miércoles, 15 de octubre de 2025

JUBILEO DE LA ESPIRITUALIDAD MARIANA

Foto Vatican News

 

 


HOMILÍA DEL SANTO PADRE LEÓN XIV

 

Plaza de San Pedro

XXVIII domingo del Tiempo Ordinario, 12 de octubre de 2025

 

 

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Queridos hermanos y hermanas:

 

El apóstol Pablo se dirige hoy a cada uno de nosotros, como a Timoteo: «Acuérdate de Jesucristo, que resucitó de entre los muertos y es descendiente de David» (2 Tm 2,8). La espiritualidad mariana, que alimenta nuestra fe, tiene a Jesús como centro. Como el domingo, que abre cada nueva semana en el horizonte de su resurrección de entre los muertos. «Acuérdate de Jesucristo»: esto es lo único que cuenta, esto es lo que marca la diferencia entre las espiritualidades humanas y el camino de Dios. «Encadenado como un malhechor» (v. 9), Pablo nos recomienda no perder el centro, no vaciar el nombre de Jesús de su historia, de su cruz. Lo que nosotros consideramos excesivo y lo crucificamos, Dios lo resucita porque «no puede renegar de sí mismo» (v. 13). Jesús es la fidelidad de Dios, la fidelidad de Dios a sí mismo. Por lo tanto, es necesario que el domingo nos haga cristianos, es decir, que llene de la memoria incandescente de Jesús nuestro sentir y nuestro pensar, modificando nuestra convivencia, nuestra forma de habitar la tierra. Toda espiritualidad cristiana se desarrolla a partir de este fuego y contribuye a hacerlo más vivo.

 

La lectura del Segundo Libro de los Reyes (5,14-17) nos ha recordado la curación de Naamán, el sirio. El mismo Jesús comenta este pasaje en la sinagoga de Nazaret (cf. Lc 4,27), y el efecto de su interpretación sobre la gente de su pueblo fue desconcertante. Decir que Dios había salvado a ese extranjero enfermo de lepra en lugar de aquellos que estaban en Israel desencadenó una reacción general: «Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo» (Lc 4,28-29). El evangelista no menciona la presencia de María, que podría haber estado allí y haber experimentado lo que le había anunciado el anciano Simeón cuando llevó al niño Jesús al Templo: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos» (Lc 2,34-35).

 

Sí, queridos hermanos, «la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo: ella penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» ( Hb 4,12). Así, el  Papa Francisco vio a su vez, en la historia de Naamán el sirio, una palabra penetrante y actual para la vida de la Iglesia. Dirigiéndose a la Curia Romana, dijo: «este hombre estaba obligado a convivir con un drama terrible: era leproso. Su armadura, la misma que le proporcionaba prestigio, en realidad cubría una humanidad frágil, herida, enferma. Esta contradicción a menudo la encontramos en nuestras vidas: a veces los grandes dones son la armadura para cubrir grandes fragilidades. […] Si Naamán sólo hubiera seguido acumulando medallas para poner en su armadura, al final habría sido devorado por la lepra; aparentemente vivo, sí, pero cerrado y aislado en su enfermedad». [1] De este peligro nos libera Jesús, Él que no lleva armaduras, sino que nace y muere desnudo; Él que ofrece su don sin obligar a los leprosos sanados a reconocerlo: sólo un samaritano, en el Evangelio, parece darse cuenta de que ha sido salvado (cf. Lc 17,11-19). Quizás, cuantos menos títulos se puedan ostentar, más claro está que el amor es gratuito. Dios es puro don, sola gracia, pero ¡cuántas voces y convicciones pueden separarnos también hoy de esta verdad desnuda y disruptiva!

 

Hermanos y hermanas, la espiritualidad mariana está al servicio del Evangelio: revela su sencillez. El afecto por María de Nazaret nos hace, junto con ella, discípulos de Jesús, nos educa a volver a Él, a meditar y a relacionar los acontecimientos de la vida en los que el Resucitado continúa a visitarnos y llamarnos. La espiritualidad mariana nos sumerge en la historia sobre la que se abrió el cielo, nos ayuda a ver a los soberbios dispersos en los pensamientos de su corazón, a los poderosos derribados de sus tronos, a los ricos despedidos con las manos vacías. Nos compromete a colmar de bienes a los hambrientos, a enaltecer a los humildes, a recordar la misericordia de Dios y a confiar en el poder de su brazo (cf. Lc 1,51-54). Su Reino, en efecto, viene y nos involucra, precisamente como a María, a quien pidió el “sí”, pronunciado una vez, y luego renovado día tras día.

 

Los leprosos que en el Evangelio no vuelven a dar las gracias nos recuerdan, de hecho, que la gracia de Dios también puede alcanzarnos y no encontrar respuesta, puede curarnos y seguir sin comprometernos. Cuidémonos, pues, de ese subir al templo que no nos lleva a seguir a Jesús. Existen formas de culto que no nos unen a los demás y nos anestesian el corazón. Entonces no vivimos verdaderos encuentros con aquellos que Dios pone en nuestro camino; no participamos, como lo hizo María, en el cambio del mundo y en la alegría del Magnificat. Cuidémonos de toda instrumentalización de la fe, que corre el riesgo de transformar a los diferentes —a menudo los pobres— en enemigos, en “leprosos” a los que hay que evitar y rechazar.

 

El camino de María va tras el de Jesús, y el de Jesús es hacia cada ser humano, especialmente hacia los pobres, los heridos, los pecadores. Por eso, la auténtica espiritualidad mariana hace actual en la Iglesia la ternura de Dios, su maternidad. «Porque —como leemos en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium— cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes. Mirándola descubrimos que la misma que alababa a Dios porque «derribó de su trono a los poderosos» y «despidió vacíos a los ricos» (Lc 1,52.53) es la que pone calidez de hogar en nuestra búsqueda de justicia» (n. 288).

 

       Queridos hermanos, en este mundo que busca la justicia y la paz, mantengamos viva la espiritualidad cristiana, la devoción popular por aquellos hechos y lugares que, bendecidos por Dios, han cambiado para siempre la faz de la tierra. Hagamos de ella un motor de renovación y transformación, como pide el Jubileo, tiempo de conversión y restitución, de replanteamiento y liberación. Que María Santísima, nuestra esperanza, interceda por nosotros y nos oriente siempre hacia Jesús, el Señor crucificado. En él está la salvación para todos.

 

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[1] Discurso a los miembros del Colegio Cardenalicio y de la Curia Romana con motivo de las felicitaciones navideñas, 23 diciembre 2021.

 

Copyright © Dicasterio para la Comunicación - Libreria Editrice Vaticana

martes, 7 de octubre de 2025

Real Cédula en que Felipe II comunica al arzobispo del Nuevo Reino de Granada la victoria de Lepanto.

 

Foto: Palacio de los Dogos, Venecia. AKG / Álbum.



Rdo In Cpro. padre Arzobispo del Nuevo Reyno de Granada de las nras Indias del Mar ocº del nro Consejo esta os mando scrivir para que sepais la vitoria que nro señor ha sido servido darnos en siete de octubre pasado contra toda el harmada del Turco yendo por gral de la nra el Illmo. don Juan de Austria mi hermano q. a sido cossa de grande importancia, para la quietud y sosiego de toda la Xpiandad porque se le deben dar y doy muchas gracias á su Mg. eterna de cuya Divina mano y voluntad todo procede. Y ansí os encargo deys orden como en essa sancta yglessia y en las otras de vra dios. en las oraciones y sacrificios q. se hazen se le den por la mrd. que en esta y en todo continuamente nos hazc supplicando á su Divina Mg." llebe adelante estos buenos successos para su sancto servy.º _comservación y aumento de nra sancta fee catholica y ansimismo ordenareis se hagan oraciones por las animas de los que huvyeren muerto en ello en que nos hareys placer y servicio.

De St. Lorenzo a seis de dize de MDLXX-I años.

Yo EL REY

Por mandado de Su Mg.'

ANTONIO DE ERASSO”.

(Cf. Bogotá. Revista Iglesia, junio 15 de 1910).

Este documento lo recibió el arzobispo fray Luis Zapata de Cárdenas. El original se quemó en el Bogotazo,1948.


miércoles, 1 de octubre de 2025

El santo rosario, el regreso al Evangelio

Foto Julio Ricardo Castaño Rueda

 


Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

 

 “…reúne por decenas sus pequeños granos de una invisible sustancia sobrenatural”. Pío XII.

El salterio de María tiene la virtud para que el alma se mueva en una acción misionera llamada santidad.

Su trasegar, de herramienta del apostolado, despierta el verdadero recogimiento de las enseñanzas predicadas por Jesús de Nazaret.  Dicta la catedra del magisterio del amor. Enseñanza escrita dentro de un corazón traspasado. Lanza que regó con sangre el misterio de la resurrección del Salvador. Vida perpetua, gracia irrevocable.

El celestial eco de sus preces se engendró en María Santísima, plegaria bendita de su obediencia a la divina voluntad. En manos serviciales y voces orantes se transforma en el custodio del orden superior, civilización cristiana. Los sembradores de la corona cosechan el fruto de una esperanza convertida en certeza. Esta oración heroica vive bajo el amparo tutelar de Nuestra Señora, Madre y Centinela del Verbo de Dios.

Y al nacer octubre, inicio de la cruzada, vale la pena volver a la intrépida predicación contra los acontecimientos del hecho espurio, engendro del engaño. Conducta patrocinada por los asesinos del orden moral. Ideología de colectivos sofísticos, traficantes del pecado.

La encomienda de tomar la camándula abre a raudales la bendición del Padre sobre los peregrinos del cielo. El santo rosario fue diseñado para derrotar al infierno con el implacable poder redentor del Evangelio.

jueves, 25 de septiembre de 2025

«Mi madre y mis hermanos»

Foto Julio Ricardo Castaño Rueda

 

Santa Teresa Benedicta de la Cruz
Edith Stein, (1891-1942)


A pesar de la unidad real existente entre la cabeza y el cuerpo, la Iglesia está al lado de Cristo como una persona independiente. Cristo, en tanto que Hijo del Padre eterno, vivía ya antes del comienzo del tiempo y es anterior a toda existencia humana. Después, por el acto de la creación, la humanidad vivía antes que Cristo tomara su naturaleza y se integrara a ella. Pero por su encarnación, le trajo su vida divina; por su obra de redención la hizo capaz de recibir la gracia de tal manera que la recreó una segunda vez... La Iglesia es la humanidad rescatada, creada nuevamente de la misma sustancia de Cristo.

 

La célula primitiva de esta humanidad rescatada es María; es en ella que se llevó a cabo por primera vez la purificación y la santificación por Cristo, ella es la primera que quedó llena del Espíritu Santo. Antes que el Hijo de Dios naciera de la Virgen Santa, creó esta Virgen llena de gracia y, en ella y con ella, a la Iglesia...

 

Toda alma purificada por el bautismo y elevada al estado de gracia es, por esta misma razón, creada por Cristo y nacida para Cristo. Pero es creada en la Iglesia y nace por la Iglesia... Así la Iglesia es la madre de todos aquellos a quienes está dirigida la redención. Y lo es por su unión íntima con Cristo, y porque permanece a su lado en calidad de Esposa de Cristo para colaborar a su obra de redención.

 

jueves, 18 de septiembre de 2025

María es mártir en su alma

 Foto Archivo particular

 

San Bernardo, abad


Sermón en el domingo infraoctava de la Asunción, 14-15: Opera Omnia, edición cisterciense, 5 (1968), (273-274). Liturgia de las Horas 15 de Septiembre

 

La madre estaba junto a la cruz (cf. Jn 19,25).

 

El martirio de la Virgen queda atestiguado por la profecía de Simeón y por la misma historia de la pasión del Señor. Éste —dice el santo anciano, refiriéndose al niño Jesús— está puesto como una bandera discutida; y a ti —añade, dirigiéndose a María— una espada te traspasará el alma.

 En verdad, Madre santa, una espada traspasó tu alma. Por lo demás, esta espada no hubiera penetrado en la carne de tu Hijo sin atravesar tu alma. En efecto, después que aquel Jesús —que es de todos, pero que es tuyo de un modo especialísimo— hubo expirado, la cruel espada que abrió su costado, sin perdonarlo aun después de muerto, cuando ya no podía hacerle mal alguno, no llegó a tocar su alma, pero sí atravesó la tuya. Porque el alma de Jesús ya no estaba allí, en cambio la tuya no podía ser arrancada de aquel lugar. Por tanto, la punzada del dolor atravesó tu alma, y, por esto, con toda razón, te llamamos más que mártir, ya que tus sentimientos de compasión superaron las sensaciones del dolor corporal.

 ¿Por ventura no fueron peores que una espada aquellas palabras que atravesaron verdaderamente tu alma y penetraron hasta la separación del alma y del espíritu: Mujer, ahí tienes a tu hijo? ¡Vaya cambio! Se te entrega a Juan en sustitución de Jesús, al siervo en sustitución del Señor, al discípulo en lugar del Maestro, al hijo de Zebedeo en lugar del Hijo de Dios, a un simple hombre en sustitución del Dios verdadero. ¿Cómo no habían de atravesar tu alma, tan sensible, estas palabras, cuando aun nuestro pecho, duro como la piedra o el hierro, se parte con sólo recordarlas?

 No os admiréis, hermanos, de que María sea llamada mártir en el alma. Que se admire el que no recuerde haber oído cómo Pablo pone entre las peores culpas de los gentiles el carecer de piedad. Nada más lejos de las entrañas de María, y nada más lejos debe estar de sus humildes servidores.

 Pero quizá alguien dirá: «¿Es que María no sabía que su Hijo había de morir?» Sí, y con toda certeza. «¿Es que no sabía que había de resucitar al cabo de muy poco tiempo?,» Sí, y con toda seguridad. «¿Y, a pesar de ello, sufría por el Crucificado?» Sí, y con toda vehemencia. Y si no, ¿qué clase de hombre eres tú, hermano, o de dónde te viene esta sabiduría, que te extrañas más de la compasión de María que de la pasión del Hijo de María? Éste murió en su cuerpo, ¿y ella no pudo morir en su corazón? Aquélla fue una muerte motivada por un amor superior al que pueda tener cualquier otro hombre; esta otra tuvo por motivo un amor que, después de aquél, no tiene semejante.

viernes, 12 de septiembre de 2025

Santísimo Nombre de María

Foto Julio Ricardo Castño Rueda

 

 «El nombre de María, dice San Pedro Crisólogo, es nombre de salvación para los regenerados, señal de todas las virtudes, honra de castidad; es el sacrificio agradable a Dios; es la virtud de la hospitalidad; es la escuela de santidad; es, por fin, un nombre completamente maternal». La Iglesia venera el Nombre de María el 12 de septiembre, como lo hace con el nombre de Jesús el 3 de enero. María es un nombre de honor porque María fue la Madre de Dios. Por lo tanto, María es un nombre santo así como también un nombre materno. El Papa Inocencio XI hizo que esta fiesta fuera universal, y el Papa Juan Pablo II la reinstituyó en 2003. El santo nombre de María es una devoción popular y San Luis de Montfort ha escrito extensamente sobre él. Ha sido Lucas en su evangelio quien nos ha dicho el nombre de la doncella que va a ser la Madre de Dios: «Y su nombre era María». El nombre de María, traducido del hebreo «Miriam», significa, Doncella, Señora, Princesa. Estrella del Mar, feliz Puerta del cielo, como canta el himno Ave Maris Stella. El nombre de María está relacionado con el mar pues las tres letras de mar guardan semejanza fonética con María. También tiene relación con «mirra», que proviene de un idioma semita. La mirra es una hierba de África que produce incienso y perfume. En el Cantar de los Cantares, el esposo visita a la esposa, que le espera con las manos humedecidas por la mirra. «Yo vengo a mi jardín, hermana y novia mía, a recoger el bálsamo y la mirra». «He mezclado la mirra con mis aromas. Me levanté para abrir a mi amado: mis manos gotean perfume de mirra, y mis dedos mirra que fluye por la manilla de la cerradura». Los Magos regalan mirra a María como ofrenda de adoración. «Y entrando a la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, lo adoraron y abriendo sus cofres, le ofrecieron oro, incienso y mirra». El verdadero apostolado La mirra, como María, es el símbolo de la unión de los hombres con Dios, que se hace en el seno de María. María es pues, el centro de unión de Dios con los hombres. Los lingüistas y los biblistas desentrañan las raíces de un nombre tan hermoso como María, que ya llevaba la hermana de Moisés, y muy común en Israel. Y que para los filólogos significa hermosa, señora, princesa, excelsa, calificativos todos bellos y sugerentes. EL NOMBRE Y LA MISIÓN En la Historia de la Salvación es Dios quien impone o cambia el nombre a los personajes a quienes destina a una misión importante. A Simón, Jesús le dice: «Tú te llamas Simón. En adelante te llamarás Kefá, Pedro, piedra, roca, porque sobre esta roca edificaré mi Iglesia». María venía al mundo con la misión más alta, ser Madre de Dios, y, sin embargo, no le cambia el nombre. Se llamará, simplemente, MARÍA, el nombre que tenía, y cumple todos esos significados, pues como Reina y Señora la llamarán todas las generaciones. María, joven, mujer, virgen, ciudadana de su pueblo, esposa y madre, esclava del Señor. Dulce mujer que recibe a su niño en las condiciones más pobres, pero que con su calor lo envuelve en pañales y lo acuna. María valiente que no teme huir a Egipto para salvar a su hijo. Compañera del camino, firme en interceder ante su hijo cuando ve el apuro de los novios en Caná, mujer fuerte con el corazón traspasado por la espada del dolor de la Cruz de su Hijo y recibiendo en sus brazos su Cuerpo muerto. Sostén de la Iglesia en sus primeros pasos con su maternidad abierta a toda la humanidad. María, humana, decidida y generosa, fiel y amiga, fuerte y confiada. María, Inmaculada, Madre, Estrella de la Evangelización.

 Tomado de Corazones.org .

domingo, 7 de septiembre de 2025

La Legión de María, taller de santos

Diseño: Jaime Alfonso Castaño Rueda
Por Julio Ricardo Castaño Rueda Sociedad Mariológica Colombiana 

 “Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”. (Mt 5,48) 

La santidad es un derecho del hombre porque es imagen y semejanza de Dios. La sustancia del Creador, su aliento divino, fecundó el alma para escribir un decreto de predestinación a la gloria eterna.

La Legión de María comprende esa norma vital como una ocupación cotidiana del combate espiritual, un ejército en orden de batalla. Su manual, en el capítulo II, lo expresa con una claridad de místico objetivo: 

"La Legión de María tiene como fin la gloria de Dios por medio de la santificación personal de sus propios miembros mediante la oración y la colaboración activa -bajo la dirección de la Jerarquía- a la obra de la Iglesia y de María: aplastar la cabeza de la serpiente infernal y ensanchar las fronteras del reinado de Cristo”.

 El oficio del legionario comprende la destrucción del pecado como un fin próximo, alcanzable, verificable y publicable. El logro humilde tiene la bendición del cumplimiento al decálogo del Sinaí, la práctica de los sacramentos, la ejecución silente de las obras de misericordia y el poder del rosario. Este esfuerzo, demoledor de circunstancias pecaminosas, lo ratifica el compendio en el capítulo XI:

 “La Legión pone su principal empeño no en realizar una obra particular exterior, sino en la santificación interior de sus miembros”.

La manufactura de la gracia rompe el discurso de las sociedades posmodernas que convirtieron la santidad en una utopía moral. La Legión de María demuestra que ser santo es una tarea de la voluntad divina porque obedece al mandamiento de la Inmaculada: Juan 2,5.