jueves, 1 de noviembre de 2012

Las sublimes palabras de María


Por: José Manuel Tobar C.  pbro.
Miembro de Número de la Sociedad Mariológica Colombiana

La Santísima Virgen María es mujer de pocas palabras.
En Ella el silencio se interpreta ante todo como aceptabilidad y disponibilidad. Ella es la mujer de la fidelidad y de la humildad por excelencia.
En la Biblia un silencio impresionante envuelve su vida. En los evangelios, aparece incidentalmente, y desaparece enseguida. Después de los evangelios se esfuma como una estrella errante, encontramos sólo una alusión indirecta, mucho más personal; “nacido de mujer” (Gal 4,4). Aquí Pablo coloca a María detrás de un extraño anonimato. Pablo se gloría de haber conocido a Santiago, el hermano de Señor (Gal 1, 19), sin embargo, de María no hace alusión alguna.
María siempre está adornada con la figura del Hijo, Ella siempre dice relación a alguien. María fue aquella madre que se perdió silenciosamente en el  Hijo.
A ella la llamamos la Virgen. En primer lugar la virginidad es fisiológica y psicológicamente, silencio; el corazón de una virgen, es esencialmente, un corazón solitario. Su virginidad psicológica, significa total consentimiento, al pleno dominio de Dios, a la plena y exclusiva presencia del Señor.
Ella es ante todo la mujer de la escucha, que sabe acoger de manera admirable e incondicional los designios de Dios, en su vida, revelándolos de manera admirable a todos sus hijos.
Podemos afirmar: lo que Dios puede con su infinito poder, en María se realiza con su incesante súplica. Por eso Ella es la Omnipotencia Suplicante.
Encontramos no obstante en los evangelios, unas bellas palabras mencionadas por la Santísima Virgen, palabras que reflejan su disponibilidad plena y su entrega total  al designio amoroso – salvífico de su Hijo.
Palabras que la hacen el modelo perfecto del creyente por excelencia; y la llevan a meditar en su corazón, toda la grandeza que el Señor ha obrado en Ella, quién se va autoproclamado como ancilla. Domini – Esclava del Señor. 1.
Que estas siete palabras de María (que podríamos llamar “Sermón Mariano de la Siete Palabras”) acreciente en nosotros nuestro  filial amor a la Santísima Virgen María.
Estas siete palabras fueron referidas como siete actos de amor. Siete llamados que brotan de lo hondo de su corazón; del corazón de una madre solicita, atenta y suplicante, modelo de virtudes. El documento de Puebla la llamó con razón educadora en la fe y pedagoga del evangelio. (Puebla 290).
“En María convergen y se entrelazan dos modos de actuar divinos y, además, en Ella se encuentra la respuesta ejemplar a las intervenciones de Dios, en la historia de la salvación. Mateo la presenta como la Virgen Madre, según el esquema promesa- cumplimiento (Mt. 1,22), Lucas contempla en la Madre del Señor a la mujer del acontecimiento dialógico (Lc. 1,26-38).  Juan incluye a la Madre de Dios en las formulas de alianza y cumplimiento de las escrituras, que hacen de María, la Hija de Dios, participe de la hora de Jesús como mujer y madre (Jn. 2,1-12)” 1.

Primera palabra
“¿Cómo será esto pues no conozco varón?” Lc. 1,34
Esta palabra es llamada de amor separante, pues la naturaleza del verdadero amor es apartarse del lo que se opone al objeto amado. Como el amor de la Virgen a Dios es total, éste es el sentido del voto de virginidad; por eso se opone a una unión carnal con varón.
En hablar y escuchar a Dios debió ser experta María. Más, a pesar de su mente y corazón debieron recibir especial iluminación, pues fue concebida sin pecado y llena de gracia, no todo para Ella fue claridad. Ella también caminó en la fe, y confió en la palabra de Dios.
En esta palabra “Yo no conozco varón” los biblistas discuten el sentido preciso de esta expresión. Unos ven una decisión de virginidad perpetua hecha ante Dios; otros piensan que María sólo aludió a su estado virginal en el momento del anuncio angélico. Otros creen que esas palabras entrañan un deseo de virginidad hacia el futuro, como si las palabras del ángel le hubieran revelado a María la grandeza de su vocación.
Con esta pregunta, María pide una explicación, no propiamente para comprender los planes de Dios, sino para cumplirlos. Pregunta para saber qué tiene que hacer y cuál es su modo de comportarse.
Ella pregunta porque no ve el modo de conciliar dos realidades incompatibles, la de no “conocer varón” y la llamada a ser Madre.
Las palabras de María no afirman la resolución de permanecer Virgen sino su deseo íntimo, su inclinación a la virginidad.
Este deseo tan arraigado en lo hondo de su ser, era el efecto de haber sido ya transformada por la gracia.
He aquí la mejor preparación, la disposición más preciosa para cumplir la misión a la que Dios la destinaba: ser la madre del Mesías de modo virginal.
María vaciándose llega a la plenitud. La sola virginidad corporal sería una pobreza. Su virginidad espiritual consiste en la actitud de su alma que se siente pobre y sierva del Señor y se abre a los designios de Dios. Llena de asombro se abre a la acción de Dios, y aunque no capte todo el alcance del obrar divino, se hace consiente que de ese modo quede incorporada fundamentalmente al plan de la salvación.
1. de Fiores: María síntesis de valores. Historia cultural de la Mariología.   P. 533-534 Stefano.
La virginidad tan infravalorada en el judaísmo, fue elegida por María como una forma de pobreza (tapeinosis, Lc. 1,48); es una manifestación de que la salvación viene de Dios. María lejos de oponerse al proyecto divino, manifiesta la intención de aceptarlo totalmente. En realidad su propósito de virginidad la disponía a acoger la voluntad divina con todo su yo humano y femenino.
En su respuesta de fe estaban contenida una cooperación perfecta con la gracia de Dios que previene y socorre y una disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu Santo. (Redentoris Mater- 13).
Segunda palabra
“He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. (Lc. 1,38).
Esta segunda palabra es de amor transformante, y consiste en la unión más intima del amante con el amado.
El alma dócil sólo desea complacer a su amado. Por eso se llama esclava del Señor deseando cumplir su voluntad.
María se pone al servicio de Dios. No hace más que obedecer, dar testimonio de su adhesión. La respuesta humana se sitúa en la historia (idoú, “he aquí la esclava”) y no es una ontología abstracta. (eímí, “yo soy la esclava”) como más tarde Jesús ante su pasión ( Lc. 22,42) o Pablo ante su suerte. (Hech. 21, 14), María aguarda el cumplimiento de la voluntad de Dios, es decir, de una historia de Dios que no se limita a la letra de la escritura sino que se inscribe en la vida misma del pueblo.
Se ha entregado el mensaje, su destinatario lo ha recibido y aceptado; el ángel puede retirarse.
María revela ahora la conciencia de que en ella, mujer simple y común, Dios ha realizado la intervención grandiosa y definitiva de la historia salvífica, “esperada por todas las generaciones” (Lc. 1,49). María afirma la plena conciencia de su vocación y de su destino, y desde este momento en adelante su misión es la de acoger el don sublime de aquel Hijo: “Hágase en mí según tu palabra” (v. 38). 2.
 Toda la gloria de María se concentra en la palabra con que la llamamos “Madre de Dios”. María hija de Adán, aceptando la palabra divina, fue hecha madre de Jesús, y abrazando la voluntad salvífica de Dios, con generoso corazón y sin impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a si misma, cual esclava del señor, a la persona y la obra de su Hijo.  2.
Estas palabras manifiestan en María, que se declara esclava del Señor, una obediencia total a la voluntad de Dios. El optativo (“hágase”), que usa san Lucas, no sólo expresa aceptación, sino también acogida convencida del proyecto divino, hecho propio con el compromiso de todos sus recursos personales.
María acogiendo plenamente la voluntad divina, anticipa y hace suya la voluntad de Cristo, que según la Carta a los Hebreos, al entrar en el mundo dice: “Sacrificios y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo”. Entonces dije ¡He aquí que vengo oh Dios a hacer tu voluntad! (Hb. 10,5-7).
Esta hágase, esta fe, incluye la misión y el abandono sin reservas a la palabra de Dios pronunciada por el ángel.
Sin entender todo, ni preguntar demasiado, confiando desde su pobreza en el amor del Padre, dijo hágase al plan de Dios sobre Ella y a todo el designio de salvación sobre el mundo.
María es la contemplativa que escucha la palabra de Dios. Sólo a los pobres- a los pequeños se les revelan las cosas maravillosas, pues los pobres están libres de ambiciones y ataduras. Sólo ellos penetran con sencillez los misterios inescrutables del Reino de Dios (Mt. 13,11).
La Virgen sintió la pobreza como una gracia y por eso se abandonó en el regazo de ese Abbá que la amaba. Esa pobreza la hizo libre y disponible.
Su grandeza está en su hágase en acoger incondicionalmente los designios de Dios. En esta palabra es donde se transparenta mejor el modelo del creyente; es la apertura incondicional y la acogida absoluta a la voluntad de Dios. El Padre le entregó su palabra hecha debilidad humana (Jn. 1,14), que ella guardará celosamente en su corazón. El hágase es la disponibilidad absoluta que hizo posible la realización del proyecto divino. Es la máxima fidelidad ante el don mayor de la encarnación.
2. Concilio Vaticano ll. Constitución apostólica (L. G. 56)


Tercera palabra
“El saludo de María a Isabel” (Lc.1,40)
Esta palabra es de amor comunicante, pues la naturaleza del verdadero amor, es imprimirlo en los demás, como la naturaleza del fuego es inflamar todo lo que le rodea. Con su saludo Juan saltó de gozo, e Isabel se llenó de Espíritu Santo.
El saludo de María a Isabel, pone fin al ocultamiento que ha rodeado el embarazo de Isabel. Ahora se rebela a Isabel el estado de María, con lo cual puede devolver el saludo a María. Esta revelación llega a Isabel por medio de la acción que realiza el niño en su vientre. En el V15, Lucas nos había dicho que este niño se llenará del Espíritu Santo, ya desde el vientre de su Madre y así será profeta también. (V 17). Ahora Juan Bautista comienza a profetizar, saltando de gozo, gozo que saluda el advenimiento de la era mesiánica así, a Isabel se le revela no sólo que María está en cinta, sino también que el hijo de esta es el Mesías.
María es bendita (Eulogemenolo) entre  las  mujeres, porque es bendito (Eulogemenos) el fruto de su vientre y es dichosa (Makaria) porque ha creído, por su fe. Dos aspectos de la personalidad de María en los que se centra la alabanza: ser Madre del Kyrios y ser la gran creyente. 3. Son interesantes y están llenos de unción espiritual los comentarios de Orígenes acerca de la visitación de María a su prima santa Isabel.
“La voz del saludo de María, al llegar a los oídos de Isabel, penetró hasta el propio Juan por lo cual él dio saltos y la Madre, hablando como por boca del hijo y como profetiza, exclamó a grandes voces: bendita tú entre la mujeres y bendito el fruto de tu vientre. Todo esto sucedió a fin de que María hiciera a Juan (Aunque estuviera todavía en el seno materno) participe del poder que ella había recibido de aquel a quien había concebido; Juan a su vez, haría participe a su madre del don de profecía que él había recibido. Es muy significativo que tales dones se hallan otorgados en una región montañosa, porque nada que sea grande lo pueden alcanzar aquellas personas que por su insignificancia deben ser designadas como valles…”3
El evangelio de Lucas no cuenta cuales fueron las palabras que María dirigió a Isabel. Sólo dice que María saludó (Lc. 1,40). Podemos sin embargo, suponer cual sería el inicio de ese saludo, porque cuando los judíos se encuentran se acogen con un saludo de paz  Shalom.  
Ese fue el mismo saludo que Cristo resucitado dirigió a sus discípulos: “la paz con vosotros”.
La palabra Shalom, para los hebreos, resume todas las gracias y bendiciones que Dios derrama sobre la humanidad. Shalom es reconciliación con Dios, con los hombres y con la Naturaleza.
Esta tercera palabra de María es un evangelio de paz, un anhelo de bendición para todos.
Cuando María saluda a Isabel, en casa de ésta, se produce una efusión de paz. Isabel oyó el saludo, pero Juan recibió la gracia.
En esta escena evangélica, Isabel por su parte nos ha regalado el mejor panegírico de María.
Cuando Isabel siente la presencia de la Virgen y oye su saludo, la llama “Bienaventurada entre todas las mujeres”, iniciándose de ese modo el Rosario, que todas las generaciones cantarán de las glorias de María. La llama bienaventurada por haber creído; esta fe de la Virgen será la fuente de la que surgirán todas las obras grandes con las que la colmará el Todopoderoso.
Esta escena de la visitación de María a Isabel con quien estuvo tres meses, (V56),  parece estar calcada bíblicamente en el episodio de la traslación del arca de la alianza por David a Jerusalén.  (2Sam.6, 2-11). El arca significaba la presencia de Yahvé en su pueblo. La Virgen es la Nueva Arca de la Alianza que lleva a Dios  en su vientre para entregarlo a los hombres.
Isabel dice: “¿Cómo viene a mí la Madre de mi Señor?” como David había preguntado en su tiempo: “¿Cómo puede venir a mí el arca del Señor?”. (2Sam. 6, 9). La Virgen permaneció tres meses en casa de Isabel (Lc. 1,56), el mismo tiempo que estuvo el arca de la Alianza en casa de Obedeom de Gat (2Sam. 6, 11).
3. Homilía sobre el evangelio de san Lucas, (lX, 1-2 pág.13)
El grito de Isabel envolvió en la misma bendición a la Madre y al Hijo y llamó a María, por primera vez, Madre del Señor. Esto forma parte de la oración que la primera comunidad cristiana dirigirá a la Virgen desde los tiempos apostólicos. María es alabada aquí como el tipo del creyente por excelencia.
Cuarta palabra
“Proclama mi alma la grandeza del Señor” (Lc.1, 46-55)
Esta palabra es de amor exultante, saltando de alegría y cantando todas las  maravillas con las que la ha colmado el Todopoderoso.
Nótese como Lucas considera a María, como el primer discípulo cristiano, al poner el himno en sus labios, le da el papel de portavoz de los anawin (los pobres de Jhwh). Los anawin aceptaron la salvación, cuando proclamaron a Jesús como el Mesías y esa verdad ya ha sido revelada a María.
Los atributos de Dios que se citan (Poderoso, Santo, Misericordioso) eran admirados por los anawin.
Lucas aplica todos estos sentimientos a María. Al igual que Ana en 1Sam. 2, 1-10,  ensalza la grandeza de Dios, y le proclama solemnemente “su Salvador”. El motivo de esta proclamación reside en el reconocimiento de María de que el nacimiento de su hijo va a suponer una forma totalmente nueva de salvación.
Al respecto afirmó Lutero:
María dice: “mi alma engrandece”, esto es, mi vida entera,
Todo mi ser, mente y fuerza le tiene en gran estima.
Está arrobada, como si se hallara dentro de Él y se siente
Elevada hacia Él por su bondad y voluntad”. 4.

4. Martín Lutero: comentario al Magníficat, pág. 343
“Ella ocupa el primer puesto entre los humildes y los pobres del Señor, que con confianza esperan y reciben de Él la salvación”.
El Magníficat no es sólo el canto de la humildad de la Virgen, sino también del modo más profundo, una profesión de su alegría. Ella vive fuera de sí atraída por la alegría y la fuerza de Dios, como la sierva de los salmos o como la esposa del Cantar de los cantares: embriagada de amor.
La grandeza de María no se funda en sus glorias, sino en su bajeza; no es la plenitud del don la causa de su bienaventuranza, sino el vacío aceptado por ella, y que hace posible la plenitud.
María, modelo de los pobres se goza porque Dios ha mirado su humilde condición de esclava. Reconocerse pobre, saberse el que no es, ante el que es, es la única postura coherente del hombre ante Dios y que le  capacita para que el Todopoderoso realice sus maravillas.
Ser consientes de nuestra tapeinosis, de nuestra bajeza no es ignorancia de los dones que continuamente recibimos; es la aceptación de nuestra constante indigencia.
Hay que saber asumir nuestra incapacidad y miseria para que podamos recibir la gracia, como algo gratuito y no como derecho adquirido.
Quinta palabra
Hijo: ¿por qué lo has hecho así con nosotros? (Lc. 2, 48)
Esta palabra es llama de amor separantis, pues lo propio de este amor es gustar y saborear íntimamente y discernir los distintos gustos del amado.
El sabor de la dulzura, al llamarle con el dulcísimo nombre de Hijo, es aquí la única vez que aparece ese nombre en boca de María.
Aquí la pregunta de la madre lleva a Jesús a hablar sobre su Padre.
Pasamos de la extrañeza de los padres a su falta de comprensión. La pregunta hecha por la madre en tono de reproche, parece incoherente con el modo como Lucas trata antes a María. ¿Cómo entender que el evangelista describa a la Virgen atreviéndose a reprender al Hijo del Altísimo, a quien Ella ha concebido virginalmente, en total obediencia a lo que el Padre quería?
Lucas no obstante defiende a María de cualquier tacha y conserva su imagen de esclava del Señor, diciendo que conservaba en su interior todos estos acontecimientos.
El clímax del relato viene al final de la segunda pregunta de Jesús: “¿No sabías que yo tenía que estar en la casa de mi Padre?”
Jesús en el templo asume el papel de maestro, como hará más tarde en la vida pública, pronunciando palabras que despiertan admiración: “todos los que lo oían estaban estupefactos por su inteligencia y sus repuestas” (Lc. 2,47).
En la respuesta a su Madre angustiada, el Hijo revela el motivo de su comportamiento. María había dicho: “Tu Padre”, designando a José. Jesús responde “Mi Padre”, refiriéndose al Padre Celestial.
Jesús desea reafirmar que sólo la voluntad del Padre es para Él norma que vincula su obediencia.
Jesús quiere revelar los aspectos misteriosos de su intimidad con el Padre, aspectos que María intuye, pero sin saberlo relacionar con la prueba que estaba atravesando.
La Madre de Jesús vincula los acontecimientos al  misterio de su Hijo, tal  como se le reveló en la anunciación, y ahonda en ellos en el silencio de la  contemplación, ofreciendo su colaboración con el espíritu de un renovado “Fiat”.
Conservando a María en su corazón un evento tan rico de significado, llega a una nueva dimensión, de su cooperación en la salvación.
Sexta palabra
No tienen vino (Jn. 2, 3)
Esta palabra es de amor compasivo. Consiste en sufrir por los fallos que se dan en las tristes situaciones de esta vida. Es una palabra de tierna compasión con la que la Virgen, abogada en el cielo y en la tierra, pide a Jesús ente nuestras carencias no para acusarnos sino para que se compadezca de nosotros.
El vino es el símbolo de la felicidad futura que caracteriza los tiempos mesiánicos (Is. 25,6).
¿Por qué María le dice a Jesús su inquietud?
Unos dicen que estaba pidiendo un milagro, pero en el texto no hay ningún otro relato de milagros.
No tiene vino, nos recuerda a Mc.8, 2: no tienen que comer, cuando lo de la multiplicación de los panes.
¿Qué tengo Yo contigo? En hebreo como en griego siempre significa ¿Qué a mí y a ti? Es decir, ¿Qué hay entre tú y yo?
En las primeras hipótesis María no hace ninguna petición de intervención de Jesús. Sólo expresa el malestar en el cual se encuentra el novio.
Jesús hace una especie de reproche a su madre porque se le olvidó que Él lo puede solucionar todo.
La expresión ¿que hay entre tú y yo? Quiere decir: “¿qué hay en común entre nosotros?”, tú con tus preocupaciones humanas, yo, en el  plano de mi misión mesiánica.
En la segunda hipótesis: María hace una petición, quizá pide un milagro. ¿Se le pide quizá a Jesús que adelante la hora de su muerte, o llevarlo a un desvío de su misión?
La expresión equivaldría a “¿qué te he hecho para que me desees esto?”.
No obstante se trata de un reproche cortés que mantiene a la madre en su lugar.
Es necesario subrayar aquí en María su sensibilidad de mujer y de madre. Es la primera en darse cuenta en que peligra la fiesta. Si falta el vino falta la alegría. Su delicadeza femenina esta alerta frente a cualquier situación que pueda hacer sufrir a alguien. ¿Es que acaso como lo habían prometido los profetas, no se esperaba a un Mesías que traería abundancia de aceite, trigo y vino?
María aparece como la mujer atenta a las necesidades de los demás y que asume su responsabilidad al invitar a Jesús a hacer lo mismo.
En Caná la Virgen muestra una vez más su total disponibilidad a Dios. Confía en el poder de Jesús a un sin revelar. Provoca su primer signo, la prodigiosa transformación del agua en vino.
De ese modo precede en la fe a los discípulos que, como refiere san Juan creerán.
“Manifestó su gloria y creyeron en Él sus discípulos”. (Jn. 2, 11)
Septima palabra
“Haced lo que Él os diga” (Jn. 2, 5)
Esta palabra es llama de amor consumante, dirigida a todos los hombres, para cumplir la voluntad de Jesucristo, mediante la obediencia y la cooperación conseguirán de Cristo el vino que necesitan.
Si la respuesta de Jesús a su madre es sorprendente, también lo es la forma en que reacciona, pese al reproche y hallándose fuera del mundo interno de las relaciones entre Jesús y el Padre, dice a los sirvientes, que hicieran lo que Él dijera. No hay nada en el relato que explique, como puede rechazar el reproche de su hijo, indicando claramente que no conoce o comprende, el designio de Dios para su hijo, con una confianza incondicional, en la eficacia de su palabra, da instrucciones a los servidores.
María muestra así en el nivel de la acción del relato, que responder correctamente, a la presencia de Jesús consiste en confiar en su palabra. La Madre de Jesús es la primera que muestra lo que significa realmente tener fe.
De la misma manera que en el relato de la mujer cananea (Mt. 15, 24-26), el rechazo aparente de Jesús exalta la fe de la mujer, también las palabras del hijo “todavía no ha llegado mi hora”, junto con la realización del primer milagro, manifiestan la grandeza de la fe de la madre y la fuerza de su oración.
“En las bodas de Caná de Galilea, movida por la compasión, consiguió, intercediendo ante Él el primero de los milagros de Jesús, el Mesías. (Jn. 2, 1-11)". 4
                                                                         
Ella aún ejerciendo un influjo discreto y materno, con su presencia es, en último término, determinante.

La iniciativa de la Virgen resulta aun más sorprendente, si se considera la condición de inferioridad de la mujer, en la  sociedad judía.

En Caná Jesús le brinda a su madre la oportunidad de participar en su obra mesiánica. El término “mujer”, con el que se dirige a María no encierra ninguna connotación negativa y Jesús lo usará de nuevo, refiriéndose a su madre, al pie de la cruz. (Jn. 19, 26).
                               
La Virgen compasiva sugiere a Jesús que intervenga con su poder mesiánico. A la dificultad responde Jesús mismo, que al acoger la solicitud de su madre, muestra la súper abundancia con que el Señor responde a las expectativas humanas, manifestando también el gran poder, que entraña el amor de una madre.

De otra parte la petición de la Virgen se sitúa dentro del designio divino de salvación. En Caná el agua transformada en vino, se transforma en el vino nuevo del banquete nupcial, símbolo de la unión definitiva entre Dios y la humanidad. María pide a Jesús que intervenga en favor de todos los esposos. Al final, el evangelista concluye: “Sus discípulos creyeron en Él” (Jn. 2, 11).

En Caná María comienza el camino de la fe de la Iglesia, precediendo a los discípulos, su perseverante intercesión, ánima, así mismo, a quienes llegan a encontrarse, a veces ante la experiencia del “Silencio de Dios”. Los invita a esperar más allá de toda esperanza, confiando siempre en la bondad del Señor.
Con estas palabras “Haced lo que Él os diga”, María  asume una función nueva, evangelizadora y misionera. Ella ha creído en su Hijo, ha escuchado su palabra y la ha cumplido. (Lc. 11, 28). Ahora se dirige a los hombres para que hagan lo mismo. Con estas palabras nos da el mejor consejo y nos muestra el mejor camino para nuestra vida.
Estas palabras están llenas de ecos bíblicos; hay una relación especial entre la anunciación (“hágase”) y Caná (“haced lo que Él os diga”).

4. Lumen gantium, 58 
Ella personifica, en cierto modo, al pueblo de Israel en un contexto de alianza. La profesión de fe que todo el pueblo pronuncio ante Yahvë, Juan la pone en labios de María.
A través de toda la tradición se ha subrayado siempre que el “hágase” de María, expresa aquí la imagen del pueblo de Yahvé, que es ahora la Iglesia.
Digamos finalmente que la Santísima Virgen María, estaba dotada de una fuerte personalidad, de originalidad, de iniciativa, de un espíritu creativo y emprendedor, firme y resuelto, envuelto todo ello en un sentido de ternura mística.
Conclusión
María Santísima tiene ante todo una función mediadora que se realiza por consiguiente en forma de intercesión.
Dice el Señor: “Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan”. (Lc, 11, 28).
Aunque María es mujer de pocas palabras, pues todo el misterio de Dios lo meditaba en su corazón, siempre está atenta a las necesidades de todos sus hijos.
Lo que Dios puede con su infinito poder, en María se realiza con su incesante súplica.
Por eso ella es la Omnipotencia Suplicante.
Ella es ante todo la oyente arquetípica de la palabra, la lleva en sí, la guarda y la  hace madurar.
María pone su cuerpo, todo suyo, como lugar a disposición de la presencia de Dios.
Como dijo san Agustín: “a la concepción corporal de María precedió su concepción en el espíritu”. 5.
La Santísima Virgen vive su maternidad divina y salvífica bajo el impulso gratificante del Espíritu Santo, consagrando su propia persona a la obra salvífica de su hijo.
Oh  María, estoy cansado de palabras. Creer no es conocer es darse.
Tú fuiste pobre en palabras, pero rica en obras, pobre en cosas humanas, pero inmensamente rica en Dios.
María debió intuir el sentido profundo de la respuesta de Jesús, ya que sus  últimas palabras: “Haced lo que Él os diga”, tiene todo el valor de un testamento con el que la Virgen pide a los hombres que oigan la palabra de Dios y la pongan en práctica.
Como silenciosa exegeta, Ella confronta en su corazón los acontecimientos con la palabra de Dios, afín de comprender y realizar la palabra divina.
La Santísima Virgen María es la mujer de la escucha, de la fidelidad y de la entrega plena, en quien el Señor en su infinito designio ha obrado maravillas.
 5. (Sermo. 215,4, Pl 38)

No hay comentarios:

Publicar un comentario