jueves, 15 de diciembre de 2016

Pesebre chiquinquireño

“El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz” (Isaías, 9.2).



                 Foto: Julio Ricardo Castaño Rueda.


“…El ángel les dijo:

‘No temáis, pues os anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo:

Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

 Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:

‘Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace’…”

(Lucas 2. 10-14).


lunes, 12 de diciembre de 2016

Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de América





María en la luz del Verbo hecho hombre

Concilio Vaticano II 

Constitución sobre la Iglesia Lumen Gentium,  63-65 



La Virgen Santísima, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, que la une con el Hijo Redentor, y por sus gracias y dones singulares, está también íntimamente unida con la Iglesia. La Madre de Dios es tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad  y de la unión perfecta con Cristo. Pues en el misterio de la Iglesia, que con razón es llamada también madre y virgen, precedió la Santísima Virgen, presentándose de forma eminente  y singular como modelo tanto de la virgen como de la madre. Creyendo y obedeciendo, engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo, como una nueva Eva, que presta su fe exenta de toda duda, no a la antigua serpiente, sino al mensajero de Dios. Dio a luz al Hijo, a quien Dios constituyó “primogénito entre muchos hermanos” (Rm 8,29), esto es, los fieles, a cuya generación y educación coopera con amor materno… 

Mientras la Iglesia ha alcanzado en la Santísima Virgen la perfección, en virtud de la cual no tiene “mancha ni arruga” (Ef 5,27), los fieles luchan todavía por crecer en santidad, venciendo enteramente al pecado, y por eso levantan sus ojos a María, que resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de elegidos. La Iglesia, meditando piadosamente sobre ella y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de reverencia, entra más a fondo en el soberano misterio de la encarnación y se asemeja cada día más a su Esposo. Pues María, que por su íntima participación en el misterio de la salvación reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe, cuando es anunciada y venerada, atrae a los creyentes a su Hijo, a su sacrificio y al amor del Padre. La Iglesia, a su vez, glorificando a Cristo, se hace más semejante a su excelso Modelo, progresando continuamente en la fe, en la esperanza y en la caridad, y buscando y obedeciendo en todo a la voluntad divina.



jueves, 8 de diciembre de 2016

Por tu bendición queda bendita toda criatura




San Anselmo, obispo

Sermón 52: PL 158, 955-956. Liturgia de las Horas

¡Oh Virgen, por tu bendición queda bendita toda criatura!

El cielo, las estrellas, la tierra, los ríos, el día y la noche, y todo cuanto está sometido al poder o utilidad de los hombres, se felicitan de la gloria perdida, pues una nueva gracia inefable, resucitada en cierto modo por ti ¡oh Señora!, les ha sido concedida. Todas las cosas se encontraban como muertas, al haber perdido su innata dignidad de servir al dominio y al uso de aquellos que alaban a Dios, para lo que habían sido creadas; se encontraban aplastadas por la opresión y como descoloridas por el abuso que de ellas hacían los servidores de los ídolos para los que no habían sido creadas. Pero ahora, como resucitadas, felicitan a María, al verse regidas por el dominio y honradas por el uso de los que alaban al Señor.

Ante la nueva e inestimable gracia, las cosas todas saltaron de gozo, al sentir que, en adelante, no sólo estaban regidas por la presencia rectora e invisible de Dios su creador, sino que también, usando de ellas visiblemente, las santificaba. Tan grandes bienes eran obra del bendito fruto del seno bendito de la bendita María.

Por la plenitud de tu gracia, lo que estaba cautivo en el infierno se alegra por su liberación, y lo que estaba por encima del mundo se regocija por su restauración. En efecto, por el poder del Hijo glorioso de tu gloriosa virginidad, los justos que perecieron antes de la muerte vivificadora de Cristo se alegran de que haya sido destruida su cautividad, y los ángeles se felicitan al ver restaurada su ciudad medio derruida.

¡Oh mujer llena de gracia, sobreabundante de gracia, cuya plenitud desborda a la creación entera y la hace reverdecer! ¡Oh Virgen bendita, bendita por encima de todo por tu bendición queda bendita toda criatura, no sólo la creación por el Creador, sino también el Creador por la criatura!

Dios entregó a María su propio Hijo, el único igual a él, a quien engendra de su corazón como amándose a sí mismo. Valiéndose de María, se hizo Dios un Hijo, no distinto, sino el mismo, para que realmente fuese uno y el mismo el Hijo de Dios y de María. Todo lo que nace es criatura de Dios, y Dios nace de María. Dios creó todas las cosas, y María engendró a Dios. Dios, que hizo todas las cosas, se hizo a sí mismo mediante María; y, de este modo, volvió a hacer todo lo que había hecho. El que pudo hacer todas las cosas de la nada no quiso rehacer sin María lo que había sido manchado.

Dios es, pues, el padre de las cosas creadas; y María es la madre de las cosas recreadas. Dios es el padre a quien se debe la constitución del mundo; y María es la madre a quien se debe su restauración. Pues Dios engendró a aquel por quien todo fue hecho; y María dio a luz a aquel por quien todo fue salvado. Dios engendró a aquel sin el cual nada existe; y María dio a luz a aquel sin el cual nada subsiste.


¡Verdaderamente el Señor está contigo, puesto que ha hecho que toda criatura te debiera tanto como a él!

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Oficio de la Inmaculada . Vísperas


V.- Sin tardanza pregona, lengua mía,
R.- Las glorias y alabanzas de María.
V.- Atiende a mi socorro, gran Señora,
R.- y líbreme tu diestra protectora.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en un principio, ahora y siempre
y por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno
Salve, místico Reloj,
de el Sol de Justicia eterna
retrocediera diez grados,
al tomar Dios carne nuestra.
Para que el hombre subiese
del profundo a suma alteza,
hízose menos que el Ángel
todo un Dios de gloria inmensa.
Con los rayos de este Sol,
¡oh, María!, centelleas;
como Aurora que de Él nace,
ya en tu Concepción te ostentas.
Lirio entre espinas, quebrantas
de la serpiente la cabeza
y hermosa como la luna
la senda al errante muestras. Amén.
V.- Yo hice nacer en los cielos la luz indeficiente.
R.- Y como una niebla cubrí toda la tierra.
V.- Dígnate, Señora, acoger mis súplicas.
R.- Y lleguen a Ti mis clamores.

Oración: Santa María, Reina de los cielos, Madre de Nuestro Señor Jesucristo y Señora del Mundo, que a nadie desamparas y a nadie desechas; mírame, Señora, benignamente con ojos de piedad, y alcánzame de tu querido Hijo el perdón de todos mis pecados, para que yo, que con devoto afecto celebro ahora tu santa e Inmaculada Concepción, reciba después el premio de la eterna bienaventuranza, concediéndomelo el mismo de quien fuiste Madre, quedando Virgen, Jesucristo Nuestro Señor, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina en unidad perfecta, Dios por los siglos de los siglos. Amén.

V.- Dígnate, Señora, acoger mis súplicas.
R.- Y lleguen a Ti mis clamores.
V.- Bendigamos al Señor.
R.- A Dios démosle gracias.
V.- Por la misericordia de Dios, descansen en paz las almas de los fieles difuntos.
R.- Amén.