martes, 8 de diciembre de 2020

Contemplar a la Inmaculada


 

San Pío X (1835-1914)

Papa 1903-1914

Encíclica «Ad diem illum laetissimum»  Librería Editrice Vaticana).

 


 

Y si la fe, como dice el Apóstol, no es otra cosa que la garantía de lo que se espera (Heb 11,1) cualquiera comprenderá fácilmente que con la Concepción Inmaculada de la Virgen se confirma la fe y al mismo tiempo se alienta nuestra esperanza. Y esto sobre todo porque la Virgen desconoció el pecado original, en virtud de que iba a ser Madre de Cristo. Fue Madre de Cristo para devolvernos la esperanza de los bienes eternos.

 

Omitiendo ahora el amor a Dios, ¿quién, con la contemplación de la Virgen Inmaculada, no se siente movido a observar fielmente el precepto que Jesús hizo suyo por antonomasia: que nos amemos unos a otros como él nos amó? “Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre la cabeza una corona de doce estrellas” (Apoc 12,1). Nadie ignora que aquella mujer simbolizaba a la Virgen María que, sin afectar a su integridad, dio a luz nuestra cabeza.

 

Sigue el Apóstol: “Y estando encinta, gritaba con los dolores del parto y las ansias de parir (Apoc 12,2). Así, Juan vio a la Santísima Madre de Dios gozando ya de la eterna bienaventuranza y sin embargo con las ansias de un misterioso parto. ¿De qué parto? Sin duda del nuestro, porque nosotros, detenidos todavía en el destierro, tenemos que ser aún engendrados a la perfecta caridad de Dios y la felicidad eterna. Los dolores de parto indican el ardor y amor con los que la Virgen, desde su trono celestial, vigila y procura con su asidua oración la plenitud del número de los elegidos.

 

Deseamos ardientemente que todos los fieles se esfuercen por lograr esta misma caridad, sobre todo aprovechando de estas solemnes celebraciones de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios.

 

 

jueves, 3 de diciembre de 2020

Sermón: ¡Oh Virgen, por tu bendición queda bendita toda criatura!




 

Anselmo de Canterbury

Sermón 52: PL 158, 955-956

 

El cielo, las estrellas, la tierra, los ríos, el día y la noche, y todo cuanto está sometido al poder o utilidad de los hombres, se felicitan de la gloria perdida, pues una nueva gracia inefable, resucitada en cierto modo por ti ¡oh Señora!, les ha sido concedida. Todas las cosas se encontraban como muertas, al haber perdido su innata dignidad de servir al dominio y al uso de aquellos que alaban a Dios, para lo que habían sido creadas; se encontraban aplastadas por la opresión y como descoloridas por el abuso que de ellas hacían los servidores de los ídolos para los que no habían sido creadas. Pero ahora, como resucitadas, felicitan a María, al verse regidas por el dominio y honradas por el uso de los que alaban al Señor.

 

Ante la nueva e inestimable gracia, las cosas todas saltaron de gozo, al sentir que, en adelante, no sólo estaban regidas por la presencia rectora e invisible de Dios su creador, sino que también, usando de ellas visiblemente, las santificaba. Tan grandes bienes eran obra del bendito fruto del seno bendito de la bendita María.

 

Por la plenitud de tu gracia, lo que estaba cautivo en el infierno se alegra por su liberación, y lo que estaba por encima del mundo se regocija por su restauración. En efecto, por el poder del Hijo glorioso de tu gloriosa virginidad, los justos que perecieron antes de la muerte vivificadora de Cristo se alegran de que haya sido destruida su cautividad, y los ángeles se felicitan al ver restaurada su ciudad medio derruida.

 

¡Oh mujer llena de gracia, sobreabundante de gracia, cuya plenitud desborda a la creación entera y la hace reverdecer! ¡Oh Virgen bendita, bendita por encima de todo por tu bendición queda bendita toda criatura, no sólo la creación por el Creador, sino también el Creador por la criatura!

 

Dios entregó a María su propio Hijo, el único igual a él, a quien engendra de su corazón como amándose a sí mismo. Valiéndose de María, se hizo Dios un Hijo, no distinto, sino el mismo, para que realmente fuese uno y el mismo el Hijo de Dios y de María. Todo lo que nace es criatura de Dios, y Dios nace de María. Dios creó todas las cosas, y María engendró a Dios. Dios, que hizo todas las cosas, se hizo a sí mismo mediante María; y, de este modo, volvió a hacer todo lo que había hecho. El que pudo hacer todas las cosas de la nada no quiso rehacer sin María lo que había sido manchado.

 

Dios es, pues, el padre de las cosas creadas; y María es la madre de las cosas recreadas. Dios es el padre a quien se debe la constitución del mundo; y María es la madre a quien se debe su restauración. Pues Dios engendró a aquel por quien todo fue hecho; y María dio a luz a aquel por quien todo fue salvado. Dios engendró a aquel sin el cual nada existe; y María dio a luz a aquel sin el cual nada subsiste.

 

¡Verdaderamente el Señor está contigo, puesto que ha hecho que toda criatura te debiera tanto como a él!

 

jueves, 26 de noviembre de 2020

Sobre el tiempo de Adviento

 De las cartas pastorales de san Carlos Borromeo, obispo

(Acta Ecclesiae Mediolanensis, t. 2, Lyon 1683, 916-917)

Ha llegado, amadísimos hermanos, aquel tiempo tan importante y solemne, que, como dice el Espíritu Santo, es tiempo favorable, día de la salvación, de la paz y de la reconciliación; el tiempo que tan ardientemente desearon los patriarcas y profetas y que fue objeto de tantos suspiros y anhelos; el tiempo que Simeón vio lleno de alegría, que la Iglesia celebra solemnemente y que también nosotros debemos vivir en todo momento con fervor, alabando y dando gracias al Padre eterno por la misericordia que en este misterio nos ha manifestado. El Padre, por su inmenso amor hacia nosotros, pecadores, nos envió a su Hijo único, para librarnos de la tiranía y del poder del demonio, invitarnos al cielo e introducirnos en lo más profundo de los misterios de su reino, manifestarnos la verdad, enseñarnos la honestidad de costumbres, comunicarnos el germen de las virtudes, enriquecernos con los tesoros de su gracia y hacernos sus hijos adoptivos y herederos de la vida eterna.

La Iglesia celebra cada año el misterio de este amor tan grande hacia nosotros, exhortándonos a tenerlo siempre presente. A la vez nos enseña que la venida de Cristo no sólo aprovechó a los que vivían en el tiempo del Salvador, sino que su eficacia continúa, y aún hoy se nos comunica si queremos recibir, mediante la fe y los sacramentos, la gracia que él nos prometió, y si ordenamos nuestra conducta conforme a sus mandamientos.

La Iglesia desea vivamente hacernos comprender que así como Cristo vino una vez al mundo en la carne, de la misma manera está dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias, si nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo.

Por eso, durante este tiempo, la Iglesia, como madre amantísima y celosísimo de nuestra salvación, nos enseña, a través de himnos, cánticos y otras palabras del Espíritu Santo y de diversos ritos, a recibir convenientemente y con un corazón agradecido este beneficio tan grande, a enriquecernos con su fruto y a preparar nuestra alma para la venida de nuestro Señor Jesucristo con tanta solicitud como si hubiera él de venir nuevamente al mundo. No de otra manera nos lo enseñaron con sus palabras y ejemplos los patriarcas del antiguo Testamento para que en ello los imitáramos.


jueves, 19 de noviembre de 2020

La Virgen María, mujer de oración

 

Papa Francisco

Biblioteca del Palacio Apostólico

Miércoles, 18 de noviembre de 2020

 Catequesis 15. 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


En nuestro camino de catequesis sobre la oración, hoy encontramos a la Virgen María, como mujer orante. La Virgen rezaba. Cuando el mundo todavía la ignora, cuando es una sencilla joven prometida con un hombre de la casa de David, María reza. Podemos imaginar a la joven de Nazaret recogida en silencio, en continuo diálogo con Dios, que pronto le encomendaría su misión. Ella está ya llena de gracia e inmaculada desde la concepción, pero todavía no sabe nada de su sorprendente y extraordinaria vocación y del mar tempestuoso que tendrá que navegar. Algo es seguro: María pertenece al gran grupo de los humildes de corazón a quienes los historiadores oficiales no incluyen en sus libros, pero con quienes Dios ha preparado la venida de su Hijo.


María no dirige autónomamente su vida: espera que Dios tome las riendas de su camino y la guíe donde Él quiere. Es dócil, y con su disponibilidad predispone los grandes eventos que involucran a Dios en el mundo. El Catecismo nos recuerda su presencia constante y atenta en el designio amoroso del Padre y a lo largo de la vida de Jesús (cfr. CCE, 2617-2618).


María está en oración, cuando el arcángel Gabriel viene a traerle el anuncio a Nazaret. Su “he aquí”, pequeño e inmenso, que en ese momento hace saltar de alegría a toda la creación, ha estado precedido en la historia de la salvación de muchos otros “he aquí”, de muchas obediencias confiadas, de muchas disponibilidades a la voluntad de Dios. No hay mejor forma de rezar que ponerse como María en una actitud de apertura, de corazón abierto a Dios: “Señor, lo que Tú quieras, cuando Tú quieras y como Tú quieras”. Es decir, el corazón abierto a la voluntad de Dios. Y Dios siempre responde. ¡Cuántos creyentes viven así su oración! Los que son más humildes de corazón, rezan así: con la humildad esencial, digamos así; con humildad sencilla: “Señor, lo que Tú quieras, cuando Tú quieras y como Tú quieras”. Y estos rezan así, no enfadándose porque los días están llenos de problemas, sino yendo al encuentro de la realidad y sabiendo que en el amor humilde, en el amor ofrecido en cada situación, nos convertimos en instrumentos de la gracia de Dios. Señor, lo que Tú quieras, cuando Tú quieras y como Tú quieras. Una oración sencilla, pero es poner nuestra vida en manos del Señor: que sea Él quien nos guíe. Todos podemos rezar así, casi sin palabras.


La oración sabe calmar la inquietud: pero, nosotros somos inquietos, siempre queremos las cosas antes de pedirlas y las queremos en seguida. Esta inquietud nos hace daño, y la oración sabe calmar la inquietud, sabe transformarla en disponibilidad. Cuando estoy inquieto, rezo y la oración me abre el corazón y me vuelve disponible a la voluntad de Dios. La Virgen María, en esos pocos instantes de la Anunciación, ha sabido rechazar el miedo, aun presagiando que su “sí” le daría pruebas muy duras. Si en la oración comprendemos que cada día donado por Dios es una llamada, entonces agrandamos el corazón y acogemos todo. Se aprende a decir: “Lo que Tú quieras, Señor. Prométeme solo que estarás presente en cada paso de mi camino”. Esto es lo importante: pedir al Señor su presencia en cada paso de nuestro camino: que no nos deje solos, que no nos abandone en la tentación, que no nos abandone en los momentos difíciles. Ese final del Padre Nuestro es así: la gracia que Jesús mismo nos ha enseñado a pedir al Señor.


María acompaña en oración toda la vida de Jesús, hasta la muerte y la resurrección; y al final continúa, y acompaña los primeros pasos de la Iglesia naciente (cfr. Hch 1,14). María reza con los discípulos que han atravesado el escándalo de la cruz. Reza con Pedro, que ha cedido al miedo y ha llorado por el arrepentimiento. María está ahí, con los discípulos, en medio de los hombres y las mujeres que su Hijo ha llamado a formar su Comunidad. ¡María no hace el sacerdote entre ellos, no! Es la Madre de Jesús que reza con ellos, en comunidad, como una de la comunidad. Reza con ellos y reza por ellos. Y, nuevamente, su oración precede el futuro que está por cumplirse: por obra del Espíritu Santo se ha convertido en Madre de Dios, y por obra del Espíritu Santo, se convierte en Madre de la Iglesia. Rezando con la Iglesia naciente se convierte en Madre de la Iglesia, acompaña a los discípulos en los primeros pasos de la Iglesia en la oración, esperando al Espíritu Santo. En silencio, siempre en silencio. La oración de María es silenciosa. El Evangelio nos cuenta solamente una oración de María: en Caná, cuando pide a su Hijo, para esa pobre gente, que va a quedar mal en la fiesta. Pero, imaginemos: ¡hacer una fiesta de boda y terminarla con leche porque no había vino! ¡Eso es quedar mal! Y Ella, reza y pide al Hijo que resuelva ese problema. La presencia de María es por sí misma oración, y su presencia entre los discípulos en el Cenáculo, esperando el Espíritu Santo, está en oración. Así María da a luz a la Iglesia, es Madre de la Iglesia. El Catecismo explica: «En la fe de su humilde esclava, el don de Dios encuentra la acogida que esperaba desde el comienzo de los tiempos» (CCE, 2617).


En la Virgen María, la natural intuición femenina es exaltada por su singular unión con Dios en la oración. Por esto, leyendo el Evangelio, notamos que algunas veces parece que ella desaparece, para después volver a aflorar en los momentos cruciales: María está abierta a la voz de Dios que guía su corazón, que guía sus pasos allí donde hay necesidad de su presencia. Presencia silenciosa de madre y de discípula. María está presente porque es Madre, pero también está presente porque es la primera discípula, la que ha aprendido mejor las cosas de Jesús. María nunca dice: “Venid, yo resolveré las cosas”. Sino que dice: “Haced lo que Él os diga”, siempre señalando con el dedo a Jesús. Esta actitud es típica del discípulo, y ella es la primera discípula: reza como Madre y reza como discípula.


«María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19). Así el evangelista Lucas retrata a la Madre del Señor en el Evangelio de la infancia.  Todo lo que pasa a su alrededor termina teniendo un reflejo en lo más profundo de su corazón: los días llenos de alegría, como los momentos más oscuros, cuando también a ella le cuesta comprender por qué camino debe pasar la Redención. Todo termina en su corazón, para que pase la criba de la oración y sea transfigurado por ella. Ya sean los regalos de los Magos, o la huida en Egipto, hasta ese tremendo viernes de pasión: la Madre guarda todo y lo lleva a su diálogo con Dios. Algunos han comparado el corazón de María con una perla de esplendor incomparable, formada y suavizada por la paciente acogida de la voluntad de Dios a través de los misterios de Jesús meditados en la oración. ¡Qué bonito si nosotros también podemos parecernos un poco a nuestra Madre! Con el corazón abierto a la Palabra de Dios, con el corazón silencioso, con el corazón obediente, con el corazón que sabe recibir la Palabra de Dios y la deja crecer con una semilla del bien de la Iglesia.


Saludos:


Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Que a imitación de la Virgen María y por su intercesión, el Señor nos dé la gracia de comprender en la oración que cada día que Él nos concede es una ocasión para acoger la voluntad del Padre, para cumplirla con un corazón lleno del amor de Dios y bien dispuesto al servicio de los hermanos. Que el Señor los bendiga a todos.


jueves, 12 de noviembre de 2020

El romance de la santidad




Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

La historia de la plenitud de los tiempos la cambió María Santísima al responderle a Dios su estremecedor saludo. El Altísimo aguardaba galante una respuesta de amor para salvar al hombre y revindicar a sus ángeles. La criatura inmaculada permitió la concepción del Verbo.

El “fiat” de la Virgen extendió su humilde obediencia de mujer corredentora desde la anunciación hasta la cruz. La acción de la sierva fue adherida al primer testimonio de la resurrección.

La gloria del Redentor, levantado del sepulcro, es el perdón. Su voluntad es un idilio irrevocable entre el alma frágil y su Creador.  “…A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados…” (Juan 20, 23).

La senda feliz para llegar a esa absolución sacramental, ministerio sacerdotal y condición sine qua non, es María, la madre de Jesús. Ella está encargada de velar por la santa doctrina. Herencia genética de los méritos de su Hijo que le entregó el don de la maternidad eclesial.

La Iglesia, en su matrimonio con el Mesías, exige el traje nupcial de María. Es la prenda vital porque sin esa se repetirá la pregunta de la condenación: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?” (Mateo 22, 12).

La consagración total, oficio sagrado de la esperanza cristiana, requiere de comprender esa inmensidad constante de amar con el latido del Corazón de Jesús.

La respuesta para una santidad enamorada del bien, la verdad y la belleza sigue vigente en los labios de Nuestra Señora: Hágase en mí según tu palabra”. (Lucas 1, 38)”.

 


jueves, 5 de noviembre de 2020

El título de Madre de Dios

Papa Benedicto XVI, 2008


"El título de Madre de Dios, tan profundamente vinculado a las festividades navideñas, es, por consiguiente, el apelativo fundamental con que la comunidad de los creyentes honra, podríamos decir, desde siempre a la Virgen santísima. Expresa muy bien la misión de María en la historia de la salvación. Todos los demás títulos atribuidos a la Virgen se fundamentan en su vocación de Madre del Redentor, la criatura humana elegida por Dios para realizar el plan de la salvación, centrado en el gran misterio de la encarnación del Verbo divino.

Y todos sabemos que estos privilegios no fueron concedidos a María para alejarla de nosotros, sino, al contrario, para que estuviera más cerca. En efecto, al estar totalmente con Dios, esta Mujer se encuentra muy cerca de nosotros y nos ayuda como madre y como hermana. También el puesto único e irrepetible que María ocupa en la comunidad de los creyentes deriva de esta vocación suya fundamental a ser la Madre del Redentor. Precisamente en cuanto tal, María es también la Madre del Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia. Así pues, justamente, durante el concilio Vaticano II, el 21 de noviembre de 1964, Pablo VI atribuyó solemnemente a María el título de "Madre de la Iglesia".

Precisamente por ser Madre de la Iglesia, la Virgen es también Madre de cada uno de nosotros, que somos miembros del Cuerpo místico de Cristo. Desde la cruz Jesús encomendó a su Madre a cada uno de sus discípulos y, al mismo tiempo, encomendó a cada uno de sus discípulos al amor de su Madre. El evangelista san Juan concluye el breve y sugestivo relato con las palabras: "Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa" (Jn 19, 27). Así es la traducción española del texto griego: εiς tά íδια; la acogió en su propia realidad, en su propio ser. Así forma parte de su vida y las dos vidas se compenetran. Este aceptarla en la propia vida (εiς tά íδια) es el testamento del Señor. Por tanto, en el momento supremo del cumplimiento de la misión mesiánica, Jesús deja a cada uno de sus discípulos, como herencia preciosa, a su misma Madre, la Virgen María. 

jueves, 22 de octubre de 2020

Virgen asunta

 


Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

La corporeidad inmaculada de María fue el diseño de Dios para poseer su altar de Salvador dentro de la criatura amada, su madre.

El tabernáculo del Altísimo vive en el alma de su progenitora sostenido por la condición terrena de la carne. Así el soma entró a desempeñar una misión vital y definitiva en la redención del neuma.

La virginidad, símbolo de la entrega al Creador, integró la dupla milagrosa del asombro: la madre virgen que da a luz al Dios hombre.

El Todopoderoso tomó su naturaleza humana de las entrañas purísimas de María y se hizo consustancial a la mujer. Bastaría esa idea para santificar al mundo, especialmente al feminista herético.

La materia de la cual el Eterno hizo su volumen anatómico pasaría rigurosas pruebas de amor en el martirio, la crucifixión, la muerte y la resurrección. La sangre derramada en el calvario tuvo una herencia genética e indivisiblemente mariana. Esa cooperación, desde la anunciación hasta Pentecostés, fue asociada al misterio de la cruz para transformar a María Santísima en Corredentora (colaboradora) de la obra mesiánica. Gracia del Espíritu Santo.

El cuerpo de María, inmune al dolor del parto, sí padeció el horror de sus lágrimas silentes en un tormento brutal incendiado por la huida Egipto y traspasado en el holocausto del madero.

Ese trauma feroz, sometido en humilde oblación a la voluntad divina, la liberó de la corrupción del sepulcro, léase muerte física. Nada justifica el fallecimiento de María.

Ella fue asumida por el cielo, en cuerpo y alma, por gracia de los méritos de su Hijo, necesidad omnipotente del Redentor. “Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?” (1 Corintios, 15, 55).

 

 

 

jueves, 15 de octubre de 2020

El disparate y el salterio


 


Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana


“Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias”. (Col. 4,2)


El error se despertó hoy con su vocación para la equivocación un tanto acentuada. Esa conducta, tan mediocre, encontró un tiempo vital para que el yerro se incrementara. La causa de esa tozudez se llama octubre, el mes del santo rosario.

La burla, amante celestina del desatino, lanzó el discurso del sofista: “Esa retahíla mecánica de los rezanderos es el oficio de las abuelas solitarias. ¿Quién les entiende esa jeringonza de idolatras?

El desacierto volvió a la palestra para convertir su postura en una tesis dogmática. El pecado de la posmodernidad, la opinión elevada a la categoría de verdad, arrojó su premisa falsa apoyada en la libertad de conciencia: “El rosario no está en la biblia porque Dios es amor”.

La expresión: “Dios es amor”, misericordia que engendra santidad, se trasmuta en la frase del anarquismo pro aborto y adulterio, entre otras calamidades del libertinaje. La caridad se usa como bandera del relativismo para pecar sin reatos de conciencia.

Así el error pasa a ser parte integral de la cultura del dislate legalizada por una pifia constitucional. Contra ese desmadre moral queda el refugio en la escuela de María Santísima. Ella dictó la catedra del evangelio en su salterio porque allí el gazapo no tiene cabida. “El rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso que favorezcan en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor”, san Pablo VI.

Esa gracia, la de salir de la era de la errata, se logra al aferrarse a la camándula de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, Madre de Dios y Patrona de Colombia. 

jueves, 8 de octubre de 2020

María, madre del Hijo de Dios en el evangelio de san Lucas.

 

 

Diácono  Gonzalo Sandoval Romero.

 

 

1. MARÍA, MADRE DEL HIJO DE DIOS EN EL EVANGELIO DE SAN LUCAS.

 

El Evangelio de Lucas es el más rico en datos sobre la Virgen. La anunciación del misterio, la visita a Isabel, el Magnificat, el nacimiento de Cristo, la infancia de Jesús, la presentación con sus profecías, la vida oculta de Jesús con María y José, la presencia de María en la Pasión.

 

a) Anunciación del Misterio de la Encarnación a María. (Lc 1, 1-38)

Lucas relata la Anunciación hecha a María, este relato es un puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento en el que se revela que el Señor va a nacer ya, ha llegado la plenitud de los tiempos.

 

Ubicación del hecho: “Al sexto mes (de la gestación de Bautista por Isabel) fue enviado por Dios el Ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazareth, a una virgen desposada con un hombre llamado José de la casa de David; el nombre de la virgen era María”.

 

Es una determinación precisa del mensajero, el que lo envía, la destinataria y su condición de virgen desposada con José.

 

El Ángel saluda: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Un gran saludo que hace el Ángel a María seguido por un saludo muy celestial para la que fue escogida como Madre del Mesías que sustituye el nombre de María por la llena de gracia. La preferida y favorecida por el Señor que está con ella, María persona sencilla y humilde que se turba ante el saludo.

 

El mensaje del Ángel: “No temas. María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el Trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin”. Con estas palabras a María se le anuncia que va a concebir y dará a luz a un hijo en quien se cumplirán todas las promesas hechas sobre el Mesías. Se le invita a que acepte ser Madre del Mesías. No se le revela la maternidad divina sino la maternidad mesiánica. Esta maternidad mesiánica será conocida más tarde a plenitud cuando en ella, se cumplan todas las cosas anunciadas por Dios.

 

Objeción de María: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” María manifiesta lo que es designio de Dios, que es la concepción virginal de su hijo en el seno de la virgen; algunos mariólogos afirman que con esta expresión María pone en manos de Dios su propósito de virginidad. Lucas, pone en boca de María, lo que confiesa la Iglesia. Que Jesús fue concebido sin intervención de varón, por obra del Espíritu Santo. Estamos ante el Misterio de la Virgen Madre, una obra divina que muestra el Hijo de Dios Encarnado.

 

Explicación del Ángel: “El Espíritu Santo vendrá sobre Ti y el Poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será Santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, Isabel tu pariente ha concebido un hijo en su vejez y este ya es el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios”. Lo que le dice el Ángel a María es una evocación de la obra creadora y protectora de Dios Omnipotente, evocada por Yahvé en forma de nube sobre el Pueblo de Israel en el desierto (Ex 13, 22) para indicar que se trata de una obra salvífica por excelencia: El nacimiento del Hijo Altísimo, el “será llamado”, en términos bíblicos significa ser: “cuius nomen, et amen” (su nombre es su mensaje). Hace ver a María que es una obra del Poder de Dios y que está por encima de todos los propósitos humanos.

 

Consentimiento de María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. María tiene una respuesta de Fe y humildad, como la mejor Hija de Sión, acoge como sierva el mensaje y lo pone por obra. Terminada la visión y culminado el diálogo divino, desaparece el mensajero.

 

b) La Visitación (Lc 1, 39 - 56)

Este acontecimiento Cristológico - Mariano es relatado por Lucas al final del primer capítulo: Determina las circunstancias de tiempo y lugar, que fue en esos mismos días después de la Anunciación. María ya estaba encinta y viaja por “la región montañosa a una ciudad de Judá”, identificada con el actual paraje de Ain - Karin, a la casa de Zacarías. El saludo de María y la acogida de Isabel es otro puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento:

 

“Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamado con voz grave dijo: Bendita Tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a mí? Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.

 

¡Feliz la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1, 46-56).

 

La descripción del viaje de María, su encuentro con Isabel, las salutaciones y bendiciones, recuerdan varias de las bendiciones del Antiguo Testamento, pero sobre todo el viaje de la Alianza a Jerusalén (cf 2 Sam 6, 1 - 23). “El Arca y María suben a través de la guerra de Judá; en el primer caso se alegra el pueblo; en el segundo, Isabel. En el primero exulta David; en el segundo el Bautista. David exclama: “¿Cómo podrá venir a mí el Arca del Señor?” (2 Sm 6, 9), Isabel exclama: “¿A qué debo que la Madre de mi Señor venga a mí?” (Lc 1, 43). El Arca del Señor permaneció tres meses en casa de Obed - Edom (25 m 6, 11). María permaneció tres meses en casa de Isabel”.

 

En las bendiciones de Isabel debemos resaltar un punto que es más mariológico que todos: Su confesión de fe en la maternidad divina de María: LA MADRE DE MI SEÑOR. Y con él la alabanza a la fe de María, con lo que acoge lo que le ha dicho, dirá, ha hecho y seguirá haciendo el Señor en ella y con la que María se granjea las grandes bendiciones del Antiguo y Nuevo Testamento: “Feliz la que ha creído”.

 

 

EL MAGNIFICAT.

 

“Y dijo María: Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque ha puesto sus ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán Bienaventurada porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le teman. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel su siervo, acordándose de su misericordia, como lo había anunciado a nuestros padres a favor de Abraham y de su linaje por los siglos” (Lc 1, 46-56).

 

Lucas pone en boca de María al estilo de los grandes historiadores de la antigüedad el himno con el que María responde a las aclamaciones de Isabel, glorificando al Señor por las obras realizadas en sus entrañas para salud de su pueblo; el Magnificat recoge las actitudes de María. Aunque en su redacción hímnica - litúrgica, puede atribuirse con mucha probabilidad a la primera comunidad palestinense cristiana, que pudo perfectamente conocer de María misma sus sentimientos. El dato de la íntima relación entre lo que se conoce como realizado en ella y en Israel por el Señor, indica cómo desde el primer siglo la Iglesia considera a María como su figura y como parte integrante de la comunidad en forma excelente.

 

En cuanto a su composición, el himno está inspirado en los cantos litúrgicos del Antiguo Testamento, especialmente en el de Ana y en los Salmos. Siendo el Magnificat el canto de los humildes y pobres del Señor que exaltan el poder divino que se manifiesta particularmente defendiendo a los pobres contra la opresión de los poderosos.

 

La apreciación de pueblo sobre el cántico de María dice: “El Magnificat es espejo del alma de María. En este poema logra su culminación la espiritualidad de los pobres de Yahvé y el profetismo de la Nueva Alianza. Es el cántico que anuncia el nuevo Evangelio de Cristo, el preludio del Sermón de la Montaña. Allí María se nos manifiesta vacía de sí misma y poniendo toda su confianza en la misericordia del Padre. El Magnificat proclama que la salvación de Dios tiene que ver con la justicia hacia los pobres”.

 

c) El Nacimiento:

María da a luz a Jesús, en Belén, un Salvador, que es el Cristo Señor.

 

Tres son los grandes momentos de esta gran mariología del Nacimiento del Mesías: 1) El nacimiento en Belén, 2) La adoración de los pastores, 3) El nombre de Jesús.

 

1º El Nacimiento

“Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo gobernador de Siria Cirino. Iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad. Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazareth de David que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que mientras estaban allí, se cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre porque no tenía sitio en el alojamiento” (Lc 2, 1-7).

 

Aunque hay algunas imprecisiones históricas que pueden hacer coincidir el nacimiento de Jesús con el censo de Publio Sulpicio Cirino, hecho en Palestina el año 6 D.C. habiendo nacido Jesús según los mejores cálculos del 7 a 6 A.C., es probable que, al hacerse coincidir el nacimiento de Jesús con dicho “Primer Censo”, San Lucas está indicando la humilde sujeción de Jesús a la situación de su pueblo. Así las cosas, José viaja a Nazareth con María, ya en condiciones críticas del alumbramiento inminente.

 

Nace en Belén en esas circunstancias el hijo primogénito de ella, “su hijo” el hijo de María, es ella, personalmente quien toma los cuidados iniciales del niño recién nacido hasta reclinarlo en el pesebre. San Lucas hace énfasis en la expresión griega “tikto” hijo de la madre, para aludir a la concepción virginal; al llamarlo primogénito intenta subrayar la dignidad, los derechos y las obligaciones del primer hijo, sin que el término primogénito incluya otros hijos más, sino más bien una referencia a lo que anunciaba Pablo acerca de este Jesús, primogénito entre muchos hermanos (Rom 8, 29). Es, ni más ni menos, el comienzo visible de lo que creemos cuando decimos “y se hizo hombre”.

 

2º La adoración de los pastores.

Había en la misma comarca unos pastores que dormían al raso y vigilaban por turnos durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la Gloria del Señor los envolvió en su luz: y se llenaron de temor. El Ángel les dijo: “No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: Os ha nacido hoy, en la Ciudad de David, un Salvador que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” y de pronto se juntó con el ángel una multitud de ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace y sucedió que cuando los ángeles se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: Vayamos hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado. Y fueron a toda prisa y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto conforme a lo que les habían dicho (Lc 2, 8 - 20).

 

Los primeros momentos de Jesús recién nacido están descritos por Lucas con una serie de detalles del relato histórico - midrásico, llenos de encanto. El anuncio se les da no solamente con detalles de lugar sino con la calificación del recién nacido: “Os ha nacido un Salvador, que es el Cristo Señor.”

 

Vemos la sencillez de la revelación a los humildes, bien fuera en visión, o en la aparición, o en sueños porque los primeros en saber del nacimiento de Jesús, del Mesías son un grupo de gente humilde, sencilla e ignorante, siempre preferidos por Dios. La expresión Señor es propia de Dios a quien sólo se debe alabar.

 

María es aquí, al lado del recién nacido, quien comparte el protagonismo, Ésta, medita estas cosas en su corazón. Con esta referencia, San Lucas quiere manifestar delicadamente que María se preocupa por descubrir el significado profundo de cada uno de los acontecimientos y que fue ella quien le transmitió esos recuerdos, como los que siguen y en los que nuevamente el Evangelista repite su afirmación sobre la reflexión de María.

 

3º Circuncisión y nombre de Jesús.

“Cuando se cumplieron los ochos días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno” (Lc 2,21).

 

Lucas hace una descripción sobria de la esencia comparada con la que se hace del mismo acontecimiento de Juan el Bautista. El testimonio de Lucas que está dirigiéndose a quienes saben lo que significa Jesús para ellos.

 

d) María, participante de la misión dolorosa del hijo.

Lucas prosigue en su narración de los acontecimientos de la infancia de Cristo, y se refiere a las escenas de la presentación ritual del Niño Jesús en el Templo, ordenada por la ley, en la que encontramos tres momentos claves: 1º El rito de la presentación del hijo y purificación legal de la madre, 2º La profecía de Simeón, 3º La profecía de Ana.

 

e) La Presentación.

“Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor: todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones conforme a lo que dice en la Ley del Señor” (Lc 2, 22 24).

 

Estaba ordenado por la Ley (Ex 13, 2 - 16), que todo primogénito fuera consagrado al Señor, y fuera rescatado mediante cinco ciclos de plata. Con respecto a la Madre estaba ordenado que se hiciera la purificación a los cuarenta días de nacido el niño; si era niña a los ochenta (Lv 12, 1 - 8) Y debía presentar una ofrenda de dos tórtolas o dos pichones, como sacrificio y como holocausto por el pecado. Del niño leemos que fue presentado, para presentarlo al Señor pero no de la ofrenda de cinco ciclos, lo que hace presumir que Jesús queda formalmente consagrado a Yahvé, lo que también vemos insinuado en la respuesta que a los doce años, dio a María y a José, que lo buscaban.

 

María, por su parte, ofrece el holocausto y el sacrificio de su purificación, presentando “la ofrenda propia de los pobres” como comenta Vaticano II (L.G. 57). Estos acontecimientos revelan “la unión de la Madre con el Hijo”, es decir, la profunda solidaridad de María, Nueva Eva, con la obra de Cristo Redentor, Nuevo Adán.

 

f) La Profecía de Simeón.

“Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu Santo, vino al templo; y cuando los padres introdujeron al Niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía, le tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo: Ahora Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos la salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, y luz para iluminar a los gentiles y gloria para tu pueblo Israel”.

 

Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: “Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción. ¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma! a fin de que queden al descubierto las pretensiones de muchos corazones” (Lc 2, 25 - 35).

 

Este buen hombre que exalta el Evangelio de la infancia, aparece con cualidades muy propias de los Varones Santos Israelitas: era justo y piadoso, esperaba la redención de Israel y el Espíritu Santo (se repite tres veces en la perícopa) estaba en él, es decir, era Profeta. Aunque se trata de una revelación expresa de la Tercera Persona de la Trinidad, es una insinuación delicada de su modo de actuar en los carismas y mociones.

 

Después de entonar su himno a Dios, Simeón se dirige a María, pronosticando no sólo las contradicciones que ha de sufrir y provocar este Jesús, hijo suyo, sino también a la parte que a ella, en su calidad de Nueva Eva, va a tocar en estos padecimientos.

 

La profecía además de mariológica es también eclesial: La espada de dolor que anuncia atravesará el Corazón de María, además de ser parte que a ella corresponderá en los sufrimientos del hijo, particularmente en la hora de la cruz, tiene una significación que va más allá; así como en el Antiguo Testamento, la Hija de Sion tiene desgarrado el corazón por la espada de Yahvé que devasta el país pero ahorra al pequeño resto, así también María asumirá en su alma el dolor, por los hijos que se han hecho sordos a Jesús, rechazándolo y por la división y desgarramiento del pueblo a causa de Jesús.

 

 

 

g) La Profetisa Ana.

“Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén” (Lc 2, 36 - 38).

 

Aunque el relato de la profetisa Ana no tiene un contenido directamente mariológico, sin embargo la intervención de ella, así como la descripción de su larga vida ejemplar y su carácter profético, nos completa un cuadro en el que María Madre de Jesús tiene una presencia protagónica de primera línea y para completar el cuadro de los profetas enviados por Dios a fin de dar testimonio de la presencia del Mesías en medio de su pueblo. La salvación, de Jerusalén, que es para Lucas el centro predestinado de la obra de la salvación cifraba todas las esperanzas de Israel como lo atestigua en el primer capítulo de Hechos.

 

h) María y la vida oculta de Jesús (Lc 2, 39 - 52).

“Así se cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazareth. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba en Él. Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la Fiesta de Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el Niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su búsqueda y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas”. Cuando le vieron quedaron sorprendidos y su madre le dijo: “Hijo, ¿porqué nos has hecho así? Mira, tu Padre y yo, angustiados, te andábamos buscando”. Él les dijo: “Y ¿porqué me buscáis? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio.

 

Bajó con ellos y vino a Nazareth, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 39 - 52). La parte final del Evangelio de San Lucas sobre la Infancia de Jesús, que comprende: el crecimiento de Jesús, la pérdida en el templo y la vida oculta en Nazareth, desde el punto de vista de María, tiene una visión de síntesis proporcionada por San Lucas, tomada seguramente del conocimiento mismo de la Virgen.

 

Que el niño creciera y se fortaleciera llenándose de sabiduría, el testimonio de todo ese tiempo, sintetizado en esa pequeña frase, lo recibió muy probablemente San Lucas de la misma persona de María.

 

El episodio del Niño Jesús perdido y hallado en el Templo a la edad de 12 años es el único detalle que revela el Evangelista de todo lo acaecido en esos treinta años de vida oculta en Nazareth, fuera de las generalidades de la sujeción a José y María y el crecimiento en sabiduría, estatura y gracia y lo que de ello se reflejaba en la gente: simplemente era considerado como Hijo de José.

 

En el episodio de Jerusalén, Lucas nos muestra como la familia de Jesús, iba como los Israelitas normales y fervientes, cada año a la fiesta de Pascua en Jerusalén. Jesús a los doce años, que era la edad fijada por el Judaísmo, para hacer entrar a un niño en la observación plena de la Ley, la edad de madurez religiosa, fue llevado por sus padres. La pérdida del niño en la caravana puede ser un hecho normal y así lo entendieron José y María. Pero este incidente de la vida juvenil de Jesús está enmarcado en la celebración de la Pascua, encontrado a los tres días en el Templo, es decir, en la casa de su Padre, lo que nos pone a pensar en la última Pascua de Jesús y la presencia solidaria de María en ella.

 

La parte central del episodio está en la respuesta del Niño Jesús a María ante su reclamo en tono muy bíblico. En presencia de José y María que constituyen su familia terrena, Jesús pone en claro sus relaciones filiales con el Padre, que es quien lo ha engendrado desde la Eternidad.

 

Desde que Jesús ha comenzado a utilizar su inteligencia humana, ha tenido conciencia y experiencia de ser el “Hijo de Dios” en sentido estricto y ahora que ha entrado en la edad de su madurez religiosa, es una obligación divina para Él estar en el Templo, en la Casa de su Padre, ocupándose “de las cosas de su Padre”, es decir de la Ley y los profetas, que son el mensaje de su Padre al pueblo.

 

Jesús se mueve en un nivel superior a los detalles de su familia humana y la respuesta de Jesús a María delante de José y los Doctores de la Ley, constituye una invitación “para que vayan penetrando más y más en el misterio de su filiación divina, en el secreto Plan que Dios Padre tenía sobre él, ellos no lo entendían en su nivel, pero María en su Fe, que la alimenta guardando todas esas cosas en su corazón”.

 

María, en su reflexión contemplativa, guiada por el Espíritu Santo, iba penetrando más y más en el misterio de su Hijo y era testigo excepcional de ese crecimiento, manifestación de lo divino y lo humano de Él, que progresaba en sabiduría, estatura y gracia ante Dios y ante los hombres.

 

 

BIBLIOGRAFÍA.

 

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Suárez B. Pío. Mariología desde América Latina. Centro Mariano Monfortiano. Bogotá, Colombia. 1998.

 

De Fiores Stefano. Diccionario de Espiritualidad Monfortiana. Centro Mariano Monfortiano. Bogotá, Colombia. 1998.

 

Grignion de Montfort Luis María. TRATADO DE LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA. Centro Mariano Monfortiano. Edición Especial de los 50 años de Canonización del Autor. Bogotá, Colombia. 1997.

 

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Vallejo Gustavo T. La Virgen del Tercer Milenio. Editorial Nomos. Bogotá, Colombia. 1999.

 

Marín Hilario. Doctrina Pontificia, Documentos Marianos. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, España. 1956.

 

García Paredes José. Mariología. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, España. 1995.

 

Asociación de Editores de Catecismo. Catecismo de la Iglesia Católica. Conferencia Episcopal Colombiana. Bogotá, Colombia. 1993.

 

Concilio Vaticano II. Documentos Completos. Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium. Editorial San Pablo. Bogotá, Colombia. Octava Edición. Sin fecha.

 

Pablo VI. Exhortación Apostólica Sobre el Culto a María. Ediciones Paulinas. Bogotá, Colombia. Sexta Edición. 2000.

 

Juan Pablo II. Madre del Redentor. Ediciones Paulinas. Bogotá, Colombia. Cuarta Edición. 1988.

 

Juan Pablo II. Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae. Ediciones Paulinas. Bogotá, Colombia. 2002.

jueves, 1 de octubre de 2020

La advocación del agasajo perdido



Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

Las festividades en honor de la Patrona de Bogotá, Nuestra Señora de la Peña, tuvieron su esplendor y su olvido con las carnestolendas, desde el domingo de quincuagésima hasta el martes de carnaval.

Paradójicamente, la efeméride del 10 de agosto de 1685 quedó como parte del inventario folclórico de la capellanía. La conmemoración del hallazgo de la escultura de la Santísima Virgen María, su Hijo, su esposo José y la corte de ángeles por parte del platero don Bernardino de León dejó de ser parte de la ciudad capital y por ende del país.

La razón está en el mes de Octavio Augusto porque este tiene sus días especiales repletos de acontecimientos y preparativos oficiales. Eso terminó por colocar un telón sobre el festejo patronal.

Las fechas, impuestas por las circunstancias de su fama, coparon las páginas de los periódicos. La fundación de Bogotá (6 de agosto), la Batalla de Boyacá (7 de agosto), la Independencia del Ecuador (10 de agosto) y la Asunción de Nuestra Señora, la apoteosis de María, (15 de agosto).

Además, el santuario celebró con sus fieles otras fiestas del calendario litúrgico que tenían una relevancia especial para la historia de la advocación. Ellas son: san José (19 de marzo), la Anunciación (25 de marzo), san Miguel Arcángel, guardián de la ermita, (29 de septiembre), la Inmaculada Concepción, (8 de diciembre) y la Sagrada Familia, (30 de diciembre). El punto final lo colocó un presidente de Colombia, con apellido de hagiografía. Él cumplía años con la bogotanísima Virgen de la Peña. Ella optó por ceder su día a las alegrías de una patria amnésica. 

 

jueves, 24 de septiembre de 2020

Novena del avemaría



 


Dios te salve, María, llena eres de gracia;

el Señor es contigo.

Bendita Tú eres

entre todas las mujeres,

y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

Santa María, Madre de Dios,

ruega por nosotros, pecadores,

ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

 

Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

 

 

“He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra”. (Lucas 1, 38).

 

Modo de rezar

 

En el nombre del padre… Acto de contricción. Oración para todos los días. El día correspondiente, meditación, petición, canción, (Preferiblemente temas del repertorio musical chiquinquireño). Oración final. (Salve, Madre del Salvador).

 

 

 

Acto de contrición

 

Jesús, mi Señor y Redentor, yo me arrepiento de todos los pecados que he cometido hasta hoy, y me pesa de todo corazón porque con ellos he ofendido a un Dios tan bueno. Propongo firmemente no volver a pecar y confío en que por tu infinita misericordia, me has de conceder el perdón de mis culpas, y me has de llevar a la vida eterna. Amén. 

 

 

Oración a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá (para todos los días).

 

¡Oh incomparable Señora del Rosario de Chiquinquirá!

Madre de Dios, Reina de los ángeles,

abogada de los pecadores,

refugio y consuelo de los afligidos y atribulados.

Virgen Santísima, llena de poder y de bondad,

lanzad sobre nosotros una mirada favorable

para que seamos socorridos por Vos

en todas las necesidades en que nos encontramos.

Acordaos, ¡Oh Clementísima Señora del Rosario!,

que nunca se oyó decir que alguien que haya recurrido a Vos,

invocado vuestro Santísimo nombre,

e implorado vuestra singular protección,

fuese por Vos abandonado.

Animados con esta confianza, a Vos recurrimos.

Os tomamos desde hoy y para siempre por Madre nuestra,

nuestra protectora, consuelo y guía,

esperanza y luz en la hora de la muerte.

 

Libradnos de todo aquello que pueda ofenderos

y a vuestro Santísimo Hijo, Jesús.

Preservadnos de todos los peligros del alma y del cuerpo;

dirigidnos en todos los negocios espirituales y temporales;

libradnos de la tentación del demonio,

para que andando por el camino de la virtud,

podamos un día veros y amaros en la eterna gloria,

por todos los siglos de los siglos. Amén.

 

Reflexión para el primer día: Dios te salve, María,

El Verbo preparó un diálogo de perpetuidad.

El saludo del ángel a María contiene la reserva exclusiva de la misericordia de Dios para sus criaturas. El Padre Eterno envió un mensajero para comunicar la gracia de la salvación a la joven de Nazaret.

La historia humana se encontró con la humildad de Creador en el trascurrir de su esperanza. El Omnipotente asumió la bondadosa razón del respeto para entablar una conversación de redención con la mujer escogida. Ella, su obra inmaculada, portará la luz del Evangelio, camino, verdad y vida.

“Canta, oh hija de Sion; da voces de júbilo, oh Israel; gózate y regocíjate de todo corazón, hija de Jerusalén”. (Sof. 3, 14).

Petición: Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, te rogamos que nos regales el don maravilloso de tu humildad.

Tres avemarías, padrenuestro y gloria.

Canción: Reina de Colombia.

Oración final.

 

Reflexión para el segundo día: llena eres de gracia

La Sierva del Señor recibió la plenitud del don.

El Cielo la llama kecharitomene porque es la virtud diseñada para servir a la santidad. El tabernáculo del Altísimo está listo y perfumado con aromas de una sagrada devoción.

Ella, la Virgen, rebosa de la gloria de Dios. Su alegría de mediadora alumbra el sentimiento de los profetas. Ella se prepara para recibir una semilla de fuego. El cristianismo arde en su esperanza.

“Te saludo, oh llena de gracia: esta es la gracia que ha dado la gloria a los cielos, Dios a la tierra, la fe a los gentiles, el fin a los vicios, orden a la vida, disciplina a las costumbres”. (Pedro Crisólogo).

Petición: Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, te rogamos que nos regales el don apostólico de amar a Jesucristo.

Tres avemarías, padrenuestro y gloria.

Canción: Vengo a visitarte.

Oración final.

Reflexión para el tercer día: El señor es contigo

La virtud del Espíritu Santo y la sombra del Altísimo se dan cita en el alma de María para que el Verbo se haga carne y su amor, pan de vida.

La naturaleza eterna de la divinidad late bajo el delicado pulso humano.

La redención de los pecadores vive para ser entregada, sin fin y sin tregua, por tu Hijo, Esposa de Dios.

“El Señor es contigo, oh toda santa, gloriosa y buena. El Señor es contigo, oh venerada, oh incomparable, oh súper gloriosa, todo esplendor, digna de Dios, digna de toda beatitud. Yo admiro tu humildad, oh eminentísima”. (Teodoro de Ancira).

Petición:  Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, te rogamos que nos regales el don salvífico de amar al prójimo.

Tres avemarías, padrenuestro y gloria.

Canción: Guabina Chiquinquireña.

Oración final.

 

 

 

 

Reflexión para el cuarto día: Bendita tú eres

La bendición de Dios, trino y uno, santifica a la intercesora de toda súplica. Ella será el templo cuyo sagrario acoge la ternura de la gloria celestial.

María Santísima enciende el fuego evangelizador en Juan, el Precursor, porque solo el Padre y Ella engendraron al Hijo. El primero en el principio y la Virgen en la anunciación.

“Verdaderamente bendita eres tú entre las mujeres pues has cambiado la maldición de Eva en bendición pues has hecho que Adán, que yacía herido por su pecado, por medio de ti sea bendecido”. (San Sofronio).

Petición: Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, te rogamos que nos regales el don de místico de la fe.

Tres avemarías, padrenuestro y gloria.

Canción:  Ave María de Chiquinquirá.

Oración final.

Reflexión para el quinto día: entre todas las mujeres

La Santísima Trinidad diseñó un modelo de beatitud para la Bienaventurada. La dinámica servicial de la criatura perfecta borrará la terrible herencia de Eva.

La mujer caída por la seducción de la desobediencia es restaurada por la perpetua obediencia de Santa María.

Nuestra Señora, Virgen y Madre del Dios humanado, limpia la imagen primera oculta por la suciedad del polvo, pecado de Adán.

“María representa verdaderamente todas las mujeres: por ello el nuevo anuncio cancela los dolores de parto de la mujer y proclama la gloria”. (Hesiquio de Jerusalén).

Petición: Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, te rogamos que nos regales el don de la esperanza en Cristo.

Tres avemarías, padrenuestro y gloria.

Canción: Guabina Chiquinquireña. Oración final.

Reflexión para el sexto día: y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

“La Virgen está encinta”, la profecía del Isaías encontró el cumplimiento de su plenitud en el amor del Padre y del Hijo cuya caridad permitió la encarnación de la Palabra.

El Emmanuel, el Dios con nosotros, es Jesús Eucaristía.

“Es bendito el fruto de tu vientre, siendo él sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos”. (San Bernardo de Claraval).

Petición: Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, te rogamos que nos regales el don inmaculado de la castidad.

Tres avemarías, padrenuestro y gloria.

Canción:  Ave María

Oración final.

Reflexión para el séptimo día: Santa María, Madre de Dios,

El dogma de la maternidad divina, así lo han definido los padres conciliares en Éfeso (431), florece como morada de la Sabiduría increada.

El Niño Dios vuelve sus ojos enternecidos por aquel cálido regazo que lo abriga en la rústica pesebrera donde reposa su fragilidad indefensa. El Mesías, aguardado por santos y profetas, contempló extasiado el gesto inocente de una plegaria maternal que con sus ecos angelicales le arrulló. El Eterno ha puesto su cuna en el corazón de María. Entrega total, dependencia infinita.

“Yo lo sé, tú tienes, en calidad de Madre del Altísimo, un poder igual a tu querer. Por eso mi confianza en ti no tiene límites”. (San Germán de Constantinopla)”.

Petición: Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, te rogamos que nos regales el don de una pobreza evangélica.

Tres avemarías, padrenuestro y gloria.

Canción:  La Salve.

Oración final.

 

Reflexión para el día octavo: ruega por nosotros, pecadores,

La súplica conserva la condición de la debilidad.

El constante ruego es el oficio de la Auxiliadora. María es el motivo generador de la invitación para renovar a las almas atrapadas entre las ligaduras del mundo.

María Purísima es la ruta segura hacia el sacramento del perdón. La reconciliación, la alegría del cielo.

“Arrodíllate para obtener mi reconciliación, Tú que eres la Madre de Dios”. (San Gregorio de Narek).

Petición: Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, te rogamos que nos regales el don de la santa obediencia.

Tres avemarías, padrenuestro y gloria.

Canción:  El magnificat.

Oración final.

Reflexión para el día noveno: ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

La perseverancia final, el anhelo de Dios.

La serena alegría de la Iglesia triunfante es la bendición escrita por Simeón con un espada de dolor. María, la Dolorosa, sintió su ser traspasado por la cruz vociferante.

Ella es la merced del último suspiro del Nazareno. “Hijo, he aquí a tu Madre”, dádiva del Redentor.

“Yo soy la resurrección y la vida. El que vive en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás”. (Juan 11,25).

Petición: Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, te rogamos nos regales el don misericordioso de acompañarte en la eternidad.

Tres avemarías, padrenuestro y gloria.

Canción:  El Cuchipe

Oración final.

 

Salve, Madre del Salvador

 

Salve, Santísima Madre del Salvador,

nuestro Dios,

por cuyo medio vino a vivir con nosotros

y nosotros con Él;

 

Él, que te hizo digna de ser celebrada y venerada

como verdadera y natural Madre de Dios,

en la tierra por cuantos te rinden honor,

y sobre todo en el cielo con los santos ángeles,

como augustísima Madre de Dios.

 

Salve, venerable e inmaculada madre de Dios.

Aquel que de lo alto de los cielos,

sin dejar el cielo

se encarnó en tu seno como en su patria terrena.

Él mismo. Cristo Dios,

te hizo digna de ir de esta patria terrena

a la patria celeste, que concedió,

por tu medio, a los santos que le esperaban.

 

Salve, María, espiritual paraíso espléndido,

que has cultivado por obra del Espíritu Santo

el fruto de la vida y de la inmortalidad:

el que fue engendrado por el Padre,

Cristo nuestro Dios.

 

Nosotros, partícipes de su vida por la verdadera fe,

hemos sido vivificados en Él.

 

En fundó por ti en el paraíso un tabernáculo

donde vives con tu cuerpo glorificado;

por tu mediación, también,

se nos ha abierto a nosotros la puerta.

Salve, o refugio esplendente y adornadísimo.

Tú has sido hecha madre de Dios.

 

El género humano,

náufrago en el mar de esta vida,

se ha salvado en ti;

por tu medio ha obtenido los dones de la vida

del que te adornó en el tiempo presente

y te glorificó por los siglos de los siglos.

(San Modesto de Jerusalén).

El Espíritu Santo descenderá sobre ti inmaculada para hacerte más pura y ofrecerte un poder fecundo”. (San Sofronio).

 

Trabajo realizado por petición del señor Marco Suárez

Parroquia Nuestra Señora del Rosario, La Renovación. Chiquinquirá, Boyacá

Zipaquirá, 22 de septiembre de 2020.