jueves, 27 de abril de 2017

El catolicismo láit: hágase tu voluntad según mi voluntad


Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

La cruz de Cristo se cayó de la conciencia de sus discípulos. El lábaro se cambió por el oráculo de la vidente en los centros de predicación barrial.

La ideología de lo fútil surgió de una plaza de mercado llamada religiosidad a la carta. El Altísimo fue transformado en una lámpara de Aladino que se frota con el don de lenguas de la pitonisa. La verborrea fanática hizo surgir a “papito Dios”, el señor de la fortuna que rige los destinos de la utópica trinidad: salud, dinero y amor.

La perorata sobre la prosperidad invitó al exceso de quimeras dentro de la banalidad que sustentó al relativismo, corruptor formidable de la moral cristiana. Así, el creyente interpreta las verdades de la fe según su febricitante necesidad de idolatría.

Para comprender esa realidad se tomaron ejemplos cotidianos vividos por quienes se niegan a practicar el Credo Apostólico sin la esencia de la Palabra, la tradición, el magisterio y el catecismo.

 -“¿Te vas a confesar?, pero si tú no has robado ni matado a nadie. Para qué vas a perder tiempo”. Conclusión, el Decálogo del Sinaí fue pulverizado y los sacramentos de la reconciliación y de la comunión invalidados.

A esa costumbre se suma el concepto conciliador de un monseñor que explicó: “Mira, si tú sientes que no estás bien dialoga con un sacerdote, él te puede orientar”.  Si el sujeto siente que abortar es un derecho otorgado por el libre desarrollo de su personalidad por el crimen pues queda libre de culpa. ¿Para qué hablar con un cura de almas que no usa la palabra pecado por temor a violentar la intimidad del penitente?

Ante la viciosa costumbre de justificar las herejías surgió el comodín del Obispo de Roma: “Es que el Papa dijo que el adulterio ya no es pecado…” y así, sucesivamente, los embustes emitidos por las fauces del maligno quedan oficialmente incorporados a la conducta de la beatería, que sí sabe lo que Dios no sabe.

La lista es larga y las páginas cortas para tratar el escándalo de la arenga diabólica:Seréis como dioses” (Gen 3,5). El modelo encaja en la adivina de misa casera. Ella le pide a “mamita María” escarcha de colores porque obtuvo la gracia de leer el versículo bíblico que sana la dolencia del hermano cliente. Ante la hazaña de la exégesis de apartamento nació el puntual pago del diezmo que deja oír en las sombras financieras un grito miserable: “papito Dios me prosperó”.

Las matemáticas de la farsa son simples. Los ingenuos que donan dinero al agorero, alquimista de yerros en virtudes, logran enriquecer al elegido por la mentira. Esa transacción se multiplica con la solidez clandestina de la simonía que deja sin ofrenda al templo y al bautismo sin razón.

Lo alucinante de ese negocio de espiritualidades es su fuerza de opinión pública que se apoyó en un televisivo canal. El espacio vende las sofisticas posturas de los renegados: “El Papa es un impostor porque no usa zapatos rojos” y para demostrarlo enfocan el rostro de su ídolo, una escultura que sí hace milagros porque está aprobada por el consejo editorial del video. Las dudas de su tele audiencia se cancelan con la fecha exacta del fin del mundo.

Y antes de que los hijos de Casandra vociferen su vaticinio, se le implora a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá que guié a la patria láit por el camino de la bienaventuranza: Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. (Mateo 16:24).


  

jueves, 20 de abril de 2017

María y la Resurrección de Cristo




Por: SS Juan Pablo II | Fuente: Catholic.net


  
Después de que Jesús es colocado en el sepulcro, María es la única que mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y sorprendente de la Resurrección

La espera que vive la Madre del Señor el Sábado santo constituye uno de los momentos más altos de su fe: en la oscuridad que envuelve el universo, ella confía plenamente en el Dios de la vida y, recordando las palabras de su Hijo, espera la realización plena de las promesas divinas.

Los evangelios refieren varias apariciones del Resucitado, pero no hablan del encuentro de Jesús con su madre. Este silencio no debe llevarnos a concluir que, después de su resurrección, Cristo no se apareció a María; al contrario, nos invita a tratar de descubrir los motivos por los cuales los evangelistas no lo refieren.

Suponiendo que se trata de una "omisión", se podría atribuir al hecho de que todo lo que es necesario para nuestro conocimiento salvífico se encomendó a la palabra de testigos escogidos por Dios (Hch 10, 41), es decir, a los Apóstoles, los cuales con gran poder (Hch 4, 33) dieron testimonio de la resurrección del Señor Jesús. Antes que a ellos el Resucitado se apareció a algunas mujeres fieles, por su función eclesial: Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán (Mt 28, 10).

Si los autores del Nuevo Testamento no hablan del encuentro de Jesús resucitado con su madre, tal vez se debe atribuir al hecho de que los que negaban la resurrección del Señor podrían haber considerado ese testimonio demasiado interesado y, por consiguiente, no digno de fe.

Los evangelios, además, refieren sólo unas cuantas apariciones de Jesús resucitado, y ciertamente no pretenden hacer una crónica completa de todo lo que sucedió durante los cuarenta días después de la Pascua. San Pablo recuerda una aparición "a más de quinientos hermanos a la vez" (1 Co 15, 6). ¿Cómo justificar que un hecho conocido por muchos no sea referido por los evangelistas, a pesar de su carácter excepcional? Es signo evidente de que otras apariciones del Resucitado, aun siendo consideradas hechos reales y notorios, no quedaron recogidas.

¿Cómo podría la Virgen, presente en la primera comunidad de los discípulos (cf. Hch 1, 14), haber sido excluida del número de los que se encontraron con su divino Hijo resucitado de entre los muertos?

Más aún, es legítimo pensar que verosímilmente Jesús resucitado se apareció a su madre en primer lugar. La ausencia de María del grupo de las mujeres que al alba se dirigieron al sepulcro (cf. Mc 16, 1; Mt 28, 1), ¿no podría constituir un indicio del hecho de que ella ya se había encontrado con Jesús? Esta deducción quedaría confirmada también por el dato de que las primeras testigos de la resurrección, por voluntad de Jesús, fueron las mujeres, las cuales permanecieron fieles al pie de la cruz y, por tanto, más firmes en la fe.

En efecto, a una de ellas, María Magdalena, el Resucitado le encomienda el mensaje que debía transmitir a los Apóstoles (cf. Jn 20, 17-18). Tal vez, también este dato permite pensar que Jesús se apareció primero a su madre, pues ella fue la más fiel y en la prueba conservó íntegra su fe.

Por último, el carácter único y especial de la presencia de la Virgen en el Calvario y su perfecta unión con su Hijo en el sufrimiento de la cruz, parecen postular su participación particularísima en el misterio de la Resurrección.

“Un autor del siglo V, Sedulio, sostiene que Cristo se manifestó en el esplendor de la vida resucitada ante todo a su madre. En efecto, ella, que en la Anunciación fue el camino de su ingreso en el mundo, estaba llamada a difundir la maravillosa noticia de la resurrección, para anunciar su gloriosa venida. Así inundada por la gloria del Resucitado, ella anticipa el "resplandor" de la Iglesia (cf. Sedulio, Carmen pascale, 5, 357-364: CSEL 10, 140 s)”. Catequesis Juan Pablo II durante la audiencia general del 3 de abril de 1996.



Por ser imagen y modelo de la Iglesia, que espera al Resucitado y que en el grupo de los discípulos se encuentra con él durante las apariciones pascuales, parece razonable pensar que María mantuvo un contacto personal con su Hijo resucitado, para gozar también ella de la plenitud de la alegría pascual.

La Virgen santísima, presente en el Calvario durante el Viernes santo (cf. Jn 19, 25) y en el cenáculo en Pentecostés (cf. Hch 1, 14), fue probablemente testigo privilegiada también de la resurrección de Cristo, completando así su participación en todos los momentos esenciales del misterio pascual. María, al acoger a Cristo resucitado, es también signo y anticipación de la humanidad, que espera lograr su plena realización mediante la resurrección de los muertos.

En el tiempo pascual la comunidad cristiana, dirigiéndose a la Madre del Señor, la invita a alegrarse: "Regina caeli, laetare. Alleluia". "¡Reina del cielo, alégrate. Aleluya!". Así recuerda el gozo de María por la resurrección de Jesús, prolongando en el tiempo el "¡Alégrate!" que le dirigió el ángel en la Anunciación, para que se convirtiera en "causa de alegría" para la humanidad entera.
Catequesis durante la audiencia general del 3 de abril de 1996



jueves, 6 de abril de 2017

“El Poderoso ha hecho maravillas por mí”

San Luís María de Griñón de Monfort (1673-1716) 

Tratado sobre la verdadera devoción a la Virgen María 


María vivió una vida muy escondida...Su humildad fue tan grande que no experimentó en la tierra ninguna atracción mayor y más continua que la de esconderse ante si misma y ante toda criatura, para ser conocida de solo Dios...Dios Padre consintió que Ella no hiciera ningún milagro en su vida, o por lo menos ningún milagro espectacular... Dios Hijo consintió que Ella no hablara apenas, aunque El le había comunicado su sabiduría. Dios Espíritu Santo consintió en que sus apóstoles y evangelistas hablaran muy poco de Ella, siendo necesario para dar a conocer a Jesucristo, aunque Ella fuera su Esposa fiel. 


María es la obra maestra acabada del Altísimo quien se reservó para sí el conocerla y poseerla... María es el manantial sellado y la esposa fiel del Espíritu Santo donde Él sólo tiene entrada. María es el santuario y el reposo de la Santísima Trinidad donde Dios mora con una magnificencia y divinidad mayor que en cualquier otro lugar del universo, sin exceptuar su morada sobre los querubines y serafines. A ninguna criatura le es permitida, por muy pura que sea, entrar en este santuario sino es por un gran privilegio. 



Digo con los santos: María es el paraíso terrestre del nuevo Adán...Es el mundo grande y divino de Dios donde hay bellezas escondidas y tesoros inefables. Es la magnificencia del Altísimo, donde escondió, como en su seno, al Hijo único y con Él todo lo que hay de excelente y precioso en el mundo. Oh, qué cosas tan grandes y escondido ha hecho Dios en esta criatura admirable, como ella misma se ve obligada a confesar, a pesar de su humildad profunda: “El Poderoso hacho maravillas por mí.” El mundo no los conoce porque es incapaz e indigno de ello.