Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
El bogotanísimo Santuario de Nuestra Señora de la Peña guarda en la bibliografía del olvido una serie de episodios que tejieron la historia nacional. Por su umbral, que trasporta al peregrino al episodio del asombro místico, pasaron los caciques del altiplano en su travesía cognoscitiva desde la cosmogonía muisca hasta el Evangelio de Cristo.
Los virreyes ordenaron obras y pagos para el mantenimiento de la capilla. Los arzobispos dieron licencias y pidieron una bula. La sociedad mestiza arregló sus caminos para el paseo rústico. Travesía que redactaron los costumbristas de antaño. La ciudad se hizo urbe bajo la bendición tutelar del altar de su montaña.
Un día, los señoritos criollos inventaron un sainete de plaza de mercado y los valores ancestrales se vendieron por ideas sin virtud. Los sofismas inventaron la forma de fusilar a una patria neonatal en el paredón de la libertad.
Las altezas serenísimas de la primera república, que llevaron sus súplicas y sus votos a la Virgen de la Peña, intentaron subir a lomo de recluta un cañón de grueso calibre para practicar tiro, año de 1813. ¿Pensarían en usar la torre de la catedral como blanco? Nunca se supo. La desquiciada maniobra, que no contó con el buen juicio de algún prohombre, dejó inválidos a varios soldados de aquella época de la independencia del sentido común.
El país ensangrentado subió a llorar sus muertos a la sombra de los liberticidas. Ellos llevaron su conspiración al refugio de sus breñas en la noche septembrina, 1828. Ante el hecho cruel de la revuelta, llamada revolución, la gente anónima optó por aferrarse a sus carnestolendas. Fiesta de furrusca, chicha y amancebamientos que ocultó con el telón de los escándalos el maravilloso milagro que alumbra el destino de una capital desmemoriada y obnubilada por las modas exóticas. Quizás si a Bogotá le hablan los extraños ella vuelva al origen de la axiología del gran Teusaquillo.
Entonces, si el lector permite una muestra rápida del interés que mostraron los forasteros por la Peña, tal vez se pueda diagramar una esperanza, un retorno a la humildad de su espadaña. Acaso alguien podrá liderar una procesión para ganar el jubileo en el Año de la Misericordia.
En el relato van primero las damas. Es el orden en el manual de las buenas costumbres de los cachacos. La mujer adúltera, una quiteña de uniforme militar, buscó el consuelo del sacramento de la reconciliación. En 1829 el capellán, Juan Gualberto Caldas, la inscribió en el libro de la Cofradía de Nuestra Señora de la Peña. Se trataba de doña Manuela Sáenz de Thorne, la famosa concubina del ciudadano Simón Bolívar.
“En la Confraternidad de hermanos de Jesús, María y José de la Peña, sita en su Capilla extramuros de Bogotá, en el año de 1829 se recibió por hermana Manuela Sáenz, para que goce de las indulgencias plenarias, y remisión de todos sus pecados ,concedidas por la Santidad del Señor Benedicto XIV; neste día, en el artículo de la muerte invocando el dulce Nombre de Jesús, y si verdaderamente contrito no pudiera hacerlo de señas de que interiormente lo hace: con más otra para el mismo artículo e igual para el domingo de carnestolendas, de vísperas a vísperas, confesando, y comulgando, y orando por lo acostumbrado ganará cada una de ellas, con más siete años y siete cuarentenas de perdón en los días del Patrocinio del Señor San José, Señora Santa Ana, San Lorenzo, en cuyo día fueron hallada sestas imágenes, y el del Arcángel San Miguel, Patrono de la Capilla. Por el ejercicio de cualquier obra de misericordia, o caridad; por acompañar a Su Majestad cuando sale a visitar algún enfermo, o si no pudiere rezará cinco Padrenuestros, y cinco Avemarías, por su salud, todas cuantas veces lo hiciere se le relajan sesenta días de las impuestas o de otra suerte como quiera que sea decididas penitencias, si para todo están en gracia. La obligación de esta hermandad es de dar dos reales a la entrada, y dos cada año para la conservación de la Capilla, y asistir al funeral [,] que se hará el lunes que sigue de carnestolendas [,] y después de su muerte se entregará ésta al Capellán para hacer los sufragios por su alma. Dada y firmada por su propio Capellán Presbítero. Juan Gualberto Caldas. A fojas 92, del Libro de la Cofradía…”
Certificado impreso de la Confraternidad de Jesús, María y José de la Peña firmada por el Capellán Juan Gualberto Caldas (sin fecha), en: Vicente Lecuna (editor), Papeles de Manuela Sáenz, en: Boletín de la Academia Nacional de la Historia [de Venezuela] 28 (1945), Nº 112 (octubre – diciembre de 1945), pp. 494-525, p.514; cf. Pamela Murray, Op. cit., p. 131. La Iglesia en la Venezuela Republicana.
El interesante registro permite salir de esa página de misericordia hacia un lugar un poco más diplomático. Se trata de un embajador, don Fernando Lorenzana, un mexicano criado en Italia que escribió en su diario: “…Paseo a La Peña, capilla en los Andes, de buena arquitectura; domina la ciudad y la Sabana, circundada de lagunas y montes…” (19 de agosto de 1832).
El embajador quedó encantado con el lugar porque el 30 de diciembre del mismo año regresó y consignó: “…Paseo campestre a La Peña, donde hay una iglesia de buena arquitectura, afamada por un grupo en piedra que representa a la Sagrada Familia y un ángel a un lado, todo en un cuerpo, muy bien trabajado. La vista grandiosa del valle, la idea de estar sobre los Andes y la buena compañía, han contribuido a la diversión”.
El deleite bucólico continuó y fue testigo de las adorables y perseguidas carnestolendas. El 17 de febrero de 1833 anotó: “…Gran fiesta en La Peña, con intervención del Presidente, de todas las tropas, etc. Muchas visitas de despedida. En la noche, a teatro. Primer día de carnaval, que dura solo tres días…” (Cf. Fernando Lorenzana. Recuerdos de su vida. Instituto Caro y Cuervo. Bogotá, 1978).
Ahora un repaso breve por las plumas de los viajeros. En 1852, Miguel María Lisboa escribió el libro Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador. Sobre Bogotá narró:
“…Tiene cuatro parroquias, a saber: La de la Catedral, la de las Nieves, la de Santa Bárbara y la de San Victorino, seis conventos de frailes, cinco de monjas y doce iglesias o capillas, dos de las cuales (la de la Peña y la de Egipto) situadas a cierta altura en el cerro de Guadalupe. Son lugares de romería y tienen una vista espléndida…”
El andariego debió quedar muy contento con la devoción de las gentes por su Señora de la Peña ya que volvió a la Nueva Granada, el 8 de junio de 1853 como ministro plenipotenciario del Brasil.
Al funcionario se sumó un profesor de química y de historia natural de Middlebury College en Vermont (EUA) llamado Isaac F. Holton (no católico). Él anotó en su libro La Nueva Granada: 20 meses en los Andes: (Pág. 237).
“…Dejando atrás las goteras de la ciudad, subimos hasta la iglesita de La Peña, donde están las estatuas milagrosas de la Sagrada Familia y la imagen de un ángel que lleva la custodia donde se guarda la hostia consagrada. Son las imágenes más veneradas que vi en la Nueva Granada. Cuentan que un indio las encontró en un pico casi inaccesible de la montaña, esculpidas en la roca. Desde ese sitio las bajaron con cuerdas e inmenso trabajo, sin separarlas de la base, y construyeron un templo destinado a adorarlas. Le dieron una mano de pintura a la obra divina, vistieron las imágenes llamativamente y las colocaron en el camarín, donde siguen haciendo milagros, tal como lo atestiguan los exvotos de brazos, piernas, ojos, etc., además de cuadros relativos a las distintas catástrofes que sobrevivieron los devotos que imploraron ayuda a La Señora de La Peña…”
Unos años después el geógrafo alemán, Alfred Helttner, escribió la obra Viaje por los Andes Colombianos (1882-1884). En el capítulo titulado: “Bogotá y los bogotanos” destacó:
“… así encontramos pintorescos los suburbios regados alrededor de la Peña y de Egipto con sus disposición escalonada y sus verdores esparcidos. Esto no impide hallarlos llenos de mugre y miseria al recorrerlos. En una ciudad Alemana o inglesa probablemente la mayoría de la gente acomodada construiría aquí sus casas-quintas, para gozar tanto del aire libre como del panorama del Sabana. Pero el bogotano esto no le agrada. Lo que interesa es quedarse lo más cerca posible de sus negocios y de los chismes de la ciudad…”
En conclusión, este redactor buscará obtener un pasaporte extranjero para poder ingresar al camarín de Nuestra Señora de la Peña, ya que sus puertas están cerradas para la mariología bogotana.
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