Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
La capital salinera de Colombia tiene la bendición de ser la cuna de una
maravilla. Su Catedral de Sal guarda en su corazón minero a Nuestra Señora del
Rosario de Chiquinquirá, que tomó posesión de sus entrañas el 20 de julio de
2019.
El oficio de la sacralización volvió a la urbe que asombra al orbe
turístico. El obispo de Zipaquirá, Héctor Cubillos Peña, entronizó por segunda
vez a la Rosa del Cielo. La gracia le correspondió a la Parroquia Nuestra
Señora de Chiquinquirá del barrio San Miguel. El calendario marcó el 30 de
diciembre de 2019.
La ceremonia contó con una delegación de frailes dominicos liderados por el
prior del santuario chiquinquireño, fray Carlos Mario Alzate Montes, O.P.
El desfile llegó por una polvorienta carretera veredal. La Patrona entró en
su casa sobre los hombros del grupo de la Asociación de Nazarenos. La
Prudentísima aguardó para tomar posesión del muro derecho del presbiterio.
El programa incluía una reseña mariana. El padre Alzate, con su tono de
buen conversador, dio un repaso sobre la vida de la tela desde la elaboración
hasta el centenario de su coronación. Se trataba de la obra primordial de arte
del Virreinato de la Nueva Granada.
El fraile hizo énfasis en la importancia de la advocación chiquinquireña
como el signo vital dentro de la memoria histórica, cultural, artística y
devocional de la Nación. Ella aparece sobre una media luna como símbolo de su
señorio sobrenatural. Él destacó que las romerías interminables son el
aglutinante de la nacionalidad. No en vano, explicó, existen 150 parroquias en
Colombia que llevan el nombre de Nuestra Señora de Chiquinquirá.
La conferencia dio un giro sobre los tiempos pasados y se ubicó en 1815,
cuando la comunidad dominica cedió parte del tesoro de la Emperatriz a la
fallida causa de la independencia de España.
Sobre las joyas donadas soltó una verdadera primicia, una perla
informativa. La noticia dejó boquiabiertos a los feligreses. Según el relator,
que estudió los documentos de entrega del tesoro, el valor de lo cedido a los
próceres de la avaricia fue el equivalente a 40.000 millones de pesos de
hoy…
El dato obligaría a reescribir la crónica del recuerdo tan barnizada por la
cuentería de antaño y hogaño. La cifra no se invirtió en la defensa de la
patria. “Los independientes” solo sabía de pendencias banderizas.
La ponencia, sobre las generosas intercesiones de la Inmaculada, cerró su
contenido con una frase de perseverancia: “que esta imagen les sirva para que
sigan amando a Nuestra Señora”.
La pausa fue aprovechada para ejercer el olvidado oficio de la reportería
gráfica como “una ocasión única y febril” al mejor estilo de José Acevedo
Gómez, el funcionario que gestionó la donación de las alhajas de María de
Chiquinquirá. Esta vez las preseas no se perderán entre los remolinos
literarios de la amnesia porque “de pie a tu derecha está la reina, enjoyada
con oro de Ofir, dice la escritura.
El siguiente punto de la sencilla programación fue la llegada del señor
obispo acompañado por el párroco Jhon Nova Pamplona y el vicario episcopal
Guillermo Olmos, entre otros eclesiásticos.
La solemne procesión alegró los rostros de los cargueros que impertérritos
aguardaban el momento culminante para relajar los bíceps. Permanecían firmes,
junto a una escalinata metálica de color negro, a la espera de subir el cuadro.
Monseñor Cubillos lo incensó a las 10:54 a.m., y un minuto después recitó la
oración de entronización.
El ascenso de la pintura hacia el lugar escogido en la pared se logró bajo
la coordinación estoica de los fieles guardias nazarenos. Ellos con sus
vestimentas moradas y sus guantes blancos hicieron portentos de equilibrio para
cumplir la misión.
La parte final del episodio empezó con la santa misa en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La eucaristía se desarrolló bajo el ritmo
litúrgico propio del acontecimiento, pero durante la homilía sonó una
campanilla. Un orate interrumpió bruscamente el sermón. Vestía con prendas estrafalarias y un casco
amarillo de minero al cual amarró dos linternas de pilas. El demente agitaba
enardecido su musical instrumento mientras vociferaba a los cuatro vientos un
milagro de la Chinca. Según él, Ella le permitió a Egan Bernal ganar el Tour de
Francia.
No contento con su alboroto pronosticó tres prodigios a realizar por la
Bienaventurada antes del fin de año. “De Zipaquirá saldrá un nuevo profeta”,
anunció con voz ronca. No pudo continuar su perorata de vaticinios porque fue
retirado del templo por el padre Nova. Salió vociferando epítetos denigrantes
contra el sacerdote. El presbítero no tuvo más remedio que echarlo a la calle y
cerrar la reja de ingreso al recinto.
El prelado, con su paciencia de pastor, retomó la palabra. “…Este es un
regalo porque la octava de Navidad es como si el 25 de diciembre fuera un solo
día. Es la celebración espiritual de la fe. Alégrese el cielo, goce la tierra.
Jesús nació en Belén para ser nuestro Salvador.
Por eso en el pesebre está la Santísima Virgen María. Ella alimentó, cuidó,
acompañó y asistió al Hijo de Dios porque Ella le dijo al ángel: ‘he aquí la
esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’. La Virgen fue fiel a la
vocación de ser mamá. Cumplió con inmenso amor esa voluntad. La aceptó y
cumplió a la perfección la palabra de Dios. Al contemplar el cuadro, la
voluntad de la Virgen María es que nosotros seamos como su hijo Jesús...”
La santa comunión, bajo las dos especies, nutrió a una feligresía rural que
se retiró feliz porque el Niño Dios les trajo de regalo a la Bienamada y de
ñapa una indulgencia plenaria. El
privilegio de la entronización en el corazón de una comunidad humilde, quedó
escrito en el himno de la ciudad: “Alcemos un canto de amor y de fe, que diga
las glorias del hoy y el ayer, pues somos de un bello y amado vergel, solar de
cariño, de glorias también…”