miércoles, 5 de diciembre de 2018

María Inmaculada, el molde de Dios


                    

Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

El misterio de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María es la obra cumbre del Altísimo.

La Santísima Trinidad invirtió la totalidad de su talento creador en una sola criatura, María Bienaventurada. La perfección ejercida sobre su alma y naturaleza fue de tal magnitud teológica que a los santos doctores de su amada Iglesia les costó más de dieciocho siglos declarar el tercer dogma mariano.

Aquel acontecimiento providencial, ejercido sobre la nueva feminidad, diseñó la historia de la cruz redentora. Esta fue la medida misericordiosa contra la caída de Eva, madre del pecado.

La vida del Eterno cambió. La sustancia de su esencia sacra sería vertida por el Espiritu Santo y el poder del Altísimo en una morada carnal para humanar al Hijo. El Fiat, el acto supremo de la humildad, generó el prodigio de la condición de Corredentora.

Así, antes del tiempo, la Omnipotencia Suplicante, latía en el corazón de Dios cuya pulsación de amor se gestó en la profundidad del sentimiento celestial.

Ella había sido creada sin pecado concebida. Don inmarcesible, único e irrepetible. El privilegio del Redentor para con su progenitora quedó escrito en el Evangelio, el libro de la vida: “…Salve, llena de gracia, el Señor es contigo…” (Lc 1, 28).

El saludo del ángel ratificó la existencia gloriosa de una criatura privilegiada con el obsequio de dos talentos infinitos e inigualables: la plenitud de la gracia y la consustancialidad con el Verbo, María Inmaculada.

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