jueves, 29 de noviembre de 2018

Carta para el cura de Chiquinquirá, Juan de Figueredo, 1587.




Ya vuestra merced sabe la plaga que Nuestro Señor ha sido servido de nos  dar por nuestros grandes pecados y parece que en este pueblo ha ocurrido más que en otras partes; y como siempre hemos acudido a nos remediar del favor divino, así estos señores vecinos me han pedido que querían traer la imagen del Rosario de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá y que la volverían a su casa y lugar, y para esto me pidieron mandamiento, y yo le di para el descargo de vuestra merced solamente; no embargante, vuestra merced por amor de Dios la deje traer, y se venga, si fuere servido personalmente con ella, que al efecto van los señores Francisco Pérez y Alonso Carvajal, y otros caballeros;  y pues el remedio de esta ciudad y su comarca está en traerla, torno a suplicar a vuestra merced encarecidamente no ponga impedimento alguno, pues es cosa tan justa, y confiado yo, y todos estos caballeros, acudirá a hacer este bien.

Nuestro Señor guarde a vuestra merced y dé aquella salud que ha menester.

De Tunja, primero de diciembre de mil quinientos y ochenta y siete años. Juan de Cañada”. (Cf. Fray Andrés Mesanza, O.P., Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá y monografía histórica de esta villa. Imprenta Eléctrica. Bogotá, 1913. Pág. 200).



jueves, 22 de noviembre de 2018

La Patrona del Zulia



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

Los migrantes venezolanos, víctimas de un desarraigo atroz, trajeron en sus mochilas el amor por Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Los refugiados le celebraron su fiesta el 18 de noviembre en los templos parroquiales de la Virgen Morena de Bogotá y Barranquilla.

La Dama del Saladillo regresó a tierras muiscas entre la multitud de gentes desplazadas por la perversa violencia comunista, política de criminales. Entre el trauma del exilio germinó un gesto de humilde devoción mariana, que no puede ser pasado por alto. El ejemplo de los hijos de José Antonio Páez es una escuela de mística cristiana que Colombia debería renovar con urgencia de pundonor.

La Venezuela desintegrada en su esencia de pueblo libertador llevó a la Chinca al campamento de los refugiados sin importar la túnica de ignominia que cumbre a las familias sin pasaporte.

Contra esa conducta social y superior se estrelló irreverente el concepto de colombianidad resumido en la “Misión Fátima Colombia”. La manifestación del tumulto se desarrolló en pleno año jubilar por el centenario de coronación de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.

En contraste, la Venezuela heroica trajo a nuestra Virgen Nacional en el alma gloriosa de la gaita zuliana. El bravo pueblo, con su república de andariegos, insistió en recordar que la historia es una cátedra sagrada aún para la amnesia del hombre colombiano que solo memoriza lo extranjero.

Gracias, Maracaibo, porque la Virgen de Chiquinquirá, un patrimonio cultural de Venezuela, volvió para bendecir a su Colombia, un país postrado de hinojos ante el patriotismo foráneo.



jueves, 15 de noviembre de 2018

A María




En el centenario de la Virgen de Chiquinquirá

Enrique W. Fernández
Bogotá, noviembre de 1886.

Oh Virgen augusta! Tu gloria del mundo los ámbitos llena,
Los ángeles cantan al pie de tu trono perenne loor,
Los hombres te llaman salud del enfermo, consuelo del triste,
La casa de oro, la puerta del cielo, la Madre de Dios;

Tu faz a nosotros convierte que en densas tinieblas estamos,
Aviva en nuestra alma, Señora, del bien la fecunda pasión,
Despliega tu manto y que cubra la vasta extensión de la tierra,
Y a ricos y a pobres y a sabios y a necios ampare tu amor.

Nosotros, enfermos de toda tristeza y de todo pecado,
Nosotros, viajeros sin tregua abrumados de mal y dolor,
Que vamos, a oscuras, rondando en la turbia corriente del tiempo,
A ti suspiramos, oh Virgen: aplaca la ira de Dios!

Un pueblo reunido celebra hoy, gozoso, tu gran centenario
Y todo él te invoca, rendido de hinojos al pie de tu altar:
 Escucha sus ruegos, alarga su vida, bendice sus obras
Y toda Colombia disfrute ya, Oh Virgen, del bien de la paz.



1.     Alusión al templo de Chiquinquirá, que según opinión de los inteligentes es una de las mejores construcciones de la República.


jueves, 8 de noviembre de 2018

La manta de la tierra, de la doctrina a la iluminación



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

Los chiquinquireños marianos son fieles testigos del amor de Dios por Colombia. Tienen una pintura que pasó de la invitación al Evangelio a la derrota de la imagen. Volvió de la muerte por deshecho a la vida del testimonio.

La tela tutelar, símbolo de identidad de la Ciudad Promesa, tuvo que soportar los trajines del uso que dejaron huellas en su forma por causa del maltrato.

La rescató de la desidia colonial el corazón generoso de María Ramos. Ella le compuso un bastidor para liberar su existencia del olvido. Ella la regresó a un humilde presbiterio. 

La crónica de esa pintura guarda misterios para la historia de la mariología chiquinquireña. Y por ese motivo un estudioso del lienzo, don Marco Suárez, compartió unas ideas sobre un tema aún inexplorado y vital. 

Suárez resaltó la disposición de María Ramos. Según su saber y entender, María Santísima la alistó para esa misión. Las oraciones prepararon a Ramos para el encuentro con el sentimiento del Creador a través de un cuadro desteñido.

La materia rota fue levantada por María Ramos. Sus atenciones la cuidaron. Su devoción reparó la esencia de la deshilvanada manta pintarrajeada. Esa acción de fe irrevocable, mirar en un pedazo de textil una esperanza, le permitieron a la naturaleza muerta retornar al servicio.

Suárez estableció un proceso evolutivo desde el acto creativo hasta la renovación. En una charla informal plateó varios asuntos para que fueran complementados por este cronista.

Los momentos del lienzo

LA IDEA: suponemos que fue don Antonio de Santana que lo mando pintar. Se podría analizar con cuidado a ese laico, su oración, su relación con la Virgen.

R. La documentación, amplia y suficiente, sobre el tema no deja dudas sobre el encargo dado por el encomendero Antonio de Santana al fraile Andrés de Jadraque, O.P., para mandar ejecutar la obra a un pintor en Tunja.

Los interrogantes son sobre su relación con la doctrina católica. El ex soldado de la expedición de Jerónimo de Lebrón y con hijos adulterinos no debió ser un paradigma de la virtud cristiana. Sin embargo, era devoto de la “Madre de Dios del Rosario”, según afirmó el presbítero Francisco Pérez en su declaración de 1588. 

Santana cumplió con las Leyes y ordenanzas nuevamente hechas por su Majestad para la gobernación de las Indias y buen tratamiento y conservación de los indios. Sostuvo a un fraile misionero para que atendiera los oficios de la instrucción catequética en la capilla de su encomienda.

Santana hizo suya la máxima: “se obedece, pero no se cumple”. El costeó la hechura de una pintura en Tunja y la trajo a Suta. La idea de pintar fue del fraile, más interesado en la cura de las almas que en el pingüe negocio de explotar las tierras de los nativos.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              
LA TELA: ayuda para describir ese momento

R. El elemento pictórico, escogido por Jadraque para la catequesis en Suta, cumplió con la pedagógica tarea de unir los dos mundos opuestos por la geografía y el pensamiento místico. Los muiscas tejedores de algodón difundieron entre los cronistas de Indias la ayuda de una deidad superior (Bochica) para aprender a hilar y tejer. El oficio tenía pues un origen espiritual. Y fue ese punto de la cosmogonía aborigen el que sirvió de eje temático para el cambio, la evolución de la idolatría al Evangelio de Cristo. El portento de la renovación de un dibujo borroso convirtió al imperio muisca a la fe de sus conquistadores. En síntesis, el principio de la manta (tejido) y el final (pintura renovada) fue sagrado. Los nativos no dudaron de esa gracia especial y pasaron del paganismo al bautismo.

LA ENCOMIENDA: ¿Qué aconteció con fray Andrés y Antonio?

R. El primero vivió para contarlo y el segundo, no. El encuentro de estos dos personajes fue parte del ritmo de las circunstancias de la colonización. El convento dominico de Tunja tenía asignado para sus labores de predicación el famoso valle de Sanquecipa. Jadraque llegó a Suta en 1562 donde recibió el hospedaje de Santana que hasta esa fecha no había hecho nada por la evangelización de los lugareños. El fraile sugirió realizar una efigie de la Virgen del Rosario, propia de su carisma dominicano, para la capilla de los aposentos. La idea fue aceptada y el encomendero pagó la hechura de la obra.

LA OBRA: ¿De qué manera fue pintado el lienzo?

R. De cualquier manera. Basta con observar la mano del apóstol san Andrés, la que sostiene el libro. El platero y pintor aficionado Alonso de Narváez aprovechó la ocasión para un negocio de pesos oro. Él realizó un oficio para cumplir con el encargo de un vecino. Los trazos están lejos de cualquier taller de caballete dentro de la estética formal establecida por las escuelas europeas.

Técnica: Pintura al temple mixturando tierras de colores y zumos de plantas. Lo fantástico de este cuadro mediocre es su legado. Fue la primera pintura de María Santísima elaborada en el Nuevo Reino de Granada, y hoy se venera como la advocación de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. 

LA PRIMERA ENTRONIZACIÓN: Capilla de los Aposentos de Suta.

R. Esa tesis marca un aporte interesante. Concederle un valor superior a un cuadro por gracia de una bendición era enseñarles a unos indígenas reacios que esa obra pictórica sí tenía una validez didáctica y moralista. Debió ser un paso difícil para Jadraque enseñarlo.

¿Cómo haría para explicarles a los indios que esa figura femenina acompañaba por dos santos podía reemplazar a la ancestral Bachué?

¿Qué pensaron los indios de Suta cuando se les ordenó venerar los signos trazados por el pintor español, y de paso rechazar sus jeroglíficos por idolatría manifiesta?

La respuesta obvia debió ser un duro escollo para el aula del catecismo. La cátedra del Evangelio comenzó crucificada en el madero de la incongruencia castellana. 

LOS DAÑOS: roturas y desteñido. ¿Desde qué momento se fue deteriorando el lienzo en la capilla de los Aposentos Suta?

R. Las manos muiscas tocaron aquella manta fabricada en sus telares para cerciorarse de su autenticidad. El manoseo explicativo debió dejar hongos y bacterias en la tela. A lo que se sumaron las los vientos que pasaron, el sol canicular y las gotas de agua que cayeron sobre la capilla hasta humedecer la tintura. Para 1576, según declaró el cura Francisco Pérez, la efigie estaba muy deteriorada. Los colores perdidos por causa de la lluvia.

EL DESCENDIMIENTO: Cuando fue retirado el lienzo de su lugar. Con qué fue remplazado. 

R. El cura doctrinero, Juan Alemán de Leguizamón, se limitó a quitarlo del lugar, 1578.  

“... porque tenía escrúpulo, y se le hacía muy de mal decir misa en dicha capilla por estar en el altar la imagen tan desblanquecida…” (Fray Pedro de Tobar y Buendía, O.P.).    

El sacerdote debió sentir un alivio enorme por liberar al recinto de ese adefesio de jirones y manchas amorfas. El presbítero lo entregó a su dueño y Santana lo mandó con unos indígenas para Chiquinquirá, un lejano y nublado aposento de su 

El deslucido fue remplazado por una pintura de Cristo crucificado ejecutada en el Virreinato de la Nueva España (México), que donó el propio Leguizamón. Antonio de Santana era sordo a los ruegos de entregar una pieza nueva para la capilla.

EL MALTRATO: El lienzo fue utilizado para secar granos

R. Esa es una afirmación que recogió fray Alonzo de Zamora, O.P., quizás de la tradición oral. Un templo convertido en granero indica que el clan Santana tenía ciertas devociones mercantilistas. Lo cual ratifica que el lienzo siempre estuvo en la capilla de Chiquinquirá después de su salida de Suta (1578-1586). María Ramos, en su segunda declaración, septiembre de 1587, afirmó:

“…porque se compadecía que la Sacratísima Señora Madre de Dios estuviese en tan pobre ramada y casa, en tanta manera, que por no tener puerta entraban dentro algunos perros y puercos…”

El otro punto de los anales encuentra cierta reciprocidad en un pasaje del Evangelio. La muerte del lienzo, como la del trigo, necesitaba de ese proceso propio de la siembra y la cosecha. En este caso particular los frutos son abundantísimos en conversiones. 

“…En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, produce mucho fruto…” (Juan 12, 24).

EL ENCUENTRO: El momento destinado por Dios para que María Ramos se encontrara con el lienzo.

R. El tiempo es una variable creada por Dios para que los hombres puedan administrar su vida con sabiduría. En el seno de la voluntad divina, donde se gestan las causas y los efectos de la ley del Altísimo, se permite la dinámica del libre albedrio.

El momento fue el producto de una decisión humana. El deteriorado cuadro tuvo, durante varios años (1578-1585), la oportunidad de haber sido reparado por cuenta de Catalina García de Irlos. Eso sin contar con los familiares de la señora y el personal de servicio de la estancia.  Ninguno hizo nada por tratar con respeto la dignidad de aquel trapo mugriento que, en sus mejores tiempos, sirvió para enseñar el concepto teológico de la Madre de Dios a los nativos de Suta.

LA SEGUNDA ENTRONIZACIÓN: María Ramos lo recuperó y lo colocó en la pared del oratorio.

R. Doña María, en su condición laical, ejecutó con criterio de piedad cristiana, la limpieza y la elaboración de un bastidor para colgar el cuadro en la choza que servía de capilla. La caritativa labor con el objeto le devolvió algo de su respetabilidad perdida. La pieza había sido un apoyo visual para el aleccionamiento de los muiscas.

LA ORACIÓN: el tiempo en que María Ramos acompañó el lienzo antes del milagro.

R. Las preces de la piadosa mujer fueron, sin lugar a dudas, el escenario perfecto para desencadenar el suceso extraordinario. María Ramos confió en que la Divinidad podía convertir ese trapo de algodón roto, sucio y desteñido en un trono del Todopoderoso.
Algo muy similar sucede en el sacramento de la confesión. El alma averiada y desaseada por el pecado vuelve al esplendor de la gracia por el mérito de la misericordia del Redentor.

SEGUNDO DESCENDIMIENTO: Dios lo realiza. Ya no son las manos humanas las que lo ejecutan.

R. Esa afirmación muestra el don superior de la presencia del Espíritu Santo. Acto que generó una secuencia de rupturas de las leyes físicas que ocurrieron de forma simultánea con la renovación. Ver el artículo titulado: “Chiquinquirá, una manifestación para los humildes”. Blog Sociedad Mariológica Colombiana, 28 de septiembre de 2017. 

EL MILAGRO: la respuesta de Dios a los deseos de María Ramos. Lo que pasó.

R. El prodigio, que lleva 432 años de forma continua, encuentra su respuesta en el pueblo peregrino de Colombia. La dádiva de la gracia no terminará jamás. Ese es el secreto de Dios.

Lo que pasó escrito está en el proceso denominado “Informaciones de los milagros de Nuestra Señora de Chiquinquirá”. Archivo de Provincia Dominica. Convento San Alberto Magno, Bogotá. 

LA TERCERA ENTRONIZACIÓN: Nuevamente el lienzo se deja acariciar por María Ramos al entronizarlo por segunda vez en la pared del oratorio.

R. La tela renovada por un don de la Providencia volvió a la luz de la silente predicación para asombro de las gentes del reino. 

“… Y esta testigo y la dicha María Ramos y la dicha Isabel alzaron la dicha imagen y la pusieron en su lugar…” Testimonio de Juana de Santana ante el escribano de su majestad, Diego López Castiblanco, 10 de enero de 1587.

Hasta aquí los textos que intentaron complementar los conceptos de un amigo que contempla la presencia sacrosanta que reposa bajo el baldaquino de la basílica de Chiquinquirá. Entre el tintero quedan muchas letras y silencios porque la temática es profunda.

Algún día, Dios lo quiera, se iniciará el proceso canónico que llevará a la beatificación de María Ramos, una mujer que allanó los caminos para el Nuevo Testamento en la América muisca.

Si María Ramos rogó para que se le otorgara la gracia de cuidar a la Rosa del Cielo en el Jardín Mariano, los raizales deberían recitar un rosario perpetuo para que su alma sea bendecida en los altares del cielo. Es una deuda de Colombia para con María Santísima de Chiquinquirá.

jueves, 1 de noviembre de 2018

La manta de la tierra, el misterio chiquinquireño



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

El día en que Bochica le enseñó a hilar el algodón al pueblo muisca comenzó la historia del lienzo de la Virgen de Chiquinquirá.

La siembra del algodón, en la era prehispánica y durante la Colonia, usó las tierras de los muzos, los guanes y las fronteras bajas de las comunidades muiscas del altiplano cundiboyacense.

Una manta cualquiera formó parte de esa tradición comercial entre los de Boyacá y sus vecinos de los pisos términos cálidos. En esas zonas se cultivaba una planta de flores amarillas con manchas rojas y fruto en cápsula que contiene semillas envueltas en una pelusa blanca y suave (Gossypium barbadense).

La materia prima fue cambiada por maíz o papa después de la cosecha de 1560.  Los copos blancos fueron hilados por mujeres y los hilos tejidos por varones en Tibaná. Luego fue comprada en Tunja por Alonso de Narváez, según explicó el historiador Víctor Raúl Rojas (Q.E.P.D) en una carta a este redactor. En aquella época esa pieza pudo costar una fanega de maíz (media carga, 65 kilos).

La trayectoria del trueque y el comercio de la manta quedaron enmarcados en una etapa de cambios culturales. El Evangelio de Cristo modificaría las conductas rituales propias de la mitología indígena.

La enseñanza de la ciencia teológica en las capillas doctrineras permitió integrar a distintos clanes compuestos por laicos. Esa colectividad permitió que existieran vínculos comerciales y culturales entre ellos.

El conjunto y condición de los fieles, que no tomaron las órdenes religiosas, formó un gran laicado cobrizo. Ese conglomerado fue testigo del nacimiento de la Villa de los Milagros.

Los lugareños que tuvieron responsabilidad en la preparación del portento, que ratificó el título de la aldea, se pueden asociar en tres grupos. El primero estuvo compuesto por los nativos sembradores, recolectores y comerciantes.

El segundo fue una tribu distinta que manufacturó, a través del tejido, el producto. Al trasformar el material básico se cambió el uso. Las mantas se convirtieron en prendas de vestir, moneda de pago, tributo para el encomendero, vestimenta sagrada para sus caciques y sustento económico de las aldeas.

El tercero quedó compuesto por los forasteros, una minoría que estuvo representada por la clase dirigente. Un trío de españoles marcó la pauta. Ellos realizaron la primera figura de María Santísima que se delineó sobre un tejido de algodón en el Nuevo Reino de Granada. El fraile Andrés de Jadraque, O.P., el encomendero Antonio de Santana y el pintor Alonso de Narváez

El hermano lego indicó la necesidad de ilustrar la catequesis, el patrón pagó por la elaboración de la pintura 20 pesos oro y el artista dibujó una imagen de la Virgen del Rosario en compañía de san Antonio de Padua y san Andrés Apóstol, 1562.

La imagen

En ese punto quedan varias preguntas para estudiar en futuras investigaciones. ¿Por qué tan costosa la obra del templista? Entre 15 y 17 pesos hubiera sido el precio justo, incluido el costo de la manta.

La creación de Alonso de Narváez, que reposa en la Basílica Menor de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquira (Boyacá), mide 1,19 m x 125 m y contrasta severamente en tamaño con el modelo usual. El largo tiene tres palmos menos que la medida estándar. ¿Por qué la manta es más ancha que larga?

Seguramente el artista, para ahorrar tiempo y elementos pictóricos, la recortó a su gusto y conveniencia de artista ocupado en sus menesteres de platero.

“…El tamaño de las mantas prehispánicas generalmente era de 1,80 m de largo x 1,20 m de ancho aproximadamente, medidas tomadas a partir de una de las pocas mantas que se ha hallado completa en Santander (Colombia)…” (Cf. Laura Liliana Vargas Murcia. “de Nencatacoa a san Lucas: mantas muiscas de algodón como soporte pictórico en el Nuevo Reino de Granada”. Bogotá. Ucoarte. Revista de Teoría e Historia del Arte, 4, 2015, pp 25-43”.

Los estudios radiológicos realizados por María Cecilia Álvarez White arrojaron un resultado, que por la densidad del tejido, se podría pensar que pertenecía a las mantas denominadas “chingas” o comunes. Lo cual ratifica esa predilección de Dios por los humildes.

“En cuanto a la manufactura de la tela, se ha comprobado, mediante el análisis microscópico de la fibra, que se trata de un tejido de algodón. La tela tiene una contextura muy delgada, de trama abierta, con un promedio de 14.5 hilos por centímetro cuadrado y tejida en telar manual. Lo más probable, sobre todo por lo delgado de las fibras y lo abierto de la trama, es que para darle un poco de rigidez al soporte, se haya encolado.

La obra no muestra la capa de base de preparación que habitualmente sirve de apoyo a la capa pictórica. El color se aplicó directamente sobre la tela impregnando los hilos.

Para la capa pictórica se utilizó blanco de España o carbonato de calcio, que era de muy fácil adquisición en su estado natural, mezclándolo con cola como aglutinante, a lo cual fueron añadidos colores de origen orgánico, obteniendo matices en escasa gama”. (Cf. Chiquinquirá, Arte y Milagro. Museo de Arte Moderno. Bogotá, 1986. Pág. 26).

La elegida para convertirse en una página viva de la Biblia pasó por las fases de un nacimiento pictórico en Tunja. Creció como factor de apoyo a los preceptos en la capilla de la encomienda de Suta y por último murió. Dejó de ser un objeto útil para el culto católico. La deteriorada y decolorada tela halló su morada final en Chiquinquirá, donde fue trapo de oficios varios.

El despintado

La muerte del lienzo no finalizó la tarea de ser el primer docente de la escuela de María (intimidad con el misterio de la redención) en la comunidad muisca.

La crónica del deshilachado firmó el pasaporte para que la Rosa del Cielo tomara en su corazón la nacionalidad colombiana.

El trámite de la ciudadanía contó con la participación de María Ramos cuyo ramillete de virtudes teologales la movió a orar frente a un textil usado para abrigo de animales. 

Ella le construyó un bastidor y la colgó en la pared de la capilla de los Aposentos de Chiquinquirá, propiedad de Catalina García de Irlos, viuda de Santana. En aquel recinto imploró con preces dignas de mover el cielo.

Al pasar el tiempo, sus ruegos fueron escuchados. Un mestizo, el niño Miguel, hijo de Isabel de Turga, expresó: “Madre, mira que la Madre de Dios está en el suelo…” el calendario marcó el 26 de diciembre de 1586, día en Nencatacoa, deidad de los tejedores de mantas, pasó al retiro del mito.

Sobre ese instante, de iluminación celeste, quedaron las ideas del amigo chiquinquireño, Marco Suárez, experto en el tema de doña María Ramos. Él planteó tres momentos previos al instante superior de la renovación de la pintura que catequizó a los muiscas de Suta.

La trilogía comprende la acción que encierran unos verbos, muy queridos por los misioneros de antaño y hogaño: “rescatar, preparar y acompañar”.

“…Lo que en buena tierra, son los que, después de haber oído, conservan la Palabra con corazón bueno y recto, y dan fruto con perseverancia…” Lucas 8, 15.

María Ramos rescató el arrapiezo del “desprecio, maltrato y abandono” a que fue sometido por sus dueños como cosa estéril para lucir en un lugar sagrado.

María Ramos preparó con sus “visitas, lágrimas y oraciones” la sustancia del objeto inerte para que sobre él se ejerciera la gracia renovadora del Espíritu Santo.  

María Ramos acompañó, testificó y sirvió a su Señor en la capilla o la Casa Santa como la denominó. La pintura regresó a la vida del color y la forma para anunciar la buena nueva. El pueblo, cegado por las nieblas de la idolatría, vio la luz de Jesucristo en los brazos de la Inmaculada Concepción, María, la Virgen del Fiat.

La romería

Las voces de los indígenas católicos tuvieron un argumento irrefutable. Ellos tejieron la manta donde se manifestó la fuerza del Altísimo. La vieron recién elaborada en el taller de Narváez. Durante años asistieron a las misas dominicales delante de ese cuadro sacro. La contemplaron desteñida y raída por causa de las goteras. La llevaron de Suta a Chiquinquirá. Los mayores testificaron sobre el fenómeno. La sobrenatural restauración de las figuras cambió la ideología atávica de las comunidades raizales.

Sobre sus recios hombros salió aquel lienzo maravilloso para ir a Tunja y salvar a la ciudad de una epidemia de viruela, 1587. Los recién bautizados levantaron un templo en el cerro de San Lázaro como agradecimiento a ese prodigio. La merced divina formó parte de las doctas investigaciones que anuló cualquier intento de engendrar leyendas.

La realidad avasallante de un poder omnímodo cambió el rumbo de la faena y su apostolado. El examen inquisidor de los hechos continuó sobre el alma de los seglares asombrados hasta 1633.

En ese año la peste de Santos Gil determinó que los nietos de la primera generación sacaran en procesión a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, que al regresar de Bogotá quedó bajo el cuidado de la Orden de Predicadores. Durante siete décadas, los neogranadinos anónimos tejieron la fundamental devoción por la virgencita morena.