jueves, 25 de julio de 2019

María, la plegaria de los promeseros



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
“El Señor guarda a los peregrinos”. Sal 145.

Las trochas de la historia, las fotografías antiguas y la tradición de los mayores dictaron la charla: “Una corona para la Rosa del Cielo”.

El relator terminó su exposición a las cinco de la tarde del 8 de julio de 2019. Cien años atrás, a la misma hora, Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá ingresaba a la Plaza de Bolívar de Bogotá. Al otro día, ciñeron su sien con diadema regia. El auditorio presente en el aula Santa Rosa de Lima del Convento San José, frailes dominicos, aplaudió el coraje de los abuelos por la travesía de antaño.

El final indicó el principio del regreso a los acontecimientos marianos. Era un imperativo categórico de los afectos mariológicos retornar al valle del río Suárez para llamarla: “Bienaventurada”.

La necesidad ancestral se volvió prisa en la conciencia de los viajeros. El morral al hombro y junto a la mujer amada se ofició la promesa de la partida. Los arreboles de la tarde miraron lejanos el templo votivo de la Patrona mientras se desplazaron a la estación Marly de Transmilenio.

La siguiente parada ocurrió en el Portal Norte donde un extenso conjunto de pasajeros se agitaba quejumbroso por tomar un bus para Zipaquirá, la precolombina ciudad de la sal. Se necesitaron cinco flotas para poder abordar al principio de la noche. El cobrador recibió 11.400 pesos por los pasajes. Las sombras se tragaron el paisaje sabanero. Nada interrumpió la rutina del regreso para los que se apearon del vehículo en Chía y Cajicá.

El sonido del hogar lo dio la alegría de los latidos de una perra gozque rescatada del infortunio de la barriada llamada Pepa, alias Micifuz, y su anciana amiga Maya, una Fox Terrier, de trece años, que ladraba feliz.

La realidad de los aposentos volvía con sus compromisos, dudas y cuestionamientos. ¿Salir para Chiquinquirá o quedarse? ¿Alcanzaría el dinero de la hucha? ¿Habría transporte suficiente? ¿Y cuál era el sitio para el duelo, allá o acá? La última pregunta rompía las ansias por la partida. Mi señora María y estas letras estaban de luto.

Al levantarse el sol del 9 de julio, en la capilla del ancianato de las hermanitas de los pobres se ofreció una misa por el eterno descanso del alma de doña Aurora Teresa de Jesús Abigail de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá Bernal y Nieto Forero quien se fue a celebrar su cumpleaños número 84 en compañía de su inmaculada homónima. Apenas habían pasado seis semanas de la partida y el trauma humedecía las preces. Su anterior aniversario tuvo el fascinante misterio del señorio terrenal y el encanto de la realeza mariana. Su ausencia llegó preñada de una lacerante soledad.

La bendición de envío, podéis ir en paz, agitó la voluntad tiránica del tiempo que ajustaba sus agujas. Todavía faltaba el paseo de media hora de los canes huérfanos. Quedaban dos horas para llegar a la Ciudad Promesa y asistir a la misa campal programada para las 11:00 a.m. Los planes de la puntualidad y las cuentas del trayecto no coincidían. Imposible llegar para recibir la indulgencia plenaria. La dimensión de los espacios, traducidos en kilómetros, y, escrita sobre el afán del acontecimiento, dependía de la suprema voluntad.

La buseta adecuada llegó sobre las 9:30 a.m. El retardo sacudió los espasmos de la distancia. El abordaje sumó 5.600 pesos. La máquina tomó rumbo a los antiguos predios de la Hacienda Casablanca-Nieto. Allí Francisco, el buen hermano de la amada morena, realizó la obra de caridad de recogerlos y llevarlos en su camioneta Ford Raptor al galope total de sus caballos de fuerza hasta la glorieta ubicada a las afueras de Ubaté. Desembarco y a esperar sobre la carretera un vehículo con destino a la morada de la Chinca. Casi al instante pitó una flota de color naranja denominada “Boyacá” que pasó veloz.

El cielo despejado le permitía volar a un rápido helicóptero que llevaba al presidente de la República, Iván Duque, a la Capital Religiosa.  El cronometro señaló las once de la mañana. El cortejo presidencial abolía las esperanzas al adelantarse hacía la profundidad del horizonte. En la vía solo vivía el vacío, el asfalto y la tierra seca.

Los minutos pesaban sobre el aprieto con su carga de premura sin tregua. El bus de Transporte Alianza se detuvo. Había dos puestos disponibles y separados. El ayudante recibió 20 monedas de mil pesos sacadas de una bolsa plástica de color amarillo para cubrir el costo de los pasajes. Eran las entrañas de la sacrificada alcancía. La velocidad se tornó en favor hasta la parada de control en Simijaca. El empuje viajero siguió sin novedad hasta la tierra de los sacerdotes.

La Ciudad Promesa mostraba un movimiento inusual del comercio. Las sonrisas tenían el gesto de las ganancias. La atareada terminal de transportes contaba con su habitual servicio de taxis y sobre la marcha, se abordó al primero en turno: “por favor, llévenos a la basílica”. La respuesta del conductor fue: “los acerco porque las calles están cerradas, vino el presidente”. La pericia resultó definitiva para tomar recovecos, atajos… y hasta aquí llegamos, informó el taxista. Cobró la propina autorizada de 800 pesos. La carrera se ajustó en 5.300 pesos.

Faltaban tres largas cuadras repletas de peregrinos para poder acceder a la corraleja de la Plaza de la Libertad. La Policía controlaba con vallas metálicas las áreas de una especie de campo de concentración para romeros. Su único acceso era la esquina sur oriental. Tres retenes y requisa obligatoria en el corredor más angosto cerraban el circuito de seguridad. La caravana se movía, los vendedores de ocasión ofrecían sus productos de feria. Las banderas, las láminas y las figuras de la Virgen se promocionaban como la gran ganga. Ninguno de esos adminículos tenía la palabra “centenario”. Se vendía de forma repetida y con acento venezolano. Junto a ellos estaban los repartidores de volantes para el aquelarre de las brujas. El primer papelito, entregado al revés, decía: “Templo astral. Dominios de amor. Poderes curativos con la madre naturaleza. Curo todo lo extraño y desconocido. Quito brujería y hechicería. Desde las llanuras colombianas para todo Colombia y el mundo. Hermano Saulo…”

La competencia no se quedó atrás y donó su propaganda: “Templo de sanación indígena Los Tikunas. La selva, las plantas y sus secretos. Curaciones de toda clase de enfermedades con la plata viva del Amazonas”.

El sincretismo esotérico, el folclor, la fiesta católica y la santa misa se encontraron a campo abierto. Pasar el último punto de control sin requisa fue la maravilla enardecida, delicado gesto de la divinidad. El reloj de la basílica marcaba las 12:10 p.m., y la eucaristía inició presidida por el delegado del santo Padre Francisco, el arzobispo emérito de Aparecida (Brasil), el cardenal Raymundo Damasceno Assis. Dos pantallas gigantes de televisión, ubicadas junto al atrio del templo, trasmitían la ceremonia.

Firme apretura

Los campos libres se reducían y el movimiento cesó. La plaza tenía sillas Rimax blancas amarradas entre sí para formar una muralla infranqueable. Esa talanquera fue destinada para las posaderas de los invitados especiales. Atrás, junto a la escultura del “Bolívar joven”, una tarima para las cámaras de los noticieros y al costado Norte, la carpa de la Defensa Civil. El resto del incomodo baldosín se asignó para 30.000 devotos que permanecían de pie anhelando una bocanada de aire fresco que baja de las lomas de occidente.

Los coches para bebes atestados de pañaleras, los tullidos deformes, los ancianos envejecidos por el olvido, los enfermos desahuciados, los mutilados, las embarazadas con sus sillines portátiles y su prole de hijos agobiados por el calor corporal formaron una pared de menesteres. Su forma de estorbar era el egoísmo propio de quien defiende un feudo vital. Su férrea postura cuestionaba a las leyes de la caridad y de la física. ¿Cómo pudieron llegar hasta el meollo de la aglomeración? La respuesta está en la Villa de los Milagros manantial de misericordia.

Una señora protestaba contra las fuerzas adheridas a su ser. El intento de un desmayo lento la acosaba. Le faltaron 35 metros para acercarse a las escalinatas del altozano. La masa inmóvil se estacionó en su quietud de estatuas. El corral estaba repleto de gentes llegadas de aldeas agrarias, ciudades capitales y de ignotas regiones. Eran una minúscula muestra de elegidos. El compacto gentío sumaba menos del uno por ciento de la población de Colombia, superior a 50 millones de habitantes. El estoico pueblo anónimo se mantuvo firme en su estatismo místico porque su Reina los contemplaba maternal desde las andas del milagroso lienzo que recordaba el Magníficat. “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava”. (Lucas 1. 46, 48).

Los cúmulos mantenía su color gris plomizo cargados de lluvias que no llegaron. Los paraguas se mantuvieron a la mano. Las cabezas descubiertas mantenían ese manchón de cabelleras negras que al contraluz oscurecían cualquier fotografía. No faltaron las casuchas de colorines sobre las testas irreverentes. La santa misa consumió los pecados veniales en una expiación sin penitencia. La disciplina formal de la romería soportaba el peso del trasnocho, el hambre, la queja y la incomodidad. El agobio, del alegre compromiso, era compensado por el delicado equilibrio de la responsabilidad moral de ser los testigos y depositarios del tesoro de la realeza de María.

Los infantes dormidos recibieron la herencia del peregrinar. Sin saberlo se preparaba la generación del sesquicentenario. El tejido de la memoria cultural tenía un nuevo telar en las juveniles caritas de fatiga.

La homilía del señor cardenal logró un hábil equilibrio conceptual entre el Evangelio y la desconocida crónica de la patria y la Virgen María.

Al principio de la liturgia eucarística un pequeño movimiento de la concurrencia retrocedía o se desenvolvían por entre vericuetos, túneles, vacíos y obstáculos humanos. El objetivo era conseguir una salida del laberinto. Comulgar o almorzar. Las conductas se ejecutaban al modo de ser, peregrinos o turistas. Los primeros buscaban las bombas blancas donde estaba el sacerdote y el Pan de Vida. Por ratos, las fuerzas de la devoción chocaban con los apuros de aquellos que iban de salida. Unos querían con urgencia cerrar el ciclo de la última indulgencia plenaria concedida por el Año Jubilar. La minoría buscaba oxígeno y alimento de restaurante para evitar el soponcio.

El adiós del obispo anunció la partida hacia los cuatro puntos cardinales de la geografía nacional. La compacta masa se deshizo como desmadejando un tubino de hilo enredado. En algún punto se ejerció la presión correcta y la piola de los destinos indicó los senderos del desbarajuste guiados por el hechizo de la salida. María de Chiquinquirá guardó a esas almas en su corazón.

Los mercaderes de imágenes rebajaban los precios. Los curiosos, sin compresión de la realidad, miraban alelados. Los mancebos rezagados preguntaban: ¿a qué hora es la misa? La muchedumbre se perdía entre las calles aledañas. Tiendas, graneros, viveros, fondas, cafeterías y droguerías eran copadas por familias ávidas de saciar el buche y el gaznate. La gran comilona daba cuenta del voraz banquete comunitario. El folclor demosófico se rindió gustoso ante la abundancia de la bromatología criolla.

La ocasión se aprovechó para que una monja encorvada entregara una hoja fotocopiada de algún original desteñido. La Fundación Encuentros con Cristo. P. Eduardo Levy, S.J., estaba presente. “Retiro para hombres: Para ser hermosa persona como hombre, esposo, padre para llenarse de la luz y fuerza de Dios.
Retiro para mujeres:

El sueño de Dios a que seas hermosa persona como mujer, esposa y madre. Te llevaré al desierto y te hablaré al corazón”.

La invitación quedó archivada entre el bolsillo porque primaba el hambrón en el vecindario.

Pola y gula

Los aromas de tantas carnes asadas guiaron a los dos amartelados hacia los prados del Parque David Guarín. Allí, sentados en el pasto, desempacaron sus emparedados, los huevos cocidos, las papas fritas, el té de durazno, los plátanos, las manzanas y de postre, deditos de chocolate. Las deliciosas viandas cumplían la función de activar los placeres del paladar. La tranquilidad gastronómica fue interrumpida por una invasión de carabineras montadas en grandes mulas negras. Las caballistas uniformadas desmontaron. La orden fue desatalajar a sus cabalgaduras y empacar sus monturas en las maletas diseñadas para esa función. Los mulares inquietos se acercaron demasiado al improvisado comedor de kikuyo. Los comensales se trastearon a una banca para terminar sus alimentos. Los semovientes reclamaban concentrado. La comilona no respetaba prados ni grados. Bestias y hombres comían con ganas. Una familia destapó, sobre el andén, sus ollas con el típico piquete campestre. La Colombia sencilla descansaba sobre la prosperidad de sus relajados paisajes de múltiples sabores.

La tranquilidad periférica quedó atrás y la búsqueda de un bocadillo veleño cerró esa primera etapa del promesero: oración y viandas. El rumbo los envió a la Capilla de la Renovación donde está el Pozo de la Virgen, punto gestor de un episodio que no termina. Un empresario del turismo vociferaba información y calculaba las utilidades. La gesta sagrada del recinto desaparecía ante el empuje de las ventas. Por los lares del parque Julio Flórez, la urbe comercial captaba clientes.

La rutina pueblerina de los corillos de turistas la rompió Carlos Alberto González, el Apóstol de los Sagrarios Abandonados, que, con su sayal y cayado, tonsura y pies descalzos pidió ser llamado simplemente Francisco. El singular personaje relató su viaje Chiquinquirá-Santiago de Chile de 17 días a punta de limosnas y aventones. Su figura de monje mendicante medieval se alejó con destino a la casa de las clarisas.

La faena de los enamorados continuó su periplo de compras en la Librería Paulinas y saludó al Cristo preso en el sagrario del local. Ese punto de ventas tenía un tabernáculo metido dentro de una cabina donde Jesús Eucaristía permanecía convicto. El sollozo de Dios encendía la protesta en el pecho.

La marcha errabunda continuó para cumplir el programa tradicional de visitas a los amigos. La fiel María Fernanda, de Artesanías Santafer, no consiguió algún objeto manufacturado para recordar el festejo. El inventario se agotó entre el 6 y el 8 de julio. Los compradores compulsivos de reliquias vaciaron las estanterías. Pero, ¿cuáles fueron los trabajos destacados de la tagua para la fecha? nunca se supo. Un hormiguero de promeseros regateaba los precios de las imágenes tradicionales de la Virgen Nacional.

El corredor del despacho del santuario permanecía atestado de campesinos que facturaban salves, mandas y misas. La transacción mantenía la vigencia económica del prodigio. Nadie paga favores no recibidos. La vitrina lo confirmó. El vidrio resguardaba una moneda conmemorativa que costaba 240.000 pesos. Esa repetida acción comercial bastaría para convencer al más escéptico hereje sobre los favores del Altísimo en la Villa… Colombia se olvidó de su condición de Jardín Mariano cuya flor más bella es la Rosa del Cielo.

La prudencia ordenó seguir hacia la siguiente estación de la romería. La parada de rigor fue en un lugar dulce, a un lado de la plaza principal. La pared tenía un cartel colgado: “Obleas Any agradece su visita en los 100 de la coronación de la Virgen del Rosario de Chiquinquirá”.

Salve, María

El deleite del arequipe plateó la idea descortés de pasar por alto la visita a la Madre Castísima, que aguardaba a sus hijos. La fila, larga y tediosa, resultaba infinita. Tentación de la acedía.  El número del personal generaba la dinámica de lo inacabable. El corazón ya estaba repleto de bendiciones y el cansancio, acumulado por el trajín, pedía reposo. La idea formal era observar desde lejos el desfile. No cabía más dicha en el pecador redimido. Se cavilaba sobre la duda de formar en la procesión.

 “En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, Tus consolaciones alegraban mi alma. Cuando en mí la angustia iba en aumento, tu consuelo llenaba mi alma de alegría”. (Salmo 94:19).

La solución al dilema llegó con Jenny Alfonso. Ella trajo su cariño, el botón dorado del centenario y la invitación imperativa: “Hay que ir a visitar a la Reina porque esto es sola una vez en la vida”. La buena hermanita lideró la entrada a la basílica para un reconocimiento táctico. El baldaquino estaba envuelto en el pabellón nacional y el camarín vacío. Fray Carlos Ortiz, O.P., predicaba con voz quejumbrosa desde el ambón. Denunciaba los asesinatos de inocentes labriegos en el país de la guerra incruenta. Jenny quería gestionar una imagen para el recuerdo, pero las medias de seguridad lo impidieron.

Los últimos en la extensa línea comenzaron el largo paseo. El vallado apuñuscaba a los visitantes. La camándula recitó los misterios gloriosos en un martes. La hilera se formó junto a la puerta del despacho, entró a la sala de la reconciliación, pegada a la pared sur, pasó por la sacristía y siguió a la nave principal. Allí, detrás del altar, en la capilla occidental, aguardaba Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá radiante, majestuosa, humilde y alegre. La Santísima Virgen María permanecía escoltada por agentes del orden y los grupos parroquiales.

Santiguarse, caer de rodillas, limpiar lágrimas de gozo, posar para la cámara y recordar los pasajes bíblicos fundidos en la memoria de los tiempos consumió 16 segundos. “…Canta de júbilo y alégrate, oh hija de Sión; porque he aquí, vengo, y habitaré en medio de ti -declara el Señor…” (Zacarías 2, 10). Profecía que encontró su esplendor mesiánico en las palabras del ángel Gabriel: “…Salve, Llena de Gracia el Señor es contigo…” (Lucas 1, 28).

Los promeseros de hogaño: “…fueron de prisa y encontraron a María y a José, y al niño que estaba acostado en el pesebre…” (Lucas 2,16).

El neuma conturbado estalló con la gracia sublime del amor a María Santísima. La sangre repetía la pregunta de santa Isabel: “¿Quién soy yo, para que venga a visitarme la Madre de mi Señor?” (Lucas 1, 43).

El momento, tan anhelado por más de 21 años, era una realidad concreta que se aferró agradecida a los cálidos abrazos de Jenny. A las 4:30 p.m., la misión encendió una avemaría, lámpara del regreso. El bicentenario, Dios mediante, será celebrado en el cielo junto a la coral angélica. “…Y pasados aquellos días partimos y emprendimos nuestro viaje mientras que todos ellos, con sus mujeres e hijos, nos acompañaron hasta las afueras de la ciudad. (Hechos 21,5).

La ruta de los anónimos se tornó distinta porque el próximo capítulo de este relato se tituló: “Vuelve a casa y cuenta lo que Dios ha hecho por ti”. (Lucas 8, 39).

miércoles, 17 de julio de 2019

El suspiro de María, cien años de amor



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

La nación de la ruana se apretujó en la Villa de los Milagros porque Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá bajó de su camarín para arropar el pabellón patrio con su corazón inmaculado.

La historia y la devoción, la palabra y el prodigio, la bendición y la indulgencia, la poesía y el viajero, la camándula y el tiple, la tierra y la familia se fundieron en una avemaría para saludar a la Madre de Dios vestida con una manta de algodón tejida por los muiscas.

El canto se volvió un grito enardecido empapado en lágrimas de promesero. La multitud expresó su sentir superior con ese sonido que nace en el corazón, estremece el alma y estalla en el cielo con sus ecos de dulzura inmarcesible: “Reina de Colombia por siempre serás”.

La electrizante melodía incendió un misterio trémulo. La celebración centenaria derramó sus luces por la geografía de la patria mariana. Una alegría indefinible inundó las calles del Ciudad Promesa porque el almanaque señaló el 9 de julio de 2019 como la fiesta de su realeza.

El fuego orante de los peregrinos arreció con un ímpetu de júbilo virtuoso hasta recorrer las arterias del universo tricolor. Los caminantes aceleraron sus pasos humildes ante el impulso de una prisa bendita. La piedad fatigada volvía al terruño de María

El vigor fecundo de un pueblo heroico se sublevó atronador para vociferar al viento la herencia monumental de sus abuelos: El vasallaje místico de la Patrona. Un siglo de reinado, el primero en una línea de tiempo eterna, se agitaba ilusionado por los horizontes del país.

María de Chiquinquirá pronunció su magníficat y su amada Colombia respondió: “Madre, he aquí a tu hija”.

domingo, 7 de julio de 2019

Una corona para la Rosa del Cielo

Cortesía Johnny A. Alfonso Peña. Chiquinquirá

Relación de las coronas construidas en Bogotá, en julio de 1919, para la coronación del lienzo milagroso de Nuestra Señora de Chiquinquirá.


Las dos coronas (la de Nuestra Señora y la del Niño Jesús) tienen un peso total de 450 gramos, oro de 916 milésimos.

La corona de la Virgen y la aureola forman una sola pieza, donde están montados 78 brillantes de distintos tamaños, entre los cuales hay dos que pesan 5 1/4 quilates cada uno; de buena clase y sin daños.

Tiene también 140 esmeraldas de diferentes tamaños; luce entre ellas una primera clase de dos quilates de peso. Todas las esmeraldas, con excepción de la que va en el centro, de una  hermosa marquesa de brillantes que está colocada en la parte superior de la aureola, fueron tomadas de una media luna antigua perteneciente a la Virgen, y de varias joyas obsequiadas por sus devotos. Los brillantes, en su mayor parte, fueron comprados en Bogotá para el embellecimiento de la joya; otros también obsequiados a la Virgen por devotos suyos.

La corona del Niño tiene 29 brillantes y 16 esmeraldas, piedras que han tenido idéntica procedencia que las de la corona de la Virgen.

Las coronas están adornadas únicamente con brillantes y esmeraldas. Para su construcción se tuvieron como base varias piezas que hacían parte de la media luna ya mencionada. Se quiso conservar en la corona lo que tuviera valor real o artístico de la media luna, joya que tiene más de 300 años de antigüedad, y en la que llama la atención algunos esmaltes.

El diseño de la corona es obra del ilustre artista colombiano D. Ricardo Acevedo Bernal.

El dibujo y la parte cincelada de las coronas fueron ejecutadas artísticamente por el Hermano Benjamín, en el taller del Instituto Técnico Central, dirigido por los Hermanos Cristianos.

Las monturas de los brillantes y de algunas esmeraldas han sido fabricadas por joyeros de la ciudad.

La combinación y distribución de las piedras, así como el conjunto y terminación de la obra, fueron dirigidas gratuitamente por el comisionado especial* del ilustrísimo señor Maldonado, Obispo de Tunja, y del ilustrísimo señor Herrera, Arzobispo de Bogotá, Primado de Colombia.

La corona es una preciosa joya que tiene, entre  otros méritos, el de haber sido fabricada en Bogotá, en poco tiempo, y el reunir todas las condiciones apetecibles de arte y de valor.

Manuel M. Madero G.

* El comisionado fue el mismo señor madero, autor del escrito, quien modestamente oculta su nombre.


Tomado de fray Antonio M. Sierra, O.P. Reseña histórica sobre la coronación de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Talleres Tipográficos de La Rotativa 1921.



jueves, 4 de julio de 2019

La Virgen María Nuestra Madre y Señora



Fray Omar Orlando Sánchez Suárez, O.P.

Summarium


María nos trajo a su Hijo, a sí nosotros debemos llevar a Cristo a todos los demás. Ella es modelo de madre, esposa y mujer, dócil al Espíritu Santo y fiel discípula de Jesús. Cita al Papa Juan Pablo II y a san Luis María Grignion de Montfort, señalando que ante los retos, las pruebas y las dificultades, el hombre, la familia y la sociedad deben responder con la oración, especialmente con el Santo Rosario. La oración debe convertirse en un diálogo de amor con Dios, expresada por los labios y en la mente, pero nacer de lo más íntimo del corazón.

Al reflexionar en la Virgen María y festejar lo que Dios hizo en ella, manifestamos nuestra vocación cristiana y mariana.

Le acompañó especialmente la gracia del Señor y ella respondió cada día con un SÍ generoso a los planes de Dios. María, como primera cristiana y a través de su “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38), nos representa a todos y nos une, conduce y encamina en el seguimiento de Jesús: camino, verdad y vida. El hecho de la maternidad de la santísima Virgen María es ciertamente un privilegio de Dios, pero la grandeza personal de María está en haber escuchado a Dios y haberle dado un “Sí” incondicional. No hay actitud más humilde, libre, valiente y auténtica que ésta. María, que guardó en su corazón las palabras y los gestos de Jesús, nos hace pensar en aquellos que “escuchan la palabra con un corazón noble y generoso, y la ponen en práctica”. El anuncio evangélico de la maternidad divina hecho a María es una noticia alegre y estimulante. Dios se hace hombre para siempre. Y lo hace desde un lugar humilde.

La fe firme de María se revela en sus palabras: “aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Esta es la donación de María al proyecto de Dios en su vida. Ella diseña, construye, nos muestra en su forma más pura y completa el camino de fe y de amor para seguir a Dios. En la Santísima Virgen María, preservada de toda mancha de pecado original, encontramos como Iglesia nuestro modelo de santidad. Lo que recordamos, entonces, es a la mujer que fue preservada de toda mancha de pecado, que concibió a su Hijo por obra y gracia del Espíritu Santo, y que hoy es presentada como modelo digno de imitar por todos nosotros.

Esto nos permite ver un testimonio lindísimo de que Dios hace obras inmensas para salvarnos: nos entrega a su propia madre. La santísima Virgen nos invita a seguir a Jesús con radicalidad y pide nuestra disposición hasta el final... el objetivo para con cada uno de nosotros es ponernos al servicio del Reino de Dios. Por ello la santísima Virgen nos deja una tarea: así como ella nos trajo a su Hijo, así nosotros debemos llevar a Cristo a todos los demás. Hoy y siempre la Iglesia, doctamente, promueve que las familias sean comunidad de vida y amor, iglesia doméstica, escuela de virtudes humanas y motor activo en el desarrollo de la sociedad. No olvidemos que a imitación de la Virgen María, seremos instrumentos idóneos y útiles en las manos de Dios para la promoción del hombre.

Ella se identifica con los sencillos, con los desheredados de la tierra, con los que no cuentan, a quienes representa el niño que llevó en sus brazos. Recordemos hoy todos aquellos millones de familias que han tenido que abandonar sus tierras y su país, convirtiéndose en desplazados, refugiados o exiliados, para sobrevivir a la guerra y a la persecución. Son muchas las familias que se desintegran a causa de la pobreza, porque alguno de sus miembros tiene que emigrar a otros lugares en busca de mejores condiciones de vida... y ella, la Virgen, no rechaza a nadie. “María tiene un corazón tan amplio como el mundo e implora ante el Señor de la historia por todos los pueblos, naciones y razas de la tierra. Por ello, encomendamos a María como reina maternal, el destino de nuestras naciones” (Puebla, 289).

Debemos ver a la Virgen María como modelo de madre, esposa y mujer dócil al Espíritu Santo. María es la intercesora. María se muestra solidaria con las familias de todos los tiempos. Ella es la servidora fiel que permite que la verdad del Reino se abra camino en el mundo, teniendo presente que el mismo Dios es el arquitecto y que nosotros también podemos tomar parte en la obra de la construcción de un mundo más humano, justo y solidario, donde reine la justicia y la paz, en una palabra, la vida.

La Virgen, nuestra Madre, no se cansa de nosotros. Una madre auténtica jamás deja de amar a su hijo, no importa cuán desobediente, conflictivo, enfermo u obstinado sea. La Virgen, llena de amor, nos habla, nos llama, nos invita.

La Iglesia nos ha recordado siempre a la santísima Virgen, entregada plenamente a la voluntad de Dios sin preocuparse por lo material, viviendo sólo para él en oración, en perfecta unión con el Padre; por eso Dios, después de escogerla como Madre de su Hijo, la exaltó como Reina y Señora de todo lo Creado. Por eso la Madre del Hijo de Dios, por la encarnación, será constituida también en Madre de la Iglesia al pie de la cruz: “Junto a la cruz de Jesús estaba su madre... Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto amaba, dijo a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dijo al discípulo: ahí tienes a tu madre”. (Jn 19, 25 ss.).

Nosotros también debemos seguir el ejemplo de María y de todas las criaturas débiles y sencillas que viven solamente alabando y adorando al Señor, seguras de no necesitar más para vivir, porque saben que Él nunca falla, que Él es quien proporciona todo lo necesario para vivir de acuerdo con su plan divino. Recordemos al beato Alano de Rupe, O.P., quien dice en 1475: “cuando rezo el Avemaría se me ensancha el corazón y salta de alegría, huye la tristeza con sus negros pensamientos, vuelve la serenidad con sus bellas esperanzas, se reanima el espíritu y se calman las pasiones”.

El culto a la santísima Virgen María ocupa un lugar preeminente en la Iglesia, por ello los teólogos marianos, a lo largo de la historia, nos deleitan mediante sus enseñanzas con las maravillas obradas por Dios en la Santísima Virgen. Pidamos la intercesión de nuestra madre María para que entendamos el amor infinito del Padre, y con María de la mano vayamos al encuentro de su amado Hijo Jesús, recordando siempre que a Jesús llegamos por María.

María, portadora de Cristo, luz del mundo, nos presenta al Salvador. La Madre de Jesús, la Virgen, dinamiza constantemente nuestra fe y hace que fructifique como comunión de amistad entre Dios y la persona humana. Por su intercesión muchos han sido liberados de las tristezas y del peso de sus pecados y han recibido el don de la alegría de ser aceptados ante sus ojos y verse libres de todo peligro, experimentando la abundancia de su gracia y sintiendo el aumento de la salvación, pues ella implora la misericordia ante su Hijo Jesucristo, Nuestro Señor.

Por ser la Madre del Salvador, la Virgen María es reconocida como Madre de Dios y de la Iglesia, según repetimos en las letanías. Ella, la favorecida de Dios, nos invita a todos los creyentes a escuchar y practicar su Palabra. María, la elegida por Dios como Madre del Salvador, quien siempre meditaba las cosas en su corazón, nos invita para que de su mano podamos aprender a ser Discípulos de Cristo y a recorrer con confianza el camino que Él siguió, el camino de la vida a través del sacrificio de su muerte redentora.
La fe nos ha traído hasta la Virgen, quien confió siempre en la Palabra y en las promesas de Dios. La fe se hace camino de vida, y la Virgen es un ejemplo digno que debemos imitar. Por la fe Jesús, el Hijo de la Virgen María, usando ejemplos y palabras sencillas, imprime en nuestras mentes la necesidad de vivir en la esperanza, atesorando los valores espirituales.

La Virgen del Evangelio, la que fue asunta al cielo, la intermediaria entre Dios y los hombres, la predilecta del Padre, la madre espiritual de todos los vivientes, la Reina y madre de la Iglesia, nos da su mensaje de reconciliación, de amor y de paz.

La fe firme e inquebrantable de la santísima Virgen María se puede contrastar con la vacilante fe nuestra. María, que guardaba todo en su corazón, aprendió a ser Madre y discípula. Nosotros no podemos imitar su maternidad pero deberíamos imitar su fidelidad.

En la santísima Virgen María, como modelo a seguir, encontramos tres aspectos fundamentales:

1.      Como mujer, nos invita a vivir en sencillez, prudencia, trabajo, fe, solidaridad e iniciativa.

2.      Como esposa, nos enseña el valor de la fidelidad a Dios, al esposo y a los hijos.

3.      Como modelo, nos enseña el valor de la responsabilidad en el hogar.

Recordemos que nuestra Madre celestial camina con nosotros acompañándonos con sus palabras maternales y su intercesión ante Jesús Nuestro Señor. Ella, como Madre de la Iglesia, camina con sus hijos. El papa, en la encíclica Redemptoris Mater, escribe: “La Iglesia confrontada por la presencia de Cristo, camina en el tiempo hacía la consumación de los siglos y va al encuentro del Señor que llega. Pero en este camino... procede recorriendo de nuevo el itinerario realizado por la Virgen María, que avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz”. La Virgen María nos enseña a guardar, meditar y elegir la Palabra de Dios, que nos habla a través de la Sagrada Escritura, por medio de otras personas y acontecimientos, y en todo lo que sucede en nosotros y en torno a nosotros.

A través de la Virgen María, nuestra Madre, Dios nos ama, y por ella puedo acercarme o alejarme de Dios. Por todo ello es que le pedimos a María: salud para los enfermos, consuelo para los tristes, perdón para los pecadores, libertad para los secuestrados, amor en los hogares, empleo para los desempleados, pan para los hambrientos, paz para Colombia y el mundo entero.

Mira Virgen María, que los desplazados se constituyen en un nuevo tipo de sociedad, una sociedad empujada a la miseria, al desarraigo, a la violencia. El cambio no se puede dar sin ti, concédenos la paz, don de Dios.

El papa Juan Pablo II, al inicio del nuevo milenio, redactó la carta pastoral Novo Milenio Ineuente, donde nos recuerda que nuestra comunidad y la familia deben ser una autentica escuela de oración. Ante los retos, las pruebas y las dificultades el hombre, la familia y la sociedad de hoy deben responder con oración, especialmente con el santo rosario, pues, como solemos decir a manera de refrán, familia que reza unida permanece unida y familia que reza el rosario no le falta lo necesario.

La oración se debe convertir en diálogo de amor con Dios, debe ser expresada por los labios, pero nacer de lo íntimo del corazón. San Luis María de Monfort, en el siglo XVIII, escribía: “María es el camino más corto, perfecto, fácil y seguro para llegar a Cristo, ya que ella fue el medio que utilizó Dios para llegar a nosotros; y Dios no se puede equivocar” . 

Tampoco se equivoca una persona cuando se pone en manos de María e imita a Dios, utilizando el mismo medio que Él utilizó para llegar a nosotros.

Los argumentos acerca de la gloriosa madre de Cristo, nuestro Dios y salvador, dador de la vida, los encontramos consignados en la Sagrada Escritura, donde podemos ver a la santa madre de Dios unida estrechamente a su Hijo divino y solidaria siempre de su destino.

La Santísima Virgen, asociada a la obra del divino redentor, obtuvo el pleno triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, alcanzó finalmente, como suprema coronación de todos sus privilegios, el ser preservada inmune de la corrupción del sepulcro, y a imitación de su Hijo, vencida la muerte, ser llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial, para resplandecer allí como Reina a la derecha de su Hijo, el Rey de los siglos.

Coloquémonos de pie y hagamos todos nuestra Consagración a la Santísima virgen. Digamos:

Oh señora mía,
Oh madre mía,
Yo me ofrezco enteramente a vos
y en prueba de mi filial afecto
te consagro en esta noche:
Mis ojos,
mis oídos,
mi lengua,
mi corazón,
en una palabra, todo mi ser,
y ya que soy todo vuestro,
oh, Madre de bondad,
guárdame y defiéndeme
como hijo tuyo y posesión vuestra.
Amén.

Conclusiones

No quiero terminar esta reflexión sin dirigir una palabrita a los miembros de la Sociedad Mariológica. Los invito a que tengan una especial devoción a la Santísima Virgen María, venerándola, honrándola, sirviéndola en todos los modos de oración. Pues ella es nuestra madre protectora. Tengamos en ella una especial esperanza y confianza, como nuestro mayor refugio después de Dios.

Acojámonos a nuestra Señora, que está llena de amor y comprensión para con nosotros. Pidámosle que nos enseñe a amar y bendecir al Señor, que nos invita siempre a confiar en Él, a abandonarnos en Él, a no llevar alforja, ni bolsa, ni sandalia; a esperar en Él, que proveerá todo lo que necesitamos y aún más; a que vayamos por el mundo llevando la paz de Cristo como estandarte, sin temor, porque Él nos promete que nada podrá hacernos daño si vamos en su nombre.

Tomado de la revista Regina Mundi nro 57.