miércoles, 20 de diciembre de 2017

Resumen de la promesa grande



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

La romería chiquiquireña tiene el corazón encendido por la llamarada de la tradición, monograma de María Santísima.

La invitación viene con campanadas de dichas que se juntan al sonido de los tiples sin mancilla. La marea de familias marchó por entre la madrugada acompañada por la inocencia de un sendero cuajado de azucenas. La brega del surco enhebró el perfume de la tierra a la despedida.

Las estrellas fareras conducen a los centinelas del pesebre nacional hacia una escena viva que se mueve entre trinos de ruiseñores. Latidos que se apagan al compás de la patria campesina que atraviesa por los senderos de la historia.

Vuelve la romería guiada por la profecía de Isaías, la escuela de los reyes magos, el Emmanuel. Trae la inmensidad de una sonrisa viajera y la camándula desatada que recita el santo rosario.

Las canciones incendian la garganta del hombre de alpargate. Los copleros guardan la voz del abuelo que, dulce en su ancianidad, cabalga al paso del poema del suspiro. Él acaricia las trochas y las fatigas tensadas por la travesía. Las rutas se funden con la caída del sol. El crepúsculo les busca el abrigo del posadero. La fiesta, junto al fogón de tres piedras, es la liturgia del romero. La ruana, blasón de la nobleza, arropa el alma en la noche andariega.

La pujanza heráldica los santigua con el brindis ancestral del vino de maíz. Las cotizas borran las distancias y el horizonte enseña la cúpula plateada de la basílica. Suena la guabina al son de los promeseritos…


Y en los brazos de la Virgen de Chiquinquirá, el Salvador de la Colombia humilde suspira de amor.

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