
Academia de estudios marianos, fundada el 22 de septiembre de 1959 por el sacerdote alemán Richard Struve Haker, en el Santuario de Nuestra Señora de la Peña de Bogotá, con el permiso de la XIX Conferencia Episcopal Colombiana. La Revista Regina Mundi es su órgano de difusión. www.sociedadmariologicacolombiana.com
viernes, 22 de diciembre de 2023
Pesebre chiquinquireño
Que por la gracia del misterio del nacimiento del Verbo encarnado se nos libre de la dualidad doctrinal. Foto y texto Julio Ricardo Castaño Rueda.
jueves, 14 de diciembre de 2023
El acervo de la Rosa del Cielo
Sociedad Mariológica Colombiana
“Tus testimonios he tomado como herencia
para siempre, porque son el gozo de mi corazón”. Sl. 119, 111
La historia de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá es patrimonio
cultural del Colombia.
Las páginas de esa crónica están escritas en la virtud andariega de los
promeseros. Ellos, por espacio de 437 años, han depositados sus plegarias y sus
lágrimas a los pies de la Patrona en la Villa de los Milagros.
El polvo de las trochas recorridas por la fidelidad de una veintena de generaciones
trajo sus saberes ancestrales para enriquecer las manifestaciones folclóricas de
la patria de María. El talento creativo del campesino inventó nuevas voces para
significar su travesía por los ciclos culturales de un vibrante folclor. La
coplería, picardía del encanto; la música, acordes del tiple; la bromatología,
sabores de regiones exquisitas; la poesía, el romance del rubor; las artesanías,
la sorpresa de la manualidad; la pintura, la estética del recuerdo y la arquitectura
de un país construido sobre los cimientos de sus costumbres son el legado para asombrar
al mundo.
La vida de las esperanzas colombianas converge sobre la ruta de esa necesidad
intrínseca del alma de retornar al manantial de las promesas. La voz materna en
la cuna arrulla con el rosario. El abuelo relata la aventura de la peregrinación
en las épocas de sus mayores y las herencias de la oralidad se transforman en una
realidad histórica que cobija a la nacionalidad de un pueblo devoto de su palabra.
Los elementos trascendentales de esa razón quedan bajo el amparo colectivo de una
Nación diseñada para realizar imposibles.
jueves, 7 de diciembre de 2023
María, la barquera del Magdalena
Sociedad Mariológica
Colombiana
“Subiendo a la barca,
pasó a la otra orilla y vino a su ciudad”. (Mt 9,1).
La historia de Nuestra Señora de la Canoa es un secreto de pescadores que sobrevivió a la mitología del Alto Magdalena.
La herencia de los ritos religiosos
de las tribus panches dejó su carga genética adherida a las sangres de los ribereños.
Ellos, durante la Colonia, domesticaron las orillas del Río Grande de la
Magdalena. La margen derecha sería la encargada de alimentar y regar la trasformación
del asentamiento, doctrina de indios, donde se fundó la segunda encomienda de
Ambalema, la del capitán Francisco Félix Beltrán de Caycedo. Cundinamarca, 1670.
Los mestizos nacieron bajo el
tórrido ambiente de un puerto improvisado por las necesidades comerciales del
Virreinato de la Nueva Granada. El ritmo mercantil los obligó a la cacería de reptiles
para salvaguardar la subsistencia del alevoso ataque de los yacarés a las
embarcaciones menores, a las lavanderas, los niños y a los semovientes sedientos.
La lidia mortal, por civilizar la
selva y las aguas, incluyó los conjuros y las plegarias para disputarle la
pesca del bagre al mohán, una deidad demoniaca cuyas andanzas enigmáticas
subsisten hasta el presente. Los aldeanos lo describen como un ser humanoide con
larga cabellera, mirada penetrante, fumador de picadura, secuestrador de
mujeres y enemigo de los costaneros.
La dinámica del esfuerzo les
permitió sobrevivir en contra de una naturaleza exuberante en su barbarie y edificar
una localidad. El sacrificio del sudor contó con un sólido premio, la
edificación de un templo en 1676. En sus bancas, el catecismo, y en el altar la
santa misa llevó la misericordia del Espíritu Santo a la soledad de las almas
perseguidas por la brujería, legado de los esclavos africanos.
La capilla doctrinera, con la
evolución de los tiempos, se convertiría en la Parroquia San Luis Beltrán en
honor del fraile dominico Bertrán Eixarch que nunca pisó esas tierras
de Dios, pues regresó de Tubará (Atlántico) a Sevilla (España) en 1569.
La naciente feligresía asumió el
ritmo del orden litúrgico. Afuera el caótico ejercicio del mal seguía en su
brutal lucha por someter a los fieles a la apostasía. Las didácticas lecciones
del Evangelio contaron con un socorro celestial, la aparición de la Santísima
Virgen María sobre las ondas de la caudalosa artería.
La crónica del acontecimiento entró
a formar parte de la Enciclopedia
Histórica de Cundinamarca, obra de Roberto Velandia.
“Cuentan las gentes que el 8 de septiembre de 1790 una esclava fue al río a
traer agua, al sitio llamado Puerto de las Canoas, que luego se denominó El
Cabezón, unos 500 metros abajo del actual poblado. De pronto, cuando sumergía la múcura, la deslumbró el reflejo de un
relámpago y alzando la vista vio sobre las aguas una figura de mujer resplandeciente que caminando se le
acercaba sonriente. Atónita
y espantada, la negra dejó caer la vasija y corrió
hacia el pueblo dando gritos. Al punto
acudieron muchos a ver lo que ocurría y guiados por sus voces y señas corrieron
a la orilla y alcanzaron a verla, todavía allí, de pies sobre una canoa,
acompañada de dos ángeles.
Comprendiendo que se trataba de una aparición
milagrosa, trataron de arrimársele y tocarla, pero la canoa se desamarró y
velozmente se alejó río abajo. En otras canoas la persiguieron, mas no la alcanzaron, pues a medida que
se alejaba se iba desvaneciendo en la lejanía su celestial figura, dejando el misterio
de su presencia.
Para estos pescadores negros,
mulatos y blancos no había duda que se trataba de una aparición y la bautizaron la Virgen de la Canoa”.
La Reina del Cielo fue acogida por los ancianos para cristianizar
a los jóvenes remisos en el último tercio del período colonial, cuya dominación
generó una demagogia insurrecta. La centuria decimonónica trajo la rebelión del
alboroto para la ingenua Colombia, hedor nauseabundo de sus masacres
partidistas. Las conflagraciones políticas obtuvieron como gran logro alejarse
de Roma y democratizar el delito del sufragio. Los beltranenses aprendieron a
vivir bajo el amparo de la Virgen de la Canoa cuando huían en sus chalupas de
los patrióticos reclutamientos forzados.
Los ratos de paz les trajeron cambios administrativos. Los autoritarismos de los redactores de las cartas magnas dictaminaron que el Distrito de Beltrán fuera suprimido por cuenta de la Cámara Provincial de Mariquita, el 25 de septiembre de 1844. Posteriormente, el pueblo fue restablecido por la ordenanza número cinco del 12 de noviembre de 1853 a su antigua cabecera hasta 1857, año en que fue endosado a la indiferente Bogotá.
Y dentro de aquel ciclo turbulento de regencias llegó el auge del tabaco para su romántica vecina. La bellísima Ciudad de las Mil Columnas, Santa Lucía de Ambalema (Tolima). La pujante villa, con sus marcados trazos de urbe hispana, abrió su alma adolescente al empuje de la industria tabacalera, 1850-1875. La bonanza importó lujurias europeas que se injertaron en el atavismo de los labriegos. La masonería, defecto de la miseria decadente, tuvo su fortín en aquel próspero fondeadero. La avalancha de atractivas alucinaciones y taras sociales encontró su talanquera al cruzar el caudaloso raudal por el paso de Gramalotal.
La Virgen de la Canoa, patrona de la
iglesia de Beltrán, resultó un escudo invencible para la vociferante tentación
del hedonismo, dulce rumor de las hamacas sin tregua. La avemaría era la
oración victoriosa, el terrible fuego del ejército en orden de batalla.
Aquella lucha del cristianismo ante
el mercantilismo de ganga ocasional dejó rastros de una contienda feroz. Los
amores prohibidos, los vicios del garito y el embrujo encantador de las seducciones
con nombre de mujer idealizada oficiaron un envite sin retorno.
La reyerta jugada seguía su lance. Los
versos de los bogadores y los adulterios sin absolución llevaron al opulento muelle
el choque de los clanes. Los pleitos resultaron determinantes en la formación
de fronteras. Los fervorosos marianos y los nigromantes trasmitieron a sus
descendientes la necesidad de una enemista perenne, duelo tipo Malleus Maleficarum.
El diario de campo de este cronista consignó,
en el año de 1997, la siguiente nota: “Los habitantes de Beltrán combinan la
sal con la pólvora para que el cura de Cambao, Pedro Sáenz, les bendiga los
cartuchos de las escopetas y puedan matar a las brujas de Ambalema. Las arpías
se les meten por entre las rendijas de las puertas y les chupan la sangre”. El relato era conducta
habitual de un conspicuo residente en el marco de la plaza, don Misael Guzmán.
La Virgen de la Canoa fue testigo
del extraño ritual. Los viejos tejedores de las atarrayas no se embarcaban sin santificar
los cartuchos por su intercesión. Ella los libraba de los artificios maléficos
del Mohán y de las pérfidas hechiceras, hembras lujuriosas, vendaval de la
hermosura mortal. Las desencadenadas fuerzas incorpóreas se agitaban en su
combate de luces y sombras. El final del milenio no apaciguó las trifulcas del
sortilegio contra la cruz.
Las noticias de esos
acontecimientos, religiosos y esotéricos, se tornaron en un homenaje para la
Inmaculada, el tesoro amado. Los lugareños acudieron a la virtud de la
heráldica. Esta disciplina, como concepto de nobles linajes, ideó un escudo
para el municipio. El cuadrante superior izquierdo fue asignado a la Virgen de
la Canoa, 1998. A ese logro agradecido
de sus habitantes se sumó el himno que en su segunda estrofa canta:
“Una virgen que viene en canoa,
siempre cubre con su bendición.
A los hombres que en el Magdalena,
forjarán patria con fe y tesón”.
Así, con el arte del terruño, la Consoladora
de los Afligidos mantuvo su patronazgo en la comunidad de creyentes porque su
lienzo original se perdió. Una réplica ocupó la santa morada que ya mostraba
los rastros de una vejez desamparada. Las vigas centenarias crujían al pasar de
las brisas calentanas o recibían los aleteos nocturnos de los chimbilás negros
en sus virajes sobre los tejados rojizos.
La amenazaba de ruina, por fractura de
los adobes, invitaba a la catástrofe. El remedio se elaboró con papel. El
gobierno central publicó en el Diario
Oficial (44.265) la resolución 1794 del 15 de diciembre de 2000: “por la
cual se declara como Bien de Interés Cultural de Carácter Nacional la Iglesia
de Nuestra Señora de la Canoa, localizada en el parque principal del municipio
de Beltrán, Cundinamarca”.
La urgente medida de protección
aceleró la desidia institucional por los valores autóctonos. Ocho años después,
eltiempo.com tituló: “Se está cayendo
la Iglesia de Nuestra Señora de la Canoa. Joya arquitectónica de Cundinamarca”,
28 de agosto de 2008.
La voz editorial se volvió la
súplica de una colectividad. Los testigos de la petición vieron la pernicia de
un Estado divorciado de su ancestro raizal. El templo de la Virgen fue
restaurado por los años de 2015 a 2018. El milagro culminó con la reparación
del atrio en diciembre de 2020.
La alegría de sus devotos se arropó
de folclor y pudo celebrar, en el pasado mes de septiembre, la trigésima quinta
versión del Festival Cultural y Artístico Virgen de la Canoa.
Los incondicionales, al final del
festejo, recitaron la oración a la
divina batelera.
“Madre nuestra resplandeciente que rodeaba su cuerpo y unos ángeles
rodeaban su barquilla, en el río Magdalena, haz que esa luz brille en nuestras
vidas. Bendecidnos Virgen de la Canoa con la riqueza de tu hijo para que no
falten los peces, la comida, la paz y la alegría. Condúcenos al puerto de tu
hijo, unión de varios hogares de Beltrán y de Colombia acoge la plegaría de
quienes te visitamos y ayúdanos a disponer nuestros corazones para una
verdadera conversión”.