jueves, 8 de febrero de 2018

La clave de san Esteban



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

La vida nacional de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá contiene capítulos que fueron escritos en el misterio del Altísimo para ser leídos por la vivencia del Evangelio.

Los múltiples arcanos del fenómeno de la renovación apuntan hacia un lugar exacto del martirio dentro del todavía no proclamado dogma de la corredención.

Ese sitio está en la octava de pascua de la Navidad, que trae la fiesta del protomártir san Esteban. Festejo que en aquel año de 1586 unió el nacimiento del Redentor a la efeméride de la inmolación del diácono. El alfa y el omega de la esencia cristiana se encontraron en el corazón de María de Chiquinquirá.

El hecho doliente y contundente no le pertenece a una figura retórica dentro de una simple construcción literaria. La realidad explicó el suceso. La Patrona, la Esclava del Señor, tuvo que asumir una cuota de dolor extraordinaria en su amada patria. La cantidad de trauma edificó el altar para una crónica dramática. La Virgen de Chiquinquirá es la advocación martirizada por sus paisanos.

Sus tormentos, producto de las rapiñas dictatoriales del poder, comenzaron en 1633 cuando los santafereños optaron por retenerla en su morada sabanera. Le siguieron el secuestro del mercenario Manuel Serviez, los robos de sus joyas, el entredicho canónico en su terruño (1918) y varios atentados sacrílegos que fueron reseñados con el rótulo del olvido, pero que aún levantan su voz para denunciar la agresión criminal.

El tema del padecimiento, parte integral de la corredención, sigue vigente en la manifestación de Dios por medio de María en Chiquinquirá.

La Mariología chiquinquireña muestra que la fecha de san Esteban no es el fruto del azar dentro del efecto de las causas y efectos de la creación milagrosa. El hecho divino forma parte de un plan de salvación perfecto para un país extraordinario.

Y para evitar las suspicacias sobre el día escogido es imperativo recordar que el portento se repitió. La hora elegida fue para honrar la fiesta de san Esteban. El 27 de diciembre, la Iglesia ortodoxa rememora el martirio de aquel. El 27 de ese mes, pero de 1836 en la Villa de Leiva una tela muy deteriorada, donde se plasmó la imagen de la Virgen de Chiquinquirá, se renovó por arte del prodigio.

La data del calendario, designado para revelarse en Chiquinquirá, es ratificada en la Villa de Leiva con un factor común, el padecimiento del primero en dar su vida por el Evangelio.

 “…Al oír esto, se sintieron profundamente ofendidos, y crujían los dientes contra él.  Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la diestra de Dios; y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios.  Entonces ellos gritaron a gran voz, y tapándose los oídos arremetieron a una contra él. Y echándolo fuera de la ciudad, comenzaron a apedrearle; y los testigos pusieron sus mantos a los pies de un joven llamado Saulo.  Y mientras apedreaban a Esteban, él invocaba al Señor y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu.  Y cayendo de rodillas, clamó en alta voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Habiendo dicho esto, murió…” (Hechos 7-54, 60).

El legado del sacrificado lo recogió María, Madre de la Iglesia, desde el Calvario hasta Chiquinquirá. El camino de la Correndentora quedó diagramado en el trazo único de su oficio que el buen san Bernardo comentó en su texto sobre la presentación del Niño Jesús en el templo:

 “…Ofrece a tu hijo, Virgen sacrosanta, y presenta el fruto de tu vientre al Señor. Para nuestra reconciliación con todo, ofrece la Víctima celestial agradable a Dios…”  (Cf. Serm. 3 en Purif., 2: PL 183, 370).

Así se cumplió con el significado del término corredención, cuya estructura semántica forma parte del amplio bagaje doctrinal del magisterio papal. María Inmaculada continuó sumisa a la obra redentora cuya cuota salvífica comenzó en la maternidad divina, y finalizó en la resurrección de Cristo, El Salvador.

La Patrona, ente vivo, cuyo signo sensible es una pintura participa de esa función corredentora para Colombia de una forma única en la historia mariológica, local y universal.

Ella es la más ultrajada por la ferocidad impía de los enemigos de la Iglesia colombiana. Ignominia cruel a la que actos insensatos, por parte de sus amados huérfanos, dejaron sus huellas de horror. Ellos fueron envenenados por el error partidista del interés político de un Estado impulsado por el odio fratricida.

Una muestra de los ataques perpetrados contra el icono de María Santísima, arca guardiana del milagro chiquinquireño, es la pintura tutelar de la Parroquia de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquira, La Renovación. El rostro de la Virgen muestra, el lance de la mano matricida que a puñaladas rasgó sus mejillas. Precio pagado por salir a predicar el Evangelio de su Hijo sobre los hombros de los frailes dominicos.

Las limosnas (no ofrendas) recogidas en aquella peregrinación (1913) por las tierras de Santander sirvieron para cubrir los gastos de su coronación como Reina de Colombia, 1919. La mancha de la infamia, de dos alevosos ataques, se transmutó en suplicio y gloria. Cruz y perdón sobre la inmensidad de un gentío humilde víctima de una minoría sectaria.

La experiencia de María de Chiquinquira es innegable. Su legado cristológico, dinámica testimonial de las llagas de su Unigénito, sigue peregrinando. Su acción corredentora está escrita con tintas de sangre en el corazón evangelizado de un pueblo campesino. Pueblo que fue capaz de gestar vástagos que apuñalaron a su madre en aras de la libertad de conciencia.

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