miércoles, 25 de marzo de 2020

María anunció a Chiquinquirá




Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

El 26 de diciembre de 1586, el Espíritu Santo agregó al vocabulario del grupo lingüístico chibcha la palabra milagro después de renovar a una pintura desteñida con la bendición de su prodigio.

El significado del desconocido vocablo rompería tradiciones y edificaría discernimiento según el Evangelio de Cristo al revelar la existencia del Dios, Trino y Uno.

El misterio superior tuvo su apoyo en la figura materna de María Santísima. Ella, la Inmaculada, en su condición de esclava del Señor cuya omnipotencia es suplicante, repitió su fiat en un rincón del cacicazgo de Susa para encarnar en una comunidad aborigen la revelación de la verdad.

El lienzo encendido por la luz del Altísimo alumbró las almas de los raizales. La conversión de la teogonía a la fe católica fue la consecuencia del portento.

“Madre, mira que la Madre de Dios está en el suelo”, con esas palabras Miguel, un niño mestizo hijo de la india Isabel de Turga, abrió el capítulo de la gracia santificante para la tierra de los sacerdotes muiscas.

La contundencia de la restauración del tríptico pictórico creó la advocación para los humildes y los desposeídos. La Virgen del Rosario, acompañada por san Antonio y san Andrés apóstol, sembraría sobre el asombro perplejo de un clan amerindio la semilla de la indulgencia divina.

La dinámica de la evangelización modificó su cátedra con una fórmula radicalmente drástica en su expresión colectiva. El mensaje de salvación para los hombres del Nuevo Mundo salió de una desvencijada capilla doctrinera hacia las iglesias del Virreinato de la Nueva Granada.

El suceso increíble estremeció a las trochas de Boyacá.  El miércoles 2 de diciembre de 1587, los indígenas muiscas llevaron en procesión a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá mientras recitaban el credo de los apóstoles.

La evidencia intachable anduvo visible. El pueblo que estaba en tinieblas salió a evangelizar a sus patronos. Los indígenas cargueros devolvieron la imagen renovada en Chiquinquirá a una ciudad urbanizada a la española, Tunja.

Fueron ellos, los recién convertidos a la fe por el bautismo, quienes les predicaron los diez mandamientos a sus amos. El cumplimiento del decálogo liberó de la peste del pecado, especialmente a los encomenderos.
Los funcionarios de la Corona Española estaban manchados por la manía conquistadora de matar, robar, mentir y fornicar. Todo en nombre de un rey que los envió a cristianizar a los paganos de las Indias Orientales. La falacia avasallante de la dominación quedó en un entredicho cultural que requirió de arrepentimiento y compostura por parte de los colonizadores.

El alto clero, las autoridades civiles y el notablato tunjano hicieron penitencias, confesiones, rogativas y novenas porque la intercesión de María Santísima movió la misericordia de Dios. Los estragos de la viruela cesaron.

El misterio desencadenado en Chiquinquirá, cuya primera etapa fue la renovación de una imagen siguió creciendo. En su segunda parte asombró al orbe católico español del virreinato porque eran los despreciados indígenas los portadores indomables de la prueba irrefutable. 

María Santísima les anunció, desde los hombros lacerados de los jeques, su mandamiento: “Hagan lo que Él les diga (Juan 2, 5). El nuevo altar de la palabra lo edificó la oralidad muisca. Las voces chibchas pasaron de la idolatría a la catequesis.

El cambio rotundo en la conducta religiosa de los clanes locales generó una tercera etapa en la construcción de la identidad mestiza. La devoción mariana entró a formar parte de la historia y las pervivencias del hombre colombiano.

El relato chiquinquireño no se quedó en la estricta e inquisidora documentación del siglo XVI. Su comportamiento adquirió un modo de ser autóctono que se injertó en la nacionalidad de la patria para seguir otorgando la merced sublime del favor divino.

La Colombia de María, después de 434 años de recibir el influjo maternal de la Rosa del Cielo, puede diagramar una conducta antropológica repetida sin tregua en la conciencia colectiva de una etnia plural que construye un país.

La razón del sentimiento celestial no requiere para otorgar el don del favorecimiento el ser católico o creyente. A veces solo basta un grito desesperado cuyo eco es la angustia del agotamiento moral.

Según los testimonios recopilados por el periódico Veritas, entre otros documentos archivados en el neuma de la memoria ancestral, existe un modelo verificable de la expresión del amor del Padre.

El hecho sobrenatural se manifiesta de manera funcional en tres situaciones reales: la tribulación, la enfermedad y el peligro.

La trilogía soporta activa tres momentos específicos: la invocación, la espera y la mediación de María.

El peticionario, al obtener el favor, hace surgir una triada final: el agradecimiento, la romería y el testimonio por escrito.

Las dudas y preguntas del lector las resolverá gustosa Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá en su casa, la Villa de los Milagros.

martes, 17 de marzo de 2020

La Virgen de Chiquinquirá vence a la peste




Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

El presidente de Colombia, Iván Duque, pidió la protección de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá como remedio contra el coronavirus (covid-19). El ruego del mandatario generó cierto asombro mediático, polémica y hasta dudas en sus conciudadanos. Sin embargo, el ejecutivo tomó una decisión con base en un respaldo histórico irrefutable. Veamos, con urgencia manifiesta, el porqué.
La Rosa del Cielo, como la llamó María Ramos en 1586, ha salido 10 veces de su santuario boyacense y en cuatro de ellas con la misión exclusiva de combatir una epidemia mortal.
1). 1587. El 2 de diciembre.  Primera salida de Nuestra Señora de Chiquinquirá de su casa. Estuvo acompañada por los indígenas de la zona por el camino a Tunja. En esta ciudad y en las poblaciones vecinas cesó la contagiosa viruela. 

2). 1633. El 18 de agosto. Segunda salida. El padre Gabriel de Rivera Castellanos entregó el lienzo de la Virgen a los enviados especiales.  Fue llevada a Tunja y Santafe de Bogotá para combatir la denominada peste de “Santos Gil”.

3). 1841. El 9 de mayo. Cuarta salida. Nuestra Señora partió para Bogotá. Visitó los diferentes pueblos de la ruta. La enfermedad cesó en la capital de la República y sus alrededores.

4). 1841. El 4 de septiembre. Quinta salida. La Chinca fue transportada por los dominicos a la ciudad de Tunja para que intercediera por las víctimas de la viruela. El mal se acabó.

Sobre ese tema del poder de intercesión de la Omnipotencia Suplicante hay documentación suficiente en los archivos nacionales. En síntesis, la Colombia de María está es su derecho ancestral de volver sus camándulas hacia la Villa de los Milagros.

 “Pues sois de los pecadores el consuelo y la alegría; oh madre clemente y pía, escuchad nuestros clamores”.