jueves, 25 de abril de 2019



Porque me devora el celo de tu templo”

Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

A la mitad de la Semana Santa, la Ciudad Promesa mostró diferentes rostros que narraron historias desatadas por una necesidad orante.

Miércoles, 17 de abril de 2019

La Patrona

Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá permanecía en un recogimiento sacro. Su bello rostro de doncella y madre no reflejaba la dicha encendida de aquellos amorosos días decembrinos. Ella, en su sencillo traje de sobrios trazos renovados, se inclinó sobre su Jesús desolada. Estaba en una delicada contemplación de los inminentes misterios del triduo pascual. Solo escuchaba los latidos de su Hijo con sus ecos de calvario. La profecía de Simeón seguía vigente: La espada de dolor atravesaría a su corazón colombiano.

Los peregrinos

Marchaban sudorosos, fatigados y trasnochados. Eran casi un centenar de jóvenes, mujeres y abuelos que andaban en fila con distancias de trocha entre ellos. Los andariegos llevaban 14 horas sin tregua desde Villapinzón (Cundinamarca) hasta la Villa de los Milagros. Sus voces tenían acentos de inmensidad. Descendieron el Alto de la Palestina y les quedaba el último trecho para llegar al trono de Nuestra Señora. El cansancio agotador los impulsaba con más ímpetus en su travesía final. Ellos cargaban en sus mochilas la herencia de sus mayores.  Las venas enredadas en los bordones traían la certeza de volver a la casa de María. Promesa cumplida. Que vivan los infantes de la camándula.

Los venezolanos

Los hijos de la república hermana colonizaron de miseria la mitad de la calzada de ingreso a la capital religiosa. Se ubicaron a las afueras del casco urbano. Pedían, por caridad, un plato de sopa. Gritaban de hambre.  Sus hijos de brazos dormían amarrados en trapos sucios. Los desplazados por el crimen del comunismo, verdugo de la vida, exponían toda la amplitud de su desventura desfallecida en el exilio. La intimidad de su macabro episodio los envolvía en un manto de angustia errante. Era el vía crucis impuesto por un delito político al bravo pueblo.

Las autoridades

Los guardianes de la nacionalidad, los héroes de la bandera, establecieron frente al Batallón Sucre un retén donde no se registró el vehículo, ni se pidieron documentos, ni se revisaron los antecedentes de los pasajeros. La parada obligatoria fue una bienvenida de alegrías abiertas. Soldados, policías y civiles saludaron al foráneo con cantos y vítores. La fiesta sorpresa culminó con la entrega, por parte de un agente del orden, de un volante que decía: “Chiquinquirá (Boyacá) somos la Capital Mariana de Colombia. Cuna del caballo de paso fino colombiano. Cultura. Gastronomía. Tradición. Artesanías. Ecoturismo y mucho más”.
La puridad dulce de la urbe está en ese “mucho más” que es inabarcable para el alma.

Los frailes

Los padres dominicos atendieron los oficios litúrgicos de la santa misa con la pulcritud moral de la Orden de Predicadores. Los clérigos entregaron la luz y el consuelo del Dios humanado que, en los brazos de la Virgen Morena, recibió a los promeseros que caminaron de rodillas. Las preces de hinojos trazaron el sendero de la tradición. En sus manos una sarta de cuentas desgastada alumbró una crónica que superó los cuatro siglos de un desfile de fieles.

Los turistas

Los excursionistas de los lares propios y las comarcas remotas miraron asombrados a la basílica de la Santísima Virgen a la que llamaron “catedral”. Los rodeaba las muchedumbres que no pudieron aplacar su sed de acción de gracias. Los del asueto se fueron con su afán por buscar el restaurante típico, el hotel acogedor y la comodidad del paisaje enardecido por el casto verdor. El paseo se mezcló con las fotografías y las inagotables avemarías.

Los anónimos

La gente que no pregunta se reunió en el Pozo de la Virgen. Allí dejaron peticiones escritas en una pequeña libreta sobre el atril de piedra, a la entrada del antiguo acceso. Otros depositaron, sobre los cuadros, los artefactos de zamak llamados “milagritos” acompañados de la irrevocable certeza de su fe.

El monitor, que trasmitía en video la noticia del suceso, estaba apagado. Nadie ilustró a ese clan. El sitio donde la chispa de la maravilla inició su inagotable incendio de prodigios invitó al visitante a entrar en un silencio suplicante.

Los amigos

El capítulo de la confraternidad se escribió con tintas de tagua sobre las cuerdas del tiple y las páginas de la poesía. La ternura boyacense, esencia del terruño, se expresó con un: “hola sumercé, pero qué milagro es verlo”. El abrazo cálido se rodeó con los acordes de la guabina chiquinquireña. Las delicias del encuentro se volvieron abrazos y parabienes.

El adiós no existió en la despedida porque el horizonte iluminó el regreso con una súplica a la Virgen: “ruega por nosotros pecadores, que se unió al grito de un vendedor que ofrecía incienso, mirra y áloe.

jueves, 11 de abril de 2019

Madre dolorosa



San Romano, El Cantor

Venid todos, celebremos a Aquél que fue crucificado por nosotros. María le vio atado en la Cruz: "Bien puedes ser puesto en Cruz y sufrir — le dijo Ella — ; pero no por eso eres menos Hijo mío y Dios mío."

Como una oveja que ve a su pequeño arrastrado al matadero, así María le seguía, rota de dolor. Como las otras mujeres, Ella iba llorando: "¿Dónde vas Tú, Hijo mío? ¿Por qué esta marcha tan rápida? ¿Acaso hay en Canaán alguna otra boda, para que te apresures a convertir el agua en vino? ¿Te seguiré yo, Niño mío? ¿O es mejor que te espere? Dime una palabra, Tú que eres la Palabra; no me dejes así, en silencio, oh Tú, que me has guardado pura, Hijo mío y Dios mío."

"Yo no pensaba, Hijo de mi alma, verte un día como estás: no lo habría creído nunca, aun cuando veía a los impíos tender sus manos hacia Ti. Pero sus niños tienen aún en los labios el clamor: ¡Hosanna! ¡seas bendito! Las palmas del camino muestran todavía el entusiasmo con que te aclamaban. ¿Por qué, cómo ha sucedido este cambio? Oh, es necesario que yo lo sepa. ¿Cómo puede suceder que claven en una Cruz a mi Hijo y a mi Dios?"

"Oh Tú, Hijo de mis entrañas: vas hacia una muerte injusta, y nadie se compadece de Ti. ¿No te decía Pedro: aunque sea necesario morir nunca te negaré? Él también te ha abandonado. Y Tomás exclamaba: muramos todos contigo. Y los otros, apóstoles y discípulos, los que deben juzgar a las doce tribus, ¿dónde están ahora? No está aquí ninguno; pero Tú, Hijo mío, mueres en soledad por todos. Abandonado. Sin embargo, eres Tú quien les ha salvado; Tú has satisfecho por todos ellos, Hijo mío y Dios mío."

Así es como María, llena de tristeza y anonadada de dolor, gemía y lloraba. Entonces su Hijo, volviéndose hacia Ella, le habló de esta manera: "Madre, ¿por qué lloras? ¿Por qué, como las otras mujeres, estás abrumada? ¿Cómo quieres que salve a Adán, si Yo no sufro, si Yo no muero? ¿Cómo serán llamados de nuevo a la Vida los que están retenidos en los infiernos, si no hago morada en el sepulcro? Por eso estoy crucificado, Tú lo sabes; por esto es por lo que Yo muero."

"¿Por qué, lloras, Madre? Di más bien, en tus lágrimas: es por amor por lo que muere mi Hijo y mi Dios."

"Procura no encontrar amargo este día en el que voy a sufrir: para esto es para lo que Yo, que soy la dulzura misma, he bajado del cielo como el maná; no sobre el Sinaí, sino a tu seno, pues en él me he recogido. Según el oráculo de David: esta montaña recogida soy Yo; lo sabe Sión, la ciudad santa. Yo, que siendo el Verbo, en ti me hice carne. En esta carne sufro y en esta carne muero. Madre, no llores más; di solamente: si Él sufre, es porque lo ha querido, Hijo mío y Dios mío."

Respondió Ella: "Tú quieres, Hijo mío, secar las lágrimas de mis ojos. Sólo mi Corazón está turbado. No puedes imponer silencio a mis pensamientos. Hijo de mis entrañas, Tú me dices: si Yo no sufro, no hay salvación para Adán... Y, sin embargo, Tú has sanado a tantos sin padecer. Para curar al leproso te fue suficiente querer sin sufrir. Tú sanaste la enfermedad del paralítico, sin el menor esfuerzo. También hiciste ver al ciego con una sola palabra, sin sentir nada por esto, oh la misma Bondad, Hijo mío y Dios mío."

El que conoce todas las cosas, aun antes de que existan, respondió a María: "Tranquilízate, Madre: después de mi salida del sepulcro, tú serás la primera en verme; Yo te enseñaré de qué abismo de tinieblas he sido librado, y cuánto ha costado. Mis amigos lo sabrán: porque Yo llevaré la prueba inscrita en mis manos. Entonces, Madre, contemplarás a Eva vuelta a la Vida, y exclamarás con júbilo: Son mis padres! y Tú les has salvado, Hijo mío y Dios mío."




miércoles, 3 de abril de 2019

Cirilo de Alejandría, defensor de la maternidad divina de la Virgen María




Carta 1

“Me extraña, en gran manera, que haya alguien que tenga duda alguna de si la Santísima Virgen ha de ser llamada Madre de Dios. En efecto, si nuestro Señor Jesucristo es Dios, ¿por qué razón la Santísima Virgen, que lo dio a luz, no ha de ser llamada Madre de Dios? Esta es la fe que nos trasmitieron los discípulos del Señor, aunque no emplearan esta misma expresión. Así nos lo han enseñado también los santos Padres.

Y, así, nuestro padre Atanasio, de ilustre memoria, en el libro que escribió sobre la santa y consubstancial Trinidad, en la disertación tercera, a cada paso da a la Santísima Virgen el título de Madre de Dios.

Siento la necesidad de citar aquí sus mismas palabras, que dicen así: «La finalidad y característica de la sagrada Escritura, como tantas veces hemos advertido, consiste en afirmar de Cristo, nuestro salvador, estas dos cosas: que es Dios y que nunca ha dejado de serlo, él, que es el Verbo del Padre, su resplandor y su sabiduría; como también que él mismo, en estos últimos tiempos, se hizo hombre por nosotros, tomando un cuerpo de la Virgen María, Madre de Dios».

Y, un poco más adelante, dice también: «Han existido muchas personas santas e inmunes de todo pecado: Jeremías fue santificado en el vientre materno; y Juan Bautista, antes de nacer, al oír la voz de María, Madre de Dios, saltó lleno de gozo». Y estas palabras provienen de un hombre absolutamente digno de fe, del que podemos fiarnos con toda seguridad, ya que nunca dijo nada que no estuviera en consonancia con la sagrada Escritura.

Además, la Escritura inspirada por Dios afirma que el Verbo de Dios se hizo carne, esto es, que se unió a un cuerpo que poseía un alma racional. Por consiguiente, el Verbo de Dios asumió la descendencia de Abrahán y, fabricándose un cuerpo tomado de mujer, se hizo partícipe de la carne y de la sangre, de manera que ya no es Dios, sino que, por su unión con nuestra naturaleza, ha de ser considerado también hombre como nosotros.

Ciertamente el Emmanuel consta de estas dos cosas, la divinidad y la humanidad. Sin embargo, es un solo Señor Jesucristo, un solo verdadero Hijo por naturaleza, aunque es Dios y hombre a la vez; no un hombre divinizado, igual a aquellos que por la gracia se hacen partícipes de la naturaleza divina, sino Dios verdadero, que, por nuestra salvación, se hizo visible en forma humana, como atestigua también Pablo con estas palabras: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción”.

Oración

Señor, tú que hiciste de tu obispo san Cirilo de Alejandría un defensor invicto de la maternidad divina de la Virgen María, concédenos a cuantos la proclamamos verdadera Madre de Dios llegar, por la encarnación de tu Hijo, a la salvación eterna. Por Nuestro Señor Jesucristo.