Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
“Mas de
aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo,
sino sólo el Padre.” Mateo, 24 -36.
El
chirrido del cierre del portalón de los templos abrió el drenaje de la
especulación a un flagelo mortal, los agoreros.
Ellos,
los hijos de las tinieblas, tiene la vocación para el error. Equivocados interiormente
solo pueden propagar la desobediencia como un documento perverso de la verborrea
desequilibrada.
La
conciencia de su inconciencia hiede a mentira.
El
sofisma venenoso de la noticia esotérica, para vergüenza de los creyentes, se
inoculó entre miles de católicos. La feligresía olvidó la sana doctrina engendrada
por el vientre maternal de la santa Iglesia católica y se dedicó a predicar el
embuste como triunfo del embeleco.
Quedó sin
lectura el Evangelio, carta de navegación de una comunidad apostólica que nació
a orillas del mar de Galilea “…Cuidaos de los falsos profetas, que vienen a
vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces…” (Mateo
7-15).
La
negación a ese pasaje sentó su cátedra de sepultura. La confianza racional en
la misericordia divina ha sido condenada por el fatalismo.
Hoy por
las calles de cualquier urbe se pasea el covid-19, con su paso de moda: la
humildad. Sin embargo, la enseñanza de la peste ha sido traicionada porque
muchos encontraron la vacuna contra el sentido común. Ellos se inocularon el
remedio, sombrío y fatídico, del pesimista, la falacia.
El nuevo
tótem de la decadencia informativa, las falsas noticias, trasmite delirante las
profecías del adivino de mercado, el vidente marrullero, el pronosticador del
desastre, el profeta del absurdo, el augur prehispánico, la sibilina viperina,
en un bochinche de horda embrutecida por el vicio infame del libertinaje
mediático. Los supersticiosos manchan, con su saliva ponzoñosa, la virtud
teologal de la esperanza.
La
mayoría de ese conjunto de individuos, criminalmente triste, pertenece por el
sacramento del bautismo al Creador. Es increíble la insensatez galopante de
algunos.
Así, de
ese modo, los aquelarres de hechiceros se nutren de los bolsillos providentes
de los apóstatas de ocasión. Los hombres se juntan para atizar la hoguera donde
se quema la fe y la razón. Y para que el olvido del catecismo tenga la
profundidad repulsiva del horno abismal se refugian en los rincones
argumentales de la cizaña: “Mamita María, se me apareció y me dijo: el santo
padre no es el Papa”. Esa patraña, digna
de los elegidos del mal, tiene un punto crucial: “Dios tiene un plan para ti,
que no está en las sagradas escrituras”.
La
pregunta, atemporal, es: ¿desde cuándo la Santísima Virgen María tiene como
misión mesiánica reformar a la Iglesia de Cristo?
La
ignorancia de la ciencia teológica le permite al militante de la impiedad
vociferar al viento del caos el delirio peligroso de la arbitrariedad. La manía
de la opinión sin tregua ni formación académica convierte a cualquier vecino de
la novedad en un maestro de la anarquía masónica, el amuleto del maligno.
Mientras
la humanidad se libera de su abominable pasión por la cultura de la muerte,
queda un pequeño rebaño de fieles que diseñan una peregrinación de acción de
gracias al Santuario Mariano Nacional de Nuestra Señora del Rosario de
Chiquinquirá.