viernes, 27 de junio de 2025

Oración al Sagrado Corazón de Jesús

 Foto Julio Ricardo Castaño Rueda

Oh Divino Jesús que dijiste: "Pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca encuentra, y a quien llama se le abre". Mírame postrado a tus plantas suplicándote me concedas una audiencia. Tus palabras me infunden confianza, sobre todo ahora que necesito que me hagas un favor: (se pide con mucha humildad lo que se necesita).

¿A quién he de pedir, sino a Ti, cuyo Corazón es un manantial inagotable de todas las gracias y dones? ¿Dónde he de buscar sino en el tesoro de tu corazón, que contiene todas las riquezas de la clemencia y generosidad divinas? ¿A dónde he de llamar sino a la puerta de ese Corazón Sagrado, a través del cual Dios viene a nosotros, y por medio del cual vamos a Dios? A Ti acudimos, oh Corazón de Jesús, porque en Ti encontramos consuelo, cuando afligidos y perseguidos pedimos protección; cuando abrumados por el peso de nuestra cruz, buscamos ayuda; cuando la angustia, la enfermedad, la pobreza o el fracaso nos impulsan a buscar una fuerza superior a las fuerzas humanas. Creo firmemente que puedes concederme la gracia que imploro, porque tu Misericordia no tiene límites y confío en que tu Corazón compasivo encontrará en mis miserias, en mis tribulaciones y en mis angustias, un motivo más para oír mi petición.

Quiero que mi corazón esté lleno de la confianza con que oró el centurión romano en favor de su criado; de la confianza con que oraron las hermanas de Lázaro, los leprosos, los ciegos, los paralíticos que se acercaban a Ti porque sabían que tus oídos y tu Corazón estaban siempre abiertos para oír y remediar sus males. Sin embargo... dejo en tus manos mi petición, sabiendo que Tú sabes las cosas mejor que yo; y que, si no me concedes esta gracia que te pido, sí me darás en cambio otra que mucho necesita mi alma; y me concederás mirar las cosas, mi situación, mis problemas, mi vida entera, desde otro ángulo, con más espíritu de fe. Cualquiera que sea tu decisión, nunca dejaré de amarte, adorarte y servirte, oh buen Jesús. Acepta este acto mío de perfecta adoración y sumisión a lo que decrete tu Corazón misericordioso. Amén.

Al concluir se reza: "Padre Nuestro, Ave María y Gloria". D 

jueves, 19 de junio de 2025

Los corazones traspasados de Jesús y María

 

Foto Julio Ricardo Castaño Rueda

Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM

(Artículo escrito para la edición del Domingo de Ramos del periódico de la Arquidiócesis de Miami, La Voz Católica)

 

El Corazón traspasado de Jesús

En el Evangelio de San Juan capítulo 13,1, leemos: “(Jesús) habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Este amar hasta el extremo significa que su Corazón no ha escatimado en nada para manifestar su amor a los hombres.

Jesús nos amó hasta el extremo de entregar su Cuerpo, su Sangre y su Corazón en la Cruz. “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y que no ha escatimado en nada por salvarles y demostrarles mi amor”, dijo Jesús a Santa Margarita María de Alacoque mientras le mostraba físicamente Su Corazón. ¡Cuánto desea Jesús que comprendamos la anchura y la longitud, la altura y la profundidad (Ef 3,17) del amor de su Corazón! ¡Cuánto desea que nos dispongamos a contemplar, como San Juan, los misterios de amor de su Corazón traspasado!


En la narración de la crucifixión, San Juan nos dice: “Al llegar a Jesús, como lo vieron muerto... uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua”. (S. Jn 19,37) Qué momento para San Juan, quien recostó su cabeza en el pecho de Cristo en la última cena y escuchó sus latidos de amor oblativo por la humanidad. Al contemplar el Corazón traspasado se adentraba en los grandes misterios del amor de Jesús. Esta es la razón porque el evangelista exclamaría en su primera carta: “Dios es Amor”. ¿Cómo no exclamar esta verdad, cuando ante sus ojos se manifestó el amor que no escatimó en nada por abrir las puertas del Reino a la humanidad y que dejó la llaga de su costado como el eterno acceso del hombre al Corazón de Dios?

Contemplar la llaga de su Corazón traspasado es adentrarnos en la escuela del amor. Esa llaga, que es causada por la lanza del rechazo de los hombres, es la que Jesús convierte en el acceso directo a su Corazón y al reino de los Cielos. ¿No es conmovedor Su amor? ¿No es esta llaga el signo más claro de la oblación generosa de su Corazón? ¿No es acaso el sello de su amor y de su sacrificio? ¿No es su Corazón traspasado el triunfo del amor? Porque el amor triunfa cuando vence al mal, cuando da vida después de la muerte; cuando responde a la dureza del corazón humano ofreciendo su vida, su Corazón. Esta es la gran victoria del Corazón traspasado, que el Amor no siendo amado, como nos dice S. Francisco de Asís, responde amando hasta el extremo.

El amor del Corazón de Cristo convierte la llaga causada por el desprecio de los hombres en la fuente de vida, de donde manan gracias de salvación: “El Sagrado Corazón de Jesús fue traspasado por la lanza en la cruz para que fluyesen de él tesoros de gracia para todos los hombres. Es como una fuente perenne de vida que da esperanza a cada hombre. Del Corazón de Cristo crucificado nace la nueva humanidad, redimida del pecado”. (SS. Juan Pablo II, 1997).

De su Corazón traspasado nace la Iglesia. El dolor abrazado por amor tiene la capacidad de redimir, de salvar y de dar vida. San Maximiliano Kolbe repetía constantemente a sus frailes: “El amor es fecundo, solo el amor crea y da vida”. Cristo da vida a la Iglesia después de muerto. Cuando su Corazón es golpeado por la lanza, se abre una llaga. De esta fuente abierta, nacen la Iglesia y los Sacramentos. ¡Qué poder fluye del Corazón traspasado! ¡Qué triunfo del amor sobre la muerte!... “El amor es más fuerte que la muerte” (Ct 8,6). El amor es más fuerte que la muerte porque la vence, y la vence porque no deja de dar vida aun después de la muerte.

El Corazón traspasado de María

A esta poderosa fecundidad del Corazón traspasado de Jesús, está plenamente unido el Corazón de María, traspasado místicamente junto al Corazón de su Hijo. En Lucas 2,35, se nos narra como Simeón profetiza el destino doloroso de Jesús, del cual participaría su Madre. “Éste está puesto para caída y elevación de muchos y para ser señal de contradicción- y a ti misma una espada te traspasará el corazón”. Estas palabras le indican la concreta dimensión histórica en la cual el Hijo llevaría a cabo su misión mesiánica, es decir, en la incomprensión, rechazo y dolor. A este camino doloroso, pero fecundo, estaría unida de manera única y singular la Madre. El Corazón de María, unido indisolublemente al de su Hijo, recorrería el mismo destino. “Al pie de la Cruz, una espada traspasa el Corazón de María, cumpliendo así las palabras de Simeón... unido totalmente al sacrificio redentor de su Hijo, está el sacrificio maternal de su Corazón”. (JPII, 1988) .

El Santo Padre habla de esta participación singular de la Virgen en el sufrimiento redentor, como una “crucifixión espiritual”, como “un traspaso espiritual”, cuyo propósito es dar vida a través de la apertura del corazón. La maternidad espiritual de María sobre los hombres alcanza su plena realización en el Calvario cuando de manera explícita Jesús dice desde la cruz: “Mujer he aquí a tu hijo; hijo he aquí a tu Madre”. (Jn 19).

Juan Pablo II, en su visita al Santuario de Fátima en 1982, nos explicó que estas palabras de Jesús abrieron el Corazón de María para su maternidad espiritual sobre la Iglesia: “Cuando Jesús dijo: Mujer he aquí a tu hijo, abrió de una manera nueva el Corazón de la Madre. Un poco más tarde el soldado traspasa el Corazón de Jesús. Con estas palabras, el Corazón de María es abierto para recibir a los que el Corazón traspasado de Jesús iba a alcanzar con su poder redentor”.


Igual que el Corazón de Jesús en el momento del traspaso dio a luz a la Iglesia y quedó eternamente abierto para derramar gracias de salvación sobre la humanidad, el Corazón de María unido espiritualmente al traspaso de su Hijo, quedó abierto para siempre para acoger con amor materno a los que aceptan la redención de su Hijo y para ejercer su mediación materna sobre todos los hombres y en todo momento histórico.

Sólo el amor triunfa

¡Contemplen al que traspasaron! (Jn 19,37). Cuán necesaria es esta contemplación para adentrarnos en la escuela del amor. El amor del Corazón de Jesús fue capaz de transformar la muerte en vida; el dolor en redención; la llaga de su costado en puerta abierta y fuente de salvación. El amor del Corazón de María fue capaz por su comunión perfecta e incondicional a la obra redentora, de recorrer el mismo destino de su Hijo, hasta llegar al pie de la Cruz. Del Corazón traspasado de Cristo hemos recibido salvación, liberación, redención. ¡Cuántas gracias fluyen a través de la llaga de su Corazón! Del Corazón traspasado de María nace su maternidad espiritual, que la ejerce siempre con generosa solicitud, con su poderosa intercesión y con su mediación materna sobre la Iglesia y el mundo.

Que nuestra contemplación del amor de los Corazones traspasados de Jesús y María mueva profundamente nuestros corazones, para que nos convirtamos en testigos vivientes del amor que contemplamos. “El hombre del Tercer Milenio necesita el Corazón de Cristo para conocer a Dios y para conocerse a sí mismo; lo necesita para construir la civilización del amor”. (Juan Pablo II, 1999).

 

jueves, 12 de junio de 2025

El Corazón de Jesús, el Espíritu Santo y María

Foto Julio Ricardo Castaño Rueda

 

San Juan Pablo II, homilía en Innsbruck – 27 de junio de 1988

Queridos hermanos en Cristo, junto con María lo miramos a Aquel, «a quien han traspasado» (Jn 19, 37). ¿Por qué con María juntos? Porque ella, como ningún otro ser humano, ha unido su vida con el camino y la obra de salvación de Jesús… Con toda la fuerza del corazón de madre, participó en los sufrimientos del Hijo en su batalla contra la muerte, y aceptó su entrega al Padre, para que el mundo encontrara la salvación en Él. «Stabat mater dolorosa» – «La madre se mantenía firme bajo dolor» bajo la cruz. Esta experiencia impactante que penetró en las raíces de su vida abre la mirada de María al mensaje de salvación que viene de la cruz de Jesucristo. Observado de cerca, Jesús apareció golpeado por el «furor de la ira» de Dios (cf. Oseas 11: 9) cuando tomó sobre sí mismo todos los «pecados del mundo». Sin embargo, María miró aún más profundo: no, no fue el «furor de la ira» lo que amenazó con aniquilar a su Hijo; fue más bien el calor del amor de Dios lo que devoró al cordero del sacrificio y así confirmó la aceptación del sacrificio de la vida. Esta total disponibilidad de dedicación para nosotros ciertamente no provino de la estrechez y debilidad del corazón de un hombre sencillo, es más bien «el santo», «el Hijo de Dios», de quien María, según las palabras del Ángel, se convirtió en Madre. Es Él quien ofrece su vida terrenal en la cruz para borrar los pecados de sus hermanos y hermanas de todos los tiempos.

María reconoce en su Corazón, atravesado por la «espada», el Corazón moribundo del Hijo y el ardor de su amor divino; ahora sabe lo que Juan nos anunciará en su Evangelio con las siguientes palabras: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único hijo para que quien crea en Él no muera sino que tenga vida eterna «(Jn 3, 16s).

Queridos hermanos y hermanas. El Evangelio de la fiesta de hoy ha dirigido nuestra mirada con María hacia el corazón abierto del Salvador. Verdaderamente: «De su Seno manarán ríos de agua viva. Dijo esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeron en Él «(Jn 7, 38).

Cuando el Espíritu de Dios descendió sobre la Iglesia reunida en Jerusalén el día de Pentecostés, María, la madre de Jesús, también estaba en medio de ellos. Hasta hoy ella es la modelo de la fe cristiana. En ella, la fe ha encontrado su mayor esplendor, su  íntimo canto. Junto con ella también nuestra vida debe convertirse en un constante agradecimiento a Dios: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se goza en Dios mi Salvador» (Lc 1, 46 ).

 

jueves, 5 de junio de 2025

El latido del amor


Foto Julio Ricardo Castaño Rueda

Por Pierre de Bérulle, cardenal

 Escritos

«María, por su parte, guardaba todas estos recuerdos y los meditaba en su corazón.» (Lc 2,19)

Jesús crece en María y es parte de ella y el corazón de Jesús está íntimamente unido al corazón de María. También María vive en Jesús que es su todo y el corazón de María está íntimamente unido al corazón de Jesús que le insufla la vida. Así que Jesús y María son uno, viviendo en la tierra. El corazón del uno no vive ni respira más que por el del otro.

Estos dos corazones, tan cercanos y tan divinos, viviendo una única vida tan alta ¿qué no harán el uno para el otro, el uno en el otro? Únicamente el amor lo puede imaginar y sólo el amor divino y celestial. Únicamente el amor de Jesús lo puede comprender... ¡Oh corazón de Jesús viviendo en María y por María, oh corazón de María viviendo en Jesús y para Jesús, oh unión deliciosa de estos dos corazones!

El corazón de la Virgen es el primer altar sobre el que Jesús ha ofrecido su corazón, su cuerpo, su espíritu en hostia agradable de alabanza perpetua, y donde Jesús ofrece el primer sacrificio y la primera y eterna oblación de si mismo.