domingo, 31 de mayo de 2020

Redacción endémica

La Virgen de Chiquinquirá, patrimonio cultural 


 “Palabras vanas, ruido de campanas”

Por: Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariologica Colombiana

El presidente de la República de Colombia, Iván Duque, acudió a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá como intercesora contra la peste, razón apoyada en documentos históricos. El gesto del ejecutivo, acorde con el artículo 19 de la constitución nacional, generó un alboroto. Algunos editorialistas, con humor inteligente y un delicioso sarcasmo, aprovecharon la libertad de prensa y sus libertinajes para zaherir con la frase: “Virgen de Chiquinquirá”.

Al pasar el eco de la carcajada, el ludibrio se tornó tedioso. Cayó en el fastidio desganado del aburrimiento. La agudeza del chascarrillo original, el gracejo de doble sentido, religioso-estatal, se perdió entre la mofa decadente. Ahora, la muletilla: “Virgen de Chiquinquirá” se incluye en cualquier nota, esfuerzo vano de un fallido intento de irreverencia intelectual, tema común.

La manía de la reincidencia afirma que los columnistas de tesis políticas no son originales en sus conceptos. Solo reproducen una retahíla, mancha de la verborrea sobre la ignorancia. El apunte brillante se trasformó en una monótona cita sin compromiso con la cultura nacional.

El delicado sentido del respeto requiere educar los planteamientos, que forman la opinión del público, para que no se convierta en una cosa pública, elemento manoseado con las letras de la frivolidad.

Lo paradójico de este asunto, de racionamientos contra la fe, son las partidas de bautismo de aquellos creyentes en la ley de Dios, el humanismo y la universalidad axiológica de sus palabras. Ellos, los pensadores de la posmodernidad, cayeron en la usanza de la banalidad. Repiten, cual vistosas guacamayas, el alarido del escándalo.





jueves, 28 de mayo de 2020

Don Jorge, un devoto de la Patrona de Bogotá




Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

A quien Dios quiere hacer muy santo, lo hace devoto de la Virgen María” San Luis María de Montfort.

Nuestra Señora de la Peña vive en el olvido bogotano como si su real patronazgo no formara parte del acervo cultural de la ciudad. Sus partidarios son tan escasos que encontrar uno es un tesoro.
Don Jorge  y su Patrona. Foto archivo particular. 
La gracia del Espíritu Santo, que actúa en la conciencia de la esperanza, permitió esa alegría.  Alguien conoce el rincón colonial. Alguien, no residente en los barrios aledaños a Los Laches, investiga y predica las mercedes de la Virgen de la Peña.

Parecería algún caso de serendipia porque no es usual que, en estos tiempos de videntes y aspavientos apocalípticos, se encuentre una tarea investigativa que acerque a los fieles a la sana doctrina de la Iglesia, ciencia y catecismo.

En contraposición a los agoreros, don Jorge Castro Fresneda recibió como herencia familiar un legado histórico valiosísimo: una pieza de la identidad de sus mayores. La tradición de fidelidad al evangelio de Cristo le permitió indagar en la intercesión de María Santísima y vivir el catolicismo de la mano de la Madre de Jesús, escuela de santidad.

El señor Castro decidió compartir su labor con la Sociedad Mariológica Colombiana. Tarea que se coloca en conocimiento de los lectores como un ejemplo de compromiso con un patrimonio de la fe nacional: Nuestra Señora de la Peña.

Castro tuvo la gentileza de contestar unas preguntas sobre sus actividades marianas en torno del santuario. Con esta primera entrega se le da la bienvenida al servicio de la mariología de Bogotá, la urbe de la Inmaculada Concepción.  

¿Cuál es el origen de su devoción por Nuestra Señora de la Peña?

“El origen de mi devoción por Nuestra señora de la Peña comenzó por un infortunado accidente que sufrió mi madre, que en el año de 1962 rodó por unas escaleras desde un segundo piso en nuestra casa de Fusagasugá, quedando bastante lesionada en sus caderas y piernas. Después de visitar varios médicos, con un diagnóstico bastante devastador, al no poder volver a caminar. Sin embargo, no se dio por vencida y decidió pagar un viaje expreso desde Fusagasugá hasta Bogotá en donde visitó a Nuestra Señora de la Peña a quien fervientemente le pidió por su pronta recuperación y se hizo el milagro. Desde entonces cada primero de enero en acción de gracias visitamos el santuario en familia. 

Es decir, que desde que tengo cinco años de edad he visitado el santuario y venerado a Nuestra señora de la Peña. He sido testigo de sus milagros y eso me ha llevado a indagar más acerca de su aparición. Y mi promesa, durante todos estos años, es que todos la conozcan y visiten el santuario.

Mis padres siempre fueron devotos de Nuestra Señora de la Peña, tanto así que mi padre en vida anunció que su fallecimiento sería el mismo día de la ascensión de la Virgen al cielo y milagrosamente su deseo se cumplió al fallecer el 15 de agosto de 2000”.

¿Por qué decidió desarrollar una investigación sobre esa advocación?

“Decidí desarrollar la investigación a raíz de que al nombrar a Nuestra Señora de la Peña muchas personas, principalmente de la capital del país, desconocían su existencia y con el paso de los años, disminuía la cantidad de visitantes al santuario. A su vez el material con las imágenes que se podían adquirir en el santuario dejó de producirse por falta de recursos.  De ahí nació la idea de que con recursos propios reproducir la imagen con la oración al respaldo y regalarla en cada eucaristía, también a cada persona con quien he tenido la oportunidad de conversar acerca de Nuestra Señora de la Peña”.

¿Qué fuentes ha utilizado?

“Conservo en mi poder un folleto con la historia y novena de Nuestra Señora de la Peña de los años ochenta y también un libro pequeño que data del año 1895”.

¿Qué metodología ha implementado para desarrollar su investigación?

“Principalmente la indagación con base en la información obtenida del libro en mención. A su vez, he dialogado con casi todos los sacerdotes que han estado a cargo del santuario, evidenciando un fuerte desconocimiento por parte de ellos, situación que me ha motivado aún más en mi labor”.

¿Qué material, digno de estudio, conserva en su archivo?

“Los mencionados anteriormente: folleto con la historia y novena regalo de mi difunta madre y el libro: Historia metódica y compendiosa del origen, aparición y obras milagrosas de las imágenes de Jesús, María y José de la Peña que se veneran en su ermita extramuros de la ciudad de Santafé de Bogotá, Provincia de Cundinamarca en la Nueva Granada. Imprenta de C. B. Espinosa.  Autor: P. Juan Agustín Matallana. Edición de 1895”.

¿Ha recibido favores de Nuestra Señora de la Peña?

“En noviembre de 1978, aproveché mi devoción a la Santísima Virgen, bajo su advocación de Nuestra Señora de la Peña, y le pedí con fe una buena esposa y se me hizo el milagro.

Hace 30 años mi esposa sufrió un accidente de automóvil y le iban a amputar una pierna. Le pedimos con fe a Nuestra Señora de la Peña y en lugar de la amputación le pusieron un aparato para reconstruirle la pierna.

Años más tarde, y después de haber conformado una familia maravillosa con nuestras tres hermosas hijas, nuestro anhelo fue tener un varón en casa y así fue. Con mi esposa le pedimos con devoción y 10 años después de nuestra hija menor, nació nuestro hijo.

En hechos más recientes (año 2014) mi esposa fue diagnosticada con osteomielitis o cáncer de hueso en la pierna que sufrió a causa del aparatoso accidente, veinticinco años antes. Después de los exámenes, el diagnóstico fue desalentador, debían operar con el riesgo de amputación.

Nuevamente recurrimos con fe a Nuestra Señora de la Peña. El 2 de febrero de 2014 se realizó la cirugía en la Clínica Palermo. El ortopedista, Álvaro Triana, al abrir la pierna no encontró nada y según sus propias palabras había sido un milagro. Tuvo que suspender la cirugía porque no tenía nada que operar.

Otro acontecimiento reciente. Estando en la finca, en labores del campo, me cayó espermicida en los ojos y milagrosamente no quedé ciego. Tengo en esa propiedad un cuadro grande de Nuestra Señora de la Peña y fui a pedirle con fe”.

¿Cuántas veces ha visitado el santuario y qué actividad desarrolló?

“Todos los primeros de enero desde 1962. Si la fecha coincidía con el día domingo porque solo se celebra la eucaristía ese día. Alrededor de hace unos quince años comencé con la impresión de las estampitas de Nuestra Señora de la Peña que he venido regalando.

Cuando se trata de personalidades obsequio un cuadro, tal como lo hice en un evento en el Hotel Sheraton en Bogotá.  Le regalé un cuadro de Nuestra Señora de la Peña al expresidente Álvaro Uribe Vélez. Aún recuerdo como su equipo de seguridad le realizó la respectiva inspección antiexplosivos.

¿Cuántas veces ha visitado la Ermita Vieja?

“A la Ermita Vieja solo he ido cuatro veces. La primera en compañía de mi madre siendo tan solo un niño y las tres veces siguientes en peregrinación”.

¿Qué otra tarea realizó para propagar la devoción?

“Cómo ya lo he mencionado anteriormente la reproducción de la imagen de Nuestra Señora de la Peña con su oración al respaldo, cuadros y un video hecho por mi hijo Jensen Castro en colaboración con mi hija Yetsika Sahner.

También envié un email a la National Geographic para que visitara el santuario y le hicieran un reportaje a Nuestra Señora de la Peña, lamentablemente no recibí respuesta alguna. Finalmente creé la página de facebook.

¿Qué labor ejecuta actualmente en beneficio del santuario?

“El mantenimiento de la página de facebook ‘Nuestra Señora de la Peña’ y la reproducción de las estampitas”.

¿Cuál es su mayor logro investigativo con relación a la Virgen de la Peña?

“Logré saber que la aparición de las imágenes talladas en la roca, no solo se trataba de Nuestra Señora, el Niño Jesús, san José y el arcángel san Miguel, sino que también la acompañaban, el arcángel, san Gabriel y san Rafael, entre otros ángeles y querubines. Los cuales fueron destruidos a causa de fuertes terremotos.

¿Pertenece o perteneció al grupo parroquial del Santuario de la Peña?

“No”.

Gracias, don Jorge. La academia de estudios marianos puede contar con sus crónicas dedicadas a un tema vital, el conjunto escultórico de la Virgen de la Peña. Ella es parte integral de una herencia divina tallada en piedra.

jueves, 21 de mayo de 2020

La corredención, ¿el dogma prohibido?




Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

He aquí la esclava del Señor”. (Lucas 1, 38).

La naturaleza divina de Dios, trino y uno, es infinita, insondable e inalcanzable para la mujer inmaculada creada por Él para ser su madre.

Ningún título dado por la Iglesia, bajo la tutela del Espíritu Santo, a la Santísima Virgen María podría menoscabar la dignidad del Altísimo.

Las razones sustentan la jerarquía mesiánica de Cristo dentro de su plan de salvación para la humanidad.  El tener en cuenta lo anterior permitirá comprender el vocablo “corredentora” de forma didáctica. La opción prudente es encajar los argumentos que redactan la historia de un concepto. La trilogía de la demostración estará expuesta sobre tres sólidos pilares: la etimología, el magisterio de la Iglesia y el ecumenismo.

Dominis tecum

La Santísima Virgen María en un acto total de su libre albedrio renunció a su voluntad. Ella, antes de encarnar al Verbo, se sometió amorosa a los mandamientos del Señor como la más humilde de sus siervas. Su consentimiento eterno es: “Hágase en mí según tu palabra”. (Lucas, 1,38). Bastaría la imitación de este primer mandamiento de Nuestra Señora en un alma cristiana para alcanzar la santidad…

Ese párrafo de simple estructura catequética debería consolar ese asombro, inquisidor y escandaloso, en los rostros de algunos católicos cuando se pronuncia la palabra “corredentora”.

El vocablo “corredención” no tiene mancha de herejía, error persistente en materia de fe, en su estructura etimológica.  Al desentrañar su semántica queda absuelto de esa condena

El prefijo “co” se deriva de un término en latín “cum que significa “con” y nunca igual. En otros contextos lingüísticos su expresión tiene un sentido de estricta subordinación, ejemplo: “co-deudor”.

San Pablo, el apóstol de los gentiles, usó un término que explica el sentido del “co” “…ya que somos “colaboradores” de Dios y vosotros, campo de Dios, edificación de Dios”. (I Corintios, 3,9).

Y sin mérito alguno esos y los bautizados de hogaño fueron nombrados herederos de Dios y “coherederos” de Cristo (Romanos 8,17).

Los cristianos de aquel entonces, los ayudantes de Jesucristo, ¿fueron homologados a la esencia de la sustancia divina?  La respuesta, un NO, vendrá nítida a la conciencia del lector cuya voluntad se ejercita en la búsqueda de la verdad y no en la satisfacción intelectual de su opinión.
La primera explicación del tema ha sido expuesta.

Magisterium Ecclesiae

La crónica de los primeros tiempos (siglo II) recoge las tesis de san Irineo, discípulo de Policarpo, que destacó el aporte contributivo de María Santísima a la obra del Salvador. María con su “Fiat” se convirtió “en causa de salvación” para toda la humanidad (cf. Adv. Haer., III, 22, 4; SC 211, 441).  Esa doctrina, herencia del Evangelio, evolucionó hacia tesis más amplias. En el siglo X, el monje bizantino, Juan el Geómetra, en su obra
Vida de maría, explicó:

 “Aquí María está unida a Cristo en toda la obra redentora, participando, de acuerdo con el plan divino, en la cruz y sufriendo por nuestra salvación. Permaneció unida a su Hijo ‘en toda acción, actitud y voluntad’ (Vida de María, Bol. 196 f. 122 v.). La asociación de María a la obra salvífica de Jesús se realiza mediante su amor de Madre, un amor animado por la gracia, que le confiere una fuerza superior: la más libre de pasión se muestra la más compasiva (cf. ib. Bol. 196, f. 123 v.). Material citado por su santidad Juan Pablo II, el 25 de octubre de 1995, en su audiencia general. “El rostro de la Madre del Redentor”.

El pontífice agregó otra pieza que ilustra la acción de colaboración en un ejercicio válido de esclavitud y corredención.

“En Occidente, san Bernardo, muerto el año 1153, dirigiéndose a María, comenta así la presentación de Jesús en el templo: ‘Ofrece tu Hijo, Virgen santísima, y presenta al Señor el fruto de tu seno. Para nuestra reconciliación con todos ofrece la hostia santa, agradable a Dios’ (Sermo 3 in Purif., 2: PL 183, 370). Un discípulo y amigo de san Bernardo, Arnaldo de Chartres, destaca en particular la ofrenda de María en el sacrificio del Calvario. Distingue en la cruz dos altares: uno en el corazón de María; otro en el cuerpo de Cristo. Cristo inmolaba su carne; María, su alma. María se inmola espiritualmente en profunda comunión con Cristo y suplica por la salvación del mundo: ‘Lo que la Madre pide, el Hijo lo aprueba y el Padre lo otorga’ (De septem verbis Domini in cruce, 3: PL 189, 1.694).

Desde esa época otros autores exponen la doctrina de la cooperación especial de María en el sacrificio redentor.

Al mismo tiempo, en el culto y en la piedad cristiana, se desarrolla la mirada contemplativa sobre la compasión de María, representada significativamente en las imágenes de la Piedad. La participación de María en el drama de la cruz hace profundamente humano ese acontecimiento y ayuda a los fieles a entrar en el misterio: la compasión de la Madre hace descubrir mejor la pasión del Hijo”.

Esas tesis de la Iglesia dejan perfectamente diagramados los significados que elaboran la compresión piadosa del término. La corredención mariana tiene su propio contexto y sustento como tarea de gracia otorgada por el Altísimo.

Hay bibliografía, amplia y profunda, de apoyo a la palabra incómoda y por ser tesoro de la Iglesia está disponible para los estudiosos, beneficio común. Aquí solo se entrega un resumen que sirve para limar las barreras de la tozudez, razón del poder opuesta a la razón de la verdad.

Todos, moros y cristianos, le reconocen a la Santísima Virgen María el don altísimo e insuperable de Madre de Dios, pero se perturban porque se llame a su función de mediadora con una especie de superlativo: “Co-redentora”.

La mediación es justamente la fuente donde la distribuidora de las gracias del Padre aplica su oficio de corredención.  La voz tiene su registro, su fe de bautismo, con tinta de documento pontificio. La palabra se cita por primera vez en el acta Apostolicae Sedis, durante el papado de san Pío X (1903-1914).

Una petición del superior general de los servitas, padre Giuseppe M. Lucchesi, solicitó la elevación del rango de la fiesta de los Siete Dolores de Nuestra Señora a una doble de segunda clase para toda la Iglesia.

“Al acceder a la petición, la Sagrada Congregación de los Ritos, expresó el deseo de que con ello se incremente el culto a la Madre Dolorosa, y se intensifique la piedad y agradecimiento de los fieles hacia la misericordiosa Corredentora de la raza humana”.

El 22 de enero de 1914, la misma congregación otorgó una indulgencia parcial de 100 días al que recitara una oración de reparación a Nuestra Señora.

“Oh Virgen bendita, Madre de Dios, desde Vuestro trono celestial donde reináis, dirigid Vuestra mirada misericordiosa sobre mí, miserable pecador, indigno servidor Vuestro. Aunque bien sé mi propia indignidad, deseo reparar por las ofensas cometidas contra Vos por lenguas impías y blasfemas, y desde lo más profundo de mi corazón, Os alabo y exalto como a la creatura más pura, más perfecta, más santa, de entre todas las obras de las manos de Dios. Bendigo Vuestro santo Nombre, Os alabo por el exaltado privilegio de ser verdaderamente la Madre de Dios, siempre Virgen, concebida sin mancha de pecado, Corredentora de la raza humana.

El triunfo del vocablo pasó directamente a los labios de un pontífice. El papa Pío XI (1922-1939) fue el primero en proclamar aquel adjetivo teológico como lenguaje de uso eclesial. Él, el 30 de noviembre de 1933, día del apóstol san Andrés (otro corredentor) expresó:

“…Por la naturaleza de su obra, el Redentor debía asociar a su Madre con su obra. Por esta razón, Nosotros la invocamos bajo el título de Corredentora. Ella nos dio al Salvador, lo acompañó en la obra de redención hasta la cruz, compartiendo con Él los sufrimientos, la agonía y la muerte, con los que Jesús dio cumplimiento cabal a la redención humana”.

El santo padre, Pío XI, volvería al tema de la corredención en varias ocasiones, pero se destacará una. El 28 de abril de 1935, en su mensaje radial para la clausura del Año Santo en Lourdes, Francia, pontificó:

“Madre, la más fiel y misericordiosa, Vos, que como Corredentora y socia de los dolores de Vuestro querido Hijo, lo asististeis cuando ofrecía el sacrificio de nuestra redención en el altar de la cruz... conservad en nosotros e incrementad día con día, os lo suplicamos, los frutos preciosos de nuestra redención y Vuestra compasión”.

Los tiempos de la Mariología pontificia evolucionaron en el seno del Concilio Vaticano II. Los padres conciliares avanzaron muchísimo en los planteamientos primordiales para la futura proclamación del dogma corredentor.

La constitución dogmática Lumen Gentium expuso, con su voz de lámpara encendida, varios argumentos doctrinales que soportan la función corredentora al explicar y promulgar:

56. María en la Anunciación

El Padre de las misericordias quiso que precediera a la encarnación la aceptación de parte de la madre predestinada, para que así como la mujer contribuyó a la muerte, así también contribuyera a la vida. Lo cual vale en forma eminente de la Madre de Jesús, que dio al mundo la Vida misma que renueva todas las cosas, y que fue enriquecida por Dios con dones correspondientes a tan gran oficio. Por eso no es extraño que entre los Santos Padres fuera común llamar a la Madre de Dios la toda santa e inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular, la Virgen Nazarena es saludada por el ángel por mandato de Dios como ‘llena de gracia’ (cf. Lc., 1, 28), y ella responde al enviado celestial: ‘He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’ (Lc., 1, 38). Así María, hija de Adán, aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de Jesús y abrazando la voluntad salvífica de Dios, con generoso corazón y sin el impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la Persona y a la obra de su Hijo, sirviendo bajo Él y con Él, por la gracia de Dios omnipotente, al misterio de la Redención. Con razón, pues, los Santos Padres consideran a María, no como un mero instrumento pasivo en las manos de Dios, sino como cooperadora a la salvación humana por la libre fe y obediencia. Porque ella, como dice San Ireneo, ‘obedeciendo fue causa de su salvación propia y de la de todo el género humano’. Por eso no pocos Padres antiguos en su predicación, gustosamente afirman con él: ‘El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María: lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe’; y comparándola con Eva, llaman a María ‘Madre de los vivientes’, y afirman con mucha frecuencia: ‘la muerte vino por Eva, por María la vida’.

57. La Bienaventurada Virgen y el Niño Jesús

La unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte; en primer término, cuando María se dirige presurosa a visitar a Isabel, es saludada por ella como bienaventurada a causa de su fe en la salvación prometida y el precursor saltó de gozo (cf. Lc., 1, 41-43) en el seno de su madre; y en la Natividad, cuando la Madre de Dios, llena de alegría muestra a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que lejos de disminuir consagró su integridad virginal . Y cuando, ofrecido el rescate de los pobres, lo presentó al Señor, oyó al mismo tiempo a Simeón que anunciaba que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la Madre, para que se manifestasen los pensamientos de muchos corazones (cf. Lc., 2, 34-35). Al Niño Jesús perdido y buscado con dolor, sus padres lo hallaron en el templo, ocupado en las cosas que pertenecían a su Padre, y no entendieron su respuesta. Pero su Madre conservaba en su corazón, meditándolas, todas estas cosas (cf. Lc., 2, 41-51).

58. La Bienaventurada Virgen en el ministerio público de Jesús

En la vida pública de Jesús, su Madre aparece significativamente: ya al principio durante las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia, consiguió por su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn., 2, 1-11). En el decurso de la predicación de su Hijo acogió las palabras con las que (cf. Lc., 2, 19 y 51), elevando el Reino de Dios sobre los motivos y vínculos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados a los que oían y observaban la palabra de Dios, como ella lo hacía fielmente (cf. Mc., 3, 35 par.; Lc., 11, 27-28). Así también la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cf. Jn., 19, 25), sufrió profundamente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima concebida por Ella misma, y finalmente, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús moribundo en la Cruz, con estas palabras: ‘!Mujer, he ahí a tu hijo!’ (cf. Jn., 19, 26-27).

Y si aún existen las oposiciones porfiadas, pues bien vale la pena examinar los planteamientos de los obispos. Ellos destacaron la unión indisoluble e indeformable entre la Madre y el Hijo en la obra de la redención.

61. Maternidad espiritual

La Bienaventurada Virgen, predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios junto con la Encarnación del Verbo divino por designio de la Divina Providencia, fue en la tierra la benéfica Madre del Divino Redentor y en forma singular la generosa colaboradora entre todas las criaturas y la humilde esclava del Señor.

Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras El moría en la Cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia.

62. Mediadora

Y esta maternidad de María perdura si cesar en la economía de la gracia, desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la Anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la Cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez asunta a los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la eterna salvación. Por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la Bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que nada quite ni agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador.

Porque ninguna criatura puede compararse jamás con el Verbo Encarnado, nuestro Redentor; pero así como del sacerdocio de Cristo participan de varias maneras, tanto los ministros como el pueblo fiel, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en formas distintas en las criaturas, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en sus criaturas una múltiple cooperación que participa de la fuente única.

La Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio subordinado, lo experimenta continuamente y lo recomienda al amor de los fieles, para que, apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador”.

El uso de los títulos para María Santísima: “Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora” que apoyan, en su significado y significante, la estructura lingüística de un sinónimo cuyo signo mesiánico es la corredención es válido. Pero si se sintetiza en “corredentora”, las vestiduras se rasgan con crujidos de escándalo… Algo falla en la iglesia humana del Redentor.

Y para ponerle remedio al defecto, un hijo del Concilio Vaticano II, su santidad Juan Pablo II, incorporó el asunto de la corredención a sus pronunciamientos. Se cita una de varias alocuciones.

Guayaquil, Ecuador. El 31 de enero de 1985, el papa volvió a destacar la tarea de la Corredentora. 

“María va delante de nosotros y nos acompaña. La silenciosa jornada que comienza con la Inmaculada Concepción y pasa por el "sí" de Nazaret, que la convierte en Madre de Dios, encuentra en el calvario un momento particularmente importante. Allí también, aceptando y cooperando con el sacrificio de su Hijo, María es el amanecer de la redención; . . . Crucificada espiritualmente con su Hijo crucificado (cf. Ga. 2:20), María contempló con amor estoico la muerte de su Dios, ‘consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado.’ (Lumen Gentium, 58)

De hecho, en el calvario, María se unió al sacrificio de su Hijo que llevó a la fundación de la Iglesia; compartió en lo más profundo de su corazón maternal la voluntad de Cristo ‘de reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos’ (Jn. 11:52). Habiendo sufrido por la Iglesia, María merecía convertirse en la Madre de todos los discípulos de su Hijo, la Madre que los uniría...

Los Evangelios no nos dicen si Cristo resucitado se le apareció a María. Sin embargo, como ella estaba de manera especial cerca de la cruz de su Hijo, también ella tuvo que haber tenido la privilegiada experiencia de su Resurrección. De hecho, el rol de María como Corredentora no terminó con la glorificación de su Hijo”.

María, mujer ecuménica

El Concilio Vaticano II finalizó y la Iglesia abrió sus puertas al ecumenismo, un movimiento que busca la unidad de los cristianos. Aquí cabe preguntar si María, la Señora que todos los pueblos veneran, ¿sería una talanquera para que exista un solo rebaño?

Ella ordenó: “Hagan lo que Él les diga” (Juan 2,5) lo cual cobija a una misión evangélica dada con urgencia por su Hijo, Jesús: “…para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado”, (Juan 17, 21).

La demostración de los pasos ecuménicos de la Madre de Dios está registrada en la Sagrada Escritura. Fue a casa de Isabel a predicar con su magnificat la grandeza del Señor. Lo presentó en el templo, mientras la espada de dolor le tatuaba el alma con el precio de la corredención, la profecía del Calvario.

Llevó a su Hijo a Egipto, tierra de idolatras. San José y su esposa, en santa obediencia al mandato del ángel, salieron en precipitada fuga para proteger al Dios humanado de una muerte prematura que Herodes había decretado. 

Sus dolores y el particular sufrimiento soportado en el exilio fueron una acción de cooperación corredentora, salvaron al Salvador.

Las primeras palabras del Niño fueron escuchadas por los descendientes de los faraones. La predicación infantil dio origen al apostolado en tierras lejanas.

María de las Angustias buscó a su Hijo perdido en Jerusalén. Me levantaré, pues, y recorreré la ciudad. Por las calles y las plazas buscaré al amor de mi alma”. (Cantar 3, 2).

María Dolorosa mantuvo la fe viva al pie de una cruz asesina y redentora, ante la deserción general. Ella sostuvo la certeza de la resurrección cuando la noche del viernes santo tiñó de oscuridad a cualquier esperanza de evangelización.

Mientras los apóstoles miraban la ascensión del Cristo resucitado, la madre congregó, en unidad doctrinal, a la naciente iglesia. La Palabra, trasmitida oralmente, encontró en su corazón inmaculado un lugar de resguardo y espera para ser liberada en el momento ordenado por la voluntad del Espíritu Santo. La Reina de los Mártires presidió el colegio apostólico en Pentecostés y después fue con Juan, su hijo adoptivo, a Éfeso.

En síntesis, la Madre de Dios, maestra del Evangelio, ejerce el don de la corredención por una necesidad de la misericordia del crucificado.

jueves, 14 de mayo de 2020

El dolor inmaculado, gracia de la Corredentora



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

“Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mateo, 16-24).

El trauma vital de María Santísima en el calvario escribió un episodio innovador sobre el martirio. Ella soportó el evangelio del sacrificio para guardar en su corazón la herencia del último mandamiento de su Hijo, la caridad.

La Virgen exploró la inmensidad sacrosanta de la tragedia. La tortura fue santificada por su obediencia de esclava. La agonía cruel de Jesús, mortificada en el madero, se ofrendó en el alma de la Rosa del Cielo para consagrar la dimensión profunda de la profecía de Simeón.

Ella, la Purísima, dio a luz al dolor inmaculado. El parto de su aflicción fue silente. Sin quejas justas, sin preguntas reivindicativas, sin réplicas retadoras, sin rencor vengativo, ni dudas lacerantes.

Misterio corredentor, beneficio mariano del indulto. Solo Ella, la Impoluta, podía albergar el holocausto de Cristo sin ser vencida por el drama terrible de una angustia macabra, la muerte de Dios.  

La merced redentora del Salvador crucificado se donó generosa al reconocer en su progenitora una plegaria viva que trasformó sus heridas desgarradas en un episodio de esperanza irreductible: la resurrección.

La Dolorosa transcribió la piedad esencial para el cumplimiento de la escritura cuyo versículo guardó en oración y repasó con un beso ensangrentado. “…se humilló y no abrió la boca.” (Isaías, 53-7).

jueves, 7 de mayo de 2020

Corredención, la oblación de María



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

Los devotos de María Santísima deben saber que solamente la recibirán como madre al pie del madero.

“Y cuando Jesús vio a su madre, y al discípulo a quien Él amaba que estaba allí cerca, dijo a su madre: ¡Mujer, he ahí tu hijo! Después dijo al discípulo: ¡He ahí tu madre! Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su propia casa”. (Juan 19, 26-27).  

El sí de María a la encarnación del Verbo diseñó el principio de la cruz. La grafía del “fiat” se cierra con ese signo. El privilegio de la maternidad divina tuvo su pedestal en el futuro suplicio.

La pieza fundamental de la misión mesiánica requería ser construida sobre la heroicidad del sacrificio. El primer gozo de la Hija de Sión allanó la senda hacia el calvario, tarea corredentora.

El aprendizaje, para colaborar con la misión salvadora de su Hijo, se iniciaría con la profecía de Simeón (Lucas 2, 22-35). El espantoso vaticinio atravesó su corazón impoluto con la espada de dolor, la lanza de Longinos. La escuela mariológica quedó solemnemente afirmada sobre una roca de servicio cuya finalidad es la doble penitencia: obediencia y paciencia.

El derrotero trazado por el Altísimo incendió el alma de su amada Hija a cuya protección maternal quedó el indefenso Niño nacido en una pesebrera de Belén: “He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! (Luc, 12-49).

El siguiente capítulo de la ordalía lo prologó la voz imperativa del ángel. Herodes, el autócrata, dictó sentencia criminal contra el divino infante. La congoja, la noche y el exilio se confabularon para señalarle a la Sagrada Familia una senda de privaciones. Los aguardaba una tierra politeísta donde el pueblo de Israel estuvo en cautiverio. La huida a Egipto impuso la llaga del desarraigo. (Mateo 2, 13-15).

La tribulación silente tuvo la merced del retorno. El fallecimiento del gobernante de Judea otorgó el indulto para los desterrados.

El tiempo de la expatriación sirvió para gestar un acontecimiento que prefiguraba el patíbulo del 14 de Nisán. El suceso fue injertado en los misterios del santo rosario: el Niño perdido y hallado en el templo. El desconsuelo, ante el extravío del Unigénito, quedó colmado por el júbilo del hallazgo. (Lucas 2, 41-50). Esa historia evangélica prefigura la defunción y la resurrección de Cristo. Momento propedéutico que dio un espacio de serena preparación para el triduo pascual. La próxima cita de María Corredentora, con el aula del padecimiento, sería en la calle de la amargura.

La cuarta estación del vía crucis convirtió a la Santísima Virgen en la peregrina de la tragedia.  Un texto de Jeremías, que dibujó al Mesías, se le puede aplicar con devota certeza a la única criatura capaz de soportar, albergar y testificar los tormentos de la pasión del Nazareno. “Oh vosotros todos, que pasáis por el camino: ved y juzgad si existe dolor igual al dolor que me atormenta”. (Lam 1, 12). 

La asignatura final quedó crucificada en el castigo destinado a los enemigos del Imperio Romano y del sanedrín judío. (Juan 19, 17-39). El Redentor había muerto para liberar al hombre de la mortal tara del pecado. La deuda contraída por Eva y su consorte, en contra de la humanidad, quedó saldada. Los cielos están abiertos para la vida eterna en la plenitud de sus gracias.

El tormento de Dios finalizó. El de María Santísima continuó.

El carísimo precio pagado por ofrendar a su Hijo en el altar de la salvación requería un trazo de la escritura mariana para ese reglón de la historia. Ella, María Dolorosa, recibió el cuerpo desgarrado de Jesús al ser bajado del lábaro. (Marcos 15, 42-46).

La amargura universal se desbordó de su regazo ante el cadáver descoyuntado La aflicción sublime la estremecía ante el rugido del homicidio por aniquilamiento.

Las sombras vespertinas le negaban el homenaje póstumo. La prisa clandestina de Nicodemo preguntaba dónde estaban los pescadores, sus apóstoles. Las vespertinas sombras desencadenadas vaticinaban, sobre el Gólgota, la derrota del naciente credo. Cristo fue colocado en el sepulcro. (Juan 19, 38-42).

¿La tarea de la Corredentora terminó en ese estado fúnebre? La respuesta la trae el médico evangelista:

“…y, después de descolgarle, le envolvió en una sábana y le puso en un sepulcro excavado en la roca en el que nadie había sido puesto todavía. Era el día de la Preparación, y apuntaba el sábado. Las mujeres que habían venido con él desde Galilea, fueron detrás y vieron el sepulcro y cómo era colocado su cuerpo, Y regresando, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron según el precepto. (Lucas 23, 53-56).

La Inmaculada reposó su tristeza mientras cambió de actividad. El trauma sin tregua aún necesitaba una orante transmutación. La bendita atribulada comenzó a tejer con los hilos del infortunio una esperanza de gloria inmortal. Cada lágrima regó la semilla de la Palabra.  Sus manos sostenían la promesa del salmista: “Pues tú no abandonarás mi alma en el Seol, ni permitirás a tu Santo ver corrupción. Me darás a conocer la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; en tu diestra, deleites para siempre”. (Salmo 16, 10-11).

Al amanecer del tercer día, la Reina de los Mártires, pletórica de dicha, envió a la Magdalena a visitar una tumba vacía.