San Juan Damasceno (c. 675-749).
Homilía sobre la
Natividad de la
Virgen.
Esta
mujer será Madre de Dios, puerta de la luz, fuente de vida; destruirá la
acusación que pesaba sobre Eva. Esta mujer, "los ricos de entre los
pueblos buscarán su rostro", los reyes de las naciones se prosternarán
ante ella ofreciéndole obsequios… pero la gloria de la Madre de Dios es interior:
es el fruto de su vientre. Mujer tan digna de ser amada, tres veces
bienaventurada, " eres bendita entre las mujeres y el fruto de tu vientre
es bendito". Hija del rey David y Madre de Dios Rey del universo, la obra
maestra en la que el Creador se regocija…, serás la cumbre de la naturaleza.
Porque tu vida no será para ti, no has nacido para ti misma, sino que tu vida
será para Dios.
Viniste
al mundo para él, servirás para la salvación de todos los hombres, cumpliendo
el designio de Dios fijado desde antiguo: la encarnación del Verbo, su Palabra,
y nuestra divinización. Todo tu deseo es alimentarte de la palabra de Dios,
fortalecerte con su sabia, "como verde olivo en la casa de Dios",
"un árbol plantado al borde de la acequia", tú "el árbol de la
vida" que "dio fruto a su tiempo"… El que es infinito,
ilimitado, vino para quedarse en tu seno; Dios, el niño Jesús, se alimentó de
tu leche. Eres la puerta siempre virginal de Dios; tus manos tienen a tu Dios;
tus rodillas son un trono más elevado que los querubines… Eres la cámara
nupcial del Espíritu, "la ciudad del Dios vivo, en la que se regocijan las
aguas del río", es decir el efluvio de los dones del Espíritu. Eres
"toda hermosa, la amada" de Dios.
(Referencias
bíblicas: Sal 44,13; 71,11; Mt 2,11; Lc 1,42; Is 62,5; Sal 51,10; 1,2; cf Gn
2,9, Ap 22,2; cf Ez 44,2; Sal79,2; cf Ct 1,4; Sal 45,5; Ct 4,7).
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