ven entonces, Eva, corre al lado de María. Que la madre recurra a su hija; la hija responderá por la madre y borrará su falta...Porque la raza humana será ahora elevada por una mujer. 

¿Qué es lo que decían, Adán? 'La mujer que me diste me dio del fruto del árbol y comí'. (Gn 3,12). Palabras de malicia son éstas que acrecientan tu culpa en vez de borrarla. Sin embargo, la divina sabiduría ha vencido a la malicia, pues aunque malograste la ocasión que Dios quería darte para el perdón de tu pecado cuando te preguntaba y hacía cargo de él, ha hallado en el tesoro de su indeficiente piedad arbitrios para borrar tu culpa. Te da otra mujer por esa mujer, una prudente en lugar de una insensata, una mujer humilde por esa orgullosa. 

En vez del árbol de la muerte, te dará el gusto de la vida; en vez de aquel venenoso bocado de amargura, te traerá la dulzura del fruto eterno. Por tanto, Adán, muda las palabras de la injusta acusación en alabanzas y acción de gracias a Dios, y dile: Señor, la mujer que me has dado me dio el fruto del árbol de la vida, y comí de él; y ha sido más dulce que la miel para mi boca, porque en él me has dado la vida". Es por esto que el ángel fue enviado a una virgen. ¡Oh Virgen admirable, digna de todas las honras! Oh mujer que tenemos que venerar infinitamente entre todas las mujeres, tú reparas la falta de nuestros primeros padres, tú das la vida a toda su descendencia.