sábado, 13 de mayo de 2017

Fátima, el triunfo de una promesa



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

“¿Y yo también voy a ir al Cielo?” La pregunta de Lucía de Jesús Do Santos a la Santísima Virgen María en la Cova de Iría, el domingo 13 de mayo de 1917, sigue vigente en la conciencia del católico sin tregua.

María Reina, en su aparición del 13 de julio, dejó diseñada la respuesta para la pastorcita, representante de la humanidad anhelante: “-Sacrificados por los pecadores y decid muchas veces, sobre todo cuando hagáis algún sacrificio: ¡Oh! Jesús, es por vuestro  amor, por la conversión de los pecadores y reparación de los pecados contra el Inmaculado Corazón de María”.

El principio de ese legado inextinguible renovó la teología mariana en su cátedra de intercesora. María Auxiliadora regresó para ilustrar a la historia de la salvación. Su ángel edecán ordenó: “¡Penitencia, penitencia, penitencia!”

La lámpara de ese precepto encandiló la vía del descarrilado siglo XX. La oscuridad traidora replicó con la alevosía propia del padre de la mentira: El aborto, la eutanasia, la ideología de género, la drogadicción, el satanismo y un extenso tratado sobre la vileza fue normalizado por el lóbrego delirio de los hijos de Caín.

La demagogia liberticida, corruptora del liberalismo ateo, llamó mal al bien y se lavó las manos en la fuente de las desgracias políticas al exclamar: “Fue un logro de la democracia”.

El régimen de la tolerancia a las penumbras permitió que los católicos láit se desplomaran en el abismo de la herejía. Ellos aún predican, con voces camanduleras: “vienen tres días de oscuridad anunciados por mamita María en Fátima”. Las dos realidades se oponen con tenacidad de relapsos al Evangelio de Jesús.

La conducta de la rebelión del barro es la contraofensiva del maligno que admite su derrota dentro del inminente tiempo del Altísimo.

La bestia ruge enfurecida porque se sabe vencida. Su alarido de agonía es la alianza túrbida de los sicarios. Babea enardecida y de su saliva ponzoñosa se nutre la masonería. La secta enarboló su lema de ilusionismo sangriento, “igualdad, fraternidad y libertad”, como puntas de tridente contra la Iglesia. La trilogía del rencor ominoso decretó el fusilamiento de la vida sobre el emblema de París (1789). Basta con revisar la herencia de su sedición, la guillotina.

Las orgías de los fratricidas aceptaron aquel convulso donativo. La Revolución Rusa, la que manchó el octubre rojo con un noviembre negro, hizo palidecer de espanto a los nazis con el crimen de Katyn (Polonia) y los campos de exterminio en Siberia.

Los cómplices de Stalin aprendieron de los jacobinos la técnica de la igualdad ante la soga del patíbulo, la fraternidad del frío en la cárcel de la estepa y la libertad para la brega asesina detrás de la Cortina de Hierro. La saña homicida del Sóviet Supremo fue batida por la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María. El mandamiento de Nuestra Señora de Fátima, “rezad el rosario”, sometió al comunismo, doctrina perniciosa, programada para erradicar el bien, la verdad y la belleza del alma e implantar un germen sórdido, la soberbia. La tenebrosa esencia del bolchevismo, mal moral industrializado por la licitud del delito, no pudo apagar la luz de Cristo.

La humildad del zagal siguió de rodillas para interrogar a la Virgen Clemente, consuelo de los afligidos: “¿Y yo también voy a ir al Cielo?”


La contestación fue un manantial de dichas estremecidas por la misericordia divina: “Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón”. (Que por fin triunfará). 

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