miércoles, 5 de julio de 2017

La Virgen de Chiquinquirá


Reina de Colombia, guárdanos en tu corazón.
 Foto Julio Ricardo Castaño Rueda
Al reverendo padre fray Joaquín Páez.

Cuando una madre, de su hogar en torno,
amorosa congrega a su familia,
cada uno de sus hijos le da el nombre,
que amor, respeto y gratitud le dicta;
y ella indulgente los acepta todos,
dando en cambio dulcísimas caricias.

Cada uno de los hijos un retrato
tiene de aquella que le dio la vida;
y después con mano generosa
los colma de favores cada día.
Nombre distinto y diferente traje
tiene cada retrato: del artista
se admira el genio en uno, y en los otros
del aprendiz revelan la impericia;
pero cualquier imagen, cualquier nombre
a cada hermano igual respeto inspira;
porque igualmente todos le recuerdan
la dulce madre que les dio la vida.

Muy diferentes dones respetuosos
ofrecen los hermanos a porfia:
este un rico aderezo de diamantes,
aquel un lindo anillo de amatistas,
el uno un traje de vistosa tela,
el otro un ramillete, otro una cinta,
y el hermano menor, que aún es muy niño,
solo ofrece una flor pobre y marchita.
La buena madre los diversos dones
acepta en el momento agradecida;
pero el más pobre don, el más humilde,
con más ternura y gratitud lo mira.


Esa madre tan tierna y tan amante,
eres Tú, Sacratísima  María,
y el menor de tus hijos, el más pobre
yo, que caigo a tus pies de rodillas.
Más aunque débil soy y miserable,
nadie en amor me excede, madre mía;
y por eso venero los mil nombres
con que  tus fieles hijos te apellidan;
por eso las imágenes hermosas,
en que de Vásquez el pincel se admira,
y las toscas imágenes que muestran
de torpes aprendices la impericia,
todas mi corazón conmover saben,
todas respeto y gratitud me inspiran.

Estos versos tan pobres y tan rudos,
que mi amor y fe sinceros dictan,
Tú los aceptarás, oh dulce madre:
Son del hijo menor, la flor marchita.

Te pido en cambio de mi pobre ofrenda
ventura y paz para la patria mía;
la fe para los pueblos que de Cristo
al blando yugo la cerviz no inclinan;
para mi buena madre enferma, anciana,
larga existencia, próspera y tranquila.
colma de bendiciones y ventura
a la fiel compañera de vida,
que es el bien mayor que entre mil bienes
me ha concedido tu bondad divina;
al tierno niño que ofrecí en tus aras,
cuando sus ojos a la luz se abrían,
protéjelo piadosa, y por la senda
del bien sus pasos vacilantes guía;
en fin, cuando la mano de la muerte
venga a cortar el hilo de mis días,
salva en tus brazos a tu pobre hijo,
sálvalo, madre, pues en ti confía.
Ricardo Carrasquilla.

Tomado de El Catolicismo. 4 de enero 1859.





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