miércoles, 29 de junio de 2016

Acto de contrición a María


Dios te salve, María, Hija amadísima del Eterno Padre; Dios te salve, María, Madre admirable del Hijo; Dios te salve, María, Esposa fidelísima del Espíritu Santo; Dios te salve, María, mi amada Madre, mi amable Señora, mi poderosa Reina; Dios te salve, María, gloria mía, corazón mío, alma mía. Vos sois toda mía por misericordia, y yo todo vuestro por justicia; mas todavía no lo soy bastante; de nuevo me doy a Vos por entero, en calidad de esclavo eterno, sin reservar nada, ni para mí, ni para otros. Si aún veis en mí algo que no os pertenezca, tomadlo, os ruego, ahora mismo, Y haceos Señora absoluta de mi libertad, destruyendo, desarraigando y aniquilando en mí todo lo que a Dios desagrade, y plantando, desarrollando y produciendo todo lo que os agradare a Vos.

Disipe las tinieblas de mi alma la luz de vuestra fe; ocupe el lugar de mi orgullo, vuestra profunda humildad; ahuyentan las distracciones de mi loca fantasía, vuestra contemplación sublime; llene mi memoria de la presencia de Dios, vuestra intuición de la divina Esencia jamás interrumpida; abrase la tibieza y frialdad de mi pecho el incendio de caridad del vuestro; sustituyan a mis pecados, vuestras virtudes; sean vuestros méritos, mi adorno y suplemento delante de Dios.

En fin, mi queridísima y amadísima Madre, haced que, si es posible, yo no tenga más espíritu que el vuestro, para conocer a Jesucristo y su divina voluntad; ni más alma que la vuestra para alabar y glorificar al Señor; ni más corazón que el vuestro para amar a Dios con amor puro y ardoroso como Vos.

No os pido visiones, ni revelaciones, ni gustos, ni contentos, aun espirituales. Para Vos el gozo puro, lleno, sin amargura; para Vos la visión clara sin tinieblas; para Vos el triunfo glorioso a la diestra de vuestro Hijo, sin humillación; para Vos el imperio absoluto sobre ángeles, hombres y demonios, sin resistencia, la libre disposición de los tesoros divinos, sin limitación.

Esta es, divina Madre, la óptima parte que el Señor os concedió, y que jamás os será arrebatada; en ello se regocija mi alma.
S. Luis M. Grignion de Montfort



jueves, 23 de junio de 2016

El arzobispo Mosquera y el Corazón de María



“República de la Nueva Granada. Gobierno Eclesiástico, Bogotá, 17 de diciembre de 1839.

Al Sr. Secretario del Interior y Relaciones Exteriores:

Tengo el honor de incluir a V. S. las preces que elevo a Su Santidad solicitando la concesión de oficio y misa propia para la solemnidad del Corazón Inmaculado de María Santísima  y de otras oraciones para la Cofradía del mismo título.

Incluyo igualmente el documento que acredita haber consignado en Roma ciento veinte pesos oro para la expedición de estas gracias. Soy de V.S. muy atento y obsecuente servidor, Manuel José, Arzobispo de Bogotá. (r)

Sección 3ª, Dic. 18 al Arzobispo nro 38. A. López.

Al margen: Despacho del Interior y Relaciones Exteriores. Diciembre 17 de 1839.

Diríjanse por el primer correo las preces que se acompañan, a nuestro Encargado de Negocios en Roma, junto con el recibo de su apoderado que se indica. Dígase en contestación al M.R. Arzobispo. El secretario, Vélez.”

(Archivo Nacional, Sala de la República, Curas y Obispos, tomo III, folio 846).

Tomado de la revista Regina Mundi num. 23



jueves, 16 de junio de 2016

La peregrinación enclaustrada

Las monjas del Convento de Santa Clara de Bogotá fueron exclaustradas en 1863.
Foto: Julio Ricardo Castaño Rueda /SMC.




Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

La romería es  la historia de la Patria que creció en el vientre de María de Chiquinquirá. Sin Ella no existiría la Guabina chiquinquireña, el bello coplerío y el democrático vino colombiano, la chicha. La caminata se vistió con el traje del romance campesino: el tiple para la serenata, la hermosa promesera y el beso bajo el amparo de la ruana. La romería está tallada en el corazón de las camándulas. Es la herencia de los abuelos a la Villa de los Milagros al trazar el rumbo de un poema que se persignó de rodillas.

La romería es el arte humilde del folclor colombiano. Vive del torrente que viaja por las venas de la nacionalidad para purificarse en el sacrificio del altar. Así es la peregrinación a la tierra de la Patrona. Un sonido de alpargates que extendió sus ecos por los siglos dormidos en los campanarios de los tímidos pueblos coloniales.

Entendido ese crujir de las cotizas en su ecuación pedestre, valdría preguntar si ante la dinámica migratoria se opone una fuerza estática. ¿Podría una peregrinación moverse sin trasladar sus mochilas por la Rosa de los Vientos?

El cuestionamiento chocaría inverosímil ante el empuje arrollador de un romero, pero la respuesta rompe la lógica formal de una gracia que no termina de cantar su humilde gesta.

Pero, ¿cómo sería una excursión mariana sin salir de casa? Esa conducta incompresible fue común en el Bogotá del siglo XIX. El cronista, José María Cordovez Moure, en sus Reminiscencias de Santafé y Bogotá retrató los recorridos al santuario de la Virgen Morena dentro de un amurallado claustro de piedra y adobe.  La escena era así.

“…En efecto, las monjas llevaban en los conventos la vida austera que les prescribían las instituciones de las respectivas fundadoras, sin que esto fuese obstáculo para que tuvieran algunas distracciones análogas a las que disfrutamos en el mundo; por ejemplo, en todos los años hacían la romería a Nuestra Señora de Chiquinquirá, ni más ni menos que como la que efectuaba cierto viajero al derredor de su cuarto, con la diferencia de que las monjas iban montadas en pollinas alquiladas de las que emplean los alfareros para conducir materiales de construcción, llevando consigo todo el tren de los viajeros, incluso los tiples, chucho y pandereta, pernoctando y comiendo en posadas improvisadas, provistas de encauchados, quitasoles y grandes sombreros que las preservaran de la intemperie, quejándose del mal camino y de las molestias y contratiempos anexos a nuestro modo de viajar; en una palabra: representaban a lo vivo las peripecias que ocurren a los que llevan a cabo la romería a Chiquinquirá, sin olvidar las invocaciones al cielo por medio del Magnificat, para que las librara de las tormentas; a san Rafael, para que le sirviera de guía en los peligros del viaje: y a san Cristóbal, a fin de que las sacara con bien en el paso de los ríos…, y concluían la jornada entonando el Tedeum en acción de gracias porque habían salido sin percances de ladrones después de atravesar tenebrosas selvas. Tres días duraba el lejano viaje por todos los vericuetos del convento...” (Ver la edición de la Editorial Aguilar. Madrid, España. 1962. Serie cinco. Pág. 943).


Los puntos suspensivos marcan el derrotero hacia otro pasaje distinto que permite suponer, con el permiso de don José María, que las buenas religiosas tenían alguna copia del lienzo de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá donde se inclinarían para pagar su promesa.

El  relato terminó sin saber que dejó escrito un retazo vital del telar chiquinquireño. El texto es una prueba, quizás la única, de un tipo singular de travesía que rompió con la tradición de las esteras tendidas en el rincón de las posadas camineras. Su acento pretérito tiene ese equipaje de fe que acaricia los herrajes de un rosario de nostalgias.





jueves, 9 de junio de 2016

El Sagrado Corazón de Jesús, la devoción prohibida

Es hora de abrir las ventanas del alma al Sagrado Corazón de Jesús
Foto: Julio Ricardo Castaño Rueda.


Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

La fe es una parte integral del alma humana. La virtud teologal expresa la creencia en Dios sin importar la vinculación cultural del individuo a un credo religioso. Esa impronta es imborrable del afecto por la razón orante.

Por ese argumento sublime, y eterno en la esencia de la criatura, el arzobispo de Bogotá, Bernardo Herrera Restrepo, las autoridades civiles y el pueblo consagraron la República de Colombia al Sagrado Corazón de Jesús. La fecha marcó el 22 de junio de 1902 que además marcó el fin de la Guerra de los Mil Días.

El acto funcionó con el debido respeto a los caros valores por espacio de 92 años. Pero en un Estado manejado por la normatividad de la opinión llegó el intento de la aberración moral.

Ante la negación de lo profundo, la jurisprudencia de salón tuvo el permiso de la deshonra para legislar en contravía del sentir íntimo de una Nación.

La Corte Constitucional declaró, el 4 de agosto de 1994, la inexequibilidad de la norma con la cual Colombia se consagró al Sagrado Corazón de Jesús. La institución indicó que la dedicación iba en contra de la libertad de cultos y la igualdad, tema adherido a la Constitución de 1991.

Los magistrados se sometieron al concepto del procurador general, Carlos Gustavo Arrieta, que fue quien inventó el legalismo de que el Estado no puede establecer preferencia alguna en asuntos religiosos. Entonces, “legalmente”, Colombia dejó de ser el país del Sagrado Corazón de Jesús.
La norma no pasó de ser letra muerta en las páginas de los códigos de los transeúntes de la nómina oficial.
La gente humilde hizo caso omiso del mandato. La Iglesia, por boca de sus pastores, renueva cada año la consagración del país al Sagrado Corazón Jesús, en un gesto de obediencia a la verdad.
Los eminentísimos doctores, graduados en el sofisma de sus logias, no pudieron cambiar la historia de la salvación que pasó por el monte Calvario. Allí un legionario romano, de nombre Longino, con su lanza abrió el costado del Cristo crucificado para romperle el corazón, que había dejado de latir, para leer con exactitud, de agua y sangre, la profecía de Zacarías (12-10) “…y mirarán a mí, a quien traspasaron…”
Esa antigua frase, levemente meditada, hubiera evitado el inmenso ridículo de una entidad que notificó una ordenanza que hizo honor a las leyes castellanas: “se obedecen, pero no se cumplen”.
La dimensión formal de la debacle quedó archivada en los anaqueles de las falacias de un organismo que está condenado a desaparecer por vicios de procedimiento. El catolicismo ni se acuerda de la norma ni la cumple. La prueba cumbre estuvo en la pasada misa del 3 de junio. En todos los almanaques aparece fiesta del Sagrado Corazón de Jesús y ya pasaron 22 años desde aquel intento luctuoso por deformar lo que el papa Pío XII en la carta encíclica Haurietis aquas, sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús (1956), consignó: “…Este amor de Dios tan tierno, indulgente y sufrido, aunque se indigna por las repetidas infidelidades del pueblo de Israel, nunca llega a repudiarlo definitivamente; se nos muestra, sí, vehemente y sublime; pero no es así, en sustancia, sino el preludio a aquella muy encendida caridad que el Redentor prometido había de mostrar a todos con su amantísimo Corazón y que iba a ser el modelo de nuestro amor y la piedra angular de la Nueva Alianza…”
El Sagrado Corazón de Jesús es la piedra angular de la fe y esta no desaparecerá de la faz de la tierra porque el señor Arrieta lo haya pedido.

jueves, 2 de junio de 2016

“Ella está ahí”

 Hermano Gerardo Bermúdez, O.P.



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

El hermano Gerardo Bermúdez, O.P., a sus 91 años tiene la vitalidad del recuerdo marcado por Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Su testimonio sobre lo ocurrido el 26 de marzo de 1999 le trajo una alegría particular: “Yo fui el primero que la vi” y sin más preámbulos se sentó a narrar el breve instante de su eterna historia.

“Ese día hubo misa de cinco de la mañana y de seis, pero no de siete. Terminada la misa de seis, yo me quedé en la basílica paseando y rezando el rosario. Me fui caminando hasta la mampara que está después de la puerta principal en la nave central. Estaba mirando a la imagen de la Virgen, que desde ese punto es un poco retirado. A las 6:45 a.m., noté que algo raro le estaba pasando. Entonces me fui por el centro de la basílica mirando a la Virgen que se iba transformado. No fue ni una luz, ni una nube, ni un rayo. El descolorido del lienzo iba bajando así, así, hasta los pies”. Se inclinó y con sus manos dibujó en el aire la silueta de un cuerpo. Lo enmarcó en un espacio y señaló que la trasformación ocurrió de arriba hacia abajo.

“Cuando yo llegué a la baranda del presbiterio se veía el pajarito que tiene el Niño Dios en la mano. Me fui rápido para la sacristía a llamar al padre Zárate, O.P. Al regresar, junto al presbiterio, había dos personas rezando el rosario agachadas y no se daban cuenta de nada”.

Hizo una pausa y recalcó: “El jilguero se veía nítido. No era luz, no era un rayo, no era una nube. La imagen se fue trasformado y fue quedando limpia, nítida eso fue todo… pero el padre Zárate si la vio bien. Le repito: Cuando yo llegué a la baranda no estaba completa. Eso, el colorido, llegó hasta los pies. Luego quedó todo nítido: El Niño, el pajarito y los pañalitos. Miré como se veía de nítida. La transformación solo fue de la Virgen. Los santos no tuvieron nada que ver allí. Ella se transformó. El hermano Antonio Páez, O.P., que entró en ese momento al templo también la vio.

“Eso fue todo. Yo seguí pensando en el fenómeno porque yo soy muy devoto de la Virgen de Chiquinquirá. Tengo imágenes de Ella por todas partes. Ella me escogió a mí para que la viera. Yo fui el primero en verla. Esa renovación ya se había presentado en años anteriores. Yo de fechas no me acuerdo, pero ya se había renovado. Este estuvo más luminoso. Ella se fue limpiando y fue quedando limpiecita. Al terminar la manifestación se fue coloreando se fue cubriendo hasta su estado natural.

“Después del suceso me fui para el convento a desayunar porque ya eran como las ocho de la mañana. No le conté a nadie porque no me iban a creer. Ninguno de los padres dominicos le dio importancia al hecho porque estaban en el convento. Ese día no pasó nada extraordinario con la noticia. En el pueblo nadie sabía nada porque no estuvieron en el altar. En la calle, todos decían pregúntele al padre Zárate y al hermano Gerardo que fueron los que la vieron.

“Un domingo me entrevistaron y yo salí en la televisión por RCN caminando por la basílica. Ese día vino la esposa del gobernador de Tunja a enterarse del acontecimiento. Después de una de las misas me subí al púlpito, con permiso del prior Cubillos, y le conté a la gente que la Virgen se había transformado. Para mi concepto, les dije, eso es para que se den cuenta que esta imagen de la Virgen no es solamente pintura. Ella está ahí y puede manifestarse en cualquier momento para decirle a cualquier persona: yo estoy aquí”. 

Tan rápido como comenzó su relato lo terminó y se despidió muy cortés. “Eso fue todo. Muchas gracias, y que Dios lo bendiga.  Y no se olvide: Ella está ahí”.