Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
El
encuentro de la
Santísima Virgen María con Isabel continuó en la encomienda de Chiquinquirá, propiedad de
doña Catalina García de Irlos, viuda de Santana. El lugar escogido para el
prodigioso suceso fue una rústica capilla, que servía para guardar los aperos
de las labranzas y de oratorio para doña María Ramos. Lo que ocurrió fue un
asunto estrictamente femenino porque Nuestra Señora entró por la puerta
estrecha de un estropeado lienzo que dejaron al cuidado del abandono.
Los
hechos se puede leer en las páginas de la historia del Nuevo Reino de Granada.
Hay un capítulo donde una mariofanía cambió el modelo de la doctrina impuesta
por España a los adoradores de Bachué.
Para
comprender el paso celestial por aquel cobertizo basta con yuxtaponer el
Evangelio de san Lucas al relato de un testigo. Los testimonios de quienes
estuvieron presentes el 26 de diciembre de 1586, día de la renovación de la
pintura plasmada por Alonso de Narváez, muestran un derrotero calcado del
misterio de la visitación.
“En aquellos días, María se puso en
camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de
Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la
criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en
grito: -«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo
llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que
has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. (Lucas 1, 39-45).
La
versión chiquinquireña, sobre la continuidad del episodio, aconteció de una
manera singular. El acto retomó el escenario del servicio para llevar el mensaje
del magníficat a los pueblos precolombinos.
María
se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de indios; entró en
los aposentos de Catalina y saludó. En cuanto Isabel oyó, a la criatura que
llevaba de la mano, ella contempló a
María.
“…Y el dicho niño le dijo al pasar de la
puerta de la dicha capilla, madre, mira que la Madre de Dios está en el suelo y así volvió a ver
hacia el altar y vida cómo la dicha imagen de Nuestra Señora estaba en el suelo
parada, recostada un poco sin que nadie la tuviese…”
Eso
afirmó, el 10 de enero de 1587, en su declaración jurada ante el cura de Suta, Juan de
Figueredo y el escribano de Su Majestad Diego López Castiblanco. “…lo susodicho Isabel, india ladina que dijo ser
cristiana, natural de Turga, de la encomienda de Pedro Núñez Cabrera y del
servicio de Martín López, que reside en la ciudad de la Trinidad de Muzo, sobre
una señal de la cruz en forma de derecho…”
Desde entonces la romería, esencia mística del raizal,
se vertió dentro del prodigio del rosario. Las gentes de lejanas latitudes
vinieron a postrarse en el templo porque al llegar, repletas de sudores, coplas
y mandas, repitieron las palabras de Isabel en una pregunta sin tiempo: ¿Quién soy yo para que me visite la
madre de mi Señor? (Lucas 1-43).
El
eco del cuestionamiento aguardó cuatro siglos hasta que un peregrino ratificó,
con su cayado de pastor, la sentencia de
los caminos de Colombia: “a Jesús por María”.
El 3 de julio de 1986,
su santidad Juan Pablo II en la plegaria
de consagración a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá pontificó: “Tú
eres la Hija de
Sión y el Arca de la nueva alianza en el misterio de la visitación”. Frase que
resumen la alegría silente de Isabel de Turga, cuyo relato narró el origen de
la perpetua predilección del Altísimo por la morada de María de Chiquinquirá. Isabel comprendió la
grandeza del Señor. Se alegró su espíritu en Dios su Salvador, porque miró la
humillación de su esclava.
Desde
entonces, la Virgen María
fue felicitada por todas las
generaciones de fieles que llegaron hasta ese rincón sin fundación hispana
porque el Poderoso hizo obras grandes por Ella. Su nombre santo y su
misericordia se derramaron sobre los bautizados, de generación en generación, en
la sala de la reconciliación de la basílica que atestigua el patronazgo de María
sobre la patria del Sagrado Corazón de Jesús.
Lo
ocurrido en la Villa
de los Milagros tiene un soplo de gracia porque la conducta de los
protagonistas es idéntica en su estructura evangélica a lo sucedido en la aldea
de Ayn Karim, 1.586 años antes. El encuentro de dos mujeres y sus hijos sigue
vigente. Esta vez la Reina
del Cielo trae a su Jesús recién nacido como regalo de Navidad para los muiscas
en la fiesta de san Esteban, Protomártir.
El
paralelismo resulta evidente, pero es prudente dejar que el docto obispo de Milán,
san Ambrosio, lo explique: “…Juan percibe la fuerza del Espíritu antes de que
la madre y le trasfunde su alegría. Isabel
es la primera en oír la voz, pero Juan es el primero en sentir la gracia; aquélla,
siguiendo el orden natural, ha oído; éste ha saltado bajo el efecto del misterio;
ella ha percibido la llegada de María, éste la del Señor: la mujer la de la mujer,
el hijo la del Hijo; ellas proclaman la gracia; ellos la realizan abordando el
misterio de la misericordia en beneficio de las madres; y, por un doble milagro
las madres profetizan bajo la inspiración de sus hijos. El hijo ha saltado de
gozo, la madre ha sido llenada, la madre no ha sido llenada antes que su hijo,
sino que su hijo, Juan una vez lleno del Espíritu Santo, ha llenado también a
su madre. Exultó Juan, exultó también el espíritu de María. Al saltar de gozo Juan,
Isabel es llenada. Isabel fue llena del Espíritu Santo después de concebir, María
antes de la concepción”. (Cf. S. Ambrosio, in
Lucam).
En
Chiquinquirá Juan, el profeta nonato, es reemplazado por el niño Miguel. El vástago
de Isabel fue el primer indígena en ese virreinato en reconocer a María
Santísima y la llamó: “Madre de Dios”.
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