sábado, 25 de abril de 2020

Pandemia de videntes




Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

“Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre.” Mateo, 24 -36.

El chirrido del cierre del portalón de los templos abrió el drenaje de la especulación a un flagelo mortal, los agoreros.

Ellos, los hijos de las tinieblas, tiene la vocación para el error. Equivocados interiormente solo pueden propagar la desobediencia como un documento perverso de la verborrea desequilibrada.

La conciencia de su inconciencia hiede a mentira.

El sofisma venenoso de la noticia esotérica, para vergüenza de los creyentes, se inoculó entre miles de católicos. La feligresía olvidó la sana doctrina engendrada por el vientre maternal de la santa Iglesia católica y se dedicó a predicar el embuste como triunfo del embeleco.

Quedó sin lectura el Evangelio, carta de navegación de una comunidad apostólica que nació a orillas del mar de Galilea “…Cuidaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces…” (Mateo 7-15).

La negación a ese pasaje sentó su cátedra de sepultura. La confianza racional en la misericordia divina ha sido condenada por el fatalismo.

Hoy por las calles de cualquier urbe se pasea el covid-19, con su paso de moda: la humildad. Sin embargo, la enseñanza de la peste ha sido traicionada porque muchos encontraron la vacuna contra el sentido común. Ellos se inocularon el remedio, sombrío y fatídico, del pesimista, la falacia.

El nuevo tótem de la decadencia informativa, las falsas noticias, trasmite delirante las profecías del adivino de mercado, el vidente marrullero, el pronosticador del desastre, el profeta del absurdo, el augur prehispánico, la sibilina viperina, en un bochinche de horda embrutecida por el vicio infame del libertinaje mediático. Los supersticiosos manchan, con su saliva ponzoñosa, la virtud teologal de la esperanza.

La mayoría de ese conjunto de individuos, criminalmente triste, pertenece por el sacramento del bautismo al Creador. Es increíble la insensatez galopante de algunos.

Así, de ese modo, los aquelarres de hechiceros se nutren de los bolsillos providentes de los apóstatas de ocasión. Los hombres se juntan para atizar la hoguera donde se quema la fe y la razón. Y para que el olvido del catecismo tenga la profundidad repulsiva del horno abismal se refugian en los rincones argumentales de la cizaña: “Mamita María, se me apareció y me dijo: el santo padre no es el Papa”.  Esa patraña, digna de los elegidos del mal, tiene un punto crucial: “Dios tiene un plan para ti, que no está en las sagradas escrituras”.

La pregunta, atemporal, es: ¿desde cuándo la Santísima Virgen María tiene como misión mesiánica reformar a la Iglesia de Cristo?

La ignorancia de la ciencia teológica le permite al militante de la impiedad vociferar al viento del caos el delirio peligroso de la arbitrariedad. La manía de la opinión sin tregua ni formación académica convierte a cualquier vecino de la novedad en un maestro de la anarquía masónica, el amuleto del maligno.

Mientras la humanidad se libera de su abominable pasión por la cultura de la muerte, queda un pequeño rebaño de fieles que diseñan una peregrinación de acción de gracias al Santuario Mariano Nacional de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.