jueves, 31 de mayo de 2018

jueves, 24 de mayo de 2018

Nuestra Madre, Madre de la Iglesia



Por Mons. José H. Gómez.
Arzobispo de los Ángeles.

Nos estamos preparando para celebrar la nueva fiesta mariana instituida por el Papa Francisco.

Se trata de la memoria de la Santísima Virgen María Madre de la Iglesia que celebraremos el lunes después de Pentecostés, este año el 21 de mayo, marcará un importante, inclusive hasta diría un profético redescubrimiento de una antigua devoción.

Los primeros cristianos tenían una conciencia profunda de que la Iglesia era su “madre” espiritual, que los daba a luz en el bautismo, constituyéndolos en hijos de Dios a través de los sacramentos y en miembros de la única familia universal de Dios.

Jesús habló de reunir a los hijos de Jerusalén como una gallina reúne a sus polluelos, y San Pablo habló acerca de “la Jerusalén celestial, que es nuestra madre”.

La idea era que la Iglesia es la nueva Jerusalén, la nueva madre de la familia de Dios.

San Pablo describió el ministerio de la Iglesia haciendo alusión a la relación de una familia. “Los tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos”, escribió a los Tesalonicenses. En el mismo pasaje, habla acerca de tratar a cada persona “como un padre trata a sus hijos”.

En el Nuevo Testamento, los apóstoles a menudo se referían a los fieles como a sus hijos espirituales, reflejando así nuevamente su comprensión de que la Iglesia es nuestra madre y nuestra familia.

Y en esto, los primeros cristianos entendieron que María era el símbolo perfecto de la maternidad espiritual de la Iglesia.

Es un hermoso misterio sobre el que podemos reflexionar: cómo el plan de Dios para la redención del mundo da inicio en el seno de una madre. La obra de amor de María, su “sí” al llamado de Dios, es el que trae al Dios vivo al mundo en la persona de Jesús.

San Agustín dijo: “Nuestra Madre, la Iglesia, es la Madre santa y gloriosa, que es como María, que es virgen y madre a la vez, y que da a luz a Cristo y a ustedes, que son miembros de Él”.

La gran doctora de la Iglesia, Santa Hildegarda de Bingen, llamó a María “la madre del pueblo de Dios”.

Es importante que redescubramos estas ideas en este tiempo en el que la idea de la persona humana se está perdiendo, en este momento en el que el significado de la familia y los roles de las madres y de los padres se han venido abajo debido a las fuerzas “despersonalizantes” de nuestra sociedad.

La imagen de María como madre de la Iglesia nos ayuda a ver que la familia es esencial para favorecer el plan de Dios para la creación. Nos ayuda también a ver nuestra propia importancia, la importancia de cada uno de nosotros, ante los ojos amorosos de Dios.

Jesús nació como Hijo del hombre del seno de María, y por medio de ella y a través de la Iglesia, Dios quiere que cada uno de nosotros sea formado como ese ser único —hijo o hija— que él pretendió que fuéramos al crearnos.

Esta idea de que cada uno de nosotros es amado por Dios y querido por Dios, de que Él nos creó porque quiere que vivamos con él como sus hijos, es algo revolucionario.

Si creyéramos esta verdad y la viviéramos realmente, podríamos cambiar el mundo. Y eso es lo que Dios espera de cada uno de nosotros: que lo ayudemos a reunir a todas las personas en su familia y a cambiar este mundo para que llegue a ser su reino.

Por eso es que considero que esta nueva memoria litúrgica es algo profético. Saber que María es la madre de la Iglesia es empezar a comprender las profundidades del amor de Dios hacia nosotros.

En la cruz, Jesús nos dio a María para que fuera nuestra madre. De hecho, sus últimas palabras fueron: “He ahí a tu madre”. Le dijo esas palabras a San Juan. Y el Evangelio nos dice que “desde ese momento, el discípulo la llevó a su propio hogar”.

Como discípulos, estamos llamados a llevar a María a nuestro hogar, a nuestra vida y a nuestro corazón.

Por eso, cuando celebremos esta nueva fiesta el lunes 21 de mayo, les haré un regalo especial a través de Angelus News.

Bendeciré y ofreceré personalmente una imagen de nuestra Santísima Madre a cada familia de la Arquidiócesis de Los Ángeles que desee recibirla.

¡Debería haber una imagen de María en cada hogar; en cada casa debería haber una imagen de nuestra madre! Hago oración para que las familias y los individuos coloquen esta imagen en un lugar prominente y, para que, cuando la miren, se acuerden de orar y de hacer un acto de amor a nuestra madre.

Como lo han hecho los cristianos de todas las épocas, todos debemos recurrir hoy a María para pedir su intercesión y su ayuda materna. Tenemos que aprender a amarla como a una madre y pedirle que nos enseñe a vivir como ella lo hizo, con la misma hermosa libertad y alegría de seguir a Jesús y de estar al servicio del plan de Dios para nuestras vidas.

Visite AngelusNews.com para obtener la información sobre cómo recibir este regalo para sus familias.

Oren por mí esta semana y yo estaré orando por ustedes. Y ahora que conmemoraremos el Día de la Madre durante este fin de semana, pidámosle a la Santísima Virgen María que ella sea nuestra madre y que nos incite a todos a desarrollar un nuevo amor hacia ella, hacia Jesús y hacia nuestra madre, la Iglesia.

*La columna de opinión de Mons. José Gómez está disponible para ser utilizada gratuitamente en versión electrónica, impresa o verbal. Sólo es necesario citar la autoría (Mons. José Gómez) y el distribuidor (ACI Prensa).

jueves, 17 de mayo de 2018

San José, un bogotano de pura roca




Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

San José le habla a la historia de la capital de un tesoro colonial que desea regresar del olvido que petrificó su memoria.

San José de la Peña está adherido por su costado derecho al Nino Dios y a la Santísima Virgen María, su esposa. Mira de frente con ojos serenos hacia Bogotá. Una abundante cabellera negra le cae sobre los hombros. Su barba espesa y bien cuidada muestra un color más claro. Usa una túnica verde con cuello dorado y adornos rojos que le llegan a los pies. Sobre esa vestimenta se cubre con un manto de color carmelito con mangas y bordes amarillos. Usa el cinto ancho amarillo oscuro y en su mano izquierda porta una granada. (Punica granatum).

Rostro de piedra de san José de la Peña, Bogotá. 
Su complexión robusta está hecha de piedra maciza por creación del Altísimo que moldeó su postura viril. San José forma parte del conjunto escultórico denominado Nuestra Señora de la Peña. La monumental obra fue hallada en la cima del cerro del Aguanoso por Bernardino de León, un platero del barrio San Victorino, el 10 de agosto de 1685. La escultura fue esmaltada por don Pedro Laboria que cobró, en 1730, 138 pesos por su tarea.

El silencio josefino permitió que el culto se centrara en la Madre del Redentor a quien le otorgaron un patronazgo por ser la soberana del Nuevo Reino de Granada, título que ratificó el fruto del granado que muestra José.

La granada, por sus abundantes semillas, fue considerada por algunos pueblos antiguos como símbolo de la abundancia y en la  fértil Sabana de Bogotá se escuchó aquel pasaje bíblico que dice: tierra de trigo, de cebada, de viñas, de higueras y de granados; tierra de olivos, de aceite y de miel (Deuteronomio, 8, 8).

Así, entre la fecundidad y la devoción, los bogotanos de antaño estudiaron la encíclica Quamquam pluries sobre el santo rosario y el patrocinio de san José que promulgó el papa León XIII, el 15 de agosto de 1889. Solo que algunos no entendieron que la plegaria evita las protestas.

El san José obrero, desde su escarpado territorio, ha observado cientos de bochinches que dejaron tiznada la ciudad de caos. Los grafitos sin ortografía, las vidrieras rotas y los monumentos profanados con signos obscenos. Todo el imperio de la decadencia se levanta anualmente para celebrar el Día del Trabajo. La rutina del desastre se llama protesta y a la manifestación se le agrega el título de fenómeno social, acción popular que reivindica los derechos de la clase proletaria. Pobre san José que contempla con horror las concentraciones de muchedumbres en la plaza mayor. La masa ignara sale a destruir el patrimonio cultural de la urbe en nombre del estigma criminal del disturbio.

Quizás por esa dictadura del tumulto enardecido, los ratos de peregrinación a la loma cambiaron y se adaptaron a los tiempos anárquicos. San José, el hombre silente, sigue magnánimo en aquellos dominios de su María Santísima.

El carpintero que dignificó el quehacer diario con su título de jornalero soporta ser la víctima de su fiesta onomástica.  Una de las estatuas de yeso del patriarca fue vilmente destruida en el sótano del Centro Mariano Nacional de Colombia por los ladrones que buscaban bienes de fortuna entre los libros de la academia. Las letras, como no embrutecen, no se pudieron cambiar por alucinógenos y eso desencadenó la furia de los malhechores. (2009).

Fuera de aquellos recintos sacros, justo al lado del CAI de la Policía del barrio Los Laches, está otra efigie de san José que cuida a los romeros que aún suben por unas escaleras de cemento hacia el templo de su esposa. Allí son consolados por el corazón de su hijo, Jesús que escucha: “San José, líbranos de las protestas de los trabajadores”.

jueves, 10 de mayo de 2018

Tañidos de curiosidad




Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad  Mariológica Colombiana

La pregunta de un lector siempre será un acontecimiento de primer orden para cualquier medio de comunicación. Por esa razón se interrumpe la habitual serie de entregas de textos marianos. La idea es intentar resolver la incógnita.

Juana de Argentina pregunta: “¿Es verdad que Bogotá es la ciudad de los 32 campanarios?”

La respuesta sencilla es que a principios de los años 30 del siglo XX la casi colonial urbe de la Inmaculada Concepción se conocía con ese mote dentro del modismo de un lenguaje coloquial.

El escritor bogotano Alfredo Iriarte en una de sus fascinantes obras titulada: Sucedió en una calle (Editorial Espasa Calpe) consignó: “…y como lo único que siempre abundó en Santafé desde los tiempos de su fundación fueron iglesias y conventos (no olvidemos ‘la ciudad de los 32 campanarios’)…” (Pág. 34).

Sin embargo, el número de campanarios varía al contrastarlos con un inventario. La realidad muestra que antes de 1948, cuando Santafé de Bogotá cumplió sus 410 años de vida urbana, había una cifra distinta. Luego todo cambió. Llegó el Bogotazo y la ciudad fue incendiada por una turba banderiza que enardecida por los odios políticos manchó la historia de la patria con su asonada homicida. El patrimonio arquitectónico y cultural de gran parte del centro histórico hoy solo es una fotografía de antaño.

De ese pasado vital sobreviven dos de esas legendarias espadañas que son parte integral de la Sociedad Mariológica Colombiana. Sus badajos la despertaron para servir bajo el amparo de la ermita de Nuestra Señora de la Peña, 1959. Por ese motivo nos tomamos el atrevimiento de realizar un listado para saber si la respuesta coincide con la pregunta.

La lista abarca los templos ubicados en la zona geográfica comprendida entre el Sur, Las Cruces. Norte, San Diego. Oriente, La Peña y al Occidente la Plaza España.

1. Catedral Primada.
2. Capilla de la Sagrario.
3.  Iglesia de Santa Bárbara.
4. Iglesia de Las Cruces.
5. Templo de San Agustín.
6. Capilla del Hospicio (quemada, 9 de abril de 1948).
7.  Iglesia de San Francisco.
8. Iglesia de la Veracruz.
9. Iglesia de la Tercera.
10. Ermita de Egipto.
11. Ermita Nuestra Señora de la Peña.
12. Basílica de Monserrate. (Cerro).
13. Iglesia de Guadalupe. (Cerro).
14. Iglesia de Nuestra Señora de Belén.
15. Iglesia de Nuestra Señora del Carmen.
16. Iglesia de Nuestra Señora de las Nieves.
17. Iglesia de San Ignacio. (San Carlos).
18. Iglesia de San Juan de Dios.
19. Templo y convento de Santo Domingo. (Demolido).
20. Iglesia de San Diego.
21. Ermita del Humilladero. (Demolida).
22. Templo y convento de la Concepción.
23. Iglesia de Nuestra Señora de las Aguas.
24. Capilla del Rosario. La Bordadita.
25. Iglesia de Santa Inés. (Demolida).
26. Iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria.
27. Iglesia y convento de la Enseñanza. (Quemada, 9 de abril de 1948).
28.  Iglesia de la Capuchina.
29. Capilla Nuestra Señora de la Luz (Museo de Arte Colonial).
30. Basílica del Voto Nacional.
31. Iglesia de Santa Clara. (Hoy Museo).
32. Capilla Nuestra Señora de los Huérfanos. (Plaza España).
33. Capilla de la Santa Cruz, Instituto de la Salle (1933).
34. Ermita de la Peña Vieja, 1946. (Hoy en ruinas).
35. Capilla de la Sagrada Familia. (Hoy Iglesia de la Santa Pasión).
36. Iglesia Nuestra Señora de las Angustias.
37. Capilla San José (San Bartolomé).

Sí, las campanas bogotanas aún doblan para llamar a la santa misa porque sobreviven 29 templos con sus oficios religiosos de los 37. Los campaneros saben el toque llamado “repiques de domingo”.

jueves, 3 de mayo de 2018

El acervo de la loma, pecado y absolución


Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad  Mariológica Colombiana

Los bogotanos al consultar el calendario para 1830 supieron que estaban en el año 7029 de la creación del mundo y en el 4787 después del diluvio universal. Esas épocas cobijaban la manera de arrancar hojas a los almanaques para regular la vida cristiana de acuerdo con las fiestas señaladas por la Santa Madre Iglesia.

Los festejos religiosos, asignados a la sociedad por la tradición eclesial, tenían uno especial: las carnestolendas.  Estas comenzaban en el famoso domingo de quincuagésima, tres días antes de la Cuaresma.

La parrada del carnaval logró un equilibrio entre el canto pagano,   la alegría de los mestizos y la devoción del pueblo raso. El punto geográfico de ese encuentro estuvo en los alrededores de la capilla de Nuestra Señora de la Peña ubicada sobre el cerro más conocido de la capital, Los Laches.

El paraje, de misteriosos encuentros místicos, tenía las trochas hacia la ermita Vieja, el camino de herradura para Choachí y varias hectáreas de despoblados matorrales. Allí se presentó un choque de costumbres, las religiosas y las mundanas, contra el folclor campestre.

La maleza oyó cantar coplas para enamorar a las chinas volantonas, hijas de los arrieros calerunos, en cuyas trenzas negras se enredaban las amapolas que acariciaban los acordes del tiple. Después de la misa, en los potreros comenzaba la gran francachela y como piquete se escribe con chicha, decían en la época, la fuerza del ensueño desbocado pronto haría del sentimiento un ardor que escandalizaba a las buenas matronas de los rancios linajes españoles.

De la promesa de bendición nupcial se pasaba al arrejunte porque el calendario así lo tenía determinado. La circunstancia del asueto aportaba el trascendental motivo de la orgía. Mancha terrible que condenó al ostracismo cultural al rincón colonial más bello de la ciudad, el milagro de la santa fe.

La algarabía de aquellas fiestas tuvo su esplendor durante el singular y belicoso siglo XIX. La opulenta magnificencia de los sujetos anónimos acorralada por su desenfreno quedó tatuada en los arrabales de su montaña. El almanaque así lo confirma.

La Biblioteca Nacional de Colombia conserva algunos ejemplares donde la romería a la casa de Nuestra Señora de la Peña era una ocasión de obligatorio cumplimiento. Sin embargo, no todos los autores y editores tuvieron la gentileza de incluirla en las notas de sus calendarios. Quizás estaban escandalizados por las trifulcas entre labriegos, las habladurías de las sirvientas y las grescas entre granujas. Además, de los desmanes de los peregrinos enamorados del jolgorio desenmascarado.

Los ecos de las carnestolendas de la Peña hicieron sonrojar a más de un alguacil y a sus agentes. Entonces, los encargados de señalar aquellas fechas decidieron omitirlas de sus calendarios.

Por ejemplo, don Francisco José de Caldas y Tenorio guardó un riguroso silencio sobre aquel tema de vieja data. En el almanaque para el año de 1811 calculado para el Nuevo Reyno de Granada el dato fue pasado por alto.

En el Almanaque de las Provincias-Unidas del N.R. de Granada para el año bisiesto de 1812 tercero de nuestra libertad, Caldas ratificó su sentencia de silencio sobre el tradicional festejo de pura cepa bogotana. ¿Sería por eso que lo apodaron El Sabio?

La guachafita, en bogotano antiguo, se abrió paso en la memoria y los calendarios la registraron. Los ejemplares que sobrevivieron al olvido y a la hoguera ilustran esta fiesta folclórica que formó parte de los deliciosos momentos de la construcción de los valores de la identidad bogotana. La lista de algunos relata la importancia del acontecimiento.

1. 1830. Bogotá, Calendario para la República de Colombia, calculado para el año de 1830 por el señor José Ramón Esteves. Impreso por J. A. Cualla.

“21 de febrero. Domingo de quincuagésima, san Félix obispo y C.F.  Carnestolendas. Bendición papal para los cofrades de Ntra. Sra. de la Peña en su ermita”.

“2 de mayo. 7 años y 7 cuarentenas de perdón para los cofrades de la Peña”.

2. 1838. Nuevo almanaque político y mercantil de la Nueva Granada para el año de 1838.

Nota. Pág. 26.  “(B.N.P.S. P.) Bendicien (sic) papal para los hermanos de N. Sra. de la Peña visitando su capilla”.

(Y. P. N. S. P.) Indulgencia plenaria para los cófrades de Nuestra Señora de la Peña”.

3. 1838. El primero de enero. Almanaque nacional, o, Guía de forasteros en la Nueva Granada para el año de MDCCCXXXVIII. Impreso por J. A. Cualla.  

25 de febrero. Domingo de quincuagésima. San Modesto Obispo. Carnestolendas,

“Bendición papal para los cofrades de Ntra., Señora de la Peña”.

4. 1847.   Almanaque calculado para el año de 1847. Por el doctor Benedicto Domínguez.

“(I.P.N.S.P.). Indulgencia plenaria para los cofrades de Ntra., Señora de la Peña”. (Pág. 3).

5. 1848. El 5 de marzo. Calendario o almanaque calculado por el meridiano de la Nueva Granada para el año visiesto [sic] de 1848.
“Dom. de quincuagésima. San Eusebio y compañeros mártires.  Carnestolendas. Bendición papal para los cofrades de Ntra. Sra de la P.”

6. 1849. El 18 de febrero. Bogotá. Almanaque para 1849. Imprenta de Ancízar.

“Domingo de quincuagésima. Santos Eladio, Simón obispo mártir. (B.P.N.P.). Carnestolendas”.

7. 1851. El 2 de marzo. Bogotá. Calendario de cartera para el año de 1851: con una profecía del porvenir de la Nueva Granada. Imprenta de El Día, por J. Ayarza. 

“D. de Quincuagésima. San Simplicio obp. Carnestolendas. (B. P.) En la Peña”.

29 de septiembre. “S. Miguel Arcángel...7 años y 7 cuarentenas de perdón para los cofrades de Ntra. Sra de la Peña en su Iglesia”.

8. 1854. El 26 de febrero. Bogotá. Almanaque para el año de 1854 arreglado al meridiano de Bogotá comprende la preparación científica del almanaque de 1812, escrita por nuestro ilustre y malogrado compatriota Francisco José de Caldas. Las principales épocas de la historia sagrada, eclesiástica, profana y de las ciencias con las más notables de Colombia y Nueva Granada: y por último compendio de la historia eclesiástica del arzobispado.  Imprenta Imparcial.  

“Domingo de quincuagésima. San Baldomero confesor. Bendición papal para los cofrades de N. S. de la Peña en su iglesia. Carnestolendas”.

9. 1857. El 22 de febrero. Bogotá. Almanaque para 1857.

“Carnestolendas. Bendición papal en la Peña. Indulgencia plenaria en las tres órdenes de San Francisco”.

10. 1858. El 14 de febrero. Bogotá, Almanaque para 1858.  Con el lenguaje de las flores. Variante de título: Almanaque para 1858, calculado para la Nueva Granada: Único lejitimo[sic]. Imprenta de la Nación.   

“Carnestolendas. Indulgencia plenaria en la iglesia de la Peña”.
29 de septiembre. “San Miguel Arcángel...7 años y 7 cuarentenas de perdón para los cofrades de Nuestra Señora de la Peña en su Iglesia”.

11. 1862. El 2 de marzo. Bogotá, Almanaque para el año de 1862. Imprenta de Nicolás Gómez.

“Carnestolendas. Indulgencia plenaria y bendición papal en la ermita de la Peña”.

12. 1866. Bogotá. Almanaque de Bogotá y guía de forasteros para 1887. Por José María Vergara. Imprenta de Gaitán.

“Capillas y ermitas. La Peña consagrada en 1717”. (Pág. 355).

El templo de Nuestra Señora de la Peña sobrevivió a la dictadura de las tropelías porque el Niño que carga la Patrona en sus brazos predica un evangelio de perdón. Indulgencia que la ciudad no perdonó. Su distancia indiferente permitió que la devoción por esta advocación, tan famosa por sus favores de intercesora, cayera en un olvido caprichoso repleto de miedos y mitos que no pudieron cercenar de la historia su encanto señorial y celeste.

Y como la palabra almanaque es un término heredado de la lengua árabe al-manakh que traduce “ciclo anual”, su semántica no terminó ni se quedó atrás pues su impulso temporal continúa. El calendario de santuarios marianos correspondiente al año 2017, diseñado por los Caballeros de la Virgen, ilustró el mes de marzo con la imagen de la querida capilla de Nuestra Señora de la Peña donde el alma se cura del repertorio del olvido.